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     The religion of the intelligent
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     La magia de un gran amor
     The magic of a great love
     RENACE LA LEYENDA DEL CAMPEÓN, FERNANDO GAVIRIA RENDON
     Fernando Gaviria Rendon



LITERATURA UN MUNDO MÁGICO - Una Modelo y un caballo hecho leyenda



           

 

UNA MODELO Y UN CABALLO HECHO LEYENDA

 

 

 

 

 

------------Hoy he pensado que el mejor lugar que puede ocupar este libro, está en tus benditas manos, para que pueda contagiarse de toda la dulzura y toda la ternura que hay en tu alma, para que tus ojos lo cubran con el infinito amor que sólo sabe salir de ellos, para que tenga el placer eterno de estar junto a ti aunque sea un solo instante, para que algún día te pueda contar lo mucho que te amo y que te amaré siempre.-----------------








 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




UNA MODELO Y UN CABALLO HECHO LEYENDA

 

"Porque estoy cansado de la falsedad del materialismo y de los intereses mezquinos, escribiré sobre El AMOR que es lo único real, que nos hace inmortales"

 

JORGE LEÓN SOTO BUILES

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OFRECIMIENTO

 

 

Con todo el amor del mundo ofrezco este libro a Don Fabio Ochoa Restrepo, a don Benjamín León y a todos los caballistas colombianos que, de una u otra forma, hayan tenido que ver con la crianza, la selección y el desarrollo de esos maravillosos caballos criollos de silla, que son el orgullo de Colombia ante el mundo.

 

 

Jorge León Soto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NUMERO UNO

 

Todo empezó el día en que conocí a Julio Fierro, un narcotraficante que traicionó a todos sus amigos acogiéndose a un programa que le ofrecieron en los Estados Unidos de Norteamérica, en el que le daban inmunidad y protección a los testigos delatores. Aquel hombre arrepentido de sus innumerables fechorías, decidió delatar a toda su organización convencido por la dulzura y el buen corazón de su hermosa mujer, que lo animó para que confesara todos sus crímenes ante las autoridades norteamericanas, a cambio de muchos beneficios y de una nueva identidad, y, como todos sabemos que la mafia no perdona, al poco tiempo, cuando regresó al país, lo cogieron sus resentidos socios y le sacaron los ojos, lo castraron y lo dejaron botado en el centro de Medellín.

Yo había comprado una finca en las montañas de Antioquia, porque, como escritor, la situación económica estaba difícil y me tuve que volver ganadero para poder sobrevivir. Había pasado el tiempo y ya no se trataba de lo que me gustara o lo que no me gustara en la vida, se trataba de asegurar mi futuro y de conseguir unos pocos pesos para subsistir y para poder tener una vejez tranquila. Cuando estaba más joven había hecho un curso de agropecuaria, en el que me di cuenta de que el ganado era una buena inversión y eso fue lo que decidí hacer en esos momentos. Busqué una tierra grande, pero que valiera muy pocos pesos, para que pudieran alcanzar mis ahorros.

Conseguí una finca un poco alejada, pero muy interesante.

 
Negocié y compré diecisiete hectáreas y media de tierra, que tenían una sencilla y destartalada cabaña con agua y luz eléctrica, para refugiarme a escribir en ella. Es un hermoso pesebre que queda en el cañón del río “Buey”, dos horas adentro de la carretera principal entre La Ceja del Tambo y Abejorral, en uno de los cerros de la cordillera central de Colombia. Alejada de todo y de cualquier clase de civilización, me fui para esa tierra a tratar de criar ganado y, al mismo tiempo, en busca de la musa de la inspiración que sólo habita en los páramos y en los pinares de esas montañas queridas. El lugar era casi completamente inhóspito y las tres o cuatro casas que se levantaban como fantasmas en la zona, parecían deshabitadas después de que pasaron los guerrilleros y los paramilitares asesinando a los pobres campesinos.

Un día cualquiera viajé a esas tierras y, después de un largo y agotador recorrido, acomodé los pocos utensilios que había traído, improvisé una humilde cama y salí a divisar el gélido paisaje, mientras que soportaba el viento helado que soplaba con fuerza desde el cañón del río “Buey”. Mis ojos contemplaron con satisfacción aquellas diecisiete hectáreas de tierra con las que siempre soñé. El pasto crecía fresco y abundante, salpicado con unas cuantas malezas que el descuido y el abandono habían dejado crecer. Estaba ensimismado en la contemplación de la rústica y humilde cabaña cuando, a mis espaldas, sentí el sonido de unos pasos temerosos.

- Buenas tardes, patrón - dijo un hombrecillo que parecía sacado de un cuento de hadas.

- Buenas tardes, hombre, - respondí un poco sorprendido - ¿qué te trae por aquí?...

- ! Qué pena con usted, señor, que me haya metido sin permiso en su propiedad, pero es que ayer mis perros venían persiguiendo una “guagua” y la hicieron esconder en ese monte -explicó el humilde campesino, señalando la selva espesa que quedaba en la parte superior de la sierra y que, según tenía entendido, por lo que me había explicado el vendedor, también me pertenecía.

- Tranquilo, amigo, que eso no vale la pena - le dije con amabilidad al desconocido, para que el humilde hombre entrara en confianza -. El sujeto sonrió tímidamente y empezó a explicarme como si hubiera hecho una fechoría.

- Yo me asusté cuando lo vi a usted, pensé que habían regresado los paramilitares y, como yo traía una escopeta, me devolví temblando de susto y sin que usted se percatara de mi presencia, la escondí en aquellos arbustos - dijo el campesino, completamente familiarizado con la amabilidad de mi rostro. Se fue hasta los arbustos señalados y extrajo una antigua y oxidada escopeta de cacería, que reflejaba la humildad del dueño. Avanzó lentamente con el arma en la mano, mientras continuaba diciendo -. Yo me la paso todo el día casando, porque al caballista ciego y a mí, nos encanta mucho la carne de los animales del monte.

Mis ojos se quedaron contemplando al humilde campesino, con la curiosidad y la sorpresa del que se siente completamente solitario, y, después, se da cuenta de que no tiene un vecino sino dos. El sujeto parece que adivinó mis pensamientos porque continuó explicando:

- Es que yo trabajo con un señor de Medellín, que fue narcotraficante y traicionó a todos sus compañeros por hacerle caso a la mujer - . El hombrecillo se quedó en silencio, pensando en lo que acababa de decir y, como no observó ninguna reacción en mi rostro, continuó diciendo:

- Mi patrón es un muchacho muy elegante, que está casado con una modelo muy famosa de este país - argumentó el campesino visiblemente nervioso -. Julio Fierro, que así es como lo llamaban en la mafia, estaba arrepentido de todas las fechorías que había cometido en el mundo del hampa y un día, convencido por su mujer, delató ante las autoridades gringas a todos sus amigos y, como todos sabemos que la mafia no perdona, a los pocos días lo cogieron los resentidos socios, le sacaron los ojos, lo castraron y lo dejaron botado en el centro de Medellín. El patrón, completamente herido, hizo que las personas que lo auxiliaron llamaran por teléfono a un amigo, que fue el que lo trajo hasta allí, a una finca que no se ve desde este punto y que es donde vivimos él y yo. - El humilde campesino guardó silencio después de haber contado lo más importante, tomó un poco de aire y continuó diciendo: - Imagínese que cuando lo castraron y le sacaron los ojos, no se dejó atender en ningún centro médico y se vino chorreando sangre con deseos de morirse aquí. Al otro día de haber llegado, le dio una fiebre terrible y como había perdido mucha sangre y las heridas se le infectaron, perdió el conocimiento y yo, desesperado, le tuve que aplicar una penicilina, de esas que tenemos por si se enferman los caballos. También le eché un antiséptico en las cuencas vacías de los ojos y allá abajo y, a los ocho días, ya estaba caminando como nuevo -. Terminó de decir el campesino, con la misma satisfacción que debe sentir un médico cuando le salva la vida a alguien.

Yo que venía a exprimir mi cerebro para tratar de arrancarle un poema a la niebla y a la soledad, y miren con la espectacular historia que me estaba encontrando.

- ¿Usted trabajaba con ese señor antes del accidente? - pregunté lleno de curiosidad.

- Sí, señor. Don Julio Fierro compró esa finca, que es medio mundo, porque él tenía mucho dinero cuando trabajaba y vivía en Miami, y me contrató a mí, para que la cuidara y para que la sembrara con miles y miles de pinos silvestres que él me iba mandando. Después trajo siete potrancas de paso fino colombiano, para que yo les pusiera cuidado. El mismo vino y soltó las bestias en el potrero, y como ellas se cuidaban solas y no daban ningún trabajo, yo me dediqué a cercar bien la finca y a sembrar más pinos.

- ¿Y cuánto te paga?... - le pregunté, sintiendo un poco de vergüenza por averiguar lo que no me importaba. Yo, que ni siquiera sabía el nombre del humilde ranchero, ya estaba averiguando chismes.

- Antes de que lo castraran, me pagaba el mínimo del gobierno y me daba un millón de pesos de bonificación en diciembre, ahora, desde que está enfermo, me da cien dólares semanales para que yo haga mercado y compre los cigarrillos para mí - terminó de decir el humilde campesino, con una sonrisa de oreja a oreja, que me dejó ver las encías donde ya no quedaba ni un solo diente.

- ¿Y, usted, qué está haciendo en este destierro?... - Preguntó el hombrecillo, como para desquitarse de mi curiosidad desmedida.

- Yo me llamo Jorge León, soy un escritor que he escrito muchas novelas hermosas y que no he publicado ninguna, porque, en Colombia, los poetas, los novelistas y todos los intelectuales en general, no tienen ningún apoyo del gobierno y al final mueren de hambre en las calles, cobijados con los manuscritos de interesantes cuentos, que la barbarie de los gobernantes de turno no le permiten disfrutar al pueblo. –Dije con mucha amargura - Además, estudié agropecuaria y como en la ciudad con tanto desempleo no tenía ningún futuro, me vine para esta montaña a criar ganado y a escribirle poemas a la soledad.

- Yo me llamo José Antonio Tobón y no entiendo nada de eso de las letras, porque nosotros hemos sido muy pobres y nadie pudo ir a la escuela. Mi papá nos enseñó los nombres de todos los árboles y después nos puso a trabajar la agricultura. - dijo el humilde hombre, con la ignorancia de su analfabetismo en pleno siglo veintiuno - ¿Y cuándo va a traer el ganado, porque en sus campos yo no veo ni una sola res? - terminó preguntando el campesino que visualizaba unos pesos de propina, en un lugar en el que él podía ser el único ayudante.

- En estos días, cuando repare los cercos y cuando conozca bien mis tierras, porque aún hay lugares que no he podido recorrer. Espero que, usted, me colabore, que yo le pago el día... ¿Cuánto cobran por un jornal en esta tierra?...

- Para qué le voy a mentir, patrón - explicó el campesino con entusiasmo -, un jornal sólo vale diez mil pesos, pero yo cobro doce mil, porque me toca madrugar demasiado, para poder dejarle hecha la comida a mi jefe. Si, usted, quiere, empezamos a trabajar mañana mismo, ya que la gran mayoría de sus cercos están en el suelo, desde que el “gnomo” abandonó esta finca.

- ¿El gnomo?... - pregunté sin entender bien lo que aquel hombre había dicho.

- Así llamábamos a don Hernando, el señor que le vendió esta tierra, pero venga, marchémonos para la finca de don Julio, para que él lo conozca y para que nos haga compañía un rato - dijo finalmente.

Lo pensé un instante. No me gustaba la idea de alejarme de mi humilde cabaña, pero la curiosidad pudo más que la razón y sólo atiné a preguntar:

- ¿Y la casa queda muy lejos de aquí?...

- No, cerca. Más o menos a unos treinta minutos de camino.

Miré mi reloj. Eran las cuatro y quince minutos de la tarde. Media hora para ir y media hora para venir, me daban tiempo de ir a conocer al pobre caballista ciego y de regresar, nuevamente, sin que hubiera obscurecido.

- Vamos, pues - le dije al andrajoso campesino que llevaba la ropa completamente remendada y sucia. Cogí una linterna y me la eché en el bolsillo del pantalón, por si se anochecía al regreso. Cerré con cuidado las puertas de mi cabaña y me fui detrás del campesino. Este se fue hablándome y mostrándome sus cultivos. Me mostró un cultivo de maíz, un cultivo de fríjol y también me propuso que le comprara semillas y fertilizantes para, él, sembrar papas en mi tierra. Era un enamorado de la cacería y se quedaba mirando los árboles inmensos, como tratando de encontrar el faisán, la tórtola o el pato que completara la cena.

El camino se hizo demasiado largo. Hacía más de cuarenta y cinco minutos que estábamos caminando, cuando apareció una humilde casa detrás de una colina suave. Caminamos lentamente, sin decir nada ninguno de los dos. En el corredor estaba sentado un hombre de cabello largo, muy elegante, joven y fuerte, que, con toda seguridad, no era un hombre nativo de esas tierras.

- Buenas tardes, amigo - le dije al caballista ciego. Él, levantó el rostro, como para contemplarme con las cuencas vacías de su elegante y perfectamente afeitado rostro.

- Buenas tardes, señor - contestó con seguridad, como si desde mucho antes se hubiera percatado de mi presencia.

- José Antonio, me invitó para que lo saludara y aprovecho la ocasión para ponerme a su disposición, ahora que somos vecinos en estas tierras solitarias, y espero poder colaborarles en todo lo que necesiten -. Terminé de decir, sin poder apartar los ojos del cuaderno en el que el atlético muchacho hacía ejercicios de caligrafía a tientas.

- Gracias, amigo, para eso estamos en estas hermosas montañas, para servirnos. Siempre me han llamado Julio Fierro y después de que termine esta delicada misión de aprender a escribir completamente ciego y teniendo como única guía el borde de las páginas, estoy a sus órdenes para lo que necesite.- dijo el buen hombre, levantando el cuaderno para que yo contemplara las letras repetidas que hacía con soltura, mientras sonreía con una visible tristeza, que me dejó apreciar la perfección de unos dientes muy blancos.

- ! Gracias, amigo! - Exclamé, sin poder utilizar una palabra como la de “señor”, que de ninguna manera le correspondía a aquel joven, que con toda seguridad era unos pocos años menor que yo.

- ¿Y de qué ciudad es usted?... - Preguntó Julio, que parecía animado con mi presencia.

- Yo soy de La Ceja del Tambo. El pueblo que queda más cerca de este lugar.

- ¿Sí ?... Yo conozco mucho ese hermoso paraíso. Yo soy un fanático de los caballos criollos de silla y muchas veces, vine a las exposiciones equinas que celebran todos los años en el coliseo de ferias o en “Cantarrana”, un club muy bonito que queda en la salida para Rionegro. ¿Conoce ese lugar?...

- ¡Claro! ¡Hombre! - Contesté inmediatamente, emocionado por el hecho de que aquel elegante desconocido mencionara y reconociera aquellos lugares que me habían hecho tan feliz en mi infancia - Yo también fui a muchas exposiciones equinas y pude apreciar las hermosas mujeres que siempre van a ellas.

- ¿Y conociste al Doctor Jiménez, el dueño de “Cantarrana” y el dueño de “La Recoleta”?...

- ¡Sí! ¡Claro!... El doctor Rodrigo Jiménez Pinillos, es un viejo de pelo blanco, que habla muy despacio y al que también le encantan las bestias - Expliqué, tratando de imitar la inconfundible y cadenciosa voz del noble y audaz caballista.

- Ese señor, le vendió a mi padrino, un caballo alazán rojizo que se llama “Venusino” y que es muy querido por nosotros... No sé si es que yo tengo mucha suerte, o si es que Dios siempre me manda a la persona que necesito en el preciso momento - Dijo el pobre ciego, visiblemente animado - ¿Usted, cómo es que se llama?...

- Jorge León - me apresuré a decir, al percatarme de que no me había presentado con el caballista ciego.

- Bueno, Don Jorge, yo creo que un día de estos voy a necesitar un favor suyo... Favor que es muy importante para mí - dijo el hombre de las cuencas vacías, colocando a un lado la tarea de sus torcidas letras, como disponiéndose a conversar largamente conmigo – hace algunos años, cuando yo estaba más joven, éramos más pobres que las ratas y aún no había viajado a los Estados Unidos de Norteamérica, me enamoré de una hermosa rubia y de un espectacular caballo que se llama “Profeta de Besilu", eran la sensación en todas las ferias equinas en las que se presentaban. En ese entonces, yo era un pobre muerto de hambre que no tenía ni con qué comprarle una hamburguesa a la dama del cuento. Ese caballo valía muchos millones de dólares. Nunca conocí el propietario de ese hermoso semental y yo sólo podía contemplarlo de lejos. Una tarde en la que yo estaba con la hermosa rubia, en la tribuna del coliseo de ferias de Medellín, sintiéndome como un pobre diablo ante la opulencia y el derroche de dinero de la gran mayoría de las personas que visitaban la feria, en silencio, juré por mi vida, que yo sería el dueño de un caballo mejor que ése, costara lo que me costara... “Yo seré el dueño del mejor caballo de paso fino Colombiano, aunque me toque vender mi alma al diablo” Juré mentalmente.

Después me fui a trabajar muy lejos, y, aunque siempre le vendí mi alma al diablo, se me pasó el tiempo sin darme cuenta y mi sueño de tener el mejor caballo de Colombia aún sigue intacto. Ahora tengo un potro analizado, que es el mejor descendiente de ese hermoso caballo que le conté, y quiero que, usted, me lo ayude a comprar. El potro se llama “Platino de Besilu” y es igual de bueno a "Profeta", a “Resorte cuarto”, a “Capuchino del ocho” y a todos los históricos cuando pasa por la pista. La última vez que supe de él, lo tenía un tal Guillermo Usuga, que es un negro negociante profesional de caballos y se me adelantó, y lo compró en una finca que queda a todo el frente del aeropuerto internacional José María Córdoba de Medellín.

Los tres nos quedamos en silencio. Aquel hombre era un verdadero apasionado de los caballos. Hacía muy poco tiempo que me conocía y ya me había encomendado la misión de ayudarle a comprar el caballo de sus sueños. Yo miraba continuamente el reloj, preocupado porque la tarde avanzaba y mi humilde cabaña estaba a más de cincuenta minutos de distancia, por un sendero casi completamente desconocido para mí. José Antonio se percató de mi preocupación y dijo:

- Oiga, don Jorge… ¿Por qué no se queda amaneciendo aquí?... Nosotros le podemos brindar un plato de asado caliente y una sencilla cama, para que pase aunque sea una mala noche. Ya se está obscureciendo y es mejor que se quede escuchando las historias del patrón, que son muy interesantes para usted, que es un escritor.

- ¿Escritor?... - preguntó Julio Fierro, como sorprendido por la noticia.

- Aprendiz de escritor, querido amigo, que no es lo mismo. Siempre me han gustado las letras, aunque sean un arbusto demasiado raro en los jardines de esta Colombia, que está sembrada con las flores de la injusticia, de la miseria, de la guerra y de la pobreza. Escribir es una pasión que corre por mis venas y que me acompañará hasta que mis huesos reposen en estas húmedas y nubladas tierras.

- Eso está muy bien - dijo el caballista ciego, como si estuviera concluyendo algo -. Si, usted, es un escritor, me imagino que le gustan las buenas historias, como me gustan a mí los buenos caballos. Llevamos muy pocos minutos de conocernos, pero en este corto tiempo me he podido dar cuenta de que usted es un hombre completamente educado y un hombre con muy buena energía. Espero que José Antonio y yo, también le hayamos caído bien, para que podamos ser buenos amigos en estas sierras de libertad y de soledad... Yo trataré de darle una buena historia, para que escriba el libro de sus sueños, si sus ojos sanos, me ayudan a conseguir ese potro que le comenté y que es el único deseo que aún alienta mi corazón, después de haber abandonado a las dos mujeres de mi alma, que, yo sé, no se merecen estar al lado de un hombre mutilado. De un pobre guiñapo viviente como yo.

Julio Fierro se puso muy pálido y sus labios se pusieron morados y tensos por el dolor que brotaba de su alma, al pronunciar las tristes palabras que deben de haber sido inspiradas por un recuerdo que cruzó fugaz por su mente. Yo sentí una profunda pena, por ese desconocido que no podía llorar y deseando curar la amargura del pobre caballista ciego, dije, sin pensarlo mucho:

- Bueno, que sea un trato, yo le ayudo a conseguir a “Platino de Besilu”, el caballo que le gusta y usted, en cambio, me relata esa historia de amor desesperado que se esconde en su corazón y que será una novela muy interesante, para que la lean los románticos que Dios abandonó en las frías montañas del desconsuelo y de la soledad.

Julio Fierro aceptó la propuesta con una inmensa sonrisa; él era el más interesado en comprar el potro de sus sueños, lo más pronto posible, por lo que me di cuenta después.

José Antonio se perdió cuatro o cinco minutos en el interior de la cocina y llegó, nuevamente, con unos pedazos de asado humeante, que cubrían por completo los platos. Eran unos muslos largos y algo extraños, rodeados de papas cocidas.

- Oiga, Don Jorge... ¿Usted ha llegado a comer la famosa “guagua” de Antioquia?...

- ¿Guagua?... - pregunté, mirando la olorosa presa que reposaba en mi plato -. No. Nunca la he probado, pero ésta parece estar muy buena.

Los próximos treinta minutos nos dedicamos a comer carne de animal del monte, papas con sal y a tomar café caliente. La noche cayó lentamente, para cubrir la sierra con el arrullo de las chicharras trasnochadoras, que elevaban sus cánticos enamorados a las hermosas estrellas que llenaron el firmamento. Después, Julio Fierro, le ordenó a su mayordomo que destapara una botella de whisky. Nos tomamos unos tragos con el café, que nos calentaron hasta el alma y ahí fue cuando el pobre caballista ciego, nos empezó a contar una magnífica historia que se le salió a borbotones del corazón y que empezó así:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO DOS

 

Yo era un humilde domador de caballos, oficio que aprendió mi abuelo en Titiribí, pero mi padre no se resignaba a nuestra humilde condición y el dos de enero, de un maldito año que no quiero recordar, me mandó a estudiar a Medellín. No te cuento lo mucho que sufrí en esa ciudad los primeros días, pero después me adapté un poco. Ingresé a la universidad de Antioquia y, con la cabeza hinchada de tanto estudiar, cuando menos lo pensé, el tiempo se fue volando y terminé mi primer semestre de estudio.

Ya era julio.

Qué agradable sensación recorría todo mi cuerpo, al pensar en la finalización del primer semestre del año y del primer semestre de mi carrera profesional.

Yo me encontraba en uno de los salones de la facultad de ingenierías y, afuera, el viento agitaba las ramas de los árboles, llenando el ambiente de vida y movimiento. Estaba trabajando en mis cosas. Las clases de ese primer semestre habían llegado a su fin. Ahora sólo quedaban quince días en la preparación y presentación de los exámenes finales y luego, a la calle, a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Para mí todo había salido muy bien. Tenía un alto promedio en las notas, lo que me permitía preparar los exámenes con tranquilidad. En general, ese semestre no había sido del todo bueno, me aislé mucho de la gente y casi no pude conseguir amigos… No es que yo fuera tímido, sino que atravesaba por un mal momento económico y me tenía que marginar de los grupos sociales, por cuestiones de orgullo. Todo eso, eran cosas pasajeras del diario vivir, que no tenían importancia. Había pasado las materias con sobrada inteligencia y sin mucho esfuerzo. En cuanto a mi físico estaba contento con él, porque en esos días era un tipo bien plantado, tenía las piernas muy desarrolladas debido al levantamiento de pesas y al fútbol que practicaba regularmente. La caja torácica muy fuerte y el abdomen plano, eran mi orgullo ante las damas que empezaron a mirarme con interés. Mi piel cobriza se había bronceado sin pensarlo, por la gran cantidad de horas que permanecía en la piscina de la ciudad universitaria. No era un tipo muy alto, pero me sentía bien entre los compañeros, que respetaban los músculos que cubrían mi armadura. Me hubiera gustado ser más espigado, pero nada pude hacer y, para compensar eso, Dios me había puesto una cara atractiva. Tenía dientes muy blancos y parejos, nariz recta y... - Julio fierro se quedó en silencio unos pocos segundos, como embargado por una profunda emoción, segundos en los que parecía que estuviera llorando con el alma, pero continuó diciendo - Tenía ojos inteligentes, muy brillantes y de mirada profunda. El cabello me lo había dejado u poco largo, para que me diera un toque de gitano con la chispa diamantina de mi arete. No me parecía a ningún galán de televisión y eso me permitía pasar desapercibido ante el común de las chicas. Mi ropero estaba un poco despoblado, mejor dicho, se limitaba a cuatro jeans desteñidos, dos pares de tenis, unas botas demasiado viejas y unas cuantas camisas leñadoras, que me habían acompañado durante los pocos meses que llevaba en esa ciudad. En el campo sentimental estaba completamente tranquilo, porque en Medellín viven las mujeres más hermosas y más sensuales del país. Mi vida, en la universidad, no había sido tan divertida, porque existían profesores tan malos, que eran verdaderos psicópatas. Aunque me iba bien en todas las materias, me había dado cuenta de que la academia no era para mí, porque me sentía encerrado como un águila enjaulada. Existía un profesor que era un verdadero monstruo, al que todos llamaban " Banano", por mofletudo, pecoso y feo; tenía la cabeza enorme y era gordo como un cerdo. Me producía náuseas cuando lo veía y deseaba tenerlo entre mis manos, para hacerlo sufrir un poco, y, así, vengar lo que le hacía a mis compañeros. Era un verdadero burro apasionado de los ceros.

En aquellos días yo era un romántico caballista, que iba en busca de la mujer noble y hermosa, que se derritiera cuando me viera. Me encantaban las mujeres espontáneas y brillantes, que les gustaran los potros salvajes y que tuvieran un grado de locura y dos grados de orgullosa rebeldía.

Cuando terminé el semestre, me quedé vagando por las calles de esa interesante ciudad llamada Medellín, mientras pensaba en un hermoso caballo llamado “Profeta de Besilu" que parecía deslizarse en el aire y que se había robado todos mis sueños... Hacía tiempo que no visitaba mi casa en la provincia, porque me desesperaba la soledad de las calles y la pasividad de la gente en ese lugar. Detestaba la parsimonia que mata los pueblos, donde nunca pasa nada, porque yo deseaba un poco de acción.

Tenía un amigo muy especial, que se llamaba Jaime, él era un descendiente de arrieros, callado y un tanto tímido. Tenía un coeficiente de inteligencia superior. Lo conocí en Envigado, cuando apenas era un niño. Un día cualquiera, me lo encontré en una cafetería de la universidad y me propuso que montáramos un criadero de caballos de paso fino colombiano, negocio que nunca pude olvidar y que siempre permaneció en mi mente. Desde hacía muchos días aquel paisano era mi mejor amigo. Habíamos hablado mucho, sobre caballos y mujeres. Lo tenía impresionado con mi amor por el más hermoso animal que Dios hizo y él estaba de acuerdo en que teníamos que ser unos buscadores constantes de la perfección del caballo más suave del mundo. Tratando de superar, día a día, lo que ya habían hecho y estaban haciendo hombres como don Fabio Ochoa Restrepo y muchos otros que, a través del tiempo, habían ido seleccionando y puliendo una raza de caballos incomparable y única en el universo. Entre los dos empezamos a investigar el origen del caballo más pulido y más hermoso de América. Cada día analizábamos nuestra situación financiera, para saber en qué punto estábamos, para saber qué nos convenía y qué podíamos hacer para mejorar nuestra próxima empresa de criadores de caballos criollos de silla... ¿Cómo podemos organizarnos para que el tiempo nos rinda más?... ¿Qué podemos hacer para obtener un pequeño capital?... Eran preguntas muy comunes, que acostumbrábamos hacernos y que nos habían llevado a formar una estrecha amistad, aunque él era un poco más viejo que yo. Los escasos triunfos de uno, se celebraban como si fueran de los dos. Éramos un equipo perfecto. Jaime, físicamente, no era muy atractivo. Estaba muy gordo, los pómulos salientes y las formas bruscas de su rostro, no le permitían moverse con libertad en el campo sentimental, en el que me consideraba un experto. Mi amigo era un genio de las finanzas, de la política, del mercadeo y la formación de empresas. Cualidades que lo llevaron a triunfar en el difícil campo de los negocios.

Todas las mañanas me las pasaba sentado, trabajando en la computadora, aprovechando que terminaron los cursos. Coleccionando toda la información que nos pudiera ayudar en nuestra futura empresa. Una mañana, después de haber tenido los ojos expuestos ante la luminosa pantalla, sentí un profundo agotamiento y decidí tomarme un pequeño descanso. Salí del salón de cómputo y busqué, con rapidez, el bullicio de la cafetería donde funcionaba la oficina principal de mi genial amigo. Allí estaba sentado, me miró con sus ojos pequeños, como adivinando mi cansancio. Yo, sin pronunciar palabra, me senté a su lado. Permanecimos en silencio durante largo rato.

- ¿Terminaste el estudio? – Me preguntó Jaime, quebrantando el silencio que reinaba. Yo permanecí callado y él continuó - Estamos metidos en un proyecto a largo plazo, que va a ser algo increíble. Ahora tenemos que trabajar mucho, en esta gran empresa que, en el futuro, va a llenar de dólares nuestros bolsillos. Desde ahora vamos a relacionarnos con todo el mundo de los caballos, en la selección y crianza de los mejores ejemplares de Colombia. Para empezar, mañana, a las tres de la tarde, nos encontraremos aquí, para que nos vamos a ver un desfile de modas en el que va estar Natalia, la más hermosa muchacha de Medellín y de todo el departamento y que, con toda seguridad, va a ser tu mujer. Porque, si sigues trabajando conmigo, muy pronto vas a conseguir a esa dama de tus sueños y a esos caballos que tanto te desvelan.

Mi amigo se marchó y yo me quedé pensando en lo que había dicho de la hermosa mujer y de mi humilde vida.

¡ Natalia! ...!Natalia¡ Aquel nombre se quedó flotando dentro de mi mente, su sonoridad deliciosa encerraba la historia de lo que yo siempre soñé para mi vida. Una mujer joven, bonita, moderna, llena de suavidad y eternamente amable, fue lo que siempre soñé. Mejor dicho, un ángel. ¡Natalia!... ¡ Natalia!... No me cansaba de pronunciar el nombre que revivía, dentro de mi pecho, los paisajes de mi tierra. Me sonaba a calor de hogar en una tarde gris, y me hacía recordar la frescura cristalina del agua, golpeando contra las rocas escondidas en la mitad de un monte.

Aquel delicioso nombre de mujer despertaba, dentro de mí, toda la sutileza que durante muchos años practiqué, esperando que llegara la mujer de mis sueños, para poderla adorar en todo su esplendor. Siempre deseé contemplar una mujer hermosa, como se puede contemplar el diamante más grande y bien tallado del mundo. Poder buscar todos los brillos, reflejos y tonalidades precisas, que su maravillosa forma puede encerrar.

Ahí, en ese nombre, estaba la encarnación de mi sueño. Aún sin conocerla, ni poseerla, mi corazón sabía que ésa, era la mujer para mí. Siempre había tenido la idea de que cada hombre es un Dios, que hace de su vida lo que él desee, y que le pone amor o le pone dolor a su gusto, realizando todos sus sueños. También pensaba, que teníamos la increíble facilidad de escoger la muerte en el instante, o en la forma que nos provocara. La vida parecía ser la combinación de unas leyes frías, que eran casi ridículas... Entre el amor y el dolor, sólo había una pequeña diferencia, y entre el vivir y el morir, también sucedía lo mismo. De manera, que la vida podía ser un punto más, en el infinito mar de puntos... Yo me creía un Dios y a esa tal Natalia, seguramente, la vida la había creado para mí.

Toda la tarde me la pasé pensando en cosas ridículas, como tratando de eliminar la ansiedad que me producía el deseo de conocerla. Aquella noche casi no pude dormir, traté de viajar con mi espíritu a través del espacio que nos separaba. Relajé mi cuerpo y canalicé mi fuerza interior, intentando viajar como lo hacen los ángeles y las brujas de Antioquia la grande. La fiebre que agitaba mi cuerpo, desde la primera vez en que escuché pronunciar ese nombre, me impedía estar tranquilo y me pasé toda la noche en vela. - relató el caballista ciego, mientras sacaba tiempo para tomarse otro trago de licor. - Al otro día salí temprano a caminar por el jardín botánico de Medellín, tratando de aliviar la gran agitación de mi acelerado corazón. El olor fresco de los pinos y de los gigantes eucaliptos, dilataron mis bronquios para darme la agradable sensación de tener un pecho más ancho, con el que respiraba mejor. Me sentí como enamorado y muy a gusto con mis cosas. Los verdes prados, por los que yo avanzaba, estaban cubiertos por una brillante flor amarilla. Era una flor muy pequeña, pero tan intensa como una ilusión. El suelo estaba cubierto de una hermosa primavera, sólo comparable con la inmensidad del amor que estaba naciendo dentro de mí, por una dama desconocida y un caballo imaginario. Sentado, bajo los árboles, dejé que el tiempo se escapara, mientras mis manos tejían una corona preciosa, con aquellas flores que abundaban por allí. Poco antes de regresar a mi casa, hice un juramento ante el campo florecido:

- Querido Belsebú, Juro que las sienes de esa tal Natalia, serán ceñidas por una corona como ésta, el día en que ella se monte en mi caballo, el mejor caballo de paso fino Colombiano del mundo.

El día continuó en su caminar lento... Entre pensamientos y pensamientos, me di cuenta de que no tenía la ropa apropiada para asistir a un desfile de modas. Esto me llenó de preocupación porque, "¿a esa hora, dónde podría conseguir un smoking?... - pensé, completamente angustiado - ¿Seré capaz de resistir la vergüenza de pedir prestado un vestido?... En aquel momento me sentí tremendamente miserable y estuve pensando en mi situación económica, por largo rato. Al final, decidí tranquilizarme y recurrir a los jeans desteñidos, a una camisa leñadora de cuadros rojos y negros, a las botas vaqueras de tacón cubano y a un sombrero de caballista, que me daba un toque siniestro. Así completé mi indumentaria para ese día.

En los bolsillos sólo me quedaban algunas monedas y sentí nuevamente el aguijón de la pobreza en toda su intensidad. Las cosas hubieran podido ser más fáciles, con mi futura enamorada, si me hubiera presentado a conocer a la mujer de mis sueños, con un frac costoso y luciendo en la muñeca de mi brazo derecho, una manilla de oro con una salamandra formada en esmeraldas y rubíes. Bueno, de todas maneras, con las mujeres ser pobre o ser rico era y seguirá siendo lo mismo, porque siempre terminan enamorándose del hombre que les gusta.

Se llegó la hora del desfile...

Me fui para acudir al encuentro con mi hermosa dama, un poco nervioso. Jaime, como siempre, adelantado a la hora de las citas, se cubrió los ojos ante mi apariencia.


- ¿Tú piensas que vamos a domar una potranca cerrera, o qué? - Preguntó con sarcasmo.

- Hermano... Esta ropa es la única que tengo - contesté, ablandado por la situación.

- Tranquilo, que así estás bien - corrigió, Jaime, al ver mi sincero abatimiento -. Uno, a las reuniones públicas, va como le da la gana. Claro que si fuéramos a marcar ganado o a domar bestias, tendrías la pinta perfecta. - Terminó de decir sin poder abandonar el sarcasmo

Tomamos un taxi y nos fuimos hablando. Le hice como dos o tres preguntas financieras y él se quedó mirándome a los ojos, se había percatado de mi repentino interés por los negocios. Después le conté que estaba muy interesado en la tal Natalia, y él me aconsejó que tomara las cosas con calma, porque aquella mujer era moderna al extremo, coqueta, formal, sencilla y amable. Cualidades que me traerían muchas alegrías o muchos sinsabores. La cosa no iba ser tan fácil. Con todas aquellas virtudes, enamorar a esa chica sería como atrapar un caballo alado.

- Yo voy, únicamente, por los compromisos comerciales y a relacionarme con gente interesante - explicó mi amigo -. He mirado a Natalia con detenimiento, y, aunque me parece hermosa, me he dado cuenta de que yo no soy el hombre que la pueda conquistar. Siempre que la admiraba pensaba en tu suerte, así que abórdala con toda la seguridad del mundo. Tómala como si siempre hubiera sido tuya, porque tú sabes que a las niñas mimadas les chocan los hombres que someten sus ideas a consideración. Hazle sentir tu masculinidad y enséñale a esa potranca cerrera, quién es el que manda desde el principio... Muchos hombres la han pretendido y todos llegan con un cuento distinto, así que ve preparando algo que sea original. La he visto mandar a un hombre, a las tres de la madrugada, a que le busque un helado por toda la ciudad, para después burlarse de él. Moraleja, a ella no le gustan los serviles. ¿Tú eres un caballista exitoso?... Anda, demuéstralo - dijo mi amigo, impulsándome a la conquista. Aquellas recomendaciones reflejaban, claramente, el interés que ponía Jaime, en una lucha que, al parecer, también era su lucha, porque él me consideraba como uno más de sus hermanos. Ahora, mi futuro triunfo, también sería el triunfo de mi amigo del alma. Mi fingido desinterés se había convertido en un desafío que no me dejaba respirar, por la excitación, cuando nos detuvimos ante la puerta principal del teatro. Descendimos lentamente del auto. Nuestra presencia llamó la atención de toda la gente que estaba en el lugar. Los ojos curiosos nos recorrieron de pies a cabeza, atraídos por mi vestimenta sencilla. Yo sujeté el sombrero en mi mano derecha y avancé con pasos seguros. Atravesamos el salón de recibo, exquisitamente decorado. El lujo ponía la nota del buen gusto en cada cosa. El confort era extremo. El corazón golpeaba fuertemente contra mi pecho y, en aquel momento, me sentí un caballista lleno de positivismo. Los jeans viejos que antes eran mi vergüenza, ahora se habían convertido en mi orgullo, ante los niños lindos, vestidos de smoking como unos pingüinos, que miraban fingiendo no interesarse en mi apariencia.

Natalia estaba ahí. Sentí que algo se me desprendió en el pecho y mi corazón empezó a galopar como un caballo desbocado. Estaba vestida de negro, era una linda chica de unos dieciocho años de edad. Una rubia platinada que parecía caída del cielo. Charlaba alegremente con unos amigos, con una dulce voz de niña mimada y ésa tenía que ser mi mujer. Resultaba difícil que existiera otra igual. Al ver a Jaime ella caminó hacia nosotros saludándonos amablemente.

- Hola, muchachos... ¿Cómo han estado?... ¿Porqué se demoraron tanto para venir? - preguntó como si realmente nos hubiera estado esperando.

- Estábamos muy ocupados, pero hay que darle gracias a Dios que ya estamos aquí - dijo Jaime, con gran seguridad - Mira, te presento al caballista, del que tanto te he hablado.

- Gracias, yo, de todas formas, ya lo conocía, porque con todas esas historias emocionantes que me has contado de él, desde hace tiempo he querido que sea mi novio - afirmó espontáneamente. Aquello me dejó perplejo. Mi genial amigo había allanado el camino, con no sé qué cuentos que habían interesado la hermosa modelo.

- ¿Me hacen el favor y me acompañan, un momento, a los camerinos? - Nos imploró, reflejando una gran humildad en sus palabras. Un gesto seguramente desacostumbrado en ella.

- ¡Claro! ¡Vamos! - dijimos los dos, aceptando gustosos la invitación. Ella se acercó hasta mí y, tomándome de la mano, me dijo en secreto al oído:

- Yo también amo los caballos, con todo el corazón, y a los caballistas también.

Yo sonreí lleno de alegría. Caminamos por el pasillo tomados de la mano. Jaime caminaba a nuestro lado, sin sorprenderse de lo que pasaba. Llegamos al lugar donde reposaba la ropa que, en unos minutos, ella tendría que modelar.

- Ven que te voy a mostrar una colección preciosa - me dijo, mirándome a los ojos. Jaime miraba a todos lados, como intentando pasar desapercibido. La inmensa habitación estaba desierta y los tocadores, con sus grandes espejos, eran testigos de lo que allí iba a suceder. Natalia llegó hasta el armario y lo abrió de par en par. Nos iba a mostrar los vestidos que llevaría en la pasarela esa noche. El primero era un elegante traje de noche, color rojo fiesta y bordado en pedrería y lentejuelas. El segundo que nos mostró era un vestido informal, de esos que utilizan las chicas en verano, confeccionado en licra. El vestido me pareció muy pequeño para cubrir aquel espectacular cuerpo y, entonces, le dije:

- Ese diminuto vestido se raja contigo - ella me miró intensamente, a los ojos, sin decir nada. Jaime, en silencio, ni siquiera respiraba -. Sí, mi amor, toda esa carne tuya no cabe en él. ¿No te parece qué es muy pequeño para ti? ¿Sería que te lo cambiaron por equivocación? - pregunté un poco nervioso, tratando de salir de mi indiscreción. Ella, todavía en silencio, me miró con una gran sonrisa que le iluminó el rostro de alegría, mientras soltaba el vestido del gancho que lo sujetaba.

- Me lo voy a medir, para que desde hoy empieces a desconfiar de las apariencias. ¿Me bajas el cierre por favor?... - Jaime me miró con los ojos desorbitados, como adivinando una catástrofe terrible. Con mano temblorosa baje la cremallera, mientras observaba la dorada piel de su delicada espalda, ella se dio media vuelta y, contemplando mi rostro, hizo deslizar su elegante vestido negro hasta el suelo, dejando escapar los senos que vibraron disfrutando de la libertad inmediata. El pobre Jaime y yo casi nos desmayamos. Pudimos apreciar aquellos senos perfectos, que desafiaban la gravedad. El vestido siguió su camino, dejando ver un suave tórax coronado por el ombligo más hermoso, que yo hubiera visto en mi vida. Los ojos de Natalia se clavaban con perversa naturalidad, sobre nuestros asombrados rostros. Sin pensarlo, estábamos allí, con la boca abierta, ante semejante espectáculo. El vestido quedó en el suelo rodeándole los tobillos. Sus ágiles manos deslizaron hacia abajo las medias veladas, descubriendo unas pequeñas pantaletas que se clavaban en su carne, formando el cuadro más delicioso que mis humanos ojos hubieran podido apreciar. Recogió las medias y el vestido y, dando media vuelta, los llevó al armario, mientras que Jaime y yo apreciábamos su firme y provocativa cadera. Estaba perfectamente bronceada y la suave piel de sus nalgas, provocaba un deseo casi incontrolable de morderlas. Se puso el diminuto vestido ceñido a su piel, forrándola en un gris metálico, que la hacía ver como una sirena plateada. Como una buena modelo, caminó hasta el extremo de la pieza, para que su escaso público pudiera apreciar su depurado estilo. Con una gran satisfacción en el rostro y con marcado orgullo, preguntó:

- ¿Qué tal me veo, niños lindos?... ¿Les gusta?...

Nosotros, pasmados ante aquel monumento, nos desgranamos en piropos y exclamaciones de admiración. Las otras modelos empezaron a llegar y ella, agradecida por nuestras palabras, dio por terminada la exhibición y después, sin dejarnos aterrizar del golpe, nos insinuó, amablemente, que si la podíamos esperar en el salón, mientras que ella se terminaba de organizar para el desfile.

Caminamos, los dos, con el corazón a punto de salírsenos por la boca.

- Pegaste duro, como un Fierro. Con ese sombrero de campesino y esos jeans viejos, has hecho, en diez segundos, lo que muchos hijos de papi, no han hecho con todo su dinero y sus autos, en toda su vida. Este susto hay que suavizarlo con un par de whiskys. ¿No te parece?... - interrogó mi amigo, mientras dirigía sus pasos apresurados hacia el bar. Aquélla fue la primera vez, en la vida, en la que el licor me supo delicioso. Aquel trago pasó por mi garganta, como una bola de fuego, despejándola del taco que no me dejaba respirar.

- ¿Tú crees que ella, se ha fijado en mí? - dije sin poder creer que todo eso fuera verdad. Había sido tan grande el impacto, que aún me sentía tonto.

- Claro, hombre. ¿No viste el orgullo con el que te paseó, por todo el salón, cogido de la mano?... Y recuerda que entrelazar los dedos, es como acercar los corazones. Ella estaba jugando a la princesa y al caballista rudo, que sabe domar potrancas. Todo el mundo se debe de haber quedado sorprendido, porque ella nunca había hecho eso con nadie. Tú, ni te imaginas, que para coger una mano de Natalia, se necesitan tres o cuatro meses de atenciones, brindándole regalos y charlas ingeniosas. No sé qué le ha pasado contigo. No sólo que te pasea cogido de la mano, sino que te muestra todos sus encantos antes de que pudieras abrir la boca.- Me decía, mi querido amigo, mientras que mi razón flotaba como en cámara lenta. Me sentí un poco raro con las palabras de admiración que balbuceaba Jaime, sin embargo, reconocí que todo era verdad.

- Lo único que te digo, querido amigo, es que esa mujer me ha dejado loco. ¡Desde hoy no podré vivir sin ella! - exclamé sin poder ocultar mi emoción. Empezamos a caminar por el teatro, sin un rumbo fijo. El lugar estaba atestado de gente. Mis sentidos volaban extasiados. Todo había sido decorado con mucha exquisitez. En las paredes reposaban, llenas de vida, algunas obras de Botero, Grau y otros pintores destacados. Cada rincón estaba adornado con mucho cuidado. El alfombrado purpúreo, realzaba la combinación de colores claros y barrocos en las paredes. Todo estaba en orden, todo era muy lindo.

- ¿Qué tal te pareció esa fea?... ¿Serías capaz de invitarla a una cabalgata?... - investigó, mi amigo querido, burlándose de la honda impresión que había causado Natalia en mi alma. Los dos estábamos asombrados. Mi lengua no atinaba a moverse y Jaime lanzaba preguntas sin cesar - ¿Qué te pareció la coquetería tranquila que se reflejó en su rostro, mientras nos dejaba apreciar todos sus encantos?... Ella es la combinación perfecta entre el deseo extremo y la pulcritud de una virgen. Natalia es un ángel de un carácter indefinible.

La voz metálica del animador interrumpió nuestra conversación sin que yo atinara a responder las preguntas que flotaban en el ambiente. Todas las modelos empezaron a desfilar por el escenario, envueltas en los trajes de fantasía que la gente vino a ver. La presencia de nuestra amiga iluminó el lugar. Natalia caminaba sobre el tablado de una forma especial, y aunque era más pequeña que todas las otras, sus pies volaban sobre la tarima con la soltura y la gracia de una bailarina profesional o con la fortaleza y el ritmo con el que camina una potranca de paso fino Colombiano. Con su mirada me buscó por todas partes y, aunque yo estaba un poco lejos, ella me dedicaba cada uno de sus orgullosos movimientos. Su cuerpo era perfecto. Cada una de sus curvas era un altar a la vida. Estábamos envueltos en la magia del evento. Todo era colorido y belleza.

Después de dos maravillosas horas de agitada emoción, el desfile terminó y la gente empezó a salir. Nosotros permanecimos sentados y, en silencio, esperamos el desenlace de aquella emocionante aventura. La voz del animador agradeció la asistencia de los presentes. "Natalia¡ es la más sublime de todas mis ambiciones. Ni “Resorte cuarto”, ni “Terremoto de Manizales”, ni "Profeta de Besilu" ni mi futuro criadero de caballos criollos de silla, ni nada, me interesa tanto como ella". Pensé completamente agitado.

Pasaron los minutos. El bullicio cesó. Los espectadores se marcharon para sus casas. En el teatro quedaba muy poca gente. Por fin, Natalia salió del camerino y se acercó hasta donde estábamos nosotros.

- ¡Hola! ¡Has estado maravillosa! - le dije sin poder contener la emoción.

- Gracias. ¿Me puedo sentar a vuestro lado? - preguntó, reflejando un poco de timidez en el fondo de su personalidad.

-Claro, preciosa, el teatro es todo tuyo para que descanses en la silla que desees. Claro que si es a mi lado, es mucho mejor - le dije mientras pasaba la mano por la butaca siguiente, tratando de limpiar el polvo imperceptible que la podía ensuciar. Su respiración también estaba agitada, se notaba un poco nerviosa.

- ¿Es verdad qué ustedes trabajan con caballos?... - preguntó, mostrando gran interés.

- Sí - contestó, Jaime -. En Colombia hemos desarrollado una raza de caballos única en el mundo...

- Oiga, Julio Fierro - me dijo ella, interrumpiendo la historia de iba a contar Jaime -, su amigo me prometió una potranca plateada en su nombre.

- Claro, mi reina, con toda seguridad, vas a tener la yegua platinada más divina de Colombia.

- ¿Y qué está haciendo un caballista metido en la universidad de Antioquia?... -dijo la hermosa modelo con su voz de niña mimada-        No se supone que deberías estar en la finca cuidando mis intereses.

- Lo que pasa es que, después de haber terminado el bachillerato en mi pueblo, me tocó decidir entre adiestrar caballos baratos por el resto de mis días, o emigrar a la ciudad para aprender cosas nuevas. Al fin me decidí por estudiar en una ciudad tan linda como ésta, donde uno no acaba de maravillarse - expliqué, mirándola coquetamente de los pies a la cabeza -. Aunque soy un estudiante de química, no puedo borrar el legado de mis abuelos, que han amado los caballos y el monte por toda la eternidad. Ahora soy la combinación entre el campesino que siempre amó los caballos, y el estudiante que tenía que venir a conocerte.

- Yo creo que eso es parte de nuestro destino - admitió tranquila -, de todas maneras me parece genial que hayas venido porque, desde que Jaime me habló de ti, no he podido dormir anhelando conocer a mi alma gemela.

- Eso sí es bonito - dijo mi amigo, levantándose de su silla -. Ahora me disculpan un momento, porque tengo que buscar a un señor que piensa invertir en nuestro negocio. Con su permiso. Dentro de unos minutos regreso.

Mi mejor amigo y, al mismo tiempo, mi ángel guardián, se alejó y nosotros, por primera vez, estábamos solos. Permanecimos unos segundos en silencio, luego, con la voz entrecortada por la agitación, empecé a decir:

- Desde que yo era un niño, todos los días soñaba con conocer a una mujer alegre, moderna, inteligente, bonita y con mucha dulzura en su corazón. En alguna parte del mundo tenía que existir una niña con el cabello rubio brillante, como un rayo de sol, con modales de princesa y la boca rojita como una fresa. Su rostro de piel inmaculada, sólo sería comparable con la suavidad de los lirios en el monte... Natalia, tú eres esa niña con la que siempre soñé... Nunca me imaginé que fueras una mujer tan dulce, tan amable y tan especial. Hermosa princesa con boca de fresa, ojala que nunca cambies tu forma de ser, porque yo quiero ser tu amigo por siempre. Para poder disfrutar de esos sentimientos nobles y maravillosos, que yo sé que se albergan en tu corazón y que brotan con cada una de tus palabras, para poder contemplar a la grandiosa modelo en la que te vas a convertir hasta que me llegue la muerte. Natalia, aunque hace muy poco que te distingo, yo confió en ti, plenamente, y sé que tu gran inteligencia te llevará a ser una mujer muy feliz... ¿Sabes qué niña linda?... Yo amo tu dulzura, yo amo tu feminidad, yo amo la delicadeza que brota de tu corazón, yo amo tu locura juvenil que deja caer vestidos, yo amo tu dulce voz y yo amo tus sentimientos sinceros, porque tú eres la mujer más espectacular del mundo. Estás preciosa y nunca te voy a dejar de querer... Dentro de ti hay una mujer inmensa, a la que quiero tener a mi lado por toda la eternidad. Me gustas desde siempre y si me das una oportunidad, algún día, tomados de la mano bajo el son de una romántica ranchera, en la plaza de Garibaldi en Méjico, te explicaré lo que es el amor eterno. - le dije con el corazón a punto de salírseme por la boca.

- ¿Qué significa lo último que dijiste? - preguntó intrigada por mi forma de hablar. Yo me sentí un poco cohibido, ante la disimulada propuesta de matrimonio y le di un pequeño rodeo al tema para no ir muy de prisa.

- Tú eres una mujer muy linda, tienes una buena profesión y, en general, has tenido mucha suerte… ¿Qué te gustaría cambiar de ti? - pregunté, pensando únicamente en lo físico.

- Me gustaría tener una familia propia y muy numerosa, porque me siento muy sola. Me hubiera gustado tener muchas hermanastras y hermanastros, porque mi padre murió cuando yo estaba muy pequeña. - Aquella respuesta me cogió de sorpresa, en ningún momento quise meterme en sus cosas sentimentales y privadas -. Yo, materialmente, no necesito nada, porque lo único que le hace falta a mi vida es un hogar - repitió, mirándome a los ojos. Yo me quedé petrificado, sin saber qué decir. En mi cabeza nació una idea y aunque parecía muy atrevida al fin la solté:

- Natalia, si tú quieres nos casamos. No sería tan difícil, tú trabajas y yo haría lo mismo. - El ambiente se llenó de música. Por los altoparlantes sonó una melodía clásica. Las cosas geniales Dios siempre las enmarca con un toque de elegancia.

- ¿Sabes cómo se llama esa melodía? - preguntó, poniéndole especial atención a la canción. Yo me quedé callado. En esos momentos en lo único que pensaba era en, ¿cómo sería mi vida a su lado?... ¿Si no tengo con qué comprar un vestido, cómo voy a comprar un caballo que vale tres millones de dólares y cómo me voy a casar con este ángel?... Pensé mientras ella escuchaba la deliciosa canción -. Se llama claro de luna. Yo todos los días escucho jazz y música clásica, me gustan Mozart, Beethoven, Chopin y Johann Sebastián Bach. Esta música clásica es muy especial, ¿no te parece?...

- Sí, es muy linda, especialmente en conciertos, cuando el sonido penetra hasta tu alma. ¿Cómo empezaste a interesarte en ella? - investigué intrigado por aquel gusto tan raro, en una dama tan joven.

- Yo creo que en una de mis vidas anteriores fui una artista, a la que también le encantaba la pintura porque yo, sin acudir a ningún taller de pintores, domino todas las técnicas de un óleo que práctico muy a menudo... Ante mis ojos se revelan cosas de la vida que yo, desde antes, ya comprendía. Nosotros vivimos en una dimensión y yo sé que, en otra de las dimensiones vividas, fui una mujer adinerada - dijo tratando de explicarme y de explicarse.
Yo, en mi corta vida, había charlado con muchas mujeres, pero Natalia sí era una verdadera sorpresa. Quién se iba a imaginar que detrás de aquella niña linda, con voz delicada, se escondían gustos tan extraños.

- Entonces… ¿Tú crees que dentro de ti, hay una diosa que cada día es más perfecta? - pregunté tratando de medir su pensamiento.

- Puede ser - dijo como dudando un poco.

- Yo te voy a decir una cosa hoy, y espero que nunca se te olvide. Tú eres una diosa. Tú eres la dueña del destino. Nada existirá en la vida, si no haces el esfuerzo de pensarlo y de soñarlo para que tu mente lo cree. El día que no te gusten los desfiles de moda, el día en que no ames los caballos de paso fino Colombiano, el día que no quieras estudiar, el día que no quieras ser una brillante estrella, el día que no aprecies la diferencia entre un rancho de madera y una casa de mármol, el día en que no te quieras casar con un famoso caballista, ese día será el principio de tu muerte - expliqué, tratando de hacerle comprender cómo se construye el castillo del destino -. La culpable del color de tu piel, de la hermosura de tu cabello dorado y de todo lo que reflejas ante el mundo, es tu mente; porque ella es la que te ha creado ahí, en el centro mismo de la razón... Como en las películas, todos vamos a interpretar el papel que tú quieras, para que seas inmensamente feliz. - Guardé silencio esperando su objeción. Ella se quedó pensativa y luego de meditarlo durante varios minutos, dijo:

- Si es así, yo quiero que tú seas mi rey, yo quiero que tu papel sea el de cuidarme y protegerme por toda la eternidad. Siempre me sentí asustada ante la inmensidad del universo. Dentro de mí faltaba un poco de fuerza para vivir tranquila y desde que te observe, sentí toda la energía que emana de tu cuerpo y esa energía es, precisamente, la que yo necesito...

¡Cómo!... Ahora yo era un eslabón en la cadena de su destino. La partida estaba ganada. Ante sus ojos todo era demasiado espectacular. Ella sólo quería las comodidades que mis brazos le podían brindar. No sé hasta qué punto pude lograr un hechizo, tampoco pude calcular el grado de amabilidad que encerraba su corazón. Lo que sí puedo decir, es que la impresioné y la conquisté.

Jaime llegó hasta nuestro lado y, de no muy buena gana, empezó a decir:

- Natalia, el organizador te está esperando para la rueda de prensa y el cóctel de despedida.

Ella se quedó inmóvil. Me miró en silencio por unos segundos, luego se agachó y me besó en la boca, sin darme tiempo a reaccionar.

- Desde que era una niña siempre soñé con un hombre como tú, montado en un caballo moro más suave que un “BMW” y no vayas a pensar que eres parte de mi destino, yo soy parte del tuyo. Espero que nos volvamos a ver y espero que cuides bien a mi potranca platinada... Hasta luego y gracias. Cuídense mucho y recuerden que yo también amo con todo el corazón a los caballos de paso fino colombiano. - Después de decir esas palabras, se alejó en busca del grupo que la esperaba. Nosotros guardamos silencio. Permanecimos allí sentados largo rato. Estábamos ebrios de felicidad. Aquel triunfo era el triunfo de dos hermanos, que gozábamos de los desafíos de una vida deliciosa. Todo el mundo desapareció de la escena. Jaime y yo abandonamos el silencioso teatro, convencidos de que nuestros pensamientos eran fuente inagotable de triunfos y cosas bellas. Todo había llegado de repente. Era el logro más grande que yo había tenido, aún sin estar preparado. Mi querido amigo estaba feliz por mí. El sentimiento morboso, con el que todos los “celestinos” sueñan, estallaba dentro de su corazón, ante el camino claro que él había abierto para mí.

En la puerta del teatro nos detuvimos hechizados por la magia del éxito compartido.

- Espero que hayas aprovechado el tiempo - Manifestó Jaime muy animado -. Con la poca experiencia que tengo sobre mujeres, me he dado cuenta de que en los primeros encuentros, con la persona que a uno le gusta, hay que preguntarle muchas cosas sobre su vida para que le parezca una cita interesante.

- Sinceramente, casi no hablé de nada - confesé, avergonzado ante mi confidente amigo -. Se supone que yo soy el rey de la espontaneidad y de la firmeza en la palabra, sin embargo, hoy todo ha fallado conmigo. Cuando ella estuvo a mi lado, el corazón se desbocó en una veloz carrera, la voz se quebraba por culpa de mi nerviosismo y no fui capaz de hablar nada interesante. Quería decirle tantas cosas y en ese momento no se me ocurrió ninguna.

- Tranquilo. Esas cosas le suceden a todos los hombres, cuando están ante una mujer especial - dijo mi amigo, tratando de consolarme -.Y no vayas a pensar que es la última vez que te vas a sentir impotente ante ella. Natalia no es una mujer común y corriente. Dentro de ella se desarrolla una mezcla explosiva que, para los fanáticos de la tradición, puede resultar peligrosa. En su interior se funden la mujer ardiente y deseosa de caricias, con la niña dulce y buena que su madre educó bajo el ojo previsor de las hermanas de María Auxiliadora, en el colegio "San José de las vegas", para casarse y tener hermosos hijos. Esa lucha interior la lleva a comportarse de una forma atrevida. ¿Te parece poco lo que hizo en el camerino con nosotros?... Ella es una potranca muy joven y muy atrevida. Por favor, no te agites de esa manera y recuerda que los hombres que se dejan confundir por sus encantos, sólo atinan a respirar el perfume encantador que brinda su amistad.

- No te preocupes - dije, tratando de disolver la idea que, posiblemente, surcaba por la cabeza de mi amigo -, tú debes de estar pensando que yo me estoy muriendo por esa hermosa modelo. No, tampoco.

- No es necesario, para un hombre común y corriente, pasarse la vida estudiando el género femenino, para poder descubrir el máximo punto en la nota de sus encantos. También estoy seguro de que ella y los caballos, te pueden dar mucho amor o mucho dolor. Así que, desde este momento, vamos a tratar de calmar un poco los ánimos - aconsejó, mi amigo, fingiendo una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir -. ¿La miraste revolotear entre sus compañeras y amigos?... Sin lugar a dudas, ella es el centro de atracción de toda la gente. Se deslizaba por el salón creyéndose una princesa. Charlaba con los chicos, acercándoseles demasiado y permitiéndose coqueterías que los llenara de deseos. ¿No crees que sea conveniente, pensar las cosas con cabeza fría?

- Jaime, tampoco podemos ser tan cismáticos - protesté ante las bobadas de mi amigo -. Ella es una chica moderna y nada más. Tiene una figura perfecta, que hace pensar en las diosas griegas atrapadas en el inmaculado mármol de Miguel Ángel. La única diferencia que tiene con esas esculturas, es la vida y su cabellera dorada, que cae como una cascada, reflejando sus más brillantes sueños. ¿La miraste? - pregunté todavía pensativo - Cada una de sus líneas emanaba tanta naturalidad y tanta belleza que, más que una mujer, aquella preciosa chiquilla parecía una potranca de paso fino Colombiano.

Salí del teatro con una agitación en todo mi cuerpo. Su imagen se había metido en mi sangre, haciendo vibrar hasta la última molécula de mi organismo. Una violenta pasión abrasó mi corazón desde el instante en que, con todo su atrevimiento, nos dejó apreciar cada milímetro de su cuerpo desnudo. Desde ese momento, la vida no sería la misma para mí. Su piel suave y delicada me obligaba a pensar en las fiebres de inspiración, que inflamaban las musas en los grandes maestros de la escultura. Hoy imagino la emoción que debe producir cada golpe en el mármol virgen, cuando un artista le quiere arrancar a la eternidad una mujer como la que yo había tenido ante mí, en carne y hueso. Pasión sólo comparable con la emoción que debió producir el famoso caballo que se llamó “Don Danilo”, con cada paso que daba en sus grandes campeonatos.

- Tendrá que ser mía - le confesé a mi amigo, enardecido -. No importa que la mitad del mundo se reviente... Puede ser la niña consentida de la mamá, puede tener la voz más angelical del mundo, puede ser de cristal y estar forrada en oro, pero estas manos de caballista romántico, explorarán sus encantos hasta el final del tiempo, así me toque cristalizar a la mitad del amazonas y del Guaviare.

Estuvimos conversando largo rato, después, Jaime se subió en un taxi y se marchó. Yo caminé por el centro de la ciudad, disfrutando el colorido de una noche madura en luces de neón. Las tabernas dejaban escapar el vaho dulzón de la cerveza, envuelto en las melodías suaves que alegraban mi sencillo corazón. Todo el camino, entre el teatro y mi habitación, me fui cantando. Pedazos de viejas rancheras volaban de mi boca, reviviendo el romanticismo que heredé de mi padre y de mis tíos. Ellos siempre cantaban cuando estaban felices, porque el amor es un manantial que brinca alegre, de roca en roca, salpicándolo todo de efusividad y de felicidad. Por todo el camino me fui cantando en voz alta:

- ¡Hoy soy feliz porque el amor ha vuelto a mí... ha, ha, ha, ha, ha, ha. -Todo mi ser se desgranaba en una carcajada de felicidad incontrolable. - ¿Cómo ha podido ser? - me fui gritando lleno de felicidad -... Dios me ha premiado, poniéndome por delante a esa hermosa criatura. ¿Qué sentirían los niños lindos cuando ella me cogió del brazo, confiada de tener toda mi hombría a su disposición?... La libertad que me brindó el estar vestido de una forma sencilla, hizo trizas a los mequetrefes bien vestidos que no pudieron conquistarla con sus varoniles sonrisas ensayadas ante el espejo. Natalia, tú serás mía - grité nuevamente, al llegar a un parque cercano a mi hogar, luego murmuré para mí mismo:


- Mi amor, tú eres el gran sueño que siempre estuve esperando.

Cuando llegué a la pieza del inquilinato donde vivía. La dueña de la casa y Paloma, su adolescente hija, estaban despiertas y se quedaron mirando sorprendidas por la alegría que se reflejaba en mi rostro. Las saludé con amabilidad, entre a mi cuarto, me paré ante las fotografías de “Terremoto de Manizales”, de “cónsul segundo”, de “Maracanazo”, de “Capuchino del ocho”, de “Cortesano”, de “Vitral”, de “Contrapunto”, de “Bochica” y les conté a esos nobles ejemplares, que había conocido a la mujer de mis sueños. El contacto de sus labios húmedos en mi boca y la cercanía de su hermoso cuello, llenaron mi nariz y mi cerebro de su delicada fragancia, que continuaba dentro de mí. Es de esta manera que nacen los grandes amores. Bendije a Dios por la comodidad de mi pequeño hogar, lleno de humildad y dulzura. Pensé en mi madre, en mi patria, en “Profeta de Besilu”, en los viejos jeans y en las pequeñas cosas que me habían mantenido vivo hasta este día feliz. Elevé una oración de agradecimiento a la santísima virgen y a Dios, por brindarme tantas cosas buenas. Me acosté temblando de emoción, sin poder controlar el sentimiento que me despertó el paisaje de su cuerpo. Medio dormido me daba la impresión de que había quedado embrujado, con el brillo estelar de unos ojos que me enseñaron lo que es la profundidad absoluta. La inmensidad de sus caderas me despertaba un inmenso deseo de poseerla y tenerla. Ella era tan natural como una orquídea salvaje. Desde esa noche nunca podría dormir tranquilo, si ella no estaba a mi lado.

- ¡Oh, Dios!... ¿Por qué tanta intensidad en las experiencias de mi vida?... Yo debería asimilar las cosas con más calma, de la misma manera que lo hace la otra gente. ¿O será qué todos sienten lo mismo que yo, y no se atreven a manifestarlo?... - me dije un poco angustiado.

En medio de mi emoción, hablaba en voz alta como si ella estuviera presente y, sin importarme nada, gritaba:

- ¡Natalia!... De todas maneras, lo que estoy sintiendo desde que te conocí, es fenomenal! ¡No puedo dejar de pensar en ti, porque eres increíble...

Y seguía diciendo:

- Queridos antepasados, yo sé que los pobres hombres de nuestra familia, siempre soñaron con tener una mujer realmente hermosa. Yo lo he logrado y se los cuento para que duerman felices. Ella es divina. Su hermosa cabellera la envuelve en el salvajismo de una diosa encantada, mientras el púrpura y el nácar de su atractiva boca, prometen las delicias de una golosina soñada. La dueña de todos estos encantos se llama Natalia, aunque no debería llamarse así, porque Natalia es el nombre de una flor muy frágil. Su nombre podría haber sido luna. Una luna con la fortaleza de dos piernas como las suyas, en el desafío eterno de sus caderas contra la gravedad. Una luna con estrecheces sensuales como su cintura, y con colinas perfectas apuntando sus vértices a la inmensidad. Sí, ése debería ser su nombre, un nombre tan luminoso y tan suave como su piel y su andar.

Julio fierro se cansó, la botella se acabó y el cansancio nos venció.

La historia que dejó ciego a nuestro amigo, seguramente iba a continuar al otro día.

El caballista guardó silencio con la botella vacía en sus manos, y con el corazón estremecido por el amor verdadero.

Yo mire el reloj y eran las doce de la noche. Los tres estábamos muy cansados, después de la agotadora jornada y del impresionante relato y, entonces, les propuse.

- Vamos a dormir, que mañana es otro día para que nos sigas contando la maravillosa historia de tu vida.

Nos acostamos en humildes camas y, por la noche, sentí que un ratón corrió por encima de mi humanidad, pero estaba tan cansado que lo ignoré.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO TRES

 

Al otro día me levanté como a las nueve de la mañana. Los campesinos madrugaban demasiado y José Antonio estuvo haciendo ruido en la cocina, desde las cinco de la mañana. Tenía una sed terrible debido a los whiskys que ingerí sin estar acostumbrado y, cuando fui hasta la cocina en busca de un poco de liquido para hidratar mi cuerpo...

- Buenos días, amigo, ¿Cómo amaneció?... - me dijo el caballista ciego, que estaba sentado en una humilde banqueta al lado del sucio fogón.

- Muy bien, gracias. Quedé fascinado con la hermosa historia que nos estuvo relatando anoche.

- ¿Le gustó el principio de la historia de mi vida?...

- Claro, hombre. ¿Cómo no me iba a gustar? - dije visiblemente entusiasmado.

- Bueno. Sirva una taza de café caliente y agarre un pedazo de pan, y un poco de esa carne asada que debe de estar por ahí, al lado del fogón, que, mientras va desayunando, yo le voy contando lo que hice a los pocos días, después de la primera cita... Habían pasado como tres o cuatro días después del desfile de modas y no había vuelto a tener noticias de Natalia... El cielo, con su azul profundo, estaba más lindo que nunca. La majestuosa escultura de la pileta central de la Universidad de Antioquia se alzaba imponente con sus nueve metros de altura... Un hombre y una mujer trenzados en el esfuerzo de alcanzar las estrellas, era el símbolo de nuestra querida Alma Mater. Todos los estudiantes de aquel claustro, no podíamos dejar de admirar la hermosura de su parque central. Los chorros de agua a presión se alzaban como proyectiles, estallando contra aquellos cuerpos y convirtiéndose en pequeños cristales de colores, que el viento arrastraba hasta el rostro de los que por allí transitaban, llenándolos del placer refrescante de la suave escarcha. Yo, sentado en el borde de la piscina que se formaba con la gran cantidad de agua que caía, miraba queriendo absorber toda la poesía de aquel arco iris tan cercano. De repente, todo aquello desapareció en la oscuridad, unas manos delicadas cubrieron mis ojos, sujetándome desde atrás. La sonrisa más deliciosa del universo se escapaba de la perfumada mujer que me hacía la broma. Yo, sin decir ni una palabra, me dediqué a palpar las delicadas manos que me habían aislado de la luz.

- ¡Hola! - dijo, liberándome y ofreciéndome la fantasía de su rostro perfecto - ¿Tú eres el que me invitó a escuchar rancheras en la plaza de Garibaldi y tú eres el que me va a regalar una potranca platinada que sea más suave que un Ferrari?

- Claro, mi amor, yo soy - contesté asombrado por la increíble belleza de mi amada.

- ¿Esperas a alguien? - me preguntó como distraída.

- No. En las tardes calurosas vengo hasta este lugar. El viento trae el rocío de la pileta, llenándome de frescura y eso me hace sentir bien. ¿Qué es ese milagro de venir hasta aquí? - le pregunté emocionado.

- Iba para la biblioteca y te vi tan solo que me pareció muy curioso... Sabes, de ti me han parecido muchas cosas interesantes como, por ejemplo, la tarde del desfile de modas al que acudiste con Jaime, estabas completamente distinto a todos, me sorprendió la forma en que caminabas, parecías un caballista salido de una película del oeste. Me miraste con la seguridad de un gánster y eso me hizo temblar hasta el alma. Me gustan los gánster que se arriesgan y me gustó mucho tu “cola” con esos jeans apretados y la fuerza de tus brazos, que son los precisos para que me amanses como a tus potrancas. - dijo tranquilamente, luego se quedó mirándome a los ojos, como tratando de adivinar el efecto de sus palabras.

- Primera vez, en la vida, que me dicen cosas tan bonitas- murmuré con los ojos brillantes de alegría - ¿Qué tienes para hacer en este resto de día?

- Nada. ¿Por qué? - preguntó, posando sus hermosos ojos sobre mi rostro. Aquella respuesta corta, abrió el panorama de la que iba a ser la tarde más feliz de mi vida. Salté ágilmente de la plataforma en la que estaba sentado y cogiéndola de la mano le dije:

- Ven que te voy a mostrar el lugar más hermoso de esta universidad - Atravesamos el patio en busca de los pasillos. La luminosidad del campo abierto quedó atrás, recorrimos los desiertos corredores sin pronunciar palabra. Estábamos embelesados sintiendo el calor de nuestras manos entrelazadas. Nuestros corazones galopaban a la velocidad de un amor ardiente. "Gracias, Dios mío, por permitir que este bombón se fijé en mí." Pensaba yo durante el corto trayecto. Avanzamos los últimos ochenta metros casi corriendo. Ante nosotros se abrió el esplendor del teatro al aire libre. En una combinación perfecta, los jardines llenaban de sombras caprichosas el semicírculo de escalas grises donde la gente se sentaba en los conciertos. Ahora todo estaba desierto, enmarcando con grandiosidad nuestro amor recién nacido. Ella me miró con los ojos abiertos por la admiración y, sin poder aguantarlo, nos fundimos en un abrazo desesperado. Nuestros corazones dejaron escapar la alegría de pertenecernos y, con las bocas, nos buscamos con violencia, para sentir el sabor dulce de un amor tan suave como el contacto de sus nacarados dientes. Aquella tarde nos abrazamos y nos besamos con el deseo inmenso de una entrega total, que ninguno de los dos se atrevió a mencionar, por el respeto que nos guardábamos. El tiempo se detuvo ante nosotros y, por primera vez, estábamos siendo inmortales. Nos besamos toda la tarde, absorbiendo la dulzura de nuestros cuerpos. Todo fue maravilloso e intenso. Desde el primer momento en que la vi, sentí un gran vacío en el pecho. Era una extraña sensación que me obligaba a estar pensando en ella en todo momento. Necesitaba su presencia y mis brazos la estrechaban para curar la ansiedad de mi amor desesperado. Nos acariciamos con la delicia de una pasión pura y ardiente. El tiempo volaba y nosotros, sin percibir la continuidad de la existencia, nos dejamos sumergir en las cristalinas aguas de una tarde romántica. Arrullado por el bullicio de las chicharras cantadoras, el sol se ocultó y dio paso al baile mágico de las sombras que nos trajeron la paz absoluta. El derroche de energía agotó un poco nuestras fuerzas, dándonos la oportunidad de reflejarnos en una contemplación poética de nosotros mismos. Ese día pude llegar a la definición clara de nuestro sentimiento: el amor es la combinación perfecta entre la admiración, el deseo y el respeto absoluto.

La noche, con los rayos blancos y azules que le enviaron coquetamente las estrellas, tejió un manto sobre nosotros, haciéndonos caer en la cuenta de que en el mundo de los dioses, todavía éramos mortales. La responsabilidad con su familia y con el orden establecido por las costumbres sanas, nos obligó a separarnos.

No me di cuenta de la grandiosidad de nuestro amor, hasta que ella se subió al taxi y cayó sobre mí el desconsuelo de tener que esperar una noche y varias horas más para volver a contemplarla.
"
¡Oh Dios mío!, ¿Y si no la vuelvo a ver?” Pensé, sintiendo un desprendimiento, terrible, de algo que se me rasgó dentro del pecho... El vehículo se perdió a lo lejos, pero en mi mano reposaba un papelito que garantizaba la continuidad de nuestra amistad. En ese papel estaba anotado su número telefónico, con una dedicatoria exagerada que me hacía sentir como un Dios:


"Para el caballista más lindo del mundo, con amor, de Natalia".


Lo único que me tranquilizaba era el convencimiento, esperanzado, de mi buena suerte... Con alegría profunda, dirigí mis pasos al humilde cuchitril que me protegía de las adversidades. Ahora, últimamente, me estaba pareciendo acogedor y hermoso. Cuando llegué me senté y le escribí un original carta.

 

Natalia

Desde que yo era un niño

Sentí gran curiosidad

Por las lindas sirenitas

Que cantaban en el mar

Sus cabelleras hermosas

Y sus cuerpos de escultura

Hacían temblar mi alma

Deseando su hermosura

Pensé que eran un sueño

Que alguien se inventó

Y casi se estalla mi alma

Cuando una se apareció

Tenía cara de ángel

Y modales de princesa

Era linda y orgullosa

Tenía clase y nobleza

Alguien me la presentó

Y yo me quedé pasmado

A ella sólo le faltaba

La colita de pescado

Mi corazón agitado

No dejaba de brincar

Ahí estaba mi sueño

La que yo quería amar

Yo me fui para mi casa

Sin poderla olvidar

Día a día, fui pensando

¿Cómo la voy a pescar?

Inventé una red de colores

Con hilos de mucho amor

Especial para ilusiones

Que tengan un gran valor

Para una chica especial

Un plan espectacular

Que lleve hasta el final

Un amor que es inmortal

Le dije cosas bonitas

Después le regalé flores

Le compuse una canción

Que relata mis amores

Le voy a contar al mundo

Lo lindo y maravilloso

Que es amar a la gran Natalia

Hasta el fin y sin reposo

Le escribiré una carta

Con estilo singular

Para que ella se entere

Cuánto la pueden amar

No le contaré el final

De esta estrategia dorada

Que se la brindó un dios

Para que quede asombrada

Lo único que te puedo decir es que, al final de este cuento, te estará esperando un gigante de canela, púrpura y nácar, que te amará hasta que tengas cien años.

Julio.

 

Dejé que pasaran otros cuatro días pero, al quinto día, la llamé por teléfono y concerté una cita. Toda la mañana estuve corriendo de un lado para otro. Hice de todo y en nada me pude concentrar. Ordenar un apartamento es cosa de mujeres y de titanes, pero al fin lo logré antes de salir. Preparar un desayuno y un almuerzo, quita más tiempo que la preparación de un viaje interplanetario. Ahora que vivo solo y atareado, me doy cuenta de la labor magnifica y silenciosa que desempeñan nuestras madres. El trabajo doméstico es la profesión más desagradecida y aburrida que el hombre se haya podido inventar.

Estaba en el centro de Medellín y ya faltaba poco para que llegara mi novia. En cuestiones de amor me sentía un Cupido profesional y era aterrador el nerviosismo que me invadía en esos momentos. Me puse la mano en el pecho y sentí mi corazón enloquecido, como si quisiera reventarse. Era increíble que el amor naciera dentro de él.

. Las escalas del edificio de “Coltejer” son muy concurridas, por ahí pasan miles de personas. Estaba en todo el corazón de la ciudad. Ese lugar es imponente y asombrosamente lindo. Las columnas grises que sostienen el edificio, se levantan como enormes paralelas, semejando las costillas de un animal prehistórico. - Me explicaba el caballista ciego como si yo no conociera el lugar. - Estaba sentado en un punto estratégico, en la mitad de las escalas. Desde allí dominaba el paisaje. La podía observar cuando ella atravesara la plazoleta y llegara hasta el pie de la escalera mecánica.

Qué buen detalle tuvo Jaime conmigo... Por la mañana llegó hasta mi casa, para llevarme un pantalón de jeans y una camisa ombliguera de color blanco y me dijo:

- Estuve mirando "Salsa", una película en la que el protagonista es idéntico a ti. Aquel chico es un relajado, que ahora está dedicado al mundo de la música y, él, acude a las entrevistas y a los conciertos más importantes vestido con un pantalón y una camisa parecidos a estos que te compré. No pensabas acudir a la cita de hoy, con el mismo jeans desteñido, ¿O sí?...

Acepté la ropa que me ofrecía mi amigo, con la condición de pagarle lo más pronto posible la cantidad de dinero que le costó. Esa ropa me dio una nueva apariencia que me llenó de energía. Mi situación económica era desesperada. Tenía sólo treinta y ocho mil pesos en el bolsillo. Treinta mil eran para pagar el arriendo del cuarto el próximo mes y con los otros ocho tenía que comer, divertirme y pagar pasajes. Pero no importaba. Lo único que interesaba era que Natalia debía de estar allí, en los próximos tres minutos. Si es que llegaba cumplida. El reloj avanzaba. Ese lugar era un punto de encuentro. Las gentes esperaban con impaciencia, se paseaban y luego se iban. Los enamorados se encontraban, se daban un beso y luego se perdían en el futuro incierto. Yo estaba esperando la única mujer que me había interesado en la vida. No me imaginaba cómo iba a ser el encuentro. Hacía cinco días que no nos veíamos. La iba a tomar en mis brazos y en un giro de ciento ochenta grados, sabría lo que era un beso en el aire. Estuve un poco alejado de ella por estrategia. A las chicas les gustan las cosas difíciles. Yo había sido un chico difícil en esos días, aunque me moría por verla. Ya era la hora.


-¿Será qué se le olvidó la cita?... - me pregunté nervioso - No. No podía ser que se le hubiera olvidado un compromiso tan importante.
Yo, en las últimas diecisiete horas, no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuera en ese reencuentro.


-¿Será qué no quiso venir?... - pensé nuevamente.


Nooooo. Tenía que estar tranquilo, porque, si me serenaba, en cualquier momento debía aparecer.

Era ella. Estaba preciosa. Era un ángel... Me miraba con intensidad, se quedó inmóvil esperándome y yo descendí a toda prisa, tropecé y casi me voy de bruces. Llegué hasta su lado y me sumergí en la delicia de su perfume.

- Discúlpame por llegar tarde, había un tráfico muy grande -. Me dijo.

- Tranquila, esas cosas siempre suceden - respondí por reflejo. Estaba al frente de ella y no sabía qué decir, me quedé pasmado, las palabras no fluían. El abrazo y el beso de película los cubrí con el miedo que empezaba a invadirme. No me atreví a nada, permanecí en silencio.

- ¿Qué has hecho? - me preguntó con tranquilidad.

- Nada - respondí con el cerebro completamente en blanco. -. ¿Nos vamos? - propuse y empecé a caminar lentamente.


Ella caminaba a mi lado. Estaba preciosa. Todos los hombres la observan con admiración. Estaba radiante. Era una estrella. El corazón me golpeaba con fuerza.
- ¿A qué sitio deseas ir? - pregunté para darle la opción de escoger.

- Al que tú elijas está bien - contestó, dejándolo todo a mi gusto.

- Te voy a invitar a una parte muy oscura y llena de sorpresas - le dije, poniéndole acento macabro a mis palabras -. Ese lugar se llama “La cueva del diablo”. Es delicioso, pero las personas que entran allí, después no serán lo mismo. ¿No te da miedo?

- No, si voy contigo estoy bien - argumentó desarmando mi broma.

- Pero qué valiente es mi linda princesa - exclamé asombrado ante su confianza - Tranquila. El sitio es espectacular. No se ve nada, pero la música es muy romántica y el ambiente es atractivo - expliqué tratando de suavizar la impresión desagradable, que le pudo causar la prueba de confianza que le puse. En verdad, si la mamá hubiera sabido a dónde íbamos, no lo hubiera aprobado de inmediato, pero nosotros estábamos jóvenes y la tentación era demasiado grande. Por su forma de vestir, ella lo había preparado todo para mi funeral. Tenía una chaqueta de cuero llena de ramales como los vestidos de los indios. Debajo de la chaqueta una camisa verde se ceñía a su cuerpo, para enseñar un tórax perfecto como el de las bailarinas que hacen gimnasia. La minifalda que llevaba era impresionante, estaba confeccionada en jeans y rematada en una suave tela de algodón, que abría pliegues sobre su hermosa cadera, para llenar de ritmo el caminar de mi princesa. En el tobillo derecho llevaba una cadeneta llena de caballitos de oro, que brillaban sobre su piel dorada como para castigar mí gusto. Finalizaba su indumentaria con unos zapatos apaches sin medias. Dentro de mí, estallaba el deseo limpio y transparente que, hasta ese día, sólo me había despertado la india catalina en Cartagena. La escultural india me gustaba, Natalia me enloquecía. Llegamos al sitio. La tomé de la mano y entramos a la taberna. En verdad no se veía ni dónde pisábamos. Me quedé parado y en mi auxilio acudió un amable señor, con una linterna diminuta, que parecía un cigarrillo. Nos acompañó hasta una de las mesas, para dos, que había en el fondo.

- ¿Qué deseas tomar? - le pregunté a Natalia.


- Un ron con un cubo de hielo. Gracias.

- Entonces me haces el favor y me traes media botella de ron, un poquito de gaseosa y unos cuantos cubos de hielo. Gracias - dije, aprendiendo los modales de mi adorable compañera. El mesero se alejó y nosotros nos miramos en la oscuridad, que ya no era tan intensa como antes. Nos abrazamos y, sin esperar nada, nos fundimos en un beso sin control. Mis brazos rodearon su talle y pude palpar la deliciosa suavidad de sus caderas palpitantes. Apenas habíamos llegado y la atracción era total.

"No debimos venir a este sitio" Pensé alejándome un poco y respirando profundamente.

El mesero llegó, dejó el servicio en la mesa y dijo:

- Si desean algo más, opriman el timbre que yo estaré atento. - Miré a todos lados y al frente de mis ojos, como una araña, suspendía del techo un pequeño interruptor.

- ¿Has pensado en mí? - pregunté con curiosidad.

- Sí. Todos los días y a todas horas pensaba en ti - contestó Natalia, mostrando su duro carácter e impulsando mi curiosidad por saber hasta qué punto llegaba su valentía.

- ¿Qué pensaste? - investigué, mirándola con firmeza.

- Siempre imaginaba, ¿qué estarías haciendo?... ¿En qué lugar y con quién?... Cosas así - dijo pausadamente.

- ¿Pensaste en mí, físicamente? - pregunté tratando de acorralarla.

- Sí, pensé en tus besos, en tus brazos. Todas las mañanas trataba de recordar la fuerza de tu mirada, aunque no podía recordar tus ojos.

- ¿Pensaste en mis besos y en mi cuerpo por la noche?... ¿Sentiste emoción? - Dije jugando a la sinceridad.

- Sí, me dio emoción.

- ¿Cuánta?... ¿Mucha emoción? - me atreví a seguir preguntando.

- Sí, mucha. Bastante - contestó ella, dejándome saber lo que yo quería.

- ¿Te acariciaste pensando en mí? - pregunté jugando con candela.

- Sí - afirmó con el rostro sonriente.

- ¿Hasta dónde? - continué, haciendo gala de mi valentía.

- Hasta el final - contestó, dejándome pasmado.

- ¿Cuántas veces? - investigué reuniendo toda mi fuerza.

- Muchas veces - confesó.

Ya no había más de qué hablar. Tomé un trago largo de ron, mojé mis labios con la gaseosa y me quedé pensando. Ella era la mujer más linda y espontánea de la tierra. Nos besamos otra vez. Nuestros cuerpos se abrazaban con fuerza y mi lengua caliente profanó sus oídos, haciéndola estremecer. Ella se echó hacia atrás, cerrando los ojos por la excitación y el placer. Mis labios recorrieron su perfumado cuello. Lamí sus delicados hombros y sin poder evitarlo corrí la delgada blusa, dejando en libertad sus palpitantes senos. Los pezones ardientes se alzaban estrujados por la corriente sanguínea, deseosos de caricias profundas. Mi lengua brincó sobre ellos y Natalia me sujetó del cabello, sumergiéndose en un mar de placer. Todo desapareció a mí alrededor, mis manos recorrieron la piel de sus hermosas piernas. Sujetando su pierna derecha, con fuerza la atraje hacia mí y un suspiro de dicha salió de sus labios. Yo no pensaba en nada. Empecé a acariciar su pierna lentamente. Desde la rodilla avancé con decisión y mis dedos estrujaron su entrepierna húmeda. Natalia me abrazó con pasión, y, sin poderse controlar, giró acomodando su pierna derecha sobre mí. Con sus manos empezó a tocar mi pecho y en unos segundos descendió, con sus suaves manos, explorando por todo el espacio que le dejaba el amplio pantalón. Dejó libre mi virilidad y sin decir nada lo acarició con emoción. Estábamos encendidos. Yo profanaba su entrepierna, sumergiendo mis dedos en su humedad profunda. Ella abrazaba mi cuerpo, como buscando una posición más cómoda. La aparté un poco y la senté sobre mi humanidad. Se sentía el calor de nuestro amor. Nos separaba la fragilidad de una pequeña ropa interior que estaba a punto de desaparecer. Nuestros cuerpos se deseaban. Con mis dedos corrí las pantaletas y separé un poco las caderas, de pronto, el mesero entró en el salón. Natalia se abrigó con la chaqueta y nos quedamos quietos, el joven fue hasta el final del local y atendió otra pareja que nosotros no podíamos ver desde donde estábamos. Pasó a nuestro lado y miró como extrañado. Su actitud me pareció un poco sospechosa. Empujé a Natalia para que se sentara a mi lado. Respiré profundamente y empecé a decir:

- En la vida existen cosas muy lindas, pero son tan hermosas que nos debemos tomar todo el tiempo y todo el espacio que necesitemos. Yo sé que tú no tienes experiencia, pero te voy a enseñar que los placeres, cuando se aplazan, son más intensos al momento de disfrutarlos. Vamos a serenarnos, respiremos profundamente que éste no es el sitio para amarnos y mañana será otro día - dije con entonación, mientras me organizaba la ropa. Natalia permaneció en silencio. Estaba como en un estado de choque. Le ayudé a componer su camisa, le di a beber un poco de ron y ella lo tomó sin rechazarlo. Yo seguí hablando. Natalia permanecía ensimismada en sus pensamientos. Después de la tormenta había llegado una calma incompleta. Nos sentimos incómodos y decidimos marcharnos. Presioné el interruptor y a los pocos segundos apareció el mesero.

- ¿Cuánto le debo, señor? - averigüé con la billetera en la mano. El hombre iluminó con la linterna diminuta, una tarjeta blanca en la que anotaba las cuentas.

- Doce mil pesos, amigo - dijo con voz ronca. Alargué los billetes al señor y nos fuimos del lugar.

Vagamos felices por el centro de la ciudad, hasta que llegó la hora de marcharse. Esa noche me fui para mi humilde habitación y le escribí una nota muy especial.

 

Natalia linda:

Como una estrella lejana

Clavada en el infinito

Tú eres una inalcanzable

Aunque por ti yo suspiro

Eres brillante y hermosa

Con tu color encendido

Eres tan clara y precisa

Como un diamante esculpido

En noches de frío intenso

Yo sueño con tu calor

Y en pensamientos tiernos

Yo disfruto de tu amor

Con mi instinto animal

De lobo muy solitario

Hoy te pienso atrapar

Para tenerte a mi lado

Tú eres la inalcanzable

Que yo quiero poseer

Tú eres un sol ardiente

En el que yo pienso arder

Atentamente: Julio Fierro.

 

El caballista ciego relataba cada uno de aquellos hermosos poemas, con la increíble precisión que sólo tienen los que están profundamente enamorados. Hacía rato que había terminado con el suculento desayuno y empecé a exprimir naranjas en dos limpios vasos de cristal, que esperaban el delicioso jugo que nos hacía falta a Julio y a mí, para calmar la sed de la resaca que nos había dejado el whisky la noche anterior, mientras que el jefe continuaba relatando profundamente enamorado.

- Mi economía estaba en bancarrota - dijo el caballista ciego, continuado con la historia -. Durante algunos días permanecí alejado de mi hermosa modelo, fingiendo una frialdad que estaba lejos de sentir. Por obligación estaba poniendo en práctica las pautas que un bohemio desesperado me dijo alguna vez:


- La vida está hecha de contrastes. Para relajar es necesario haber tensado. Se disfruta con intensidad de un refresco, cuando un gran ejercicio físico nos ha deshidratado. Las cosas son buenas cuando se sueña largo tiempo con ellas.


Esperaba que mi estrategia obligada, acrecentara el interés que ella tenía por mí.

Me pasaba el tiempo ideando la manera de conseguir unos pesos, que me permitieran invitarla a montar a caballo y a comer un helado. Le escribí una nota a mi madre, con la idea de que me mandaran unos pesos extras, que serían mi salvación. Yo sabía que mi familia en la provincia pasaba por una situación económica difícil, pero quise informarles que la interrupción de mis estudios estaba cerca. Vagué por toda la ciudad buscando un empleo de medio tiempo, pero todas las puertas estaban cerradas para un estudiante. Un amigo me propuso que vendiera manzanas al frente de un supermercado, pero me dio vergüenza. "Definitivamente, hay cosas tan miserables que el orgullo no las resiste". Pensé con rabia.

Hice un recuento de todas las cosas de valor que poseía. Miré a todos lados y sobre el destartalado televisor se alzaba, orgulloso, el bronceado caballo alado que una vez fundió el abuelo.


- En la naturaleza no hay un animal igual al caballo. Su hermosa figura le permite coquetear con las mujeres, con el sol y con las estrellas. Es un defensor a muerte de su territorio y de su familia. Los hombres de nuestra casta se han identificado con él, y espero que tú, mi nieto preferido, conserves al “Pegaso” como símbolo de nuestro orgullo sin par. - me dijo el abuelo hace muchos años.


Con el corazón en el puño y un nervioso temblor, recordé las palabras del viejo que entregaba en mis manos, la única herencia que dejaba a sus descendientes.
¡Era ridículo que me sintiera nervioso al pensar en la venta de un pedazo de bronce, así representara lo que al abuelo le hubiera dado la gana.
- Necesito un poco de dinero para hacer cosas muy importantes. No puedo sentirme mal por semejante bobada - Me dije en voz alta. - El mundo de los que se apegan a las cosas materiales, es el mundo de los cobardes.


El calor de la tarde era terrible. La soledad de las calles, la pobreza de las fachadas y los huecos en la calzada, formaban un cuadro repugnante en la misión de vender aquel símbolo sagrado. En pocos minutos alejé todos los pensamientos de mi cabeza y proseguí el camino en busca de la persona que me iba a comprar el objeto. No tenía que caminar mucho, el negocio de reciclaje quedaba a unas pocas cuadras de mi cuarto. Por el camino pensé en mi situación económica y decidí que no podía continuar así, por mucho tiempo. Los negocios con Jaime son a muy largo plazo, y se necesitan de dos a tres años de constante trabajo para poder empezar a ver los resultados... ¿No sé qué hacer?... Este pequeño desprendimiento, en el que estoy embarcado, es el principio de un cambio necesario.

Con el entrecejo fruncido y un poco nervioso, llegué al frente de una destartalada casa en la mitad de la séptima cuadra que caminaba. La compraventa de materiales de reciclaje, funcionaba en un antiguo rancho que sólo tenía una pequeña puerta. Desde la entrada se podían observar las pilas de cartón, los bultos de botellas y el hierro amontonado en el solar. En una de las paredes del fondo había una repisa repleta de antigüedades y, de entre todas ellas, sobresalía una enorme paila de cobre, a su lado descansaban unos viejos estribos de aluminio. En la parte inferior del estante estaban, en fila, varias planchas de carbón, dos o tres chocolateras doradas y una lámpara un poco rara. Ingresé al interior de aquel humilde refugio. En la mitad del salón saludé y esperé hasta que el dueño se hizo presente. Me miró con marcada desconfianza y permaneció en silencio, como interrogándome con la mirada. Era delgado, muy flaco, con unos treinta años de edad y un ojo más pequeño que el otro. En su cabello rubio y opaco, se notaba un alto grado de desnutrición. Tenía una camisa de ésas que les regalan a los obreros en las fábricas y el pantalón también era muy humilde.

- Buenas tardes, señor. ¿Es verdad que, usted, compra antigüedades? - pregunté un poco nervioso.

- A mí me ofrecen muchas cosas y yo compro de todo, dependiendo de lo que se trate - aclaró el hombre, sin prestar mucho interés al paquete que yo traía debajo del brazo.

- Tengo una escultura de bronce. Yo se la vendo si, a usted, le interesa - anoté un poco desconcertado por la actitud del tipo.

- Claro, muchacho, el kilo de bronce lo estoy pagando a tres mil pesos. Lo pesamos y te doy tu dinero - explicó, el hombre, sin mostrar interés en el negocio.

- No. Es que este “Pegaso” es muy valioso y yo no lo pienso vender como chatarra. Si usted quiere negociarlo, conmigo, podemos llegar a un acuerdo - propuse aturdido por aquella desagradable misión.

- Puede ser. Déjeme yo lo veo - dijo el hombre recibiéndome el pesado paquete. Rasgó el papel en el que estaba envuelto y se acercó hasta la puerta para mirarlo bien a la luz.

- Es un hermoso caballo alado que va surcando los aires, tiene como doscientos años de antigüedad y es muy valioso - aclaré, tratando de impresionar al sujeto.

- ¿Ésta es la famosa escultura que usted me quiere vender?... ¿Quién quiere tener un burro de esos, en la casa? - preguntó despectivo ante mi sagrada imagen.

- Hagamos una cosa, señor, usted me presta cincuenta mil pesos en ella y yo después, cuando la vaya a recuperar, le pago ochenta mil - fue lo único que alcancé a decir antes de su furiosa exclamación.

- ¿Quién le dijo a usted, qué ésta es una prendería?... Si la quiere vender, le doy veinte mil pesos por ella y se acabó.

- ¿Veinte mil pesos?... Eso es muy poquito - exclamé alarmado.

- Yo le estoy ofreciendo, si no le gusta, entonces se larga - dijo señalando la puerta. Yo cogí la escultura y empecé a cubrirla, nuevamente, con el ajado papel.

- Le doy veinticinco mil pesos y que conste que es mi última oferta - propuso cediendo un poco. Yo me detuve y lo pensé un segundo.

- Si me da treinta mil pesos, se lo vendo - le dije al humilde hombre.

- Listo, póngamelo ahí. - exclamó el hombre, mostrándose amable por primera vez. Sacó un grueso fajo de dinero y empezó a contar los treinta mil pesos en billetes de mil. Yo los acepté, uno a uno, sin pronunciar palabra. Me quedé mirando al chatarrero y, sin pensarlo mucho, le lancé una pregunta:

- Señor, ¿le interesa una cama antigua?... Es grande y con las barandas finamente labradas en roble. Lo que pasa es que me voy de viaje y quiero vender todas mis pertenencias.

- El día en que la traiga, la miramos y yo le digo si me sirve - contestó el hombre, asumiendo la actitud desinteresada que mostró al principio.

- Hasta luego - me despedí guardando el dinero - ¿Usted siempre se mantiene aquí?

- De ocho de la mañana a seis de la tarde, estoy todos los días, menos los domingos. Los sábados trabajo únicamente hasta la tres de la tarde, para que lo sepa.

Salí de aquel lugar profundamente asqueado. Todo aquello me parecía lo más bajo y repugnante que había hecho en mi vida. "¿Cómo es posible que haya vendido, por esa miseria, el símbolo sagrado de nuestra familia?"...
-
¡Todo lo que estoy pensando es estúpido! - dije con energía, tratando de alejar las ideas que empezaban a surcar por mi mente. - ¿Cómo es posible qué, cuando mi vida está más llena de proyectos, los quiera mandar al abismo en el riesgo ridículo de tomar un atajo para el que no estoy preparado?... En la vida hay que tomar decisiones trascendentales y, yo, estoy al borde de tomar una muy importante.
Las teorías nuevas y personales, tenían que derribar todo un mundo de tradición.

Iba a cambiar mi estilo de vida y eso me tenía un poco asustado.

Al otro día tenía unos pesos extras en los bolsillos y, como siempre, empecé a pensar en Natalia mi modelo favorita y le mandé un hermoso detalle.

"Lo que es la vida, unos días son grises como el de ayer y los otros son coloridos como el de hoy" - me fui pensando emocionado -. "Si hoy maldecimos la tristeza, mañana podemos rebotar en las burbujas de la alegría. Definitivamente, yo soy un chico con suerte y, pensándolo bien, en la vida sucede lo que tiene que suceder. La naturaleza se mueve sobre un perfecto equilibrio. Ayer estaba muy triste y hoy soy muy feliz. Le acabo de hacer un gol a la vida y ahora sé lo que sienten los atletas cuando triunfan en las grandes competencias."

La euforia total estalló dentro de mí pecho, caminé por las calles, indiferente ante el mundo...


Es maravilloso cuando un ángel te dice: Te amo…


Ese era mi día de suerte, me levanté con pie derecho. A primera hora de la mañana fui hasta la florería y le envíe un ramillete de rosas rojas a mi amada. Regresé a mi casa lentamente, y, por el camino, me fui pensando en la cara que pondrían las compañeras de Natalia, en la academia de modelos, al ver la llegada de un ramo de flores a las nueve de la mañana. Me acosté extasiado con mi amor creciente y antes de darme cuenta estaba dormido. Metido debajo de las cobijas sentí timbrar el teléfono, alargué la mano en la oscuridad de mi cuarto tomé el auricular y...

- Hola, ángel mío - era la dulce voz de mi adoración -. ¿Quién te dijo que hoy es el día de mi cumpleaños?... Todos los cumpleaños de mi niñez fueron tristes, porque mi padre nunca se acordó de ellos y por eso yo guardaba esa fecha en un gran secreto. Un secreto que no sé cómo averiguaste, para hacerme muy feliz en este día. Nunca, jamás, voy a olvidar este detalle. Las flores que me has enviado son muy hermosas, y eso de que yo soy una flor más linda que todas ellas, es una exageración muy grande para una tarjeta tan pequeña.

"Gracias, Dios mío, por ayudarme de esa forma tan increíble." - pensé lleno de alegría. ¿Cómo es que le mando flores, después de tantos días sin verla, y se las mando precisamente el día de su cumpleaños?... Qué gol... Cuando dos personas se aman, es porque viven en la misma frecuencia de vibraciones. Estaba muy emocionado y me dije a mí mismo:
- Desde hoy la llamaré siempre, le enviaré cosas con el sello de mi presencia, porque yo sé que toda esa constancia me llevará a disfrutar de las mieles de un lindo amor.


Estaba completamente enamorado. No podía dejar de pensar en ella. La dependencia era total. Su manera de ser me tenía asombrado. La dulzura y la ternura, brotaban de su alma como un manantial de agua fresca. El temperamento suave y la brillantez de su inteligencia, hacían juego perfecto con la claridad de sus ojos y el color suave de su piel.

El mundo era una sinfonía de cosas bellas.

La hermosura de las flores se cubría con el rocío en las mañanas, llenando el paisaje de un encanto sutil, que danzaba al mismo ritmo de nuestros corazones convertidos en dos pájaros de intensos colores. Los atardeceres dorados pintaban los eucaliptos de un tono cobrizo, que me hacía caer de rodillas sobre el musgo, para agradecer al creador, el poder disfrutar de toda esta poesía que me hacía volar el alma. Qué lindo era estar enamorado... Algo, como el canto de los ángeles, cubría mis sentidos, llenándolos de la emoción indescriptible que había encendido Natalia dentro de mi pecho.

El teléfono era nuestro cómplice. Estábamos fascinados. Hablar y hablar era un ejercicio delicioso, que alimentaba el poder de nuestro sentimiento. La química había funcionado y sentíamos una necesidad absoluta, que nos obligaba a pertenecernos. Ya no podíamos vivir separados. Casi todo el día hablábamos por teléfono y los próximos dos mil años ya los teníamos planeados. Los dos ya sabíamos que en el jardín íbamos a tener girasoles, rosas, begonias, orquídeas y pensamientos, entre otras mil. Las dimensiones de la chimenea que iba a tener nuestra futura cabaña del monte, eran especiales porque ella las trazó con un pincelazo de su imaginación. Un campero rojo, diez pesebreras, un reproductor de paso fino Colombiano como “Profeta de Besilu", una potranca platinada que brillara como la luna y otras cuatro o cinco hijas de “Terremoto de Manizales”, eran parte de mi aporte a nuestros sueños, pero había un pequeño problema y era que yo no tenía ni un solo peso.

Al otro día me llamó casi al medio día.

- Hola... Imagínate que todavía estoy acostada - me contó orgullosa de su locura.

- ¿Cómo?… Pero si son casi las once de la mañana - protesté, como reclamando por el delicioso abandono.

- Anoche me quedé mirando la televisión hasta muy tarde y hoy amanecí como trasnochada - explicó, con la emocionante alegría de una chiquilla traviesa -. Te llamé porque anoche soñé contigo. Me estabas besando con la boca llena de bombones. Yo te levantaba sin ningún esfuerzo y tu cuerpo me cubría toda, llenándome de felicidad. Cuando desperté sentí una gran necesidad de escucharte.

- Gracias... ¿Sabes una cosa?... Hablar contigo es delicioso. Tu voz sensual es emocionante - dije halagado por sus palabras.

- Sí. ¿Y te da emoción de cuál? - me preguntó inmediatamente. Yo me quedé en silencio, sin saber qué responder - ¿Quieres que te cuente cómo estoy vestida?... ¿Sí?... Escucha con atención, estoy metida debajo de las cobijas, tengo un pijama rojo que es enteriza. Las pantaletas son pequeñas y cuando alzo los brazos se clavan en mi concha ardiente. Estoy pensando en ti y mi cuerpo reacciona y se humedece, me volteo en la cama y no me quiero levantar. Julio Fierro, yo te amo. Cuando cogí el teléfono para llamarte, todo mi cuerpo temblaba... Amor mío, yo te necesito, pero como tú nunca dices nada... Perdona por haber llamado a esta hora. Yo no quería interrumpir tus actividades, pero es que...

- No importa, de todas formas te voy a contar que me estoy muriendo por tu culpa - confesé sin pensarlo dos veces -. Es un sentimiento indescriptible, el que está creciendo dentro de mi corazón. Es como un rayo de luz que me golpea en el alma, haciéndola saltar en mil cristales de felicidad y gozo. Desde que te conocí, te necesito cada segundo de la vida. Me gustaría estar siempre a tu lado, para absorber la ternura y la clase de esa gran mujer que nace en cada uno de tus finos movimientos.

Hablamos como tres horas seguidas. Natalia era la mujer más inteligente, más interesante y más hermosa de toda Colombia y de este planeta. Con ella se podía hablar sin sentir el paso del tiempo. Al mucho rato se interrumpió la dicha, porque ella tenía que estar a las dos de la tarde en la universidad.

Hoy me he dado cuenta de otra cosa muy importante - pensé tirado de espaldas en la alfombra de mi cuarto -. Para poder amar verdaderamente, es necesario estar libre como una golondrina de invierno. En la vida existe un juego de variables en las que los ganadores, al final del tiempo, son los perdedores. Lo decía por la desgracia de no poder trabajar en las oficinas de los brillantes ejecutivos, que a esa hora estaban ganando mucho dinero, mientras yo gastaba mi tiempo en un delicioso amor.

- A pesar de no ser un multimillonario, yo era tremendamente feliz - dijo el caballista ciego con la voz ahogada por la emoción.

Son increíbles las cosas que se logran cuando uno está interesado en alguien. La estabilidad mental y física, encuentra un asidero que, como un timonel, nos permite deslizarnos por la vida, flotando entre las nubes de la felicidad.

Existe una ley oculta que los sabios tratan de explicar así: cuando dos seres se gustan, desaparecen todas las barreras sociales, económicas y de forma, porque cuando dos personas se atraen, se atraen y punto. Se han visto, a través del tiempo, pobres mestizos haciendo el amor a las mujeres de adinerados galanes, que la selectividad de las especies encumbró sobre sus propios egos, haciéndolos olvidar que el amor es una criatura tremendamente delicada. La imposibilidad de mirar hacia abajo, donde los humildes inyectan con hormonas la sangre de su querida descendencia, los castiga en sus ideales, aunque ellos no se den cuenta.

No recuerdo dónde había escuchado esas bobadas, pero de lo que sí estaba seguro, era que el amor de Natalia era único y exclusivo para mí.

Qué importante es la economía en un amor... - dijo el caballista ciego sumergido en sus recuerdos

No sé porqué, en mi pensamiento, no podía alejar a Natalia de su grupo de amigotes adinerados.

Tenía que relajarme porque, al fin y al cabo, las mujeres terminan entregándose al que realmente le gusta. No importa que ante la sociedad, les toque fingir sonrisas a los magnates que las compran y las mantienen. Yo confiaba en Natalia, porque ella se había salido de todos los cánones del comportamiento de las niñas vacías. Ella había desfilado, conmigo, por todos los lugares que frecuentaba su grandiosa clase social, sintiéndose muy orgullosa de mi presencia y de mis cualidades como hombre.

Lo más importante de todo eso, era la correspondencia de un amor a primera vista. No habíamos podido dejar de sentir un acople total, en el que parecíamos conocidos desde hacía mucho tiempo.

- Cuando estemos casados, pienso tener una pequeña hija que tenga tus mismos ojos - dijo Natalia con seguridad.

- Sí, va a ser igual de hermosa a la mamá y se va a llamar Mariana correa Paris - afirmé, tratando de forzar el destino, sin ocultar la gran satisfacción que me producían aquellas palabras. Si coincidíamos en los gustos y en la forma de pensar, todo sería más fácil cuando estuviéramos viviendo juntos.

- En nuestro hogar es importante llevar una dieta bien balanceada, donde abunden las frutas y las verduras frescas, porque eso nos ayudará a conservar la línea y a tener una buena salud - recomendó, manifestando su inclinación por las buenas formas.

- ¿Qué tal te parece una ensalada de frutas, acompañada de una carne de res bien asada? - pregunté, tratando de hacerla caer en la cuenta de que no había mencionado las carnes.

- Las carnes rojas no me gustan mucho, porque elevan el nivel de colesterol y concentran un ácido perjudicial. Molestias que se pueden evitar comiendo pescado y carnes blancas. Claro que si te quieres envejecer rápido, yo te preparo carne asada cada que lo desees - bromeó, fingiendo tranquilidad en sus palabras.

- Esa es la gran ventaja de tener una modelo en el hogar - anoté con orgullo.

- No es cuestión de modelos sino de inteligencia, corazón - explicó, sintiéndose orgullosa de sus conocimientos.

- ¿Sabes una cosa?... Toda la vida estuve buscando una mujer que me enseñara a vivir, una mujer que le guste el jazz y la música clásica, una mujer que me arrastrara por el mundo de las sutilezas femeninas, una mujer de gusto exquisito que me hiciera sentir orgulloso de caminar y estar a su lado.

- Gracias - exclamó halagada - Yo también te quiero mucho mi amor.

Cada vez que hablábamos, yo luchaba por mi amor. En pocos días tuve su vanidad a mi favor, agradeciéndole al creador la precisión absoluta con que la hizo. Le enseñé a cuidarse a sí misma y a querer mucho su cuerpo y, aunque ella era campeona mundial en la materia, se lo repetía siempre por si acaso. Jamás era indiferente ante las cosas que le pasaban. Me gustaba estimular las increíbles dotes de mi amada princesa. Yo quería que su figura despertara admiración en toda Colombia, porque era digno reflejarse en una diosa tan transparente como el cristal. De esa forma iban naciendo, uno a uno, los improvisados poemas que le dedicaba.

 

Natalia hermosa:



Una sirena muy linda

En eso te has convertido

Con tu carita de ángel

Y tus ojos encendidos

Cuando tú vas caminando

La carne tiembla de amor.

Cuando yo te estoy mirando

Se me agita el corazón.

Te tengo, reina mía,

Reservado un pedestal

Donde, nunca, nadie toque

Mi gran diosa de cristal.

Le traes paz a mi alma

Con tu garbo escogido

Como el sol en la mañana

Que hace pensar en Cupido.

Tu presencia cubre todo, con un manto de dulzura, obligándome a pensar en cosas limpias y puras, que son como un reflejo de tu clase y tu cultura.

Julio Fierro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO CUATRO

 

Llegó José Antonio del campo, con tres conejos inmensos para el almuerzo. El fiel mayordomo se había ido a cazar desde muy temprano, mientras el patrón y yo dialogábamos.

- ¿Les traigo una botella de whisky para que se anime la historia?... - preguntó el humilde hombre, que siempre llegaba como un espanto.

- Que lo diga el escritor, que es el bohemio del grupo - Exclamó, el jefe, con una leve sonrisa en los labios.

- Bueno, José Antonio, traiga una botella de buen licor, para que al patrón se le salga el corazón por la boca y para que, a mí, se me habrá el entendimiento. Usted puede guisar sus conejos mientras tanto.

Todos soltamos una sonora carcajada.
Por primera vez estábamos felices, sin recordar las mutilaciones de Julio.

Nos tomamos un trago del fino licor y el jefe empezó a declamar así:

Natalia bella:

Porque eres la más hermosa

Mi pasión está encendida.

Tú eres un culto al amor

Y una canción a la vida.

En este mundo ingrato

Te convertiste en camino,

En la salvación y guía

Que enderezó mi destino.

Con una fuente de dicha

Toda la vida soñé,

Y encontrarte, Natalia linda

Yo nunca me imaginé.

Bajo un sol radiante

Y por la brisa azotados

En este mundo de encantos

Viviremos abrazados.

Por tragos de vida fresca

A tu fuente acudiré

Y por una reina linda

Muy gustoso moriré.

Mi corazón se inflamó con un amor desesperado, y en mi alma se generó un sentimiento grandioso, que lo cubrirá de azares e instantes maravillosos.

- El tiempo tiene la rara cualidad de hacerse pegajoso y lento, cuando uno más desea que avance - explicó Julio Fierro, cuando nos empezó a contar otro de sus encuentros con su amada. - Yo miraba el reloj cada minuto. Dentro de mi pecho crecía la agitación. Me sentía nervioso y anhelaba, con impaciencia, que se llegara la hora señalada para la cita. A las siete y treinta de la noche, llegaré hasta la casa de Natalia para disfrutar de una velada cargada de dulces emociones...

¡Oh! ¡Qué lindo es el amor!...

Un científico dijo, alguna vez, que el tiempo no existe.

Querido Einstein, quisiera que me explicaras, ¿cómo se le puede llamar a esta masa pastosa que no me deja ver a mi amada?... Navegaré, las tres horas que me faltan para la cita, en este relativo pegamento que los inteligentes se empeñan en negar. Y, en medio de la desesperación, sacaba tiempo para escribirle notas a mí amada como ésta:

Rápido como un caracol

Se me ha escapado el tiempo

Pero en los segundos viejos

Tú eres mi mejor recuerdo.

La gran suavidad de tu alma

Me llena de amor por dentro

Y tu increíble belleza

Me obliga a soñar despierto.

Qué dicha vivir la vida

Contigo siempre a mi lado

En la placidez perfecta

De un paraíso soñado.

Es tu increíble belleza

La causa de mi martirio.

Eres tú, mi Natalia linda

La razón por la que vivo.

Un sentimiento increíble estalla dentro de mí, me enamoré con locura y tiemblo frente a mi amor. Eres como un sol radiante que ilumina mi ser, poniendo en duda mi fuerza y tambaleando mi fe.

Por fin llegó la hora. Todo el valor que tenía reunido se me escapó. La respiración se me cortó y el corazón empezó a brincar sin control. La calle estaba solitaria. Atravesé el jardín y los pinos me miraban con muda extrañeza. Me temía que no la iba a encontrar. Me acerqué a la puerta de su casa y el corazón me palpitaba como a quinientas pulsaciones por minuto, respiré profundamente y me decidí a golpear la puerta.

- ¡ Julio! - dijeron a mis espaldas. Era ella que corría por el jardín de una de las casas del frente.

- ¡Hola!... ¿Cómo has estado? - saludé, sobreponiéndome a los nervios.

- Bien. Yo pensé que no ibas a venir - manifestó ansiosamente.

- Todo el día estuve pensando en esta cita - contesté, mientras mis ojos se deleitaban con su despampanante figura. El ambiente se llenó con el suave aroma de su fino perfume. Tenía un vestido tejido en hilo, que me hizo recordar la moda de los años sesenta. Su cabello rubio combinaba con el color crema de su traje -. ¿A qué sitio quieres ir?...

- A dónde tú quieras, está bien - contestó, dejando que yo tomara la decisión.

- Te voy a invitar a un lugar que es increíblemente hermoso. Es una taberna rústica, con un marcado estilo holandés. La pronunciada inclinación de los techos, hace un juego romántico con las ventanas de color oscuro, donde reposan las macetas de helechos que son la admiración de todos los visitantes. Ahí nos podemos tomar unos cuantos tragos y vamos a hablar con mucha tranquilidad - expliqué con la voz quebrada por la emoción.

- ¿Qué te pasa?... ¿Te viniste trotando o qué? - bromeó al darse cuenta de que mi respiración no era normal.

- No, lo que pasa es que estoy un poco asustado. Observa lo que eres capaz de hacer, tú, conmigo - le dije mientras tomaba una de sus manos y la apretaba contra mi pecho, mostrándole mi corazón que brincaba como loco por culpa de su hermosura.

- ¡Oh! ¡Es increíble! - exclamó, retirando la mano inmediatamente, asustada por la impresión.

- Así es, más o menos, lo que tú me haces sentir - murmuré, tratando de contagiarle el gran amor que me inundaba por dentro.

- Yo también me he sentido distinta - confesó, desviando la mirada para ocultar el brillo de la emoción.

Habíamos llegado hasta la esquina de su casa. La noche estaba muy fría y el viento helado azotaba nuestros rostros, haciendo un poco incómoda la espera de un taxi. Esperamos unos minutos más y el carro por fin llegó. Subimos al auto y su atmósfera cálida nos abrigó, haciéndonos sentir más a gusto. Haber encontrado un taxi y estar listos para viajar, aumentó en mí la confianza y la seguridad de tener la situación dominada.

- A “Escarcha” por favor - le dije al conductor, con una gran alegría nacida de mi pasión. El buen hombre no preguntó nada y arrancó con seguridad, hacia el sitio que yo le había señalado.

Ya en la taberna, Natalia no podía salir de la admiración. Todo estaba decorado con buen gusto. Los faroles colgados en la pared, rompían la oscuridad llenando el ambiente de embrujadas sombras. Las ventanas llenas de vitrales tan hermosos, como el “vitral de la vitrina” un caballo muy famoso en Medellín, con sus colores intensos, completaban la decoración rústica del lugar. Nos sentamos en una mesa escondida detrás de un gran helecho, que la ocultaba casi totalmente. El mesero, con resonantes pasos en el tablado del piso, se acercó y con amabilidad nos dijo:

- Buenas noches. ¿Qué desean tomar?...

- Buenas noches, señor - contesté el saludo y mirando a Natalia le pregunté:
- ¿Qué quieres tomar?

- Un ron con hielo y una gaseosa. Gracias - pidió con mucha seguridad. Yo me quedé pensando un segundo y al fin dije:

- Nos trae media botella de ron, dos gaseosas y un poco de hielo. Gracias. - El mesero se alejó rápidamente y nosotros nos pusimos a conversar. Natalia me contó muchas cosas.

Todo era una maravilla. Yo pensaba que ella no me había visto en la vida y, ahora, ella estaba recordando pequeños encuentros que tuvo conmigo. En su memoria se conservaban, con mucha claridad, detalles insospechados como el cruce de dos adolescentes en la puerta de un teatro. Mi hermosa amiga me estaba contando, con gran emoción, cosas que yo nunca imaginé que habían pasado. Meses atrás, mi querida Natalia caminaba por los salones de la biblioteca, tratando de llamar la atención de un chico de cabello largo que, con los ojos clavados en el cálculo infinitesimal, ni siquiera se daba por enterado que ella existía.

"¡Qué viva la vida! Esto sí es verdadera suerte. Definitivamente, yo tengo un ángel en el cielo” Pensé lleno de alegría. Desde hacía varios meses, aquella hermosa criatura, estaba interesada en mí, mientras que yo estaba dormido sobre una raíz quinta elevada a la enésima potencia. Las revelaciones de Natalia, descubrieron la sencillez de su corazón, al ser capaz de manifestar el interés que tenía por mí, desde que me había visto. Todas esas cosas llenaron de tranquilidad mi corazón y pude disfrutar al máximo de nuestro romance. Las palabras se escapaban de su boca, dándome la imagen de una mujer muy inteligente. Todos sus gustos coincidían con los míos. Se le notaba el esfuerzo que hacía para ser muy agradable. Sentada, tranquilamente, me contaba sus caprichos y sus sueños. Tenía un gran deseo de superación y triunfo. Toda su personalidad exhalaba la dulzura de una amante inocente. Yo, sin poder evitar la tentación, me dediqué a contemplar su cuerpo, con el deleite y el éxtasis que miran los pintores las obras de arte de otro tiempo. Ni “Picasso”, ni Rembrandt, ni Miguel Ángel, con sus miradas de artistas, hubieran gozado tanto, con los suaves tonos y las combinaciones perfectas que sólo un Dios maravilloso pudo crear en mi novia. Sus carnosos y húmedos labios dejaban ver, detrás de su rojo encendido, la blancura y perfección de los pequeños dientes que reflejaban su adolescencia en flor. Todo el conjunto formaba una atractiva boca, que era la tentación de los hombres que la miraban. Su cabello, con ese rubio dorado, superaba en hermosura el brillo del sol en los trigales de ultramar.

Natalia relataba, ante mí, las delicias de su niñez encantada. Yo, mientras tanto, me dedicaba a seguir contemplando con delicadeza, las maravillas de su hermosura deslumbrante. Los firmes senos se levantaban temblorosos bajo la débil presión del hilo que, con sus miles de cuadros tejidos, enmarcaba la perfección de un tórax delicioso. En su rostro angelical se reflejaba la pasión de una mujer, en el punto máximo de su salud y energía. Sus movimientos eran muy coquetos. La suavidad de sus gestos y el atrevido comportamiento, encendían, en mí, la chispa de una pasión que hacía mucho tiempo estaba al rojo vivo. Natalia se dio cuenta de que mis ojos la contemplaban. Guardó silencio, me miró y, sin decir nada, su espalda se enderezó, pegándose sensualmente contra el respaldar de la silla. Aquel movimiento era el desafío total. La posición que había adoptado, mostraba sus grandes encantos como mujer. Los delicados hombros se alzaban orgullosos, mientras los senos firmes desafiaban el mundo, como esperando una caricia o un comentario que las buenas maneras y mi sólida educación, esta vez, no permitieron nacer. Yo no quería caer en la trampa de un placer obsesionado, como había sucedido antes. La timidez que vencía mis deseos, nacía en la involuntaria contradicción de mi amada, porque, por un lado, sus movimientos y la confianza atrevida, eran la invitación sencilla y natural a que la amaran, mientras que, por el otro lado, las palabras encerraban la pulcritud y los principios de una niña educada a la luz del san José de las vegas. Continuamos hablando, nos cogimos de la mano y aquel contacto cálido nos puso a volar en el cielo. Ella me miró profundamente a los ojos. Nos acercamos y, sin poderlo resistir, nos fundimos en un beso desesperado. Nos besamos con pasión, disfrutando el suave sabor de un amor puro y dulce.

Nunca pensé que se pudiera besar a una persona, durante varias horas, sin perder el interés de una boca que me sabía a gloria - dijo el caballista ciego, mientras que hacía una pausa para tomarse otro trago de licor, como preparándose para lo que nos iba a relatar.

El lugar estaba completamente solo. La timidez desapareció y nos acariciamos abiertamente. Sus manos empezaron a bajar desde mi pecho, hasta que sus dedos chocaron contra mi hombría palpitante. En un arrebato de locura lo presionó, con toda la fuerza del deseo, y mi cuerpo se electrizó con un rayo de fiebre y pasión. Con los ojos cerrados ella lanzó su cabeza hacia atrás, permitiéndolo todo. Mis manos se deslizaron temblorosas bajo su suave camisa, y, con delicadeza, acaricié los pezones de sus ardientes senos. Mi boca tibia los recorrió despacio, disfrutando de aquel goce infinito. Nuestros cuerpos se buscaban con pasión desbordante y nos fundíamos en abrazos sin final. Estuvimos besándonos y acariciándonos hasta media noche, sin darle importancia al lugar que no era el más indicado. El tiempo se evadió rápidamente, probando lo relativo que es cuando estamos felices. Estábamos enviciados al amor ardiente. Salimos de allí, encantados de la vida, ebrios de amor y de locura. Seducidos por el ambiente y por la juventud, habíamos jugado con fuego, quedando enardecidos por el deseo insatisfecho.

Cuando una pareja no se ama hasta el final, la atracción se convierte en una tortura que sigue irritando cada una de las fibras de nuestro ser. Caminamos tomados de la mano por la avenida desierta, disfrutando de la brisa que deliciosamente golpeaba nuestros rostros. Nos miramos, largamente, en una contemplación abierta de nuestros cuerpos, disfrutando del amor que se había prendido en nuestros corazones.

Haciendo gala de su profesión de modelo, Natalia caminaba adelante, dejando que yo contemplara sus nalgas voluptuosas y vibrantes, orgullosa del impacto que creaba su figura en mi virilidad excitada. Corríamos, nos abrazábamos y nos sumergíamos en besos dulces y prolongados, dejándonos envolver en el delicioso manto de una pasión insospechada. En pocos minutos llegamos hasta su casa, nos acercamos con sigilo y ella golpeó suavemente la puerta. Esperamos unos segundos, el silencio era total. Alguien, desde adentro, corrió el pestillo y dejó la puerta entreabierta. Detrás de la oscuridad de su casa nadie apareció. Nos abrazamos con fuerza. Nuestros cuerpos se reclamaban con besos desesperados. Natalia se apartó, suspiró profundamente y, disculpándose porque al otro día tenía que madrugar a estudiar, se despidió invitándome a que volviera por allí cada que lo deseara. Me concedía entrada libre y eso era fenomenal. Cada día me parecía como si fuera el primero. Regresé caminando hasta mi hogar. Entre su casa y mi pieza, existían como seis cuadras nada más. Me fui cantando por todo el camino. Estaba feliz. Natalia, una vez más, me había demostrado su amor. De mi mente no se alejaba el recuerdo de su figura esbelta. Era una chica de película y la modelo ideal para que me ayudara a promocionar los mejores caballos del mundo, que iban a ser los míos.

Cuando llegué al inquilinato, frío y desordenado, aún sentía el olor de su perfume y el sabor de sus besos en mi boca. Bendije a Dios por las oportunidades que me daba. Definitivamente, yo era un chico con mucha suerte, aunque no había nada para cenar y ya me había gastado hasta el último peso que guardaba para el arriendo del cuarto. Me acosté pensando en mi amada y empecé a diseñar, dentro de mi mente, la estrategia con la que la iba hacer mía para siempre. Aquella princesa era lo más lindo que yo había visto en la vida, más linda que “resortes cuarto”, más linda que “Don Danilo”, más linda que “Terremoto de Manizales”, más linda que "Profeta de Besilu", más linda que el sol, más linda que la luna, más linda que las estrellas y más linda que todos los seres que me habían impresionado durante toda mi existencia.

- Nunca le dejaré el amor al destino - me dije a mí mismo -, siempre voy a hacer muchas cosas para conquistarla. Mañana, a primera hora, empeño cualquier cosa y le envío un ramillete de rosas rojas, amarradas con cintas blancas, que se desprendan de un moño como una cascada de nieve. Irán envueltas en papel celofán brillante y en la tarjeta escribiré una frase que resume todo mi pensamiento, así: "Natalia lindaaa, no puedo dejar de pensar en ti".

Nunca sospeché que el amor se pudiera manifestar de esta manera dentro de mí. Era como una explosión de brillo, magia y felicidad, que todo lo tocaba, llenándolo de luminosidad y hermosura. Todo se había replanteado, dejándole ver a mi alma el lado amable de las cosas y llenándome con la confusión de no poder distinguir entre los sueños y la realidad. Eso es el amor, un instante maravilloso en el que se combinan la magia de los sueños, con la realidad impresionante de un ángel que nos atrapa.

En una hoja de papel le escribí:

Como el rayo de sol, luminoso y tibio, que se filtró en una tarde gris, para alegrar el frío pinar de mis montañas queridas, así, de esa misma forma, has penetrado en mi corazón, aprovechando los intersticios que dejan las circunstancias y la soledad de mi alma. La gran ilusión que ha traído tu presencia, a mi vida, ahora me permite disfrutar de las adversidades, tomándolas como simples contrastes en la obra de un pintor feliz, que se ha maravillado ante la gama de colores que puso Dios en la paleta de su divina creación. Tu fragilidad y tu delicada ternura, han despertado, en mí, una pasión salvaje y fuerte que hace atropellar la sangre en mis venas, como una cascada furiosa que golpea las rocas, tratando de buscar la anhelada libertad. Una libertad que sólo me pueden brindar tus brazos y tus besos, enmarcados en la dulzura de tu boca y suavizados en el marfil de tus dientes. La paz que me ofrecen tus caricias, es un sentimiento sólo comparable con la sensación que nos produce la tranquilidad del monte cuando ha amainado la tormenta. Ahora que ya no le busco sentido a la vida, ahora que soy un simple admirador de ella, porque tú le has puesto la pizca de felicidad que le faltaba, voy a gritarle al mundo lo bello que es estar enamorado de una mujer de verdad como tú, Natalia, porque tú me has salvado de los círculos y más círculos que van trazando las vidas de la gente sencilla, en la rutina del mundo vacío. Todo es homogéneo en el comportamiento social: estudiar, trabajar y vivir buscando, a tientas, un horizonte que ni siquiera se alcanzan a imaginar. Yo he contemplado a mis vecinos por largos años, sintiendo, de todo corazón, la angustia que les dejan sus cuerpos al marchitarse, en el terrible mundo de la soledad. Una soledad que, desafortunadamente, se rompe muy pocas veces con el brillo de unos ojos enamorados y radiantes como los nuestros. Es delicioso ver a las personas motivadas por una gran ilusión que las flechó, llenándolas de una gran alegría que les retumba en el corazón... Qué agradable es vivir cuando se tiene un objetivo claro, en el dorado camino del amor; es como tener un punto de amarre en la desesperante turbulencia de un mundo loco y sin sentido. Es de privilegiados que una flecha de pasión y deseo nos guíe, detrás del alma de una bella mujer, como tú, que haga trizas la relatividad del tiempo y del espacio, convirtiéndonos en golondrinas que volamos en el mundo vibrante de la alegría y la felicidad. Algún día podré decir con una amplia sonrisa dibujada en mi rostro. ¡Gracias, Dios mío!... ¡Qué lindo ha sido todo esto!... ¡Gracias por haberme dejado participar en la más grandiosa sinfonía de color y de magia, envuelto en la miel azucarada de una hermosa vida plagada de los más deliciosos contrastes que sólo un Dios, como tú, podían crear!

El caballista ciego se quedó en silencio, como pensando en su triste final, pero a los pocos segundos continuó recitando como loco:

Natalia soñada:

En la frescura del monte

Los pinos entrelazados

Se cuentan los secretos

De dos que están hechizados.

Con olor a tierra buena

Que está cubierta de musgo

El mundo, a mí, me recuerda

Que soy un hombre de gusto.

Me gustan todas las flores

Que están libres en el campo

Jugueteando en el viento

Con sus colores de encanto.

Toda la naturaleza

Se me confunde contigo,

Eres orquídea amarilla

Y también eucalipto.

Tienes cola de ardilla

Y curvas de sierra brava

Corres como un arroyuelo

Cantando una balada.

José Antonio interrumpió el emotivo relato del jefe, con un par de humeantes y deliciosos platos con el conejo frito y con unas cuantas papas guisadas.

El hechizo del cuento desapareció por un momento y nos dimos cuenta de que ya estaba muy pasada la hora de almorzar. Comimos tranquilos y la botella de licor permaneció abandonada en un rincón.

Después de la suculenta comilona, Julio se acostó en el piso de cemento, sumergido en una profunda nostalgia, y, desde esa posición, continuó con el relato de su amor.

- La relación sentimental con Natalia, iba muy bien. Salíamos a pasear por el oriente Antioqueño y, a las diez de la mañana de un hermoso y soleado domingo, mi mejor amigo, Jaime el del proyecto del criadero de caballos, me prestó un “Renault doce” modelo setenta y ocho, de un color naranja intenso, para ir en busca de Natalia la modelo, mi idolatrada novia. En mi bolsillo reposaban sesenta mil pesos que había conseguido prestados, después de visitar la oficina de un prestamista que me cobró el diez por ciento de interés mensual, dejándole como prenda de garantía el anillo de grado que me regaló mi santa madre cuando terminé el bachillerato.

La espectacular modelo se quedó asombrada, mirando el destartalado carro en el que había ido a recogerla, pero después como que recobró el aliento y se subió en el vehículo sin hacer ningún comentario. Aquella mujer era demasiado inteligente y no se dejaba afectar por el materialismo ridículo, en el que viven las mujeres que en lugar del corazón tienen una alcancía.

- Bueno, mi ángel adorado, vamos para La Ceja de tambo, a contemplar los mejores ejemplares de la caballada Colombiana, en su famosa feria equina y para que, al mismo tiempo, esos pobres hombres contemplen la más hermosa potranca de dos patas que ha dado esta tierra -. Dije completamente feliz, antes de saborear el rojo intenso, el nácar suave y el brillante marfil de la deliciosa y húmeda boca de mi adorada novia, que sabía besar muy dulcemente. Nos fuimos felices por la moderna y amplia autopista, que nos conducía al exclusivo sector de “Las palmas”. Las gigantescas y sugestivas vallas, anunciaban los más deliciosos productos y yo tuve la original idea de estacionar el auto, en una colorida frutería que ofrecía los más interesantes y variados productos. Ordenamos dos salpicones con helado de vainilla y nos dedicamos a disfrutar de la dulzura de nuestra juventud, y a contemplar la belleza del paisaje que nos dejaba apreciar la ciudad de Medellín en el fondo. Terminamos de comer el refrescante helado y compramos uvas, ciruelas y mangos para llevar. Genial idea, porque mi angelical modelo era casi vegetariana y se entretuvo comiendo frutas y me ahorré el dinero que tenía destinado para comprar el almuerzo. Esa era una de las ventajas que yo tenía al salir con aquella estilizada mujer, que tomaba muy poco licor y que comía muy poco. Nos fuimos escuchando música de Alejandro y de Vicente Fernández, por todo el camino, y quedé gratamente sorprendido, cuando me di cuenta de que mi hermosa novia se sabía casi todas las canciones de memoria.

Llegamos a La Ceja y el coliseo de ferias estaba completamente atiborrado de gente y de autos hermosos. Sentí un poco de vergüenza con el destartalado cacharro que me había prestado mi amigo y pasé por la puerta principal sin detenerme. Me fui despacio, tratando de hallar un sitio libre un poco más alejado de los modernos y preciosos autos. Giré a la izquierda en la amplia avenida y mis ojos contemplaron la fila de los camiones que esperaban para descargar los caballos, junto a las pesebreras que quedaban en la puerta de atrás. Estacioné mi coche en una pequeña calle que pertenecía a la urbanización del frente. Descendí del horroroso auto, tomé de la mano a mi querida Modelo y con toda la seguridad del mundo, entré por la puerta de atrás sin que nadie me dijera nada. Los policías que estaban vigilando y los dos o tres porteros uniformados, se quedaron contemplando a mi mujer, como asombrados por su increíble belleza, sin decir ni una sola palabra. Seguramente pensaron que, con nuestra elegancia, debíamos de ser los dueños de algunos de los caballos que se exhibían allí. Visitamos todas las pesebreras que quedaban en esa zona y observamos caballos de todos los tamaños y colores. En la pista se estaba juzgando el paso fino colombiano, que era mi andar favorito y afanosamente buscamos un par de asientos a todo el frente de la pista de resonancia. Natalia como era una modelo tan reconocida, despertaba gran admiración por donde pasaba. En aquellas tribunas estaba la crema y Natalia de la sociedad del país. Empezando en el patriarca Don Fabio Ochoa Restrepo, que estaba sentado en una cómoda silla a todo el frente del inmenso bar, y terminando en el alcalde del municipio, que estaba diciendo un discurso demasiado largo y aburridor, según lo indicaba la rechifla y el descontento de las personas que no querían demagogia y política en mitad de las interesantes competencias. Definitivamente, la belleza de mi mujer, causaba revuelo entre los hombres y yo tuve que ignorar los piropos de rigor. Encontramos un espacio vacío en la parte superior de una de las tribunas y avanzamos lentamente hasta allá. Las altas y puntiagudas botas que usaba Natalia, la obligaban a pisar con mucho cuidado y yo la tuve que llevar sujetándola del brazo todo el tiempo. Nos sentamos y tomados de la mano, contemplamos llenos de felicidad cada una de las competencias.

- ¿Y cuándo es que me vas a regalar un caballo como esos?... - Me preguntó Margarita, al observar la belleza de los caballos reproductores de paso fino Colombiano, mayores de ciento veinte meses de edad. Categoría en la que, en ese preciso momento, estaba compitiendo “Profeta de Besilu" caballo moro platinado que se llevaba todos los aplausos, cuando pasaba repicando por la pista de resonancia.

- ¿Qué tal te parece, si te prometo que te voy a regalar una descendiente de ese caballo plateado que ves ahí?...

Ella se quedó mirando al semental muy encantada.

- Bueno - Dijo con resignación -. Yo quería, precisamente, ese caballo, pero será conformarme con una descendiente de él, porque tú apenas estás empezando en el negocio.

Esa fue la tarde en que le volví a prometer a mi querida novia un caballo y, esa misma tarde, juré, en silencio, que tendría que cambiar mi destino.

“Profeta de Besilu” ganó nuevamente y, después de la feria, nos fuimos a rumbear al parque de La Ceja y, sin necesidad de rogarle mucho, Natalia se tomó unas cuantas cervezas al son de los grupos de vallenatos que les cantaban a los turistas. Todo fue maravilloso aquel día. Los sesenta mil pesos me alcanzaron para todo. El viejo auto no se averió y mi modelo y yo fuimos muy felices en aquel día de ensueños.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO CINCO

 

Aquella hermosa dama era mi aliada perfecta, soñábamos tardes enteras con nuestro brillante futuro. Ella se sentía en la portada de las mejores revistas del continente y me imaginaba a mí, como a uno de los más grandes negociantes y criadores de caballos del país. Todo iba muy bien, pero empezó a preocuparme demasiado mi situación económica. Yo, todos los días, despertaba como a las seis y veinte minutos de la mañana. Después de un sueño parejo y profundo, estaba descansado y en paz. Contemplaba mi habitación con agrado. Era una pieza de diez pasos de largo, por unos seis pasos de ancho. Las paredes estaban pintadas de un color azul claro, que se asemejaba al color de las nubes en el firmamento. Aunque estaban un poco descascaradas, el conjunto todavía estaba bien. Los enseres eran muy pocos. Una mesa donde reposaba el fogón de dos puestos, con unas tablas por debajo, donde se ponían las ollas, los cubiertos y los platos, al lado de las escasas provisiones. Todo eso estaba cubierto con una cortina de cuadros blancos y azules. En el espacio que quedaba al lado izquierdo, entre el baño y la pared del frente, estaba mi cama. Una vieja cama de roble, con grandes flores talladas en la baranda de la cabecera, muy hermosa a pesar de que casi todo el tiempo permanecía sin tender. Todo estaba un poco desordenado. Se notaba la ausencia de una mano femenina aunque, para mí, eso era lo normal. Metido en mi nido me sentía muy tranquilo y ni siquiera la mirada de desaprobación, de la adolescente hija de la dueña del inquilinato, me preocupaba. Hacía varios días que no hablaba con nadie, nunca se me ocurrió la ventajosa idea de cultivar amistades. Paloma, la hermosa joven y única hija de la dueña de la casa, se aprovechaba de mi relajada forma de ser y entraba en mi cuarto cada que lo deseaba, aunque a su mamá le molestaban esas confianzas.

- ¡Hola, Julio! ¿Estás despierto? - dijo la niña, asomando la cabeza por la puerta entreabierta - Son casi las ocho de la mañana... ¿Quieres café con leche?... Lo hice para ti - En silencio contemplé el esplendor de la preciosa adolescente, vestida con una fina y tentadora pijama.

- ¿Quién preparó ese desayuno?... ¿La mamá o la niña linda? - investigué, tratando de analizar la situación, porque ya debía varios días en el arriendo del cuarto.

- Donde mamá se dé cuenta de que estoy aquí, seguramente me pega el regaño del siglo. - La joven avanzó hasta el borde de la cama. En la bandeja traía un buñuelo, un pan, una arepa con mantequilla y una taza de café con leche, me entregó la bandeja y se sentó a mi lado -. Yo hablé con mi madre, porque quiero tener clases de baile contigo - anotó, mostrando un interés repentino por la danza.

- ¿Cuándo se te ocurrieron esas cosas? - pregunté sorprendido por la espontaneidad de la chiquilla.


- Nosotras sabemos que, tú, necesitas un poco de dinero, y, como a mí me gustaba tanto verte con el uniforme de baile, cuando lo practicabas en la universidad, entonces pensé que todos los días me puedes dar una clase y mi mamá te va a pagar por ello.

- ¡cómo!... ¿Ella aceptó que yo fuera tu profesor? - dije moviendo la cabeza con incredulidad. - Primero voy a hablar con ella y después vemos a ver.

- Podríamos entrenar aquí mismo - dijo la niña, señalando la amplitud del cuarto -. Hay suficiente espacio. Yo podría venir todas las mañanas con mi grabadora y trabajaríamos una o dos horas.

- ¡Eso lo vamos a ver! - anoté un poco pensativo.

- ¡Ay!... Casi se me olvida que, ayer, trajeron una carta para ti - anunció la niña, levantándose rápidamente. Salió del cuarto y se fue en busca del mensaje.
"¿Una carta?, ¿quién podrá ser?"... Pensé un poco angustiado. A los pocos segundos regresó Paloma nuevamente, y, como adivinando mis pensamientos, dijo:

- Yo creo que es de tu mamá, porque viene de la provincia.

- Entrégamela por favor - exclamé con impaciencia.

- Yo me voy, para que la leas con más confianza - dijo depositando el sobre en mis manos. Rasgué el sobre con agitación, la carta estaba escrita con la letra hermosa y grande de mi madre y decía así:

 

Querido Hijo:

 

La presente es para saludarte, esperando que te encuentres bien. No te había escrito antes, con la esperanza de poder enviarte los setenta mil pesos que necesitas para comprar los disquetes y el libro para tu estudio. Disculpa, pero no fue posible conseguir el dinero. No te alcanzas a imaginar la preocupación tan grande que tiene tu hermano, por tus necesidades. Tú sabes cuánto te queremos y también sabes que eres la única esperanza que tiene nuestra familia para salir adelante. Tu hermano mayor, muy preocupado por la escasez de dinero que estabas viviendo (como ya te había dicho antes), pidió horas extras en la fábrica, para trabajar desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche. En cuestión de mes y medio pudo reunir tu dinero, con tan mala suerte que, el mismo día en que te lo íbamos a mandar, a tu padre se le cayó encima un caballo, fracturándole tres costillas y la clavícula. El dueño de la finca alegó que había sido culpa del viejo de tu papá que, por culpa de los años, ya no tiene los reflejos para trabajar con esos animales. Así, el ladrón ése, se evitó el pago de la droga y por ahí derecho lo despidió definitivamente del trabajo. Tu hermano lo llevó a la clínica, prácticamente muerto, y, para que lo pudieran atender, tuvo que abonar tus setenta mil pesos que, gracias a Dios, teníamos ahorrados. Julio, ese pobre muchacho trabaja día y noche para poder traer la comida, también está pagando los estudios del niño, que él mismo hizo entrar a un colegio bueno, aunque le está saliendo muy caro. Cuando nos mandaste esa nota, pidiendo el dinero y analizando la posibilidad de salirte de la universidad, yo la leí en voz alta ante toda la familia y todos se pusieron muy tristes. Julio, lo mejor es que usted consiga trabajo, lo antes posible, porque, de hoy en adelante, las cosas no van a ser lo mismo. Su hermano dijo que él tiene amigos que estudian y trabajan al mismo tiempo, sin ningún problema. Así que usted verá si es capaz de seguir solo, porque, con nosotros, ya no puede contar para nada.

A tu hermano le ofrecieron turnos dobles en la empresa, para que trabaje hasta dieciséis horas diarias, pero él no pudo aceptar. Él trabaja a cuarenta grados centígrados en la planta y cuando sale a media noche, todo acalorado, lo coge un dolor de cabeza que lo enloquece. Yo le hago bebidas caseras y se las hecho en un termo, para que pase la cantidad de aspirinas que se toma diario, aunque él dice que eso no le sirve para nada. Bueno, hijo, yo no le había contado lo del accidente de su papá, porque yo lo conozco y usted se hubiera enloquecido por allá, sin plata y sin saber qué hacer. No te preocupes por nuestra situación que ahí, mal que bien, nos vamos defendiendo.

Hijito, espero que se esté manejando bien, no haga muchas locuras y rece bastante todas las noches. Récele a María Auxiliadora que es muy milagrosa y también récele al niño Jesús de Atocha, que es la devoción de sus tíos. Bueno, sin más qué decirte, se despide de ti la madre que tanto te quiere.

María.

Empecé a leer la carta con una sonrisa de satisfacción y a medida que pasaban los renglones, la alegría de saber algo de mi familia, se convirtió en un mar de angustia. Me quedé pensativo largo rato. Aquella carta me había dejado petrificado. La respiración se me hizo difícil y la cabeza se me convirtió en un enredo de pensamientos. Estaba claro, la familia dejaba en mis manos las decisiones que, desde hoy, tomara en mi vida. La carta que me envió mi madre, me produjo un raro efecto, por un lado sentí el desamparo y la terrible soledad, por el otro el descanso del rompimiento de un compromiso con los míos. Aquella carta me dejaba en la libertad de poder abandonar mis estudios, alegando la mala situación económica, para poder dedicar todas mis fuerzas en la lucha por mi amor. Sí. El punto central estaba decidido porque, si nadie me ayudaba, nadie tendría la autoridad moral para reclamar por lo que yo hiciera de ahí en adelante.

Yo me había convertido en una carga económica que mi familia lanzaba por la borda, para salvar el bote del hundimiento final. Muy a mi pesar y sin que mi pensamiento lo aceptara, esto tenía que suceder. Es más, la solución para este problema ya estaba planeada en mi mente desde hacía rato.

"Viajaré hasta las selvas del Magdalena Medio, en busca del trabajo fácil que me ha de proporcionar el dinero para formar un hogar con Natalia, para comprar el descendiente de “Profeta de Besilu" para mí y para comprar una potranca “platinada” y bien fina para mi amor. Las cosas son sencillas y claras como el agua." Pensé, sintiendo la desagradable sensación de una libertad que no me resultaba completa.

 
- Perdóname mamá, perdónenme queridos hermanos, ustedes esperaban mucho de mí y les voy a fallar. Disculpen por querer torcer el destino, que me llevaría a una infelicidad igual a la de todos en la familia. Voy a arriesgar una vida, que no es totalmente mía y que, posiblemente, todos vamos a necesitar dentro de unos pocos años para poder comer. No es justo que yo haga una cosa así, pero la voy a hacer. ¿Podrán entender ustedes los sacrificios que exige el amor?... ¿será que estoy siendo muy egoísta? - dije, en voz baja, cómo si todos estuvieran presentes.

¡Qué confusión tan grande se agitaba dentro de mi cabeza! ¡Los pensamientos se cruzaban sin darme tiempo para analizar lo bueno y lo malo de cada uno de ellos! ¡Necesitaba aire puro, necesitaba tranquilizar mi angustiado corazón!...

Toda la tarde la pasé como un loco.


"¿No es, lo mejor, preferir que se hunda nuestra vida, para que puedan ser felices nuestros seres queridos?... ¿Quién me dijo, a mí, que voy a morir en la mitad de la empresa?... A lo mejor consigo dinero y los vuelvo ricos y famosos a todos." Pensé envalentonado. Los análisis continuaban. A la balanza fueron a parar los pros y los contras. Al final del día, la confusión que tenía era tan grande, que me parecía estar observando las ridiculeces que hacía yo mismo, desde afuera, como si se tratara de un juego de realidad virtual.

Caminé desesperado y me fui a pie para la universidad.

Refugié mi pensamiento en el agradable clima de la biblioteca y en aquel recinto permanecí largo rato, después salí profundamente pensativo. La decisión de abandonar mis estudios estaba tomada. La maraña de pensamientos que se enredaban en mi cabeza, me obligaban a comportarme de una forma un poco rara. Agitaba mis manos como tratando de desenredar el ovillo de mi mente. Avancé a toda prisa en busca del aire fresco del patio.
“! Dios mío!...
ÍQué sea lo que tú quieras!... Deseo darme cuenta de hasta qué punto soy capaz de llegar por ella. El problema que tenemos los hombres, es que analizamos demasiado las cosas... Yo, simplemente, he tomado una decisión y la llevaré hasta el final, cuésteme lo que me cueste. El camino más seguro habría sido el de terminar mis estudios y después conseguir trabajo para montar el criadero de bestias, pero... ¿cuánto tiempo me llevaría hacer eso?... ¿Estará ella dispuesta a esperarme ocho años?... Se trata de mi felicidad y la tomaré sin mirar a ningún lado. Me jugaré la vida como se la han jugado los grandes hombres a través de la historia." Pensé envalentonado.

El viento fresco golpeó contra mi rostro, avivando la sensación de libertad que estaba sintiendo en todo mi cuerpo. Era como si me hubieran librado de una carga terrible. Encaminé los pasos en busca de mi pieza, en el inquilinato de doña Tulia, nuevamente.


Los jardines de las casas me parecían especialmente bonitos. La frescura que proyectaban los árboles agitados por el viento, me hacía estremecer con emoción, desde los pies hasta la cabeza. Caminaba por el estrecho andén, libre de todas las preocupaciones terrenales. Los troncos rústicos y el colorido parasol de una tienda, llamaron poderosamente mi atención. Sentí deseos de sentarme un momento y refrescar mi garganta. Tomé asiento en una de las mesas del frente y pedí una gaseosa, la bebí rápidamente, tratando de apagar toda la sed y la inquietud que abrasaban mi cuerpo. Me sentía feliz en aquel sitio tan cómodo. "Todo saldrá perfecto. - Pensé - Parece como si ya lo hubiera vivido o soñado. Así son los dictámenes de la vida y yo soy un afortunado con ellos."

 
A esa hora nadie visitaba la tienda, sólo estaba el tendero sentado detrás del mostrador. El silencio era total. Las vitrinas atestadas de golosinas y cosas ricas, la limpieza y el buen gusto del lugar, componían el cuadro que la gente llama "El sueño americano". Ese lugar era un homenaje a la abundancia. Por esos sitios lindos era que me encantaban las ciudades. "Es increíble cómo pasa el tiempo y como la gente se gasta la vida, siguiendo rutinas sin sentido... ¿Será qué no se dan cuenta de que el cuerpo y la mente se marchitan, mientras se hojea un periódico viejo?"... Pensaba, mirando al tendero de reojo. El hombre con su cara delgada, su nariz afilada y sus pequeños ojos, miraba con atención un ajado periódico, cómo buscando una guía para su vida insignificante.

 
-Ya todo está decidido. Le tengo que ofrecer una oportunidad a mi vida - me dije con seguridad -. He pasado demasiado tiempo estudiando y la juventud biológica, sólo existe una vez. No puedo pasar la vida labrando un futuro lento, mientras mi amada se abre como una flor exótica ante las tentaciones de un mundo complaciente. Todo, en el mundo, funciona con una sencillez increíble. La vida es un proceso, compuesto de procesos más pequeños, que están sujetos al mismo paquete de leyes invariables, en las que todo es lo mismo. Por eso, yo voy a luchar con todas mis fuerzas, para salir del remolino desesperante de lo cotidiano, aunque para ello tenga que subirme a los hombros de las otras personas. Claro que eso es injusto y lo tengo que pensar profundamente... Dios mío, nunca te he pedido nada, siempre bastó mi fuerza de voluntad y la confianza en mí mismo, para conseguir lo que quise. Hoy estoy confundido ante lo que va a ser la realización total de mis sueños y necesito tu gran ayuda. Por primera vez en la vida, ayúdame por favor... He conocido una chica hermosa, a la que le gustan los caballos y las cosas buenas, como a mí. Con modales de princesa y un gran estilo para vivir, es la mujer de mis sueños. Me enamoré de ella, ofreciendo lo mejor de mí. Ahora, mirándolo todo en el espejo de la conveniencia y analizándolo frente a las frías leyes de la naturaleza, lo trituro convirtiéndolo en un juego probabilidades, en el que tengo muy pocas oportunidades de triunfar y de ser feliz con ella. ¿Es posible qué una mujer llena de clase y comodidades, fortalecida por un gran amor, renuncie a todas las oportunidades que le brinda la vida, para escoger un futuro de estrechez a mi lado?... Nunca pensé que en el amor existieran cosas más importantes, o casi tan importantes como el cuerpo, los pensamientos y el mutuo agrado... ¿Qué soy yo?... Un cuerpo sano, una mente brillante, una pieza arrendada en el inquilinato de una vieja mala clase, cuatro jeans y un paquete de sueños que se harán realidad dentro de diez años... ¿Eso es suficiente?... No. ¿Mientras tanto qué?... ¿Natalia me va a colaborar mientras salgo a flote del naufragio económico de mi familia?... ¿No soy un pesimista pensando en que los cubiertos de plata, las compras en tiendas de ropa fina y las vacaciones a lugares lindos le podrían hacer falta?... ¿Cómo es posible, Dios todo poderoso, que toda la energía y la magia de este amor que siento, por dentro, no tenga siquiera un poquito de sobrenatural? ¿Acaso las súplicas de la gente buena no sirven para nada?... Dios, ¿están tus oídos cerrados ante las súplicas de un desdichado, que aún conserva la esperanza de tu existencia?... Todo esto no lo estoy preguntando por mí, pues yo tengo memorizado el plan de lo que va a ser mi futuro, lo averiguo por la gente humilde que reza a diario cuando no hay comida para sus hijos. ¿Son, las criaturas desvalidas, culpables de qué?... Por algún tiempo pensé que los sueños, los sentimientos y el amor, estaban hechos de un material distinto al de las otras cosas, pero ahora me doy cuenta de que, sin importar lo que piense o desee, lo único que me gobierna son las leyes frías de la naturaleza física. La ley de la gravedad hará que ruede una enorme roca sobre una humilde vivienda, sin importar que las catorce personas que habitan en ella, tengan hambre o estén rezando a su Dios. Cuando un terrorista le dispara a un líder político, no importa que el lesionado tenga hijos pequeños y quiera el bienestar de todo el país. Lo único que sucede es el hecho físico real. El hombre levanta un arma de fuego que martilla un fulminante, la pólvora impulsa un proyectil dirigido a una cabeza biológica, la atraviesa con grandes lecciones que le producen la muerte, al que sea. Así de sencilla es la vida, pero a mí me tiene sin cuidado. Si no existen leyes espirituales, que no existan. Mejor. Desde hoy intentaré borrar todas mis convicciones, y, empezaré a disfrutar de todas las cosas tal como la vida las ofrece. Si mi amada necesita un carro para ser feliz, lo tendrá, sin importar que para conseguirlo me toque hacer muchos esfuerzos. Alguna vez alguien dijo: Existe una ley de perfecto equilibrio en la que si tú eres bueno y no haces nada malo, entonces, recibirás tranquilidad y todo lo que te suceda será bueno. Si tú eres malo y te vuelves contra tus semejantes, entonces todo se te convertirá en dolor...
¡Pamplinas, con mi vida demostraré que todo es una farsa, lo juro por ti, Natalia.


a la mañana siguiente le envié una nota a mi querida princesa. Traté de explicarle, lo mejor posible, lo de mi partida y, adivinando su reacción, la invité a que nos encontráramos en las horas de la tarde, para aclararle mi decisión.

Pasó el tiempo lentamente y me quedé esperándola con gran nerviosismo, para confirmarle la infausta noticia de mi viaje. Hacía más de cincuenta minutos que estaba tratando de estructurar el diálogo con el que iba a disculpar mi ausencia. Clavé los ojos en el horizonte y así permanecí largo rato.
De pronto, ella apareció. Estaba vestida con unos jeans ceñidos, que hacían juego con su femenina chaqueta también de jeans. Sus ojos se percataron de mi presencia en la penumbra de un rincón. Caminó lentamente, dejando que su imagen de ciudadana americana castigara mis sentidos y mi gusto.

- ¡Hola! - dijo, deteniéndose como a dos metros de distancia.

- ¡Hola!... ¿Cómo has estado? - pregunté un poco nervioso.

- Quiero que me expliques la nota que me has enviado, porque, sinceramente, no la entiendo muy bien - dijo serenamente. Su tranquilidad me animó un poco.

- Si nos sentamos en aquel muro, yo te explico lo que quieras - invité, señalando el cómodo separador entre el corredor y el jardín. Avanzamos hasta el rústico muro de piedra y nos sentamos -. ¿Qué es lo que no entiendes?...

- Bueno, realmente, he quedado impresionada con esa nota, no sé si molestarme con ella o sentirme halagada. De todas formas, para mí, fue una sorpresa, porque nunca imaginé que pudieras pensar en esas cosas tan ridículas. ¿Cómo te atreves a decir, qué vas a abandonar la universidad en busca de un mejor futuro?... ¿Tú piensas que, en la calle, existe algo mejor que ser un profesional?... ¡Qué sacrificio tan lindo y tan hermoso! ¡ El mártir que hace todo por su doncella!... ¡ Eso, es lo más tonto que has escrito en toda tu vida! - me dijo sin rencor. Su voz estaba llena de amargura - ¿Tú crees que es mucha prueba de amor dejarme sola, mientras te vas a jugar a los pistoleros con tus amigotes?...

- Tranquilízate - intervine -. Tú sabes que yo te amo con locura. Lo que sucede es que, en mi familia, hemos sufrido un revés económico y yo tengo que aprovechar la oportunidad que mi padrino me da, para recuperar ese poco de dinero que nos hace falta. Me voy a trabajar cinco o seis meses, que son suficientes para ayudar a mi padrino en la solución de los problemas que tiene con unos caballos en su finca. Pero no te pongas triste, que a mí no me gustan las mujeres que lloran - Sus ojos se llenaron de lágrimas. En mis palabras había adivinado la decisión, irrevocable, de una partida.

- Amor mío, el dinero no es importante para mí. Yo soy capaz de vivir a tu lado con humildad. Si trabajamos los dos, podremos tener el lindo hogar que tanto he soñado. Porque, sinceramente, en la vida, eso es lo único que me hace falta, un hogar con una familia grande - aclaró, imaginándose un romance color de rosa que yo, con mi poca experiencia, sabía que no podía funcionar. Mi corazón se llenó de orgullo y empecé a pronunciar las palabras más cobardes de mi vida.

- Eso no lo hago ni por ti ni por mí, lo hago por mi familia. - Mentira, lo único que me importaba era su amor. Pero las niñas ricas nunca podrán entender el meollo de las cosas.

- ¿Por qué no le buscan otra solución al problema y, así, tú no interrumpes los estudios? - insinuó, sin poder contener su enorme tristeza.

- Vea, mi rayo de sol, mi papá se accidentó hace poco y se quebró tres costillas, mi hermano trabaja en una fábrica y no le dan un permiso, mi hermano menor es un niño que está estudiando y el único que puede hacer algo, soy yo. Mi familia tiene inversiones con el padrino y nunca le hemos pedido cuenta. Ahora me toca ir a vigilar, cómo es que marcha el asunto. Es una obligación que no puedo eludir y, además, allí voy a conseguir el dinero para construir nuestro rancho y para comprar el pie de cría, para nuestro criadero de caballos.

- Júrame que nunca, nunca, pase lo que pase, me vas a olvidar - dijo, abrazándome sin poder contener el llanto.

- Tranquila, mi gringa linda, que en el mundo no hay otra mujer como tú. No vayas a pensar que, para mí, es muy fácil alejarme de tu lado. Lo que pasa es que, existen motivos muy grandes en los que también está ligado nuestro futuro - expliqué suavemente, tratando de aliviar un poco su profunda tristeza.

- ¿Cuándo te marchas?...

- Mañana a las cuatro de la madrugada - señalé con determinación.

- Yo no quiero que te vayas sin despedirte de mí. Mañana voy a estar contigo en la terminal de transporte, deseándote buena suerte antes de tu partida - exclamó, convulsionada por el llanto.

- Natalia, por favor, no hagas más difícil la situación. No pienses que voy a dejar que te levantes a esa hora, por culpa de un viaje tan insignificante como ése. Trata de tranquilizarte y tómalo como unas vacaciones, en las que puedas analizar lo que te conviene y lo que no te conviene - insinué, totalmente convencido de nuestro amor.

- ¿En la finca de tu padrino hay teléfono? - me preguntó, tratando de hallar la fórmula salvadora.

- No, mi amor, esa finca está en la mitad de una zona desamparada, donde no existe ninguna clase de comunicación - respondí, con el dolor de disolver su pequeña esperanza -, pero tranquila, que cuando yo salga al pueblo, te voy a escribir muchas cartas para que tú sepas lo que está sucediendo.

El resto del día lo cubrieron las lágrimas de mi adorada novia. Le tuve que prometer, que le iba a traer una potranca de paso fino Colombiano que brillara como la luna, mejor dicho, nos hicimos todas las promesas del mundo y lamentamos hasta muy entrada la noche la tristeza de mi partida.

El pobre caballista ciego se tomó, de un solo trago, el poco licor que quedaba de la botella, visiblemente afectado por la triste historia que se contaba, nos contaba y, al mismo tiempo, trataba de contarle a su lejana amada. Después dejó escapar unos pequeños versos de su alma.

En la lucha de la vida

Existe algo impresionante

Es la pasión que agiganta

La fiebre de una partida.

Un desafío absoluto

Nos envuelve y nos arroja

Sobre el plano insospechado

Del triunfo o de la derrota.

De estas fuerzas ocultas

Se forma nuestro sentir

Que luchando contra todo

Nos va enseñando a vivir.

El día que en el pecho

Se suavicen las corrientes

Prepárense mis amigos

Les ha llegado la muerte.

El tiempo había volado entre trago y trago, y entre palabra y palabra. Miré el reloj y eran las seis de la tarde de un nuevo día al lado de mis nuevos amigos.

- Yo creo que es mejor comer un poco y después irnos a dormir, porque mañana tengo que hacer cosas muy importantes. - Les propuse al caballista y a su mayordomo, que parecían no tener ni sueño ni hambre.

- Querido escritor, ya empecé a relatarle la historia de mi vida y, usted, ya va a empezar con cansancios, con hambres atrasadas, con misterios y con bobadas. Mejor dicho, ¿quiere escribir esa novela o no la quiere escribir?... - grito Julio Fierro, visiblemente alterado -. ¿Y cuándo es que vas a ir a comprar el caballo de mis sueños, o ése tampoco lo quieres comprar?...

- !Tranquilo¡ ¡hombre!... Cuando tú termines con esa hermosa historia, voy y te compro ese maravilloso corcel que tanto te interesa. No te preocupes porque esa es nuestra máxima prioridad, y, en dos o tres días, voy por él, no vaya a ser que se lo vendan a otro.

Realmente, a pesar de mi cansancio, aún estaba temprano, todavía faltaba mucho tiempo para irnos a dormir y aquellos hombres no tenían sueño, entonces decidí aprovechar el tiempo y, con un poco de vergüenza, le pedí al furioso caballista que siguiera relatando la emocionante historia, mientras disfrutábamos de una ensalada de frutas que nos preparó el mayordomo, para comer con más presas del conejo frito.

José Antonio trajo otra botella de whisky y Julio, visiblemente embriagado, después de comer un poco, empezó a relatar el peligroso viaje que lo tenía alterado de esa manera.

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO SEIS

Como en una dolorosa partida de ajedrez, sacrifiqué la dama y me fui para el “Magdalena Medio". Una zona de selva tropical húmeda, situada a ciento cincuenta kilómetros de Medellín. Atravesada por muchos ríos, es una inmensa cantidad de tierra que se pierde en el infinito. En ella han habitado colonos desde antes de la guerra civil. Sus montes permanecieron intactos ante la impotencia de los campesinos, absorbidos por hectáreas y hectáreas de tierras, pobladas de mortales serpientes. El hacha fue insuficiente ante el rigor del clima y de las adversidades. Los antiguos vivieron en esas tierras, tumbando a golpe de machete el abrazo de la selva y cosechando el maíz que aseguraba la subsistencia.

Las personas que llegaban últimamente, procedían del oriente Antioqueño. Atravesaban las colinas y los peligros de una selva indescifrable, donde cada paso significaba el riesgo de la muerte con las minas quiebra patas, que sembraron los actores armados de este país. Cada uno de los hombres que entraban a la zona, estaba eligiendo el destino que le iba a corresponder. No llevaban nada de valor material, lo único que acompañaba a aquellos hombres, era un morral con la ropa y unos dos kilos de víveres, que les aseguraban la subsistencia hasta uno de los muchos campamentos coqueros. Todos llegaban en busca del oro blanco. Mario Galeano, alias “el padrino”, era el hombre más importante del sector. Jefe de todo el mundo, dueño de las tierras y de las cosechas, que ya había comprado con anticipación. Adivino, doctor, cantante y mafioso. Alto como un alemán, tenía una cabellera rubia y unos ojos muy profundos, que le daban un toque de agresividad siniestra. Parecía un capataz, metido en sus botas altas con ribetes amarillos y refuerzos de acero. Mario era un enamorado de tiempo completo, muy simpático y formal. Tenía cinco mujeres, todas menores de veinte años. Enérgico y desconfiado, se pasaba todo el tiempo dando órdenes. La gente no hacía lo que quería, sino lo que al “padrino” le gustaba que ellos hicieran. Estaba en todos lados al mismo tiempo.
- Yo no me varo por nada, mejor dicho, lo que no haga o no sepa “el padrino”, en esta comarca, no lo hace ni lo sabe nadie. - Decía orgulloso, sin importarle la prepotencia. - En otros tiempos fui muy pobre, me tocó aguantar hambre para poder estudiar. Cuando iba a la universidad me subía en el autobús por la puerta de atrás, porque no tenía dinero ni para el pasaje. Por eso, ahora, les mando cocaína a los gringos, para que estén tranquilos mandando los dólares destinados a nuestros gastos.
Mario Galeano era amable y violento al mismo tiempo. Confió a Pablo, su primo, la administración del campamento y pasaba todo el día pensando en estrategias, para liberar el país de la hegemonía de las diez familias tradicionales, que siempre habían gobernado a Colombia. Mucho tiempo antes de que la gente dejara las camas, él ya podía estar en cualquier parte, a una distancia de veinte kilómetros a la redonda, montado en “Venusino” un caballo alazán tostado, hijo de “Capuchino del ocho”. El freno, los estribos y el collar de la bestia, se los había hecho un joyero, amigo suyo, en puro oro macizo y adornados con piedras preciosas. Le encantaban el oro, los caballos criollos de silla, las rancheras, los gallos de riña y las mujeres hermosas. En todos los lugares estaba vigilando la recolección de las hojas de coca. Los indios lo saludaban humildemente y todo el mundo lo respetaba. Todo funcionaba por su empuje y cada segundo, trataba de imaginar una nueva estrategia para enviar cocaína al otro lado del continente. No le interesaba el mercado europeo, porque detestaba a los gringos. Todas las conclusiones que sacaba se las comentaba a su perro de presa, el tal Pablo, alias “el doctor”.


- Yo quiero cobrar, con sufrimientos gringos, la vida de cada uno de los niños que han muerto de hambre en los países subdesarrollados, por culpa de sus políticas imperialistas que frenan el desarrollo de nuestros pueblos, mientras ellos se hartan de comida y vicios... Es una ironía - decía - que los hombres más inteligentes del planeta, según ellos, se maten, metidos en las fábricas trabajando turnos dobles, procesando el petróleo que nos roban y que luego nos venden por dólares, que nosotros nos ganamos cuidando las hojas de cinco o seis palos de coca. ¿Qué tal ésa?... Los tenemos trabajando duro, mientras nosotros tomamos ron cubano y bailamos vallenatos. - Añadía sin explicar el significado de aquella sarta de palabras sin sentido. - Toda la vida me he preocupado por las injusticias de este mundo y, al final de los años, me he dado cuenta de que el universo funciona con una precisión absoluta. Lo que les hace falta a los pobres para vivir tranquilos, le sobra a los ricos para morir en paz. En esta vida lo único que nos salva es el amor... Así que, si los anglosajones aman mucho a los latinos, entonces nuestros sentimientos son idénticos para con ellos. - Decía con entonación, levantando el dedo índice. Luego guardaba silencio.

Hacía ocho horas que, yo, estaba caminando selva adentro, pensando en Natalia y en los caballos de mis sueños. Los caminos llenos de lodo, me cubrían hasta las rodillas con su humedad pegajosa. La imponente vegetación se alzaba a lado y lado del camino, cubriéndolo todo con su sombra de frescura. Por los intersticios de aquella maraña exótica, se podía apreciar un cielo azul, coronado por la brillantez de un sol radiante. El calor era insoportable, a pesar de la humedad del ambiente. A medida que iba dando tumbos por el camino, la selva estallaba en una sinfonía de extraños ruidos, que me sumergían en el asombro de no haber sospechado la existencia de tan ruidosos guardianes. Aquellos animales, más que insectos, parecían sierras eléctricas por el ensordecedor grito que emitían, avisándole a toda la jungla que había llegado un extraño.


- En la mitad de la selva, uno está a merced de todo - nos dijo el caballista ciego, como tratándonos de explicar los riesgos -. Es desesperante la sensación de desamparo que produce la soledad de los milenarios árboles... El cansancio empezaba a minar las fuerzas de mi cuerpo, en la búsqueda de un campamento cuya existencia era casi indeterminada en la mitad de la selva. Estaba caminando por el filo de una cordillera, que se deslizaba como una serpiente entre dos cañones. El sendero era seguro, pero tenía la desventaja de que, por mucho que avanzara, nunca iba a encontrar agua. Con razón a este paraje siempre lo llamaron “Morro Seco”. El río rugía en el fondo del cañón y una sed atormentadora, se apoderaba lentamente de mí. Pensaba en un vaso de coca cola con mucho hielo. Mi cuerpo estaba totalmente reseco por dentro. El piso y el ambiente estaban húmedos, sin embargo, yo continuaba soñando con agua cristalina cayendo a raudales. Caminaba rápido y el morral, a mis espaldas, se hacía más pesado que nunca. Pensaba en la gaseosa con hielo y ese pensamiento ridículo se fijaba en mi mente, desesperándome hasta la locura. Miraba hacia todos los lados, buscando un poco del agua que no traje y, en el piso, el agua pantanosa llenaba los huecos de las pisadas viejas. Era imposible tomar ese líquido que parecía colada de lodo. Pensaba en una caja repleta de gaseosas. El cansancio era terrible. Bajé el morral y me senté sobre él.
-
¡Qué alivio!

 
Me había tirado debajo de los arbustos, buscando la agradable humedad de la tierra fresca. Mi cuerpo caliente se aferraba con desesperación a la humedad de la madre tierra. Allí permanecí largo rato, sin importarme las serpientes y los bichos venenosos que abundaban por allí. Al rato me levanté un poco más descansado y continué mi lucha, por llegar al campamento del “padrino” antes del anochecer. Eran las cuatro de la tarde aproximadamente, lo decía el comportamiento de los pájaros. Debí de haber traído un reloj. La selva era idéntica en todas partes. Cualquier hombre que no fuera un indio, siempre corría el riesgo de perderse. Morir perdido en la selva debía de ser algo muy terrible. No, no podía pensar en esas cosas.
-
¡Dios mío, no puedes dejar que yo pase una noche metido en la selva, sin un machete para construir un refugio!... ¡Ayúdame, por favor, que no quiero dormir subido en un árbol como un gorila. - Rogué en voz alta a los Dioses, mientras que la aterradora sed crecía tanto, que llenaba mi boca con el desagradable sabor de la sangre.
Después de haber permanecido tirado en el suelo, no recordaba si había continuado avanzando por el camino, o si estaba regresando sobre mis pasos.
¡Qué terrible! ¡Todo era igual!... ¡Cada sitio me parecía conocido y el desespero empezó a cubrir la razón!... Caminé como una autómata, no supe cuál era el rumbo correcto. Por un chispazo de la suerte, a un lado del camino observé el techo oxidado de un rancho. Me detuve, miré bien y...
-
¡Claro! ¡Allí hay una casa! - Grité con emoción, avanzando a grandes pasos por entre la maleza, con dirección al naranjo que se alzaba imponente detrás de la casa abandonada. La cabaña estaba destruida y el piso completamente arruinado, porque las tablas se hundieron bajo el peso de mis botas. Miré con alegría el árbol cargado con hermosas naranjas que, aunque estaban verdes, me iban a proporcionar el jugo salvador. Cogí cinco de las más bonitas. Por fortuna estaban a la altura de mi mano. Intenté partirlas pero su cáscara me pareció especialmente dura. Miré a todos lados y decidí cortarlas con el filo del oxidado zinc del rancho. Tomé todas las naranjas que quise, hasta que mi sed desapareció y mi boca quedó ardiendo por el fuerte zumo de las cáscaras. Me senté un rato sobre las tablas de lo que anteriormente fue el piso. Me pareció que algo o alguien, se movió en el sendero. Salí corriendo con el morral en la mano y alcancé a observar la figura de un hombre, que se detuvo al escuchar el ruido de mi rápida carrera.

- Buenas tardes, señor... - saludé con alegría -. ¿Me hace el favor y me dice si falta mucho para llegar a la finca de don Mario Galeano?...

- ¡Avemaría, por Dios! - exclamó el hombrecillo que, vestido con ropa harapienta y con la cabeza cubierta por un sombrero completamente viejo y acabado, parecía el gnomo de un cuento de hadas. - Para llegar a la finca de don Mario, le hacen falta ocho horas de camino.

- A mí me dijeron que la finca queda al frente de la desembocadura, del Río Tigrillo en el Río Verde - expliqué, con la esperanza de que el comentario de aquel hombre estuviera errado. El temor de pasar una noche en plena selva, me tenía preocupado.

- Tranquilo - dijo, adivinando mi preocupación -. No hay ninguna confusión. El único Mario Galeano que existe, es el dueño de todas estas tierras. Él es el dueño de cien mil hectáreas de selva espesa, que van desde el cerro Rocoso hasta el río Samaná. Yo creo que ya no alcanza a llegar hasta por allá. Si usted quiere, se puede quedar en mi rancho hasta mañana, porque en esta zona no es aconsejable caminar después de las seis de la tarde - recomendó el buen hombre, salvándome de una situación desesperada.

- Yo le agradezco, señor, acaba de sacar un alma del purgatorio. Mi nombre es Julio Fierro y si no fuera por usted, las culebras tendrían fácil presa para hoy - dije, agradeciendo la hospitalidad que me ofrecía aquel buen hombre.

- Las culebras son lo de menos. Se lo digo yo, Ismael palacios, que hace más de treinta y dos años vivo en este territorio - El hombre se quedó pensativo unos segundos, como recordando peligrosos encuentros con la muerte -. En esta tierra, para poder vivir, uno se tiene que dedicar a cultivar yucas sin mirar para ningún lado. Aquí se tiene que mantener la boca bien cerrada - advirtió, mientras cargaba el pesado canasto que apoyó en la espalda y sujetó con una correa alrededor de la frente. Nos desviamos del camino hacia la derecha y empezamos a bajar en busca del rancho.

- ¿Les toca trabajar muy duro a ustedes?... - pregunté, al observar la deshilachada camisa, completamente empapada por el sudor de toda una jornada.

- Sí, a uno le toca trabajar desde el amanecer, para buscar un bocado de comida - explicó mi nuevo amigo, con un dejo de resignación.

El hombre era de pocas palabras y yo no sabía qué decir.

Caminamos veinte minutos, aproximadamente, en completo silencio, después llegamos a un claro que, antes, fue cultivado y, en el fondo, pudimos observar el hogar que animaba la vida de aquel hombre. La casa era muy humilde y se reducía a dos cuartos hechos de rústicas tablas. La cocina funcionaba en una ramada al aire libre, donde un primitivo fogón de barro abrasaba la leña que llenaba el ambiente de luz y calor. Nos acercamos en silencio hasta el patio. Una rubia y hermosa mujer, molía el choclo sin alzar el rostro, como si no se hubiera percatado de nuestra presencia.

- Buenas tardes, señora - saludé, obligándola a salir de su timidez.

- Buenas tardes, señor - dijo la muchacha, levantando el rostro y dejando apreciar sus hermosos ojos verdes. Abandonó la molienda del maíz y se dirigió hacia nosotros, con dos tazas de agua de panela con limón, que ya tenía preparadas sobre una destartalada mesa. Yo me senté en una banqueta y acepté gustoso la bebida que ingerí inmediatamente, completamente deshidratado. Tenían tres pequeños hijos que me miraban con mucha curiosidad. Seguramente yo era el primer extraño que los visitaba en mucho tiempo. Dos de ellos eran morenos y con el rostro delgado como el del papá, mientras que el otro era especialmente hermoso, porque tenía los ojos muy verdes, el cabello completamente rubio y largo, hasta la mitad de la espalda. Parecía un ángel al lado de sus dos hermanos. El padre lo tomó en sus brazos, dejando notar su orgullo y predilección por el divino chiquillo.

- ¡Qué precioso es su hijo, don Ismael! - tuve que decir, con el dolor de ver a los otros dos niños desplazados en el comentario.

- ¿Le parece?... - preguntó el hombre, con los ojos brillantes por el orgullo - Este es el que más quiero de todos - dijo, sin presentir el trauma que estaba creando en los otros dos niños. Jugueteó un rato con el pequeño, hasta que la rubia mujer nos trajo la comida. El menú de aquella noche eran frijoles con arroz y un huevo frito. Todos empezamos a comer con mucho apetito, después de que, con gran habilidad, la señora había servido la comida para los tres niños. Aquellos alimentos producidos por un buen hombre, tenían un sabor incomparable. Todos teníamos mucha hambre, porque al poco tiempo habíamos terminado de comer, quedando satisfechos con la vida. Estábamos descansando en silencio. Don Ismael se puso de pie, fue hasta el fogón y retiró una olla en la que quedaba un poco de arroz. Todos miramos al padre y los dos niños negritos, empezaron a llorar a los gritos.

- Ustedes saben, que el pegado siempre es para el niño - gritó ofuscado, mientras ponía la olla a disposición del orgulloso niño rubio que, a pesar de la corta edad, adoptaba una vanidosa posición de altivez. El llanto de los otros dos pequeños se ahogó en lamentos, que se parecían al de dos gatos heridos. En aquel momento me sentí muy mal y estuve pensando, largo rato, en el plato de comida que les arrebaté, a aquellas pobres criaturas, sin quererlo. Después pensé en las veces que mi madre me obligaba a comer sin tener apetito.

Qué contradicción, - Dijo el caballista ciego completamente emocionado - en la ciudad los niños lloran porque no les gusta la sopa y en el campo lloran por un poquito de arroz...

Al rato, el cansancio venció a los chiquitines y la señora se los llevó a dormir. Ismael y yo, empezamos a hablar de mi viaje, para el otro día, ultimando detalles de lo que sería mi travesía por el complicado camino.

- Mañana nos levantamos temprano, y yo te encamino hasta el sendero por el que venías hoy. Después, sólo tienes que continuar por el filo de la cuchilla, sin desviarte, que así no tienes pérdida - Me aconsejó Don Ismael. - Ese sendero te va a llevar hasta el río, lo atraviesas y continúas por el camino amplio, que han dejado las mulas en el otro lado. Sigue por el camino principal, que ése te llevará a la finca de don Mario... Cuando tenga sueño se puede acomodar en el granero, que Esmeralda, mi mujer, ya le arregló la cama - ofreció amablemente, el campesino, percatándose de que mis ojos se cerraban por el cansancio de la doble jornada.

- Será mejor ir a dormir, de una vez. - dije sin pensarlo mucho. Cogí el morral y me retiré al pequeño cuarto. Por todas partes había herramientas y canastos. En un rincón estaba el maíz recién cosechado, al lado de unas yucas que llegaban hasta el borde de la cama, pobremente arreglada. Me senté en la humilde cama de madera rústica y me quedé mirando. Una sábana cubría las duras tablas y en la cabecera reposaba una pequeña cobija al lado de una sucia almohada. Me acosté sin desvestirme, me cubrí con la pequeña cobija y traté de conciliar el sueño, sobre la dura superficie. Toda la noche los ratones estuvieron correteando sobre el maíz. Subían hasta el techo y bajaban con gran estrépito. El cansancio me venció completamente y desaparecí en el vacío de la no existencia.

Al otro día nos levantamos muy temprano, esperamos que doña Esmeralda terminara de preparar el desayuno y empezamos a disfrutar de una arepa cubierta de huevo frito, con un buen café caliente. Terminamos de desayunar, nos despedimos de la hermosa mujer y empezamos la dura jornada en busca del filo que me conduciría a un encuentro con el destino. La noche anterior pensé que mis piernas iban a estar muy resentidas por la dura camiNatalia, pero no fue así, caminé detrás de don Ismael sin ninguna dificultad. Llegamos hasta el punto donde nos habíamos encontrado el día anterior, le di las gracias y cada uno se marchó por su lado.

En las próximas seis horas el camino fue igual, el paisaje me parecía conocido de siempre. Atravesé el río con la alegría de un baño refrescante. Calmé mi sed en aquella autopista de aguas cristalinas. Toda mi ropa estaba húmeda y continúe el camino con el pantano hasta las rodillas. Pensaba en Natalia y su imagen me animaba, como si fuera un premio al final de la larga cadena de sufrimientos que estaba afrontando. La peregrinación continuó, con más árboles inmensos, más insectos chirriadores, más colinas difíciles, más lodo y más horas de cansancio.

Mis piernas estaban duras y el monte quedaba atrás, ante la voluntad de mi esfuerzo. Un caserío apareció ante mis ojos antes de que me diera cuenta. Estaba compuesto por siete u ocho chozas de paja, un salón grande y una cabaña en la que sobresalía el techo de zinc, pintado de color rojo. Aquel lugar era idéntico a todos los asentamientos de colonos que existían en la zona. Lo único que lo hacía diferente era el enorme salón, donde seguramente funcionaba el laboratorio.

En aquella tarde soleada, todo el mundo trabajaba sin presentir la llegada de un extraño. El administrador, sumergido en un mar de papeles, desvió la atención hacia las voces que se escuchaban en la callejuela y miró, a través de las ranuras que dejaban las mal puestas tablas de su rancho, hacia donde estaba yo, un poco más alto de lo común, con la cabellera larga y la camisa abierta dejando ver mis desarrollados músculos. Sus ojos inexpresivos se clavaron duramente sobre los míos.

- ¿Es, usted, el administrador del campamento?... - pregunté, con la voz entrecortada por un nerviosismo palpable, que no pude ocultar.

- ¿Qué desea? - gruño el hombre, con voz no precisamente amable.

- Me llamo Julio Fierro y soy el ahijado de Mario Galeano, vine a visitarlo y a ver si hay la posibilidad de trabajar con ustedes.

- Sí. ¿Y quién te dijo, a vos, que nosotros necesitamos trabajadores? - replicó el sujeto un tanto desconfiado - Los de la DEA y los del gobierno, que han intentado infiltrarse en nuestra organización, siempre terminan en el río, viajando boca abajo. ¿No serás uno de ellos? - preguntó y sin esperar la respuesta añadió - ¿Cómo conociste al jefe?

- Cuando yo era un niño, él vivió en mi casa y fue como un hermano mayor para nosotros. Mario siempre ha sido amigo de la familia y, como ya te he dicho, yo soy su ahijado. Ahora he venido a buscarlo porque necesito de su ayuda - dije con bastante seguridad.

- Bueno, y ¿qué sabes tú de este negocio? - preguntó fríamente, sin hacer caso del parentesco que yo había revelado.

- Cristalizar, mejor dicho, yo sé todo sobre los alcaloides - respondí con marcado orgullo. El hombre se quedó pensativo unos segundos.

- Ve hasta la cabaña de techo rojo, para que saludes al jefe, luego te vienes para el salón grande - dijo, señalando la ordinaria construcción rectangular -, para mostrarte el sitio donde, seguramente, vas a trabajar con nosotros.

- Muchas gracias, señor - dije amablemente, mientras dirigía mis pasos hacia la cabaña señalada.

Mario Galeano estaba sentado en una silla mecedora, rodeado por cinco lindas mujeres. Se quedó mirándome a los ojos y me saludó con incomoda frialdad.

- ¿Qué lo trae por estas tierras, ahijado?... Yo pensé que tú ibas a ser el primer profesional de la familia.

- Nada, padrino. Hemos tenido muchas dificultades económicas y tuve que venir a pedirle colaboración.

- Lo siento, hijo mío, pero nunca sacrificaré tu porvenir. Quiero que regreses a tu casa y continúes con tus estudios, que son lo único importante en la vida.

Esa fue la primera reacción que tuvo el padrino conmigo. Discutimos un buen rato y, al final, le expliqué que ya no había qué hacer. La cancelación de la matrícula en la universidad, me dejaba automáticamente seis meses por fuera. Tiempo suficiente para ahorrar algunos pesos y regresar.

- Te voy a colaborar, pero quiero que me prometas algo, y procura hacerlo como el caballero que, creo, hay dentro de ti. Se trata de tu futuro y el de tu familia, pues debes de estar enterado que dentro de muy pocos años, ellos te van a necesitar. ¿Me prometes que todo el dinero que te ganes en este tiempo, más el que yo te voy a regalar, va a estar dedicado a tus estudios y al bienestar de todos los tuyos?

- Sí, señor, se lo prometo - respondí, seguro de mi decisión.

- ¿Te vas a drogar y vas a derrochar el dinero con sinvergüenzas que no le gusten a tu padrino? - preguntó solemnemente, sin descomponer el aspecto grave que siempre lo caracterizaba.

- No, señor, todo lo utilizaré en la búsqueda sagrada de mi bienestar y el de mi familia. - Desde aquel momento estaría en el campamento, con el patrocinio del dueño absoluto de todo.






 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO SIETE

"Todo es rústico". Pensé, mientras me dirigía al lugar donde trabajaría una buena parte de mi vida. "La química ha descendido de las mesas inmaculadas y de los recipientes cristalinos, para ponerse al servicio de las canecas y del manejo industrial improvisado".

No tuve ninguna dificultad para encontrar la sección de oficinas. El administrador no estaba por ahí. En la puerta de uno de los cuartos decía con letras escritas a mano alzada:

Administración general de insumos

Ingeniero: William Cardona.

Jefe de procesos técnicos.

El hombre que estaba sentado detrás del escritorio, no aparentaba más de cuarenta años de edad. Era de baja estatura y muy delgado. Su cabello era negro y en su cara ancha, los pómulos sobresalían, dándole una expresión sonriente en todo momento. Los ojos rasgados ponían el toque de inteligencia en aquel rostro singular.

- ¿El ingeniero William? - pregunté con firmeza. El otro sonrió y afirmando con la cabeza dijo:

- Soy yo - se levantó y me brindó un apretón de mano, en señal de bienvenida.

- Yo soy Julio Fierro, ahijado del dueño y un humilde colaborador en lo que le pueda servir.

- Encantado de conocerlo, amigo... Pablo, “el doctor”, el hombre que lo recibió y lo mandó para donde el jefe, vino a conversar conmigo sobre su presencia. Me encomendó la misión de explicarle, más o menos, el funcionamiento de la empresa y aunque no lo estábamos esperando, yo sé que usted nos será de gran ayuda - determinó William, hablándome con mucha amabilidad - ¿Es usted ingeniero también?

- Estuve estudiando Química durante algún tiempo - expliqué un poco cohibido -. En realidad, fui alumno de la Universidad de Antioquia hasta hace unos pocos días.

- Apostaría a que te picó el gusanillo de la ambición... - dijo William, acompañando las palabras de un gesto de complicidad -. A todos los jóvenes, los mata el deseo de un auto de lujo y las comodidades de una buena vida. Tener una abultada cuenta bancaria, es el sueño de todos nosotros.

- ¿Me tocará trabajar a su lado? - pregunté con curiosidad.

- No - el hombre sonrió -, a usted lo necesitamos en la producción de pasta, que es el tratamiento primario que se le da a las hojas de coca. Usted acompañará a Carlos “el ermitaño”, un hombre muy formal y trabajador. Le encantará su compañía, porque yo sé que ustedes dos se entenderán muy bien.

- ¿Todo el proceso funciona en estas instalaciones? - investigué con incredulidad. William afirmó y anotó:

- No son las más bonitas, pero tenemos gran capacidad de producción. Me gustaría que tratara de llevarse bien con el administrador general y jefe de seguridad, porque él es muy acelerado y muy loco. Parece ser que cuando estaba joven, lo traumatizaron en el ejército y en todas partes cree ver enemigos.

- ¿Podré tener autonomía dentro del proceso? - pregunté con atrevimiento.

- De eso se trata. Tendrás toda la colaboración de los muchachos, para que hagas los cambios que desees - dijo mirando a través de la ventana. - ¡Caramba!... Ya empieza a oscurecer - dijo sorprendido - Eso es lo bueno de trabajar bajo un intenso olor a éter, que lo mantiene a uno medio aletargado, sin dejarlo pensar en nada mientras pasa el tiempo.

"Ese olor será bueno para ti, que quieres escapar de la realidad, - pensé un poco angustiado -. Pero para mí, que sé el daño tan grande que ocasionan los éteres, será la antesala del infierno".

- Bueno, yo creo que lo mejor es que te vayas para los dormitorios y te acomodes de una vez - recomendó William -. Allá encontraras a Carlos, que es el que te va a explicar el funcionamiento de la planta. Los dormitorios quedan de aquí para arriba, en la segunda choza a mano derecha.

La noche empezaba a caer sobre el campamento. Avancé como cincuenta metros y llegué hasta el rancho más abrigado de todos. En la puerta, escrita con carbón, podía leerse la palabra "Dormitorios". Golpeé con los nudillos varias veces y esperé unos segundos. Nadie acudió a mí llamado. Empujé la destartalada puerta y entré. En aquel salón no había ninguna clase de muebles. En el suelo, ordenados simétricamente, reposaban seis colchones y, al lado de varios de ellos, se podía observar ropa doblada, talco, lociones, máquinas de afeitar, pantuflas y, sobre todos ellos, la toalla al lado de la cobija y de la almohada. A primera vista, uno se daba cuenta de que allí vivían hombres muy despreocupados. Varios de los colchones estaban vacíos y sobre uno de ellos descargué mi morral. Seguramente ésa iba a ser mi cama durante varios meses. "¿Qué diría Natalia, si viera todo este desorden?"... Pensé completamente enamorado. Me tiré de espaldas sobre mi colchón y me quedé pensando en ella. Me disolví en la dulzura de sus encantos. Qué bueno era recordarla.

Un hombre de talla media, profundos ojos azules, barba espesa y modales elegantes, interrumpió mis pensamientos sin haber llamado a la puerta.

- Disculpa, no sabía que estabas aquí – dijo, reflejando en su rostro una gran amabilidad, lo que le hizo parecer una persona agradable - ¿Tú eres Julio Fierro, el nuevo compañero? - preguntó, sin descomponer la personalidad agradable que reflejaba.

- Sí, soy yo. Usted es Carlos, me imagino.

- Sí, bienvenido a la barcaza de la meditación.

- Gracias - dije, sentándome para mirarlo desde otro ángulo más cómodo -. Siempre sentí gran curiosidad por el proceso productivo de la droga colombiana. Ahora estoy aquí y espero que ustedes me colaboren - anoté mostrando mucho interés en el asunto.

- El oro blanco, es lo más lindo y sabroso que nos hemos podido inventar - argumentó Carlos -. La cocaína es un alcaloide suave, con el que los niños lindos de Norteamérica le ponen brillo a sus increíbles fiestas. El éxtasis y la sensación de libertad absoluta, que produce este inofensivo polvo, es la única dependencia psicológica que los sujetará siempre fieles a él. Definitivamente, el que no ha probado la coca no ha vivido.

- Yo no estoy muy de acuerdo con eso, porque no tengo ninguna experiencia en la materia y vivo muy feliz - dije tratando de salvar mi integridad.

- Tranquilo que aún estás muy joven y todavía no sabes de desengaños. Mira, Julio, existen dos clases de sensaciones que son, las naturales y las artificiales. Tú estás en la etapa de la vida color de rosa y cuando se te pase esa fiebre de romanticismo, ya hablaremos de la segunda - anotó cómo profetizando un mal futuro -. Pero no perdamos el tiempo, ven que te voy a mostrar algo.


Abandonamos el dormitorio y regresamos caminando, hasta el gran salón del laboratorio. Entramos en la sección donde funcionaban unas pequeñas oficinas. Allí comprobé la forma rudimentaria e improvisada como se trabajaba. El pequeño despacho estaba amoblado con un escritorio, dos sillas giratorias y una butaca de cuero. En el fondo había una mesa de experimentación que estaba llena de tubos de ensayo y vasos precipitados. Todos en gran desorden y sin lavar.

"Este señor, lo que sabe de química es muy poco, seguramente." Pensé sin decir nada.

- ¿Cuál es la función que voy a desempeñar en este laboratorio? - pregunté con interés.

- Es algo muy simple - dijo Carlos -. Aquí todos hacemos de todo.

- ¿Cuándo hay problemas técnicos, quién los resuelve?

- Nunca se presentan problemas, porque todo lo tenemos memorizado - respondió con frescura.

- ¿Cuántas horas se trabajan diarias? - pregunté, tratando de hallar algo estable en aquel desorden. Carlos hizo un gesto de desinterés, como si el tiempo no importara.

- Regularmente se deberían trabajar ocho horas diarias, pero al final del cuento lo único que importa es la producción. El horario podemos arreglarlo entre nosotros.

- ¿Existe un incentivo para los que desean trabajar de noche? - investigué, dejando ver el interés que me obligaba a tratar de reunir dinero a toda prisa.

- Nunca hemos trabajado de noche - afirmó Carlos -. Pero si tú lo deseas, y tienes mucha prisa, se te reconocerá un porcentaje sobre la producción promedio. Tranquilo, que lentamente le vas cogiendo el hilo a la cosa.

- Bueno, señor. - dije con respeto. Carlos se puso de pie cómo dando por terminada la charla técnica.

- Tenemos muchas cosas de qué hablar. Parece que te gusta alimentarte bien, y yo soy un especialista en comida vegetariana y en cosas deliciosas - explicó, entornando los ojos detrás de un deseo gastronómico -. Los vegetales, las frutas y las cosas ricas, son la fuente de la buena salud. En este lugar se consumen las harinas de las verduras que yo deshidrato en un horno solar. Yo estuve viviendo siete años, con unos monjes que eran excelentes cocineros y de ellos aprendí el tratamiento de la buena cocina. Mañana desayunaremos con pan de verduras y queso de soya, para que te des cuenta de lo bien que se vive en este lugar - comentó Carlos, manifestando el gran interés que sentía por la culinaria -. Me gustaría que, hoy mismo, hablaras con Pablo, para que te explique, de una vez, toda la basura que se maneja con el cuento de la seguridad. Tema que, según ellos, es muy importante.

Aquellas últimas palabras me dejaron un poco inquieto, pero no dije nada. Carlos se despidió con un apretón de mano y se alejó en busca de su rancho. Después supe que también lo llamaban “el panadero”, por su exagerado amor hacia la culinaria. Aquella misma noche, pude comprender a qué se refería Carlos con lo de basura, en cuestiones de seguridad. Pasadas las nueve de la noche, me dirigí a la pequeña cantina donde los muchachos se divertían tomando cerveza y jugando billar. El indio que atendía el bar me miró con amabilidad.

- Bienvenido, joven... ¿Desea tomar algo?

- Una cerveza, por favor - dije, mientras buscaba en mis bolsillos el billete para pagar el importe.

- Tranquilo, que todo lo que usted consuma se le anota y, al final de mes, se le descuenta del sueldo - me quedé perplejo. Allí todo funcionaba como una gran familia. Casi todos los muchachos estaban ahí, y me miraban con curiosidad. Pablo estaba jugando cartas con Carlos y un indio.

- ¡Hola, Julio! - saludó Pablo, con la propiedad del que manda -. Cuando llegaste no tuve la oportunidad de hablar bien contigo. Existen cosas que te tengo que explicar, antes de que estos lobos te acaben. Espera unos minutos, a que este indio ladrón nos gane esta partida y hablamos. El macizo aborigen sonrió, sintiéndose orgulloso de su suerte y, en ese preciso momento, lanzó su juego completo para ganar una vez más.

- Con este indio, definitivamente, no se puede jugar - argumentó Pablo, abandonando las cartas. Se puso de pie y, llegando hasta mi lado, me tomó del brazo y empezó a caminar hacia la parte trasera de la tienda. Allí nadie nos podía escuchar -. ¿Te explicó, Carlos, cómo es que funcionan las cosas aquí?

- No, señor - contesté respetuosamente.

- ¿Cuál señor, hombre?... ¡Dime, Pablo, como me llama todo el mundo! - exclamó un poco molesto -. Bueno, la cuestión es que aquí, estamos rodeados de tipos ambiciosos y ladrones. Ahí donde lo ves, con cara de santos, cualquiera de ellos te mataría sin ningún remordimiento, para robarte lo tuyo. Así que, siempre, tendrás que ir armado para que te respeten la vida - terminó de decir, mientras sacaba de un maletín, una ametralladora y una pistola nueve milímetros -. Tienes que escoger una de estas dos. Será tu arma de dotación y tendrás que responder por ella, hasta el día en que te marches. - Yo me quedé mirándolas, estaba un poco sorprendido ante aquellas dos hermosas armas.

- ¿Las sabes manejar? - interrogó Pablo, con mirada burlona ante mi desconcierto.

- No, nunca he tenido una de ésas en mis manos - contesté con un poco de vergüenza.

- Bueno, si la cosa es así, entonces te recomiendo que te quedes con la pistola, que es un arma muy fácil de manejar y muy efectiva - levantó el arma y me explicó la forma en que se le introducía y se le sacaba el proveedor, luego montó un tiro en la recámara y dijo:

- Dispárala, para que sientas toda la potencia - la disparé una sola vez y aquello fue terrible, los oídos me quedaron zumbando. Nunca me imaginé que aquellos aparatos fueran tan pesados y sonaran tan duro. Los hombres que estaban al otro lado de la construcción, ni siquiera se inmutaron con el ruido del disparo. Desde aquella noche, esa pistola niquelada fue mi compañera. Regresamos a la pequeña cantina y estuvimos jugando y tomando hasta muy avanzada la noche. En aquella reunión me di cuenta de que hacía parte de una original familia.

En aquel destierro ingrato, me sentía más abandonado que nunca. Pensé en Jaime, mi compañero en la universidad, al que desde hacía varios meses no frecuentaba, y, para mi salud mental, tuve que empezar a escribir sentidas cartas a mi mejor y único amigo, desde San Francisco, un pequeño pueblo que quedaba a sólo cuarenta y cinco minutos, a caballo, de nuestra singular aldea, y que hubiera sido el camino más corto y más seguro para haber llegado hasta donde el padrino, sin necesidad de haber atravesado la selva de insectos chirriadores.

San Francisco, 2 de septiembre

Señor:

Jaime Aristizábal

Querido Amigo: ¡Qué distancia tan grande nos separa! ¿A qué punto, en el destino de mi vida, me llevará la decisión que he tomado de venir a esta selva?... Abandonar el estudio, la familia, los amigos y hasta mi propio amor, me han probado, a mí mismo, la gran capacidad de esfuerzo que puede encerrar el corazón de un hombre, cuando persigue una ilusión. ¿Te imaginaste qué, al presentarme esa hermosa chiquilla, mi vida iba a cambiar totalmente?... Lo único que te puedo decir, es que te lo voy a agradecer por toda la eternidad. No quiero ni pensar en la reacción que debe haber tenido mi madre, al saber que yo, su gran esperanza, había volado a una selva lejana a buscar algo que no se me perdió.

Te cuento, mí querido amigo, que después de que me vine, sentí algo indescriptible. Un inmenso vacío en el pecho, se me convirtió en un sentimiento desagradable, ante la irresponsabilidad de haber evadido el cuidado de mi madre y de mi pequeño hermano. Aquella sensación se convirtió en algo físico y casi palpable, que oprimía todo mi cuerpo. Era cómo una angustia que me atrapaba, obligándome a mirar hacia atrás, con el arrepentimiento de no haber comunicado semejante decisión. Fue algo sucio condenar a mi madre al desespero de mi ausencia, o quizás de mi muerte. Tomé la decisión de jugar con mi vida y, en estos momentos, me doy cuenta de que no es ni tan mía. Existen lazos de agradecimientos y responsabilidades que, uno, jamás debería romper.

Espero que pases por la casa, a saludar a la vieja. Le dices que estoy muy bien, a ver si eso le sirve de consuelo. Bríndale una disculpa de mi parte, por no haberle comunicado mis planes. Trata de aliviar un poco su angustia, porque tú sabes que yo no soy capaz de hablar con ella, ni una sola palabra de esto.

En esta selva inmensa, uno se siente indefenso. La soledad y el silencio se clavan dentro del pecho, convirtiéndose en dolor. Los árboles son inmensos, se elevan a muchos metros de la tierra, para formar un bosque espeso, que sumerge en penumbras todo el ambiente, llenándolo de humedad. Yo, todos los días, endurezco mi corazón, tratando de no sentir el miedo de un peligro insospechado. Estoy convencido de que somos inmortales, en este camino adverso, pero también estoy convencido de que estoy obrando mal y de que algún día lo habré de pagar.

Recordado, Jaime, te cuento que físicamente estoy muy bien, aunque el campamento es pequeño y sin ninguna comodidad. Existe un salón mediano donde dormimos los técnicos. Está la casa del jefe y cuatro o cinco ranchos más. Si uno consigue mujer, se puede independizar en uno de ellos. Como somos sólo hombres, nos gusta vivir unidos. Somos tres muchachos de Medellín y yo. William es el más inteligente de todos, es ingeniero de minas y de petróleo y, en estos días, va a traer a su esposa y a su pequeña hija. Pablo, alias “el doctor”, es un muchacho que estuvo pagando ejército y allá se dañó, de tanto matar campesinos inocentes. Carlos es un drogadicto empedernido, que le gusta la meditación y la comida vegetariana. A mí me parece que, tanto el jefe como los otros muchachos, están locos y están buscando la muerte.

Espero que hayas continuado trabajando en el proyecto de los equinos, porque ése va a ser el futuro de nuestras finanzas. Jaime, cada que tengas la oportunidad, habla con Natalia y llévale saludos de mi parte. Si tienes dinero, mándale flores en mi nombre, que yo después te las pago. Querido amigo, cuídate mucho y cuenta para todo conmigo, porque, aunque estés muy lejos, siempre serás mi amigo del alma.

Julio Fierro.

"Los primeros días siempre son difíciles". Pensaba yo sentado en la cantina, contemplando la hermosura de un cielo completamente estrellado. El campo se cubría con el esplendor azulado de la magia nocturna, una magia parecida a la que vivíamos Natalia y yo, cuando nos besábamos a la luz de la luna.

- Buenas noches, Julio - dijo William, el ingeniero, acercándose con su figura agradable -, ¿qué te pasa, que tienes esa cara de tristeza?... Desarruga esa frente, hombre, que te vas a volver viejo antes de tiempo.

- Son los secretos del alma, que se revuelven por dentro - contesté, aceptando la mano que me brindaba en un efusivo saludo.

- No te preocupes, que en la vida siempre hay solución, aunque las cosas sean muy graves - aconsejó William, descomponiendo la sonrisa que caracterizaba su rostro -. Cada persona guarda profundos secretos en el alma que por muy fuertes que sean, nunca nos podrán destruir.

- Eso es verdad - murmuré con fingida indiferencia, queriendo cambiar de tema.

- La intensidad de tus penas, es el castigo que tienes que pagar por tus malas acciones - concluyó el ingeniero, tratando de entrar en charla.

- Sí... ¿Por qué? - pregunté fríamente, tratando de romper su seguridad.

- Al final del tiempo, todas las fechorías que uno hace, se las cobra la vida con dolor. Pero no hablemos de eso, mejor nos tomamos unos tragos y escuchamos música de despecho, porque yo también estoy ansioso. Este fin de semana vienen mi esposa y mi pequeña hija. Hoy, el amor está como alborotado - dijo, adivinando mis pensamientos.

Pedimos una botella de aguardiente, dos copas, dos vasos con agua y unos cascos de naranja. El sitio era agradable, la oscuridad lo envolvía todo y la música llegaba hasta nosotros, llenando el ambiente de magia y de sentimiento. La noche avanzó y nosotros, en aquella tierra caliente, nos llenábamos de melancolía.

- ¿Cómo será la muerte? - pregunté sin saber por qué lo hacía.

- Tranquilo que eso está muy lejos de ti - dijo William, como tratando de suavizar mi desconsuelo -. Los hombres somos Dioses en proceso de maduración, encerrados en una dimensión de la que es imposible salir, sin antes tocar el punto de intersección, que es el de la muerte. Allí confluyen todas las experiencias y el aprendizaje que se ha logrado en la vida. Las alegrías y los sufrimientos, los sueños y los desengaños, son los que, a última hora, determinan el punto exacto, de pasar a otro nivel en tu evolución sagrada. Cuando perdemos el estado material biológico, nos libramos del tiempo y del espacio, para pasar a una dimensión en la que vamos a estar en todos los lugares al mismo tiempo. Una dimensión donde no habrá pensamiento, porque todo es una unidad de sabiduría y una unidad de energía y de feliz eternidad. En la tercera dimensión, que es en la que vivimos - explicó, animado por mi atención -, cada persona tiene una misión que encaja, perfectamente, con todo lo demás. Si hoy somos jueces, mañana seremos juzgados por nuestras exageraciones. Si generamos dolor, existe la persona con la suficiente fortaleza para detenernos, aplicando la misma cantidad de lo que estamos generando. Por eso, a través de la historia, han existido hombres que se creen los elegidos de los Dioses, para repartir justicia con una fortaleza infernal. Hombres como Jesucristo, Hitler, Gandhi y Pablo Escobar, fueron necesarios cada uno en su tiempo. ¿Quién hubiera detenido a los romanos, en la cantidad de crímenes que estaban cometiendo contra los indefensos habitantes de Nazaret, si no hubiera un orador que les explicara con humildad, el trato de cristianos que se merecían?... ¿Quién debía atropellar a los indefensos judíos, si no hubiera nacido un loco con el valor de masacrarlos a todos, mientras arrastraba consigo las ideas del hombre superior y los macabros proyectos que se trazaban los japoneses?... Aunque nadie lo crea, Hitler fue increíblemente necesario en el nuevo orden mundial, donde existe libertad de razas y de opinión. Gandhi con su manejo de gente y con su humildad avasalladora, les pudo explicar a los ingleses el significado de la palabra libertad. ¿Qué sería del pueblo suramericano, si no existiera la cocaína que les gusta tanto a los gringos, para poder conseguir esos pocos dólares que les asegura la subsistencia en medio del abandono estatal?... ¿Qué sería del pueblo hambriento de Colombia, si no hubiera nacido Pablo Escobar, para amedrentar a los serviles del norte que, durante muchos años, entregaron los recursos naturales y todas las riquezas del país, sin pensar en el futuro de nuestra pobre gente?... Cada persona, por insignificante que sea, tiene una misión en el desarrollo del hombre hacia el infinito. ¿O tú qué crees?...

- Sí, puede ser verdad - contesté, pensando un poco en la ley del equilibrio que exponía mi amigo -. Por coincidencia he visto, en la vida, que cuando una persona se siente incómoda y todos los caminos se cierran para asfixiarla, un accidente ridículo la aparta del camino, como si una mano divina estuviera repartiendo la paz que cada uno necesita.

- Aunque la gente no lo perciba - explicó William -, estamos sujetos a una ley moral y divina, tan precisa como un reloj y que, a pesar de que casi todos la conocemos, la necesidad y la ignorancia, nos obligan a contradecirla todos los días.

- Lo malo es que, de querer seguirla, tendríamos que ser como unos monjes - dije con sarcasmo, imaginándome con un hábito y rezando sin cesar -. Mejor dicho, amigo, no le pongamos mucho misterio a la cosa y dejemos que el mundo marche como quiera.

- Eso no es tan sencillo, Julio - analizó, William, muy pensativo -, cuando uno ha cometido errores imperdonables, no puede dejar que el mundo gire con libertad. Es más, yo soy un adicto a la droga y estoy aquí, por culpa de la exagerada protección que me brindaron mis padres y que no pude entender. Cuando yo era casi un niño, empecé a sentir el influjo hormonal y cometí tantos errores que, después, me tuve que refugiar en el vicio de las drogas, para olvidar las malas acciones de cuando yo era un adolescente... Cuando yo era un chico, fui un tipo fuera de lo normal - estaba diciendo William, animado por el licor -. Permanecía estudiando encerrado en mi cuarto. No tenía amigos y hablaba muy poco. Todos notaban mi comportamiento anormal y empezaron a llamarme “Júpiter”. Me comparaban con el psicópata de una novela, que vivía en una buhardilla y en la noche salía a matar la gente. Yo siempre me he sentido distinto. Me gustan las cosas extravagantes. Después de que terminé la primaria, empecé a vivir la vida con violencia, mi temperamento era fuerte y yo me comportaba como un loco. Casi todos los días peleaba con un compañero distinto.

- Eso no tiene nada de raro, porque casi todos los adolescentes miden su fuerza para saber cuál es el más fuerte - dije, tratando de hacer recapacitar a mi amigo que, en medio del efecto del licor, estaba hablando de un tema bastante incómodo para él y para mí. Le di tiempo para que recapacitara, pero él continuó hablando.

- Me encantaban los motores. Deseaba tener un carro y una motocicleta, inmediatamente. Me metí en un combo de matones y empezamos a matar gente - confesó, sin medir las palabras - ¿Sabe qué, hermano?... Yo tengo más de un muerto en mi conciencia. Pablo se cree muy sangre fría, pero aquí nadie sabe quién soy yo. Imagínate que cuando tenía catorce años maté a una anciana.

- ¿Cómo así, William? - exclamé asustado - No, no me cuentes esas cosas por favor.

- Tranquilo que eso no es nada. Esa anciana vivía como a dos cuadras de mi casa - continuó relatando -. Todos los días iba hasta la iglesia, para liquidar los escapularios que le vendía al padre. Colaboraba mucho en la iglesia y hasta ayudaba en el aseo del templo. Un día, en el que estábamos jugando fútbol en la esquina de mi cuadra, me cometieron una falta y yo, enfurecido, iba a cobrar un tiro libre, pero un negrito hijo de prostituta, se me paró como a dos metros de distancia y no me dejaba cobrar. Yo cogí impulso para pegarle un golpe fuerte. Le pegué una patada al balón y el negro se quitó. En esas venía la anciana por el andén y le pegué con el balón en toda la cara. La señora cayó como un bulto de papa y esa cabeza sonó contra el cemento, como un coco. Todos nos quedamos petrificados. Fuimos a recogerla y tenía los ojos blancos, como si estuviera mirando hacia arriba. Alguien dijo que la lleváramos para el hospital en un taxi. La recogimos entre todos. Yo la levanté de la cabeza, mi mano quedó toda ensangrentada, me cogieron unos nervios inmensos y me fui corriendo para la casa. Yo no sé quién la llevó hasta el centro médico. Allá la atendieron y por la tarde se murió. Al otro día la enterraron y yo, me quedé encerrado en mi casa como dos semanas. Todos los días esperaba que ya fuera a llegar la policía por mí, pero pasó el tiempo y nadie me dijo nada. Las primeras noches yo me soñaba con la anciana y casi no podía dormir, pero al final me acostumbré y me di cuenta de que, matar a alguien, no era tan difícil.

William me contaba todas esas cosas con mucho orgullo, sin importarle la imagen que estaba reflejando ante mí. Él, aparentemente, era un tipo muy inteligente y educado, pero aquella faceta de su vida me dejó anonadado. Yo nunca pensé que un tipo tan elegante y tan serio, pudiera guardar esa clase de secretos. Seguimos hablando de esos temas y él me contó cómo había matado a un muchacho que hirió a un primo suyo.

- Estábamos en Copacabana, en la fiesta de graduación de un primo. Nos estábamos tomando unos aguardientes cuando llegó Ricardo, que es el niño de la casa y es muy loco, con una puñalada en la mano. Lo habían invitado a una fiesta y el malo del barrio lo chuzó, sin motivo. Todo el mundo se desesperó y yo, que tenía el revólver encima y estaba envalentonado, le dije:
- Venga, primo, muéstreme cuál es el terrorífico que le hizo eso.
Caminamos como diez cuadras y llegamos a la fiesta donde lo habían herido. El primo mío, como era muy joven, se asustó y se estaba echando para atrás.
- Tranquilo, muéstremelo a mí, que yo lo desafío y ustedes me esperan en la esquina. - Les propuse. Estábamos de suerte... En la puerta de la casa había como diez personas y entre ellas estaba el bravo que el primo me señaló. Tenía una chaqueta café y estaba rapada la cabeza, como un policía. Yo me le acerqué despacio y sin decirle nada le pegué un tiro en el oído. El hombre ni siquiera gritó, se cayó al suelo y empezó a temblar. Allí en el piso, le pegué otro tiro que le quebró todos los dientes. Lo dejé vuelto nada, para que aprenda a respetar en la otra vida. La gente corrió despavorida y yo salí, tranquilo, caminando hasta la esquina. Guardé el arma y nos fuimos para la casa a bailar, como si nada hubiera pasado. - Relató William, recordando feliz, sus aventuras. Aquellas confesiones me habían dejado impresionado y yo no sabía qué decir. Mi amigo, en medio de su borrachera, continuó con las historias.

- Con la gallada que me enseñó a ser malo, probé la cannabis, la bazuca y “el perico”, o sea la cocaina - explicó, sospechando que yo era un inexperto -. Como mi familia es de bien, no tuve necesidad de retirarme del colegio. A pesar de que estaba metido de lleno en el vicio, mi rendimiento académico, aunque no era igual que antes, me permitía ganar los años. ¿Quién se imagina que la droga y el estudio son compatibles?... - preguntó, orgulloso de su hazaña. - A casi todos mis amigos de la infancia, los fueron matando, uno a uno, en las formas más ridículas. La pandilla se acabó y yo me fui para la universidad a seguir estudiando. Vivíamos en un ambiente más elegante y, para mi sorpresa, allí casi todos usaban cocaína, aunque yo les hacía ventaja... Cuando estaba como en el cuarto semestre, me conseguí una novia que hoy es mi esposa. Aumentaron las fiestas y aumentaron también mis problemas. Los fines de semana nos íbamos para las fincas y, ahí, me di cuenta del daño terrible que me estaba haciendo la droga. Yo con una novia bien bonita, a la que todos admiraban, me acostaba con ella y las cosas no funcionaban bien. Al principio le alegué cansancio y después le dije que era culpa de ella misma, por presionarme tanto. Aquella situación me deprimió mucho y me refugié del todo en las drogas. Como ella me amaba, entendió mi situación y seguimos saliendo juntos. Cuando me faltaban dos semestres para graduarme, me comunicó que la cosa no funcionaba tan mal, porque estaba en cinta y yo estaba feliz. Esa era la prueba, ante el mundo, de que, a pesar de mis debilidades, yo no era, ni impotente, ni estéril.

William se quedó en silencio, cómo pensando otras cosas.

La historia se acabó y los aguardientes se sucedieron, uno detrás del otro, y después guardamos silencio, porque los dos teníamos demasiados recuerdos, que nos lastimaban el alma.

Julio fierro, el caballista ciego, también guardó silencio, visiblemente cansado por el largo relato. Todos estábamos un poco embriagados, ya era muy tarde y mejor nos fuimos a dormir.






CAPITULO NÚMERO OCHO

 

Dormimos como lirones y al otro día, José Antonio, desde las cinco de la mañana empezó a mover ollas en la cocina. Di muchas vueltas en la cama y estaba empezando a conciliar el sueño, nuevamente, cuando empezó a sonar una canción mejicana que hablaba de una paloma negra y traicionera. El patrón había despertado enamorado y estaba escuchando música a todo volumen, me levanté extrañado y encontré a Julio tomando whisky en su cuarto.

 

- ¿Qué está pasando, jefe?... - pregunté extrañado por la actitud de Julio, que empezaba a ingerir licor desde tan temprano. Me senté a un lado de su cama y rechacé con suavidad, la botella que me ofrecía a tientas.

 

- No pude dormir en toda la noche - argumentó el patrón, visiblemente estropeado -. Me puse a pensar en esa mujer y no he podido saber, si es una buena o una mala chica. Ella fue la dueña de mi corazón y, a pesar de eso, no ha movido ni un solo dedo, para rescatarme de esta terrible desaparición.

 

Permanecí en silencio ante las palabras del jefe, porque, según lo que yo tenía entendido, su retiro en esta lejanía era voluntario. El hombre ya estaba visiblemente embriagado y quise aprovechar la situación, para que me continuara relatando su interesante historia.

 

- Julio Fierro, y al final, ¿qué pasó con don William?...

 

No pasó nada, todos seguimos laborando normalmente y al fin terminó mi primera semana de trabajo. ¿Quién se hubiera imaginado que yo iba a terminar en ese destierro?... El trabajo era muy duro, pero yo hacía el esfuerzo pensando en Natalia, en “Profeta de Besilu" y en una potranca platinada, que brillara como la luna, para mi amada. Estábamos viviendo en la tierra de las exageraciones. Decían que en el Río Verde, el oro era tan abundante, que las pepitas se observaban a simple vista sobre la arena y que los mineros, acompañados de los coqueros, llegaban hasta el pequeño pueblo de San Francisco a derrochar dinero a manos llenas. A los pocos días tuve la oportunidad de comprobarlo. En ese mundo de derroches, la vida era exuberante, aunque siempre nos rodeaba la sombra de la muerte.

 

Permanecí encerrado en el laboratorio trabajando y pensando en mi amada constantemente. Toda la gente se dedicaba con resignación a sus actividades, porque estábamos en la mitad de una selva, cuya única distracción era el trabajo.

 

Medellín era la ciudad más bella del mundo, y, aunque no hayan muchas riquezas, por lo menos era emocionante. ¡Qué pereza las ciudades donde nunca pasaba nada!... ¡Extrañaba la actividad, metido en esa selva!... - anotó Julio Fierro, como para explicar los comentarios sobre la ciudad. - Hacia tiempo que no tenía noticias de Natalia. Estar clavado en la mitad de una selva tropical húmeda, era el aislamiento total. A excepción de las sesenta o setenta ciudades que había en el país, Colombia era una selva totalmente despoblada y yo, estaba esclavizado en la mitad de ella. En nuestro territorio lo único que hacía falta era bastante gente, para que nos ayudaran a trabajar. De todas formas no podía dejar de pensar en mi princesa y, esa noche, juré que al otro día buscaría la forma de comunicarme con ella, antes de que la locura fuera total.

 

Eran como las tres de la tarde y no encontraba nada qué hacer. La ansiedad era terrible. En mi pecho crecía la angustia de un amor reprimido. Todos los muchachos vivían el momento, con la tranquilidad y la resignación del no futuro. Yo, en cambio, me desesperaba ante la lentitud de una vida que avanzaba contra la corriente del tiempo, en busca del gran amor que se revelaba en mi sangre y en mis sentidos. El trabajo se terminó como a las cuatro de la tarde y me fui por el sendero, en busca del dormitorio, con un cansancio muy grande en todo el cuerpo. El sol estaba en todo lo alto del firmamento, aumentando la deshidratación de todos los que trabajábamos en altas temperaturas. En la mitad del camino me encontré con el máximo jefe, que no se agotaba con la gran cantidad de trabajo que tenía. Llevaba dos machetes colgados al cinto y un fusil R-15 atravesado en el pecho. Mario era una verdadera máquina de guerra.

 

- ¿Qué hubo, hijo, cómo le ha parecido el trabajo?

 

- Está muy interesante la cosa, aunque se cometen muchos errores - le comenté, tratando de poner su inteligencia, en favor de unas mejores condiciones para todos - ¿Puedo disponer de su autoridad para hacer algunos cambios? - Mario se quedó observándome, cómo sorprendido ante mi pregunta, y se animó en ratificar su apoyo incondicional.

 

- Claro, hijo, haga de cuenta que todo esto es suyo, pero tenga mucho cuidado en que la finca no vaya a estallar en mil pedazos - advirtió con malicia. Luego caminó un poco, en busca de la sombra de uno de los ranchos -. Si quieres conseguir una mujer, tranquilo, que tienes toda mi autorización. Ahí tienes dos o tres ranchos libres, para el momento en que desees independencia del grupo. Por esta zona abundan las indias de buenas caderas, que son excelentes en la cocina. Yo te lo digo porque el ingeniero, William, trae su mujer de hoy a mañana, y no quiero que ustedes piensen que tengo preferencias con él - explicó sintiéndose cohibido con mi frialdad.

 

- De mujeres estoy hasta el cuello - dije -. Esa es una de las causas por las que estoy por aquí.

 

- Tranquilo, hijo, que las mujeres se hicieron fue para preñarlas. ¿O si no cómo vamos a remplazar tantos ‘maricas’ que hay por ahí, que no comen ni dejan comer?... En este mundo estamos fregados con los bobos, hijos de prostitutas, que se dejan mandar por las mujeres, sin darse cuenta de que ellas se están liberando para todo.

 

- Tranquilo, patrón - argumenté, tratando de seguir la corriente sobre el mal entendido -, es mejor que ellas trabajen y se consigan la comida, mientras nosotros inyectamos a las otras.

 

- Eso sí está bien pensado, hijo - exclamó animado, por mis palabras machistas -, porque la única mujer que no nos traiciona, es nuestra propia madre.

 

El jefe habló, reflejando el resentimiento de los que nunca han triunfado en el amor. "Si tú conocieras una mujer con modales de princesa, cuerpo de diosa y corazón de oro, no pensarías tan mal de ellas. La más grande frustración que sufren ustedes, los multimillonarios, es que nunca se darán cuenta si las mujeres se acuestan, con ustedes o con vuestro sucio dinero." Pensé, tratando de vengar la ofensa por el comentario, que incluyó a mi hermosa Natalia.

 


- Siempre soñé que iba a tener un sucesor - anotó, aprovechando mi silencio -. Aunque pensaba y pensaba, nunca pude saber quién era. Ahora llegas tú, como caído del cielo, mostrando todas las características de los que el creador empuja al infierno. La naturaleza escoge a los mejores hombres, para que manejen los negocios duros. Los hombres comunes y corrientes, trabajan en cosas sencillas, donde no se vea la sangre por toneladas. Y te digo todo esto, para que no vayas a pensar que las drogas latinoamericanas son un accidente, porque si el orden universal no hubiera querido una venganza contra los gringos abusadores, les hubieran crecido matas de coca y de amapola encima de la estatua de la libertad. Porque son tan afortunados, esos gringos hijos de prostituta, que hasta en los jardines de la casa blanca les hubiera nacido la marihuana buena.

 

- A mí también, cada rato, me suceden cosas, como si yo hiciera parte de una película filmada con anticipación - dije sin medir las consecuencias de mis palabras.

 

- ¡Gracias, señor! - exclamó el jefe, enloquecido por la emoción - Yo, todas las noches, clamaba por la mente brillante que llevara a feliz término, una labor que hace mucho tiempo empezamos y que tendrá que continuar, hasta que nuestros niños no duerman metidos en las alcantarillas, mientras los presidentes sonríen en la televisión, con la idiotez de sus propios chistes.

 

"¿Cómo?... Éste ya me está buscando oficios de eternidad, sin saber que, dentro de mi alma, existe un amor más eterno que la luz. >> Pensé, sin atreverme a contradecir los designios del padrino.

 

- No vayas a pensar que los seres elegidos tienen vida propia. No, hijo, nosotros somos aves negras, a las que se les cierran todos los caminos normales, convirtiéndonos en guerreros que luchamos en contra de los abusos de los desalmados. Somos Dioses en miniatura que, con espadas de fuego o de cocaína, partiremos en mil pedazos los cuerpos de la injusticia. Si por tu mente se cruzaban otros planes, abandónalos que nunca se te podrán cumplir. Tú eres un elegido de Dios y en la frente conservas el signo de la altivez sagrada.

 

Estuvimos hablando largo rato, se hizo tarde y el padrino dejó translucir el cansancio y la locura, que se le había acumulado en la mente, a través de su desordenada vida. Yo me marché a los dormitorios y estuve pensando, mucho tiempo, en el ocaso irremediable de todos los hombres.

 

Al otro día, en mi día libre, me fui para el insospechado pueblo, que cuando estaba en Medellín nunca me imaginé, en busca de la tranquilidad que se me estaba ausentando, desde que aumentaron mis compromisos.

 

Los domingos eran especiales, todo el mundo estaba alegre con el mercado y la fiesta. El parque de San Francisco se inundaba con el olor de la piña, el mango y el de otras frutas frescas. Los campesinos humildes iban vendiendo sus cosechas, para comprar provisiones que les aseguraran la subsistencia. El paisaje era colorido y la música resonaba, trayendo muchos recuerdos que llenan el alma de penas. Llegar hasta ese pueblo, era una experiencia deliciosa. El parque me impresionó con su bullicio de fiesta. La tarde llegaba a su fin y yo me fui hasta la taberna, en busca de una cerveza, y encontré a William, el ingeniero jefe del proceso técnico, sentado en la mitad del local que estaba atestado de gente.

 

- Julio, ven que te voy a presentar dos mujeres muy especiales - exclamó rebosante de alegría. Se le notaba el orgullo.

 

- ¡Hola! - me acerqué saludando a las que debía de ser su esposa y su pequeña hija - ¿Cómo está, señora? - Pregunté con amabilidad, mientras le ofrecía un apretón de mano en señal de bienvenida.

 

- ¡Hola, Julio Fierro! - me contestó la señora - Estoy muy contenta en este sitio, pero nunca me imaginé que hiciera tanto calor.

 

- Tranquila que con despacio se va acostumbrando al clima - aconsejé con decencia. La señora tenía un perfil muy fino, sus facciones delicadas reflejaban la salud de una vida muy cómoda. Tenía cara de niña adinerada. El cabello lacio y artísticamente arreglado, iba a morir sobre unos hombros pulidos. La esposa de mi amigo, abrazaba con dulzura a su pequeña hija. Todo el conjunto formaba una linda familia. Ella parecía una muñeca de fina porcelana, que se repitió en la frescura de su hija. Sin poder evitarlo, mi mirada interesada se clavó en el inmaculado rostro de la mujer de mi amigo.

 

- William me habló de ti, él había dicho que eras muy lindo, que tenías el cabello largo y que tus hombros eran muy fuertes pero, sinceramente, se quedó corto en la descripción - sus ojos volaron sobre mi humanidad, contemplándome de pies a cabeza. Me sentí un poco incómodo, porque aquella mirada me dejó perplejo.

 

- Bienvenida a San Francisco y bienvenida tú también, preciosa - dije acariciándole una mejilla a la niña, que era idéntica a William -. ¿Cómo te llamas? - le pregunté a la niña.

 

- Mery primera la mamá y Mery segunda mi hija - contestó William, sintiéndose orgulloso de aquel par de mujeres.

 

- Pues te felicito, tienes una magnifica esposa y una preciosa hija - le dije de todo corazón -. Cuando los miro a ustedes tres, me da un poco de envidia porque, en realidad, estoy muy solo y no debería perder tanto tiempo - agregué pensando en Natalia.
- Tienes que ponerte las pilas. Consigue una mujer que haga el amor contigo, porque sería una pena que se desperdiciara tu fortaleza - aconsejó doña Mery, manifestando una inusitada confianza conmigo. Hacía pocos minutos que me había conocido y ya me estaba hablando como si fuéramos viejos amigos -. Acompáñame al restaurante - dijo la hermosa mujer, poniéndose de pie y tomándome de la mano.

 

Dentro de mí pecho surgió la contradicción, entre disfrutar del contacto de aquella mano cálida, o romper el inocente atrevimiento que, de pronto, ofendía al tranquilo esposo que nos miraba complaciente.
- vaya Julio, acompáñela al restaurante, para que compre algo de comer, que yo me quedo cargando la niña.
Yo empecé a caminar detrás de la hermosa dama, y avancé veinte o treinta metros hechizado por su espectacular aroma.

 

- ¿Cómo le ha parecido la gente de este lugar? - pregunté, soltándome con suavidad de su mano, cuando llegamos a la entrada del restaurante.

 

- Formales. Son gente muy amable. Completamente distintos a los de la ciudad... ¿Ya cenaste, o quieres que te pida algo de comida? - me preguntó, en buen gesto de amistad.

 

- No, tranquila. Yo no acostumbro cenar - expliqué, agradeciendo su amabilidad.

 

Doña Mery pidió dos truchas al ajillo y un par de malteadas de fresa. Me sujetó nuevamente de la mano y se quedó mirándome a la cara...
- Pueden regresar a la discoteca que, cuándo las comidas estén listas, yo los mando a llamar.- Nos dijo la señora del restaurante.

 

En los pueblos pequeños, a los extraños, todo el mundo los conoce y rápidamente saben quiénes son.

 

- Yo estoy acá, porque me tocaba acompañar a mi esposo, pero pienso quedarme muy poco - confesó la hermosa mujer, cuando atravesábamos la calle para regresar a la mesa de la taberna.

 

Yo no estaba acostumbrado a conversar con mujeres ajenas y el mero hecho de caminar a su lado, me puso un poco nervioso. Guardé silencio, marché adelante y, sin ningún motivo, di por terminada la conversación. William nos esperaba con tranquilidad, mientras jugueteaba con su pequeña hija. La paz que reflejaba su rostro despejó mis dudas. Corrí las sillas y nos sentamos a dialogar tranquilamente.

 

- Julio Fierro, - explicó, William, a su esposa - últimamente ha sido mi confidente, me pasé una noche entera hablando con él. Cuéntale qué es lo que piensas de la muerte - me dijo, mientras miraba con los ojos abiertos a su esposa, como asombrándose de antemano con la respuesta.

 

- El único que la puede esperar con tranquilidad eres tú, que tienes una esposa tan bonita - contesté, esquivando la pregunta y halagándoles por la suerte que tenían. Él me miró maliciosamente y dijo:

 

- Cuando quieras te la presto, y que conste que no estoy borracho y que no soy celoso - aquel ofrecimiento frontal, arrancó sonoras carcajadas de nuestras gargantas.

 

- ¿Tú qué piensas? - interrogué, mirando la mujer de William profundamente.

 

- Puede ser... Tal vez - contestó ella maliciosamente, dejando una cantidad de incógnitas en el aire. Llegó el mesero del restaurante y anunció que la cena estaba servida. Nos pusimos de pie y atravesando la calle, los acompañé hasta el restaurante para cenar, y, mientras ellos disfrutaban de sus deliciosas truchas, yo me dediqué a tomar unas cuantas cervezas con bastante hielo.

 

- Yo pienso que, apenas terminen de comer, nos debemos marchar para el campamento. Ya es muy tarde y un viaje, de más de cuarenta y cinco minutos, en mula, con una niña tan pequeña, es un poco difícil en una noche tan cerrada como ésta - sugerí tratando de ayudar a la joven pareja.

 

- Sí... Es buena idea. Además, en la cabaña, podemos tomarnos unos tragos y bailar un poco. Allá tengo bastante ron y bastante aguardiente - afirmó William, considerando mi propuesta muy acertada. Terminaron de comer. Cancelamos las cuentas de la taberna y del restaurante y nos dispusimos a viajar. Afortunadamente, las mulas tienen la grandiosa cualidad de saberse el camino de memoria, aunque la noche esté completamente oscura. William llevó cargada a la niña, que a los pocos minutos estaba completamente dormida, sin importarle el ruido de los cascos contra las piedras.

 

Avanzamos en medio de una noche que amenazaba con lluvia y, para fortuna de todos, llegamos a la cabaña sin novedad. William se bajó de la bestia y entró rápidamente al rancho, en busca de un lugar confortable para la niña. Mery se quedó estática sobre la mula, mostrando que estaba poco acostumbrada a eso de las cabalgatas. Yo descendí del macho viejo en que venía, alargué los brazos, la tomé por el talle y la ayudé a descender. Ella se apoyó en mis hombros y de un salto ágil quedó en el suelo frente a mí. Nuestros cuerpos estaban casi unidos y la tibieza del acercamiento, hizo que nos contempláramos con deseo. Yo, abandonando la escena, dije con rapidez:

 

- Con su permiso, señora, voy a llevar las mulas hasta el establo - me marché a toda prisa, pensando en aquel talle perfecto. Desde que me alejé de mi hermosa modelo, era la primera vez que una mujer me parecía atractiva. Claro que eso no podía ser. Empezando porque, ella, era la esposa de mi amigo y terminando en que no podía traicionar la confianza que me brindó mi adorada reina. Respiré profundamente y alejé todos los malos pensamientos de mi cabeza, mientras les quitaba los aperos a las bestias y les daba un poco de agua miel. La noche era joven y decidí tomarme unos rones con William, antes de irme a dormir. Avancé hasta la casa y atravesé el portón, que estaba abierto de par en par. William, tirado en una butaca, se había servido un trago y miraba la televisión con interés.

 

- ¿Quieres un ron con hielo? - preguntó, antes de darse cuenta de la idiotez - ¿Qué pregunta?... ¿Tendré que rogar mucho para que te lo tomes, o qué?

 

- El que te escuche pensará que soy un alcohólico - dije continuando con la broma -. ¿Y tú esposa, para dónde se fue?

 

- Está en el cuarto de atrás, acostando a la niña y poniéndose más cómoda - anotó William, completamente relajado, como si lo hubiera vencido el cansancio. Miramos la televisión unos minutos y permanecimos en silencio. Sentí que Mery me llamaba desde el cuarto del fondo y me pareció muy raro, fingí que no había escuchado y me quedé estático, contemplando la televisión, sin atreverme a respirar, entonces William me dijo:

 

- Julio, Mery te está llamando, seguramente te quiere decir algo - yo me quedé petrificado, no sabía qué hacer, ni qué decir -. Tranquilo, con confianza, anda y mira a ver qué necesita Mery, porque si no, se la aguantará el diablo molestando.

 


Caminé por el pasillo de tablas y llegué hasta la puerta del cuarto amplio de atrás.

 

- Entra por favor - ella estaba ante mí, vestida con el pijama más insinuante que podía existir. Detrás de aquellos transparentes tules, se podía apreciar la excitación de unos senos perfectos. El color encendido de sus mejillas y la prisa por enseñarme la rústica cama, que había arreglado con un hermoso tendido, entrecortaban su respiración, haciéndole temblar la voz emocionada. Atravesé el cuarto siguiendo sus ágiles pasos. Pensé en el esposo que debía estar mirando tranquilamente la televisión, que era lo único que, aparentemente, le importaba. Ante mis ojos aparecía una hembra en celo, enmarcada en la sencillez del cuarto matrimonial. Todo estaba humildemente organizado y puesto en su sitio. En un rincón acechaba un pequeño espejo, reproduciendo los perfumes, cremas, esmaltes y labiales que había traído la hermosa mujer desde Medellín. Todo el cuarto reflejaba el buen gusto de aquella mujer, que me miraba con el rostro iluminado por el orgullo. Mery era una ninfa voluptuosa. Caminó, sensualmente, con los pies descalzos, como disfrutando de la suavidad del piso de madera. Se tiró de espaldas sobre la cama y mis ojos se clavaron involuntariamente en su entrepiernas, que absorbía las pequeñas pantaletas, haciéndolas desaparecer en sus rosadas carnes. Con los ojos cerrados hizo un movimiento, cómo tratando de esquivar la sensación que le producía su ropa interior penetrando en su cuerpo y haciéndola estallar en húmedos deseos. De sus labios se escaparon entrecortados suspiros, mientras su cuerpo se agitaba siguiendo el ritmo de una melodía imaginaria. La turbación se apoderó de todo mí ser, sólo atinaba a mirar hacia la sala, donde William observaba la televisión tranquilamente. El nerviosismo no me permitió seguir contemplando aquella linda mujer en calor. Me dirigí a la sala con pasos apresurados, llegué y me senté al lado de mi amigo, para refugiarme en su tranquilidad. Él me miró con ojos sonrientes, cómo si lo hubiera adivinado todo. Me alargó una bandeja con pasteles de atún, ofreciéndomelos con amabilidad.

 

- ¿No te parece increíble tanta belleza, en mitad de esta selva asquerosa? - preguntó orgulloso, ante la sorpresa que aún no se borraba de mi rostro.

 

- Sí, es realmente hermosa - fue lo único que atiné a contestar, en medio de mi turbación. Mery llegó y se sentó en una silla al frente de las nuestras, sirvió tres tragos de ron, dando por descontados nuestros gustos.

 

- En mi vida existen dos grandes placeres - dijo la señora, sentándose sensualmente. Cruzó las piernas y se quedó mirándonos en silencio. La frase se quedó suspendida en el aire, cómo si nadie la hubiera escuchado, hasta que William preguntó extrañado.

 

- ¿Dos placeres?... Yo sabía que lo único que te llama la atención, en la vida, es bailar, porque ni siquiera te gusta que yo te haga el amor - y dirigiéndose a mí, en tono confidencial, bromeó -. Hace más de un año que, ella, no me deja hacerle el amor... Vamos a ver si tú, logras calentar este témpano de hielo - luego, dirigiéndose a su esposa, preguntó - ¿Cuál es el otro placer?... Ella se quedó mirándolo y dudó un poco, pero al fin se decidió y dijo:

 

- A mí, también, me encanta besar - la respuesta cayó como un baldado de agua fría, sobre su confiado esposo que, inmediatamente, dijo en una especie de reclamo:

 

- Entonces, es que yo no sé besar, ¿o qué? - yo me sentí incómodo por el conflicto, que se estaba generando, y, para salvar un poco la situación, dije:

 

- ¿Por qué no colocan un poco de música, bailan, se besan y, después, yo doy un concepto sobre las habilidades mostradas?

 

- Sí, es buena idea - dijo William. Se dirigió al equipo de sonido, escogió un disco y lo puso en el aparato. Empezó a sonar una balada americana, nos miró sonriente, atravesó el salón y apagó la lámpara central. El recinto se sumergió en una romántica medio oscuridad, que invitaba al amor -. Ahora, quiero que bailes con mi esposa, mientras yo traigo hielo - dijo, William, alejándose por el pasillo en dirección a la cocina. Yo me quedé sin saber qué hacer. Ella vino hasta mí, me cogió de la mano y me arrastró hasta el centro de la sala. Me acercó su cálido cuerpo, cubierto con su delgado pijama y, aferrándose con fuerza a mi pecho, me dejó sentir el encanto de todas sus fragilidades artificiosamente perfumadas. Por un segundo la abracé con pasión, deslicé mi mano por su talle perfecto y palpé con emoción la piel suave de sus caderas. Sentí con agrado los senos perfectos que se estrujaban contra mi pecho, como dos mullidos cojines de ardiente terciopelo. Su cuerpo estaba abierto y totalmente dispuesto para mí. La voz de William se escuchó a lo lejos, sacándome de aquella deliciosa tentación.

 

- ¡ Julio Fierro, tengo una buena propuesta para ti! - gritó desde la cocina. Yo me separé de su esposa y me senté en una silla para esperar su regreso - Yo quiero que tú dejes la timidez y te comportes como un miembro de esta familia - explicó mi amigo -. Es más, si tú quieres, puedes dejar el frío salón donde vives y te puedes venir a vivir con nosotros.

 

- Muchas gracias por el ofrecimiento y por la confianza, pero yo tengo que permanecer al lado de los muchachos, controlándoles todas las exageraciones que cometen, porque, desde que llegué, Mario Galeano ha depositado toda su confianza en mí, y tú sabes que no lo puedo defraudar, abandonando el dormitorio de trabajo.

 

- Julio, no te tomes el trabajo muy a pecho, recuerda que no hay sino una sola vida y la tenemos que aprovechar. Ahí te queda la inquietud para que lo pienses bien. Tómense unos rones y piénsenlo mientras bailan. Yo me voy a dormir un rato, porque ya es tarde y estoy un poco cansado - dijo William bostezando, tenía los ojos irritados y realmente se le notaba el agotamiento.

 

- No. Qué pena con usted, ingeniero, la velada ha sido muy agradable, pero ya todos deberíamos ir a dormir. Mañana es un día de mucho trabajo y todos tenemos que descansar - dije, apartándome de doña Mery rápidamente, y buscando la puerta de salida.

 

- Tranquilo, amigo, usted está muy joven y todavía resiste las exageraciones. Quédese con mi esposa, que ella necesita un poco de diversión. No se afane que ahora, más tarde, se va. También se puede quedar durmiendo acá, si usted lo desea - propuso William en un gran gesto de amabilidad.

 

- Muchas gracias, realmente, está tarde y me siento un poco cansado. Hasta luego - repliqué, saliéndome del compromiso -. No dije nada más y empecé a caminar con el corazón alterado. Habían sido demasiadas cosas, para mí, en aquella noche.

 

Casi cometo el terrible error, de no poder resistir la tentación de la carne... ¿Cómo había podido pensar en cosas que eran sucias y qué, en realidad, no sucedían sino dentro de mi mente?... En ningún momento podía ofender a la esposa de William, además, hubiera sido imperdonable una traición a la fidelidad con mi amada Natalia.

 

Con una inmensa fuerza de voluntad, borré todos los malos pensamientos, me relajé con el frío de la noche y, con valor, alejé todas las ideas que empezó a engendrar mi soledad.
-
¡Dios mío, desde hoy prometo que voy a evitar la compañía de esa señora, a toda costa! -. Me dije a mí mismo.

 

Esa misma noche, le escribí una carta a mi amada y con desesperación le conté:

 

San Francisco, 18 de septiembre.

 

Natalia:
Hola, preciosa, son las dos de la mañana, me he pasado toda la noche pensando en ti y no pude resistir la tentación de escribirte una carta. Estamos en la mitad de una selva en la que parecemos hormiguitas, abandonadas en el centro del infierno. Somos tres antioqueños y un indio, los que le estamos trabajando al “padrino”. El salón que compartimos es amplio y con servicios sanitarios en el fondo, que son la única comodidad de la que disponemos, si es que a eso se le puede llamar comodidad. Ya te puedes imaginar las hazañas que tuve que hacer para escribir esta carta. Hice mil piruetas para no despertar a los otros muchachos, porque ellos nunca podrán entender, lo que es estar enamorado de una princesa como tú.

 

Soy un afortunado al tener una novia tan bella, que me hace sentir la vibración de una vida feliz.

 

En la mitad de esta suciedad y de este desamparo, me doy cuenta de lo hermosa que tú eres. Te puedes considerar la criatura más especial que hizo el creador, porque sólo eres comparable con los cisnes inmaculados, con las gaviotas del mar y con la fragilidad de los siervos asustados, aunque todos ellos están muy lejos de la perfección de un ángel como tú. Nunca me cansaré de contemplarte. Si cierro los ojos, tu imagen está ahí, dentro de mí, tan perfecta como si fueras tú misma. Pienso en ti, a toda hora, y muchas veces sueño que ya eres mi esposa.

 

Algunas personas acostumbran decir que el tiempo y la distancia son obstáculos infranqueables, cuando de querer se trata, pero yo pienso que todo eso es mentira. Han pasado muchos días desde nuestra separación y hoy, más que nunca, tu imagen aparece viva dentro de mi mente. Te has convertido en una constante para mi vida. Todas las dificultades grandes, las supero pensando en el único premio que es lograr tu compañía. Dormido y despierto, sueño contigo, y no veo la hora en que pueda marcharme para estar siempre a tu lado.

 

Espero que te hayas dedicado bastante tiempo a practicar en el gimnasio, porque si quieres triunfar en las grandes pasarelas, el deseo de modelar lo tienes que convertir en una pasión, para que tus movimientos reflejen toda la fortaleza y el amor que existe dentro de tu corazón. Práctica constantemente, para que logres una buena técnica. Me encantaría que estuvieras aquí, conmigo, para hacerte muy feliz. Amor mío, existen unos paisajes que, cuando los veo, inmediatamente pienso en tus ojos claros. Los árboles son gigantescos y majestuosos, se elevan como queriendo tocar el cielo y se convierten en refugio de animales coloridos. Es común ver cientos de guacamayas trepadas en los guayabos y orquestadas por los micos que brincan de guamo en guamo. Aquí, la naturaleza le canta a la vida, pero el único problema que impide tu venida, es que hay muchos peligros para una mujer tan frágil como tú. Imagínate que todas las tardes pasa, por un claro cercano a la orilla del río, una tigresa con su pequeño cachorro. La primera vez que la vi fue sorprendente, yo pensaba que tigres tan grandes no había sino en el África salvaje. Todo aquí es espeluznante y, mejor, ni te menciono las culebras que matan los indios de vez en cuando. Son mapaná equis cuatro narices, y hasta el nombre es terrorífico. ¿No te parece?...

 

Perdona que te escriba tanto sobre animales, pero es que me tienen deslumbrado. Toda la vida me vanaglorié de tener un corazón duro y ser muy valiente y, ahora, que veo todas estas cosas, me doy cuenta de que somos plumillas en el viento del destino. Natalia, tú eres el cincuenta por ciento de mi vida, me hace falta la seguridad de tu alma y el encanto de tu sonrisa. Cuídate mucho y sigue confiando en mí, porque nunca, nunca te voy a traicionar con otra, por muy linda y muy atrevida que ella sea. Ten la seguridad de que, dentro de muy poco tiempo, voy a triunfar, con la esperanza de que estés a mi lado, para que nos atropelle la felicidad hasta que tengamos cien años.

 

Qué lástima que estas hojas sean tan pequeñas y no puedan soportar todo lo que te quiero decir. Espero que estas cortas líneas sean el reflejo de lo que te quiere transmitir mi amor. Quisiera convertir este papel en espejo de mis sentimientos, para poder contagiarte de esta pasión violenta, que nació en todo mi cuerpo y que yo sé que es compartida por ti. Natalia¡, amor mío, acuérdate de que el que más, más, más te quiere soy yo!

 

Julio Fierro

 

José Antonio nos trajo chocolate caliente, arepas con mantequilla, huevos revueltos y dos inmensos trozos de queso. Nos pusimos a desayunar y me pareció muy interesante que el jefe comiera, a pesar de estar ingiriendo licor. Eso era muy bueno, porque los whiskys le hacían menos daño.

 

- Vamos a tomar un poco de sol - propuso el patrón, mientras marchaba a tientas, en busca de la salida de aquel húmedo y mal oliente cuarto, que, más que una habitación, parecía una destilería por la cantidad de botellas vacías y por el olor que flotaba en el ambiente.

 

El sol calentó nuestros huesos y Julio Fierro, visiblemente animado, continuó con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO NUEVE

 

Los días se iban volando. El trabajo era intenso. Ese lugar era desesperante. Mientras más cosas se hacían, más quedaban por hacer. Trabajamos desde que salía el sol, hasta que se ocultaba. El tiempo no alcanzaba para nada. El desorden era total. No existían métodos que agilizaran la producción. Me dediqué a organizar el sistema de trabajo y, aunque era un poco difícil, los he ido convenciendo de que formábamos parte del mismo equipo. Los indios nómadas cosechaban las hojas y las trituraban. A mí me tocaba agregar la cal y el carbonato de sodio, las dejaba reaccionando y al otro día les hacía un tratamiento con gasolina y ácido sulfúrico. A Carlos le tocaba hacer el proceso de separación, para luego entregar la pasta de coca a William, que la disolvía en éter, antes de empezar el proceso de cristalización. Entre William y Carlos, se encargaban del proceso de secado y empaque. Mario Galeano manejaba las finanzas, el transporte y la entrega de la mercancía, que se hacía como a dos kilómetros de distancia del campamento. Hasta allá llegaba un avión bimotor, con piloto gringo, que pagaba el alcaloide en efectivo. Mario soñaba con degollar al gringo, pero no lo hacía por no dañar el negocio. Cada que nos tomábamos unos tragos, el jefe cortaba matas de plátano con su machete, pensando en el cuello del norteamericano. “El padrino” entregaba mucho dinero a los muchachos y ellos se perdían todo el fin de semana, y llegan los lunes con los ojos irritados y sin un peso.

 

- ¿Cómo quieres que te pague tu trabajo? - me preguntó el jefe, un día cualquiera - Tú no tienes vicios y poseer grandes cantidades de dólares, al lado de estas alimañas, es bastante peligroso.

 

- Tranquilo, jefe - le dije con confianza -, usted me guarda la parte y cuando me vaya a ir, me vende a “Venusino” su hermoso caballo de paso fino Colombiano.

 

- No hijo, eso si no se va poder, porque ese caballo lo quiero más que a mi vida y no me gustaría que otro hombre me lo hiciera sufrir. Yo te voy a pagar muchos dólares y tu compras el caballo que desees, menos el mío. Bueno, de todas formas, todo lo que yo tengo va a quedar para ti y, en “Río claro”, poseo una hermosa cabaña en las cuevas de “La Danta”, que te la voy a regalar para que lleves tus mujercitas para allá, y para que no me guardes rencor por no dejarte tocar mi caballo. ¿Si sabes por dónde quedan las cuevas?...

 

- Claro, Padrino, si allá era por donde tú nos llevabas a pescar cuando estábamos más pequeños.

 

Aquellos detalles eran los que hacían un poco agradable mi permanencia en esa finca, en la que todo el mundo se drogaba, desde el indio más pequeño hasta el jefe, que se enloquecía a ratos. En mitad de aquellos hombres, yo parecía un bicho raro. No fumaba, no consumía drogas y tampoco me llamaban la atención, las prostitutas de San Francisco. Todos se dieron cuenta de que era distinto a ellos y empezaron a tratarme con más respeto que al mismo jefe.

 

Permanecí varias semanas alejado de William y su familia. Muchas veces me encontré con la mujer de él y ella me invitaba para su casa y, a pesar de que me sentía tentado, siempre esquivé las invitaciones. Mi excusa, para no ir a su casa, era el trabajo. Sinceramente, estaba dedicado a la producción de cocaína y al sagrado recuerdo de mi amada y su potranca platinada.

 

Con todos los muchachos la iba muy bien. Con cada uno de ellos conversaba y había ido formando la imagen de lo que representaban ante mí. William era una persona calmada e inteligente, aunque en el fondo guardaba algo que me tenía inquieto. Carlos era un místico que se refugiaba en el vicio y se distraía cocinando vegetales. Pablo era el loco del grupo, porque, dentro de él, se agitaban unas turbulencias incontrolables. Ese loco siempre me estaba hablando de mujeres, porque hasta las indias rústicas eran analizadas por sus ojos lujuriosos. Yo casi todos los días recibía consejos de Pablo, aunque no les hacía mucho caso. El cabello lacio y brillante de una india, una boca carnosa y unos dientes sanos, acompañados de unas piernas fuertes, eran motivos suficientes, ante los ojos de él, para que cualquier mujer fuera mi novia. Cada rato me presentaba humildes campesinas, que ni siquiera eran capaces de mirarme a los ojos, para que, si yo quería, fueran mis amantes por unos pocos pesos. Él no había podido sentir el vacío y la desagradable sensación, que queda dentro del alma, cuando se hace el amor o se trata de conquistar a una persona que no nos interesa de verdad. Para Pablo, copular y vivir en un constante roce carnal, eran motivos de una gran felicidad... Ese querido compañero, dentro de la naturaleza, quería desempeñar el papel de un macho cabrío, en el que todo contacto sexual era bienvenido, sin pensar en las posibles consecuencias.

 

- El papel que tenemos los hombres en la naturaleza - decía con entusiasmo -, es el de satisfacer la pasión constante de las mujeres. ¿Tú piensas que les estamos haciendo daño?... No, al contrario, en ese momento somos los seres que satisfacemos sus necesidades físicas. Es más, cuando en la vida existen tipos tan calmados como tú, que no tiene relaciones sexuales frecuentes, porque su mente racional manda sobre el impulso de sus hormonas, la misma naturaleza se encarga de atrofiar sus miembros inactivos, separándolos de sus funciones naturales de reproductores. Sí, ésa es la triste realidad - explicó ante mi cara de sorpresa -. Si tú dejas un brazo o una pierna inmóvil, ese miembro empieza a perder su masa muscular, hasta que se atrofia, paralizándose del todo. Así mismo, los órganos genitales que son más delicados, reducen su capacidad por culpa de tu inactividad.

 

- Mira, Pablo - repliqué ofendido -, sucede que para mí, el sexo es un complemento del amor. Lo más lindo del mundo, es compartir el goce de una relación pura, con la pareja que se ama y se desea. El contacto físico, del placer por el placer, es traumatizante y sucio - determiné, tratando de explicar mis sentimientos - ¿Quieres que te cuente una cosa?... Yo miro las mujeres de esta zona y no me inspiran nada.

 

- Julio Fierro, ¿tú eres homosexual o qué? - preguntó mirándome fríamente. Su expresión acusadora me obligó a brindarle una explicación.

 

- Lo que pasa es que, antes de venir a esta tierra, conocí a una criatura que es un ángel y que me tiene completamente loco. Para mí no existe otra mujer, todas me son indiferentes y sea que lo entiendas o no lo entiendas, ella lo es todo para mí, en esta vida. - Guardé silencio y me quedé mirando al cielo, contagiado de la grandiosidad de mi Natalia.

 

- ¡ Uy... Ésa sí no me la sabía! - exclamó Pablo, sorprendido por mi historia - Cuenta... ¿Cuéntame cómo es ella?

 

- Ella es una mujer increíble - dije animado por el interés que mostraba mi amigo -. Te la voy a describir físicamente, aunque yo sé que las palabras que existen, se quedarán cortas ante el esplendor de mi amada. Sus caderas amplias se elevan en una forma increíble, sobre la parte superior de sus piernas, prolongándose en mullidos cojines aterciopelados, que van a morir a su vientre plano. Su ombligo perfecto me obliga a pensar en los laberintos placenteros de una playa dorada. Muchas veces mis pensamientos se han iluminado en el dorado brillante y salvaje, de su cabellera alborotada. Todo en ella es brillante. Los reflejos dorados de su cabello, se lanzan como una cascada de oro sobre las colinas firmes de sus senos, convirtiéndose en un cuadro de deseos carnales. De su boca sensual saltan las palabras de una opresiva moral cristiana, que el golpear de su sangre en las sienes y la tibia humedad de su concha golosa, traicionan. Su cuerpo ardiente, convierte el palabrerío de su madre, en un cosquilleo de excitación que agita todo su ser, hasta convertirse en movimientos eróticos que revelan sus deseos de gata salvaje... - Yo estaba relatando mi cuento, en el particular lenguaje que le gustaba a él. Pablo, extasiado, escuchaba mi relato en silencio-. Todos los días, ella reniega de las apariencias malsanas, que hay que guardar ante una sociedad atrasada en los fanatismos religiosos, que serán el propio castigo de esa misma sociedad. De todas maneras, el murmullo de las viejas decrépitas que la criticaban, nunca podrá acallar el grito de admiración que produce el vaivén de sus nalgas al caminar. Mirarla es hincharse de una pasión desbordante, que nubla la razón y que le podría dar sentido a la vida de los existencialistas, que se suicidan por ridiculeces tontas. El verdadero sentido de la vida está en su nariz respingada y en el rosa intenso de su boca dulce como una fruta. El vacío existencial que producía, en mí, el lejano sentido de la vida, lo he llenado con la felicidad que proyectan sus ojos limpios, que me han demostrado que soy eterno. Aquella niña con cuerpo de diosa, es la llave mágica que me ayudó a descubrir que llevo un pedazo de Dios por dentro, en el delicioso camino de esta preparación que nos llevará a la eternidad absoluta del amor sin relativos. En ese lugar seremos eternamente felices.

 

- Yo respeto tus sentimientos - anotó Pablo, conmovido por mi amor -. Al parecer, por la efusividad con la que describes a tu novia, es un amor como el de las películas. Lo que sí te digo es que, una cosa no excluye la otra, si estás enamorado disfrútalo, pero no pierdas el tiempo y la juventud, desperdiciando mujeres tan bellas como las que hay en esta zona. Yo no me explico por qué no te fijas en las indias de quince años, que guardan toda la frescura y la inocencia de una adolescencia en flor - dijo, tratando de explicarme un goce que yo no podía entender.

 

- Yo sé que lo natural es asumir la misma posición que tienes tú, ante la vida - aclaré tratando de disculparme -, pero lo que pasa es que, yo, encontré un gran amor que es divino y eterno. Ojala que algún día encuentres un amor que te haga volar, sobre el paraíso de una tierra llena de flores y de cosas lindas, donde la presencia del creador se te manifieste a cada segundo, llenándolo todo con el aroma de una linda criatura como la novia mía.

 

Hablé largo rato con Pablo y, al final, llegué a una terrible y dolorosa conclusión. Existen personas golpeadas por la vida, que ya nunca podrán sentir el verdadero amor, porque están demasiado estropeados... ¡Qué tristeza!

 

Habían pasado muchos días sin comunicarme con Natalia. El monólogo de pensar en mi adorado amor, sin saber nada de ella, me estaba enloqueciendo. La comunicación telefónica, en toda la zona, estuvo totalmente descompuesta durante mucho tiempo, porque las guerrillas destruyeron las torres y las líneas, pero después de que un campesino me contó que ya habían restablecido la comunicación, la ansiedad se tornó insoportable y un día, no la pude resistir más. Ensillé un caballo y volé hasta san Francisco, en busca de un teléfono que pudiera contagiarme de la angelical voz de mi amada. Arribé al pequeño caserío, atravesé el parque en busca de la central telefónica, llegué hasta la esquina donde estaban terminando una nueva edificación, para la futura administración municipal, di la vuelta, avancé unos veinte pasos más y entré en la pequeña oficina de comunicaciones “Telecom”. En el salón había tres personas esperando con cara de aburridas. Detrás del vidrio que formaba la cabina de despacho, una linda empleada, ensimismada en su trabajo, no despegaba los ojos de la consola de controles. Respiré profundamente, agaché la cabeza y me quedé mirándola por el orificio que permitía la atención a los clientes. Ella continuó su labor sin advertir mi presencia.

 

- Señorita, es para hacer una llamada a Medellín - dije, llamándole la atención.

 

- Sí. Con mucho gusto - contestó, apartando un paquete de recibos azules que la mantenían distraída - ¿Cuál es el teléfono?

 

Dicté el número telefónico y me senté a esperar la comunicación. La agitación creció dentro de mi pecho y el corazón me brincaba sin cesar. A los pocos segundos, la oficinista me pidió que pasara a la cabina número dos. Avancé a toda prisa y mis manos descolgaron el auricular.

 

- ¡Hola!... Natalia por favor - dije con la voz entrecortada por la emoción.

 

- !Julio! - gritó Natalia al otro lado de la línea, emocionada al escucharme de nuevo - ¿Cómo estás, amor mío?... ¿Qué has hecho?... ¿Porqué te demoraste tanto para llamarme?

 

- Conseguir una llamada telefónica desde esta tierra, es muy difícil. Te pude llamar hoy porque, en estos últimos días, arreglaron la torre de comunicaciones que había volado la guerrilla, desde hacía varios meses - expliqué, tratando de minimizar el abandono forzado - ¿Y qué?... ¿Cómo has estado?

 

- Yo estoy bien, aunque un poco triste por tu ausencia - contestó con la voz impregnada de melancolía -. Julio, ¿por qué no piensas bien en lo que estás haciendo?... Mira que en la vida sólo hay una oportunidad y tú le estás dando demasiado tiempo a la mala suerte, para que venga y destruya nuestro amor.

 

- Amor mío, lo que pasa es que necesito unos pocos días más, para poner mis asuntos en claro. Yo, después, te digo cuál es el momento preciso, en el que nos vamos a encontrar para ser felices eternamente - prometí, tratando de calmar un poco su angustia -. Estoy trabajando y ahorrando mucho, para comprarte un campero rojo y la potranca platinada de tus sueños. Ese dinero nos va a asegurar una vida llena de comodidades.

 

- Amor mío, yo te acepto como sea. Necesito que vengas rápido, porque tú no sabes lo que está pasando. Puede que, en estos días en que te quedas sin hablar conmigo, sucedan cosas que cambien la historia - dijo como tratando de presionar mi regreso.

 

- ¿Pero qué pasa, Natalia mía, acaso ya no me amas? - pregunté tratando de adivinar sus sentimientos.

 

- Sí, yo te amo y te necesito, pero deseo que estemos juntos lo más rápido posible - explicó -. No sabes lo que significa, para mí, esta larga espera. Imagínate que mi mamá ya está asustada conmigo. Cada que suena el teléfono, corro a contestar con la esperanza de que sea tu llamada. Esto es terrible. En todas partes pienso que te veo. Voy caminando por el centro de la ciudad cuando, de pronto, veo que atraviesas la autopista a toda prisa, empiezo a perseguirte y, cuando te alcanzo, me llevo una terrible decepción, al estar al frente de un extraño. Julio, por favor, regresa pronto. Yo te acepto pobre o como sea, pero a mi lado. Si tienes algún problema cuéntamelo, que yo te lo ayudo a solucionar.

 

- No, tranquila, que no pasa nada. Yo no te estoy ocultando ningún acontecimiento, simplemente, estoy un poco ocupado y no es el momento para regresar - afirmé, tratando de despejar todas sus dudas -. Natalia, yo quiero que me digas nuevamente, ¿Qué es lo que sientes por mí?

 

- Julio, yo te amo con todo el corazón y no me canso de repetirlo. Por favor no me dejes sola tanto tiempo, que tu silencio me está matando. Si deseas que yo sea tuya, regresa lo más rápido posible, porque tú no sabes lo que me está sucediendo - balbuceó, dejándome una gran inquietud con sus palabras.

 

- Tranquila, mi rubia linda, que Dios y la vida han escrito que tu destino soy yo y, a principios de diciembre, voy a estar en Medellín, para que tengamos tiempo de escoger las argollas, el vestido y para que preparemos todo lo concerniente al matrimonio, que va a ser el más romántico y el más lindo en toda la historia de la ciudad. Natalia, yo quiero que tu vestido sea con estilo de sirena y con una gran cola, mejor dicho, que sea algo impresionante. Te digo todas esas cosas, para que aproveches el tiempo preparándolo todo, mientras yo estoy de regreso. ¿Te parece?...

 

- Sí, mi amor - contestó, contagiada de la grandiosidad de mis sueños -. Inclusive - continuó diciendo -, podríamos decorar la iglesia con ostras gigantescas, para que den un suave toque marino al lugar, donde yo voy a ser la única reina del mar.

 

- Natalia, ya me tengo que ir. Es que por culpa de la prisa traje poco dinero y, de pronto, me dejan como parte de pago en la cuenta.

 

- No me digas que ya te cansaste tan rápido. Julio, tú no quieres hablar conmigo, ¿cierto? - preguntó sintiéndose abandonada.

 

- No, mi amor, lo que pasa es que no tengo suficiente dinero y ya tengo que colgar, pero tranquila que yo te llamo después.

 

- Sí, ¿Cuándo?... ¿Mañana? - investigó con ansiedad.

 

- No. Mañana no - dije tratando de pensar cuándo me podía pegar otra escapada, para poder llamar -. Yo te llamo después, cuando pueda. Bueno, adiós pues, mi amor. Hasta luego.

 

- Hasta luego y cuídate mucho - dijo al otro lado de la línea, antes de que se cortara la comunicación. Salí de aquel lugar inmensamente feliz. Mi rubia linda aún me quería y todo marchaba sobre ruedas. Regresé a la finca y me acosté feliz.

 

Todos los días, religiosamente, madrugábamos a trabajar. La mañana se gastaba midiendo y preparando las sustancias que, después, utilizaríamos en el proceso de cristalización. Este día era igual a todos los otros. El jefe llegó hasta el salón y se puso a conversar con el ingeniero. Yo, metido en el cuarto de los insumos, sin querer, escuché lo que conversaban.

 

- Oiga, don Mario, su ahijado es muy inteligente - comentó William, haciéndome ruborizar a pesar de que ellos no se imaginaban que yo estaba en el cuarto del frente.

 

¡Vaya! - exclamó el jefe - No me digas que ya le está metiendo la mano al asunto.

 

- No se puede decir que lo está cambiando todo, pero sí nos ha dado consejos que han servido mucho - explicó mi amigo con honestidad -. Se puede decir que Julio es un verdadero experto en el tema de los alcaloides.

 

- Me he dado cuenta de que el muchacho trabaja con bastante interés - reconoció el patrón -. Eso es bueno para que todos ustedes, se contagien de ese optimismo.

 

- Él está soñando con cosas grandes, por eso es que le pone tanto entusiasmo a la cosa - comentó William, con mucha satisfacción - ¿Será qué se quiere quedar con todo esto?... ¿Usted qué piensa, patrón?

 

- Sería bueno que el negocio se quedara en manos de un familiar. Si él hubiera sufrido un poco más, en la vida, estaría en el punto perfecto para ser mi sucesor - murmuró Mario, desarmando el comentario mal intencionado de mi amigo. Luego se quedó reflexionando, como si estuviera clavado en un futuro lejano.

 

- Julio estuvo cuestionando la cantidad de éter que derrochamos y el gran precio que pagamos por ese producto. Él piensa que nos saldría mucho más barato, si lo produjéramos nosotros mismos. Según lo que él me estuvo explicando, la cosa es sencilla. Se coge una cantidad de alcohol etílico, otra de ácido sulfúrico, se dejan reaccionar y luego se destilan en una torre de platos que él mismo es capaz de diseñar y montar. ¿Cómo le parece la receta patrón? - preguntó William sin poder ocultar la alegría que lo embargaba - Mejor dicho, si la gente confiara en nuestros profesionales, tendríamos derrotados a los gringos.

 

- ¡Claro! - exclamó Mario Galeano - ¿Cómo no había pensado en esa belleza de proyecto?... Produciendo nuestra materia prima, se minimizan los costos y los riesgos.

 

- Ese muchacho es un genio - dijo William -. Todos estamos contentos con su forma de ser. Imagínate que hasta a mi esposa le ha caído bien.

 

- William, dígale a Julio, que haga el estudio técnico y económico de esa idea - ordenó el jefe -. Cuando todo esté listo, nos sentamos los tres para analizarlo a fondo. Ahora tengo que ir hasta las plantaciones, a pagar unas hojas que están pesadas desde ayer. No... Mejor no le diga nada al muchacho, que ahora, más tarde, regreso y se lo digo yo personalmente, porque tengo que encargarle otro asunto. Sí, creo que eso es lo mejor. Hasta luego.

 

- Hasta luego, don Mario - dijo, William, despidiendo al jefe, que se alejó dejando todo en silencio. En el fondo de mi ser, ya empezaba a sentir el orgullo de una labor que recién empezaba. "Me estoy metiendo de cabezas en una empresa en la que todo lo que hago, va en contra de mis principios morales y sociales. No puedo dejar de pensar en eso, aunque tengo un lindo motivo que matiza mis contradicciones, justificándolas ante mis ojos. No puedo dejar de sentirme mal, pero no importa. El amor que siento por esa hermosa chiquilla, es tan lindo y tan grande, que sacaría al mismo diablo del infierno, para que me ayude a conquistarla. ¿Quién tiene la culpa de que ella haya nacido en la época de las sensaciones?... Desde que ella era una niña, la sociedad la ha bombardeado con la idea de que el que más consume, es el mejor y el más feliz". Pensé con melancolía. "La vida, para las mujeres jóvenes, es una locura. Las ha envuelto la magia de los videos y todas piensan que el mundo está lleno de unos príncipes azules, con los que todos los sueños son dorados. Pasear en motocicleta los fines de semana, observando potros hermosos, entrar a los restaurantes a comer cosas ricas y por la noche rumbear en discotecas de ensueño, son los planes inmediatos de todas ellas. El resto de la semana, si son mujeres inteligentes, lo dedican a cosas interesantes, como leer poemas de amor, hacer mucho deporte y comer bien. La vida que se merece Natalia es algo así, porque, honestamente, no concibo el amor en la miseria. El único problema es que, los hombres como yo, tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo para poder vivir. Ahí está la pequeña diferencia entre los sueños bonitos y la cruel realidad."

 

Toda la tarde estuvimos trabajando. Las canecas plásticas, acomodadas una al lado de la otra, parecían eslabones de una gran cadena azul. El piso estaba húmedo y el penetrante olor a éter, aletargaba nuestra conciencia, permitiéndonos estar concentrados en nuestras labores.

 

- Buenas tardes - saludó el jefe a nuestras espaldas -. ¿Qué tal están los señores? - preguntó con virilidad. Todos miramos su imponente figura. Parecía un guerrero del infierno. Todo su cuerpo emanaba autoridad y violencia.

 

- Buenas tardes, jefe. - contesté, sujetando con dificultad un papel filtro cargado de coca.

 

- Por ahí me contaron que tienes buenas ideas y, a mí, me gustaría patrocinarte - anotó el jefe demostrando interés en el asunto.

 

- Esto me está gustando - argumenté con tranquilidad -. Aunque estamos trabajando con las uñas, estoy convencido de que saldremos adelante.

 

- Mire, joven - exclamó Mario Galeano irritado -, no vaya a pensar que las cosas, porque son sencillas, no son funcionales. Nada de trabajar con las uñas, nosotros hemos conseguido lo que se necesita y nada más. Claro que si usted necesita material, yo tengo ochenta mil millones de pesos para invertirle al negocio.

 

- Yo voy a experimentar un poco - dije tratando de suavizar el comentario anterior -. Tú sabes que entre la teoría y la práctica existe un abismo. De todas formas, vamos a estar atentos, tratando de desarrollar un proceso que funcione con calidad.

 

- Lo único que te digo, Julio, es que a mí no me gustan los hombres que tienen ideas y no hacen sino divagar. Si posees los conocimientos para producir el éter, espero que te dediques a pensar en el montaje, porque yo soy un hombre de acción y me gustan los hombres de acción. ¿Entiendes?... - comentó el jefe, reflejando gran interés en el asunto.

 

- Sí, te comprendo - respondí afirmando con vehemencia -. Voy a estudiar esas fórmulas con toda la calma posible, a ver si dentro de un tiempo podemos producir nuestras materias primas.

 

- Bueno, de todas maneras, espero que le pongas la fuerza suficiente, ya que a todos nos interesa - luego me dijo suavemente al oído: -. Si tú me produces unos cuantos explosivos que necesito, siquiera una cien bombas bien potentes, por si nos invaden y, después, logras montar la planta de destilación, yo te regalo un millón de dólares, que es suficiente para que regreses a tu casa y continúes estudiando. Espero que disfrutes ese dinero, haciendo todo lo que yo no pude hacer cuando tenía tu edad.

 

Aquella propuesta me cayó como un balde de agua fría. Sentí que algo me oprimía el pecho y no supe qué decir. Estaba visualizando el sueño que me trajo hasta este lugar. " Natalia¡, la oportunidad de ser felices está más cerca de lo que tú te imaginas!" Pensé embargado por la emoción. Esa cantidad de dinero era suficiente para comprar al descendiente de “Profeta de Besilu”, la potranca platinada y el campero rojo.

 

- ¿Y para qué necesitamos explosivos?... - pregunté deseando comprender las intenciones del jefe.

 

- Quiero que produzcas unas cuantas minas quiebra patas, para que rodeemos nuestras tierras y nadie nos pueda atacar por sorpresa. Las quiero muy poderosas y que tengan un mecanismo para que se estallen en serie. Mejor dicho, hay que conectarlas a una cuerda que rodee la finca y nos deje a nosotros solos dentro del corral. ¿Cómo le parece la idea hijo?...

 

- Está buena y muy fácil de aplicar, porque tenemos azufre, nitro, aluminio negro, clorato de potasio y todo lo que necesitamos. Cuente con esas minas, patrón, que yo le hago unas ochenta o cien para mañana, con los tarros de galletas que sobran en la cocina y se las guardo en el cuarto de las herramientas, para que todos sepan que debemos tener mucho cuidado con ese material.

 

- Bueno, muchachos, basta de conferencias y todos a trabajar - dijo el jefe en tono de despedida. Se alejó y dentro de mi pecho sentí un gran alivio. Todo acababa de empezar y una gran responsabilidad ya pesaba sobre mis hombros. "Estoy metido en un juego macabro, en el que no hay salida. Toda la vida tendré que cargar con la amargura de haber participado en una empresa que genera miles de muertos. ¿Cuál será el castigo que la naturaleza y Dios, me mandarán por haber utilizado mis conocimientos en un trabajo, que va a desgraciar a miles y miles de familias?... ¿Dios?... ¿Dios?... ¿Qué significa esa palabra cuando los dioses abandonan a la gente, en la miseria, sin piedad?... Desde hoy no pensaré más en bobadas y me dedicaré a trabajar, pase lo que pase."

 

Julio Fierro se tomó un largo trago de whisky, sintiendo en sus ojos y en los testículos, el castigo que los dioses le habían impuesto por sus fechorías. Tomó aire profundamente, para recuperar el aliento y continuó relatando:

 

En aquel resto de tarde el calor fue insoportable. El olor de los productos químicos lastimaba mis pulmones. El sudor corría por todo mi cuerpo y el ambiente se tornó insoportable. Dentro de mi cerebro aún continuaba el conflicto. "Tengo que decidirlo ahora mismo. ¿Me voy a vivir en paz con Dios y conmigo mismo, o continúo luchando por el dinero que hará muy feliz a Natalia y a mi futura hija?"

 


La tarde se hizo lenta y mis pensamientos regresaban, una y otra vez, sobre el mismo tema. "
¡Dios mío, qué terrible es todo esto!... ¿Cómo es posible que yo esté metido en la fábrica del polvo de la muerte?" Pensaba, mientras mis manos temblaban de la agitación. "Yo podría emplear mis conocimientos en otras cosas. Si me hubiera puesto a trabajar en una fábrica de alimentos, hoy estaría al lado de Natalia, en paz con el creador y con la vida... ¡No me explico cómo se me ha podido ocurrir una idea tan terrible!... Es asqueroso surgir, en la vida, mientras mucha gente muere por nuestra culpa. Siempre soñé con trabajar en un lugar como éste, sin pensar en lo bajo que es, esto es como venderle el alma al diablo. Uno, en la existencia, comete muchos errores y es muy injusto. Recuerdo las veces que en silencio maldije a mi padre, por no tener el dinero para comprarme la ropa de moda, aunque él ya estaba viejo y la plata apenas le alcanzaba para comprar los alimentos. ¿Será qué se repite la historia y mis hijos maldicen la cobardía que me está llenando por dentro?... Maldita sea, si alguien se tiene que condenar que sea yo.

 

Y me condené, porque, desafortunadamente, nadie escapa de la justicia divina - dijo el pobre caballista ciego, arrepentido de sus errores.

 

Estaba desesperado y sólo hallaba un poco de sosiego escribiéndole cartas a mi amada.

 

San Francisco, 20 de octubre

 

Natalia mía:

 

Aquel estanque en el río, se había convertido en el cristalino escenario donde las jóvenes mujeres desarrollaban una danza hechizante de sonrisas, color, hermosura y curvas suaves. Por extraña coincidencia, todos los hombres y las mujeres adultas ya no disfrutaban del contacto con el agua. Solamente quedaba el selecto ramillete de las niñas, que parecían sirenas en un cuento de hadas. Entre todas ellas, la madurez de tus dieciocho años se llevaba, detrás de tus carnes, todas las miradas. Tu cuerpo salía del agua con la esbeltez de una diosa encantada, y el sol pegaba en tu piel con brillos de miel dorada. Tu majestuosidad era impresionante y dolorosa, ante la decrepitud de los espectadores que seguían en su día de campo, fingiendo que no te habían visto. En mi pecho se acumulaba toda la energía de un deseo carnal, que sólo tus firmes senos y el abrazo de tus piernas contra mi vientre podrían calmar. Tus caderas se alzaban firmes y desafiantes, formando una curva linda con tu columna vertebral. Tu carne se agitaba deliciosa, al ritmo de unos pasos lentos que te traían hasta mí. El corazón se rebeló y empezó a golpearme, fuertemente, dentro del pecho, alterándome la respiración. Habías llegado hasta mí. Tu mirada me contemplaba tranquilamente, durante breves segundos y, nosotros sabíamos que no eran necesarias las palabras, cuando dos personas se aman y vibran con la misma intensidad. Tu mano entrelazó mis dedos, dejándome sentir un calor extraño, después de que permanecieras varias horas en el agua. Te miré a los ojos y de ellos saltó una chispa que me llenó de felicidad. Nos alejamos tomados de la mano, mientras atrás se quedaba la multitud indiferente ante otro de mis hermosos sueños. Nataliaaaaa, en nuestros sueños, yo también he sido un espectador y, a veces, cuando estoy medio dormido, no sé si estoy soñando, o si lo estoy viviendo realmente. Un día le conté a Pablo, el administrador, este fenómeno de tener unos sueños muy reales contigo y él me dijo:

 

- Cuando la psiquis se empieza a mover, confundiendo la realidad con los sueños y los sueños con la imaginación, la situación se pone peligrosa, porque ése es el camino derecho a la locura. Pablo es un tipo sencillo y ordinario, y yo no le hago caso a sus razonamientos, pero esta vez sí me dejó pensativo. ¿Sí te imaginas, amada mía?... Estoy loco por ti... ¿No te parece una delicia?... A pesar del pronóstico pesimista, casi todas las noches sueño contigo pequeños cuentos sin final. Son las fábulas que teje mi mente, para darle un poco de alegría a mi corazón y a mis sentidos. Cada momento que pasa, estoy ideando una estrategia nueva para llenar tu vida de felicidad. Construiré un sendero mágico, que te aparte de las cosas desagradables. Yo quiero que tu vida se cubra de una atmósfera, donde sólo se respire felicidad, educación y progreso.

 

Es todo un laberinto el camino que he tomado en la vida. Me abandoné sobre una sola esperanza, en la que he jugado todas mis fichas, aunque tengo muchas probabilidades de perder, pero no importa, siempre tuve corazón de jugador y, en la gran apuesta de mi vida, voy a jugarlo todo contra todo, porque vivir sin ti, sería como no vivir. ¿Para qué quiero la vida, sin poder estrechar tu talle hermoso, sin poder sentir el aroma de tu cabellera dorada, que se agita en el viento como una promesa de amor?... Tú eres como una linda mariposa que voy a capturar, aunque esté enredado en una red de sentimientos amargos, porque siempre quise todo y nunca tuve nada. Tampoco vayas a pensar que mi vida ha sido un paquete de miseria, no, dentro de ella han existido días soleados y brillantes, acompañados de rosales en flor, que desafiaban un rojo intenso como el de la sangre, contra el verde oliva del campo y el azul infinito del cielo, pero lo mejor que me ha pasado eres tú. En la vida existen cosas tan cristalinas y hermosas como el agua, existen millones y millones de estrellas que resplandecen como diamantes, pero ninguna de estas maravillas se puede comparar con nuestro amor que las engrandece... Amada mía, es tan lindo sentir la necesidad de estar a tu lado, para contagiarme de todas las cosas bellas que guardas en tu alma, para contemplarte sin descanso y para morir de felicidad a tus pies. Eres demasiado inteligente y cálida, y, por eso, siento tanto el vacío de tu ausencia. Tu cuerpo ejerce sobre mí una atracción arrolladora. Cuando estaba a tu lado, de todos mis poros brotaba la felicidad de estar vivo. He iniciado un largo viaje en busca del éxito, que es tan esquivo y que, poco a poco, voy logrando para estar a tu lado por siempre. Espero no equivocarme en cosas intranscendentales, para que al final prevalezca un amor tan lindo como el nuestro. Lo único que necesito es que tú colabores, siquiera un poquito, para que todo marche mejor. Yo sé que esta carta no la vas a entender muy bien. La escribo para reconocer, ante mis propios ojos, el desorden y la falta de planeamiento con el que, en los últimos tiempos, he manejado las cosas.

 

A través de los días he ido quemando, una a una, todas las naves que tenía a mi disposición para abandonar este difícil proyecto, y me he lanzado a surcar los mares bravíos de la vida, fortalecido por el orgullo y la ambición. Cuando dentro de mis planes empezaste a ocupar el primer puesto, en los objetivos y las prioridades de mi vida, todo se ha desenvuelto como una película en la que mi temperamento, de testarudo, me ha desviado de todos mis principios. Siempre he creído que la naturaleza es perfecta, aunque un poco dolorosa, y también sé que al final del camino, pase lo que pase, se unirán nuestras vidas, porque lo merecemos y porque siempre hemos actuado de buena fe.

 

No te pido perdón por haber venido a este lugar, simplemente, te digo que era necesario, si en un futuro pensábamos estar juntos. Quise escribir una carta muy linda, pero no fui capaz. Sólo quiero agregar, después de la frialdad de todas estas palabras, que no transmiten la intensidad de mis sentimientos, que si Dios nos ha dado una vida difícil, jamás nos podrá arrebatar el amor que nos aferra a la eternidad. Natalia¡, te amo con todo el corazón!... ¡Cuídate mucho, ten un poco de paciencia y recuerda que el que más, más, más te quiere soy yo!

 

Julio.


 

 

CAPITULO NÚMERO DIEZ

 

Mi existencia se debatía en conflictos. Yo no era un santo, pero tampoco era un violento sin escrúpulos. Todo lo que estaba sucediendo me afectaba. Había tomado el único camino que me brindaba la posibilidad de formar un hogar decente en este país, y lo iba a financiar con el dinero de los pobres idiotas, que no resistieron la angustia del vacío existencial... "Que se droguen los gringos, si ellos quieren. Me importa un pepino que se destruyan, porque yo les estoy aprendiendo el claro ejemplo que ellos nos brindan, en sus países desarrollados, disfrutando de sus helados y de sus fiestas, sin que les importen los niños que se mueren de hambre en África y en Latinoamérica. Si a los yanquis no les importa la vida de los inocentes, a nosotros tampoco nos importa la vida de ellos, porque, al fin y al cabo, cuando el barco se hunda, nos hundiremos todos." Pensaba con rabia.

 

Tenía noches malas, en las que la depresión casi me obligaba a renunciar a ese macabro proyecto.

 

Soy un hombre muy vulnerable y muy sensible, aunque siempre pensé que era sólido como una roca.

 

Cuando iba hasta el colchón, al final de cada día, el humanista que había dentro de mí, analizaba cada uno de los pasos que estaba dando. "¿Qué es bueno para los niños de los Estados unidos?... ¿Qué es malo para ellos?... ¿Qué justifica mi ambición?..." Al final, para poder dormir, me hacía a la idea de que era bueno ser un poco egoísta en el camino de la felicidad. A la mañana siguiente me levantaba sosegado, porque los amaneceres tibios embellecían la selva y el alma. A pesar de las malas noches, no me sentía cansado. Con un poco de terapia mental, me estaba librando del castigo que me estaba auto imponiendo. Cada que necesitaba un poco de aire, salía a caminar por ahí, tratando de liberar el cansancio que me producía el trabajo.

 

En un día de tantos, trabajé toda la mañana sin descanso. El almuerzo fue sancocho de tortuga y Carlos, el vegetariano, se comió hasta la cabeza de la tortuga. “El ermitaño” era vegetariano cuando le convenía. Aquella tarde, sin explicarme por qué, me fui a visitar a don Mario Galeano en su cabaña y, para mi sorpresa, llegué en el momento preciso. Allí estaba la persona indicada para el futuro proceso de nuestra empresa. El jefe estaba conversando con Aníbal, un indio de ésos que se enteran de todo en una zona. Tenía aproximadamente cincuenta años y dejaba translucir el carácter de un gran hombre. Llegué hasta el corredor y, sin que ellos se percataran de mi presencia, esperé hasta que se normalizara mi respiración agitada. Eran como las tres de la tarde.

 

- Consiga las mulas que yo pago el alquiler - dijo el jefe, como tratando de convencerlo -. Si usted trae esos tubos, se consigue un buen billete.

 

- Es que para meterle las mulas a eso tan pesado, sí me da un poco de nervios - murmuró el indio como indeciso.

 

- No se preocupe, Aníbal, que si le pasa alguna cosa a los animales, yo se los mando a rezar - prometió don Mario Galeano, tratando de cerrar el negocio. Yo avancé por el patio saludando cordialmente.

 

- Buenas tardes, mis señores. ¿Cómo van esos negocios?...

 

- Hola, hijo, estábamos hablando de, usted, precisamente - comentó Don Mario y dirigiéndose al indio, hizo la presentación -. Mire, Aníbal, éste es el ahijado que, para mí, es como el hijo que nunca tuve.

 

- Buenas tardes, amigo - saludó el indio, brindándome un apretón de mano con amabilidad. Su cuerpo fibroso y los fuertes brazos, delataban a un hombre muy trabajador.

 

- Mucho gusto, señor, mi nombre es Julio Fierro - dije animado por la presentación - ¿Y qué estaban hablando de mí, si es que se puede saber?

 

- Aníbal nos va a conseguir unos tubos metálicos, de esos de oleoducto, que son anchos y muy finos, a ver si usted cree que los podemos usar. Porque yo pienso que ésos son los efectivos para construir la torre - afirmó el jefe sin esperar mi respuesta.

 

- Sí, me parece buena idea, y, ya que usted conoce bastante el mercado, mire a ver si nos puede conseguir una caldera - le dije al indio y luego, mirando al jefe, le expliqué -. Si podemos conseguir las cosas hechas, es mejor. Armar aparatos improvisados quita mucho tiempo y la mayoría de las veces no son funcionales.

 

- Yo les consigo una caldera bien buena, pero eso les cuesta bastante - advirtió el indio.

 

- Por dinero no se preocupe, amigo - aseguró el jefe -, traiga las cosas lo más rápido que pueda, que aquí le cuadramos sus billetes.

 

- ¿Traigo los diez tubos que tengo, o cuántos quieren que les consiga? - preguntó Aníbal con decisión.

 

- Yo creo que con diez es suficiente, y fíjese que la caldera funcione bien - advertí con malicia -. También vamos a necesitar un equipo de soldadura eléctrica. Si usted nos hace el favor de conseguirlo, le vamos a estar muy agradecidos - ese indio era todo un comerciante, se le podía encargar desde una pluma de oro, hasta un aeroplano. Claro que el origen de las cosas no era bien conocido pero, al fin y al cabo, estábamos en guerra y guerra era guerra. El indio se marchó y yo, después de despedirme, regresé al trabajo. Aquella misma tarde, elegí el sitio donde iba a estar instalada la torre, camuflada entre dos frondosos aguacates mejicanos, quedaría como un misil, apuntando hacia el futuro de los yanquis. Toda la noche estuve pensando en el montaje técnico de aquel mostrenco. Los platos de burbujeó decidí remplazarlos por unos membrillos muy finos que crecían en la zona. Como en esa región era muy abundante el mármol poroso, con unas cuantas láminas intercaladas entre los membrillos, sería más que suficiente. Si la cosa funcionaba bien, el futuro con mi Natalia estaba asegurado, y el dinero va a sobrar hasta para comprar los caballos de mis sueños, que por cierto eran muy caros.

 

Le seguí escribiendo cartas a mi adorada ilusión.

 

Natalia:

 

Aquí en la mitad del monte

 

Yo no siento tu calor

 

Estoy triste y confundido

 

Delirando por tu amor.

 

Es la prueba más horrible

 

Vivir solo en el destierro

 

Con un corazón sensible

 

Que se me estalla por dentro.

 

Los gritos de una lechuza

 

Me han puesto muy nervioso

 

Y aunque no tengo agüeros

 

Fue un quejido doloroso.

 

No estoy dudando de nada,

 

Confío en ti ciegamente

 

Pero es que aquella tonada

 

Iba llamando la muerte.

 

No sé qué me está pasando

 

Que dudo y sigo dudando,

 

De un amor que es inmortal

 

Y que allá me está esperando.

 

Con una espina enterrada

 

En el centro de mi pecho

 

Sigo luchando por ti

 

Que eres mi único consuelo.

 

Julio.

 

Las mulas empezaron a llegar hasta el patio del campamento. Venían cargadas con gruesos tubos de acero. Los tubos medían tres metros de largo y unos cincuenta centímetros de diámetro, aproximadamente. Eran increíblemente pesados y los animales, arrastrando dos de ellos, llegaban a punto de desfallecer. Las mulas simbolizaron el empuje de nuestra raza y fueron muy famosas entre los antioqueños viejos, pero lo que yo no me imaginaba, era que, la lucha contra la selva virgen, aún continuaba, en el empuje de los machos y de los arrieros. En el abdomen de dos de los animales de la cuadrilla, se podían observar unas pequeñas bombas, como si las tripas se fueran a salir por ahí. Las estuve observando largo rato y no pude resistir, ante el desconcierto que me producían aquellas enormes hernias. Me dirigí hacia donde estaba el arriero desamarrando la carga y...

 

- Don Aníbal, ¿qué es lo que tienen esas mulas en el vientre? - pregunté sin ocultar mi preocupación.

 

- Cuando hacen una mala fuerza, les da una hernia de esa manera, pero no te preocupes que eso no es peligroso. Ellas trabajan normalmente, hasta que uno tiene tiempo de rezarlas - anotó el indio, como tratando de disipar la angustia que se reflejó en mi rostro.

 

- ¿Cómo se va a curar esa lesión con un simple rezo, don Aníbal, por Dios? - protesté ante la tranquilidad del veterano.

 

- Tranquilo, muchacho. Eso se sueltan dos o tres meses, se les hace rezar de un chaman y al poco tiempo quedan como nuevas - dijo don Aníbal, convencido de su estrategia. No pude añadir nada, pensé en lo atrasados que estábamos en este país y me quedé mirando al atlético hombre que descargaba los pesados tubos.

 

Las mulas fueron y vinieron sin cesar. En las horas de la tarde estaban amontonados diez tubos, una caldera J.C.T. hecha en Medellín, Colombia, y un equipo de soldadura. Qué eficiencia tan grande. Este sujeto, en muy poco tiempo, podría traer al diablo de los mismísimos infiernos. Yo no sé de dónde sacó las cosas, pero allí estaban y muy buenas por cierto.

 

Mi paz interior había desaparecido y yo continuaba escribiéndole cartas como ésta:

 

San Francisco, 27 de octubre

 

Mí querido Jaime:

 

 
Hoy estoy en uno de esos días en que se duda de todo. Ni yo mismo entiendo mis razonamientos. Si pienso que el destino no está preestablecido y que cada persona lo va formando con las decisiones que toma en la vida, entonces, por qué, me alejo tanto tiempo de mi amada, dándole la oportunidad para que tome un camino distinto al mío, en el que tal vez nunca la pueda encontrar. De lo único que me he podido dar cuenta, amigo mío, es de que en el amor entran en juego muchas cosas, que no son tan sublimes como el brillo de unos ojos lindos y la ternura de unas palabras dulces. Son cosas terrenales a las que estamos acostumbrados y que la fuerza de un amor bonito no las puede remplazar. El maldito dinero se ha convertido en una barrera que yo mismo construí. Soy un estúpido que le quiero brindar una posición social a mi amada, que ni yo mismo sé cómo es. Hoy, pensando en estas cosas, me he dado cuenta de que yo, en la vida de Natalia, apenas soy un desconocido, que ni siquiera se atreve a comunicarle los temores. Maldita sea, me estoy equivocando de camino... Yo por ella soy capaz de renunciar a todo en la vida, soy capaz de arrastrarme en el barro del no futuro y aún no la conozco, ni ella me conoce bien. De todas maneras, yo lucharé para poder abrazarme a ella, con toda la intensidad de mi amor, y para poder sentir los susurros de su alma tierna. El día que Natalia sea mía, ni Dios, ni el diablo, ni el tiempo, van a poder sobrevivir ante ese acontecimiento. Desde ese día no existirá, para mí, sino un parámetro en la ruleta de la vida, y ese parámetro es la felicidad. Me sumergiré en el pozo cristalino y efervescente de una inmensa dicha, hasta embriagar la razón triste, de los efímeros, que no han podido untarse del bálsamo que nos hace eternos, el amor.

 

Mientras yo grito herejías a los cuatro vientos y renuncio a todo en la vida, por esta pasión, pienso en que nunca me he atrevido a preguntar, ¿a qué está dispuesta ella, por disfrutar de estas mismas locuras?... Perdóname, amigo mío, parezco un niño enloquecido detrás de una golosina inalcanzable.

 

Estoy muy nervioso y demasiado inquieto. En estos días, están regresando a mi memoria, todos los hechos que han traído dolor a mi vida. Parece que estoy predestinado al dolor y a la ingratitud. Todas las noches he tenido sueños horribles, estoy viviendo una vida sin sosiego. Pero no me critiques, amigo mío, que éste es el camino que he escogido, aunque todos los días me hago una pregunta: ¿Tengo la fuerza suficiente para producir las drogas que van a envenenar las gentes y los niños en las calles?... Muchas personas drogadas matan, hasta a sus propios hijos. ¿Podré levantar mi familia con el dinero manchado por la sangre de otros hogares destruidos?... Definitivamente, yo no estoy preparado para hacer cosas dolorosas, ¿Cómo he podido llegar hasta este lugar?... Desde el primer instante, he comprendido que no puedo utilizar mis conocimientos para destruir la vida de personas inocentes. ¿Cómo es posible vivir el infierno de los multimillonarios, que se hicieron ricos a consta del dolor de muchos miserables?... ¡Lo que no me explico, amigo mío, es por qué continuó en este lugar! ¿Por qué no me voy para Medellín, a seguir con el criadero de caballos de paso fino Colombiano?... ¿Será qué Natalia puede amar a un hombre sencillo y con poco dinero?... Sí, mi amada, aceptara una vida humilde y en familia, te juro por Dios, que yo abandonaría todo esto...
Amigo mío, espero que nunca te avergüences de mí. Por favor, recuérdame con cariño, porque yo sé que siempre podré contar contigo. Se despide de ti, el que más te admira y te respeta. Julio Fierro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO ONCE

 

San Francisco, 3 de noviembre

 

Natalia:
No he podido resistir la tentación de escribirte. Me pareces la mujer más espectacular del mundo. Casi todas las noches pienso en ti y en tu cuerpo vibrante. Aún no puedo explicarme lo que me está pasando contigo, me da la impresión de que estás en todas partes y en todo lugar. La selva se ha llenado de tu presencia y de tu dulzura. Las hermosas orquídeas que se desgranan en una cascada de color y de frescura, guardan el aroma de tu cuerpo sensual. La majestuosidad de los robles rojos, la suavidad del firmamento azul, la alegría de las quebradas en este tiempo de invierno, el romanticismo de las tormentas furiosas, el poderío de los huracanes violentos y el estrépito de los truenos, que desean partir la selva en pedazos, se han impregnado de ti. El brillo y la fuerza de tu mirada, han contagiado los ojos de la tigresa, que viene todas las tardes a la orilla del río. Los muchachos le estaban organizando una cacería y yo me opuse furiosamente. No me puedo explicar, cómo son capaces de pensar en la muerte de la hermosa hembra y su cachorro. Cuando estoy en la mitad de la selva siento una sensación, casi real, de que estás a mi lado. Puedo sentir y aspirar el aroma de tu delicado cuerpo a mi lado. Los árboles se agitan seducidos por el viento y toda esa danza, es la misma que tu cabello y tu carne despliegan cuando estás agitada y risueña. No le he contado estas cosas a nadie, porque ellos no sabrían entenderlo. Lo estoy guardando como nuestro gran secreto.

 

Natalia, te estoy amando desesperadamente, no veo la hora de estar a tu lado, para brindarte todo lo que te mereces. Estoy trabajando duro, para lograr la realización de nuestros sueños. Si la química del amor sigue funcionando entre nosotros, y el Cupido acierta con sus flechas en nuestros corazones, siempre me tendrás como un compañero, que te va a idolatrar, inflamándose con tu fuego interior. El pan de cada mañana siempre tendrá un sabor nuevo a tu lado, y, si tú me amas, este amor será eterno. Yo te lo prometo.

 

Qué lindas se ven las cosas

 

Contemplando tú recuerdo,

 

Imaginando aventuras

 

Para cuando estemos viejos.

 

Comiendo frutas en paz y mirando hacia lo lejos, sin tener que pensar en qué es, o no es, eterno. Cuando yo esté a tu lado, viviremos muy felices, saboreando el néctar de las cosas de la vida. ¿Sí te das cuenta, mi amor?... ¿Si te das cuenta?... Estoy delirando por ti. Nunca, nunca me apartaré de la llamarada de tu amor, que es lo más puro y divino que existe en el universo.

 

Julio.

 

Empezamos a construir la torre de destilación, el andamio se fue armando palo a palo. Yo estaba allí, la mayor parte del día, vigilando los adelantos del proyecto. Estaba tomando parte activa en la vida material de la aldea, para que todo quedara bien hecho. Con la ayuda del indio, conseguí todas las herramientas y el material. Contraté otro indio al jornal, para que me ayudara en la faena. En pocos días, el andamio se alzaba como un monstruo, en mitad de los aguacates. Soldamos los tubos y colocamos las mangueras, que conducirían el vapor hasta los platos porosos. Todo fue muy sencillo. Colocamos la caldera sobre un piso de madera, para que no se oxidara la base, también construimos una ramada que la protegiera de las lluvias y le pintamos el techo de verde, intentando camuflarla. El ejército Colombiano no se preocupa por ranchos de paja, pero cuando ven armazones metálicos, se ponen un poco nerviosos. Todo avanzó sin obstáculos. Las mangueras se ablandaron un poco, con el calor del vapor, pero eso no fue un problema, porque no hubo escapes. Yo estaba feliz, todo funcionaba a la perfección y el dinero estaba ganado.

 

A la mañana siguiente, el jefe y yo estábamos probando el funcionamiento y la calidad de lo destilado, cuando, un ruido detrás de nosotros, nos hizo volvernos al mismo tiempo. La seguridad de la empresa había fallado y allí, a nuestro lado, se encontraba un joven más pequeño de lo corriente, con una camisa a cuadros, unos jeans desteñidos y unos tenis muy ajados. El extraño estaba allí plantado y nos miraba en silencio.

 

- Don Mario Galeano - dijo el recién llegado, con voz suave, pero segura -, vengo a proponerle un buen negocio.

 

- ¿Sí, y quién es usted?... - dijo el jefe un tanto desconfiado - ¿No sabe qué todos los que entran sin permiso, en mi propiedad, están dispuestos a que se les pegue un tiro?

 

- Sí, señor. Lo que pasa es que a mí, me conoce toda la gente de esta zona, entonces, yo no tengo problema con los muchachos - explicó con gran confianza el muchacho-. Yo me llamo Walter Molina, alias “el pájaro”... Soy hijo de Pascual el veterinario y hermano de Alejandro, mi socio.

 

- ¿Qué deseas? - preguntó el jefe, reconociendo en el adolescente, al pequeño muchacho que hasta hacía unos pocos meses arrimaba a la finca, a pedir plátanos y yucas.

 

- Vengo a ofrecerle unas cosas que nos robamos, mi hermano y yo, en la iglesia del Santuario - respondió el muchacho, sin avergonzarse del tema. El jefe y yo, quedamos sorprendidos y el muchacho se quedó mirándonos con sus ojos verdosos, metidos en la suavidad de su rostro juvenil. En su mano apareció una moneda de oro reluciente y el jefe, hechizado por el resplandor del metal, avanzó con agilidad hasta donde estaba el joven, tomó la moneda y la revisó con toda la calma del caso.

 

- ¿Qué más se robaron? - preguntó Don Mario, sin poder ocultar el gran interés que sentía por el metal precioso.

 

- Tenemos las coronas de la virgen del Carmen y del niño Jesús, que son una verdadera obra de arte. También trajimos una custodia de oro macizo, que pesa como seis libras y está adornada con esmeraldas... Tuvimos tanta suerte- continuó relatando el muchacho, orgulloso de su hazaña -, que en un cajón de la sacristía, el padre tenía veinte monedas iguales a ésa, y dos copas de oro catorce quilates.

 

- Yo sí te digo una cosa, muchacho, el que roba en una iglesia, queda maldito por toda la eternidad. Así que, si yo estuviera en tu pellejo, me libraría de toda esa chatarra, lo más pronto posible - aconsejó el patrón tratando de ablandar al joven.

 

- ¿Sí? - interrogó el muchacho, permaneciendo duro e invariable ante el discurso del jefe.

 

- ¿Y cuánto piensas obtener por esas sacrílegas baratijas?

 

- Diez millones de pesos - respondió el ladronzuelo con mucha seguridad.

 

- Mire, joven, yo no estoy enseñado a comprar cosas robadas, es más, aún no me explico por qué has venido hasta aquí. De todas maneras - continuó el jefe diciendo -, si se quieren librar de esa chatarra, yo les ofrezco cuatro millones y medio de pesos por ella.

 

Todos nos quedamos en silencio. “El pájaro” no se movió del lugar en el que estaba, su rostro permaneció inalterable y sus ojos irritados, nos miraban con seguridad penetrante. El jefe trataba de adivinar el efecto de sus palabras. El silencio se prolongó y, Don Mario, sin poder resistirlo, volvió a preguntar.

 

- Diga pues, ¿por cuánto me va a vender las cosas?

 

- Por diez millones de pesos, en efectivo - contestó “el pájaro” con gran seguridad. Lo dijo pausadamente, como si se tratara de algo fijo e irrevocable.

 

- ¿Y dónde tienen guardada la mercancía? - preguntó el jefe, con aire de inocencia - Es que comprar cosas que uno no ha visto, es un poco difícil. ¿No te parece?... Además, la suma que estás pidiendo es tan grande, que ni te la imaginas. Uno para conseguir diez millones de pesos, tiene que trabajar esta vida y la otra - Mario se quedó como esperando la respuesta, de una pregunta que no fue muy clara -. Bueno. ¿Dónde están las cosas, para ver si son de oro o de cobre? - insistió el jefe.

 

- Mire, don Mario, vamos a hablar francamente, usted es un hombre muy poderoso y está rodeado de asesinos, que nos matarían cuando usted lo ordene. Nosotros tenemos las joyas enterradas en el monte y apenas usted nos dé el dinero, nosotros le entregamos las cosas, asegurándole que valen más de cincuenta millones de pesos. Nosotros decidimos vendérselas a usted, porque, desde que éramos niños, su familia nos ha colaborado y nos ha calmado muchas hambres - argumentó el muchacho, con los ojos casi encharcados por el sentimiento.

 

- A mí no me interesan mucho, esas reliquias - anotó don Mario Galeano -. Si yo quisiera comprar oro, compraría oro que no estuviera maldito. Así que si ustedes quieren... Porque esas cosas son suyas y de su hermano, ¿cierto?...

 

- Sí, señor - contestó rápidamente el muchacho.

 

- Yo les voy a ofrecer seis millones de pesos y ésa es mi oferta definitiva - concluyó el patrón -. Así que ustedes verán si lo toman o lo dejan. - resumió don Mario, entregándole la moneda al muchacho.
El chico permaneció en silencio varios minutos, cómo si no hubiera entendido la propuesta

 

- ¿Usted qué dice? - preguntó, el jefe, nuevamente, al joven que no se movía de allí, parado como una estatua.

 

- Valen diez millones de pesos, si usted quiere - repitió Walter, mostrando sus pocas habilidades para el negocio.

 

- Ya te ofrecí seis millones - gritó Don Mario, exasperado -, si no los quieres, vuelve sobre tus sucios pasos y me despejas la finca. - El muchacho dio media vuelta y se alejó, sin decir nada.

 

El resto del día permanecimos en silencio y no se habló, ni una palabra más, sobre el asunto. Llegó la noche y yo, tirado en el colchón, pensaba en medio de la oscuridad. "¿Cómo me he arriesgado a morir, para poder vivir feliz algún día?... Ahora me falta sólo un mes de privaciones, para después gozar la vida plenamente. En esta semana será la prueba final, cuando la planta de producción del éter funcione a las mil maravillas. Después, podré volar en busca de mi gran amor. Todo esto fue un desafío, conmigo mismo, y, ahora, falta muy poco tiempo para su culminación. Qué lindo ha sido estar aquí. Al principio me angustiaba la selva, pero ahora me parece hermosa y he aprendido a mirarla. Los árboles inmensos, el canto alegre de los pájaros, el chillido malicioso de los micos, el atardecer violento de las chicharras incansables, los amaneceres soleados y el recuerdo de una princesa alejada, me estaban seduciendo. Me estoy acostumbrando a este insospechado paisaje que, al principio, tomé como un calabozo en el destierro... ¿Será qué los presos terminan amando los gruesos barrotes de su prisión?... No era mi aislamiento lo que me seducía, era el silencio y la soledad los que me dejaban rumiar, sobre mis pensamientos, para encontrar el verdadero sentido de las cosas. ¡Cada uno de los problemas, cada uno de los riesgos superados y cada uno de los esfuerzos sobrehumanos, los he vencido con el recuerdo de tu imagen bendita!... Natalia, siempre has sido y serás, el motor que impulsa todos mis movimientos, en busca de esa vida gloriosa y feliz que tendré a tu lado, para que, después, tirados en la grama del jardín, me puedas decir con ternura: ¡Qué grandioso es todo esto!... En estos días de soledad y martirio, he descubierto que la fuente de mi fuerza interior, es estar enamorado de mis sueños, renunciando a la monotonía de una vida normal, porque mi amada es una mujer especial y yo no me puedo quedar atrás como un afeminado."

 

Las obras marchaban a toda prisa. En los últimos días, habían llegado hasta San Francisco, camiones con más de veinticuatro mil litros de ácido sulfúrico. Las mulas habían tenido mucho trabajo y las canecas abundaban por todas partes. Debajo de los árboles del monte, era el camuflaje era perfecto. El lugar se llenó de muros multicolores, en los que reposaba el precioso ácido. El trabajo se intensificó, porque también tuve que encargarme de la producción del alcohol, que no se pudo conseguir en el mercado negro. Mejor dicho, sí se conseguía, pero a precios exagerados y, entonces, decidimos producirlo. Encargué dos mil kilos de miel de purga y preparé el mosto, en las canecas plásticas que sobraban del proceso de la cocaína. Teníamos la esperanza de producir alcohol al noventa por ciento de pureza. El laboratorio tenía un olor a todo, menos a bueno. Por un lado el olor penetrante del éter, por el otro, el olor de la gasolina y el ácido sulfúrico y, ahora, le habíamos agregado el olor de las fermentaciones. Aquella contaminación irritaba dolorosamente nuestros ojos. Todo el día la pasábamos midiendo las sustancias y cristalizando el alcaloide. Los pedidos aumentaban. Esos gringos como que no se cansan de drogarse... ! Qué cosa tan horrible!... Se presentaban algunos problemas, que teníamos que solucionar sobre la marcha, empleando toda la pericia, para no irritar al jefe que estaba muy nervioso.

 

Todo había terminado en las pruebas de la torre. La caldera quedó situada en un punto estratégico, en el cual, sin tener que moverla ni un centímetro, nos proveía de vapor de agua en cualquier parte del laboratorio. Mario Galeano y yo, nos quedamos contemplando el gigantesco complejo, que se elevaba sobre los ranchos, formando un monstruo metálico que nadie se imaginó que iba a existir. Estábamos absortos ante el complicado sistema que nos había dejado exhaustos, por la gran cantidad de trabajo que tuvimos en las últimas semanas. En nuestros cuerpos reposaba el cansancio de las largas y agotadoras jornadas, invertidas en la terminación de la fuente principal de nuestros futuros insumos, en la que hasta el jefe trabajó como un obrero cualquiera.

 

- Estoy sorprendido con la cantidad de conocimientos que has revelado, en este ensamblaje - me dijo el jefe, con tono de agradecimiento -. Es impresionante la cantidad de conductos y controles de temperatura, que le hemos puesto a esta torre. No parece una torre de destilación, sino un cohete que ni en la NASA, lo hubieran hecho tan bonito. Yo creo que esto merece una celebración, o ¿tú qué piensas?

 

- Nos podemos tomar unos rones con hielo, si tú lo deseas - argumenté, olvidando el cansancio de las duras jornadas.

 

- Vamos a vestirnos para la ocasión... Julio, dígale a cualquiera de los indios, que ensille dos caballos. Yo, mientras tanto, voy a pegarme un baño y dentro de quince minutos nos vamos para san Francisco - concluyó don Mario, alejándose en busca de su rancho.

 

Más tarde, al recordar todos los acontecimientos, me impresionaba la forma en que se predeterminó nuestro destino. No comprendía por qué, encontrándonos tan cansados, en vez de tomarnos unos tragos en la cantina del campamento, nos dio por ir a celebrar a San Francisco - Explicó el caballista ciego, al recordar la triste historia que nos estaba relatando -. El paseo, aunque corto, fue innecesario y mortal. Muchas veces habíamos bajado hasta el pueblo, pero, aquella vez, tuvimos un encuentro muy importante. Nuestros espíritus estaban agitados y sensibles, la grandeza de nuestra inteligencia y el orgullo, se inflamaban con la grandiosidad del experimento que habíamos montado. En el instante preciso, escuchamos una conversación que marcaría nuestras vidas.

 

Las primeras sombras de la noche caían sobre el pueblo, haciéndolo muy romántico y acogedor. Llegamos hasta una cantina, especial para enamorados y despechados del corazón. En la pared del fondo y detrás del viejo mostrador de roble, un folklórico nombre, "La tusa", le imprimía fuerza al lugar. Pedimos dos cervezas frías y, en silencio, fuimos recuperando la calma que la veloz cabalgata nos hizo perder. En las mesas, los campesinos, metidos en sus sombreros, rumiaban las penas sumergidos en los efectos del licor. Cuando don Mario salía a celebrar, le gustaban aquellos lugares, donde se escuchaba música de ésa que habla de penas y heridas en el corazón. En aquel sitio las melodías retumbaban en las cervezas, el aguardiente y el ron, que estaban esperando para ser consumidos. Detrás del mostrador, con el rostro muy cansado, se movía el administrador, haciendo un gran esfuerzo para escuchar la cháchara que le soltaba un hombre de ojos pequeños y rostro picado por el acné. Al sujeto le decían Juan “el prendero”, usurero de profesión y negociante de todo lo que le ofrecieran. Mario Galeano conocía profundamente a ese hombre, inclusive, ya había negociado con él. Era un tipo de unos treinta años, pequeño, charlatán, agresivo y un pícaro de tiempo completo. Con un paquete de mercancía debajo del brazo, se esforzaba por explicar un negocio al cantinero. Cuando don Mario lo observó, el rostro se le crispó en una mueca de desprecio, aunque no dijo ni una palabra.

 

- Yo no puedo conseguir todo ese dinero - dijo el cantinero, tratando de disminuir el entusiasmo que le ponía Juan “el prendero” al asunto -, venga ahora, por la noche, cuando mis hermanos estén aquí, pero no le garantizo nada.

 

- ¿Hoy por la noche?... ¿Vos estás loco o qué? - dijo con desespero, tratando de forzar la decisión - Tenemos que comprar esa custodia hoy, a las seis de la tarde, cuando pasen “los pájaros” después del trabajo.

 

- Deja de ser tan acelerado, que comprar joyas robadas no es tan buen negocio como tú piensas - aconsejó el cantinero, mostrando experiencia en el asunto -. Esas joyas que te ofrecieron, esos muchachos, como que te tienen medio loco.

 

- Imagínate que esa custodia tiene como treinta y dos esmeraldas legítimas. Yo las tuve en mis manos y te garantizo que cada una de ellas, puede valer más de dos millones de pesos. Fuera de eso está el oro, mejor dicho - explicó con los ojos brillantes por la ambición -, ése es un negocio redondo, en el que nos pueden quedar más de cincuenta millones de pesos.

 

- Está bien, voy a tratar de conseguir los billetes, pero no le digas a nadie, porque se nos pueden adelantar - advirtió el cantinero bajando la voz -. Mándele decir a “los pájaros”, que nosotros los esperamos aquí, en el negocio, a eso de las seis y diez minutos de la tarde, cuando terminen la jornada de trabajo.

 

- Eso está bien. Como ellos vienen de la finca de chaparral, no les mandemos a decir nada, para que no se nos note mucho el interés - anotó Juan “el prendero”, mostrando su sagacidad en los negocios -. Como ellos tienen que pasar, en su destartalado carro, por el parque, yo los intercepto y los invito a que nos tomemos unos aguardientes aquí. Usted se encarga de servir bastante licor que yo, mientras tanto, los enredo.

 

Mario Galeano no quiso escuchar nada más, tiró un billete sobre el mostrador y salió con la respiración bastante agitada. La indiferencia con la que empezó a escuchar la conversación, se había transformado en un gran sentimiento de rabia al sentirse traicionado. Por casualidad, se había enterado de que aquellos ignorantes muchachos, le estaban buscando venta a las joyas sin tenerlo en cuenta a él, que prácticamente los había criado.

 

El jefe estaba pálido de muerte, como si un rayo lo hubiera alcanzado. Montamos en los caballos y sin pronunciar ni una sola palabra, arrancamos a todo galope con dirección desconocida. Su cuerpo estaba agitado y, por su comportamiento, la decisión estaba tomada. Aquellas joyas tendrían que ser suyas a toda costa. El destino estaba escrito. Toda la vida había sido un enamorado del oro y de las piedras preciosas y, ahora, le estaban ofreciendo un tesoro que no podía dejar escapar. Sin preguntar nada y sin el menor interés, nos habíamos enterado de los movimientos de Alejandro y Walter, "los pájaros", que iban a vender las joyas. Toda la información estaba en nuestras manos y el jefe la podía utilizar a su favor, si lo consideraba razonable. A mí no me acababa de gustar bien el asunto, pero marchaba a su lado con resignación.

 

Nos fuimos hablando del tema. Juan “el prendero”, era un negociante que compraba y cambiaba cualquier clase de objetos, sin importarle la procedencia. Tenía corazón de jugador y fama de ser un sinvergüenza de tiempo completo. En conclusión, el hombre era un vividor bien vestido y muy formal. Don Mario se refería a “los pájaros” con furia. Los conocía más o menos bien y me contó que Walter, el hermano menor, tenía aproximadamente veinte años y desde pequeño era un ladrón empedernido, porque la ropa y los zapatos de los vecinos desaparecían sin dejar rastro. Todo el mundo sabía que era él, pero nunca lo cogieron con las prendas en las manos. Alejandro era un tipo muy serio y siempre había controlado las locuras de su hermano menor. Comerciaba con productos agrícolas y su sonrisa fácil y espíritu alegre, le permitieron tener mucho éxito en su labor. Últimamente, estaba consiguiendo más dinero de lo normal y parecía que estaba metido en negocios ilegales.

 

- Si tú mismo reconoces que tienen espíritu de delincuentes, debes prevenirte contra ellos - aconsejé un tanto desconfiado.

 

- Tampoco es para tanto... Walter se ha metido en problemas, pero no creas que es un monstruo. Aparentemente, es un chico de bien.

 

- No me diga, jefe, que a usted le cae bien ese muchacho - argumenté desconfiado, tratando de que no se dejara convencer por la frágil y pulida figura del chico.

 

- No pienses que me van a ganar de cara bonita, porque yo sí te digo que, a ese par de bastardos, los descuartizo con mis propias manos, si me llegan a fallar - sentenció el jefe un poco más tranquilo. Ahora se reía del asunto y yo me estremecía con nervios.

 

- ¡Qué locura tan grande, es todo esto!... Patrón, analice una cosa, esos muchachos tienen un tesoro que nadie ha visto - continué planteando sin alterarme -, y tienen fama de ladrones... ¿No ha pensado, por un momento, que lo pueden engañar?...

 

- Tranquilo que ya lo pensé - contestó burlándose de mi temor -. Ahora dime algo... ¿Se atreverían, dos muchachos pobres, a engañar al hombre más bravo y poderoso de la región?... ¿Tú crees que van a exponer a su mamá, a su papá y a su hermana menor, a una muerte segura?... ¿Tú piensas que Juan “el prendero” y su amigote, se van a exponer a que yo los pele vivos, por tratar de seguir una farsa con ese par de ladronzuelos?... Porque eso sí, “el prendero” dijo que esas esmeraldas eran legítimas y con su vida tendrá que probarlo. ¿No lo crees así?

 

- Lo que tú no sabes, es hasta qué punto te respetan - aclaré tratando de prevenirle.

 

- El que no sabe cuántos tipos he matado, en esta zona, eres tú, ¿O acaso piensas que el poder que tengo, nace de mi linda cara?... Convéncete de una cosa, Julio Fierro, que para poder que la gente te respete, tienes que demostrarles que estás dispuesto a romperle el cráneo al que sea. En la naturaleza los machos más fuertes marcan el territorio y éste territorio es el mío. No vayas a creer que alguien me lo regaló. Para poder que estos salvajes respetaran lo mío, tuve que matar hasta al mismo diablo. Es más, les voy a regalar esos diez millones de pesos, para que me prueben fidelidad y respeto. Si me fallan, voy a enterrar a toda su maldita raza, en compañía de los gusanos.

 

Don Mario estaba muy agitado. Problemas de esos había tenido por millares en su vida, si bien, de otras formas y aplicados a otras cosas, pero en esencia tratándose del mismo asunto. Estaba caminando en el peligroso filo de la ambición, del que podían surgir muchas satisfacciones o también muchas amarguras teñidas de muerte. ¿Por qué habíamos escuchado esa conversación, en el preciso momento en el que estábamos olvidando el negocio?... Fue una coincidencia asombrosa que, en aquella cantina de mala muerte, estuvieran hablando de un tema que impresionara tanto al jefe. Llegamos a un cruce en el camino, a la derecha tomaríamos tranquilamente el rumbo hacia el campamento y a la izquierda, iríamos en busca de la aventura y del peligro. Mario Galeano se detuvo en la mitad del cruce y continuó encerrado en su mutismo. Después de mucho meditar dijo:
- "
¡Si Dios y la naturaleza quieren que yo sea el ángel exterminador de esas porquerías, que así sea!" - Y arrancamos las bestias a todo galope, en busca del tesoro sagrado. A los pocos minutos, los animales avanzaban suavemente por el campo. Había que recorrer cinco kilómetros. El camino era recto y completamente plano, y la distancia se podía cubrir en unos quince minutos. Faltaba media hora para que fueran las seis de la tarde y era imposible que “los pájaros” hubieran pasado por allí, sin que nosotros no nos hubiéramos dado cuenta. Recorrimos la senda en doce minutos y mermamos el paso para que los caballos recuperaran el aliento. Avanzamos con un trote lento. Llegamos hasta una recta larga y aún no había rastro del coche.

 

Nos arrimamos al lado del camino y nos refugiamos en los ramajes de un árbol. Quedamos prácticamente ocultos aunque, el que pasara por nuestro lado, nos podía ver fácilmente. La gente podría pensar que estábamos locos, pero eso no importaba. Ahora que teníamos un poco de tiempo, podríamos descansar del trajín de la jornada.

 

El jefe observó el carro a lo lejos e, inmediatamente, echó su caballo hacia adelante. “Venusino”, el caballo del patrón, era conocido en toda la región por los bríos y por ser de un paso fino colombiano muy pulido. Ninguno de los del taxi se percató de que los estábamos esperando. Estábamos en la recta y nos encontramos como a cien metros de distancia. Con su mano derecha el jefe me indicó que detuviera el caballo y nos quedamos tranquilos, esperando hasta que “El pájaro” detuvo su destartalado carro.

 

- ¿Cómo está, don Mario? ¿Qué es ese milagro?... - preguntaron, mientras se asomaban con curiosidad por la ventanilla.

 

- Buenas tardes, muchachos - saludó don Mario, amablemente.

 

- ¿Para dónde van a estas horas? - investigó Walter con interés - ¿Se van a escapar de San Francisco o qué? - el jefe se quedó pensando unos segundos y después dijo:

 

- Voy a tomarme unos aguardientes con mi ahijado y, por ahí derecho, vamos a buscar un provinciano que me las debe. Porque eso sí, a mí, el que me las debe me las paga - advirtió el jefe, con cara de bravo -. Si quieren vengan, conmigo, que voy a comprar aguardiente para todo el mundo.

 

¡Ah, qué bien! - exclamó Alejandro - ¿Se va a encargar de nosotros, tan andrajosos y pobres?

 

- Eso no tiene nada de raro - dijo don Mario, minimizando el comentario.

 

- Está, usted, demasiado elegante para rumbear con nosotros - volvió a decir Alejandro “el pájaro” - ¿No será qué nos necesita para algo?

 

Puede ser - contestó el jefe, con voz tranquila -. Siempre me había creído muy inteligente, pero ahora me estoy volviendo bruto. Vengan con nosotros y tranquilos que, mañana, van a llegar antes de la hora del desayuno, eso sí se los garantizo.

 

- Vete a rumbear con ellos que yo no puedo y, por allá derecho, si no hacen el negocio grande, les vendes una de las monedas, porque yo necesito un poco de efectivo - le ordenó Alejandro a Walter -. El ahijado te llevará al anca... ¿No es así? - preguntó el rechoncho y sonriente Alejandro. Yo afirmé con un movimiento de cabeza y en un santiamén, “El pájaro” estaba en el suelo caminando hacia nosotros. Tenía los mismos jeans y la misma camiseta a rayas con la que andaba siempre. De un salto subió a mi caballo, se acomodó y se despidió de su hermano. El auto arrancó y nosotros, sin ocultar las intenciones, dimos media vuelta y azotamos los caballos, lanzándolos al galope. Walter, a mis espaldas, se agarraba con fuerza. Todos íbamos en silencio. Viajamos como siete minutos sin pronunciar palabra.

 

- El tesoro de la santa sede en Roma - dijo don Mario sin dirigirse a nadie -. ¿Cuánto le cobrarán al “prendero” por las joyas? - Walter lo pensó un momento y se chupó los dientes con fuerza, sin saber qué contestar.

 

- Él está muy interesado, pero nosotros queremos un buen precio.

 

- ¿Pero ya les ofreció o no? - preguntó el jefe - ¿Cuánto le van a cobrar?

 

- Diez millones de pesos por todo - contestó Walter, con seguridad - ¿Usted piensa que ese irresponsable, tiene todo ese dinero?... No sea tan bobo, hombre. - Rugió el jefe muy alterado. Walter no contestó nada. Se hubieran podido decir muchas cosas, pero todo era inútil. El negocio estaba en marcha nuevamente.

 

- No le demos más rodeos a la cosa. ¿Por cuánto me vas a vender a mí, esas alhajas? - Preguntó don Mario, suavizando las palabras - Acuérdate que yo, prácticamente, soy como un padre para ustedes.

 

- Son diez millones de pesos nada más - dijo Walter con voz fría, sin tener en cuenta el ruego.

 

- Se trata de las coronas de la virgen del Carmen y del niño Jesús, el santísimo y dos copas más, para que no vayas a pensar, que les voy a comprar toda la iglesia. - Explicó el patrón, sin recibir respuesta.

 

Terminamos la gran recta. Los caballos aumentaron el paso. San Francisco estaba cerca y “el pájaro” continuaba callado.

 

- Rebájele a eso un poquito y llegamos a un acuerdo - propuso el jefe. Walter continuó en silencio -. En definitiva, ¿cuánto valen esas reliquias, para que terminemos con esto?

 

Don Mario le mermó el paso al caballo, porque el camino nos acercaba lentamente al caserío. Walter, demostrando mala gana dijo:
- Esos diez millones de pesos no tienen rebaja.
La música y el bullicio anunciaban la vida de un caserío floreciente. Don Mario Galeano se quedó pensativo y después dijo:

 

- ¡Bueno, muchacho, trato hecho, yo quiero que ese oro sea mío y nosotros tres vamos a celebrarlo!

 

Aquella misma noche, poco después de terminar la segunda botella de licor, el jefe extendió un cheque por diez millones de pesos y también obtuvo la promesa de recibir los objetos apenas hicieran efectivo el cheque. El licor corrió con abundancia y entre risas y canciones, llegó el nuevo amanecer. Walter se marchó completamente embriagado y el jefe, como de costumbre, continuó muy enfiestado. A las diez de la mañana nos marchamos para la finca. Fingíamos estar alegres. Don Mario conservaba una sonrisa orgullosa, la misma que ponía cuando la gente admiraba el collar de su caballo. Estaba muy tensionado y los músculos de su cara se brotaban, cuando apretaba la mandíbula. Cada minuto palmoteaba su caballo en el cuello, como si estuviera alegando consigo mismo.

 

- ¡Qué buen negocio! - concluyó el jefe en voz alta -. Si es verdad que me llevan esas reliquias a la casa, tendré una buena cantidad de oro y unas piedras muy preciosas. ¡Ojala qué así sea!

 

Definitivamente, aquel muchacho era un genio. Es que vender una cantidad tan grande de oro, sin que nadie la haya visto, tiene sus méritos. Don Mario marchaba en silencio, los dos estábamos pensando en lo mismo. Los caballos galopaban inquietos, como presintiendo un engaño. Walter le dijo al jefe, que tenía las joyas, pero nunca dijo el tamaño, ni garantizó los quilates. El jefe empezó a ponerse pálido y sus ojos echaban chispas. Sin decir ni una palabra, volteamos los caballos y regresamos a todo galope. Bajamos muy rápido por la recta y llegamos al parque, como los ángeles vengadores de una terrible ofensa. Fuimos hasta la cantina donde estábamos bebiendo y dejamos los caballos amarrados a todo el frente. La gente nos observaba. El jefe respiraba duro y miraba con ojos de asesino. Estaba totalmente descompuesto.

 

- Venga, hijo, tomémonos un trago - invitó con decisión. Entramos en la cantina, pedimos dos rones con hielo y nos quedamos en la barra. El cantinero colocó el disco que le gustaba a don Mario y bromeó con naturalidad, como lo hacía siempre. El sujeto que nos interesaba no estaba por ahí, nos tomamos ese trago y salimos en busca de los caballos. Las gentes pasaban y nos saludaban amablemente. Montamos en los caballos y nos alejamos de allí, sin tener un rumbo fijo. El patrón estaba desesperado, tenía la cara blanca y la voz le temblaba por la agitación, sacó unos billetes del bolsillo y me dijo:

 

- Ve hasta el estanco y me compras una botella de ron - se sentía estafado y eso lo llenaba de rabia. Le quedaba una salida y él no la quería pensar. Nos tomamos un trago y serenándonos, un poco, iniciamos el viaje de regreso.

 

- ¿Por qué no vamos al banco, para que detengan ese cheque? - me atreví a insinuarle al jefe.

 

- Tranquilo - me dijo don Mario - que si esos bastardos nos engañan, dentro de ocho días estarán más que muertos, así se escondan en el mismísimo infierno.

 

Eso estábamos hablando, cuando se apareció Walter con los ojos irritados y el rostro descompuesto. Nos silbó para llamar nuestra atención y llegó corriendo hasta nuestro lado.

 

- Hágame un favor, don Mario - pidió “El pájaro” con voz respetuosa -, cómpreme esta moneda. Es que estoy sin efectivo y a mí me da miedo cambiar este cheque tan grande.

 

“El pájaro” alargó la moneda de oro, que tenía una belleza impresionante. El patrón me miró tranquilo, había recobrado la fe en el negocio.

 

- ¿Cuánto quieres por ella? - Preguntó serenamente.

 

- Vale veinticinco mil pesos, garantizándole que es de dieciocho quilates - añadió Walter, mostrando su habilidad en el negocio.

 

- Yo te doy diez mil pesos por ella, los tomas o los dejas - puntualizó el jefe.

 

- Si me da quince mil pesos, es suya. Ya que hicimos el negocio grande - argumentó Walter -. Si no, me tocará cambiar el cheque, así me encarte con toda esa plata.

 

Don Mario aceptó gustoso y le contó los billetes, con la moneda en la mano. Walter tomó el dinero y desapareció. Nosotros emprendimos el camino de regreso. El fantasma de la desconfianza había desaparecido.

 

- ¿Sí vio, hijo - me dijo el jefe reafirmándose -, que a mí sí me respetan?... Porque el que me engaña, se muere con toda su familia. Ellos deben saber eso, ¿o no?...

 

Ya no supe qué decir. La actitud de Walter me despistaba aunque, desde el primer momento, pude jurar que se trataba de un engaño. Mi padrino sabía la clase de sujetos que eran “Los pájaros”, sin embargo, aún seguía apostando diez millones de pesos y muchas molestias, contra su orgullo.

 

La historia de Julio Fierro estaba muy interesante, pero yo estaba muy hambriento. Miré el reloj y eran las dos y media de la tarde. El caballista ciego, a pesar del licor que había estado ingiriendo, tragó saliva al sentir el olor de la carne que estaba friendo José Antonio.

 

- Patrón, yo creo que es mejor que interrumpan la historia unos minutos, para que se alimenten un poco, porque desde el desayuno no han comido nada - dijo el fiel mayordomo, que apareció con unos inmensos muslos que se salían completamente de los platos. Yo me quedé en silencio al observar la extraña carne, pero me tranquilicé cuando José Antonio me preguntó:

- Querido escritor, usted ha llegado ha llegado a disfrutar de un buen venado sabanero.

 

No hombre, esos animales sólo los he visto en la televisión -, contesté con una amplia sonrisa, mientras recibía el plato.

 

- Para su información, le cuento Don Jorge, que en sus pinares abundan estos hermosos animales, que sólo salen a pastear en las tardes cuando el sol está cayendo.

 

Yo me quedé sorprendido con las palabras del humilde hombre, porque me imaginé que a estas alturas de la vida, esos hermosos ejemplares ya se habían extinguido. El almuerzo no dio espera. Comimos venado frito con plátanos asados y café negro.

 

Después del suculento almuerzo, descansamos un buen rato, hasta que el caballista ciego me preguntó:

 

- ¿Cómo te ha parecido el relato?...

 

- Muy interesante y muy bonito, espero que mi calidad literaria esté a la altura de la segunda mejor novela, de amor, que se va a escribir en Colombia, porque la mejor y más maravillosa es y siempre va a ser la inmortal “María” de Jorge Isaac, que era un genio. Pero tranquilo, buen hombre, que tú historia la voy a escribir con todo el amor del mundo, con ese mismo amor con el que tú entregaste parte de tu cuerpo y de tu vida, por ella.

 

- ! Gracias! - fue lo único que pudo exclamar el pobre ciego que no podía llorar de la emoción, porque no tenía ojos.


 

 

CAPITULO NÚMERO DOCE

 

Mi amor continuaba intacto - continuó diciendo el caballista -. Yo seguía laborando en aquel infierno y para distraerme le escribía, a mí amada, cartas como ésta:

 

San Francisco, 23 de noviembre

 

Hermosa princesa con boca de fresa:

 


El tiempo es un enemigo implacable y avanza con paso firme al compás de las horas y de los días que se desgranan, sin cesar, en las hojas de calendario. De esa misma manera, se deshacen las flores en mis manos cuando estoy pensando en ti. Me siento agotado, amor mío. Estoy sujetándome, sagradamente, a tu imagen grabada en mi mente. Te has convertido en una pasión que viaja en mi sangre, como la única razón de seguir adelante, en este duro camino de vivir. No sé qué estarás haciendo en este momento. No sé si alguien más tendrá la oportunidad de estar a tu lado. Mi alocado corazón se rebela llenando la mente y el cuerpo de temores sin sentido. Aunque debería asustarme, no me da miedo que alguien te diga cosas lindas al oído, porque estoy seguro de que nadie vibrará, a tu lado, con la misma intensidad que lo han hecho mi corazón y mi alma.

 

Te cuento que en la mitad de la selva, se siente la soledad total del abandono y de la desesperación. Sentimientos que he aprendido a manejar, gracias a mis abuelos que siempre lo perdieron todo. Desciendo de hombres que cambiaron el futuro en una mesa de juego. Mis abuelos tardaron cientos de años, conteniendo el aliento para templar el alma, ante la posibilidad de perderlo todo en un segundo. Jugarse la vida, por un buen motivo, ha sido tradicional en nuestra familia, para que lo vayas sabiendo.

 

Ahora tengo a la vista el camino de mi destino, un camino que tendré que trazar sin errores, porque las lágrimas para lamentar las equivocaciones ya las gastaron los viejos. He decidido seguir caminando por la senda de mis sueños, librando los obstáculos que en cada abismo, me pueda tender la muerte. Escogí el camino más corto. Un camino contra el tiempo y los procesos, un camino señalado por tus inocentes palabras, que inflamaron mi pecho, haciendo brotar el gladiador que guardaron dentro de él mis abuelos. Un día, sin saber que yo las iba a escuchar, en un noticiero, de tu boca salieron unas palabras que golpearon mi cerebro y que lo seguirán golpeando hasta que tú seas mía.

 


- Si algún hombre se casa conmigo, no va a ser un bobo. Yo quiero un hombre valiente, que triunfe sea como sea.
Eso fue lo que le dijiste a un periodista desprevenido y eso, para mí, fue cómo un desafío personal. Ahora, esas palabras, se han convertido en la bandera de una lucha, que tendrá como recompensa el tibio calor de tus brazos.

 

Natalia, te voy a demostrar la clase de hombre que hay dentro de mí, y ojalá entiendas que, en cada segundo de la vida, te llenará la intensidad de un amante que es capaz de ofrecer su vida por ti, cuando así lo desees. Porque una cosa es decirle a una mujer yo te amo, y, otra muy distinta, es que ella sienta un corazón que se quiere reventar por su culpa. Hoy te estoy revelando cosas que, por prudencia, no quise analizar en el momento. Ahora las dejo ver ante tus ojos, para que sepas que muy lejos, hay un hombre que se está muriendo por tu amor. Estas confesiones, de hoy, las ha producido una depresión especial, porque me he puesto a pensar en cosas tristes, aunque estoy convencido de que nuestro amor surgirá como un sol radiante después de una noche tormentosa, para llenarlo todo de energía, amor y magia. ,adnil ataN¡ Recuerda que yo te amo!

 

Julio Fierro.

 

Las actividades en la finca marchaban a media máquina. El jefe estaba pensativo y no quería trabajar. Hacía tres días que habían cobrado el cheque y las joyas no se veían llegar. El padrino estaba destrozado, se sentía muy mal y ni el aguardiente le gustaba. Todo el mundo estaba enterado de que, por primera vez en la vida, al jefe lo habían estafado. Él no lo ocultaba. Por una extraña manía, a todo el mundo le contaba la historia, cómo tratando de ampliar lo que ya no soportaba.

 

- ¿Usted qué cree hijo?... ¿Será que me estoy volviendo viejo? - Interrogó mi padrino, más que preguntándomelo, preguntándoselo él mismo - ¿Cómo es posible que, esos dos muchachos, se atrevan a robarme a mí?... ¿Será qué no se imaginan lo que les puede pasar por una falta tan grave?... Hace cinco días que les entregué el cheque, con el compromiso de que apenas lo cobraran, me iban a traer toda esa chatarra hasta aquí. Claro que así me gusta más, porque ellos están pensando que yo soy un bobo y yo los voy a masacrar con placer. Es más, si dentro de tres días no me han traído esos trastos, les voy a matar la mamá, el papá, los tíos, los primos, el perro y hasta las pulgas - decía, Don Mario, con la furia alborotada. Yo no me atrevía a opinar en un momento tan delicado. El jefe estaba furioso, porque él nunca se imaginó que lo iban a embaucar de esa forma.

 

- Que traten de engañar a alguien que haya sido buena persona, es justificable, pero a mí, que desde que era un niño estaba metido en toda la mitad de los ladrones, violadores y asesinos de la gente más brava en Medellín, eso es ridículo. Ese par de ‘mariquitas’, no saben lo que es haber vivido en una comuna, cargando agua desde la lejos y aguantando necesidades por montones... Es que vea, hijo, cuando yo tenía once años, andaba por el centro de Medellín mirando a ver quién me daba oportunidad de robarle una cadena, unos aretes o un reloj bien bueno. Yo era más ladrón que un diablo y ahora llegan este par de “gonorreas” y me roban diez millones de pesos, de frente. Esa no me la creo ni yo mismo. ¿Cómo es posible que arriesguen la vida de toda la familia, por esa miseria?... No, es que no me explico, ¿cómo me hacen una cosa de ésas a mí?... Vea, hijo, es que los muertos que yo tengo en mi conciencia son incontables. Mejor dicho, al lado mío, Hitler era un hermano de la caridad. Sí, definitivamente, esos dos babosos se equivocaron conmigo.

 

El ajedrez de la vida

 

Es algo muy singular

 

Todos luchando con fuerza

 

Por el placer de ganar.

 

Sufre el rey la derrota

 

De su imperio intocable

 

Y ordena a todas sus fichas

 

Una venganza imparable.

 

Caen alfiles, caballos

 

En violentas cacerías

 

Caen las damas ajenas

 

Llenándonos de alegría.

 

Es un placer innegable

 

Que lancen un desafío

 

Para que prueben la fuerza

 

De nuestro orgullo bravío.

 

Enseñados a que mueran

 

Las ilusiones tempranas

 

Ya no nos duele la vida

 

Por amarguras mundanas.

 

Somos los sobrevivientes

 

En este mundo de guerra

 

Y nos jugamos la vida

 

Aunque se gane o se pierda.

 

Por mi mente se cruzaban estos versos en silencio, mientras que el jefe se lamentaba como un animal herido. El jefe no se hallaba en ningún lugar. Caminaba, maldecía y se sentaba. Lo habían ofendido profundamente, aunque él también era culpable por sentirse un intocable.

 

- Fierro, te voy a decir una cosa - anotó, Don Mario -, el día en que encuentre a esos dos muchachos, los voy a descuartizar, para que aprendan a respetar a los hombres de verdad. ¿Cómo es qué, sabiendo la clase de hombre que soy yo, se atreven a ofenderme de esta manera?... Vea, hijo, por eso la muerte es tan frecuente en este país. Los narcotraficantes necesitamos que nos respeten y que nos paguen las cuentas oportunamente, por eso hay que matar gente con bastante escándalo, para que todo el mundo se entere de que somos tremendamente malos. Todas las multinacionales gastan millones en publicidad para poder vender, en cambio, nosotros tenemos que poner bombas y matar políticos importantes, para que a todo el mundo, no se le olvide, que tiene una cuenta pendiente con la mafia. Me han engañado y todo es por culpa mía. El mafioso que no mata a dos o tres piojosos cada mes, al final, todos lo salen confundiendo con la madre sor Teresa de Calcuta. Eso es lo que ha pasado conmigo, por haber cometido tantos errores. Primero, no invierto ni un peso en seguridad y, claro, se tenía que meter ese mocoso. Después, si no mato ni una mosca, entonces, la gente termina pensando que no soy capaz. Eso es para que vaya aprendiendo cómo es que se maneja este negocio... Como las cuentas de lo ilegal no se pueden cobrar recurriendo a la autoridad, entonces, uno mismo, tiene que inventarse los mecanismos de cobro y yo le voy a cobrar a esa familia con una ráfaga de balas.

 

Definitivamente, yo no era el hombre sólido que toda la gente creía ver en mí - dijo el caballista ciego, visiblemente decaído -. Siempre presentí la trampa que le estaban tendiendo al jefe y no fui capaz de brindarle un consejo sincero. Opinar sobre las decisiones, que toma o deja de tomar la gente adulta, siempre me pareció difícil. Desafortunadamente, en los últimos días, varias personas me habían relatado sus problemas, en busca de una opinión que no les podía brindar, porque la vida no es un juego en el que se tomen decisiones rápidas, sin pensarlas con calma. Si las cosas eran difíciles para ellos, que estaban viviendo y protagonizando sus vidas, cómo lo serían para mí, que tenía un amor clavado en el alma y del que me separa la distancia, el tiempo y muchas otras cosas más. William me había buscado mucho en las últimas semanas, para hablarme de su esposa. Que estaba muy aburrido con ella, que tenía ganas de divorciarse, que él tenía deseos de vivir una vida con otro estilo, que eso de estar casado era muy duro, que su compañera no lo atraía ni física ni moralmente. Me había contado muchos detalles, como buscando una opinión que yo no podía dar, sin conocer bien el meollo del asunto, porque a mí me daba la impresión de que, detrás de todas esas insatisfacciones, había un problema de fondo. Qué ironía, yo esquivando su esposa, que después de Natalia era la mujer que más había llamado mi atención, y él buscándome, ansioso, para contarme los detalles de un matrimonio que se estaba yendo a pique. Lo único que le faltó, fue que me pidiera, de frente, que lo librara de su mujer. Evité los análisis del asunto, porque la carne es débil y yo tenía que serle fiel a mi amada. Aunque no niego que esa soledad tan prolongada se estaba poniendo difícil.

 

La finca era una tierra muy hermosa.

 

Valía la pena desplazarse hasta ese lugar, para ver el amanecer, en una linda mañana después de una noche de invierno. Yo no sé si me estaba amañando en ese sitio, pero todo me parecía un paraíso. Todas las mañanas me sentaba a tomar el sol prodigioso y contemplaba, con mucho entusiasmo, los pájaros que revoletean en los naranjos y los guayabos. Nunca me imaginé que las guacamayas y los pericos de colores, fueran tan amantes al aroma y el sabor de la guayaba. Todos los días armaban un festival de chillidos, impresionados ante la gran cantidad de frutos. Carlos se levantaba muy temprano y a eso de las nueve de la mañana, cuando yo llevaba un buen rato admirando a Dios, nos llamaba a desayunar con pan recién salido del horno. Nunca faltaba la carne guisada, los huevos, el chocolate espeso y las dos arepas con mantequilla de vaca, que eran mi predilección. Aquella mañana, William pasó por el frente de la cocina con una caja en la mano, parecía un sonámbulo que se la ha pasado toda la noche, soñando que es un comerciante. Cuando venía de regreso le dije en broma, por lo de la caja de cartón...

 

- Ya veo, que le llevas un buen regalo a tu esposa.

 

- Es la única forma en que me puedo librar de esa perra - contestó sin amargura.

 

- ¿Cómo?... No me digas que la vas a dejar ir.- Manifesté incrédulo.

 

- Sí, hermano, es que anoche me llevó hasta el límite, ¿Usted no escuchó el escándalo?... Cómo te parece que me voy para la cantina con Pablo, a tomarnos unos aguardientes con el jefe, que estaba muy deprimido - relató William apenado -, y nos quedamos haciendo planes para montarle una trampa al par de granujas que lo estafaron. Tú sabes que, a uno, con los amigos, tomando aguardiente y escuchando rancheras, se le olvida la mujer y todo lo demás. Cuando ya estaba casi borracho, me despedí de los muchachos y me fui a dormir. Llegué hasta el rancho, toqué la puerta y nada que me querían abrir. Toqué más duro y la niña empezó a llorar. "Vea qué problema", pensé yo, a esta mujer ya se le metió el diablo". Preciso, hermano, la bruja no me quería abrir y yo bien embriagado. Cogí la puerta a las patadas, hasta que me abrió esa fiera. Entré sin decir nada y le empaqué toda la ropa.

 

- Es un milagro que no le hayas pegado una paliza - dije, conociendo los antecedentes de mi amigo.

 

- No le pegué porque, cuando me abrió, tenía un cuchillo en una mano y un palo en la otra.

 

- ¡Ave María por Dios, de la que salvaste hombre! - exclamé sin poder contener el comentario.

 

- Le empaqué toda la ropa - continuó, William, relatando -. Cogí una cobija y me fui a dormir en la sala. Ya a media noche, fue hasta mi lado a pedirme perdón, pero yo no le presté atención. Hoy me levanté más bravo que nunca y le dije que me desocupara el rancho. Ella dijo que se iba si le dejaba llevar el televisor. Para eso es esta caja. Voy a empacarle este aparato, a ver si se larga rápido.

 

- ¿Y la niña qué? - pregunté preocupado.

 

- Qué va, hermano, que se quede con ella, que yo me hago una docena cuando quiera. A mí no me van a extorsionar con los hijos. Además, los niños quedan muy buenos con la mamá, porque papá es cualquiera.

 

- ¿Entonces, estás decidido a que se vaya? - pregunté incrédulo.

 

- Sí, hermano. ¿Por qué no me acompañas?... Las llevamos hasta el pueblo y nos quedamos rumbeando con Pablo y el jefe, que se fueron a rumbear desde esta mañana.

 

- ¿Cómo?... ¿Dejaron ir a Don Mario, para el pueblo, bien embriagado? - protesté con angustia.

 

- Ay, hermano - explicó William -, usted cómo que no lo conoce. Cuando al jefe se le mete una cosa en la cabeza, no se la saca nadie.

 

Era verdad. Yo entendí la razón y no protesté más.

 

- Lo malo es que en la finca hay mucho trabajo y yo no lo puedo descuidar - expliqué encartado -. Vaya, usted, y convenza a Mario Galeano, para que se venga a dormir un rato. ¿Sí se imagina a ese hombre, por allá, bien borracho y con la cantidad de enemigos que tiene?

 

- Eso es un peligro, no le busque, pero tranquilo, que después de que despache a esa tonta de la mujer mía, yo me lo traigo a las buenas o a las malas.

 

- Pero cuidado pues, que si lo dejas por allá, ese par de “Pájaros” lo asesinan - advertí, sintiendo un mal presentimiento.

 

- Tranquilo que yo voy a estar con ellos, lo más pronto posible, - dijo William, alejándose en busca de su rancho. Yo, a pesar de mi preocupación, me tuve que ir a trabajar.

 

Todo era un desorden. Desde que no estuviera el líder, nada funcionaba. Los indios no habían vaciado las hojas de los canastos y la producción estaba paralizada. Los indios sólo interrumpían su culto a la pereza, cuando uno los estaba viendo. Llegué yo y todos hicieron la fila para que les pesara lo recolectado.

 

La principal peste que existía en el mundo era la rutina, porque hacía tres horas que estaba atendiendo la báscula y la ansiedad y el desespero, por no saber nada de mis amigos, me tenían los nervios de punta. Discutía por todo y, por primera vez, había perdido la calma. Traté de controlarme y respiré profundamente... "¡Aprende a respirar, que la respiración es la principal función biológica!... Estoy suministrando oxígeno y energía cósmica a mi organismo, para que llegue hasta mí, la paz y la tranquilidad!" pensé, tratando de olvidar todos los problemas. No podía emplear palabras duras con esa gente. Tenía que tratar bien a mis amigos, para que ese destierro no se me convirtiera en un infierno. Dios no podía abandonarme ni a mí, ni a mis amigos. "Todo funciona con mucha perfección. Las águilas se desplazan en el cielo bajo la voluntad divina. Los grillos y las abejas, tienen asegurado el sustento y la libertad porque..." Estaba tratando de convencerme, de que nada le iba a suceder a mis amigos.

 

Triturar las hojas, agregarles cal, ácido sulfúrico, carbonato de sodio y gasolina, para que después pasaran al proceso de separación, era la tarea que teníamos que desempeñar Carlos y yo, en las próximas cuatro horas, antes de que me pudiera ir para el pueblo, a buscar a mis compañeros. Me hubiera gustado dejar todo eso tirado, pero era una irresponsabilidad que no podía cometer.

 

William se estaba separando de su amable esposa y prometió ayudarme. Pablo era un especialista en buscar pelea y arrastró con el jefe, que se embriagaba y perdía el control por completo. Definitivamente, las únicas personas serias que quedábamos en ese campamento, éramos Carlos y yo. Por nada del mundo, iba a dejar que se paralizara la producción. No me podía largar para el pueblo, hasta después de las cinco. A pesar del afán y de esa confusión, tenía que sacar unos minutos para escribir una carta a mi novia y, así, aprovechar el viaje. ¡Qué raro!... A pesar de que mi corazón estaba lleno de inquietud y de miedo, pensando en el riesgo que corría “El padrino” y, sin embargo, el amor seguía triunfando sobre la muerte.

 

San Francisco, 10 de diciembre

 

Natalia hermosa:

 


Hace mucho tiempo que no te veo y la fecha de mi regreso aún es incierta. Encerrado en esta selva, la vida se me ha convertido en un infierno. Estamos en los primeros días del mes de diciembre y confío estar muy pronto a tu lado. Mi cuerpo está agitado y sumido en un desespero. No me hallo trabajando, salgo, camino y después vuelvo, sumido en la misma angustia que me carcome por dentro.

 

La juventud en mis venas

 

Presiona hacia mi regreso,

 

Deseando estrechar tú talle

 

Y pensando en tu cuerpo entero.

 

Añoro tu carne blanda

 

Y tú caminar desenvuelto

 

Poder viajar por tus curvas

 

Es para mí un lindo sueño.

 

Poder lamer los rincones

 

De tu delicioso cuerpo,

 

Disfrutando las pasiones

 

De tus fervientes deseos.

 

Buscando ángulos soñados

 

Que den distintos reflejos

 

De tu hermosa piel bronceada

 

De hembra joven en celo.

 

Me siento desesperado

 

Me están matando los celos

 

Las vibraciones profanas

 

Que otros están sintiendo.

 

Tu vocación al placer

 

Te permite esos vuelos

 

Tu mente tan liberada

 

Siempre me tiene sufriendo.

 

Me estoy reventando el alma

 

Para vivir todo eso

 

Que es amor, es un deseo

 

Que me carcome por dentro.

 

Los dos grandes enemigos

 

Son la distancia y el tiempo

 

Yo nunca los respeté

 

Y ellos han ido creciendo.

 

Aumentando la angustia

 

Motivo de mis desvelos

 

Retardando la partida

 

Para llegar a tu encuentro.

 

Natalia, yo te amo con todo el corazón y espero que tú lo comprendas, porque si las cosas fallan, mi vida estará perdida sin remedio.

 

Perdóname las bobadas, a veces escribo cartas en las que no sé si te estoy hablando a ti, o si estoy hablando conmigo mismo. Todo, esto, es el desespero de una separación forzada, que destruye nuestro amor, sumergiéndolo en las aguas heladas de la distancia y el tiempo. Amor mío, yo quiero que todos los días pienses en mí, para que tu cuerpo y tu alma, me amen con la fuerza que yo necesito.

 

Natalia, confío en que estés haciendo planes para mi regreso. Sueña con cosas lindas, que nos lleven hasta el cielo. Son tu clase y tu finura, fuentes de hermosos reflejos, que contagian el ambiente de gracia e instantes bellos.

 

Natalia hermosa, hoy te amo más que nunca, aunque esté en mitad del infierno. Deseo que estés muy bien, en compañía de tu santísima madre y tu hermanastro. Voy a tratar de estar a tu lado, en el mínimo del tiempo, para que contemplemos el camino de lo eterno. Amada mía, recuerda que por ti, estoy muriendo encerrado en la angustia de mi pobre desconsuelo.

 

Hoy tengo mucho trabajo y estoy desesperado, pero, a pesar de todo eso, mi amor por ti no ha cambiado, porque te amo ayer, hoy y siempre.

 

Julio Fierro.

 

P.D. ¿Quieres que te cuente una cosa?... Aquí todos los hombres están locos y van buscando la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO TRECE

 

Llegué hasta la caballeriza y enganché dos mulas en el coche, estaba pensando en los borrachos que no se iban a sostener en los caballos. "Seguramente les gustará hacer el viaje de regreso tirados en las tablas del carruaje." Pensé angustiado. Entré por última vez al dormitorio, cargué la pistola y me la metí en el pantalón, me cubrí con una chaqueta de cuero y me puse en marcha.

 

Yo no pensaba en los otros muchachos, únicamente me importaba el jefe, que era el líder de la manada. Hice salir el tiro de mulas del corral y las llevé de cabestro, hasta el camino principal. Arranqué a toda prisa, como si me llevara el diablo. Sólo mermaba el paso en las bajadas. En el plan y en las subidas, les di látigo a las mulas hasta que llegué a San Francisco. La tarde era gris, estábamos en la segunda semana de diciembre. Avancé hasta el parque y aminoré el paso. Fui hasta “Telecom” y coloqué la carta para mi amada princesa, después miré en todas las cantinas y por fin encontré a William, que estaba bebiendo en la "Tusa". Estacioné las bestias al frente de la cantina y entré.

 

- ¡Hola!... ¿No te has encontrado con Don Mario? - le pregunté completamente angustiado.

 

- Deja de cuidar tanto a ese marica. ¿Vos crees que ese cabrón es un niño recién nacido o qué? - contestó con brusquedad. Completamente borracho. - Venga tómese unos aguardientes conmigo, que dejé ir a mi mujer y ya me estoy empezando a arrepentir.

 

Siempre lo había presentido, William tenía un problema de fondo. Simulaba cansancio y despreocupación, pero en su vida sentimental había algo más que eso. Los aguardientes se sucedieron uno detrás del otro. El objetivo de mi viaje se estaba disolviendo y entonces decidí intervenir.

 

- William, hazme el favor y me dices, ¿dónde se metieron Mario Galeano y Pablo?...

 

- Vea, hermano, yo estaba bebiendo con ellos, pero a Mario se le metió que había que ir a la puta mierda, en busca de “Los pájaros”. Yo, para esa persecución macabra no me presté, porque tenga segura una cosa, querido ahijado, que Mario y Pablo no regresan vivos a San Francisco. Eso sí se lo garantizo - terminó de decir totalmente despreocupado. Yo me sentí muy mal con esa suposición, que posiblemente sería una gran verdad. En aquel caserío sólo había cuatro o cinco cantinas y el jefe no se encontraba en ninguna de ellas. Salir a buscarlo, sin saber dónde se encontraba, sería un riesgo mortal y, entonces, más bien, decidí tomarme otro aguardiente y confiar en la voluntad divina. Estuvimos en esa cantina hasta que perdimos la noción de las cosas.

 

William se emborrachó tanto que yo, a duras penas, conseguí arrastrarlo hasta la carreta. Lo senté a mi lado y me fui sujetándolo de un brazo, para que no se fuera de bruces. Por el camino se fue contándome una historia con su mujer, a la que, una vez, le tumbó dos dientes de un manotazo y, entonces, ella lo hizo meter como catorce veces a la cárcel. William gritaba con voz angustiada, manifestando un dolor profundo por la partida de sus dos mujeres. La noche estaba cargada de nubes que amenazaban con lluvia. Con mucho esfuerzo, durante todo el trayecto, logré mantener sobre la carreta a mi amigo y, por suerte, llegamos sanos y salvos a nuestro refugio.

 

Llegamos a la finca.

 

Desenganché, guardé las mulas y nos fuimos en busca de un dormitorio frío, pero decente. Eran como las tres de la madrugada y Patricia, una de las misteriosas mujeres de Mario, nos esperaba sentada en la puerta de los dormitorios. Tenía los ojos irritados por el llanto y, con marcado desespero, me entregó un papelito y me dijo:

 

- Llamaron por radio teléfono, Mario tuvo un accidente y, usted, tiene que llamar a este número para que le expliquen lo que pasó - dijo la mujer con la voz entrecortada por el llanto. Miré a William que estaba completamente embriagado y me di cuenta de que algo terrible había pasado. Los problemas estaban en marcha.

 

- ¿Pero qué fue lo que pasó?... Tuvieron que haber dicho algo. - interrogué desesperadamente.

 

- Galeano se estaba emborrachando en un caserío llamado Aquitania y parece que mató a tres y dejó otro herido, y la policía lo agarró.

 

- ¡Cómo! - exclamé asustado - ¡Qué problema tan grande en el que nos hemos metido!... ¿Y quiénes son los muertos?

 

- Eran unos muchachos a los que les decían “Los pararos” o “Los pájaros”, algo así, que no pude entender bien - trató de explicar Patricia, muy confundida.

 

- ¿Qué dijeron? ¿Que Mario está bien, o está herido o qué?... Porque esos policías son capaces de dejarlo desangrar.

 

- A mí no me dijeron nada de su estado - dijo Patricia, antes de estallar en un llanto inconsolable. Corrí en busca del radioteléfono y empecé a marcar a la central. La comunicación no entraba... ¿Qué será lo que está pasando?... Una terrible ansiedad invadió todo mi cuerpo. Los minutos volaban, a William se le pasó un poquito la borrachera y, a mi lado, miraba en silencio, con la idiotez del alcoholismo reflejada en su rostro.

 

- ¿Qué habrá pasado con el jefe?... A lo mejor está herido y en estos momentos hasta lo estarán dejando morir. Lo que no me explicó es por qué se fue para “Aquitania” con todos los enemigos que tiene. Patricia, ¿y dónde está Carlos que no lo veo por ninguna parte? - pregunté completamente ofuscado.

 

- Yo lo desperté, le di la noticia y él ni siquiera se inmutó. Cuando le pregunté qué debíamos de hacer, él me dijo:
- tranquila, que mala yerba no muere.

 


Después se acostó otra vez, sin importarle el asunto.

 

Definitivamente, el mundo estaba lleno de cobardes solapados. El hipócrita del Carlos, con su educación a toda prueba y su formalidad a flor de labios, en el fondo, era la peor rata de este mundo. ¿Cómo es que no colaboraba con el jefe, precisamente, cuando estábamos en desgracia?...

 

Seguí insistiendo en aquel maldito radioteléfono y cuando me estaba doliendo el dedo de tanto marcar, entró la comunicación. Cogí el auricular y hablé con toda la fuerza.

 

- Aquí “caballo rojo” llamando a la base. Necesitamos información. ¿Qué fue lo que le sucedió al jefe?... Cambio - Esperé unos segundos y, al otro lado de la línea, se escuchó un ruido muy fastidioso. Por fin, alguien contestó.

 

- Atención, “caballo rojo”, registré la comunicación, pero no entendí bien la pregunta. Por favor hable más duro y con frases más largas, para base. Cambio.

 

- ¿Necesitamos saber qué ha pasado con Don Mario Galeano y en qué estado de salud se encuentra? Cambio - el encargado de la base se quedó en silencio, como aturdido por mis gritos. Dejó que transcurrieran unos segundos y después contestó:

 

- Información restringida. Dígame su código secreto por favor. Cambio.

 

- ¿Qué te pasa, idiota?... Estás hablando con Julio Fierro. ¿Fue que me cambio la voz o qué? - grité lleno de furia. "El idiota comiendo de cuenta de nosotros y ya no me reconocía la voz. ¡Qué suerte!" pensé totalmente ofuscado.

 

- Perdone, jefe, es que no se escuchaba bien y como estamos en guerra, nadie sabe... - se disculpó el operador al reconocerme. Yo permanecí en silencio y él continuó -. Mario y Pablo, de pura casualidad, se encontraron con los dos “pájaros” y con otro muchacho de quebrada negra, que resultó ser un guerrillero, que les estaba cuidando la espalda. Era su vida o la de ellos. Contando con la suerte de que, en los primeros tiros, cayeron al suelo los dos “pájaros” heridos de muerte. El otro hombre le descargó una ráfaga de plomo, al pobre Pablo, en toda la cabeza y lo dejó tieso. Mario trató de huir en medio de su desesperación, y, como no conocía el corregimiento, corrió precisamente hasta el comando de la policía. Allí lo iban a detener y se enfrentó a balazos con los agentes del orden. A los pocos minutos se quedó sin balas y se tuvo que entregar para que no lo mataran. Fue una tarde de mala suerte. El jefe encarcelado con dos muertos a su cargo y Pablo quedó tirado en el suelo, con todos los sesos afuera. El estado de salud del jefe es bueno. Está incomunicado y la guardia es muy numerosa, pero no importa, porque allá tenemos amigos. Así que estamos esperando las órdenes suyas. Porque me imagino que, ahora, usted, que es el ahijado, va a dirigir las operaciones, ¿o no?... Cambio.

 

Yo dudé unos segundos... Pensé en mi amada Natalia, pensé en los hermosos caballos de paso fino colombiano y también pensé en el daño tan grande que le estábamos haciendo a la humanidad. Toda la responsabilidad había caído sobre mí y yo no estaba preparado para eso.

 

- ¡Sí, claro! - exclamé con fortaleza - Ahora las órdenes las doy yo. Avísele a toda la gente que Julio Fierro “el ahijado”, está preparando la escapada del jefe. Que estén preparados, pero sin hacer nada hasta que yo se los ordene. Si tú sabes alguna cosa, me llamas a cualquier hora. Mejor dicho, manténgase en comunicación las veinticuatro horas del día. Ahora mismo te vas para donde Luis Fernando Ramírez, el abogado, y le dices que esté pendiente del jefe y que por dinero no se preocupe. ¿Entendido?...

 

- Sí, señor, entendido, cambio y fuera.

 

El operador cortó la señal y yo me quedé como petrificado. En el momento en que más deseaba estar al lado de mi amada, estaba heredando una empresa de muerte, muy comprometedora. Colgué el auricular y miré a William que, a pesar de la embriagues, había comprendido todo. Estábamos en una guerra de narcotraficantes y ya habíamos perdido al rey. El problema era más serio de lo que habíamos pensado. Seguramente, “Los pájaros” no estaban solos en el negocio y ahora vendrían las represalias.

 

- Después de este fracaso, nos queda solamente una alternativa - le dije a William -. Organizaremos una reunión con la guerrilla. Ellos puede que nos presten su aparato militar, aunque se queden con una buena tajada de nuestro dinero. William se quedó como pensando y dijo, mostrando la claridad mental necesaria.

 

- ¿Tú crees qué eso es lo mejor?...

 

- ¡Claro! - exclamé animado - Nosotros no estamos preparados para defender un negocio en el que entran millones de dólares. El accidente de Don Mario no es un acontecimiento aislado, todo es sistemático y nos van a seguir debilitando, para quitarnos el trabajo y los clientes internacionales. Tenemos un enemigo oculto, que no es precisamente uno de “Los pájaros” muertos. El próximo paso que van a dar, es para tratar de masacrar y terminar lo que queda de nuestra organización. William se quedó mirándome en silencio y, con los ojos dilatados por el miedo, me abrazó y llevándome aparte a donde nadie nos escuchara me dijo:

 

- Larguémonos de aquí. El jefe estará en la cárcel por más de treinta años y yo sé dónde está escondido el dinero. Además, las mujeres del jefe necesitan protección. ¿Tú qué dices?...

 

Me tocó el frío cortante

 

De la brillante navaja,

 

Es la traición dolorosa

 

De un amigo que se raja.

 

Cuando estábamos en fiestas

 

Contando historias y hazañas

 

Todos se iban contagiando

 

Con sus aventuras raras.

 

Hoy caídos en desgracia

 

Contra el muro de la muerte

 

Vemos que todo es mentira

 

Y que la amistad es inerme.

 

¿Dónde están los guerreros

 

que, el jefe, siempre cuidó?

 

Devolvámosle con creces

 

La amistad que nos brindó.

 

De qué sirven las palabras

 

Si no existe el corazón

 

De qué sirven los amigos

 

Si no están en el dolor.

 

Recitó el caballista ciego, completamente conmovido.

 

Mi pecho se hinchó de furia y no pude contestar. ¿Cómo se atrevía, William, a proponerme una huida?... Lo miré con los ojos fríos y me quedé esperando a que corrigiera lo dicho. Abrió de nuevo la boca, para sellar su traición.

 

- Mario estaba muy loco y en la cárcel se va a demorar mucho tiempo. Por el cadáver de Pablo no va ni el diablo porque, allá, nos están esperando para hacer sopa con nosotros. ¿Entonces, qué vamos a esperar aquí?... ¿Que nos maten, o qué?... Julio Fierro, tenemos dinero suficiente para vivir al lado de esas cinco palomitas que nos dejaron de herencia y que, por cierto, están muy buenas. Piénsalo. Si el jefe cometió un error tan grave y ésta era su organización, el resto que se lo lleve el diablo por añadidura. ¿Sí o no?...

 

Sus palabras me calentaron el alma, mi cuerpo se convirtió en un paquete de músculos y, con toda la fuerza, le pegué un puño en el entrecejo. William se fue de espaldas y se demoró unos segundos para recuperar el conocimiento. Después se paró con el rostro todo ensangrentado. Se estregó la sangre por toda la cara y me dijo:

 

- Esto no se queda así.

 

- Como quiera, señor, cuando desee que lo mate, viene y me avisa - sentencié, salido de mis cabales, con la respiración agitada por la furia. Diseñé un plan rápidamente. Patricia, que era una mujer frágil pero valiente, permanecía a mi lado esperando las determinaciones.

 

- Vete para la cabaña y empaca todas las cosas que, ahora mismo, nos vamos para la casa de Las Dantas - Decidí, abandonando la idea de negociar con los desequilibrados guerrilleros.

 

- ¿A ésta hora?... - preguntó Patricia con incredulidad. Yo, un poco más calmado, expliqué con paciencia.

 

- Nuestros enemigos, a ésta misma hora que tú dices, vienen a exterminar todo lo que tenga alguna relación con Mario Galeano. - Ella, comprendiendo la situación, dijo con gran determinación:

 

- Bueno, entonces yo voy a despertar a las muchachas, aunque será muy difícil, porque ellas le tienen pánico a la noche y a las alimañas del camino.

 

- También despierte a Carlos y dígale que ensille diez mulas, que empaque todas las cosas, porque nos marchamos de aquí - ordené, tratando de ignorar el comentario que hacía de sus compañeras. Me quedé meditando y... -. Espera, mejor yo voy, contigo, para explicarles a tus compañeras todo lo que ha sucedido.

 

Atravesé el caserío ensimismado en mis pensamientos. "¿Cómo es posible qué, por un error, toda la organización se esté viniendo abajo, como un frágil castillo de naipes?" Los grandes errores que había cometido Mario, apenas se estaban manifestando.

 

Despertar a esas muchachas era más difícil que librar una batalla contra el gobierno. Las chicas, medio desnudas, dormitaban en una amplia cama. La tela para sus pijamas, estuvo muy escasa y dejaba a la vista todos los encantos de una adolescencia que no se preocuparon en ocultar.

 

- ¿Qué es lo que ha sucedido?... ¿Qué le ha pasado a Mario? - preguntaron con preocupación, interesadas en el problema que, a pesar de todo, no les había quitado el sueño.

 

- Como Patricia ya les debe de haber contado, Mario se ha metido en un problema y Pablo, el administrador de la finca, ha muerto en ese mismo pleito. “El padrino” ha sido el dueño y jefe de esto, durante todo el tiempo, y, ahora, lo que nos queda es esperar hasta que él decida qué es lo que vamos a hacer. En los negocios que “el padrino” maneja, existen muchos enemigos gratuitos. No sabemos contra quién vamos a luchar, pero de lo que sí estoy seguro, es que todos estamos corriendo un grave riesgo de morir. Por lo tanto, debemos refugiarnos en otro sitio, hasta que Don Mario recupere la libertad - expliqué, tratando de que comprendieran -. Espero que sean muy valientes y se comporten a la altura de lo que él siempre quiso de ustedes. No tengan temor de nada, porque William, Carlos, el indio y yo, las vamos a estar protegiendo. Cada una irá sobre una mula mansa que, además, se sabe de memoria el camino para la finca en la que vamos a estar.

 

- ¿Por qué tiene que ser de noche?... Mañana por la mañana sería mejor, ¿No te parece?... - dijo una chiquilla creyendo haber descubierto la solución.

 

- Mire, niña, yo creo que el jefe fue víctima de una trampa, con la que pretenden desplazarlo en el negocio y apoderase de todo esto. Espero que ustedes colaboren y obedezcan lo que les digo, porque, sinceramente, yo pienso que estamos en grave peligro.

 

- Eso es lo que tú piensas - dijo una de las jóvenes sin dejarse ver el rostro.

 

- La que no se levante, inmediatamente, la vamos a dejar abandonada, para que lo sepan - exclamé exasperado -. Dentro de veinte minutos las quiero ver a todas listas. En la caballeriza las espero y la que no esté preparada para viajar, la dejo botada en la selva y váyanse dando cuenta de que no estoy charlando.

 

- Espera un segundo - dijo la niña de la pregunta salomónica, cuando yo ya estaba dando media vuelta para marcharme -. ¿Cuándo va a regresar Mario con nosotras?...

 

- No tengo la seguridad, pero les garantizo que mi padrino estará muy pronto a vuestro lado - dije esperanzado. Todas estaban tiradas en la cama, parecían abatidas por una peste rara. En sus rostros pensativos, se reflejaba la incertidumbre del tener que enfrentar algo desconocido.

 

- Yo no me muevo de aquí hasta que amanezca. Si nos quedamos sería más cómodo para todos - gritó una de las chiquillas, con tono de rebeldía en su adolescente voz.

 

Patricia, poniéndose al frente de todas, aconsejó con el miedo reflejado en los ojos y dijo:

 

- En estos momentos muchos hombres nos vienen a matar. ¿Quién desea ser violada por quince o veinte hombres?... Haber. Todas de pie por favor. Por primera vez en la vida, vamos a ser valientes para salvar nuestras vidas. Las necesito despiertas, porque las quiero ver trabajando - terminó de decir, mostrando su liderazgo. Tímidamente se fueron levantando, una a una, y empezaron a organizar sus cosas.

 

- Patricia, encárgate de que sólo lleven lo necesario. Recuérdales que no vamos para un desfile de modas. Yo, mientras tanto, voy a despertar a Carlos.

 

Dejé las muchachas trabajando muy animadas. De su comportamiento dependía el triunfo o el fracaso de la misión. Desgraciadamente, aquellas mujeres tan consentidas, eran el punto débil del grupo. Avancé por el caserío, pensando en la difícil situación que se nos presentaba. Al final de la calle, observé que venía Carlos todo despeinado. Se notaba que se había tirado de la cama como asustado.

 

- Julio Fierro, si el jefe la embarró, no vayas a pensar que esto lo vas a cuadrar a puños - dijo hablando duro -. Ahí llegó, William, con la trompa hinchada porque vos le pegaste un puño por nada.

 

- ¿Cómo así que por nada, hombre?... Que agradezca que no le metiera un tiro por traidor. ¿Sabes qué me estaba proponiendo?... Que abandonáramos al jefe, repartiéramos el billete y nos quedáramos con las mujeres. ¿Qué te parece?...

 

- A mí me parece una muy buena idea - contestó Carlos con seriedad.

 

- ¿Cómo así, malparido?... - dije echándole mano a la nueve milímetros.

 

- No, mentira, es por charlar - dijo Carlos palmoteándome en el hombro -. Deja de estar tan tenso y clarifica tus pensamientos. ¿Qué quieres que hagamos?...

 

- Primero que todo, nos vamos a refugiar en las casas de “Las Dantas”. En esas cuevas de mármol no nos encuentra nadie. Ahora necesito que me ayudes a preparar la fiesta de recepción que Don Mario, había imaginado para un caso como éste. Porque, a pesar de su tranquilidad, siempre sospechó que algún día lo invadirían - recordé, pensando en lo que me había explicado desde que se le metió que yo tenía que ser su sucesor -. Reúne a algunos indios y reparte con ellos las canecas de éter y de gasolina, en un radio de unos cien metros alrededor del campamento. Luego reúnes las mujeres y las mandas con el indio y con el llorón del William, para la casa que tenemos en las cuevas de las Dantas y no te vayas a perder, que me tienes que ayudar a poner las minas que fabriqué, debajo del combustible. Te necesito a mi lado, porque va a ser una detonación en serie y si se nos estalla una sola de esas bombas en las manos, con la muerte le vamos a economizar mucho tiempo a nuestro enemigo. Quiero que me garantices, a tu regreso, que no va a quedar nadie de los de nosotros, dentro del círculo de muerte que, en estos mismos momentos, voy a empezar a construir. ¿Has entendido todo lo que te he dicho? - pregunté con marcada agitación.

 

- Sí, claro. Me llevo toda la gente de aquí y cuando el campamento esté vacío, regreso para colocar las minas unidas con un nailon que les impedirá el paso a los amigos de “los pájaros”. ¿No es así? - preguntó, orgulloso de conocer, perfectamente, el plan del que el jefe había hablado en secreto.

 

Durante dos horas trabajamos a toda prisa, colocando las minas ideadas por la mente criminal de mi padrino. Él siempre esperó una invasión, pero lo que nadie se imaginó es que yo la tendría que afrontar. El tiempo corrió más rápido de lo que esperábamos y ya empezaba a clarear, cuando pudimos deslizarnos en la selva como serpientes ahuyentadas por el peligro. A pesar de todo, las cosas funcionaron como las planeé desde principio. Hasta William me mandó a decir que lo disculpara. Todo estaba listo. Ahora, yo, era el jefe.

 

Terminó de decir el caballista ciego, visiblemente afectado por el recuerdo de aquella empresa que le dejó muchos millones de dólares y la mutilación definitiva.

 

José Antonio se acercó tímidamente y nos preguntó:

 

- ¿A qué hora piensan comer los señores?...

 

Yo miré a Julio y guardé silencio, esperando la respuesta del dueño y señor, que no había parado de contarme deliciosas anécdotas desde que me había conocido. Yo, desde siempre, fui un escritor y las historias no me cansaban. Para mí era normal y muy interesante que el caballista hablara tres o cuatro días sin parar.

 

- ¿Qué hora es?... - preguntó, el jefe, sin imaginarse el hambre tan grande que yo tenía y que no quise seguir aguantando más.

 

- Yo sí quiero la comida, inmediatamente - le dije a nuestro humilde sirviente.

 

- Bueno - reafirmó Julio -, echémosle un poco de alimento a este cuerpo, que dentro de poco se han de comer los gusanos.

 

José Antonio nos trajo dos platos de frijoles verdes con coles, arroz, más venado frito y unas cuantas tajadas de papa y de plátano. Nos pusimos todos a comer y olvidamos, por un momento las historias de dolor.

 

Después de la suculenta comida, nos tomamos otra botella de whisky al son de las rancheras mejicanas y, cuando estábamos completamente agotados, nos fuimos a dormir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO CATORCE

 

Dormimos tranquilamente toda la noche, pero llegó el amanecer de un nuevo día y, aunque yo estaba enseñado a dormir hasta tarde, el ruido que hacía José Antonio siempre me despertaba desde muy temprano. Yo estaba feliz en aquella hacienda, la comida y la dormida eran buenas, pero la historia que me estaba contando el adinerado caballista era mejor. Mi rancho estaba completamente abandonado, pero eso no me importaba, porque lo realmente importante lo estaba viviendo allí, al lado de un narcotraficante al que lo había castigado Dios, por su ambición desmedida. El olor de la arepa montañera inundó el ambiente y me recordó que estaba en las sierras de Antioquia la grande. Sentí deseos de empezar a trabajar y me levanté en busca de aquel genial caballista, que siempre estuvo consciente de lo que le estaba sucediendo.

 

- Buenos días, señores - dije al entrar a la cocina.

 

- Buenos días - contestaron los dos hombres más madrugadores que conocía. José Antonio, con su actitud paternal, me preparó una taza de café caliente.

 

- Bueno, maestro - dije con inspirado acento -, a mí me han enseñado que el tiempo es oro y que hay que aprovecharlo. Así que métale ganas a la historia y cuéntenos qué fue lo que pasó en “Las Dantas”.

 

Estábamos en una finca más cómoda y hermosa que la anterior, era el sitio donde Mario Galeano pasaba sus vacaciones. Las cabañas eran de madera fina y muy pulida y, por todas partes, había hermosos muebles hechos de bambú salvaje. En la casa grande el bar era el atractivo principal. También existían mesas de billar y de tenis. Las mujeres, a pesar de haber viajado por la mitad de la selva, ahora se encontraban durmiendo tranquilas. En ese refugio nada se hacía sin mi consentimiento. Patricia era una verdadera líder que me sorprendía a menudo.

 

- Patrón, si usted desea que una de nosotras lo acompañe en su cuarto, me dice que yo cuadro las cosas, para que sea un secreto. - Aquel ofrecimiento me dejó turbado. Hacía cinco meses que no acariciaba a una linda mujer y ahora, a falta de una, me ofrecían cinco hermosas chiquillas. Lo pensé varios segundos y, como un rayo de magia y claridad, se hizo presente el recuerdo de mi adorada Natalia. "Aunque el futuro sea incierto, te seguiré amando por toda la eternidad. Nunca pondré una mujer ante ti y mucho menos una que sea ajena. Natalia, te juro que existen los hombres fieles y yo soy uno de ellos, hasta siempre." Prometí mentalmente, pensando en ella.

 

En las horas de la mañana llegaron familias enteras de estos indios que son casi nómadas. Los jefes de cada grupo me preguntaban por Don Mario y yo les expliqué el asunto, más o menos, hasta donde me convenía. Se pusieron a mi disposición y yo los mandé sacrificar una ternera de la finca, para el consumo de todos, también mandé a recolectar gran cantidad de frutas, lo que nos aseguraría una permanencia muy agradable en aquel hermoso paraíso. A pesar de todos los problemas y dificultades, no había podido dejar de apreciar todas las cosas lindas que existían en ese lugar. Estábamos en un verdadero paraíso tropical, mientras el jefe reposaba en un frío calabozo. No pude dormir, mi mente convulsionada trataba de idear un plan para salvar al jefe. La primera ley de la supervivencia, es dejar que la tormenta amaine, después de que pase la borrasca podremos actuar. Aquella soleada mañana le ordené a nuestro indio que se fuera con suficientes víveres y cuidara la entrada al cañón de las cuevas, con el único fusil que teníamos y que por fortuna todos habíamos aprendido a manejar. Hasta en la compra de armas había fallado el padrino, porque no teníamos casi con qué pelear.

 

Antes del medio día todo el mundo estaba de pie, después de haber descansado largo rato. Las mujeres de Mario me contemplaban absortas, con sus grandes y hermosos ojos. Sus rostros se iban incendiando cuando mi mirada las contemplaba intensamente. Sentado en la cabecera de la mesa, las mujeres me ofrecían el salpicón de frutas y la carne asada que en un abrir y cerrar de ojos habían preparado. Se manifestaba una deliciosa timidez, cuando yo les dirigía palabras de complacencia o admiración por su buen comportamiento. ¡Qué buen gusto tenía el jefe! Gastarse el dinero en aquel ramillete de hermosas mujeres, era una inversión tan genial, que sólo estaba reservada para él y para los magnates petroleros que también tenían su harén. Aquellas niñas estaban educadas y hechas para servir. Sus abundantes cabelleras estaban peinadas de distinta manera, a pesar de que habían estado durmiendo medio día. No sé cómo ni cuándo, resultaron tan elegantemente peinadas y adornadas con flores. Vestían trajes de algodón ligero, que dejaban apreciar sus cuerpos encantadores, en una sinfonía de brazos torneados y de abdómenes tan perfectos como los de las bailarinas de oriente medio. Las piernas de piel suave se dejaban ver hasta muy arriba, con toda la seguridad y el atrevimiento de unas reinas. Cuando se inclinaban para servir una de sus recetas gastronómicas, pude admirar la perfección de sus senos en libertad. Concluida la cena, levantaron los alimentos que habían sobrado y se fueron a preparar los aposentos donde íbamos a dormir.

 

Carlos y William estaban muy alejados. Comieron solos en el corredor y ahora estaban en el bar tomando whisky en las rocas. Me arrimé lentamente y me serví un coñac.

 

- Yo pienso, muchachos, que es mejor refugiarnos cuatro o cinco días, mientras se calman las cosas - expliqué tratando de limar las asperezas -. Cuando uno está en guerra, saber huir es primordial. En estos momentos no estamos en condiciones de pelear de frente. Ustedes, ¿qué piensan?

 

- Sí, eso es verdad - contestó Carlos de buena gana.

 

- Esta noche quiero que duerman en los ranchos de abajo, para que vigilen un poco, porque nadie sabe lo que pueda pasar - ordené con autoridad. Esperé la respuesta y como nadie dijo nada, me despedí y me fui para el corredor. Me quedé contemplando el soleado atardecer, aunque mi alma estaba intranquila. Volvieron las mujeres para mostrarme la habitación que me tenían dispuesta. Deseaban observar el efecto que pudiera causarme el esmerado preparativo del cuarto. Al lado de la cama grande, donde estaban enseñadas a dormir, habían arrimado una cama más pequeña, para que yo durmiera entre cojines blancos. La mesa de noche estaba decorada con un inmenso ramo de flores silvestres.

 

- ¡Qué lindas flores! - fue lo único que pude decir. Dormiría al lado de esas bellas mujeres sin ningún obstáculo.

 

- Yo no quiero que se molesten - me disculpé -, pero de ninguna manera puedo dormir aquí. Necesito estar vigilando y lo ideal es dormir en una hamaca en el corredor. De todas formas, se los agradezco mucho - dije saliendo del lugar sin darles tiempo a que contestaran. Aquella tarde la pasé pensando en mis principios y en las buenas maneras que se había inventado la sociedad para vivir mejor.
- Natalia, las comparé contigo y te sentí muy lejana, pero sigo firme con nuestra relación y con nuestro compromiso - dije en voz baja, como si mi linda modelo me escuchara.

 

Pasó la tarde lentamente y la oscuridad dejó caer su manto sagrado sobre la selva.

 

A la una de la mañana, de mi más solitario amanecer, las explosiones lejanas hicieron temblar la tierra. Nuestros enemigos estaban cayendo en las innumerables trampas que les habíamos tendido. A lo lejos se desató un terrible incendio, el cielo se iluminó con un rojizo resplandor que reflejaba el fuego, la sangre y la maldad de los hombres ambiciosos que estallaban en mil pedazos por culpa de su ignorancia. Esa noche tampoco pude dormir, la pasé pensando en la forma de liberar al jefe de este emporio económico que me estaba trayendo tantos problemas y contradicciones conmigo mismo. La paz de mi corazón había desaparecido desde que empezó esa aventura.

 

Cuando amaneció, me dormí un rato y soñé que Natalia estaba hablando con las esposas de Mario. Fue al despertar cuando escuché sus voces. Se habían levantado muy temprano y de la cocina ya salía el olor a pan nuevo y a chocolate caliente. Me levanté inmediatamente, estaba muy sudoroso y fui hasta un estanque, me lavé el cuerpo y me peiné el cabello, luego me senté en una mecedora y me puse a observar las hermosas chicas. Ellas me descubrieron y, como por arte de magia, no volvieron a transitar por allí.

 

A la hora del desayuno llegaron Carlos y William, y se sentaron a mi lado.

 

- ¿Cómo les fue anoche, muchachos? - pregunté interesado.

 

- Bien, pero no tanto como a usted - dijo Carlos con malicia.

 

- Si te parece muy emocionante estar despierto toda la noche, entonces te invito para que desde hoy celemos juntos - expliqué tratando de evitar malentendidos.

 

- ¿Sí?... Es que celar con esas cinco palomitas cansa mucho, por ahí tienes razón - argumentó William sarcásticamente.

 

- Vea, compañero, no sé lo que usted está pensando, lo único que le advierto es que estas mujeres son sagradas y si usted es muy caliente, para qué dejó ir la suya.

 

- Bueno. Tampoco te pongas tan bravo, que era por charlar - aclaró William. Yo permanecí en silencio y al poco tiempo nos llamaron a desayunar.

 

Desayunamos con buen apetito y después, me acosté a dormir un rato.

 

Pasada la hora del almuerzo, acompañé a los muchachos y les indiqué los sitios donde se deberían quedar vigilando. Les busqué trabajo lo más pronto posible, porque los noté un poco ansiosos. Regresé a la cabaña y las mujeres estaban sentadas en el corredor. Me acerqué hasta ellas y Patricia empezó a preguntarme mil cosas de Medellín. ¿Qué cómo era la ciudad?... ¿Qué cómo era el ambiente?... ¿Qué si había mujeres muy lindas?... ¿Qué si los edificios eran muy altos?... Todas me miraban con atención. Yo empecé a contarles todos los detalles que les interesaban, y luego quisieron que les hiciera una comparación entre ellas y las chicas más modernas que yo hubiera conocido. Les preocupaba el posible atraso que estaban sufriendo en esas selvas. Al rato de especular entre los pros y los contras de cada situación, llegamos a la conclusión de lo postizo y acomodado que es el falso modernismo de las ciudadanas y que, aunque no lo creyeran, ellas las estaban superando con creces en todo. Al final llegué a una conclusión salomónica con ellas, porque estudiar o no estudiar, vivir o no vivir en una gran ciudad, tener mucho dinero o no tener nada, todo es lo mismo, porque al fin de cuentas, lo único importante es ser felices, con lo poquito que se tiene. Esa era la clave, ser inmensamente dichosos.

 

Por la noche llegaron los muchachos y me senté a la mesa con ellos. Estábamos muy hambrientos y las mujeres se demoraban un poquito con la cena. El ambiente estaba raro, los noté muy callados y me di cuenta de que mantenerlos a gusto, en la mitad de todas estas mujeres, iba a ser un poco difícil.

 

- Desde mañana, quiero que se queden en las casas de abajo. Voy a mandar con ustedes, a una india para que les cocine y los atienda - dije, cometiendo el primer error de aquella misión.

 

- Yo sabía que te querías quedar con ellas, vos solo - replicó William disgustado.

 

- Lo hago porque ustedes son muy materialistas y no se pueden controlar, entonces, estando alejados, es más fácil que respeten a las mujeres de su único y mejor amigo. No acepto discusiones y espero que apenas terminen de comer, se marchen silenciosos a su nuevo hogar - concluí tajantemente. La cena se sirvió y todos empezamos a comer en silencio. Las mujeres, sensualmente vestidas, iban y venían con las viandas, acabando de alterar los ánimos. A los quince minutos habíamos terminado. Las mujeres retiraron los platos y nosotros permanecimos en silencio.

 

- Bueno, muchachos, es hora de que se vayan a dormir - aconsejé un poco incómodo. Carlos y William se miraron y no se movieron de sus puestos.

 

- Nosotros nos vamos a quedar durmiendo en una de las piezas de esta casa - dijo William, mirando al suelo solapadamente. A mí se me subió el calor a la cara, la furia me invadió y mirando a Carlos pregunté:

 

- ¿Y tú qué piensas?... ¿Estás de acuerdo con él?...

 

- Hagamos una cosa, Julio, préstenos dos hembras de ésas y no habrá ningún problema - contestó el hipócrita del ermitaño, pensando que aquellas chiquillas eran prostitutas -. Tranquilo, hombre, que Mario Galeano ya no está presente.

 

- Es que el problema ya no es con el padrino - dije renunciando a esa figura -. El problema es conmigo, porque todas estas viejas son mías.

 

- ¡Ah!... ¡El problema es contigo! - exclamó William con frialdad - Entonces salga para afuera y lo arreglamos de una vez. La rabia me enloqueció y, sin pensarlo dos veces, le descargué un puño en el rostro. William se fue de espaldas y cayó al suelo, inmediatamente salté sobre él y le propiné un par de patadas en la boca. La sangre inundó su rostro, monté la pistola y la apunté derecho a su cabeza.

 

- Pídeme perdón, antes de que te mate, perro sarnoso - grité enfurecido. William miró aterrorizado y, sin decir nada, se alejó arrastrándose por el suelo como un reptil.

 

- Julio Fierro, no es para tanto - intervino Carlos -. Mejor nos regalas una garrafa de aguardiente y yo lo convenzo de que se quede en paz.

 

Fui hasta el bar, traje el aguardiente y una botella de whisky. Se las entregué y se marcharon. Aquello se estaba poniendo color de hormiga. Miré al cuarto y allí, en la puerta, estaba Patricia con una pistola en sus manos.

 

- Gracias por defendernos. Lo escuchamos todo y estamos agradecidas contigo - balbuceó con la voz quebrada por el susto.

 

- Cierren la puerta y la trancan por dentro. No le abran a nadie. ¿Escuchaste que no le puedes abrir a nadie, por ningún motivo?...

 

- Sí, señor - respondió la muchacha con humildad.

 

Me fui a uno de los cuartos del fondo y me encerré. Cogí un libro de la estantería y traté de leer un poco. La situación se estaba tornando insoportable. William, con su cuerpo afeminado, se insubordinaba cada que había oportunidad. Estaba tratando de imponer su hegemonía y, seguramente, no se iba a quedar con la golpiza. Me sentía acorralado con la cantidad de problemas que teníamos y por los celos que habían despertado mis acciones, en la organización. Dentro de mí, se agitaba una asquerosa sensación al ser obligado a tomar una decisión. "Es mi vida o la de ellos. Los tendré que matar. Si a mis enemigos les resulta fácil jugarse la vida, por el solo placer de verme aplastado, para mí tampoco va a ser un obstáculo la reserva moral y las convicciones de eternidad que hay en mi alma. Si ellos me desafían los mataré sin darles la menor oportunidad. Estoy decidido y si empiezo con uno, terminaré con todos." Pensé apretando los puños con furia. En aquel mismo momento salí por la ventana y por los senderos del monte me dirigí en busca del indio. Estuve unos minutos hablando con el fiel aborigen y le dije que se podía meter al rancho a dormir un poco, porque yo iba a patrullar con el fusil el resto de la noche. Él no entendió muy bien el plan, pero yo me alejé con el R- 15. Me perdí en la oscuridad, con la seguridad de una poderosa arma en las manos. Ya estaba respirando el aire de la muerte, decidido a todo.

 

La principal característica de los malos, es que van de frente contra el peligro, como disfrutando del riesgo. Todos mis compañeros parecían normales, aunque estuvieran participando de algo ilícito. Siempre se comportaron como personas civilizadas, pero, ahora, que había caído el rey, se desesperaron y el espíritu violento se despertó en ellos. El deseo de experimentar la embriaguez, que hace sentir el peligro de una muerte cercana, los estaba lanzando en busca del poder que reposaba sobre mis hombros, aunque yo nunca lo hubiera buscado. "No les daré la oportunidad de defenderse. Sin ningún remordimiento los apartaré del camino." Pensé con la cabeza agitada por la confusión.

 

Permanecí encerrado en mi habitación. Dentro de mi pecho se refugiaba un sentimiento de furia y desesperanza, ante la posibilidad de tener que disparar contra mis amigos. Afortunadamente, había caído en mis manos un buen libro y me quedé leyendo hasta que amaneció. Eran como las siete, en la mañana de mi tercera noche en vela. A pesar del cansancio no podía conciliar el sueño. Las circunstancias me exigían estar despierto, aunque ya estaba a punto de enloquecer.

 

- ¡ Julio, ábreme por favor! - gritó alguien, mientras golpeaba salvajemente la puerta. Ahí llegaba lo que había estado esperando toda la noche. Algo se encabritó dentro de mí, salté como un tigre y monté un tiro en la recámara del fusil.

 

- ¿Quién es?... - grité con la voz envalentonada por la presión.

 

- Soy yo, William. Ahijado, ábreme por favor - chilló el hombre al otro lado de la puerta.

 

- Vete a dormir, que ésta no es hora de hacer visita - Ordené furioso.

 

- Estoy desarmado. Atiéndeme, por Dios, que ha ocurrido un grave accidente - suplicó desconsolado al otro lado de la puerta. Su voz parecía sincera, lo pensé unos segundos y al fin me decidí a salir. Desaseguré la puerta y...

 

- Vengo a pedirte perdón - me dijo con desespero. Tenía los ojos completamente irritados. Su aspecto reflejaba la perdición en el licor y las drogas.

 

- ¿Qué pasó, hombre? - pregunté, suavizando el tono al presentir la desgracia.

 

- Anoche estaba bebiendo con Carlos y, como a media noche, le dio al hombre por encenderme a pata. No sólo que vos me habías tumbado un diente con el puño, sino que “la gonorrea” también se antojó de mí - relató William, llorando -. Él me agredió así, sin más ni más. Yo estaba todo borracho y me enfrenté con él, le di una serie de puños y lo tiré al suelo. Cuando estaba ahí tirado, le pegué con una marca de ganado hasta que se quedó quieto. Yo no me di cuenta de nada de lo que hice y me fui a dormir tranquilo. Esta mañana me levanté y fui a buscar a Carlos, cuando, preciso, estaba completamente muerto. ¡Hermano, maté a caliche! - gritó con los ojos llenos de lágrimas.

 


A mí se me olvidaron las armas, corrí en pijama y descalzo. Llegué hasta el rancho, entré a toda prisa y apareció el cuerpo ensangrentado ante mis ojos. Estaba tirado de espaldas y con los ojos abiertos. Me acerqué y le puse la mano en la yugular, tratando de hallarle el pulso. El corazón latía débilmente, pero latía. Traté de levantarle la cabeza y algo, cómo una cáscara de huevo, traqueó entre mis manos. Lo miré bien y la lividez de su rostro me envolvió en el frío de la muerte. Me levanté, di una vuelta desesperado y regresé, para tomar con más calma su pulso. El cadáver estaba completamente rígido y frío. La ansiedad y el deseo de que todo fuera mentira, me habían jugado una mala pasada, haciéndome pensar que la vida latía en su cuerpo inerme. En pocos segundos el lugar estaba lleno de gente. Llegaron los indios con sus familias. Todo el mundo estaba pendiente de mi reacción. Yo, con la cabeza baja, empecé a caminar en busca de la cabaña principal.

 

- Julio Fierro, pégame un tiro por favor - gritó, William, desesperado. Yo, sin hacer caso de sus lloriqueos, me alejé y me encerré en el mutismo de la oscuridad de mi cuarto. Pasaron unos minutos en los que no pude hacer nada. Cogí el libro que estaba leyendo y empecé un párrafo varias veces. Me di varias vueltas en la cama, intentando capturar un sueño lejano, pero todo fue imposible. Las detonaciones del arma que William disparaba al aire y las murmuraciones de la gente, reunida al frente de la cabaña, empezaron a filtrarse por las ranuras que dejaban las paredes. Las mujeres y los indios estaban reclamando la autoridad que me daba ser el ahijado del jefe. En estos momentos de duda, toda la confianza que había depositado Don Mario Galeano en mí, inflamó mi pecho. Sin saber cómo, cargué el fusil y salí como un héroe mitológico. Pasé por entre las mujeres que se apartaron en silencio, quedándose estupefactas. Avancé hasta el cuchitril y me paré en la mitad de la calle. William se levantó con la pistola en la mano y sollozando, abrió la boca para decirme algo, pero lo único que se escuchó fue la ráfaga de mi fusil. En las horas de la tarde los enterramos a los dos.

 

Aquella noche me debatí en las macabras pesadillas de mis acciones. Estuve sumergido en el aterrador mundo de la fiebre que hace convulsionar. Si William estaba loco, ahora yo estaba peor.

 


- No mataras. - Dijo Jesucristo.

 


El sudor me envolvió, haciéndome sentir pegajoso como una basura. Mi cerebro inflamado no alcanzaba a ordenar los pensamientos. La maldición de la selva, a todos nos estaba absorbiendo, y, por una noche terrible, deambulé en el mundo de los locos. Permanecí tirado en la cama. Los pensamientos hormigueaban dentro de mi cabeza y no me dejaban descansar. "He matado un ser humano. ¿Qué significa eso?... Destruir el cuerpo de un semejante y enviarlo al vacío del no ser, es la falta más grande que podemos cometer sobre la tierra. Yo no lo he matado por placer, Dios y las circunstancias, han obligado a que yo castigue sus errores. Él estaba generando mucho dolor y sus expectativas de vivir eran nulas. Cuando alguien está cansado de la existencia, cuando ya no se le encuentra sentido al aprendizaje terrenal, es porque ya ha cumplido una misión y necesita irse a descansar. Para William todo era desilusión y amargura, por eso yo le ayudé a dejar este mundo ingrato." Pensé angustiado.

 

Creí volverme loco. Un desespero terrible envolvió todo mi cuerpo. Era mi cuarta noche sin dormir. Me sentía incendiado por la fiebre. Me levanté y abrí la puerta. Todo estaba en silencio. Las mujeres estaban durmiendo. Lleno de miedo miré mis manos, no podía comprender por qué me dio el arrebato de eliminar a William. Nunca pensé en su pequeña hija. Ahora, ¿quién la va a cuidar hasta que sea grande?... ¿quién va a jugar con ella cuando se sienta muy sola?... Su padre es uno más de los que se tragó la selva y nadie volvió a saber de ellos. La mamá, el papá y los hermanos de William, siempre van a estar esperando a que regrese, y, las maldiciones que profieran, van a caer todas sobre mí. Sacudido por los escalofríos y por estos espeluznantes pensamientos, me desnudé por completo y me arrojé sobre la cama.

 

- ¡Dios mío! - grité con desesperación - ¿Cómo lo he podido matar?... Yo nunca quise ser asesino.

 

 
Me sentí ahogado en la cama. Me levanté y estuve a punto de desmayarme. Regresé y me tiré boca abajo, me cubrí con una sábana. El sueño y el desvarío se apoderaron de mí, luego me quedé dormido y no habían pasado veinte minutos cuando desperté bañado en sudor. Había soñado que William regresaba con la carne hecha jirones. ¿Será qué me está llegando el castigo?... No puedo dejar de pensar en la expresión de su rostro cuándo estaba muriendo. ¿Será qué estoy perdiendo la razón?... Me cubrí hasta la cabeza con la sábana. Tenía el cuerpo agarrotado. Durante varias horas permanecí quieto. Por mi mente cruzaban como rayos las mismas pesadillas. Unos golpes en la puerta me despertaron definitivamente.

 

- Jefe, ya es hora de desayunar - dijo Patricia, a través de las ranuras de la puerta, con una voz muy suave -. Cómase alguna cosa, que ayer por la tarde no probó bocado.

 

Yo estaba desnudo, cogí el pijama y me vestí a toda prisa. Me levanté, avancé hasta la puerta y corrí la aldaba.

 

- ¿Por qué cerro con aldaba, tenía miedo de que alguna de nosotras se le pasara? - preguntó la mujer, contemplándome de forma extraña. No le presté mucha atención a sus palabras y miré sin apetito la bandeja. Jugo de naranja, huevos fritos, café, arepa, queso y panes recién horneados, componían el menú. No tenía hambre pero lo acepté, de todas maneras, la vida tenía que continuar.

 

- ¿Don Julio, usted está enfermo?... - me preguntó Patricia, sin apartar la mirada de mi rostro - Nosotras tenemos un botiquín muy bueno, si quiere yo le traigo unas pastillas.

 

- Anoche tuve un poquito de fiebre, pero ya se me quitó - dije para disculpar mi lividez - De todas formas, gracias por la intención.

 

- Tranquilo, Julio, que lo que hiciste era lo que había qué hacer - dijo, Patricia, adivinando la causa de mi abatimiento.

 

- No te preocupes, preciosa, que, con un poco de descanso, quedo otra vez como nuevo.

 

- Coma alguna cosa para que se recupere - aconsejó la buena muchacha -. Dentro de veinte minutos vuelvo por la bandeja.

 

Patricia se alejó y yo me acerqué al potaje, para mordisquear algunas cosas. "Aunque no tenga apetito, tengo que comer algo para que mi cuerpo se recupere." Pensé un poco más tranquilo. Me tiré de espaldas en la cama y descansé un rato. "Todo es una fantasía. En la vida mueren Pablo, Carlos y el asqueroso del William y, a pesar de todo, el mundo sigue marchando con absoluta normalidad. ¿Así será cuando yo me muera?" Pensé, angustiado nuevamente.

 

San Francisco, 17 de diciembre

 

Amada mía:

 

He tenido una cantidad de problemas, que no te los puedes imaginar. Mi deseo era estar en este tiempo contigo, pero me fue humanamente imposible. No te quiero contar, en detalle, qué es lo que me ha pasado, porque los negocios de los hombres son cosas muy aburridoras. Pero, por culpa de la mala suerte, se nos averiaron unos corrales y se escapó todo el ganado. Todo este tiempo lo he pasado tratando de reconstruir el negocio que nos dará el sustento en el futuro.

 

Yo me imagino que has estado muy triste, pero te ruego que tengas un poco más de paciencia. En la vida, las cosas no funcionan como uno quiere, sino como el Todopoderoso desea. Aunque yo no he sido muy católico, quiero que le reces mucho a Dios, para que en el futuro nos vaya muy bien. Espero que hayas escogido un vestido bien bonito y que tengas todo preparado para nuestro matrimonio porque, después de esta separación tan grande, las cosas tendrán que ser espectaculares. Natalia, no puedo dejar de pensar en ti, mi alma y mi cuerpo te necesitan, estoy desesperado por verte. No sabes cuánto me está doliendo esta soledad. Espero que estés aprovechando el tiempo muy juiciosa. No olvides ir al gimnasio todos los días, para que siempre estés muy linda, porque recuerda que a las mujeres bonitas todo el mundo las quiere y yo deseo que nuestra futura hija se sienta muy orgullosa de ti.

 

Natalia, me gustaría que entraras a unas clases de baile. Deseo que perfecciones tus pasos en el tango, porque, cuando yo regrese, nos vamos a dar una vida de bohemios que ni te la has imaginado. Amor mío, quisiera decirte muchas cosas, pero cuando me siento a escribir, todos los versos bonitos se escapan asustados ante tu hermosura. Acuérdate de que mi corazón late por ti y que yo soy el que más, más, más te ama.

 

Julio.

 

José Antonio nos brindó un suculento desayuno. Huevos, arepa, queso, chocolate con leche y galletas con mantequilla, interrumpieron la historia del pobre caballista ciego, que tanto se había equivocado en la vida. Comimos con buen apetito, descansamos un poco y apreciamos la belleza de nuestras frías montañas, sin sentir el paso del tiempo.



 

CAPITULO NÚMERO QUINCE

 

Después del chocolate caliente, Julio Fierro continuó relatando así:

 

Hacía ocho días que el jefe estaba en la cárcel. Encerrado con ciento cuatro hombres más, formaba parte de aquella comunidad de deshonor y vergüenza. Ladrones, sádicos, drogadictos, estafadores, psicópatas, homosexuales y asesinos, eran la fauna de aquel frío penal. Un director y nueve guardianes armados de carabinas obsoletas y revólveres treinta y ocho largos, mantenían unido aquel hermoso rebaño.

 

El domingo diecinueve de diciembre, a las diez de la mañana, llegué hasta la puerta de la cárcel. Todas las personas que estaban allí, voltearon la cabeza y me miraron con curiosidad. Mujeres, hombres y niños, hacían fila pacientemente, esperando la entrada para la visita. Me sorprendió ver gente decente y mujeres elegantes en aquella incómoda espera, porque yo estaba esperando ver, una cantidad de vagabundos y pobres andrajosos. Un guardián de raza negra entreabrió la puerta y asomando la cabeza dijo:

 

- Los que tengan permiso me hacen una fila a todo el frente.

 

El cincuenta por ciento de las personas llevaban un papelito blanco, que era la credencial segura para ingresar al recinto. Yo no tenía ese documento, sin embargo, me quedé esperando en silencio. A los dos minutos el guardián abrió la puerta totalmente. Llevaba en las manos una almohadilla y un sello. Golpeó el sello contra la tinta y empezó a mirar los permisos. Dejó entrar a las personas, una a una, mientras colocaba la huella del sello en el brazo derecho de cada visitante. Entraron como veinte personas y la puerta se cerró con estrépito.

 

- ¿Usted, tiene permiso? - me preguntó una dama de unos cuarenta y cinco años de edad, aproximadamente.

 

- No, señora, a mí me explicaron que con la cédula podía visitar a mi amigo - dije con seguridad.

 

- ¿Al amigo que usted va a visitar ya lo condenaron? - Investigó la señora, con el claro deseo de ayudar. - Porque si él no está condenado, entonces, usted, tiene que ir a pedir un permiso especial en la dirección.

 

- A él lo encarcelaron hace ocho días - respondí, sabiendo que aún no estaba condenado.

 

- Espere a ver qué le dicen - concluyó la señora -. Para mí también va a estar muy difícil, porque se me olvidó la cédula y yo vivo en otro pueblo.

 

Pasaron como diez minutos. La espera se hacía larga, pero yo me entretenía mirando las hermosas muchachas que esperaban su turno en la fila de entrada. Había una morena de unos dieciséis años de edad, que se destacaba ante las otras; su cuerpo era escultural y su rostro exóticamente hermoso, aunque en el fondo parecía guardar la tristeza de un sufrimiento oculto. Detrás de ella, otras tres o cuatro mujeres eran tan lindas, que yo nunca me imaginé que mujeres de tanta calidad visitaran aquellos claustros. El guardián abrió la puerta nuevamente y dejó entrar a otro grupo. Antes de cerrar se quedó mirándome a los ojos con agresividad. Me contempló unos segundos y después preguntó:

 

- ¿A quién vienes a visitar tú?... Porque Don Mario Galeano está incomunicado todavía, y, si tú entras ahí, es para problemas con el director - advirtió con agresividad.

 

- Tranquilo que yo vengo a visitar a otro preso - expliqué confundido por no saber qué decir.

 

- ¿Usted es bobo o qué?... Yo sé a quién va a visitar y lo voy a dejar entrar, pero cuidado se deja sorprender hablando mucho con ese hombre, porque ahí mismo le suspenden la visita - advirtió el guardia con brusquedad, dejándome una extraña sensación de agradecimiento y rabia revueltas -. Vaya a esa oficina, para que el director le haga el permiso. Dígale que usted va a visitar a Santiago Medina, para que lo deje seguir sin problemas.

 

- Gracias, señor - dije agradecido. El guarda me puso el sello y se apartó de la puerta, haciendo espacio para que yo pudiera entrar al cuarto de la administración. Avancé unos pasos y un hombre gordo y pequeño me dijo con amabilidad:

 

- Buenos días, joven. ¿Nombre del interno y documento de identidad por favor?

 

- Santiago Medina - contesté, alargando mi cédula. El hombre la tomó, escribió el permiso y me la entregó.

 

- A su amigo le faltan pocos días para salir - me informó, sin saber el verdadero motivo de mi visita - siga detrás de esa gente, para que lo requise el guardia.

 

- Muchas gracias, señor - le dije con la satisfacción de tener la visita asegurada. En aquel lugar todo eran rejas. Ya había entrado toda la gente y, detrás de mí, se cerró la pesada puerta metálica. Los guardianes recibían los documentos de identidad, metidos detrás de un casillero de gruesas varillas de acero. En la fila de espera había como veinte mujeres y apenas cinco hombres. Uno de los guardianes llamó mi atención y me hizo pasar a un calabozo pequeño.

 

- ¿Haber, qué traes? - preguntó pasando sus manos por mis costados, revisó la cintura y descendió por las piernas hasta abajo - Muéstrame la billetera. - Se la entregué y él la revisó por todas partes, poniendo mucho cuidado. Observó la gran cantidad de billetes que llevaba, me miró a los ojos, cerró la billetera y me la entregó.

 

- Usted parece buena gente - me dijo colocando un segundo sello en mi brazo. Saqué un billete de la cartera y se lo di en señal de agradecimiento. Él lo tomó con rapidez y lo hizo desaparecer, me dio las gracias y después me explicó:

 

- Vete por este pasillo y allá, en el salón del fondo, esperas hasta que mi compañero pase a otro grupo para el patio.

 

Caminé por el corredor y en una ventana, también con barrotes de acero, una guardiana me preguntó qué si llevaba paquetes, le dije que no y continué caminando hasta el fondo. Llegué al lugar y me dediqué a esperar con paciencia, tratando de ver dónde estaban los presos. Ante mis ojos sólo aparecía una impresionante reja, con cerraduras grandes, que protegía una puerta gris. En aquella lámina gris se congelaba el paisaje. Desde adentro corrieron los cerrojos, llenando el ambiente con un gran estrépito. El guardián quitó los candados y dejó el espacio libre. Al fondo, los presos amontonados miraban con curiosidad. Aquellos seres, más que en una cárcel, parecían en un día de mercado. La música retumbaba y yo, apenas, estaba descubriendo cómo era una cárcel estatal.

 

Pasen. Pasen rápido - dijo el guardián empujándonos con la mano, por el espacio que dejaba la puerta entreabierta. De verdad, aquel paisaje era festivo. Quedamos encerrados en una jaula de hierro, al frente del patio donde estaba toda la gente. Me pareció tan natural aquel ambiente, que me tuve que hacer una pregunta a mí mismo. "¿Qué esperabas encontrar?... ¿Acaso un nido de alimañas?..." Busqué con la mirada a ver dónde estaba el patrón. Mis ojos se encontraron con los de él. La cabellera larga y el bigote habían desaparecido, estaba muy pálido y su figura era más fresca y juvenil. Le habían quitado diez años de encima. Me miró un segundo y después se alejó a conversar con unos amigos, fingiendo total indiferencia. Seguramente, ya le habían avisado que las visitas, para él, estaban prohibidas. Es ridículo nuestro sistema carcelario, se supone que los presos, que no han rendido indagatoria, deberían estar incomunicados, pero no, mi amigo se movía como un pez en el agua, al lado de todos sus compañeros. Mario estaba hablando con un moreno gordo que, con sus gafas recetadas, parecía un sacerdote en la mitad de aquel patio. Los dos me miraron y el joven avanzó hacia donde yo estaba, esperando a que el guardián abriera la pesada reja. El muchacho me miraba con curiosidad. Era muy pequeño y rechoncho, pero su cara suave y pulida, lo hacía ver como un ángel negro en la mitad de todos esos malandrines. La naturaleza es increíble. ¿Cómo se puede desarrollar un cerebro criminal, dentro de un joven de tan buen aspecto y de tan buenas maneras?... El cabello lo cortaban casi a ras de piel. "¡Qué manera tan infame de rapar a los pobres reclusos!" Pensé acongojado. La puerta chirrió como en las películas de terror y yo, con dos pasos, estaba por primera vez en una cárcel.

 

- ¡Hola!... Mi nombre es Santiago - dijo, el joven, estrechando mi mano en un cordial saludo - Don Mario me pidió el favor de que te atendiera, porque él no está condenado y no puede recibir visitas directas. Si tú quieres nos vamos a hablar con mi familia y, ahora, más tarde, yo hago la forma para que hables con él. - Atravesamos el patio y nos fuimos a sentar en unas bancas de madera, que estaban ordenadas en cuadro.

 

- Buenos días, señora - saludé reconociendo en aquel rostro a la que debía ser la madre de Santiago y, al lado de ella, a la que debía de ser la hermana de mi nuevo amigo, me dedicó una sonrisa. En las bancas también estaban sentadas dos simpáticas mujeres que, después, me di cuenta de que eran sus admiradoras. Aquello era como una gran fiesta. Por todas partes se observaban mujeres y niños. En los altoparlantes sonaba la música sin cesar. El grupo era como una gran familia reunida en un día de campo. Muchos de los presos ofrecían artesanías, peluches, cuadros y tallas en madera, evadiendo con su gritería la angustia de estar encarcelados en diciembre.

 

- ¡Hola! ¿Cómo han marchado las cosas por allá? - Me preguntó el jefe, sentándose a mi lado tranquilamente.

 

- ¿Qué más?... ¿Cómo has estado?... - dije por reflejo, sorprendido con la frialdad del patrón - ¿Ya te llevaron a indagatoria?...

 

- Sí, ya me han llevado dos veces a la fiscalía. Gracias por mandarme el abogado - dijo con la mirada perdida en el horizonte de su mutismo.

 

- Pero cuéntame, ¿qué dijiste? ¿Cómo explicaste lo del accidente? - pregunté lleno de curiosidad.

 

- Les conté que yo estaba tomando licor desde la noche anterior, que llegué a “Aquitania” y me puse a negociar un toro holstein rojo que, al final, no supe si compré o no compré. Después perdí el conocimiento y, cuando desperté, estaba en la cárcel con la noticia de que había matado a un par de muchachos que ni siquiera conocía - relató Mario, como recordando el acontecimiento -. El fiscal me preguntó que de dónde había salido el arma, y, entonces, le dije que yo no tenía ninguna arma. Después me preguntó por Pablo que, por suerte, ese día estaba indocumentado. Yo, con dolor en el alma, lo tuve que negar. Argumenté que debía de ser amigo de los otros dos muertos. El juez utilizó eso en mi contra y me dijo que ya no era doble asesinato, sino triple. Llamaron a la gente de la cantina y nadie vio nada, como siempre. El fiscal está muy confundido con los hechos pero, a pesar de todo, le dijo a mi abogado, que estos asesinatos me pueden dar de cuarenta a sesenta años de prisión. Claro que yo estoy muy tranquilo y resignado. A mí no me cogieron sino un treinta y ocho largo. El fiscal le va a tener que explicar a mi abogado, cómo un hombre, completamente embriagado, va a matar tres hombres armados hasta los dientes.

 

- Mario, acuérdate de que yo tengo toda la gente lista para venir por ti, cuando quieras - le dije presentando una buena alternativa ante su pasividad.

 

- No, ahijado, puede ser que tú no lo entiendas, pero desde el día que estoy en este lugar, he sentido lo que es la verdadera paz - reflexionó, Don Mario, con los ojos clavados en el cielo -. Yo creo que desde hace mucho tiempo me hacía falta esta tranquilidad. Me acuesto a las ocho de la noche y duermo hasta el otro día como un lirón. No me preocupo por nada y siento un gran descanso dentro de mi alma.

 

El jefe estaba hablando y yo no lo podía creer. ¿Cómo es posible qué, el hombre más grande y poderoso que yo haya visto, acepte gustoso la humillante y cochina prisión?... ¿Qué le estaba pasando a mi padrino?... Me daba la impresión de estar flotando en una burbuja de niebla densa, que lo separaba de lo que era y de mí. En ese momento no supe qué decir, me refugié en el silencio de la comprensión. ¿Cómo puede ser que Mario Galeano se sienta bien, encerrado en medio de ciento cuatro alimañas que lo pueden matar por cualquier cosa?

 

- Toda mi vida ha sido una exageración. Demasiado licor, demasiadas mujeres, demasiadas fiestas y algarabía. Ahora, me ha llegado el tiempo de la meditación y el descanso - analizaba Don Mario, no tanto para convencerme a mí, sino tratando de convencerse a sí mismo.

 

- Me contaron que abandonaste la finca - dijo el jefe, apartándose por primera vez de sus meditaciones -. Esa ha sido una buena jugada, que justifica la confianza depositada en ti.

 

- Sí, nos fuimos a vivir en las cuevas de “Las Dantas” - me apresuré a explicar, para evitar malas interpretaciones.

 

- Hoy mismo quiero que vayas hasta lo que quedó del campamento. Porque también me contaron la fiesta que les armaste, a esos treinta y dos ladrones que se mataron peleando solos. Lástima que ahí se hayan ido Juan “el prendero” y el cantinero de pacotilla, porque me hubiera gustado matarlos con mis propias manos. Pero, bueno, qué se va a hacer. Ah... como te iba diciendo, vas a la finca y llegas hasta el viejo pozo de agua, el que no se utilizaba, el que está al lado del corral de las gallinas. Le quitas la madera que tiene encima y halas un alambre que está amarrado en uno de sus lados y extraes una caneca de plástico, que está amarrada en la punta de éste. Dentro de ella vas a encontrar diez millones ochocientos mil dólares, un poco más, un poco menos. A mis mujeres les das de a cien mil dólares a cada una y las mandas acompañadas para sus casas. Los otros trescientos mil se los das a Carlos, a William y al operador del radioteléfono, que es el encargado de la gente del pueblo.

 

- Don Mario, lo que pasa es que hay un problema - empecé a decir muy nervioso por la mala noticia.

 

- Cuenta, cuenta lo que sea - dijo el jefe, para tranquilizarme.

 

- Desde que tuviste el accidente, William y Carlos se insubordinaron. No me obedecían y empezaron a disputarse tus mujeres. Una noche, que les di licor, William, que resultó ser el más grosero, mató al pobre Carlos. Ese hombre estaba como loco desde que lo abandonó su esposa, porque la misma tarde en que tú te viniste para acá, ella se marchó para Medellín. En todo caso, después de que mató a caliche, siguió molestando que iba matar a todo el mundo y, entonces, yo lo tuve que ejecutar.

 

- ¿Cómo así hombre?... ¡Qué par de “gonorreas” resultaron esos dos traidores!... Pero así estuvo muy bien, hijo, porque acuérdese, que lo único sagrado para los hombres guapos, son sus mujeres. Entonces, la plata de esos dos traidores, se la entregas al indio para que la reparta entre los aborígenes que nos ayudaban.

 

- Pero, jefe. ¿Cómo va a desmembrar el grupo, ahora que más lo necesita? - reclamé con angustia - ¿No le parece que es una locura?

 

- Tranquilo, hijo, que yo me voy a quedar mucho tiempo guardado. ¿Entonces, para qué necesito tantas cosas? - Preguntó don Mario. Yo no atiné a decir nada y él continuó -. Uno se pasa consiguiendo dinero para poder vivir y, al final, cuando está bien viejo y bien cansado, ya ni le provoca vivir. Por culpa de la codicia amargué mi existencia. Por dinero he sacrificado mi juventud y mi tranquilidad. Ahora he recuperado la paz, aunque sea aquí encerrado. ¿Puedes entender eso?... ¿Sí o no?... También quiero que mates a “Venusino” mi caballo preferido, porque no resistiría que alguien lo hiciera sufrir. Entiérralo al lado de William y de Carlos, para que mi equipo quede completo bajo tierra. Después coges los diez millones de dólares que sobran y lo guardas para que sigas financiando la organización, porque tú eres mi heredero y porque tú eres mi sucesor y el hijo que nunca tuve. Le echas candela a las cabañas de la danta y te vas para mi hotel en Medellín, a administrar los canales de distribución de la droga, mientras la cosa se enfría en estos lados.

 

- Don Mario, por Dios, ¿de qué está hablando? - pregunté angustiado.

 

- Tranquilo, hijo, que cuando pase el tiempo, te darás cuenta de que uno tiene una misión en la tierra y la mía ya terminó. No le cuentes a nadie lo que está pasando y, por favor, no regreses a este claustro - advirtió el jefe. Yo estaba muy triste y entonces él dijo -. No vayas a pensar que estás dejando un gato desamparado, convéncete de que yo soy un tigre y que, a esta cantidad de maricas, me los meto a todos juntos por el culo. Ahora me haces el favor y te vas a cumplir mis órdenes, mientras yo me tomo unas cortas vacaciones.

 

Aquella orden la dio sin mirarme a los ojos. Yo estaba desconcertado y no sabía qué pensar.

 

- ¿Tú sabes dónde está mi caballo preferido? - preguntó un poco desconfiado.

 

- Sí, señor, lo deben de tener en el comando de policía.

 

- Cierto. Allá lo tienen, y no te empeñes en reclamar el collar y los estribos que esos hijos de prostituta de policías, ya se los robaron. Ahora sí, vallase pues hijo, y pórtese como un varón. -

 

Yo no quería marcharme de aquel lugar, sin embargo, empecé a caminar en busca de la puerta de salida.

 

20 de diciembre      

 

Amada mía:

 


Te escribo porque no resisto la tentación de contarte que, dentro de unos pocos días, estaré de regreso. Qué irónica es la vida de los hombres, ayer estaba sumergido en la más profunda de las tristezas y hoy estoy rebosante de alegría, porque llegó la hora de nuestro reencuentro. Hoy, más que nunca, extraño tus palabras, tu sonrisa y tu calor. Desde el momento en que visualicé mi partida, no he tenido sosiego. Mi cuerpo y mi alma se agitan con la fiebre de una emoción arrolladora. Natalia, te amo con toda el alma y me estoy muriendo de celos por ti. Hoy me maldigo por haber dejado pasar tanto tiempo en este monólogo, un monólogo que está diluyendo tu imagen sagrada y que me está destruyendo por dentro. Este es el último S.O.S. desesperado, de un idiota que no había podido aprender a vivir. Te necesito inquebrantable y alegre, porque ahora, que me atropelló el triunfo, tienes que estar a mi lado vigilando, que no me vaya a caer en un pozo de angustia, por culpa de las ridiculeces de la vida.

 

Espero que aún estés viva y que, dentro de ti, siga existiendo el amor que un día sentías por mí. Natalia, son las cuatro de la mañana y estoy sufriendo por ti. La lluvia está golpeando incesantemente sobre el tejado. Estos días lluviosos son una sinfonía de colores grises y de pensamientos llenos de melancolía. Hace mucho tiempo que me separé de ti y hoy, por primera vez, he sentido tu ausencia total. Toda la noche, el invierno me ha arrullado el sueño esquivo, con gotas de vida, tan frágil como el cristal. Quién lo creyera, la mayoría de nuestro cuerpo está formado de agua. Esta es una realidad que me ha hecho sentir frágil y vulnerable, precisamente cuando estoy libre para marchar a tu lado. Los hombres deberíamos estar hechos de acero, con corazón de plata y pensamientos de Fierro, de esa forma, podríamos caminar por el mundo, sin temor a las víboras y a los mordiscos de un perro. Es increíble que la fragilidad de nuestros cuerpos, sea comparable con las flores y con las frutas de un huerto. Natalia, somos como mariposas que vamos volando en el cielo, de este mundo injusto y miserable. Hoy me estoy aferrando, con todas las fuerzas de mi alma, a la esperanza sagrada del amor que tus palabras y tu dulzura han hecho nacer dentro de mí.

 

Muchas veces, el desfallecimiento, ha ido recorriendo cada uno de mis músculos, llenándolos de una pesadez dolorosa y haciéndome recordar lo insignificante que es mi figura ante la inmensa naturaleza. Es maravilloso que tu recuerdo, se haya convertido en el motor que me impulsa a dar cada paso en esta terrible aventura. Cada momento difícil que he vivido en estos últimos días, estuvo acompañado siempre de tu estimulante recuerdo. Ya, el final de la locura está cerca, me faltan dos o tres días de sufrimiento, antes de iniciar el viaje de regreso hacia mis seres queridos. Tenemos el dinero suficiente para formar un hogar decente, para educar a nuestra futura hija, para comprar tu potranca platinada, para comprar a “Profeta de Besilu” o a su mejor descendiente, para comprar un campero rojo y para comprar la casa que tú desees. Natalia, aun estando lejos, he aprendido muchas cosas de ti. La forma práctica y fría con la que tomas la vida, es la manera más inteligente de cosechar los sueños que nos ofrece está sociedad. Siempre fui un solitario en las convulsiones de la vida y ahora te tengo y, por siempre, serás la guía de mi espíritu.

 

Desde hoy te puedo brindar la seguridad y la paz que dan un hogar bien estructurado, esperando que mi cuerpo y mi alma aporten el último ingrediente para fabricar el amor más lindo que haya existido.

 

En este destierro he pensado mucho en tu espontaneidad, en tu forma abierta y franca de decir las cosas, sin que te importen las reacciones de la gente, y me he dado cuenta de que todo eso es producto del gran talento que hay dentro de ti. Las delicadezas de tu cuerpo, de tu voz y de tu alma, son la forma alegre y natural con la que asumes la vida, sin pensar en los riesgos que tú no conoces, porque toda la vida has vivido como una diosa de cristal, en la que fuiste una modelo desde tus primeros años de vida. Lo único que nunca alcanzarás a comprender, es lo que tiene que hacer el noventa por ciento de la gente, para poder vivir. La vida es un desafío difícil, aunque tú no lo alcances a percibir y, por ti, fui hasta el infierno, me revolqué en él y salí triunfador. He aprendido todos los trucos que me darán la fuerza, para unirla a todas tus fantasías y formar, con toda la felicidad del universo, un hogar mágico.

 

Julio Fierro.

 

Fui a reclamar el caballo de Mario y me lo entregaron muy flaco. Un hijo del comandante, lo arruinó practicando sus clases de veterinaria en él. El caballo estaba como tonto, debido a la desnutrición. Le di bastante agua, le inyecté suero y vitaminas, para que resistiera el viaje de regreso. Lo amarré en la parte trasera del coche y me fui para el antiguo campamento. Recogí el dinero y regresé a la finca, don aún estaban las mujeres, con el indio y las indias que ayudaban en las labores domésticas. Repartí los dólares, le prendí fuego a las cabañas, embarqué las mujeres para sus casas y solté a “Venusino” el hermoso alazán tostado del patrón, en la mitad del monte. Porque yo no podía matar a un hijo de “Capuchino del ocho” que era un espectacular ejemplar del paso fino colombiano. Después recogí lo mío y volé en busca de mi amada.

 

Dijo el caballista ciego visiblemente emocionado, al pensar nuevamente, en el que fue uno de sus máximos triunfos. Se tomó un largo trago de whisky respiró profundamente y continuó narrando así:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO DIECISÉIS

 

Llegué a Medellín y... Lo primero que hice fue buscar una cabina telefónica y...

 

- ¡Hola! !Natalia por favor! - dije a través del teléfono, crispado por la excitación que me embargaba.

 

- Sí, con ella. ¿Quién la necesita? - contestó su tierna voz al otro lado de la línea.

 

- ¡Acabo de recorrer medio país, he viajado dieciséis horas para verte y ya no te acuerdas de mí! - exclamé con sarcasmo, fingiendo estar bravo.

 

- ¡Oh! ¡Julio, adorado! ¡Qué sorpresa! - gritó con emoción, al reconocer mi voz - ¿Y dónde estás?

 

- Estoy acá en Medellín - contesté, con la voz quebrada por la agitación -. Estoy cerca del edificio de “Coltejer”. Disculpa que te llame a las diez de la mañana, pero es que necesitaba oír tu voz. Natalia, ¿qué estás haciendo?... Yo quiero verte.

 

- Todavía estoy acostada - dijo, Natalia, sorprendida por la invitación - Pero si tú quieres, yo me levanto y dentro de una hora y treinta minutos, vienes por mí y me invitas a almorzar. ¿Sí?... En el centro de la ciudad, venden un pollo frito y unas malteadas tan deliciosas, que ni te las imaginas. ¿Qué dices?

 

- Bueno. Dentro de una hora y treinta minutos estaré ahí. Pero, antes de todo, cuéntame cómo has estado. ¿Te hice falta? ¿Has pensado en mí? - pregunté, con la desesperación de una larga separación.

 

- Claro, mi amor, cómo no voy a pensar en lo más lindo de mi vida. Tengo que contarte muchas cosas que han pasado en tu ausencia - dijo con la voz entrecortada por un sollozo, que se le quería escapar -. Pero no nos demoremos más, ven pronto a mi casa, que yo me voy a estar arreglando.

 

- Bueno, preciosa, dentro de hora y media nos encontramos. Hasta luego. - dije despidiéndome.

 

- Hasta luego, mi amor - dijo Natalia antes de que se cortara la comunicación. Colgué el auricular con marcada satisfacción. Mi rostro estaba iluminado por la fuerza de aquel amor inmenso. Miré a todos lados y, cargando mi pesado maletín, me dirigí con paso firme a los kioscos donde ofrecían flores de todos los colores.

 

- Señor, me hace el favor y me vende veinte rosas rojas envueltas en papel celofán, y amarradas con una cinta blanca que cuelgue un poquito - Ordené con mucha seguridad. El anciano se quedó mirándome con ojos sonrientes y, sin decir nada, empezó a elaborar un ramillete con las más lindas rosas. En la mitad del ramillete colocó una rosa blanca que se abría temerosa ante la vida.

 

- Yo sé que estás enamorado de una linda chiquilla - dijo el anciano, cómplice del amor -. Esta rosa blanca, significa la pureza que hay en su cuerpo y en su corazón, como un regalo para ti. El viejo buscó en su cajón y extrajo una pequeña tarjeta color mandarina.

 

- ¿Qué mensaje le deseas escribir? - me preguntó, el viejo, alistando un lapicero de tinta mojada.

 

- Natalia: Ni un solo instante de la vida, he podido dejar de pensar en ti. Atentamente, Julio. - dije sin pensar mucho. El viejo anotó la frase, me entregó el ramo de rosas y se quedó observando mi reacción, ante el hermoso paquete que había construido en pocos segundos.

 

- ¿Cuánto le debo, señor? - pregunté mientras buscaba la billetera en el maletín.

 

- Veinte mil pesos, nada más - contestó el señor, sintiéndose orgulloso de su trabajo. "Veinte mil pesos, y yo que tengo más de diez millones de dólares, para comprar al mejor descendiente de “Profeta de Besilu”, para comprar la potranca platinada para mi amada y para gastar el resto en cualquier cosa. Definitivamente, la vida sí es muy barata." Pensé para mis adentros. Le alargué un billete de cincuenta mil y le regalé el cambio. Me despedí dando las gracias y empecé a caminar en busca de un taxi, que me llevara hasta un hotel, a guardar la pesada maleta para después a visitar a mi hermosa novia.

 

El tiempo voló como una flecha de plata y, en el taxi, saqué unas servilletas y empecé a escribir:

 

Siempre seguirás siendo mi Natalia.

 

No sé si eres un rayo de luz

 

O la estela de una estrella

 

Pero lo que yo sí sé,

 

Es que tú eres la más bella.

 

En una mañana linda

 

Estoy temblando de amor

 

Y por suerte te has chocado

 

Con un hombre soñador

 

Que tiene buen corazón.

 

Eres como un ángel de alegría

 

Que contagia y contagia

 

A toda la vida mía.

 

Natalia

En lo profundo del alma

 

Tú me has quitado la calma

 

Desde aquel día bonito

 

En que yo te conocí.

 

Tú eres mi única novia

 

Y te he sido muy fiel

 

Cuando pude comprender

 

Que eras la vida mía.

 

Es tu nombre una obsesión

 

Para mí, en cada mañana

 

Que se convirtió en canción

 

En una selva lejana.

 

El taxi dio vuelta a la esquina y reveló ante mis ojos un paisaje encantador. El piso estaba lleno de las hojas secas que se habían desprendido de los eucaliptos desgreñados, con el poder del viento. Inmediatamente observé los retorcidos pinos que presidían el jardín de mi amada. Las tórtolas que buscaban alimento en la hierba, no se inmutaron ante la llegada del auto. El vehículo se detuvo lentamente, miré por la ventanilla y me quedé pensativo un segundo. Abrí la puerta y le dije al conductor que me esperara unos minutos. Me bajé con mucha calma, cuidando de no dañar el ramillete de flores que traía en mis manos. Miré hacia la puerta cerrada y respiré profundamente. Con decisión atravesé la calzada, descendí por las escalas del jardín y fui a parar al frente de la puerta. Mi corazón estaba muy agitado y sentí que me falta el aire. Me llené de valor, levanté la mano y le di tres golpes a la puerta. Se escucharon los latidos de la perrita y, en pocos segundos, la puerta se abrió. Escuché un grito y sentí un abrazo de amor desesperado. Nuestros labios se buscaron con desesperación y un dulce beso selló aquel emocionante encuentro. La encantadora Natalia, mi modelo preferida, estaba más hermosa que nunca. Nos subimos al taxi y nos fuimos para el centro de la ciudad. El voluptuoso cuerpo de mi amada y el suave dorado de su piel, despertaban la admiración de los transeúntes que la saludaban emocionados. Una multitud de personas anónimas, la seguían con la ilusión de obtener un autógrafo de la más carismática y dulce modelo del país. Definitivamente, Natalia no había perdido el tiempo en mi ausencia. Pasó de ser una chiquilla delgada y frágil, que soñaba con el modelaje, a ser la más reconocida y querida de todas las modelos de Colombia. Avanzamos una cuadra y media, después del parque de Bolívar y, sin poder resistir el acoso de los fanáticos que la querían mirar de cerca, nos refugiamos en la oscuridad de un teatro donde estaban proyectando el “Titanic”. Compramos dos perros calientes y dos refrescos y nos sentamos a observar la película. No lo podía creer. Mi dulce novia era más famosa de lo que me imaginé y yo estaba a su lado, disfrutando de una improvisada pero deliciosa comida rápida. Terminé de comer y me quedé observándola en la oscuridad, mientras que terminaba con su refresco. Tomé una de sus delicadas manos entre las mías, estampé mis labios calientes en cada uno de sus pulidos dedos y ni siquiera nos dimos cuenta cuándo se empezó la película. Mi corazón se agitaba como loco y, en la penumbra, sentí como mi dulce princesa se apoyaba en mi hombro, como buscando el calor que le brindaba mi amor. Mi mano sujetaba su manito con fuerza y nuestros labios se buscaron con desesperación, en un delicioso beso que nos llevó hasta el cielo. Estábamos muy cómodos en aquellas mullidas butacas y nos quedamos mirándonos con admiración, después de que nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad. El romance que estaban viviendo los protagonistas en la pantalla, era muy parecido al nuestro, pero con la diferencia de que el nuestro era muy real. Me quedé mirando la película y traté de serenarme, respiré profundamente y contemplé con mi pecho rebosante de amor, el espectacular filme. Natalia apretaba mi mano con desesperación, cuando la tragedia empezó a inundar el todo poderoso “Titanic”. La película era impresionante y mi hermosa dama desfallecía ante la dura y cruel situación que vivían aquellos desamparados seres en la pantalla. Colocó mi mano entre sus piernas desnudas y la apretó como tratando de frenar el agua que corría por los pasadizos del barco. Sentí el calor y la suavidad de la piel de aquellas piernas torneadas y firmes, y no pude resistir la tentación de acariciarla con mis dedos que se escaparon, con suavidad, de la presión de la delicada mano. El universo se detuvo en mi alma y sólo se escuchaba el latir de mi corazón agitado. Mis dedos inquietos avanzaron por su piel deseosa y nuestras bocas se buscaron nuevamente en la oscuridad. Natalia separó las piernas suavemente y mi atrevimiento avanzó hasta que mis dedos chocaron con la tela finísima de su ropa interior. Los protagonistas luchaban por salvar sus vidas y yo luchaba por penetrar en el cuerpo y en el alma de mi amada. Mi mano se deslizó con seguridad dentro de su ropa interior y, mientras el “Titanic” se sumergía en el mar helado, mis dedos se hundían una y otra vez, en una conchita húmeda y ardiente que palpitaba deseosa. Natalia separó las piernas por completo y yo introduje mis dedos en aquel mar de delicias y de abundantes jugos calientes. La escandalosa situación no nos permitió presenciar el triste desenlace de la desesperada pareja que gritaban con el agua hasta el cuello. La situación se tornó insoportable y, tomados de la mano, abandonamos el teatro cuando los protagonistas estaban aplastados contra una reja y a punto de ahogarse. El viento refrescante golpeó en nuestros rostros encendidos, para comprobarnos que esa delicia no había sido un sueño. El sol de medio día se había escondido detrás de las nubes y los transeúntes marchaban ensimismados en sus pensamientos. Avanzamos casi corriendo y Natalia se aferró a mi brazo gimiendo extrañamente. Gemiditos de un profundo placer se escapaban de su garganta, mientras que apretaba con fuerza sus piernas como si se estuviera orinando. La miré asombrado. Su respiración agitada era muy extraña y sus ojos claros estaban perdidos en la endemoniada excitación que le producía, en la concha, la fricción del caminar.

 

- Tengo el clítoris completamente inflamado y sensible por la emoción y, cuando camino, con los labios de mi vagina completamente inundada, siento que mi cuerpo empieza a vibrar con la proximidad de un maravilloso orgasmo.

 

Yo no supe qué hacer. Nos quedamos parados en el andén, mientras la gente la miraba con admiración. Natalia no pudo aguantar más y con la respiración agitada, separó las piernas llorando de placer porque, sin poder evitarlo, se desgranó en un delicioso y violento orgasmo que la hizo gritar de emoción. Me abrazó y me besó con locura. Levantó su pierna derecha y, en la mitad de la calle, estrujó con violencia su monte de Venus contra los músculos de mi pierna derecha. Yo la abracé con fuerza y llevándola casi cargada, la apoyé contra una pared más azul que el mar que se tragó el “Titanic”. Ignoré el resto del mundo y con la pierna empecé a golpear suavemente la concha de mi amada, que se desgranaba en uno y otro y otro, orgasmos sucesivos. Aquello era genial. Mi mujer se estaba derritiendo, en la mitad de la calle, como se derrite un helado en medio del calor abrasador, cuando nadie se lo quiere chupar. La abracé con fuerza y ella gimió y gimió, hasta que casi pierde el sentido. Ya nunca había visto una cosa de esas y estaba estupefacto.

 

- ! Oh! - Exclamó, cuando pudo controlar la emoción que le hacía correr agua caliente por las piernas, como si se hubiera orinado -! Esto es maravilloso!... Yo no puedo esperar más para ser tuya.

 

Con mi pañuelo traté de secar el jugo delicioso que descendía por las bronceadas piernas de mi ángel, pero cuando toqué su concha inundada, supe que el mar que se tragó el “Titanic” era insignificante ante el vigor físico de mi dama. Detuve un taxi, porque los transeúntes ya nos miraban con curiosidad y sin medir mis palabras, le dije al buen hombre que nos llevara al hotel más cercano que conociera. El taxista le dio la vuelta a la manzana, se detuvo ante una hermosa casa de puertas coloniales y dijo:

 

- Son dos mil quinientos pesos.

 

- ¿Este es un hotel?... - pregunté incrédulo.

 

- Y de los más buenos y discretos - contestó el taxista, todavía con la mano extendida para recibir el dinero.

 

- ¿Y cómo hago para entrar?... - pregunté, sin saber cómo funcionaban aquellos antros que, desde lejos, se notaba que eran clandestinos.

 

- Timbra en la puerta y ya.

 

Le pagué al taxista y le ayudé a descender a Natalia, que todavía estaba como fuera de la realidad. Toqué el timbre y nos atendió un muchacho que me pareció conocido.

 

- Necesito un cuarto bien bonito y que tenga agua caliente, ¿cuánto cuesta?...

 

- Veinticinco mil pesos, adelantados.

 

Dijo el joven sin apartar los ojos de mi hermosa y pálida novia. Avanzamos por un estrecho pasillo que nos condujo hasta las puertas de dos o tres cuartos. Saqué la billetera y le dije que me vendiera dos maltas frías, cuatro paquetes de rosquillas, media botella de ron Medellín añejo y una gaseosa litro.

 

- Son cincuenta mil pesos por todo - dijo el muchacho, sin titubear. Le pagué con billetes nuevos y entramos a la cómoda habitación que nos señaló. Natalia se tiró de bruces en la cama y allí permaneció en silencio. Yo me quedé con la puerta entreabierta, esperando a que el joven hotelero regresara con el pedido y mientras lo esperaba recordé, con toda claridad, que aquel muchacho estudiaba en la universidad de Antioquia. Sí, aquel hombre que nos atendió, me lo había encontrado en la facultad de ingenierías muchas veces, por eso era que nos miraba con una extraña sonrisa, como si nos conociera. Definitivamente, el mundo era muy pequeño. Qué tal que nos estuviéramos escondiendo, de algo o de alguien. El hombre regresó con una amplia sonrisa, me entregó el licor, los comestibles y se marchó. Yo cerré la puerta con seguro, coloqué las cosas sobre una mesilla de noche y abracé a mi novia por la espalda. Empecé a besar su delicado cuello. Nos abrazamos y nos besamos con pasión, pero ella se sentía un poco incomoda, porque estaba muy mojada y me propuso que nos tomáramos una ducha. Nos fuimos derecho para el baño y el agua cristalina y tibia, golpeó nuestros rostros y relajó nuestros cuerpos. Mi Diosa encantada, era todavía más linda, cuando estaba desnuda y mojada. Caí de rodillas ante aquel monumento y mi lengua recorrió su piel desnuda y húmeda. Natalia separó las piernas completamente excitada y dejó que mis dilatados ojos, contemplaran la hermosa combinación del color dorado y rosa de su concha excitada. Introduje mi lengua en aquella gruta mágica y ella sujetó con fuerza mi cabeza, cuando empecé a lamer su clítoris excitado. Apreté el delicioso botón entre mis dientes y lo mordí con suavidad. Mi lengua viajó una y otra vez, recorriendo los húmedos y deliciosos labios que palpitaban deseosos de una penetración completa. Ella no lo pudo soportar más, me cogió de la mano y así, completamente mojados, nos fuimos para la cama. Se tiró de espaldas sobre el hermoso edredón aguamarina y abrió por completo las piernas para que yo disfrutara totalmente de su humanidad. Cogí mi potra hinchada y caliente, y acaricie con ella los labios mayores y menores, de aquella vulva deliciosa que palpitaba sin cesar. Me sujeté de sus hermosas caderas e introduje lentamente mi capullo, en aquella húmeda y deliciosa concha. Sentí el tibio calor del triunfo y rompiéndolo todo, penetré con violencia en el paraíso que me tenían reservado los Dioses. Natalia pegó un grito que hizo temblar todo el edificio y me abrazó con fuerza, al sentir que era completamente mía. Se agitaba como loca, sintiendo todo mi cuerpo acoplado al suyo y giró sobre mi humanidad para quedar montada a caballito sobre mi pesada humanidad. Se inclinó y llevó sus hermosos y excitados pezones hasta mi boca, que murmuraba profundas y ahogadas exclamaciones de satisfacción. Besé sus lindos senos y me los quise tragar completos, mientras que ella danzaba sobre mi lanza de fuego, que la penetraba hasta lo más profundo de sus entrañas. Agarré sus inmensas y deliciosas caderas y sentí cuando todo su cuerpo empezó a temblar sin control. Cerró los ojos con fuerza y se agitó como loca, gritando de placer en un nuevo y maravilloso orgasmo, mientras que yo golpeaba su concha con toda la fuerza de mis piernas. Se calmó un instante y empezó una danza Árabe, que mis huevos hinchados no pudieron resistir. Aquel cuerpo hermoso se agitaba rítmicamente, con una precisión felina sobre mi lanza excitada y, sin poder aguantar más, cerré los ojos y la llené con la leche espesa y caliente de mi semen, que le daría vida a Mariana en el futuro cercano. Mi cuerpo se agitaba sin control, como si un rayo me estuviera electrocutando y tuve que agarrar a mi Diosa insaciable, para que no acabara conmigo. La sujeté con los brazos y, girando el cuerpo, apoyé mi agotada humanidad sobre su hermosa figura y lloré de emoción hasta que se normalizó mi respiración.

 

! Gracias, amor! - exclamé completamente extasiado. Esto es lo más hermoso que me ha sucedido en la vida! Después de sentir esta felicidad, ya me puedo morir cuando Dios quiera!

 

Esa era el premio a todos mis esfuerzos y desvelos. Natalia ya era mía y ya sólo me faltaba comprar a “Profeta de Besilu”, el caballo de mis sueños, ahora que era inmensamente rico. Ese semental, era mi segunda pasión después de mi hermosa dama. Los dólares estaban listos para comprar el espectacular descendiente de “Resorte cuarto”.

 

En esos días, en que era completamente feliz, me di cuenta que a "Profeta de Besilu" no lo vendían" y entonces me comuniqué con “La casa de resorte de paso fino”, en los Estados Unidos de Norteamérica, y pude hablar con Jairo Vélez, el manejador de “Capuchino del ocho”. Me contó que la dueña del ejemplar era una señora llamada Zarela Olsen y que esa señora tampoco vendía el caballo, ni por todo el oro del mundo. Cualquier cosa hubiera pensado, menos que el dueño del maravilloso ejemplar fuera una mujer. La cosa se puso difícil y Jairo me ofreció los servicios de reproducción del animal, garantizándome cría viva por la módica suma de tres mil quinientos dólares, equivalentes a unos diez millones de pesos Colombianos. Bueno, “Capuchino del ocho” ya tenía muchos años y yo para qué quería un anciano. Me puse a investigar cuál era el mejor descendiente de “Profeta de Besilu” hasta que, una noche, me encontré con don Álvaro Atahualpa en la Ceja del tambo. El famoso montador estaba tomando licor con una hermosa rubia, que le llevaba como diez centímetros de estatura. Me acerqué con seguridad hasta la original pareja y le pregunté al buen montador.

 

- Don Álvaro, me hace el favor y me dice, ¿cuál es el mejor descendiente de “Profeta de Besilu” que haya en Colombia? - El hombre me miró con los ojos dilatados por el efecto del alcohol y me dijo:

 

El único potro que va a igualar la suavidad y el temperamento de ese noble animal, es “Platino de Besilu.”, nacido y criado en el criadero J.S. en Rionegro Antioquia y es, de pronto, hasta mejor que el papa, mejor que “Capuchino del ocho” y mejor que todos. Pero no hay en Colombia un hombre, que sea capaz de comprarlo. Ese potro vale los millones de pesos que usted se imagine y la única forma en que usted lo consigue, sería vendiéndole el alma al diablo - dijo el buen hombre, burlándose de mí, ante la joven y hermosa mujer. Yo sonreí un poco amargado, por el comentario del viejo. Llamé al mesero y le pedí el favor de que la trajera a don Álvaro, una picada de chicharrones y de carne de cerdo, para que la grasa le cortara un poco la terrible borrachera que tenía. Pagué la cuenta del famoso montador y me marché, sin haberle contado que yo ya le había vendido el alma a “Satanás” por “Un caballo y una mujer”

 

Como ya no era pobre, me compré un campero Toyota último modelo. Empecé a enterarme de cada una de las exposiciones equinas y de los diferentes ejemplares que estaban ganando en las pistas. Fue así, hablando con los montadores y palafreneros, que me di cuenta de que lo que había dicho Don Álvaro Atahualpa, era verdad y la tal doña Yaneth, propietaria del criadero J.S. que él me recomendó, tenía un potro hijo del famoso “Profeta de Besilu”, que era mejor que el papá, que el abuelo, que el tatarabuelo y que todos sus ancestros juntos. Pasó una semana veloz como el viento y, al próximo domingo, Jaime ya no me tuvo que prestar su humilde vehículo, porque recogí a Natalia en un hermoso campero rojo fiesta, que la hizo sentir muy orgullosa de mi. Nos fuimos para la ciudad de Rionegro en busca de mi segundo amor.

 

Ese mismo día, por la tarde, conocimos al recién nacido potrillo de nuestros sueños. Después de haber paseado por todo el oriente Antioqueño, con mi amada princesa de boca de fresa, nos dirigimos a la impresionante finca que quedaba a todo el frente del aeropuerto José María Córdoba a conocer al renombrado “Platino de Besilu” del que todos los montadores buenos, estaban hablando. Llegamos a la finca y todo estaba desolado. La oficina, que quedaba al frente del parqueadero, también estaba cerrada y solamente un humilde trabajador, que arrastraba una inmensa carreta llena de heno, vino en nuestro auxilio

 

- Buenas tardes, señor - saludé con amabilidad, al atento y simpático hombre -. Mi nombre es Julio Fierro y ella es mi novia. Vinimos a conocer a “Platino de Besilu” un potro moro platinado, hijo de “La Cibeles” y de “Profeta de Besilu”. Es un potro muy lindo que le voy a comprar a doña Yaneth.

 

- ! Sí, claro!... Bien pueda. Sigan por aquí, yo se los muestro - dijo el confiado hombre, que sólo media como un metro con cincuenta centímetros de estatura. Avanzamos unos veinte pasos y nos entramos por una galería de pesebreras que a, lado y lado, encerraban caballos muy bonitos. Llegamos al lado del potrillo más hermoso, que mis humanos ojos hayan podido ver. Relinchaba inquieto con nuestra presencia y se paseaba de un lado al otro, como para dejarnos apreciar la perfección de su cuerpo. Era un moro casi negro, igual de pulido a todos los buenos.

 

- Amigo, ¿cuál es su nombre? - le pregunté al señor, que había sido tan amable con nosotros, al sentir la necesidad de pedirle un pequeño favor.

 

- Pacho, aunque todo el mundo me dice “pachito” porque soy muy bajito - dijo el carismático establero, con una sonrisa a flor de labios.

 

- Pacho, me haces el favor y me sacas ese potro afuera, que es para mirar cómo se está moviendo.

 

- Con mucho gusto, señor.

 

Aquel amable hombre se fue y trajo un cabestro de otra pesebrera, entró y sacó la yegua con el potranco que salió brincando de la alegría al sentirse libre. Aquel animalito era un espectáculo. El sonido firme de sus rápidas pisadas, retumbó en el cemento del pasillo, que hizo eco con la finura del mejor potro del mundo. Aquel sentimiento que repicó en nuestros corazones, fue amor a primera vista. Natalia y yo, quedamos hechizados con la calidad del maravilloso ejemplar y, ante ella, juré que ese animal iba a ser el semental de nuestro criadero. En mi mente todo quedó muy claro, aquel potro tenía que ser mío.

 

- Pacho, ¿dónde está la dueña, para hablar con ella? - pregunté, dispuesto a investigar el precio de tan noble y hermoso animal, aunque tuviera que pagar todo el dinero del mundo por él.

 

- La señora está en los Estados Unidos de Norteamérica, desde hace ocho días, y yo no sé cuándo vendrá - contestó el buen hombre, mientras introducía y desataba la yegua con el potro en su pesebrera.

 

Natalia y yo nos quedamos mirándolo totalmente enamorados, pero al final decidimos marcharnos, para que Pacho pudiera seguir cuidando los numerosos caballos que le faltaban.

 

Saqué cuatro billetes de cincuenta mil y se los di de propina al buen hombre.

 

- Pacho, hágame un favor, no le cuente a la dueña, ni a nadie, que nosotros estuvimos viendo ese potro, porque si ella se da cuenta de que estuvimos mirando ese ejemplar, automáticamente le sube el precio. ¿Listo?...

 

- Sí, señor. Tranquilo.

 

Dijo el humilde establero, que debía de estar muy feliz con la propina. Nosotros nos marchamos enamorados y felices de haber contemplado esa maravilla de ejemplar.

 

Pasaron los días y pasaron los meses, unos detrás de los otros. Estábamos viviendo el mejor romance del mundo. Hacía varios meses que a la hermosa Natalia, no le gustaba salir a la calle, ni a trabajar siquiera. Sólo deseaba que yo le hiciera el amor en los lugares más exóticos y variados, demostrándome el gran valor que habitaba en su corazón. Permanecía todo el tiempo con hermosas minifaldas y con pequeños y coloridos bikinis, de los que se desprendía fácilmente. Nos gustaba hacer el amor en el campo, al aire libre, y en una tarde primaveral en la que caminábamos por las lomas del poblado en Medellín, mi hermosa dama me hizo la siguiente pregunta:

 

- ¿Qué harías o qué pensarías, si yo estuviera esperando un hijo tuyo?...

 

- Me pondría muy feliz - contesté inmediatamente, al adivinar que dentro de muy poco eso iba a suceder.

 

- ¿Y no te da miedo, la enorme responsabilidad?...

 

- Tú sabes, princesa con boca de fresa, que a mí no me da miedo de nada, además, cuando Dios manda un hijo, siempre manda el pan debajo del brazo.

 

- Bueno - dijo con alegría mi hermosa y fecunda mujer, tomando mi mano y presionándola con los dedos, por debajo de su ombligo. Yo sentí que mi pequeña hija palpitó en el bajo vientre, como si ya estuviera listo su pequeño corazón.

 

- ! Oh, qué linda y hermosa niña va a nacer, para que administre el criadero de caballos que muy pronto vamos a tener! - exclamé profundamente enamorado.

 

En aquellos días yo era el hombre más feliz, pero más confundido del mundo.

 

Nos fuimos a vivir a los Estados Unidos de Norteamérica, durante algún tiempo. Me hice amigo de los socios de Mario Galeano en Miami y empecé a dirigir toda la operación.

 

El negocio de los narcóticos crecía vertiginosamente, y en pocos meses los dólares llovían por millares, y yo me sentía atrapado en una trampa de ratas que no tenía salida. No pude ocultar mi profesión y mi mujer se sintió demasiado angustiada, cuando se dio cuenta de que yo estaba delinquiendo y empezó a presionarme para que me retirara de aquel mundo criminal. El estado de mi mujer, me hizo más sensible y llegué a la conclusión de que no podía marchar en contra vía, de la vida. No era justo que yo estuviera envenenando con drogas a los niños de Norteamérica, mientras que Dios me daba la oportunidad de soñar con tener una hija. Sí, una hija era el mejor regalo de la vida y, entonces, aconsejado por mi mujer, decidí entregarme a las autoridades en un programa de protección de testigos, entrega de bienes adquiridos dentro del negocio de los narcóticos y delación de todos mis cómplices en el negocio. Me entregué, delaté a todos esos criminales y, en recompensa, recibí el perdón y el cambio de identidad. Me fui a vivir definitivamente a Colombia, hasta que me agarró la mano criminal de la venganza y me castraron la mente y el cuerpo.

 

Terminó de decir el caballista ciego, visiblemente dolido con aquellas palabras.

 

Se quedó unos segundos sumido en sus pensamientos y en su dolor. Yo permanecí a su lado, en completo silencio, hasta que se le normalizó la respiración.

 

- Ese potrillo platinado que conocí esa vez, es el que vas a tratar de comprar para mí, y lo tienes que ir a buscar ahora mismo, porque según supe después, doña Yaneth, la antigua propietaria de ese rayo de plata, se lo vendió a un ganadero de Urabá que es un hábil inversionista que lo piensa poner en Puerto rico. El hombre se llama Rodrigo Jiménez pinillos y tiene una finca que se llama “La recoleta”, en las afueras del pueblo de La Ceja y tú debes saber dónde queda, ¿o no?... Pero no perdamos más tiempo, alista todas tus cosas y prepárate para el viaje antes de que lo vendan otra vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO DIECISIETE

 

 

 

El tiempo se había ido volando y, mucho después de las dos de la tarde, Fierro me entregó mil dólares en billetes de bajas denominaciones, para que financiara los gastos de la repentina misión que me había encomendado. Sólo había un objetivo y era el de comprar a “Platino de Besilu” el mejor descendiente de “Profeta de Besilu”, antes de que se nos adelantaran otra vez.

 

Me tragué las papas enteras de un suculento sancocho de gallina que no pude disfrutar. Me fui corriendo por los tortuosos senderos del monte y cuando llegué a la carretera principal, bañado en sudor, tomé el único autobús que pasaba todos los días, a las cuatro de la tarde, con rumbo hacia “La Ceja del Tambo” El vehículo estaba casi vacío y yo, mientras descansaba, me entretuve tratando de observar mi finca, que estaba clavada en la inmensa cordillera, que lentamente íbamos dejando atrás. El paisaje era hermoso y lleno del colorido que le ponen los hombres buenos de Antioquia, con su trabajo diario. Los cultivos de tomate de árbol inundaban el ambiente con el delicioso olor de sus flores blancas, mientras que a lado y lado de la carretera, esperaban los bultos con el producto, para ser embarcados hacia la gran ciudad. Los granadillos tapizaban las colinas con su extraña telaraña, que se suspendía en el aire, para ofrecernos la dulzura de sus frutos deliciosos. Aquel viaje era una sinfonía de paisajes hermosos y de rostros amables y bonachones, que miraban el autobús con curiosidad, mientras que ordeñaban las adormiladas vacas. Pensé en el pobre Julio que se aferraba a la vida y a su último sueño, con esas cuencas vacías que a toda hora parecían que fueran a llenar de sangre a pesar de su rostro perfecto y saludable. "! No me explico cómo es posible que le hayan podido arrancar los ojos de un solo golpe!" Pensé completamente angustiado. Traté de imaginarlo con ellos puestos y me confundí al no saber de qué color serían. "Puede que los haya tenido verdes, o negros o de un color café brillante y hermoso. Es apenas, ahora, que estoy comprendiendo el porqué se ha escondido en el rancho como una rata. Si su mutilación me está afectando a mí, que soy un hombre de verdad, que tengo el corazón de piedra y que no tengo nada que ver con él, ¿cómo afectaría a su joven y modelada esposa y a su pequeña hija?... Sí, ha sido una buena decisión la que ha tomado, ¿para qué se va a convertir en el asco, la vergüenza, la amargura y la pena de esa hermosa y orgullosa mujer, que se moriría del susto apenas observara esas cuencas vacías y al mismo tiempo llenas de sangre, como dos carbones encendidos en la placidez de un rostro hermoso?... Sin contar con el vacío de los dos huevos de abajo, que ya no están." Cerré los ojos y traté de alejar esos estúpidos pensamientos. Me acomodé en la silla y traté de conciliar el sueño.

 

Pasó el tiempo y pensé en “el caballista ciego”, una y otra vez, durante el agotador viaje. Mi cuerpo se llenó de fiebre y de rabia en los últimos kilómetros. Me bajé del autobús y empecé vomitar en medio de las calles del pueblo, asqueado de las miserias de los hombres que se destrozan por unos pocos pesos. Sentí la necesidad de tomar un trago fuerte, me refugié en la obscuridad de un bar y bebí y bebí aguardiente, hasta que no supe más de mí.

 

Al otro día me levanté completamente enfermo, por la resaca que me produjo el licor que ingerí. Ni siquiera me di cuenta de cómo llegué hasta la casa de mi madre. Busqué en los bolsillos de mi pantalón y, para mi sorpresa, los dólares que me había dado Julio Fierro estaban completos, así que no supe quién pagó la cuenta por todo el licor que consumí. Me dolía la cabeza y sentí las ansias en un estómago afectado por la gastritis que me producía el licor. Me sentía mal, pero era la hora de continuar tratando de hacer realidad el último sueño de Julio Fierro, antes de que otro se me adelantara y comprara aquel bendito potro platinado.

 

Sinceramente, yo no sabía dónde era la tal “Recoleta” donde pastaba el potro. Yo le dije a Julio que sí sabía, pero es que yo soy un escritor y no un caballista. Yo me imaginaba, más o menos, por dónde tenía la finca Guillermo Usuga, un montador de los Galeanos que ha sido comisionista y negociante toda la vida. Tomé una bicicleta y me fui en busca del popular sujeto, y digo popular porque en el municipio de La Ceja, todo el mundo lo conocía. Me fui preguntando hasta que llegué a un hermoso criadero de caballos llamado “Los potrillos”, sociedad del mulato que buscaba y al que siempre me imaginé pobre. Observé la infraestructura del lugar y concluí que ese negocio de los caballos debía de ser muy rentable.

 

- Buenos días, Don Guillermo, estoy buscando un potro de paso fino Colombiano, que sea bien bueno y que me lo vendan bien barato - le dije directamente al carismático negro, que revolvía una pila de aserrín.

 

El hombre se quedó mirándome, mientras yo colocaba la bicicleta contra la cerca de madera y me acercaba a su lado.

 

- Potros buenos no tengo aquí, pero tengo una yegua preñada, muy fina y muy barata! Diego! - Gritó llamando a un trabajador, sin dejarme decir ni una palabra - Ensille la yegua colorada, que se la voy a mostrar a este señor.

 

El muchacho se fue y ensilló una yegua fea, pequeña y muy mal hecha. Aquel animal tenía un defecto físico muy visible, tenía las cuartillas de las patas demasiado largas y bajaba el anca como si avanzara arrastrándose.

 

- Esta hembra, de cinco años, está preñada de “Escándalo de J.S.” y sólo le cuesta cinco millones de pesos - me dijo el personaje, con la espontánea amabilidad de un gran negociante

 

- No, señor, esa yegua se arrastra muy feo y a mí no me gusta. Yo quiero un potro que sea bien bueno.

 

- Yo los tengo muy buenos. Allá, en “La Recoleta”, tengo ocho potros de paso fino Colombiano, para que escoja el que más le guste. Deje esa bicicleta ahí, que eso no le pasa nada y venga conmigo en la camioneta, para que los miremos de una vez - dijo el famoso montador, sorprendiéndome con su amabilidad.

 

Nos subimos en la pick up. Salimos por el estrecho camino de la finca y yo me fui pensando en las extrañas formas en que se comporta la gente en Colombia. El mundo de los caballos criollos de silla, es un mundo exclusivo y costoso, y, aquel hábil negociante, conducía tranquilamente a mi lado, sin saber quién era yo, ni de cuánto dinero disponía. Claro que no es de extrañar, porque con ese maravilloso fenómeno del narcotráfico, cualquier bobo puede tener dos o tres canecas llenas de dólares enterradas en el jardín de su casa. Es como el pobre Julio Fierro, que debe tener un bulto lleno de dólares, para que José Antonio haga mercado cada ocho días y para comprar el potro de plata, del que está enamorado. Seguramente, aquel hombre había visto en mis ojos, la seguridad que me transmitían los billetes verdes que me había dado Julio. Pasaron unos cinco minutos de estar en el auto, antes de llegar a una hermosa mansión. Avanzamos por un parqueadero empedrado y, al fondo, sentado en una silla de mimbre, estaba un elegante viejo de pelo blanco. Rodeado por tres o cuatro guarda espaldas, armados hasta los dientes.

 

- ! Buenos días, doctor - saludó el comisionista, descendiendo rápidamente del auto. Yo di la vuelta para reunirme con los dos hombres y cuando llegué a su lado, el montador hizo la presentación respectiva - Mire, doctor, le presento a un amigo, que desea comprar un potro de paso fino Colombiano.

 

- ! Mucho gusto! - dije estrechando la mano que me ofrecía el elegante caballista - Mi nombre es Jorge León y me han encomendado la misión de comprar un potro bueno.

 

- ! Bienvenido, joven! Yo soy Rodrigo Jiménez Pinillos y en esta finca estamos para servirle - Argumentó el honorable anciano, que se sentó nuevamente sobre la silla de mimbre, invitándome con un gesto de su mano derecha, a que me sentara en una de las sillas libres que habían a su lado. Después le dijo a un hombre alto y fornido, de rostro amable -. Pelusa, hágame el favor y me ensilla esos potros finos, que están en proceso de adiestramiento y me los hace pasar por aquí, por la pista de resonancia, para que este joven los pueda apreciar. También me hace el favor y le dice a la secretaria, que traiga los registros de cada uno, para que él los mire detenidamente.

 

Había otros dos muchachos en la entrada de las pesebreras que, seguramente, eran parte del proceso, porque se marcharon en silencio detrás del gigante.

 

- ¿Y cómo qué es lo que estás buscando, muchacho?... - Me preguntó el carismático hombre, que reflejaba paz y tranquilidad, en la amabilidad de su rostro y en el tono pausado de su voz.

 

- Queremos comprar un potro de paso fino colombiano, para tenerlo ahí, como de mascota -. Argumenté, completamente nervioso, al darme cuenta de lo poco que dominaba el tema. "¿Para qué deseaba Julio Fierro ese potro?..." Pensé en el breve lapso de tiempo, en el que el doctor Jiménez se distrajo para recibirle los registros a una humilde y fea secretaria, a la que yo conocía desde mucho antes, en las calles de mi barrio en “La Ceja del tambo”. La sencilla mujer se acercó hasta nosotros y me saludó con una amable sonrisa. Le entregó el paquete de registros al doctor y se marchó, después de terminar con esa rutina que, seguramente, había repetido muchas veces. Nos quedamos en silencio, como unos cuatro o cinco minutos, que se estaban haciendo interminables, hasta que apareció Pelusa y los otros dos montadores, invadiendo con las sonoras pisadas de tres hermosos potros. Dos eran de color moro y el tercero, era un hermoso animal de color negro brillante. El doctor Jiménez me dijo el nombre de cada ejemplar y los padres que figuraban en el registro, mientras señalaba al animal al que le correspondían. Yo estaba confundido tratando de saber cuál era el mejor. El potro negro era muy bonito, pero cruzaba las manos de una forma muy extraña, como si tuviera una deformación física. El doctor Jiménez anunció que era un hijo de “Imperio” y que los otros dos moros eran hijos del 222, un caballo también moro, que pastaba y servía en EE.UU. Uno de los potros moros tenía una mano visiblemente desviada y el otro no me acababa de gustar. En aquel momento yo estaba completamente confundido y recordando el objetivo de mí visita.

 

- ¿Qué tal?... - Me preguntó el doctor Jiménez muy sonriente, cuando los tres ejemplares terminaron el recorrido de rigor e ingresaron nuevamente a las pesebreras.

 

- Yo los quiero ver a todos primero - dije pensando en el tal “Platino de Besilu” que me había mandado a comprar Julio Fierro.

 

- ! Claro, muchacho! - exclamó el viejo tranquilamente, como acostumbrado a la rutina de mostrar y vender caballos.

 

- ¿Qué le provoca tomar, don Jorge? - Me preguntó el venerable anciano, tratando de sacarme de mi mutismo - ¿Un café, una gaseosa o un trago?...

 

- Nada, don Rodrigo, muchas gracias. Tengo una resaca que me está matando y no me provoca nada.

 

El ambiente se llenó con el sonido de otros tres ejemplares sobre la pista. El grupo lo encabezaba un trotón colorado, con una inmensa pinta blanca en la frente, que le llegaba hasta el labio inferior. Los otros dos eran unos “zainos” más bien regulares. Hasta el momento, el mejor ejemplar que había visto, era uno de los dos moros hijos del “222". El doctor Jiménez leyó los registros y yo ni siquiera escuché el nombre de los padres de aquellos sencillos animales. Los potros fueron y vinieron por la pista y yo, mientras tanto, miraba hacia las pesebreras bregando a observar el potro platinado que Julio Fierro me había encargado. Los tres potros malos abandonaron la pista y el viejo me preguntó:

 

- ¿Cómo le parecieron?...

 

- Ese trotón, careto, es muy regular - dije un poco molesto, de que me mostraran caballos de otro paso distinto al que yo estaba buscando.

 

- Para que usted vea. Ese potro colorado, el de la pinta blanca en la frente, es el mejor de ese lote pasado. Es hijo de una de las mejores yeguas que yo tengo, y sólo es cuestión de darle tiempo para que sea todo un campeón. Pero no vaya a pensar, jovencito, que estos potros que le estamos mostrando ya están hechos y derechos - dijo el viejo un poco molesto por mi actitud indiferente y por mi comentario sobre el jamelgo de cara blanca -. Tenga en cuenta de que son potros en proceso de adiestramiento y con muy pocas semanas de trabajo. Pero tranquilo que ya viene uno más bueno y con un poco más de trabajo.

 

- Bueno, señor - dije con una sonrisa de oreja a oreja, para tratar de suavizar el mal entendido. De pronto...! Ahí, estaba!.. El ambiente se llenó con la luz de un rayo de plata y con el sonido de un cascabel mágico. “Platino de Besilu” avanzaba lentamente, mientras que sus manos y sus patas, perfectas, golpeaban la pista con una velocidad y una armonía increíbles. Parecía suspendido en el aíre, llevando suavemente a un jinete al que no se le movían ni los hombros. En aquel ejemplar sí se podía tomar un tinto de café Colombiano, sin que se le regara ni una sola gota. “Platino de Besilu” era la perfección absoluta, marchando sobre una pista con increíble sonoridad. "Este potro es la fotocopia de “Profeta de Besilu”, pero en una versión mejorada." Pensé lleno de alegría. El doctor Jiménez iba a empezar a leer el reporte de monta, porque el potro aún no había sido registrado, pero yo, sin poder ocultar el interés por el ejemplar, alargué mi mano para que me lo entregara y empecé a leer: Asociación de criadores de caballos criollos de silla “ASDESILLA” reporte de monta número 243761

 

Datos del reproductor:

 

Nombre: “Profeta de Besilu”, Registro número: 178.597. Color: Moro platinado, Andar: fino, Propietario: Benjamín León, Criadero: Besilu. Municipio: Medellín. Departamento: Antioquia

 

Datos de la yegua:

 

Nombre: Cibeles. Registro: 144.300 Color: Moro platinado. Andar: fino. Propietario: Criadero J.S. Municipio: Rio negro. Departamento: Antioquia.

 

Servicio de inseminación  el 21 de septiembre del 2001.

 

Posible fecha de parto el 21 de septiembre del 2002.

 

Yo estaba tan completamente hechizado por aquel animal, que no pude pensar en una buena estrategia para conseguirlo bien barato. El viejo zorro del doctor Jiménez, adivinó la honda impresión que había ocasionado ese potro en mi corazón y empezó a decir:

 

- Definitivamente, ese potro va a ser una revelación - tiene mucho timbre y fenotípicamente es casi perfecto. Es el mejor y lo voy a vender porque las deudas me tienen hasta el cuello, o si no lo dejaba para mí.

 

- Está bonito - dije tratando de minimizar el error, al haber demostrado tanto interés. Respiré profundamente y, por primera vez, pude ver el ágil caballo que se movía detrás de “Platino de Besilu”. Detrás o adelante, porque mientras el platinado de los sueños de Julio Fierro, avanzaba reunido, como danzándole a los Dioses, el otro caballo castaño patas blancas, volaba sobre la pista con un fino muy largo y muy veloz. Recorría la pista tres o cuatro veces, mientras que “Platino” se desgranaba como una melodía hechizante. No fui capaz de controlar mis emociones, en el fondo del alma quería ignorar el maravilloso potro que marchaba lentamente, ante mis ojos, repicando en la pista con una sonoridad increíble, para que el doctor Jiménez me lo vendiera más barato, pero aquel poema viviente se metía en mi sangre y en cada una de mis células, para hacerme vibrar con el ritmo endemoniado de sus patas. Era increíble que aquel animalito pudiera marchar con esa velocidad, con ese vigor y con esa elegancia. No pude aguantar más, brinqué de mi silla como un resorte y con la boca reseca por la emoción, le pregunté al doctor Jiménez que si lo podía montar. El buen hombre respondió afirmativamente y Juan alias “Carraspa”, el montador que lo estaba mostrando y que era amigo mío desde la infancia, se acercó hasta mí y me lo entregó diciendo:

 

- Ahí, sí hay calidad, Don Jorge.

 

Todos estábamos emocionados. Pelusa me ayudó a montar y se escuchó la primera sinfonía que creaba en mi vida. El potro giró, lentamente, sin dejar de repicar. Estar montado sobre ese potro, era como estar suspendido en el aire, con un motor de increíble poder entre las piernas. Se sentía más un marica en tenis.

 

! Qué belleza!... Dios bendiga el paso fino Colombiano y a los hombres que tuvieron la sabiduría de seleccionarlo, pulirlo y protegerlo. Fui y vine en el espectacular animal. No lo podía creer. Me bajé y lo observé, tratando de buscar un defecto que lo devaluara. Aquel potro era muy hermoso y casi perfecto, pero. ! Bingo!... Encontré el defecto para sacarlo bien barato. Las manos de “Platino de Besilu” eran largas, delgadas y bien hechas, pero los cascos eran como un poquito alargados y planchos, muy diferentes a los de las patas, que eran muy empinados y perfectos.

 

Mire, doctor, la diferencia que existe entre los cascos de las manos, que son como planchas y los cascos de las patas que son empinados y perfectos.

 

- ! Claro! Joven, así tienen que ser, para que sea un buen fino. Esa es la principal característica que transmite “Profeta de Besilu”. Juan, tráigame de la oficina, una fotografía que tengo de “Profeta de Besilu”, reproductor del milenio en los Estados Unidos, para que don Jorge observe que los cascos de “Platino” y de “Profeta” son exactamente iguales, y sepa una cosa, señor, que si a “Profeta” le funcionaron esas manos aplanadas, como usted dice, entonces a “Platino de Besilu” también le van a funcionar.

 

Juan “Carraspa” trajo la fotografía. “Platino” era la copia plateada de “Profeta de Besilu”. No había nada más de qué hablar. Fenotípicamente eran iguales.

 

- ¿Cuánto vale este potro, doctor?...

 

El doctor Rodrigo Jiménez se quedó pensando y en ese preciso momento apareció, Guillermo Usuga, que yo no sé dónde se había metido y era un experto negociando caballos y dijo:

 

- Ése potro vale dos millones y medio de los grandes.

 

Yo permanecí en silencio. En ese precio, ese potro era muy caro, y como buen Antioqueño, decidí conseguir una rebaja bien jugosa.

 

- Si quieren, les doy 800.000 mil por él, para traer el dinero en efectivo pasado mañana, después de que hable con el jefe.

 

- ¿Y quién es el jefe suyo, don Jorge?... - se atrevió a preguntar el negro comisionista, averiguando chismes que no le importaban.

 

- El jefe mío, es un pobre hombre que está inválido y que tiene unos cuantos centavos para comprarse ese caballito y soltarlo en un potrero con siete potrancas. Aunque nunca podrá tener la satisfacción de observar los tonos plateados, que le pone el sol en el anca, porque el pobre hombre es ciego.

 

- ! Ciego!- Exclamaron todos muy sorprendidos.

 

- Ustedes saben que 800.000 es mucho dinero y que el pobre ciego se tuvo que matar mucho, sembrando matas, para conseguirlo. Así que ustedes deciden...

 

- Vea, hombre, con esos ochocientos mil no pagan ni el agua que se ha tomado ese potro, pero usted me calló bien y le pienso hacer ese regalo... “Usuga” vaya a la oficina y traiga una botella de whisky y unos vasos con hielo, que este negocio está hecho y hay que celebrarlo con un trago, así sea un negocio muy humilde - anunció el doctor Jiménez.

 

Todos los muchachos gritaron con emoción y palmotearon mi espalda, cuando el doctor Jiménez me ofreció su mano firme, para cerrar el trato. Con un apretón de manos concluimos un negocio del que yo no alcancé a comprender la magnitud, hasta mucho tiempo después. Nos tomamos un whisky con hielo y me sentí como si estuviera celebrando un negocio con la mafia. Por la forma de ser de aquellos hombres, por la confianza absoluta que les inspiraba la palabra de un sujeto desconocido y sencillo como yo, y por todas las atenciones que me brindaban, aquellos hombres me parecieron demasiado raros.

 

El doctor Jiménez se despidió inmediatamente y se retiró a descansar. Guillermo Usuga me llevó por todas las pesebreras y me fue mostrando, uno a uno, todos los descendientes de “Marinero”, un caballo de paso fino Colombiano, que era el reproductor de la finca en ese momento. Después nos subimos a la pick up y nos fuimos en busca de mi destartalada bicicleta.

 

Esa tarde llegué radiante de felicidad a mi casa. Le conté a Ferley, mi hermano preferido, que había comprado, para Julio Fierro, el mejor potro del mundo por sólo 800.000 dólares, y el hombre casi se cae al suelo apenas escuchó la cifra.

 

- No puede ser - dijo mi cerebral hermano, que no sabía nada de caballos y que no comprendía su real valor -. Tienes que estar equivocado, porque esa suma equivale a más de dos mil millones de pesos y ese no puede ser el precio de un insignificante potro. ¿Estás seguro de que, el viejo ése, te dijo que valía ochocientos mil dólares?...

 

Yo me quedé en silencio porque, realmente, en toda la transacción no se mencionó la palabra dólares. El doctor Jiménez dijo que 800.000 de los grandes y supuse que eran dólares, porque yo, en mi vida, he visto vender muchos caballos más malos que esa revelación de potro, en muchos millones de pesos.

 

- Yo no sé, hermano - dije dudando por primera vez, de la descomunal cifra que el caballista ciego tendría que pagar -. Pero bueno - continué diciendo -, la cosa es muy sencilla, mañana aprovechamos para llevar los diez primeros terneros para mi finca y le decimos al encantador Julio Fierro, que el potro de sus sueños vale 800.000 dólares. Si el hombre nos los entrega, le damos ochocientos mil pesos al doctor Jiménez y nos quedamos con el resto. ¿Cómo te parece el negocio que vamos a hacer, querido hermano?...

 

Los dos soltamos una sonora carcajada y brincando de la felicidad, nos pusimos a hacer los preparativos para contratar el camión, que nos llevara los toretes hasta la entrada de la finca. Yo estuve, toda la tarde, completamente emocionado. No podía olvidar ese caballo de plata, que me miró con sus ojos inteligentes, escondidos detrás de su abundante crin. “Platino de Besilu” era de esos caballos que se transformaban y se engrandecían cuando los estaban montando, como “Don Danilo”, como “Resorte Cuarto”, como “terremoto de Manizales”, como “Capuchino del ocho”, como “cortesano” y como muchos otros que han hecho grande la caballada del país. Yo sabía que Julio Fierro sí tenía los 800.000 dólares y mucho más, porque los narcotraficantes Colombianos, en las épocas de los ochenta y de los noventa, trajeron millones y millones de dólares, que todavía están enterrados en canecas de plástico en la mitad de cualquier monte. Lo que no sabía, era qué tan sagaz podía llegar a ser el doctor Jiménez comprando y vendiendo caballos. Porque, sinceramente, cuando negociamos al espectacular “Platino de Besilu”, lo noté distante y relajado, como si estuviera vendiendo uno más de los doscientos caballos que tiene en sus pesebreras, o como si me lo quisiera regalar. Para mí, ese moro plateado era una joya preciosa como lo fueron “Don Danilo”, “Resorte Cuarto” y “Capuchino del Ocho” en su época, y había que ver el misterio y los celos con los que guardaban, los Ochoa, a esos caballos. Ejemplares a los que uno ni siquiera se les podía arrimar. Preguntarle al gran patriarca Don Fabio Ochoa Restrepo, que cuánto valía “Resorte Cuarto”, era un atrevimiento que nadie se atrevía a cometer. Ni siquiera se puede preguntar qué cuánto vale “Capuchino del Ocho”, porque Zarela Olsen, la dueña, dice a boca llena que ese caballo no tiene precio, y a “Platino de Besilu” que es el sucesor y la versión mejora de todos ellos, mi hermano quería que nos lo vendieran por ochocientos mil pesos, que es menos de lo que vale una mula vieja. "Ese sí que será bien bruto y qué idiota soy yo, al seguirle la corriente de los precios bajos a un hombre que no sabe nada de caballos." pensé todavía confundido. Mañana, a las cinco de la madrugada, tengo que estar dispuesto a cumplir una larga jornada. " Aún no he podido conciliar el sueño, estoy escribiendo estas líneas y pensando en “Platino de Besilu” !Tengo que dormirme ya!.. ! Voy a contar ovejas!... !No! !Mejor voy a contar caballos moros plateados que brillen con el sol, con ese tono hermoso que sólo saben dar las estrellas!... !No!  ! Mejor voy a contar todos los dólares que me voy a ganar con el caballista ciego, porque ese hermoso potro ya nunca me dejará dormir en paz." Pensé emocionado.

 

Al otro día embarcamos los toretes a las seis y veinte minuto de la mañana. Dándole gracias a Dios, de que el conductor del camión, trajo a un hijo de unos dieciséis años, que nos colaboró inmensamente. Mi hermano viajó en la cabina con el conductor y el muchacho. Yo me tuve que ir atrás, vigilando que ninguna res se cayera al piso. En la primera subida, todas las reses se vinieron encima de mí y casi me destripan. Sentí el dolor de tener más de doscientos kilos sobre mi dedo meñique, cuando una de esas reses monstruosas se me paró en el pie. También llevaba los ojos llenos con el aserrín que volaba del piso, arrastrado por el viento. Amarré un lazo de lado a lado del camión, para hacer un pequeño refugio que me protegiera del ganado en los próximos cuarenta y cinco kilómetros de viaje. Pensé muchas cosas del potro que había negociado y el tiempo se me fue haciendo demasiado largo ante el deseo, intenso, de contarle al caballista ciego las buenas noticias.

 

Fue un viaje muy duro, pero llegamos sin ningún percance mayor. El río “Buey” apareció ante mis ojos con su encantador color verde aguamarina y con su música relajante, mientras que el sol brillaba con todo su esplendor en el despejado cielo azul, que no tenía ni una sola nube. Bajamos las reses contra un barranco y, el conductor y su hijo, nos ayudaron a encaminarlas por el pequeño sendero que nos conduciría a la hacienda. Faltaban quince minutos para las nueve de la mañana y mi hermano tenía, apenas, el tiempo justo para ayudarme a llevar el ganado, conocer la finca que yo había comprado con mis escasos ahorros, almorzar y regresar a tomar el único autobús que sólo pasaba a las cuatro de la tarde, porque él no podía ni deseaba quedarse durmiendo en mis tierras. Levantamos los morrales sobre nuestras espaldas, en los que llevábamos unos cuarenta kilos de víveres, herramientas y utensilios que yo iba a necesitar en la finca.

 

Empezamos a caminar por la imponente cordillera central, en busca de mi propiedad, que parecía estar en el último pedazo de arriba, mejor dicho, en el cielo. Los toretes caminaban, pacientemente, adelante de nosotros por la escarpada subida. Avanzamos unos quinientos metros antes de que nos diéramos cuenta del enorme peso que llevábamos sobre nuestras espaldas y del ardiente sol que estaba brillando en aquella calurosa mañana. Respiramos con fuerza y nuestras piernas ya estaban cansadas, cuando se presentó el primer inconveniente. La única hembra que llevábamos en la manada de reses, una novilla cebú de color amarillo, se tiró al suelo negándose a caminar más.

 

- Está llena de rabia y, cuando eso sucede, no caminan ni por el diablo. Se resisten a pararse y las puede uno moler a los golpes y no se levantan hasta que no les dé la gana -. Le expliqué a mi hermano, que era inexperto en el tema.

 

Para colmo de males, el ternero más pequeño también iba cansado y yo, prácticamente, lo traía empujado desde hacía rato. Los toretes más grandes siguieron avanzando por el sendero dejándonos rezagados.

 

- Dejemos estos dos aquí, que yo, ahora, más tarde, bajo con José Antonio por ellos -. Dije, buscándole una solución rápida al asunto, antes de que se dispersaran los otros terneros que iban más adelante. Continuamos avanzando por el escarpado camino, con nuestros rostros empapados por el sudor y con nuestras piernas temblando por el esfuerzo en la difícil escalada. Mi hermano caminaba sin protestar, aunque yo notaba que iba demasiado cansado con el pesado morral.

 

- Si tú quieres, podemos dejar los morrales escondidos en el monte, hasta ahora o hasta mañana, que yo pueda llevarlos en una de las bestias de Julio Fierro. Al fin y al cabo, ahí sólo llevo los clavos, las grapas, una ropa y otras cosas que no voy a necesitar inmediatamente -. Le dije a mi hermano, para librarlo de la pesada tortura.

 

- Bueno, guardémoslo si tú quieres, porque está muy pesado y a mí ya me están saliendo heridas en los pies, con estas botas que calientan demasiado y que me quedan un poco grandes.

 

! Cómo!... Eso era lo último que me faltaba. Teníamos diez reses a mitad de camino y mi hermano ya tenía excoriaciones en los pies. La cosa iba a estar más difícil de lo que imaginé y, entonces, decidí que desayunáramos inmediatamente, con la esperanza de que él descansara.

 

Así fue, nos comimos unos sándwiches y bebimos con satisfacción los refrescos que trajimos.

 

El sol de medio día ya se levantaba imponente y nosotros no habíamos recorrido ni la mitad del camino. Mi hermano se armó con un palo grueso y golpeaba con fuerza a los acalorados terneros que caminaban despacio. Las colinas se sucedían una detrás de la otra, porque teníamos que subir desde el punto más bajo que es el río, hasta el punto más alto que son las cumbres donde queda nuestra hacienda. Una a una, se fueron desarrollando las peladuras en los pies de mi hermano, que caminaba haciendo gran esfuerzo como tratando de superar el dolor. Los terneros también estaban cansados y aprovechaban las debilidades de mi acompañante, para meter sus cuerpos en la sombra refrescante que proyectaban los árboles que crecen con abundancia a lado y lado del camino. Debíamos de hacer un esfuerzo muy grande, para llevar el ganado siquiera hasta los potreros de Julio Fierro. Todavía nos quedaba mucho camino y mi hermano estaba completamente deshidratado. Seguimos caminando a pesar de las dificultades y, con gran sacrificio, llegamos hasta un cristalino riachuelo que bajaba cantando alegre desde la montaña. Aquella pequeña corriente de agua marcaba el lindero de la finca del caballista ciego, con la del doctor Álvaro Villegas Moreno. Al otro lado de la refrescante corriente que mi hermano se quería beber él solo, estábamos salvados, pasara lo que pasara; porque en ese mismo punto empezaban los inmensos potreros de Julio Fierro, mi nuevo amigo. Yo obligué a los animales a que continuaran avanzando unos cuarenta metros que todavía nos separaban de ese primer potrero, pastizales en los que se dispersaron alegremente. La faena se había quedado empezada, pero era mejor pagarle unos cuantos pesos a José Antonio, que era un experto arreando ganado, que continuar alargando el dolor de mi pobre hermano que ya no era capaz de seguir.

 

- ¿Entonces qué, Ferley?... No va a ser capaz de ir a conocer a Julio Fierro - pregunté con tristeza, al comprender que mi hermano no iba a ser capaz de conocer ni mi finca, ni la del caballista ciego que nos iba a sacar de pobres. Nos quedamos descansando debajo de los arbustos, completamente exhaustos, mientras que el sol brillaba imponente en toda la mitad del cielo, como queriendo tostar todo lo que estuviera debajo de él. Miré el reloj y ya eran las doce y quince minutos de la tarde. El tiempo había volado y la misión seguía siendo difícil, aunque fuera de para arriba, o de para abajo.

 

- Si tú quieres, me esperas aquí, mientras yo subo hasta donde Julio por un caballo, para que continúes el viaje montado -. Propuse buscándole una solución al asunto. Pero mi hermano estaba demasiado estropeado y lo único que deseaba era regresar a su casa.

 

- El autobús pasa a las cuatro de la tarde y ya es más de medio día - dijo -, yo creo que apenas tengo el tiempo necesario para bajar despacio, así me toque bajar sentado. Cuando estemos al borde del río, nos comemos el almuerzo que hemos traído y esperamos a que aparezca el autobús.

 

Así se hizo. Abandonamos el ganado. Yo escondí el morral con los víveres, saqué las dos gaseosas, las dos cocas con el almuerzo y bajamos, lentamente, atormentados por un sol tan radiante que hasta se vinagró el almuerzo. El arroz y las papas se estropearon por el calor. Nos comimos la carne y un pedazo de pan. Bebimos un par de gaseosas enlatadas que también estaban casi calientes con el inclemente sol. Nos quedamos hablando de negocios largo rato, y decidimos que debíamos comprar tres o cuatro potrancas de paso fino colombiano, para cogerle hijos a esa espectacular belleza de caballo llamado “Platino de Besilu”. Mi hermano, ingenuamente, todavía pensaba que le íbamos a cobrar ochocientos mil dólares a Julio Fierro y que le íbamos a pagar con ochocientos mil pesos al doctor Jiménez Pinillos. Era sólo una pequeña diferencia entre dólares y pesos, que casi no se notaba, pero yo sabía que, de todas formas, una pequeña parte de esos pesos o dólares, iban terminar en nuestros bolsillos.

 

Nos quedamos tirados en el piso como marmotas, por largo rato, hasta que por fin el autobús pasó y se llevó a mi adolorido hermano. Yo empecé a caminar en busca de mi querido amigo, que necesitaba saber, urgentemente, que yo ya había negociado el caballo de sus sueños.

 

La novilla amarilla y el ternero pequeño, no se habían movido del lugar en que los dejamos. Cogí una rama de un árbol y me fui arreándolos despacio, hasta que pude llegar a donde estaban las otras reses. Busqué el bolso que había escondido en la orilla del monte y me fui en busca de Julio Fierro, aunque perdí mucho tiempo antes de que me cogiera la noche.

 

Caminé y caminé. Me pareció que la finca quedaba demasiado lejos, pero no aflojé el paso. Subí por los áridos senderos y ya se estaba obscureciendo, cuando llegué a la casa del caballista ciego, que estaba meditando en medio del corredor.

 

- ¿Lo venden o no lo venden?... - fue lo primero que preguntó, al percatarse de mi presencia.

 

- ! Claro, jefe!... Y es nuestro -. Grité emocionado, abrazando al pobre hombre que permaneció en silencio, con la lengua paralizada por la profunda emoción. Julio Fierro se puso pálido y sus labios se templaron en una mueca que reflejaba el inmenso dolor, de los hombres que no pueden llorar, porque no tienen ojos, ¿cómo iba a llorar de alegría, con las cuencas vacías?... El pecho del caballista se tranquilizó y empezó el interrogatorio.

 

- ¿Cómo está mi hermoso corcel?...

 

Fue lo primero que me preguntó aquel pobre hombre, para mi sorpresa, porque si hubiera sido mi hermano, me hubiera preguntado que cuántos pesos valió.

 

- Está hermoso - anuncié rápidamente -. Está en las primeras etapas del proceso de adiestramiento y es mejor de lo que usted me lo describió - expliqué contagiado por la emoción del momento -. Se desliza suavemente y esas manos y esas patas se mueven con la velocidad de las alas de un colibrí. Al doctor Rodrigo Jiménez a Guillermo Usuga y a todos sus asesores los encanta, porque es demasiado armonioso y pulido al desplazarse. Ellos aman ese caballo, porque avanza lentamente en la más deliciosa sinfonía. Ese potro no es un caballo común y corriente; es una película y un altar a la paciencia y al buen gusto de los hombres Colombianos que tuvieron la sabiduría de seleccionarlos y de criarlos. Ese semental es como una pintura que refleja tonos plateados y diamantinos con el sol. Ese potro no se debe llamar “Platino” sino “El diamante perdido de Besilu”, porque es la más grande joya preciosa que yo haya visto. Me pidieron dos millones y medio de dólares y yo les ofrecí ochocientos mil de los grandes - dije empleando la palabra “grandes”, para que don Julio reconociera el lenguaje al que, seguramente, debía de estar acostumbrado. El hombre no se inmutó por el precio.

 

- ! Listo!... !No se alcanzan a imaginar el caballo que han vendido por esos cochinos billetes! - exclamó el caballista ciego, completamente inflamado por el orgullo - Yo sabía que, ellos, aún no han comprendido lo que vale ese ejemplar. Ellos no saben lo que vale un código genético y una virilidad, porque aún no han perdido ni los ojos ni los testículos, por esos malditos dólares, que terminan arrumados en costales debajo de la cama. Mañana mismo te vas con los ochocientos mil dólares, para que me traigas lo más pronto posible a mi dulce “Platino” descendiente de “Profeta fino” ¿Eso rima o no rima mi querido poeta?...

 

- ! Claro que sí, mi querido amigo! Yo sé muy poquito de caballos, pero si “Resorte Cuarto” valía tres millones de dólares, este potro vale treinta. Ojalá que el doctor Jiménez no se haya quitado del negocio de hoy a mañana.

 

- ! Tranquilo! Que ese viejo querido, es de una sola palabra y tampoco pienses que le estamos dando una limosna por ese potro. Porque ochocientos mil dólares no se consiguen trabajando decentemente en Colombia, ni en esta vida, ni en diez vidas más. Yo conseguí ese dinero pero me costó la vida - dijo el pobre caballista ciego, con la misma mueca de dolor que se le dibujaba en los labios cuando se le cruzaba un mal pensamiento. Julio Fierro permanecía con la boca abierta, como buscando aire en medio de su obscuridad - Necesito que me describas el caballo de nuevo, porque, sinceramente, yo lo vi cuando apenas era un potrillo recién nacido y nos enamoró, a Natalia y a mí, con sus relinchos alegres.

 

- El potro apenas está en proceso de arrendamiento - expliqué, tratando de emplear mis escasos conocimientos sobre la materia -. Me lo mostraron con bozal, porque apenas salió de madrino y aún no han empezado a cogerlo de la boca. El potro está frágil y delgado, pero se ve que fenotípicamente va a ser igual a “Profeta de Besilu”, porque tiene las mismas manos, las mismas patas, la misma cabeza, el mismo timbre y la misma actitud, aunque se nota de lejos que apenas es un bebe.

 

- ! Claro, hombre!... No vas a pretender que tenga, de una vez, el mismo cuello y la misma musculatura que el grandioso “Profeta”

 

- ¿Y dónde está José Antonio? - pregunté extrañado, por la ausencia del fiel mayordomo.

 

- Ese llegó, ahora, a eso de las cinco de la tarde, después de reparar todos tus cercos. Tomó esa trampa con la que agarra todos sus animales y se fue a ponérsela a una “guagua” que acorralaron los perros en tu finca. Usted sabe, mi estimado Don Jorge, que a ese hombre lo mantiene loco la cacería y te juro que no es por el placer de comer carne, sino por el desafío que le representa la captura de cada uno de esos animales. Claro que no se demora en llegar, porque dejó los cigarrillos y él no aguanta durante mucho tiempo sin fumar. Pero hágame un favor, mi querido escritor, tráigame una ollita de la cocina, para que contemos y metamos en ella los dólares antes de que venga “Toñito” y se sienta más analfabeta de lo que es.

 

- ¿Es que José Antonio es completamente analfabeta? - pregunté, apenado de que nuestro amigo no supiera leer.

 

- Ese no conoce las letras, ni los números, ni nada. Aunque es el hombre que más sabe de árboles y de animales, que conozco. Y no quiero que le tengas compasión, porque él puede que no sepa leer tus letras, pero sabe leer tus acciones, tus sentimientos y tus montes.

 

Julio Fierro cogió la olla que le acerqué a sus manos. Me pidió el favor de que lo esperara ahí sentado, y se fue a tientas para su cuarto. Yo agudicé el oído y escuché algo, como si estuviera arrastrando un costal. Sentí que llenaba lentamente la olla con los dólares y, después, empujó el bulto debajo de la cama. A los dos minutos salió con una olla medio llena de dólares nuevos, amarrados con cintas de papel en pequeños fajos, como acabados de sacar del banco. Los colocó con mucho cuidado a mi lado.

 

- Cuenta el dinero, mientras que yo voy por una maleta para que lo empaques -. Ordenó el jefe, sabiendo perfectamente lo que hacía.

 

Fue hasta la habitación, nuevamente, y regreso con una maleta negra, de esas que cargan los ejecutivos.

 

- Recuente el dinero y empáquelo bien ordenado en la maleta -. Ordenó nuevamente, sin pedirme el favor. Se notaba que estaba enseñado a mandar y yo me resigné a seguir siendo su esclavo. Había ciento sesenta paquetes de cinco mil. El ciego no tenía nada de bobo. Había sacado exactamente los ochocientos mil dólares que valía el caballo, y no mencionaba nada de mi propina, aunque yo todavía tenía en el bolsillo, una gran parte de los mil dólares que me había dado para los gastos del viaje. Empecé a empacar los dólares en la maleta, con toda la calma del caso y pensé, nuevamente, en la loca posibilidad de que el doctor Jiménez sólo nos cobrara ochocientos mil pesos por el potro. “Dónde eso pase, mi hermano y yo, habremos hecho el mejor negocio de nuestras vidas y el mundo sabrá de mis novelas, aunque se las tenga que regalar a mis paisanos para que las lean." Pensé emocionado.

 

Llegaron corriendo los perros que anunciaban la cercanía de José Antonio. La luz de una linterna encandiló mis ojos e iluminó el rostro sereno del jefe.

 

- ! Buenas noches! - llegó diciendo el buen hombre.

 

- Buenas noches, José Antonio, ¿cómo le fue con los cercos?... - pregunté, de una vez, sobre lo que me interesaba.

 

- Bien. Me madrugué a las cinco de la mañana y arreglé todo lo que había por arreglar, para que no se escapen las reses que usted nunca trajo.

 

- No, José Antonio, que cosa tan difícil es arrear ese ganado cruzado. Imagínese que a los quinientos metros de subida, una novilla se tiró al suelo y no quiso caminar más. Mejor dicho, de diez reses que traíamos, no fuimos capaces de traer ni siquiera una. Las tuvimos que dejar en ese potrero que ustedes tienen ahí, contiguo a los del ex gobernador, el vecino de abajo.

 

El experimentado campesino se burló de mi desesperación y soltó una carcajada que dejó ver toda su boca sin dientes.

 

- Al que no sabe de ganado la boñiga lo embiste, mi estimado escritor. Pero tranquilo, que mañana en la madrugada los llevamos para su finca, que ya está bien cercada. ¿Y cómo le fue con el segundo amor del jefe?... - investigó el campesino, para reafirmar lo importante que era ese caballo en la vida de don Julio.

 

- Lo compré por unos cuantos dólares y pude darme cuenta del porqué está, este señor, loco por él. Ese potro es un ejemplar que enamora con sólo mirarlo y ni qué decir cuando lo están montando, porque arquea el cuello de una forma especial y repica en un solo punto, mientras adorna la cola naturalmente, como si estuviera suspendido sobre una superficie deslizante. Definitivamente, el paso fino Colombiano es una danza tan rara, que supera lo imaginable.

 

- A mí me alegra mucho que, usted, le haya ayudado a realizar ese sueño a Don Julio. Yo creo que debemos tomarnos unos whiskys para celebrar que hoy es veintidós de diciembre y que el niño Dios, nos mandó el regalo por adelantado.

 

- Bueno, tomémonos unos tragos en esta Navidad y relajémonos, porque yo sé que mañana va a ser uno de los días más agitados de mi existencia - dije, deseando un trago largo de whisky en mi garganta. Julio Fierro estaba feliz porque, por fin, se le habían cumplido todos sus sueños. Colocó un CD. Con los corridos de los caballos más famosos. El ambiente se inundó de música y cantando a todo pulmón, manifestamos nuestra alegría, mientras que José Antonio fue a traer la botella de whisky.

 

Esa noche también me embriagué hasta que perdí el conocimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO DIECIOCHO

 

 

 

No supe cómo ni cuándo me acosté, pero dormí como un lirón, seis o siete horas, hasta que, José Antonio, empezó nuevamente, a mover ollas y vasijas en la cocina.

 

- Buenos días, señores - saludé amablemente a los dos hombres, que me habían tratado de tan buena manera.

 

- Buenos días, amigo, ¿cómo has amanecido? - preguntó el caballista ciego, verdaderamente interesado en mi bienestar.

 

- Yo amanecí muy bien, muchas gracias. Preparado para ir a recoger el segundo amor de tu vida, porque con el primer amor te fue muy bien, con ese ángel bendito - argumenté pensando en la hermosa y famosa modelo de la historia, que nos había estado relatando el elegante caballista.

 

- Venga desayune, don Jorge, porque ya son las ocho de la mañana y apenas nos va a quedar tiempo para ir a traer el ganado que dejaron en el potrero de abajo - dijo José Antonio, visiblemente molesto, por mi increíble capacidad para dormir.

 

- Bueno. Pero antes me voy a dar una ducha y en diez minutos estoy listo.

 

Me fui para el estrecho y destartalado baño, me desnudé y me bañé con el agua más fría del mundo. ! Qué cosa tan horrible!... Se me congeló hasta la nariz. Me sequé con una sucia toalla que estaba sobre la taza del inodoro y salí de prisa. José Antonio me dio café con galletas y mantequilla. Me comí el improvisado desayuno y, sin más rodeos, nos fuimos en busca de las diez reses que teníamos a medio camino.

 

Caminamos revitalizados por el aire frío de la mañana, hasta que encontramos el ganado. Empezamos a arrear las reses y la novilla amarilla se tiraba al suelo cada diez minutos, en una estrategia que emplea el ganado cebú, para no ser molestado. Subimos lentamente, afectados por el sol y por la deshidratación que nos dejo el whisky de la noche anterior. El malestar que estaba sintiendo por culpa de la resaca, me hizo prometer, una y otra vez, que en el futuro trataría de no ingerir licor. Las angustias y las depresiones que sufría Julio Fierro, después de lo del accidente que lo dejó mutilado, debían de ser inmensas y, por eso, seguramente, él tenía de consumir grandes cantidades de alcohol para ahogar sus penas, pero yo no estaba acostumbrado a embriagarme sin un motivo bien especial y, por lo tanto, no podía dejarme involucrar en sus penas y en sus amarguras. Subimos lentamente con el ganado. Sufrimos una y otra vez, con la novilla rabiosa y con el ternero desnutrido que casi no caminaba y que, prácticamente, lo tuve que llevar empujado. A la una y diez minutos de la tarde, entramos con el último animal a mis potreros y ya sólo me quedaba el tiempo justo para almorzar, descansar un poco y después viajar a las cuatro de la tarde en busca del potro platinado de Besilu, que ya era una leyenda entre nosotros.

 

- Hoy es veintitrés de diciembre del año 2004 y, a las cuatro de la tarde, te tienes que ir para la Ceja del Tambo, porque mañana veinticuatro de diciembre, a eso de las diez de la mañana, debes de estar pagando el mejor regalo de Navidad que la vida me haya podido dar. Luego te puedes ir para tu casa a descansar un rato, después de contratar un carro amplio, para que traiga el potro hasta el bordo del río. A las tres pasado el medio día debes estar ahí, en el puente, con ese diamante llamado “Platino de Besilu”, que es la joya más hermosa que Santa Claus me ha podido mandar, porque desde las dos de la tarde, José Antonio va a estar en el puente viejo del “Río Buey”, esperándote con la “Capuchina de Medellín” y con la “Melodía”, que son las dos potrancas más rápidas que poseemos, para que se vengan montados en ellas y traigan ese motor de tracto mula, llamado “Platino de Besilu.” ante mi presencia -. Explicó el jefe, dejándome ver la gran imaginación que tenía para llamar a su potro.

 

- No sé si en “La Recolecta” van a trabajar un veinticuatro de diciembre - dije pensando en que era una fecha muy especial para mucha gente, aunque para nosotros significara muy poco.

 

- ! Claro que sí, hombre!... El doctor Jiménez pasa la mayoría de los diciembres en la Ceja del Tambo y, con toda seguridad, va a estar esperándote en la finca, para cerrar uno de los mejores negocios que ha hecho en su vida. Y, por mi parte, estoy convencido de que en el día de Navidad, el inmortal “Platino” va a estar aquí conmigo, relinchando en la pesebrera que desde hace tiempo está terminada y acondicionada para recibirlo.

 

Me fui para La Ceja con la maleta llena de dólares y no quise llamar a mi hermano porque, seguramente, iba a seguir con el cuento de que el potro valía solamente ochocientos mil pesos. Me sentía demasiado cansado y demasiado deshidratado y por eso me fui a dormir muy temprano.

 

Al otro día me levanté a las nueve de la mañana, fui, contraté un camión y me volé para la gran “Recolecta”. Llegamos a la finca y estaba completamente solitaria, sólo había un guardia vestido de negro y armado con una ametralladora en sus manos y una pistola en la cintura.

 

- Buenos días - lo saludé amablemente. Cuando me baje del carro.

 

- Buenos días - me contestó con una amplia sonrisa -. ¿Vino por el potro?

 

- Sí, señor. - contesté, sorprendido por la credibilidad que generaba en aquellos hombres mi humilde presencia.

 

- ¿Trajo el dinero?...

 

- ! Claro, hombre! - Exclamé sin pensar más en la ridícula teoría de mi hermano, porque para cuidar ochocientos mil pesos no se necesitaba un guardia de seguridad armado hasta los dientes.

 

- Espere yo le llamo el encargado - dio la vuelta y golpeó la puerta gris de un pequeño cuarto que quedaba al lado de la oficina -. ! Miguel!... !Miguel!...

 

Se asomó en calzoncillos un hombre flaco y pálido como un muerto. Nos indicó con la mano que lo esperáramos un momento y fue, y se puso una pantaloneta, se mojó la cabeza y salió casi dormido. El vigilante me recibió la maleta con los dólares y se la entregó al muchacho que estaba visiblemente enfermo.

 

- Espere un momento que Miguel le lleve el dinero al doctor, para que cuente los ochocientos mil dólares, porque aquí todo lo tienen que pagar por adelantado - me explicó el vigilante, que se quedó mirando al flaco, que se alejó sin pronunciar ni una sola palabra -. Qué resaca la que tiene el pobre Miguel. Anoche estuvo rumbeando con la secretaria hasta las tres de la mañana y hoy lo sentí vomitando hasta las tripas.

 

Pasaron unos veinte minutos y Miguel regresó igual de pálido.

 

- Todo está bien. Espere yo abro la oficina, para entregarle el reporte de monta y mientras tanto vaya, usted mismo, y trae a “Platino de Besilu”… ¿Si sabe en cuál pesebrera se encuentra?...

 

- Sí, señor - dije un poco nervioso, porque yo casi no sabía lidiar con esos animales. Me fui por el pasillo, cogí un cabezal del perchero que había en la entrada y avancé hasta donde estaba nuestro rayo de plata. El maravilloso corcel se quedó mirándome y yo le dije:

 

- Pórtate juicioso, que ya nos vamos a ir para donde el hombre que dio su vida por ti y por una mujer.

 

El potro cómo que entendió lo que le dije, porque se quedó quieto cuando le coloqué el cabezal. Abrí la puerta de la jaula y salió tan disparado, el semental, que casi me tira de bruces. Lo sostuve con fuerza y empezó a repicar con alegría. Avancé por el piso adoquinado y lo llevé hasta el camión, que ya estaba cuadrado en el embarcadero. Lo subí, lo amarré de una de las varillas y recibí el reporte de monta. Le di las gracias a los amables vigilantes que no me quitaban los ojos de encima y nos fuimos en busca del caballista ciego.

 

Me asombró la docilidad, la mansedumbre y la nobleza de “Platino de Besilu” En la sabiduría popular siempre se ha dicho, que lo noble es bueno y eso se cumplía con este rayo de plata. Yo había contratado un camión amplio, para que fuera muy cómodo en su viaje. Tuve los máximos cuidados con él, durante todo el trayecto y llegó bañado en sudor por la agitación y el esfuerzo que le producían los desniveles del camino, pero llegó en perfecto estado.

 

Desembarcamos el caballo en el mismo montículo en el que habíamos desembarcado el ganado. José Antonio me estaba esperando con la dos finas potrancas, como habíamos acordado. El fiel mayordomo miraba sorprendido el greñudo y hermoso animal, que se agitaba relinchando desesperado, al observar las figuras ágiles y delicadas de sus futuras hembras.

 

- ! Qué caballo tan hermoso!... - fue lo único que pudo decir el humilde mayordomo, que también había quedado flechado por el plateado animal que brillaba con el sudor. Todos estábamos emocionados, pensando en la alegría que iba a sentir el jefe. José Antonio tomó el potro por el cabestro. Le dimos las gracias al conductor del camión y nos encaminamos por la trocha que nos conduciría hasta la finca del caballista ciego. El camino empezaba en un canalón profundo, de esos de tierra amarilla que son tan comunes en las montañas de Antioquia. José Antonio arrancó adelante y “Platino de Besilu” apenas sintió que las patas se le hundieron en el pegajoso fango, echó las orejas hacia atrás, abrió los ojos y salió disparado como un loco, empujando a la “capuchina de Medellín” en que cabalgaba el mayordomo y que también se asustó. Subimos disparados como cincuenta metros por el canelón y, por fortuna, José Antonio no dejó escapar al desesperado potro que no sabía caminar en trocha.

 

- ¿Y a éste qué le pasó? - me dijo el mayordomo, completamente pálido, mientras agitaba los aporreados dedos que casi le arranca el asustado semental, con el tirón.

 

- Ese animal siempre ha estado en una cómoda pesebrera y no sabe caminar en un piso disparejo -. Argumenté, aún sorprendido por la reacción del potro.

 

Continuamos el camino y, definitivamente, “Platino de Besilu” había nacido para las pistas, porque no soportaba el barro que absorbía sus extremidades y salía brincando como si miles de serpientes le fueran a picar. Llegamos a un pequeño arroyo que cruzaba el camino y que problema más grande, para que el potro cruzara. Dio un salto como si fuera a saltar el río Magdalena y, nuevamente, se fue encima de la potranca que José Antonio controlaba a fuerza de lidias. ¿Qué raro?... Yo siempre pensé, que los caballos sabían caminar en cualquier clase de terreno, pero no; las pesebreras y la domesticación los hacen perder algunas habilidades, para, al mismo tiempo, pulir otras virtudes como la velocidad, el timbre y el recogimiento. “Platino de Besilu” era un ejemplar de pasarela y no me lo pude imaginar, arrastrando un par de bloques de madera por esos canelones, o dos bulto de papa, o un par de canecas de leche como lo hacían todos los días los caballos humildes y anónimos, que conquistaron las inexpugnables cordilleras de Antioquia la grande. “Resorte cuarto”, “Terremoto de Manizales”, “Capuchino del ocho” y “Platino de Besilu” habían sido seleccionados, criados y entrenados para divertir y arrancar aplausos en las pistas más cotizadas del mundo y, ahora, José Antonio y yo, lo llevábamos por unos riscos, en los que hasta los gatos necesitaban herraduras. Mi corazón se llenó de tristeza al comprender, que ni Julio ni “Platino de Besilu” desde ese día en adelante podían pertenecer a la elegante sociedad que los concibió. Julio Fierro estaba muriendo lentamente, y estaba arrastrando a su tumba al mejor caballo de paso fino Colombiano, que pudo nacer en este mundo.

 

El hermoso semental se resbalaba en las húmedas paredes de aquel camino real y se paraba desesperado, sin poder comprender lo que le estaba pasando. Obligar al elegante “Platino de Besilu” a que subiera por aquellos abruptos abismos, era como poner a miss universo a que subiera corriendo por las laderas del “Everest”. Nos fuimos yendo paso a paso, pero el hermoso potro aún se seguía asustando, cuando sus extremidades se clavaban en el fango. Definitivamente, el hermoso ejemplar no sabía caminar por aquellos canelones que se lo tragaban en fango espeso hasta el vientre. Estaba completamente embarrado. El potro plateado estaba cubierto de una gruesa capa de lodo, por culpa de su excitación desmedida, que siempre lo hacía tomar el camino más accidentado. El mayordomo trataba de llevarlo por las orillas más secas, pero al rozar con las ramas que nacían al borde del estrecho camino, el potro salía brincando despavorido e iba a dar de bruces, al charco que más habían profundizado las mulas en aquellos días de invierno. Fue una jornada larga y dura, con aquel costoso semental. Al principio quisimos llevarlo lo más limpio posible y, al final, luchamos para llevarlo con vida.

 

Al cabo de dos horas y media, de constante lucha, llegamos a los primeros potreros de la finca y yo decidí pegarle un baño a “Platino de Belisu” antes de llegar a donde el patrón.

 

- ¿Cómo le vamos a mostrar, al jefe, un caballo que valió más de dos mil cuatrocientos millones de pesos, completamente cubierto de barro?...- Le dije al mayordomo con desesperación. El hombrecillo soltó una carcajada, que me dejó ver hasta las amígdalas, porque tenía más dientes un pajarito.

 

- No se acuerda que, Don Julio, está completamente ciego. – argumentó José Antonio con buen humor.

 

En un momento choqué contra la realidad. Se me había olvidado que el patrón sólo tenía las cuencas vacías de los ojos y que nunca podría ver la flor más linda de la caballada Colombiana. Caballada de hombres guapos, que amaron con todo el corazón a sus familias y a sus caballos.

 

- Bueno - dije con amargura -, no podemos dejar que el patrón lo acaricie cubierto de barro.

 

Me quité el sombrero para coger agua, la camisa para estregarlo y lo llevamos hasta la quebrada cristalina que quedaba en todo el lindero de la finca, y lo lavamos hasta que quedó completamente limpio. La barra de platino había vuelto a brillar. Seguimos caminando, despacio, para que tuviera tiempo de secarse, pero el deseo de entregar el maravilloso regalo de Navidad al jefe, nos obligo a llegar, cuando el potro aún estaba húmedo. No hubo necesidad de anunciar nuestra llegada. El patrón estaba en el corredor, escuchando los relinchos enamorados del potro, que saludaba a las otras cinco “capuchinas” finas, que vinieron todas a mirarlo. Julio Fierro se puso pálido. Una mueca de dolor se dibujó nuevamente en sus labios y mi pecho se llenó de rabia, al no poder evitar el dolor que sentía, con la postración de aquel gran hombre. Hacía más de veinte años que yo no lloraba y sentí un inmenso dolor en el pecho, que no me dejaba ni hablar ni respirar. Me tiré de la “Melodía” y respiré profundamente, hasta que pude decir con la voz entrecortada por la emoción y lágrimas en los ojos.

 

- ! Misión cumplida, patrón!

 

El jefe también estaba muy emocionado y no fue capaz de contestar nada. José Antonio se tiró de la otra potranca, fue hasta el corredor, lo tomó del brazo y lo ayudó a bajar al potrero. Lo arrimó al hermoso caballo que, por primera vez, se quedó completamente quieto para que el jefe le acariciara el cuello.

 

Julio Fierro seguía completamente pálido y una mueca desgarradora, dejaba apreciar la profunda emoción y la perfección de sus dientes. El jefe estaba llorando con el corazón y el hermoso “Platino de Besilu.” lo mirabacon atención, como reconociendo a su nuevo dueño.

 

- Es espectacular - gritó Julio Fierro, emocionado -.Se ha cumplido el segundo sueño de mi vida y gracias, querido escritor, por ser tan honrado, yo pensé que a esta hora debías de estar volando, con tu hermano, para la ciudad de “Las Vegas” a gastarse mi dinero. No mentiras, yo, desde el principio, sabía que tú eras un señor. Ojalá, algún día, pueda pagarte todos los favores que me has hecho.

 

- Tranquilo, hombre, que eso no es nada, - dije reconociendo esa opción en la que nunca pensé.

 

El patrón siguió acariciando el caballo, que se dejaba mimar con placer. Le pasaba la mano lentamente por el lomo que era suave y mullido como un cojín. Llegaba hasta el anca y le daba dos o tres palmadas, como para sentir la fortaleza de aquel fornido atleta. El caballo se secó con la luz del sol y brilló más hermoso que nunca. Don Julio cogió la piel del cuello del animal entre sus dedos, como para sentir la delgada y delicada finura de aquel semental, que parecía forrado en terciopelo. Después me pidió que lo sostuviera del cabestro y palpó las extremidades anteriores hasta los cascos.

 

- Los buenos caballos criollos de silla se conocen en la piel fina y suave, en la conformación de unas manos fuertes y muy delgadas; para que puedan desarrollar una gran velocidad. Los caballos de trabajo, como “los pecherones”, tienen los huesos de las extremidades gruesos y fuertes, con enormes cascos, para que puedan soportar el duro trabajo en el campo, en cambio, los caballos de paso fino Colombiano, están parados en extremidades tan delgadas que parecen que fueran a quebrarse con el peso - explicó Julio, para que ampliáramos nuestros conocimientos -.Lleven el potro, para que descanse en su pesebrera.

 

Conduje el hermoso semental hasta su nuevo hogar y me quedé gratamente sorprendido, con aquella enorme pesebrera, que estaba dividida en dos espacios por un murito. En el primer espacio, el piso estaba cubierto de aserrín y tenía una caneca plástica con agua, una caneca con cuido y una bolsa de fibra repleta con heno, que era donde iba a estar el caballo. El segundo espacio, prácticamente era como una oficina, para nosotros, tenía un piso de madera pulida y tres cómodas butacas de cuero negro que nos esperaban para celebrar porque, en la rústica mesa del centro, reposaba una bandeja con frutas picadas, una bandeja con chicharrones fritos y una espumosa botella de champaña que, José Antonio, seguramente, había preparado con anticipación. Nuestro plateado y adorado potro, no tenía pesebrera sino oficina de tertulias. Yo me senté en una de las mullidas poltronas, mientras que el mayordomo ayudaba a sentar al patrón. Agité con fuerza la estilizada botella de champaña y dejé escapar con gran ruido el tapón. Todo retumbó en una pequeña bomba de carcajadas y de resoplidos del brioso y asustadizo caballo, que se quería salir del cuero. “Platino de Besilu” estaba agitado y nervioso con nuestra algarabía, y marchaba y repicaba en un solo punto, como si lo estuviera montando un jinete imaginario. ! Qué hermoso espectáculo!... Aquella visión merecía un brindis y otro brindis. Estábamos felices. Hablábamos y hablábamos sin parar. El champaña era más suave que un refresco y, muy pronto, se empezó a agotar. José Antonio se fue para la bodega secreta y, para mi sorpresa, trajo una botella del mejor licor del mundo. El aguardiente Antioqueño, es un licor para machos, y es el que tomamos los hombres de verdad. El calor se me subió al rostro con los primeros tragos y, ni qué hablar del resto de la tarde, en la que hablamos duro y contamos historias totalmente emocionados. Esa tarde nos acostamos completamente borrachos.

 

Al otro día...

 

- Necesitamos el mejor amansador de caballos de paso fino Colombiano, que exista en Colombia, para que termine de arrendar este maravilloso potro - Me dijo el caballista ciego, que ya no salía de la cómoda pesebrera. Por fin comprendí el objetivo de las butacas de cuero y de la rústica mesa dentro de la pesebrera. Aquella era la nueva oficina del patrón, que no dejaba de acicalar y de peinar las hermosas crines del semental platinado, que estableció un extraño lenguaje con el jefe. Julio Fierro tomaba un cepillo suave, de esos con los que se brillan los zapatos y llamaba a su caballo del alma, así:

 

- ! Niño!  ! Niño!... !Venga!  ! Venga!

 

El bendito potro se acercaba mansamente, para que le acariciara la frente y le brillara el cuello con el cepillo. El caballista ciego dominaba muy bien, el sentido de la ubicación, porque sabía exactamente y con una precisión asombrosa, dónde estaba cada uno de los objetos que necesitaba dentro de la pesebrera. Caminaba con tanta seguridad dentro de aquel lugar, que ya no parecía ciego. Rápidamente se habían establecido rutinas precisas e invariables, en las que el caballista ciego estaba ocupado casi todo el día. Se acabó la imagen del ciego tirado en un rincón meditando y rumiando su dolor, por la de un caballista dialogando, a toda hora, con su más querido ejemplar que, a los dos o tres días, ya entendía y obedecía sus órdenes.

 

- Bueno, Julio Fierro, ese potro es más inteligente de lo que todos nos imaginábamos. Al muy ladino, lo único que le hace falta es hablar, porque ese rayo de plata relincha de alegría cuando usted está contando historias divertidas. Si la cosa es así - argumenté, convencido del acierto que habíamos tenido al comprar el ejemplar que había alegrado la vida del patrón, hasta el punto de suavizar la expresión de su rostro, que ahora era más dulce y tranquilo - vamos a construir una pista de entrenamiento aquí, en este plan, a todo el frente de la casa. Desbaratemos ese corral de alambre, en el que anteriormente bañaban el ganado, y hacemos, entre todos, una pista de exposición con todos los fierros. Colocamos los conos de la serpentina, construimos un sendero de resonancia y también clavamos dos postes grandes, para hacer la prueba del ocho. Después de que Álvaro Atahualpa, o el amansador elegido, le coloque el freno y establezca la rutina, usted se la aprende de memoria y puede montar todos los días al caballo de sus sueños, para que lo disfrute y, a propósito, ¿a quién va a elegir para que termine de arrendarlo?...

 

- Tengo dos candidatos - dijo Julio mostrando sus conocimientos en la materia -. Me gustaría contratar a Don Nelson Pardo, un viejo Tolimense que es el mejor amansador de paso fino Colombiano. Dueño de un caballo llamado “El gato”, que está tan bien arreglado, a pesar de ser un caballo humilde y del montón, que se puede manejar con un solo dedo o con una suave inclinación del cuerpo. Es tan mágico el arreglo de ese animal, que Don Nelson, en plena competencia, le tira la rienda sobre el cuello y el caballo continúa sin descomponer su erguida y bien puesta cabeza, obedeciendo las suaves y sutiles inclinaciones del cuerpo de su amo. El viejito trabaja en “Amagá” y está pobre, porque los guerrilleros Colombianos lo secuestraron en dos veces y le sacaron hasta el último peso. Yo creo que ese va a ser el hombre que va a educar a “Platino de Besilu”, pero si no encontramos a Don Nelson, que es la máxima autoridad en la materia, contratamos a Don Álvaro Atahualpa, que también es genial, pero que está supremamente ocupado, porque en estos momentos está montando y arreglando los mejores caballos de paso fino del país. Yo sé que Atahualpa, que es un hombre que conoce mucho, apenas se dé cuenta de la calidad de este ejemplar, que es una revelación, con el mayor de los gustos va a querer triunfar con él, en todas las ferias del país, pero hay un pequeño inconveniente, como él es un hombre tan ocupado, de ninguna manera va a venir hasta este destierro, a montar a nuestro rayo de plata. Entonces, seguramente, vamos a tener que llevarlo hasta la pesebrera que él diga, pero, además, yo sé que él también exige un porcentaje del valor del potro, si hace de él un campeón, y hasta ahí llega el caballo, porque, después de que triunfe en todas las ferias del país, con toda seguridad no lo volvemos a tener en estas tierras. Yo sé que Atahualpa hace de “Platino de Besilu” el mejor caballo de paso fino colombiano de todos los tiempos, y lo pone a valer mucho dinero, pero para qué quiero yo más papeles verdes debajo de la cama. Definitivamente, después de que tengamos lista la pista, te vas para “Amagá” y me contratas a Don Nelson Pardo, el del “Gato”, y no te preocupes por el dinero, que tengo lo suficiente para pagarle a ese señor y para dejarle un poquito a ustedes dos, cuando me muera. - Terminó de decir el patrón, reflejando una mueca de dolor, que pasó como una nube negra por su rostro. El dolor continuaba escondido en el fondo de su alma y yo que había pensado, que el potro platinado había alegrado por completo su corazón.

 

- Julio Fierro, no me vayas a decir que la tristeza todavía se anida en tu alma - dije, tratando de disipar su angustia secreta.

 

- No, hombre, yo estoy tranquilo y feliz con mi potro diamantino, pero es que a veces, no puedo dejar de pensar en todo lo que me ha pasado.

 

La cosa se quedó así.

 

Trabajamos mucho en los proyectos del jefe y yo, prácticamente, esteba residenciado con ellos.

 

Terminamos de hacer la pista de entrenamiento y...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO DIECINUEVE

 

Me fui para la Ceja del tambo y, desde allá, hice una llamada telefónica a “ASDESILLA” y le pedí un favor a la secretaria, para que me consiguiera el número del celular de don Nelson Pardo, o que me informara en qué pesebreras estaba en servicio de monta “El gato”. Mi sorpresa fue muy grande, cuando la servicial chica, me informó que el gato pastaba alegremente en las pesebreras de “Cantarrana” en La Ceja. Todo se estaba dando mágicamente, para que “Platino de Besilu” fuera el caballo más espectacular de todos los tiempos...

 

Yo aparecí, repentinamente, en la finca del ciego, como caído del cielo, para ser el negociador del pobre caballista. A don Nelson lo desplazó la guerrilla de los llanos orientales y la buena fortuna, nos lo mandó directamente hasta La Ceja, para que fuera nuestro arrendador. ! Qué más le podíamos pedir a la vida!... Yo estaba feliz y me fui en busca del carismático anciano, que era pura nobleza y puro amor. Difícilmente se podía encontrar, en Colombia, otro intelectual que supiera tanto de caballos y que amara tanto a esos animales. Don Nelson Pardo, era de esos hombres amigables, que tienen don de gentes y que brindan su amistad sincera y espontánea. Me lo encontré montado en un hermoso caballo zaino de paso fino Colombiano. Ejemplar que después supe, de sus propios labios, que se trataba del caballo campesino llamado “El Gato”, que nos había hablado el patrón. Me invitó para que observara la rutina de entrenamiento que le hacía, todos los días, al sencillo animal y me pareció un método de doma racional muy novedoso. Aquel hombre se convertía en un amigo muy especial, para el caballo, le hablaba con amor y le iba explicando cada uno de los ejercicios que iban a ejecutar. El sistema me gustó y, de una vez, le propuse que nos arreglara a “Platino de Besilu” Le mostré el reporte de monta de nuestro joven ejemplar y se quedó mirándolo con atención. Lo estudió detenidamente y después dijo:

 

- Con estos padres, ese potro debe de ser muy bueno - concluyó, ensimismado en sus pensamientos, después alzo la cabeza y mirándome a los ojos me dijo -. Sepa, joven, que yo ya estoy muy viejo. Tengo más de sesenta años y si me tomo el trabajo de arreglar ese potro, es porque en él observo a un campeón. Yo primero tengo que mirar el animal a ver si me gusta, y si me comprometo a arrendarlo, me tienen que dar el treinta por ciento de lo que valga cuando lo vendan, porque yo ya no estoy para trabajar por un sueldo.

 

Terminó de decir el viejo, sin mostrarle mucho interés al asunto. Con Don Nelson la cosa iba a ser más difícil de lo que todos nos imaginábamos. El hombre ya estaba en la recta final de su carrera y lo motivaban cosas muy diferentes. Traté de ganarme su amistad y cuando terminó su trabajo con “El gato”, que se lo hizo en muy corto tiempo, por cierto, lo invité a que se tomara unas cervezas conmigo, en el hermoso bar de “Cantarrana”. Aquel hombre se sentía orgulloso de su historia y empezó a contarme, una por una, las hazañas que hizo con unos caballos difíciles que lo llenaron de fama y de dinero, en la época de los años ochenta. Nos tomamos una, dos, tres y cuatro cervezas cada uno, y, en la quinta, Don Nelson empezó a ponerse melancólico y me contó que él era, uno más, de los desplazados por la violencia en Colombia y que la administración municipal de La Ceja, mensualmente, le daba un mercado para colaborar con su subsistencia. Allí estaba el punto débil que yo estaba buscando, el viejo tenía grandes necesidades económicas que ocultaba con su inmenso orgullo, pero que de todas formas tenían que ser satisfechas. No quise esperar más tiempo y le hice una pregunta al maestro, que tuvo que contestar.

 

- ¿Cuánto dinero necesita su familia, mensualmente, para vivir bueno? - interrogué saliéndome de los formalismos

 

- Necesitamos unos dos millones de pesos, porque a mí me toca pagar la pesebrera y la alimentación de mi caballo aquí, en “Cantarrana” y eso me sale muy costoso.

 

- Bueno. No se diga más. Le vamos a pagar tres millones de pesos mensuales, para que arregle a “Platino de Besilu” y lo convierta en el mejor caballo de Colombia.

 

El viejo se puso pálido con la propuesta, se quedó pensando en los argumentos que le permitieran refutar la contundente cifra y no los encontró. No existía sino una realidad, la familia de Don Nelson necesitaba dinero desesperadamente, y nosotros se lo íbamos a proporcionar. Le expliqué dónde quedaba la finca y entre los dos escogimos el horario de trabajo. Viajaría todos los martes en el autobús de las diez y treinta de la mañana, para trabajar martes y miércoles hasta las dos de la tarde, hora en que se regresaría para La Ceja a atender todos sus asuntos. Retomaríamos el viernes, nuevamente, para trabajar con el potro hasta el día sábado. Domingos y jueves serían los días de descanso. Desde aquel día me convertí en un buen amigo para aquel maravilloso anciano, al que hoy tengo que agradecerle mucho. El buen hombre me pidió un millón de pesos adelantado y ocho días de libertad, para poner en orden todos sus asuntos. Tiempo que me pareció prudente, para construir la única exigencia de Don Nelson, que pidió que alrededor de la pista de resonancia, construyéramos un corral en madera gruesa de unos treinta metros de ancho, por unos treinta metros de largo. También exigió que el piso de la pista fuera en arenilla blanca.

 

Nos pusimos manos a la obra. José Antonio y yo construimos el corral y un quiosco para tornear el potro, en madera rústica. Imitamos, perfectamente, una pista de competencia, con los conos de la serpentina, con la pista de resonancia y con los postes para la prueba del ocho. Después la iluminamos con inmensos reflectores y el ambiente se llenó de grandeza y espectacularidad, justo antes de que llegara el maestro, a pulir nuestro semental. El temperamento del caballista ciego cambió y ya se le notaba la alegría y el entusiasmo que le había contagiado el inteligente corcel, que le tomaba el brazo con los labios como para acariciar su piel. Caricias que a mí me asustaban, porque me parecía que el potro quería morder el ciego. Definitivamente, entre los equinos y los humanos, existe una afinidad de pensamiento perceptible, y mucho más notable, cuando el amo es un ser desvalido que necesita el amor que sólo saben dar los caballos. ‘Platino de Besilu” llevaba escasos diez días en la finca y ya se había convertido en el mejor amigo de Julio Fierro. Lo buscaba con su mirada inteligente y estaba pendiente de cada uno de los movimientos del jefe.

 

El famoso Don Nelson Pardo llegó y, con él, llegó la sabiduría, la calma, el respeto, los buenos modales, la elegancia y un profundo amor para todos. El potro sabía que estaba en las manos de un maestro, que lo consentía y que lo acariciaba con admiración. El hermoso animal se transformaba y obedecía con nobleza y prontitud, cada una de las ordenes que el maestro le daba. Eran unos movimientos sencillos y claros, que desde el primer momento “Platino de Besilu” entendió. Don Nelson sabía más de lo que nos imaginamos y todos los días, nos sorprendía con cosas nuevas. Aquel hombre poseía los innumerables secretos de los llaneros, que siempre estuvieron trepados en el lomo de un caballo. Las ramas y las flores que usaba Don Nelson, para hacer novedosas bebidas con las que bañaba el caballo, le dieron un nuevo brillo a nuestra joya maravillosa. El moro plateado parecía un rayo de luz, de terciopelo y satín. Los copos de bambú, con los que también hizo bebidas, hicieron desaparecer una imperceptible barriga, que yo nunca pude ver, y, que según él, hacía ver feo el admirado ejemplar. Ese viejo era como un brujo que se las sabía todas. Los cascos de “Platino de Besilu” se hicieron más duros y más negros, después de que el viejo se los metió en una sustancia verdosa que contenía óxido de cobre y que tenía olor a formaldehido. La miel de caña se prohibió en la finca, porque eso les daba caries a las bestias. Yo creo que Don Nelson no le lavaba los dientes, al potro, con un cepillo y crema dental, porque le daba pena de mis burlas. Pasaron dos meses de entrenamiento y el potro se aprendió de memoria, todas las rutinas que el sabio anciano preparó cuidadosamente. “Platino de Besilu” era el caballo de un ciego y el experimentado montador lo estaba entrenando para que el patrón lo pudiera disfrutar cuando quisiera. Le enseño a quedarse totalmente quieto cuando lo estuvieran montando y, después, la cosa se puso más interesante cuando el noble anciano me pidió que le vendara los ojos con un pañuelo. El viejo se sabía de memoria todos los movimientos y desfiló, por toda la pista, confiando absolutamente en los ojos del ejemplar que, por los movimientos seguros, como que sabía para que lo estaban entrenando. El maestro fue y vino, una y otra vez, completamente vendado.

 

- Es hora de darle esta buena nueva a Julio, para que vaya cogiendo confianza - me dijo el buen hombre lleno de alegría. Corrí en busca del caballista enamorado y lo traje casi arrastrando hasta la pista.

 

- Bueno, Julio Fierro, llegó la hora de que usted me ayude en la finalización del adiestramiento de este maravilloso ejemplar, porque yo me tengo que marchar para los Estados Unidos de Norteamérica a competir con “El Gato” - explicó Don Nelson, para dejarnos a todos sorprendidos -. Yo lo he guiado con la luz de mis ojos y de mis conocimientos, pero, desde hoy, usted lo va a tener que guiar con el poder del pensamiento y con la fuerza de una voluntad inquebrantable, con la que este inteligente animal, tendrá que aprender a pensar y a sentir lo que desea hacer su dueño. Va a llegar el momento en que el potro va a saber, exactamente, lo que tú deseas y hará precisamente lo que le corresponde. Mejor dicho: Los ojos de “Platino de Besilu” serán tus propios ojos y su fuerza, será tu fuerza. Con una pequeña orden, “Platino de Besilu” sabrá si tiene que llevarte al corte de hierba, a las pesebreras, a la pista de entrenamiento o a donde tú quieras. Pero basta de palabras y manos a la obra, porque hoy es el último día que puedo estar aquí. Móntese Don Julio - dijo el noble anciano, invitando al caballista ciego para que se montara, por primera vez, en el hermoso animal - Afloje el cuerpo. Relájese y trate de memorizar la rutina que le voy a mostrar y que siempre vamos a seguir, invariablemente, mientras que yo lo llevo del cabestro.

 

El caballista ciego se trepó y el potro se agitó y empezó a repicar con gracia en un solo punto; como que sabía que el patrón estaba sobre sus lomos y lo deseaba impresionar con la sinfonía de su velocidad y de su fuerza. Julio se puso nervioso y se agarró de la crin.

 

- Tranquilo, hombre - dijo el viejo zorro, obligándolo a que se desprendiera de las crines plateadas del animal - acuérdese que está montado en el caballo más poderoso, más suave, más rápido y de más revoluciones que la naturaleza haya inventado.

 

El animal se desgranó en una infinidad de repiques armoniosos, para que su amigo se diera cuenta de la suavidad y de la rapidez de sus movimientos. El viejo tomó del cabestro al noble ejemplar y fue y vino tres o cuatro veces, por la pista de entrenamiento. Se detuvo. Respiró profundamente, como para recuperar el aliento que le había hecho perder el esfuerzo y preguntó:

 

- ¿Ya se aprendieron la rutina, o tenemos que seguir caminando juntos?...

 

Tranquilo, que yo creo que soy capaz de seguirla solo - dijo el alegre caballista ciego, que tenía muy desarrollado el sentido de la ubicación, que era muy valiente y que no se cambiaba por nadie. El maestro soltó el caballo que avanzó más repicado y más armonioso que nunca. El ejemplar cumplió cada uno de los pasos seguidos en la rutina y regresó brillante y hermoso por el sudor que empezaba a cubrir su satinada piel. Julio había hecho gala del sexto sentido que desarrollan los ciegos, para orientarse cuando han perdido la visión. La escena se repitió dos veces más y todos fuimos felices hasta el cansancio.

 

El sol se apagó exhausto, ante el brillo incomparable de una nueva estrella.

 

Yo fui el segundo que me monté en el maravilloso ejemplar, después de que el viejo se había marchado. Los remos anteriores y posteriores se movían a gran velocidad, en un sincronismo muy especial. La suavidad de “Platino” era notable. Avanzaba lentamente como suspendido en el aire. Lo primero que hice fue darle dos vueltas a la pista de entrenamiento. Después me fui hasta los postes y le hice el ocho varias veces. Luego lo devolví y después, lo pase por la pista de resonancia, de ida y de venida, para llenar el ambiente con una deliciosa melodía jamás escuchada. El ejemplar cumplió en aquellos primeros pasos y le gustó tanto al patrón que me dijo:

 

- Repítame todo el ciclo nuevamente, querido escritor, y pásemelo por la pista de resonancia nuevamente.

 

Empecé a cumplir la rutina y me dio la impresión de que el hermoso ejemplar se la había aprendido de memoria, porque él iba siguiendo cada uno de los ejercicios, sin que yo tuviera que mover ni un solo dedo. Me quedé gratamente sorprendido.

 

- Yo me quiero montar, nuevamente, en el caballo “platinado” de mi Natalia - dijo el caballista ciego, resuelto a disfrutar, otra vez, de aquella maravillosa sinfonía que se escuchaba con el delicioso desgranar de los sonoros cascos. Planté el hermoso potro a un lado del patrón, descendí tranquilamente y sostuve el corcel hasta que el Julio Fierro, estuvo montado sobre él, con la ayuda de José Antonio.

 

Me fui por toda la pista, sujetando el potro del cabestro, mientras recobrábamos la confianza, para que no fuera a ocurrir un accidente con el pobre caballista ciego, pero “Platino de Besilu” parecía entender perfectamente lo que ya había hecho. Inició la rutina, dándole dos vueltas a la pista y, después, se fue casi solo hasta los postes donde se hacía el ocho, como si realmente conociera el camino. Yo me quedé, atrás, sorprendido al ver la iniciativa del inteligente y noble animal, entonces, le dije al patrón.

 

- Julio Fierro, este caballo nos salió más inteligente de lo que nos imaginamos. Yo lo voy a soltar y quiero que tú lo conduzcas como lo hiciste cuando estaba el viejo. Recuerda que vas a conducir como si estuvieras viendo la pista y sus ojos fueran los tuyos. ¿Qué dices?...

 

- Tranquilo, hombre, que yo ya me sé la rutina de memoria y recuerda que este noble animal también sabe lo que está haciendo. Voy a intentar hacer el recorrido sin tu ayuda, pero si vez que me estoy desviando, inmediatamente, me lo dices y yo lo freno mientras tú vienes en mi ayuda. ¿Listo?...

 

! Listo, jefe! - exclamé emocionado.

 

Preparamos todo. Colocamos el brillante ejemplar en la cabeza de la pista y Julio Fierro lo empujó con mucho valor. “Platino” dio las dos vueltas de rigor y, después, se dirigió a la prueba del ocho para superarla sin ningún error. Julio lo plantó, lo reversó y arrancó en busca de la pista de resonancia. Fueron y vinieron en varias veces, mientras que José Antonio y yo aplaudimos visiblemente emocionados. El patrón llegó hasta nuestro lado, con una amplia sonrisa de satisfacción que nunca le habíamos visto.

 

- ! Cero y van dos!... !Gracias, querido escritor, por brindarme esta alegría. Nunca me imaginé que este “Platino de Besilu” fuera tan bueno. Estoy sincronizado mentalmente con este hermoso potro y hasta me parece que veo la pista a través de sus ojos. Este es el mejor regalo que le puedo brindar a mi hermosa Natalia. No habrá potranca “platinada”, pero si habrá el “Platino” más pulido y más inteligente del mundo. Ella quería una hembra porque, seguramente, se la imaginaba mansa y más manejable, pero, con este pedazo de metal precioso, tendrá toda la nobleza, todo el amor y toda la inteligencia que puede caber dentro del animal más espectacular del mundo.

 

Todos estábamos felices.

 


Esa noche nos fuimos a dormir muy tranquilos y satisfechos.
Al otro día nos levantamos muy temprano, desayunamos y después nos fuimos a contemplar el magnífico animal.

 


El patrón estaba muy a gusto y para acabar de completar la fiesta, llegó Ferley, mi hermano, sin avisar.

 


- Buenos Días, señores, no resistí la tentación de venir a ver cómo está el mejor caballo del mundo y aquí estoy, aunque esta finca está más lejos que el diablo. - dijo mi hermano, haciendo gala de su extraordinario don de gentes. - Y con su permiso Don Julio Fierro, porque yo no me podía perder este espectáculo de ejemplar.

 


- Buenos días amigo, y bienvenido a mi humilde morada, que cada día es más confortable con la ayuda de su querido hermano... José Antonio, sírvale un poquito de desayuno al hermano del escritor, que tuvo la valentía de venir hasta este destierro.

 


- Muchas gracias don Julio, pero yo ya desayuné. Mejor ponga ese rayo de plata en movimiento, para poder apreciar su hermosura en todo su esplendor.
Todos estábamos felices.

 



Julio Fierro fue, vino y volvió a ir. El entendimiento era constante y el caballista ciego empezó a hablarle como si se tratara de un hijo.

 

- “Platino”, llévame hasta donde están mis amigos - le dijo Julio Fierro al corcel plateado y, el hermoso animal, lo condujo hasta nuestro lado. Todos miramos asombrados y estallamos can gritos alegres y con sonoros aplausos.

 

- “Platino”, llévame a la pista y cumple la rutina nuevamente - ordenó el jefe para probar la inteligencia del asombroso animal, que se dirigió a la cabeza de la pista, para empezar a cumplir a la perfección todos los pasos de la difícil rutina. Todos aplaudimos felices, cuando el caballo pasó por la pista de resonancia y el caballista ciego se quitó el sombrero para agradecer al escaso público.

 

- Siempre soñé con estos aplausos que hoy me han brindado ustedes. Siempre quise estar montado sobre un ejemplar que me hiciera sentir orgulloso y feliz de estar vivo y, hoy, por fin, lo he logrado sobre este hermoso “Platino de besilu” que será el semental de la caballada de mi mujer y de mi hija, por siempre. Señores, destapen una botella de whisky y maten un cerdo de los pequeños, porque la visita de Don Ferley hay que celebrarla con licor y chicharrón como buenos paisas.

 

José Antonio, que era el hombre más carnívoro que yo había conocido en mi vida, voló hasta la porqueriza en busca del cerdo que no se imaginaba que, en una hora, iba a estar completamente frito. Yo me fui en busca del equipo de sonido que inundó el ambiente de fiesta con una famosa ranchera mejicana, en la que el hombre seguía siendo el rey. Ferley, mi hermano, se tomó un whisky doble, como para quitarse el peso que tenía que soportar pensando en los dólares que tanto le gustaban y que yo le había entregado al doctor Jiménez. Parecía que Dios nos cuidaba y, por ahí derecho, a los solitarios vecinos de nuestra finca.

 

El patrón se emborrachó y sin olvidar su vieja costumbre de poeta enamorado, empezó a cantarle unos versos improvisados al hermoso semental.

 

Amigos voy a contarles

 

La historia de un potro fino

 

De color moro plateado

 

Que brilla como el platino.

 

Más suave que un Ferrari

 

Es un caballo muy ligero

 

Que se repica en el aire

 

Queriéndose salir cuero.

 

Un orgullo Colombiano

 

Por ser el mejor del mundo

 

Lo amo como un hermano

 

Cuando patina en un punto.

 

Su inteligencia infinita

 

Una leyenda escribe

 

En un pueblo de Antioquia

 

Que es donde el potro vive.

 

Un orgullo de caballo

 

Por ser el mejor de silla

 

Un compromiso sagrado

 

De Fabio Ochoa y familia.

 

Más suave que un deportivo

 

Es un lujo de animal

 

Que aprende todo sólito

 

Queriendo ser inmortal

 

Lleva en su sangre la herencia

 

De los resortes queridos

 

Y del terremoto que a Pablo

 

Le han castrado los gringos

 

Un orgullo de Colombia

 

En su lindo paso fino

 

Y un monumento a la vida

 

Con el famoso platino

 

Desde aquel día, el potro moro plateado, se convirtió en los ojos del jefe. Nunca, jamás, habíamos visto un ejemplar más inteligente que ese. El hermoso caballo sabía, exactamente, qué era lo que quería Julio y se dirigía con una nobleza absoluta hacia donde el hombre le dijera. El patrón se enamoró de él y le contaba sus penas como si el animal le entendiera.

 

Todos nos dimos cuenta de las virtudes del elegante potro, y, desde ese mismo día, empezamos a enseñarle a caminar por los caminos por donde el patrón deseaba viajar. Nos fuimos a llevar a mi hermano, al río, porque él era casado y no le gustaba permanecer mucho tiempo fuera de su hogar. Julio Fierro se fue hablándole al potro como si fuera uno más de sus amigos.

 

- Recuerda, potro querido, cada una de las curvas que nos llevan hasta el río, porque cuando estemos solos, tú serás el encargado de encontrar el camino.

 

Aquel animal tenía una memoria fotográfica y parecía que leyera el pensamiento del pobre caballista ciego, que se fue explicándole miles de cosas durante todo el camino. Llevamos a mi querido hermano, que se marchó con los ojos llenos de felicidad. No sé si iba pensando en dólares o en pesos, pero se fue en el autobús.

 

- Bueno, muchachos, me voy a adelantar un poco, para ensayar lo que aprendió mi “Platino de Besilu” en la bajada - anunció el jefe y, sin esperar ninguna respuesta, arrancó en el caballo y se fue para la finca dejándonos, a José Antonio y a mí, completamente asombrados. El mayordomo movió la cabeza con incredulidad, pero no se atrevió a decir nada, mientras que el jefe se marchaba. Caminamos y caminamos, mientras observábamos trastornar el inteligente ejemplar en las innumerables curvas y, a los quince minutos aproximadamente, se nos perdió el patrón de la vista y sólo lo volvimos a ver cuando ya estaba descansando en la finca. El caballista ciego había desensillado el potro, lo había guardado y le había dado comida. Todos estábamos felices con los ánimos y con los nuevos bríos que manifestaba el patrón.

 

Al otro día, yo, un poco incrédulo, con la autorización de Julio Fierro, ensillé el noble animal, para comprobar una vez más sus virtudes y no dejar al azar la seguridad del caballista ciego. Me monté en el suave corcel y le dije:

 

- Bueno,”Platino de Besilu”, yo soy el escritor y nos vamos a ir para mi finca, para que tú te aprendas el camino y lleves al jefe cuando él me quiera visitar. Vamos a parar en cada una de las bifurcaciones del sendero, para que tú sepas que siempre debes viajar tomando el sendero de la derecha.

 

Me fui muy despacio con el inteligente corcel y esforcé mi mente, para transmitir cada una de las variables del camino a la mente del animal. Era como programar una computadora de cuatro patas, con un método nunca antes probado. Me fui despacio, porque mi finca quedaba a más de cuarenta minutos por intrincados caminos. Dejé que el hermoso caballo tomara agua en cada uno de los pequeños riachuelos que nos encontrábamos y lo dejé que observara el paisaje en cada una de las planicies, para que lo memorizara. Avancé, lentamente, relatándole con mi voz qué era lo que tenía que hacer en cada uno de los obstáculos, para que no fuera a matar al ciego después. Cuando yo daba cada una de las explicaciones, el inteligente animal movía las orejas, hacia adelante, como tratando de decirme que la explicación estaba entendida y que podíamos continuar. Así, de narración en narración, llegamos hasta mi finca. Me bajé y le preparé una deliciosa comida con harina de maíz y salvado de trigo, para que nuestro genial amigo se sintiera agradecido y se diera cuenta de que, ir a la finca del escritor era algo muy agradable. Lo dejé descansar unos minutos, lo dejé observar el paisaje y lo dejé mordisquear el delicioso y abundante pasto que ya estaba tapando mi humilde rancho. Me monté y empecé a regresar, continuando con mi explicación.

 

- Bueno, “Platino de Besilu”, ya nos vamos para la casa de tu jefe y necesito que memorices bien el camino. De bajada siempre tienes que tomar los senderos de la izquierda, porque vamos en sentido contrario. La izquierda es este lado - le decía y le golpeaba, suavemente, el lado izquierdo de su cuello. Cuando llegábamos a una bifurcación del camino, yo lo plantaba, lo dejaba mirar, y lo golpeaba en el lado izquierdo del cuello y le decía:

 

- Bajando, es siempre a la izquierda.

 

Así me fui, lentamente, hasta la casa del jefe. Me bajé y José Antonio y Julio Fierro me estaban esperando, felices por el experimento. El fiel mayordomo me sirvió chocolate caliente, arepa con mantequilla, huevos y queso y disfrutamos del suculento desayuno, llenos de una inmensa alegría.

 

Después, excitados por la emoción que nos producían las virtudes del espectacular animal, ensillamos la “Melodía” y “la capuchina de Medellín” y nos fuimos detrás de Julio Fierro, para ver si “Platino de Besilu” se había aprendido la lección.

 

- Bueno, amigo, llévanos a la finca del escritor, porque tú eres el que se sabe el camino -. Ordenó el jefe.

 

El inteligente animal arrancó, tomando la delantera por los estrechos senderos y avanzó, lentamente, sin equivocarse en ninguno de los recodos. Julio le tenía absoluta confianza y sonreía, cuando yo lo felicitaba después de haber superado los obstáculos difíciles. El caballo nos llevó hasta mi finca y nos trajo sin problemas. Todos estábamos felices y el patrón destapó otra botella de whisky, para celebrar el acontecimiento.

 

Desde ese día, nos dimos a la tarea de enseñarle todos los caminos de la región. Lo llevamos al río, nuevamente. Lo llevamos a la sierra escarpada, donde estaba el pinar de los venados. Lo llevamos a la Ceja y lo llevamos a Abejorral. Yo, que era el instructor, le ponía pequeñas trampas cuando íbamos llegando al sendero, que nos conducía de la carretera principal a la finca, me iba por el lado opuesto, simulando haber olvidado la entrada y, el caballo, inmediatamente, se atravesaba la carretera y cogía por el sendero preciso. Qué espectacular cualidad la de nuestro querido ejemplar. Yo nunca me imaginé que los caballos fueran tan inteligentes. “Platino de Besilu” era tan genial, que parecía que leyera nuestros pensamientos. Cuando estaba en la pesebrera, me ponía a jugar con él y amagaba a morderme, yo lo regañaba e intentaba golpearle con un rejo, por necio, y él se paraba en las patas, completamente furioso al sentir la adrenalina de mi agresión. Después se calmaba y continuaba jalándome de la camisa, con sus poderosos dientes, para no dejarme avanzar en el oficio de asear su pesebrera. Ese caballo era igual de necio a un muchacho chiquito.

 

Todos estábamos enamorados de “Platino de Besilu” y empezamos a buscar pruebas para desarrollar su inteligencia. Un día yo me levanté emocionado y le dije a Julio que le iba a enseñar a sumar y a restar a “Platino”, pero al hombre como que no le gustó y me dijo:

 

- No le enseñes a manejar los números, que se nos vuelve interesado y materialista como la mujer mía. Mejor déjalo analfabeta como José Antonio, para que permanezca fiel a nuestro lado, sin importarle las finanzas.

 

El patrón y yo soltamos la carcajada por sus ocurrencias y el humilde mayordomo permaneció en silencio, sin entender lo que significaban esas palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO NÚMERO VEINTE

 

En aquel tiempo todo era felicidad.

 

Nos levantábamos y mientras ellos se dedicaban a cuidar y a entrenar al maravilloso “Platino de Besilu”, yo me dedicaba a escoger cada una de las palabras para estructurar esta historia.

 

Todo iba muy bien, hasta el día en que en la televisión entrevistaron a Natalia, la mujer del jefe, que reconoció públicamente, que estaba viviendo con un elegante actor Mejicano. Yo me quedé pasmado y no me atreví a apagar el televisor. El jefe escuchó la noticia completa, en la que ella explicaba que no quería ser actriz porque, su compañero sentimental, se demoraba demasiado tiempo en las grabaciones y esa no era la vida que ella deseaba. Después dijo que el perro, la mascota de su amante, era demasiado dañino y que ella lo había tenido que botar de la casa. El malparido estaba viviendo con ella y hasta se había traído el perro.

 

El jefe desconectó el televisor y temblando de la rabia me dijo a solas:

 

- Yo me voy a morir muy pronto, porque ese tema, de que ese doble hijo de prostituta se está comiendo a mi mujer, no lo soporto y esa perra sinvergüenza, que no se respeta y que no respeta a mi pequeña hija, no se merece ningún regalo. Es por eso que, ahora mismo, te voy a regalar a mi querido “Platino de Besilu” con la condición de que no dejes montar a ningún mejicano sobre él. Las potrancas del potrero también te las regalo y unos cuantos dólares que hay en un costal debajo de la cama, quiero que los utilices para que no le haga falta comida a José Antonio y para que financies los gastos de la finca. Quiero que me acompañes para que nos tomemos unos whiskys, porque este dolor tan grande no lo soporto en sano juicio. No voy a renegar más de esa perra, que lleva a otro hombre a mí casa, que duerme con él en mi cama y que no hizo ni el más mínimo esfuerzo para encontrarme con vida. Porque sepa una cosa, mi querido escritor, si esa malparida hubiera colocado aunque fuera una sola fotografía de su esposo desaparecido, en el más pequeño de los árboles o en la más sucia de las paredes, yo hubiera regresado a su lado, a pesar de mi mutilación. Pero nada, a ella sólo le interesa su imagen de modelo barata, a la que ya se le deben de estar empezando a notar las arrugas. Nunca, nunca hizo ni el menor esfuerzo para encontrarme, después de mi desaparición. Yo he visto a las humildes mujeres de los policías desaparecidos, enviando mensajes por la televisión y por la radio, en busca de una esperanza de vida, para el hombre que de lejos se ve que aman con el corazón. Pero la mujer mía no hizo nada... Con toda seguridad, debe de haber quemado todas mis fotografías, para que nadie me pudiera hallar. No quiero pensar que la trampa que me tendieron, fue idea de esa mojigata con voz de niña mimada, para sacarme del medio y quedarse con unos muebles viejos y esos tres pesos mal contados, que se va a gastar con ese pobre mejicano, que no sabe lo que le espera al lado de esa loca. Amigo escritor, yo sé que tú eres un hombre muy inteligente y muy valiente, también sé que ante ti no tengo necesidad de fingir nada, ni de ocultar nada, porque tú estás por encima de las pequeñas mentiras y de las bobadas. Mi ciclo vital se tiene que terminar hoy, porque ya se han terminado mis expectativas. Cometí demasiados errores y he pagado por ellos. Mi mujer es una mujer demasiado hermosa y tenía que llegar el día, fatal, en que consiguiera un amante. Ella está en la plenitud de sus condiciones físicas y tiene derecho a rehacer su vida, aunque a mí no me guste. Yo no soporto saber que está viviendo en mi propia casa con otro hombre y es por eso que he decidido ponerle fin a mi vida. Los hombres guapos hemos sido jugadores por naturaleza y yo jugué todo por “Una modelo y un caballo hecho leyenda” y gané, aunque, con mi hombría y con mis ojos, tuve que pagar por mis más hermosos sueños y por mis más fatales errores. Yo me voy a suicidar hoy y por eso te voy a encargar a ti, para que después de mi partida, cumplas mi voluntad y entierres mi cadáver dignamente. Estas tierras se las voy a dejar a José Antonio, para que las siembre y para que mate conejos en ellas. Todos los caballos son para ti, como ya te dije antes, porque eres un hombre elegante y porque sabrás disfrutarlos. A “Platino de Besilu”, que siempre fue el caballo de mis sueños, no quiero que lo pongas a competir con ninguno, porque él ya se ganó mi corazón, que era lo único que se tenía que ganar. Lo puedes dejar para que tomes aguardiente en él, en ese hermoso pueblo de la ceja. Las potrancas las puedes dejar aquí, para que en el futuro tengas muchos descendientes del inmortal “Platino de Besilu” Los dólares, quiero que los utilices para comprar semillas y ganado, que aseguren la subsistencia de mi fiel mayordomo hasta sus últimos días. También quiero que le des a Jaime López, mi mejor amigo, unos doscientos mil verdes, para que lleve a cabo los proyectos que no pudo realizar conmigo. A él lo encuentras en La Ceja, enseguida del hotel "Los Ponchos"... Eso es todo... Ya no me queda ningún motivo para seguir viviendo - concluyó el pobre caballista ciego que ya parecía muerto en vida -. Invéntale una mentira a José Antonio, para que te preste la escopeta cargada. - Me dijo después de tomarse un largo trago de licor. Yo lo pensé unos segundos y concluí que, en su lugar, yo haría lo mismo. Me dirigí en busca del mayordomo y le dije:

 

- José Antonio, necesito que me prestes la escopeta buena, cargada con un tiro extranjero o el cartucho más poderoso que tengas, porque el patrón se antojó de comer albóndigas de tórtola y, ahora mismo, yo le voy a cazar unas cuantas.

 

Aquella mentira no se la creía ni el hombre más bobo del mundo. ¿Cómo iba a cazar las tórtolas, si yo nunca había disparado un arma de fuego?...

 

Mi explicación no hizo ningún efecto el aquel campesino que era muy hombre y que, a pesar de las circunstancias y de su analfabetismo, comprendía todo con mucho valor. Se levantó de la cama y se dirigió lentamente hacia la pared, descolgó la escopeta americana, que era la más moderna y poderosa. La limpió con mano firme y aunque en su rostro se reflejaba una profunda tristeza, parecía decidido a colaborar con la noble causa que se adivinaba en el ambiente, después de que habíamos visto la noticia, en la que la mujer del jefe hablaba tranquilamente de su amante. El fiel mayordomo me entregó el arma, sin hacer ni una sola pregunta. Cuando yo salí del cuarto, con la poderosa escopeta, José Antonio se fue para la cocina y siguió preparando los alimentos tranquilamente. Yo empecé a dudar de aquella misión y, por un instante, desee contarle todo al ingenuo mayordomo, para que detuviera el proceso de los acontecimientos. La turbación de mi conciencia y mis terribles temores, me obligaron a preguntarme de qué serviría aquel sacrificio... ¿Podíamos esperar a que, Julio Fierro, siguiera viviendo con la terrible certeza de que su amada mujer, lo estaba traicionando con un actor mejicano?...

 

Yo, llegué hasta las pesebreras con la escopeta cargada, y se la entregué al patrón, que la recibió con una inmensa satisfacción, al saber que su fiel mayordomo también aprobaba su fatal decisión.

 

Me dijo que le llevara la comida, otra botella de whisky, un lápiz y un cuaderno porque, a pesar de su ceguera, iba a tratar de escribir unas cuantas cartas. Me ordenó que yo también me fuera a comer, apoyó el cuaderno sobre la rústica mesa en que se colocaban las drogas y los clavos de herrar, se sentó sobre una suave y mullida butaca y empezó a escribir a tientas.

 

“Queridos amigos: gracias por facilitarme la escopeta. Ustedes mismos han aprobado mi decisión de abandonar este mundo ingrato. ! Muchas gracias por favorecer mi resolución! Tú, querido escritor, que sabes mi terrible decisión y, sin embargo, has traído hasta mí esta arma destructora. Con valor, voy a recibir el descanso de manos de mis mejores amigos. ! Sí, muchachos, me voy a marchar de este mundo! Para terminar con este dolor tan grande que ha sembrado Natalia dentro de mi pecho, pero estoy seguro que ni una bala, ni el tiempo, podrán borrar el inmenso amor que les tengo a mi mujer y a Mariana, mi inocente hija.”

 

El jefe estaba desesperado.

 

Julio caminaba de un lado para el otro. Se sentó y después de meditar un rato, mandó a José Antonio a que le ensillara a “Platino de Besilu.” y, a pesar de que llovía, salió en el inteligente semental y se fue a meditar al pinar de la sierra. Estuvo paseando largo rato por las escarpadas montañas y sólo regresó a la finca en las horas de la noche. Desensilló, él mismo, el caballo. Lo guardó, encendió todas las luces, como para que se hiciera más suave su ceguera y se sentó, nuevamente, en las butacas de cuero negro, para seguir escribiendo sobre la rústica mesa de comino.

 

“Jaime... Perdóname por haber traicionado tu amistad, abandonándote en todos tus proyectos. El dinero me cambió, me distrajo, me corrompió y me destruyó hasta el punto de llevarme a una muerte segura. Hoy, cuando estoy al borde del abismo, he pensado mucho en ti, que has sido, quizá, el único amigo fiel que he tenido y para subsanar un poco los errores que he cometido contigo, te voy a dejar doscientos mil dólares con mi escritor preferido, que es un hombre muy honrado y bueno, que conocí en esta tierra y que lo tengo escribiendo mi dolorosa historia. Querido Jaime, por última vez he cabalgado por las montañas de Antioquia la grande. Recorrí el campo y me contagié de la paz infinita de los árboles. Sentí la lluvia helada sobre mi rostro y alivié, un poco, el dolor interno que oprime mi corazón. Dios me está cobrando, de terrible manera, la pequeña equivocación que cometí por amor; porque tú mismo eres testigo de que yo fui un hombre bueno, hasta que llegó la hermosa modelo que lo cambió todo. No creas que estoy renegando de mi suerte, sólo estoy tratando de disculparme ante ti, que eres una de las personas que más me importa. Perdóname por haberte dejado abandonado cuando, yo, más te necesitaba, porque tú hubieras sido la cordura, porque tú hubieras sido el freno y la pausa, en esa danza macabra de licor, drogas y dólares manchados de sangre, que ahora reposan debajo de mi cama, y que sólo me sirven para comprar el perdón de personas tan especiales como tú. Utiliza bien esos pocos billetes que te obsequio y recuérdame con cariño, porque yo voy a estar muy agradecido contigo, por siempre. ! Gracias, Jaime!... !Gracias, amigo!... Adiós. Volveremos a vernos y, entonces, seremos más felices y realizaremos todos nuestros proyectos aunque sea en el infierno. "

 

Más tarde siguió escribiendo a tientas y cerró unas cuantas cartas dirigidas a sus familiares. El contenido de las cartas iba dirigido en busca del perdón, que necesitaba para sus traiciones y para su abandono. A eso de las doce de la noche, mandó a José Antonio a que llevara a “Platino de Besilu” a una de las pesebreras del fondo y que después hiciera una fogata a todo el frente de la pesebrera en la que se encontraba, porque estaba haciendo demasiado frío. A los pocos minutos nos envió a dormir a los dos.

 

Después de las doce...

 

“Natalia, no sé cómo es el hombre que has elegido para reemplazarme, pero si a ti te gusta, es porque debe de ser un hombre muy bueno. Con esa noticia me has partido hasta el alma y me estás empujando hacia una muerte asquerosa y sucia, en la que no voy a poder tener paz. ¿Cómo voy a descansar en la eternidad de Dios, si el gran amor de mi vida no existe y nunca existió?... Sin necesidad de estar muerto, Dios me ha castigado con el más intenso dolor que pueda existir, con el dolor de saber que estás haciendo el amor con un macho venido de otras tierras. Ya no podré pensar en el rostro angelical de mi dulce hija, sin sentir el temor de que también ella sea parte de tu gran mentira. Sabes que siempre pensé que el amor verdadero existía y era inspirado y protegido eternamente por los Dioses, pero tú lo ha convertido en una efímera y terrenal flor, que has dejado marchitar tan rápido, que aún no se han podido secar las lágrimas que derramabas cuando los periodistas te acosaban con preguntas sobre mi desaparición. Mis cicatrices físicas todavía no han tenido tiempo de sanar, porque aún me duele mi hombría destrozada, cuando monto sobre mi genial caballo... Natalia, te cuento que he llorado lágrimas de sangre cuando, lleno de furia, se me escapan gotas de ese espeso líquido que emana de estas cuencas vacías que tampoco han querido sanar. Te felicito por tu gran capacidad de recuperación y por tu gran capacidad de olvido. En mi tierra siempre se vieron antiguas matronas envueltas, toda una vida, en el negro y cerrado luto que les inspiraron hombres humildes y buenos. Pero sólo ahora lo estoy comprendiendo, ¿cómo me iban a dar, Dios y la vida, una amor verdadero a mí, que fui un narcotraficante egoísta y traicionero?... Una mujer hermosa y vacía, que sólo está pendiente de su apariencia, del lujo y del derroche. Una mujer que es exótica y rara como una orquídea salvaje, una mujer que cambia constantemente con la magia de la conveniencia, una mujer que es una hermosa mentira, es el castigo más grande que he podido recibir, pero los Dioses no han sido injustos del todo, ellos sabían que yo lo hice todo por amor y, como consuelo final, me han dejado tener a Mariana y querer a “Platino de Besilu”, el más espectacular caballo de paso fino Colombiano que ha podido existir, para que me acompañe y me ame sin ningún interés mezquino. ¿Qué hubiera sido para mí, la eternidad, sin la sonrisa inocente de mi hija?... ¿Qué hubiera sido de mí, en el abismo oscuro y negro del infierno, sin el brillo resplandeciente de las crines de mi caballo? ¿Qué hubiera sido de mi, en la danza brillante de las estrellas, sin este caballo que ha sido como un bálsamo refrescante para mi alma?... Natalia, yo te perdono y te sigo amando con mi virilidad quebrantada. Cuida mucho a mi hija y enséñale a amar verdaderamente. Trata de inculcarle valores del corazón y del alma y no la obligues a marchar en tu danza ridícula de las falsas apariencias y del engaño, que fue lo que terminó con mi vida. Yo sé que mi escritor preferido, va a publicar esta carta y tú vas a poder leer estas sinceras palabras. Perdóname si te parecen un poco duras, pero recuerda que yo siempre fui sincero. Te sigo amando con toda mi alma, porque tú eres exactamente la versión femenina del mundo de engaños que fui yo. Recuerda que a ti y a mi hija, las voy a seguir amando y admirando, mientras que viajo por la eternidad montado en el brillo de una estrella, montado en un rayo de luz, montado en un caballo plateado que viajará por el cielo como una estrella más del firmamento.”

 

“ Sereno y tranquilo, me voy a adelantar en el camino de la evolución... !Ah!... Si hubiese podido educar y cuidar a mi dulce hija, con alegría y con entusiasmo, hubiera trabajado, día a día, aunque hubiese sido lustrándole el calzado a los ricos. Pero, ayyyyy, sólo los hombres privilegiados y buenos, logran permanecer al lado de los que aman. Natalia, háblale bien, de mí, a nuestra hija. Cuéntale, que todo lo que hice, lo hice para que a ustedes no les faltara nada. ! Oh! Abrázala mil veces y cuéntale del arrepentimiento, del infortunado caballista que fue su padre. ! Ay!... Natalia. ! Cuánto te he amado desde el primer momento en que te vi!... Desde ese mismo instante, juré que tendrías que ser mía, aunque me costara lo que me costó. ! Ah!... Nunca pensé que aquel principio, me condujera por los caminos de la competencia, que después me llevó a este final horroroso. Disfruta de tu nueva vida con tranquilidad y ruégale a Dios para que perdone todos mis pecados. Natalia. Natalia... Recuerda que en el universo hay un hombre que te amará por toda la eternidad.”

 

“Platino de Besilu” relincha en la otra pesebrera con desesperación, cómo escuchando los latidos de mi corazón, cómo adivinando mi determinación. Todo duerme a nuestro alrededor y mi alma, a pesar de todo, está tranquila. Te doy gracias, oh, Dios mío, por haberme dejado disfrutar de mis dos grandes amores,”Una súper modelo y un caballo hecho leyenda” por los que hice todo lo posible y lo imposible también. Me dirijo a la puerta de esta asquerosa pesebrera y el viento golpea mi rostro, con la misma fuerza que el caballo platinado golpea la puerta de su nueva jaula, como queriendo evitar la locura que me está lanzando a la vida eterna. Pienso en el cielo y en mi mente contemplo el “Pegaso” formado por las estrellas que siempre llamaron mi atención y que ahora no puedo ver. ! Vosotros serás mi guía, astros inmortales, hermanos míos!... El Dios todopoderoso, los lleva igual que a mí. Me quedo pensando en mi constelación favorita y por un instante creo que, ella, también relincha de tristeza como mi corcel preferido, que está llorando porque adivina mi partida. !Qué inteligencia la de ese animal, comprende lo terrenal y con el pensamiento viaja por el cielo también! !Con qué delicia he pensado en el caballo alado del firmamento, porque dentro de muy pocos minutos voy a estar viajando montado sobre él! !Cuántas veces he levantado mis manos hacia ese caballo de diamantes que, sin embargo, palidece ante la brillante realidad de mi corcel enjaulado de Besilu! !Oh, Natalia!... ¿Qué hay en el universo que yo no te haya querido regalar?... ¿No acumulé millones y millones de dólares, para poder comprarte la hamburguesa que no te pude comprar el primer día que fuimos a una exposición equina y yo era más pobre que una rata?... ”

 

“Querido escritor:

 

Muchas gracias, amigo del alma, por todos los favores que me has hecho y por el tierno interés que me manifiestas. No te preocupes por la infausta noticia que he escuchado en la televisión, porque ese era el final correcto para la historia de mi vida, que fue una completa equivocación. Te escribo esta carta con el corazón en la mano, después de que el universo empezó a pasarme la factura de cobro por mis malas acciones. ¿Qué otro destino le podía esperar a un hombre ambicioso como yo, que exporté toneladas y toneladas de cocaína, siendo consciente del daño que le iba a ocasionar a los niños y a los hombres de los Estados Unidos de Norteamérica?... Los Dioses han llenado mi vida con el dolor que provoqué y me han obligado a tomar el cáliz amargo de mi castigo, y, puesto que este cáliz de la vida le resultó amargo hasta al mismo Jesucristo, cuando lo acercó a sus labios de hijo de Dios, ¿porqué he de fingir yo, para aparentar que no me duele y tratar de hacer creer que me ha resultado muy agradable que me castren, que me hayan arrancado los ojos y el alma?... ¿porqué no he de confesar mi desesperación en este momento, en que mi dulce y tierna mujer, por la que hice todo, se abre y se entrega en cuerpo y alma, a un modelo de ojos claros, que va a consumir las últimas gotas de una juventud que ya se le está empezando a marchitar? ¿Porqué no me voy a desesperar en este momento, en que mi cuerpo tiembla y duda entre existir y no existir?... “Platino de Besilu” trata de rescatarme del fondo del abismo, con sus relinchos desesperados, sin poder comprender la tristeza de un ser que se hunde sin remedio, ante la traición de su ángel dorado y adorado. Natalia no sabe que está matando, lentamente, al padre de su hija y yo, de verraco, apuro con voluptuosidad y con agrado, la copa fatal que ella me presenta. ¿Qué significaban las lágrimas desesperadas que rodaban por sus mejillas, cuando los periodistas la acosaban después de mi desaparición?...

 

Antes, cuando nos amábamos, me miraba a los ojos y me juraba amor eterno y ahora, sin que hayan sanado las heridas que me conseguí luchando por ella y siguiendo sus equivocados consejos, hace el amor y se pasea cogida de la mano con un ridículo gato mejicano... Al dirigir mis súplicas al todo poderoso, no puedo decir !conservádmela!... Porque sólo ahora comprendo, que nunca fue mía. Ella estuvo a mi lado por el lujo y el confort que le proporcionaba el dinero que conseguí con sangre y, sin embargo, hay momentos en los que creo, que ella me amó sinceramente. Tampoco le puedo decir a Dios “! Regrésamela!” porque estoy mutilado y ella se moriría de asco, al observar las cuencas de mis ojos llenas de sangre. Así es como me revuelco, sin cesar, sobre el sucio lecho de mis pecados y de mis dolores.

 

Natalia ignora que aún sigo con vida. Pero es que yo no me puedo presentar ante ella, porque ya no puedo contemplar su seductora belleza, ni la aureola inteligente que rodea su frente, aunque todavía puedo disfrutar de su dulce voz y de su ternura infinita. ¿Porqué no me arrojo a sus pies y dejo que ella tome la decisión de lo que ha de hacerse, en el futuro, con este despojo de hombre?... Yo sé que a ella le gustaría ver el caballo plateado de nuestros sueños. Siempre quise tomarle fotografías cabalgando desnuda, sobre el mejor caballo de paso fino Colombiano de todos los tiempos, pero ahora no puedo porque estoy mutilado y ciego. Yo no puedo darle la oportunidad de que ella decida, porque hay una barrera inaccesible que la separa de mí, que soy el hombre más orgulloso que ha existido sobre la tierra y que no desea ser compadecido por ningún motivo... ¿Quiero la compasión de mi mujer y de mi hija?... No. Mejor prefiero la muerte. Afrontaré con valor, el castigo que me han impuesto los Dioses por mis pecados. Este castigo de la ceguera y de la castración, no tienen comparación. Hubiera preferido cargar tres o cuatro cruces hasta la cima del monte calvario y morir crucificado y aplastado por los azotes, pero con mi hombría y con mi dignidad intacta. Mi destino no tiene igual, comparado con mi tortura, la muerte de todos los otros hombres, es una suave enfermedad física porque jamás, mortal alguno, se vio tan atormentado como yo. He escuchado la historia de “Bernardo y Eloísa” y es muy distinta a la mía, porque él era un monje que no tenía un caballo plateado y privilegiado como “Platino de Besilu” y, siguiendo con la ventaja de que a él nunca le sacaron los ojos y terminando en que, la historia de él, debe de haber sido un guión que se escribió para una película. ¿Será qué ha habido, en toda la historia, otro hombre tan desgraciado como yo?... Nunca, nunca podrá curarse mi orgullo ultrajado, ni podrá tranquilizarse mi alma. Por donde quiera que vaya, encuentro obstáculos físicos y psicológicos que me desesperan y me lanzan al vacío del infierno. ¿Cómo es posible que mi ángel adorado, abra su alma para que un extraño entre, mientras que yo me pudro en las montañas de la desilusión?... No, amigo mío, esta situación ya no la soporto y es por eso que me voy a suicidar con tu ayuda. Querido amigo, gracias por todo. Julio.”

 

“Natalia:

 

Si te llegaste a imaginar que, con ese comportamiento, estabas enterrando en una montaña mi memoria, mi orgullo, mi honor y mi cuerpo. Te compré a “Platino de Besilu” y se iluminó mi vida y, cuando estaba recuperando las ganas de vivir, escuché la noticia que me lanzó de bruces al infierno. ¿Cómo es que mi ángel adorado tiene un amante, sin tener aún la certeza de mi muerte?  ! Oh, destino ingrato!... !Oh, pobres ilusos que confiamos en el amor eterno de las mujeres!... Quiero perder la razón y vagar por este mundo como un idiota, que recoge sueños de colores para su amada. Todo ha concluido. Ya no soy más que un guiñapo. Antes de conocerte, amada mía, vivía contento y feliz como un pez en el agua, pero ahora estoy destrozado y celoso por tu culpa. Ya no quiero ser tu amigo, ni tu amante ni nada. Adiós ingrata.”

 

Envidio la vida de los mendigos que viajan por las calles de la ciudad de Medellín, recogiendo basuras y pidiendo pedazos de pizza a los ricos. Envidio el laberinto mental en el que se pierden, los que no conocen el juego del equilibrio perfecto del universo, porque ellos no ven venir su castigo. La gran mayoría de los hombres salen a trabajar en las mañanas, resignadas ante sus limitaciones económicas, pero llenos de esperanzas, de deseos y de amor. ! Dios, dame otra oportunidad por favor!... Ya no tengo esperanzas de nada, porque Natalia ya no es mía. Felices criaturas que sólo en un obstáculo material hallan su desgracia. Cada golpe, que un hombre humilde pega sobre la tierra, para cultivar una mata de maíz, es una gota de bálsamo echado sobre las heridas de su alma, y, después de la jornada agotadora de cada día, se acuesta al lado de su adorada y fiel mujer, con el corazón aliviado y limpio de las ambiciones desmedidas que enfurecen a los Dioses. !Oh, Dios bondadoso, que no conozco, padre eterno que no me diste oportunidades para trabajar decentemente, padre que me diste el mejor caballo del mundo y que me dejaste amar la mujer más sensual de Colombia, llámame muy pronto a tu lado. No tortures por más tiempo a este humilde campesino, que todo lo hizo por amor. En la vida, después del esfuerzo y el trabajo, siempre se debe recibir la recompensa y el placer, ¿pero cuál ha sido mi recompensa después de tanto luchar, si la mujer de mi alma gime de placer con las caricias de otro?...

 

! Oh!  ! Dios mío!  ! Tú que ves mis sufrimientos, debes acordarte de mí y ponerles fin! La imagen de Natalia me persigue despierto y dormido, ella se ha metido en mi sangre y en cada una de las células de mi cuerpo. En el cerebro, que es donde se guardan las imágenes, distingo claramente su piel dorada y su cabello encendido como un trigal del sol. Es imposible explicarme lo que siento... Me duermo y sueño con ella también. Siempre está en mi mente. Todo mi ser está absorto por ella, ¿qué significa “Platino de Besilu” cuando la que iba a ser su dueña ya no está?... Ella me ha fallado cuando más la necesitaba y… ¿Dónde está el Julio Fierro invencible y agresivo que no se rendía ante nada?... Estoy acorralado y me estoy convenciendo de que soy débil y pequeño, yo que esperaba ser eterno y vencer hasta el paso del tiempo.”

 

“Mi caballo querido relincha sin cesar, como adivinando mi terrible determinación.  ! Oh, Dios lindo, todavía no entiendo el juego macabro al que me has sometido. Primero me llenas de pobreza y de humildad, después me antojas de los caballos más hermosos y de la mujer más espectacular, para que yo caiga en la trampa del amor sin límites y qué me has hecho después... ¿Me mutilas y me maltratas para qué?... ¿Dónde está la respuesta a este terrible experimento en el que yo he sido el conejillo de indias?...”

 

“La lluvia cae con violencia sobre el tejado y, mientras tanto, yo sigo pensando en ti, Natalia linda, y en mi adorada “Mariana”. Qué lástima que mi pequeña hija no haya podido disfrutar de todo este amor que se me ha enquistado por dentro. Me asomo a la puerta y no distingo nada a través de las tempestuosas nubes de mi ceguera. No veo los luceros que debían de estar esparcidos en la inmensidad del cielo de mi futuro. ¿Dónde están astros inmortales?... ¿Porqué no han iluminado mi entendimiento?... Quiero ver las estrellas que forman el caballo alado que es mi constelación favorita, pero hasta eso me lo has negado Dios misericordioso! Muchas veces levanté las manos hacia el “Pegaso”, para tomarlo como testigo de la felicidad que en esos días disfrutaba!...! Oh, amada mía! ¿Qué hay en el universo que no traiga hasta mi memoria tu recuerdo?...! Tú eres mi vida, porque yo lo hice todo por ti!  !Siempre supe que estaba traspasando la línea entre lo bueno y lo malo, para poder conseguir esos dólares que te hicieron y que te hacen muy feliz!”

 

“Natalia: No siento miedo al tomar el terrible sendero que me conducirá a la paz de la muerte. Tú me has llevado hacia esta trampa mortal y no vacilo ante el cáliz amargo que me presentas. De esta forma estoy pagando y voy a pagar todos los pecados que cometí, en la búsqueda de tu amor”

 

“Cabizbajo y derrotado, voy a llamar a la puerta helada del sepulcro, para que los Dioses me cobren todo el daño que le hice a la humanidad con esas malditas drogas !Ay!... !Si me hubiera tocado morir de viejo, trabajando para darle educación y protección a Mariana, mi pobre hija! !Con alegría, con entusiasmo, hubiera trabajado hasta el cansancio, para comprarle unos zapatos nuevos a mi niña, pero, ay, cometí demasiados errores en medio de mi ambición desmedida y, ahora, se está levantando William de la tumba en que lo lancé, después de haberlo asesinado, para llevarme hasta su putrefacta mansión. Natalia, gracias por todos los momentos de felicidad que me diste. Perdona mis malas interpretaciones y cuida la niña, tratando de que no ingrese en esa trampa mortal, de la moda y del derroche inmediato. Enséñale a disfrutar de las cosas sencillas de la vida y aléjala de las drogas y del alcohol. ! Oh!... Abraza a mi pequeña hija y cuéntale del infortunio de su desdichado padre que, un día, trató de enderezar el camino para marchar en las vías de lo legal, pero que ya había cometido demasiados crímenes. ! Cuánto las amo!  ! Ay, Natalia, cuánto te he amado, desde el momento en que Jaime nos presentó!... Desde ese momento me dije que tendrías que ser mía y por unos pocos años lo conseguí, porque disfruté lo mejor de ti. ! Ay, nunca me imaginé, que aquel principio feliz, me condujera a este final tan trágico. ! Adiós, ángel hermoso!... He colocado el cañón de la fría escopeta sobre mi frente. ! Perdóname Dios mío!... Natalia. Natalia... Mariana. Mariana...!Adiós! !Hasta siempre! !Qué sea lo que Dios quiera!... !Adiós!...

 

José Antonio y yo, escuchamos la terrible detonación en las pesebreras y nadie dijo nada. El mayordomo estaba lavando un plato y lo estrelló, con furia, contra el suelo. Yo sentí que el aire me faltaba y salí en medio de la noche fría, y me fui caminando hasta el embrujado pinar. Pensé en el sentido de la vida y en el valor del dinero, y me sentí muy feliz de haber sido sólo un perdedor.

 

Vagué sin rumbo, por la oscuridad de la noche y de mis pensamientos, y sólo regresé a las cinco de la mañana de un nuevo amanecer. Encontré a José Antonio tomando café en la puerta de la cocina y le dije:

 

- Es hora de enterrar al jefe.

 

El buen hombre no pronunció ni una sola palabra. Se quedó mirándome y cuando arranqué hacia la pesebrera, donde el patrón se había suicidado, siguió mis pasos tambaleando por el efecto del licor que, seguramente, había ingerido. Julio Fierro estaba tendido en el suelo, al lado de las butacas de cuero, con la cabeza completamente destrozada, acostado sobre cuajos de sangre llenos de moscas. Nadie lloró, nadie sollozó y nadie se desmayó en aquella triste muerte.

 

Las balas entraron por la cuenca vacía de su ojo derecho, haciendo saltar toda la tapa de los sesos. La escopeta quedó tirada en la mesa, al lado de las pocas legibles cartas que había escrito. Quedó tirado boca arriba, mostrando sus hermosos dientes.

 

La botella de whisky estaba completamente vacía y del cuerpo del muerto se escapaba un desagradable tufo a licor.

 

- Tenemos que abrir un hueco inmediatamente, para enterrarlo como se debe - le dije al desconsolado mayordomo y cometí el error de abrir la pesebrera y dejar libre al hermoso corcel del patrón, para que nos acompañara en el entierro.

 

Llevamos una barra y una pala, hasta una pequeña colina que había detrás de la casa, y, cavando, sudando y espantando al hermoso caballo, que parecía haber entendido por completo la tragedia de su amo, a las nueve y veinte minutos de la mañana, terminamos de cavar un hueco que nos costó más esfuerzo de lo que pensábamos. José Antonio y yo, agarramos el muerto de pies y manos, y lo llevamos con mucho esfuerzo hasta su última morada. Lo descargamos suavemente en el estrecho hueco y yo le tuve que tirar la tierra encima al difunto, porque el mayordomo se largó, quién sabe para dónde. “Platino de Besilu” se quedó relinchando a un lado de la tumba, como tratando de rescatar a su jefe de las garras de Satanás. Yo me fui para mi casa completamente agotado y me sentía tan abatido y desconcertado, que apenas llegué a ella, me metí en la cama y me tapé hasta la cabeza con las cobijas, tratando de ordenar mis pensamientos. No intenté de razonar acerca del juicio de Julio Fierro. Me sentía completamente derrotado y comprendía que la decisión de aquel pobre hombre, era un hecho real. Metido entre las cobijas, se apoderó una terrible fiebre de mi cuerpo, que se estremecía de terror y mi mente se sumergió en una locura inexplicable, que me obligaba a buscar un culpable en la mitad de toda esa desgracia. No almorcé, no comí y no pude olvidar al pobre caballista ciego que reposaba en un estrecho y helado hueco, mientras que los dos más grandes amores de su vida, no se daban ni por enteradas de su muerte. Pasaron las horas lentamente, cayó la noche y yo continué delirando. ¿Para qué iba a vivir el pobre Julio Fierro, si su mujer ya estaba enamorada de otro? ¿A dónde dirigir la mirada si ya no había ojos? ¿A qué aspirar y con qué soñar? ¿Vivir solamente para recordar su tragedia y el desamor de su amada?... Al principio, Julio estaba dispuesto a luchar por la felicidad de su pequeña hija, por una esperanza, por una ilusión, por la eternidad de ese amor que creyó verdadero. A él no lo mataron ni sus enemigos, ni sus compañeros de fechorías, al pobre caballista lo mató su propia estupidez, al creer en el poder ilimitado del dinero. Se dejó engañar por el brillo hechizante del oropel, por la falsedad de la belleza condicionada y por eso fue que envenenó a muchísimos jóvenes, por el placer morboso de satisfacer su gigante vanidad y de acrecentar aún más su inflamado ego. ¿Por qué sus acciones me parecen tan reprochables?... – Me pregunté en aquella larga noche - ¿Por qué la búsqueda de su éxito personal, se convirtió en un crimen?... Su conciencia no estaba tranquila, él mismo sabía, que había realizado actos condenados por los códigos penales de todas las naciones del mundo y dentro de su alma, había una gran inquietud sin objeto, un sacrificio constante, porque ya no tenía futuro. El destino le envió el castigo que se merecía y el arrepentimiento le robó el sueño. Un arrepentimiento que le hizo desear esa horrible muerte, antes de poder observar el fin de su amada modelo. ¿Por qué su acción me parece tan reprochable, si los medios de comunicación nos gritan que el que posee más dinero es el mejor?... ¿No será que la historia, de ese pobre hombre, que pudo haber sido mi propia historia, puede ser el anuncio de un futuro cambio en los objetivos de la vida de muchas otras personas? ¿No será qué leyendo estos ejemplos, podemos lograr una nueva concepción de la vida?... Yo estoy más inclinado a admitir que el caballista ciego, obró movido por el torpe impulso del instinto de un muchacho muy joven, seducido por la belleza y los sueños de poder. Toda la noche estuve atrapado en una fiebre que me atacaba sin control. Dormí muy mal y el hombro derecho me dolió toda la noche, por el gran esfuerzo que hice al cavar la improvisada tumba.

 

La noche negra terminó y la luz de un nuevo amanecer brilló dentro de mi alma. Salí de mi humilde vivienda y el frio helado de un amanecer lluvioso golpeó mi rostro. No pude esperar más, bajé lentamente por los resbaladizos caminos y me fui a visitar la tumba del pobre Julio Fierro. Había dormido con la ropa puesta y mi estropeado cuerpo estaba adolorido de la cabeza a los pies. Se me secó la garganta por el esfuerzo, me sentí muy mal físicamente, pero un extraño presentimiento me obligaba a seguir avanzando. Resbalé varias veces y el fango del camino humedeció los harapos con los que estaba vestido. Llegué hasta el borde de la finca del caballista ciego y, desde lejos, pude observar una escalofriante escena que me enloqueció. El caballo platinado de Besilu luchaba, a los mordiscos y a las patadas, contra una gran cantidad de perros y de gallinazos que habían desenterrado algunas partes del cadáver del jefe. Corrí resbalando por el sendero y llegué, con los pies completamente adoloridos. No habíamos enterrado a nuestro amigo, con la suficiente profundidad y en ese momento comprendí el por qué, en las películas del Oeste Americano, colocaban piedras sobre las tumbas. Alejé un poco las aves de rapiña y después me fui para las pesebreras y traje un cabestro y la silla de montar. Capturé el hermoso semental que se quedó mirándome a los ojos, lo ensillé y lo acerqué al mutilado cadáver, que había recibido múltiples heridas de los terribles depredadores. Los gallinazos le habían hecho grandes orificios en el abdomen y la caja torácica estaba casi completamente vacía. Levante el muerto con gran dificultad, lo atravesé acostado en la silla del inteligente caballo que parecía saber todo lo que yo tenía pensado. Amarré el difunto con una cuerda y lo sujeté de la silla para que no se cayera.

 

- Bueno, “Platino de Besilu”, vamos a llevar al jefe, para que descanse en las hermosas aguas del Río Buey – le dije al noble animal, que arrancó suavemente con su adorada carga. Me fui llorando con impotencia y no quise buscar más culpables. Avanzamos por el sendero y las otras yeguas de la finca, nos siguieron durante varios minutos, como queriendo hacer un homenaje de despedida a su noble propietario. Sentí un inmenso dolor en el pecho, que no se me quitó hasta que pude apreciar el inmenso río que bajaba con su impresionante color verde azul. Julio Fierro estaba… No… Dejemos la descolorida escena en el olvido y sólo pensemos en el descanso eterno que le brindarán los Dioses. Terminé de bajar por el enfangado camino. Llegué hasta el estrecho puente de concreto, desaté el muerto, arrime el caballo hasta el borde y lancé a mi amigo de cabeza al abismo. El agua estalló en una lluvia de brillantes diamantes y el caballo relinchó con dolor, al sospechar la pérdida de su amigo.

 

 

 

 

 

En Antioquia la grande, por las calles de La Ceja del tambo, de vez en cuando, pasa un hombre montado en un hermoso caballo de paso fino, que nadie sabe si es de fierro, de plata o de platino.

 

FIN

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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