Biografía del Escritor
     Una Modelo y un caballo hecho leyenda
     El absolutismo físico y filosófico
     La marcha de los claveles rojos
     El código del verdadero Anticristo
     LOS DOCE APÓSTOLES DE YARUMAL Y DE OTRAS REGIONES
     Amor, eterno amor
     Story of an eternal love
     LA HUMANIDAD EN VIA DE EXTINCIÓN
     Débora Arango Pérez "Pinturas de una verdad prohibida para las mujeres"
     HUMANITY IN THE ROUTE OF EXTINCTION
     La religión de los inteligentes
     LA TERCERA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE NUEVA YORK
     Los monstruos creados por los transgénicos y por los anticonceptivos
     Nuclear holocaust and the destruction of a great nation
     The religion of the intelligent
     Monsters created by transgenders and by contraceptives
     BUSCANDO EL GALLO DORADO DE DIONISIO PINZÓN
     Héctor Abad Gómez UNA CONCIENCIA QUE EVOLUCIONA
     UN VIAJE A LA SUPERVIVENCIA
     A journey to survival
     El milagroso don de la sanación
     THE MIRACULOUS GIFT OF HEALING
     La magia de un gran amor
     The magic of a great love
     RENACE LA LEYENDA DEL CAMPEÓN, FERNANDO GAVIRIA RENDON
     Fernando Gaviria Rendon



LITERATURA UN MUNDO MÁGICO - La marcha de los claveles rojos


 

 

 

LA MARCHA DE LOS CLAVELES ROJOS

 

 

 

 

 

 

“EL FRACASO DEL SISTEMA DE GOBIERNO COLOMBIANO Y EL ORIGEN DE LA GUERRA DIRECTA EN CONTRA DE LAS ÉLITES CORRUPTAS”

 

 

 

 

 

JORGE SOTO BUILES

 

 

 

 

 

 

Jorgesotobuiles.es.tl

 

 

DEDICATORIA

Con todo el amor del mundo, quiero dedicar esta obra a los hijos y a todos los familiares del médico cirujano, profesor de la Universidad de Antioquia y senador de la república de Colombia, Pedro Luis Valencia Giraldo, que entregó su vida en la lucha por los derechos humanos y por mejores condiciones de vida, para todos los habitantes de nuestro país.

 

 

 

“Lo más inteligente sería crear las posibilidades para que el país realice, en un ambiente propicio, una serie de reformas que la nueva realidad del país exige. Se requiere, ante todo, modernizar el aparato del estado, lo que significa democratizar la vida del país, y lo primero son las reformas políticas, porque sin esas reformas políticas no se pueden dar las reformas sociales y económicas”

                               Pedro Luis Valencia Giraldo.

 

 

 

 

 

 

 

El 13 de agosto de 1987, en la Plazoleta Barrientos de la Universidad de Antioquia, escuché el discurso de Leonardo Betancur Taborda, un prestigioso médico y defensor de los derechos humanos, que era otro más de los estaban organizando, con mi padrino el doctor Héctor Abad Gómez y con el honorable senador de la república el doctor Pedro Luis Valencia Giraldo, la marcha pacífica de los claveles rojos, en la que íbamos a caminar en contra de los asesinatos que venían presentándose en la  ciudad y, muy particularmente, contra los homicidios de miembros del alma mater. Esa marcha por la vida fue citada por la asociación de profesores de la Universidad de Antioquia y por el comité permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, después del asesinato del profesor de antropología, Carlos López, ocurrido el 3 de agosto de ese mismo año en el bar El Nogal, muy cercano a la ciudad universitaria y visitado constantemente por todos nosotros. Con ese profesor de Antropología que era colega de mi amigo del alma Jesús Alberto Yepes Sierra, otro de los buenos antropólogos de Colombia, ya eran cuatro los integrantes de la universidad asesinados en quince días; situación agravada por el hallazgo de un agente del gobierno, identificado con el nombre de Diego Esteban Ballesteros Muñoz, que encontramos infiltrado y armado con una pistola nueve milímetros, en la asamblea de estudiantes de la facultad de Medicina Veterinaria, el pasado 23 de julio. Desagradable hecho que se convertía en una prueba, de que el estado homicida de Colombia, estaba asesinando cobardemente a todos los que se opusieran a su modelo fascista de gobierno que tenía sumergidos en la pobreza absoluta, a un gran número de los habitantes de las grandes ciudades. La marcha era una propuesta frontal, para decirle al gobierno paramilitar que había una ciudad unida, que no estaba asustada y que estaba dispuesta a exponer todos esos problemas sociales, en las calles de la ciudad de Medellín y ante todas las personas que estábamos reunidos en ese lugar.

Leonardo Betancur Taborda, el más convencido defensor de los derechos humanos en Antioquia, tomó un megáfono y empezó a decir lo siguiente:

-         En Colombia se ha perdido el estado de derecho, que es el régimen propio de las sociedades democráticas en las que la constitución garantiza la libertad, la seguridad, los derechos fundamentales, la separación de poderes, el principio de legalidad y la protección judicial frente al uso arbitrario del poder por parte del estado y de sus ejércitos homicidas que exterminan los campesinos extrajudicialmente, sin ninguna clase de escrúpulos. Para el gobierno nacional existen unos ciudadanos de primera clase y otros ciudadanos de segunda clase, que son los campesinos sin tierra, los obreros asalariados, los profesores y los estudiantes de las universidades y colegios públicos, cuando deberíamos ser tratados con absoluta igualdad, porque junto a la igualdad se encuentra la libertad; pero hablar de libertad es algo muy grande, porque sentirse libre es asumir que se tiene la conciencia libre, que no es lo mismo que tener libertad de conciencia. La conciencia libre significa que yo puedo decidir si tengo todos los elementos necesarios para formular mi decisión. Si estoy bien informado, si estoy completamente sano y soy un privilegiado, porque me alimento bien todos los días, porque tengo un techo donde quedarme, porque tengo ropa decente para ponerme y, una vez que tengo todas mis necesidades fundamentales satisfechas, ya puedo empezar a pensar para poder ser un hombre libre. Porque si yo tengo que buscar trabajo en lo que sea, trampeando de diferentes maneras a mis semejantes, poniéndome al servicio del narcotráfico, vendiéndome por dos pesos a los politiqueros de turno debido a que tenemos que comer mis familiares y yo, ya no voy a ser un hombre libre, aunque el patrón me permita que vaya a votar el día de las elecciones, por el candidato que él me recomiende. Yo voy a esas elecciones, supuestamente democráticas, motivado por mi hambre, por la necesidad de tener que venderme, con la ilusión de que los dueños del poder me den un buen trabajo y esa es otra de las formas de estar esclavizado. Uno de los grandes éxitos, si es que a esa práctica deshonesta se le puede llamar éxito, del sistema de gobierno de Colombia, es conseguir que el pobre, el miserable, se sienta culpable de su situación. ¡Tú eres el culpable de lo que te pase! ¡Porque no has sido capaz de triunfar como Kid Pambelé, como el Pibe Valderrama, como Gabriel García Márquez con su premio nobel de literatura, como Débora Arango con sus pinturas maravillosas o como Amparo Grisales con su exótica belleza!... Esa es la filosofía de la sociedad colombiana y, si no has triunfado ni un solo día de tu vida, según ellos, es porque tú eres el culpable, porque, supuestamente, esta sociedad le da las mismas oportunidades a todo el mundo, y si tú no has podido progresar de esa forma, es por culpa de tu mediocridad y, entonces, el oprimido, el pobre, el esclavo, el campesino sin tierra, se echa, él mismo, la responsabilidad de la situación, sin pensar en que el estado le debe brindar la educación, el financiamiento y todas las oportunidades necesarias para que logre el éxito. Es perfecto el dominio que tiene la burguesía privilegiada de Colombia sobre los pobres jornaleros esclavizados por el salario mínimo que apenas les alcanza para subsistir, un dominio que ya no se basa en la fuerza, en la imposición, en la utilización de la policía, del ejército o de los grupos paramilitares que vienen actuando desde hace más de 75 años, se basa en un dominio más poderoso, más efectivo, y es el dominio de la mente. Es el dominio que ejercen a través de los aparatos de televisión, a través de los periódicos y de las emisoras que son propiedad exclusiva de las élites burguesas; ese dominio que se origina en el discurso político y en las sentencias judiciales que te pueden encarcelar sin ningún motivo, y en los grandes jerarcas de la iglesia que todos los días te dicen calla, calla, guarda silencio y no protestes, porque de los hombres humildes es el reino de los cielos, porque si no guardas silencio todo puede ser peor y hasta te pueden ejecutar los paramilitares, o la defensa civil colombiana que es lo mismo, y esa presión va debilitando, va avanzando, va degradando, corrompiendo y aniquilando las fuerzas para combatir, para siquiera protestar. El camino de la sumisión es muy difícil, es una muerte lenta en la que fallecen nuestras madres con la amargura de no saber nada de sus hijos desaparecidos, y el otro camino, que es el que ha propuesto Carlos Pizarro Leóngomez, el máximo líder del M 19 es la rebeldía; pero la rebeldía no es una posición inteligente, no es un grito de libertad, no es un insulto a los que saquean las regalías de los recursos minero energéticos del país, no se trata de lanzar piedras a los tanques blindados del gobierno,  porque esa lucha fundamental tiene que ser algo más profundo. La rebeldía debe ser un grito de la inteligencia y de la voluntad inquebrantable que diga: Basta de robos, basta de saqueos, basta de pisotear los derechos humanos, basta de masacrar a los campesinos sin tierra, basta de tanta infamia, porque los humanistas no podemos participar en tanta injusticia y vamos a luchar contra ella… ¡Ni por el MAS, ni por el menos, ni por el putas nos callaremos!

Fue la última consigna que gritó Leonardo Betancur Taborda visiblemente emocionado cuando mencionó el MAS, un movimiento gubernamental y paramilitar que significaba muerte a secuestradores. La manifestación salió a las cuatro de la tarde, con menos personas de las que imaginé, porque la gran mayoría de los estudiantes y de los profesores, estaban completamente asustados y no se atrevían a arriesgar sus vidas, en una marcha que, con toda seguridad, estaba siendo infiltrada por el gobierno que torturaba y asesinaba a todo el que pensara diferente. La asociación de profesores lideró el recorrido con una pancarta que tenía el escudo de la universidad en medio de una diana de tiro, teñida de rojo. Los más intrépidos nos fuimos pintando las paredes con frases como: “¡Ni el MAS, ni menos amor por Medellín!” Porque el llamado “Amor por Medellín” era un grupo de limpieza social, que asesinaba cobardemente a centenares de humildes habitantes de la calle, que afeaban el paisaje de los nazis que pertenecían a la burguesía clasista de Colombia. “¡No a los grupos paramilitares financiados por el gobierno!”, “¡Contra las desapariciones, las torturas y los asesinatos, jornada por la vida!”, “¡Por los compañeros caídos, presente, presente, presente!” Caminábamos cabizbajos y en absoluto silencio y al final de cada cuadra de forma lúgubre entonábamos el siguiente canto:

-         “¡Enamorados con la vida y resentidos con la muerte, a la vida por fin daremos todo, y a la muerte jamás daremos nada!”

Mi padrino el médico salubrista Héctor Abad Gómez, presidente del comité permanente de los derechos humanos, marchaba adelante, elegantemente vestido con saco, corbata y zapatillas negras de un charol muy brillante, en medio del senador de la república, el médico cirujano Pedro Luis Valencia y de Luis Felipe Vélez, que era el presidente del gremio de los maestros de Antioquia. No era la común manifestación de los estudiantes desarrapados y muertos de hambre, porque esta vez marchaban los profesores, líderes sociales y un senador de la república, quienes reclamaban con la autoridad que les daban sus cargos y su experiencia, porque estaba en marcha un genocidio, un exterminio étnico de los que pensaban distinto dentro universidad pública y dentro de la sociedad en general.

La marcha terminó en un plantón en la gobernación de Antioquia, ubicada en el palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe, en todo el centro de Medellín y mi padrino, que era el que me financiaba todos los gastos de mi carrera, se quedó mirando el aerosol de color rojo que yo llevaba en mis manos y con un disimulado gesto de aprobación, me dio la libertad para que manchara con el color de la sangre, las hermosas paredes de ese icónico edificio en el que escribí con letras mayúsculas lo siguiente:

-         NO A LA MUERTE DE LOS DERECHOS HUMANOS EN ANTIOQUIA.

Fue lo único que se me ocurrió en ese momento, aunque debí escribir, CÁRCEL PARA LOS NAZIS Y FASCISTAS DE ESTE PAÍS.

Todos los asistentes depositaron los claveles rojos en la puerta de la gobernación y yo también les dejé el tarro vacío de esa pintura roja, con la que protesté contra la barbarie de esos gobernantes que no respetaban la vida. Mi padrino se subió en un pedestal improvisado y con un megáfono, pronunció las siguientes palabras:

-         Primero que todo, le quiero dar las gracias a todos los que nos han acompañado en esta marcha por la paz, por la dignidad y por la salvación de la universidad pública, que está siendo víctima de la agresión mortal por parte de un estado corrupto y genocida que, en los dos últimos meses, ha asesinado a varios miembros de nuestra querida Universidad de Antioquia. Estamos cayendo bajo las balas asesinas de la intolerancia, del fascismo ultraderechista de una burguesía corrupta, que no tolera al que piensa diferente y que atropella, de forma sistemática, los derechos humanos de una sociedad oprimida, que solamente reclama educación, servicias sanitarios básicos y mejores oportunidades de vida. Desafortunadamente, hoy no les pude saludar con unas buenas tardes, porque no son buenas, porque estamos tristes e indefensos ante la muerte y es por ese motivo, que hoy hemos salido a marchar con las flores de nuestra tierra en las manos, porque los profesores y los alumnos de la gloriosa Universidad de Antioquia, de la ciudad de Medellín y del país en general, solo sabemos cultivar el dialogo, la paz, la educación y las flores. Hemos salido a marchar, porque estamos convencidos que la humanidad, como un todo, es la verdadera protagonista y hacedora de la historia. Como células que somos de ese gran cuerpo universal y humano, somos, sin embargo, conscientes de que cada uno de nosotros, puede hacer algo para mejorar el mundo en que vivimos y en el que vivirán los que siguen. Las grandes revoluciones se hacen primero en la conciencia de los hombres, y es por ese motivo, que todo ser humano, en donde quiera que esté, quien quiera que sea, por el solo hecho de ser un ser humano, tiene derecho a la vida, a una alimentación suficiente y equilibrada, a una educación hasta donde lleguen sus capacidades intelectuales y a disfrutar de los bienes de esta tierra, en igualdad de circunstancias que los demás. Hoy hemos marchado pacíficamente, con los claveles rojos en nuestras manos, porque seguimos creyendo en la grandiosidad del ser humano, en sus grandes potencialidades para el bien o para el mal, y creo que esas potencialidades se desarrollan hacia uno u otro lado, dependiendo en las circunstancias en que se encuentre el individuo y la educación a la que haya sido sometido. Creemos en el poder del hombre para para modificar sus propias circunstancias y creemos en su capacidad para discernir, como en este caso que nos reúne hoy, entre el bien y el mal, para él y para su prójimo. Yo me niego a creer que el nazismo salvaje de Adolf Hitler, haya sido heredado por la burguesía colombiana. Yo me niego a creer que en nuestro país se hayan creado grupos paramilitares como los de la Gestapo alemana, para asesinar selectivamente a los negros, a los indígenas y a los campesinos, que solamente están reclamando mejores condiciones de vida. Para nadie es un secreto que la burguesía corrupta de Colombia, ha perdido el rumbo y el sentido humanista de lo que significaron los apellidos Lleras, Lloreda, Valencia, Uribe, Santos, Valencia, Turbay, López, Barco, Cano, Moreno, Rojas y algunos otros que en este momento no recuerdo… Para nadie es un secreto que ellos son los dueños de casi todas las tierras fértiles de este país, de los medios masivos de comunicación, de las grandes empresas y de las concesiones mineras que explotan en secreto. Hemos marchado, por el derecho a una educación libre, en la que no se nos prohíba conocer nada y en la cual podamos saber de toda la humanidad y de todo el mundo. La sociedad colombiana necesita tener una higiene mental, que la conduzca hacia un equilibrio mental, porque esas serán nuestras mejores armas, en contra de la proliferación de los fascistas, de los nazis y de los imperialistas del norte, que nos han recomendado y ayudado a organizar esos grupos paramilitares que nos están exterminando. Nos negamos a creer que la gloriosa Universidad de Antioquia, alma mater del pensamiento de Colombia, esté siendo alcanzada por las balas asesinas de la oligarquía corrupta, que desplaza los campesinos para robarle los sueños, el futuro y las tierras. Los paramilitares están atacando a los que piensan, están asesinando el conocimiento, aunque el mero conocimiento no es sabiduría, porque la sabiduría tampoco basta para vivir en paz. Son necesarias la sabiduría y la bondad, para enseñar, para educar a los hombres y poderlos gobernar, y esa bondad es la que le hace falta a la burguesía corrupta de Colombia, porque no se conforman con las tierras inmensas que poseen y están robando y anexando, a sus fincas, los terrenos baldíos de la nación, que deberían de ser para entregárselos a los campesinos sin tierra. Los burgueses corruptos están masacrando a los campesinos y los están desplazando por la fuerza, con sus grupos paramilitares, para comprarles las tierras buenas a muy bajo precio y de esa manera, seguir acumulando grandes capitales que guardan en el extranjero. Tenemos que seguir marchando en busca de la paz, porque están exterminando a la Unión Patriótica (UP), porque están asesinando a los estudiantes y a los profesores progresistas, porque están matando a los campesinos que piensan diferente, y esa anhelada paz, no la vamos a lograr matando policías y soldados humildes, que también son los hijos de los mismos pobres; esa paz la vamos a conseguir organizando las comunidades campesinas, para derrotarlos en las urnas de la democracia. Tenemos que ser conscientes de que los burgueses corruptos, se quieren apoderar de todo, hasta de nuestro pensamiento. La solución a todos los problemas del país se logra acabando con el hambre, con la pobreza, con la ignorancia y con el fanatismo político e ideológico, que es como se puede mejorar a Colombia. Hoy estoy encabezando “La marcha de los claveles rojos”, arriesgando mi propia vida, porque sueño con un país menos estúpido e injusto que el actual, porque sueño con una Colombia mejor organizada para satisfacer las prioridades fundamentales de todos sus habitantes. Necesitamos tener pleno empleo, viviendas adecuadas, transporte público de buena calidad, educación gratuita para todos, salud, recreación y para conseguir todo eso, necesitamos una reforma agraria inteligente, que mejore el reparto de la posesión de la tierra, de las riquezas, de los ingresos y de las oportunidades. En la solución de los problemas de nuestro país, debemos empezar por nosotros mismos, sin temor a la verdad, sin temor a los grupos paramilitares que, seguramente, también nos van a asesinar a nosotros, pero, para que todos sepan, no le tenemos miedo a la verdadera democracia y no le tenemos miedo al compromiso con las minorías abandonadas de este país… En la escala de valores, el valor personal, la seguridad y el convencimiento de que la defensa de los derechos humanos es el camino, ocupa una de las más altas jerarquías y vamos a seguir luchando por eso. En este país, el que tenga el valor de expresar lo que piensa y de enfrentársele a los terratenientes nazis y fascistas, está empezando a gestar la revolución que Colombia necesita, está empezando a respetar la igualdad y está empezando a construir la libertad. Muchas gracias a todos los que nos han acompañado en esta marcha de los claveles rojos y ahora le voy a dar la palabra al honorable senador de la república, el doctor Pedro Luis Valencia.

El ilustre político recibió el megáfono visiblemente alterado, con la respiración agitada, el rostro cubierto de sudor y con la voz entrecortada, lanzó con todas las fuerzas de su ser, la siguiente consigna:

-         ¡POR LA VIDA, HASTA LA VIDA MISMA!... Es verdaderamente traumatizante el genocidio al que estamos siendo sometidos los integrantes de la Unión Patriótica de Colombia (UP), que estamos siendo vilmente asesinados en los campos de nuestro país, después de que se acordó dejar la lucha con el poder de las armas, para luchar civilizadamente en el campo de las ideas, a través de la política. La unión patriótica (UP) fue fundada el 28 de mayo de 1985, dentro del proceso de paz, entre el gobierno de Belisario Betancur y las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC - EP), que busca una convivencia en paz y progresista, en un escenario político, en el que deberían de caber las fuerzas contrarias al establecimiento vigente, para realizar los cambios estructurales que la sociedad reclamaba en ese tiempo, reclama aún y seguirá reclamando en el futuro, hasta que seamos capaces de construir una patria verdaderamente democrática, con el compromiso del gobierno nacional, que debe brindarnos las garantías necesarias para desarrollar nuestras actividades políticas y pacificadoras, enmarcadas dentro de la obsoleta constitución vigente. Una vez más, la burguesía colombiana incumple un acuerdo de paz y somete a un sector de la población a una serie de asesinatos selectivos en el que, seguramente, el día de mañana puedo caer yo, porque el estado colombiano nos tiene completamente abandonados a nuestra suerte y se niega a proporcionarnos esquemas de seguridad que puedan proteger nuestra integridad física. Aprovecho esta importante marcha, para señalar al Presidente Virgilio Barco, heredero del antiguo general Virgilio Barco, que se apoderó de unas concesiones petroleras, porque en octubre de 1905, el gobierno del general Reyes le confirió, de forma arbitraria, al general Virgilio Barco, padre del actual presidente, el permiso para la exploración y la explotación  de fuentes de petróleo de propiedad de la nación, que fueran descubiertas en terrenos baldíos de este país, o las que ya fueron descubiertas en terrenos baldíos del departamento de norte de Santander, adyacente a los límites con Venezuela, una decisión completamente errónea, porque le estaba entregando a uno de sus amigos, los recursos económicos que deben de ser de todo el pueblo en general. Desde esa época la familia de Virgilio Barco, se ha beneficiado con la explotación de los hidrocarburos de este país y son tan descarados que al terminar el año de 1949, ya se habían perforado 1854 pozos en concesiones y propiedades privadas, que continúan explotando en beneficio particular de la poderosa familia del presidente Virgilio Barco hijo, que está buscando nuestro exterminio, porque no le conviene que el país sepa que ellos se están robando el petróleo que debería de ser de todos los colombianos.

Muchas gracias a todos los presentes y que Dios los bendiga.  

 

Por último y para dar por finalizada la marcha, Luis Fernando Vélez, abogado, antropólogo, ex decano y ex vicerrector general de la universidad de Antioquia, habló en nombre de la asociación de profesores de la universidad y esto fue lo que dijo:

-         Estamos muy preocupados por lo que está sucediendo en nuestro país, en nuestro departamento y muy especialmente en Medellín y en su querida universidad de Antioquia, alma mater de la raza. Es inaudito que en lo que va corrido de este mes, se haya iniciado una racha de ejecuciones extrajudiciales, planeadas desde las altas esferas de nuestra sociedad y ejecutadas por los grupos paramilitares que han existido en Colombia desde antes de la muerte del caudillo del pueblo, Jorge Eliecer Gaitán. Todo empezó este lunes tres de agosto, cuando un sicario motorizado le causó la muerte al profesor Carlos López Bedoya, y, casi de inmediato, sucedió lo mismo con el estudiante de periodismo José Ignacio Londoño Uribe y, desafortunadamente, en ese mismo momento, ya figuraban en las listas de las victimas mortales, los estudiantes Edison Castaño, José Abad Sánchez, Jhon Jairo villa, Yowaldin Cardeño, Gustavo Franco y el profesor Darío Garrido. Un baño de sangre que no podemos permitir, aunque tengamos grandes diferencias ideológicas, que se pueden debatir pacíficamente, en busca de las soluciones que más le convengan a la sociedad en general. Para los que no me conozcan mi nombre es Luis Fernando Vélez, abogado y ex vicerrector de la Universidad de Antioquia, pertenezco a una familia conservadora, tengo sangre azul y soy conservador por herencia y también por convicción. Hoy hemos venido a marchar de forma pacífica, porque los acontecimientos que han venido sucediendo en la ciudad de Medellín y muy especialmente con los estudiantes y con los profesores de la Universidad de Antioquia, no los podemos seguir tolerando. Todos debemos de hacer lo correcto porque las reformas sociales y el respeto a los derechos humanos, no se tratan de ningún color, ni de ninguna filiación política, se tratan de una de una problemática social y real, que debemos tratar de corregir, asumiendo posiciones más humanas de parte del estado social de derecho, porque el agua potable no tiene ninguna filiación política. El derecho a una educación de calidad y gratuita, no puede tener color político tampoco. Es innegable que necesitamos un sistema de salud más eficiente, que proteja y subsidie a las personas más pobres y vulnerables de nuestro país y eso no es revolución comunista, eso no es ir en contra del establecimiento, porque la salud es un derecho invulnerable de todos los seres humanos, aquí y en los Estados Unidos de Norteamérica. Como ya lo dije anteriormente, en los dos últimos meses, se han registrado ocho asesinatos de estudiantes y profesores, cuatro de estos mártires, pertenecientes a la gloriosa Universidad de Antioquia, nuestra querida alma mater, de la cual hacemos parte activa y, como ya también lo dije antes, yo soy conservador y vengo a marchar por el derecho a la vida. Respetados señores de los grupos de las autodefensas, los problemas no se solucionan a punta de bala, los problemas se solucionan dialogando y buscando mejores alternativas de vida, porque, con toda seguridad, esos profesores y esos estudiantes inmolados, no pertenecían a las guerrillas colombianas porque, desafortunadamente, esos grupos de izquierda son los más grandes violadores de los derechos humanos en nuestro país. Los que hoy hemos venido a marchar de forma pacífica y silenciosa, estamos en contra del secuestro, estamos en contra de la extorsión, estamos en contra de esas prácticas de exterminio selectivo que fueron implementadas por el gobierno nacional que sistematizó esta política de represión y en febrero de 1962, luego de una visita al país del General William P. Yarborough, Director de investigaciones del Centro de Guerra Especial de Fort Bragh (Carolina del Norte, Estados Unidos), encargado de evaluar la estrategia militar de Estados Unidos en Vietnam, Argelia y Cuba, redactó un documento Secreto, al Informe de su visita que hablaba de la creación de organizaciones de “tipo antiterrorista” y para la “lucha anticomunista”, en los siguientes términos” “Debe crearse ahora mismo, un equipo en el país, acordado para seleccionar personal civil y militar con miras a un entrenamiento clandestino en operaciones de represión, por si se necesitaren después”. ​​Fue en ese preciso momento, que se inició la influencia extranjera, en el manejo de nuestros problemas políticos internos; recurriendo a los asesinatos selectivos que continúan sucediendo hasta hoy.

Estamos en contra de cualquier reclamo o protesta violenta, porque este país está caminando por el sendero equivocado de una guerra civil entre clases, que es una lucha fratricida que va a cubrir el territorio con la sangre de miles y millones de personas, que tienen las mismas necesidades y los mismos sueños de superación. Todos somos conscientes de que necesitamos agua potable, alcantarillado y servicios sanitarios básicos, mejores hospitales y colegios, empleo y más oportunidades de progreso, para poder educar a nuestros hijos y hacerlos hombres de bien. Hoy he venido a “La marcha de los claveles rojos”, para decirle a los grupos paramilitares, que los estudiantes y los profesores de la ciudad de Medellín, no tienen nada que ver con las guerrillas violentas de Colombia y, hoy, los quiero invitar a que hagan y hagamos lo correcto y, cuando quieran, podemos abrir unos espacios de dialogo para que discutamos sobre los problemas que nos aquejan, sin la necesidad de recurrir a esa práctica violenta y horrorosa, del exterminio colectivo de los que piensan diferente. Muchas gracias a todos los que han venido a marchar y ojalá comprendan que debemos hacer lo correcto.

Luis Fernando Vélez era conservador y su voz era muy importante dentro de la Universidad de Antioquia y en toda la sociedad en general. Beatriz Ortiz Uribe, que en ese momento era la presidenta de la asociación de profesores, decidió que Luis Fernando hablara como una estrategia, porque él representaba la ecuanimidad, porque él decía que la defensa de la universidad no era de izquierda ni de derecha, era de todas las personas consciente y pensantes que no podían permitir el exterminio que se avecinaba.

A las 48 horas de “La marcha de los claveles rojos”, los asesinos concretaron su primera represalia, porque minutos antes de las siete de la mañana, del viernes 14 de agosto de 1987, cinco sujetos que vestían uniformes de la policía nacional de Colombia, llegaron hasta la casa del senador de la república y catedrático de la Universidad de Antioquia, Pedro Luis Valencia Giraldo, y lo asesinaron a tiros. El prestigioso congresista había sido uno de los que nos convocó a “La marcha de los claveles rojos” y era uno de los que más había reclamado acciones, en contra los grupos paramilitares autorizados por el gobierno. El comando paramilitar llegó a la casa del senador Valencia a bordo de un campero, tocaron el timbre y Beatriz Zuluaga, la mujer de Pedro Luis, fue a mirar quiénes eran los que estaban llamando a la puerta. Dijeron que tenían una orden de allanamiento para buscar armas. Ella supo que no venían a buscar armas, sino a buscar a su esposo, pero ya era tarde porque la camioneta atropelló la puerta del garaje de la residencia, situada a escasas seis cuadras de la cuarta brigada del ejército nacional, y cuando el congresista se asomó a la ventana, para ver que estaba sucediendo, fue atacado con ráfagas de ametralladora. Lo habían liquidado a los 48 años de edad, luego de una exitosa carrera política, en las filas de la Unión Patriótica (UP). Valencia Giraldo pagó con su vida, las denuncias que hizo en contra de la familia del presidente en ejercicio Virgilio Barco, que continuaba beneficiándose de la industria petrolera nacional, de una forma particular y descarada.

El asesinato del senador Pedro Luis Valencia, generó muchas protestas en la capital antioqueña y también generó varias declaraciones del comité permanente de los derechos humanos, liderado por mi padrino el médico y catedrático Héctor Abad Gómez, que reclamó acciones concretas de las autoridades, para frenar la arremetida del paramilitarismo en la ciudad de Medellín, que se había ensañado en contra del gremio de los educadores sindicalizados y, muy especialmente, en contra de los estudiantes y de los profesores de la gloriosa Universidad de Antioquia. Sin embargo, en vez de que se frenara la violencia en contra del pueblo, el 25 de agosto de ese mismo año, de uno de los días más tristes de mi vida, a eso de las siete de la mañana, cuando ingresaba a la sede de la asociación de institutores de Antioquia, sicarios que se movilizaban en un automóvil Mazda 626 de color verde militar, acribillaron a tiros al presidente de la organización y catedrático universitario, Luis Felipe Vélez Herrera. Ese nuevo crimen causó indignación en el gremio sindical, que anunció una jornada nacional de protesta y se dispuso la velación del cadáver en la casa del maestro.

Entre los organismos más activos en la defensa de los educadores y líderes políticos, estaba el comité permanente de los derechos humanos de Antioquia, presidido por el humanista Héctor Abad Gómez, que se reunió con los principales líderes de la institución, para expedir una declaración de repudio con respeto a lo sucedido con Felipe Vélez y, ese mismo día, después de las cinco de la tarde, Héctor Abad, el protector de los humildes y de los desamparados, en compañía del también catedrático Leonardo Betancur Taborda, emprendió el camino, a pie, hasta la casa del maestro. No obstante, al llegar al sitio, se enteraron que el cuerpo sin vida del profesor Felipe Vélez, ya había sido trasladado para el coliseo de Medellín para dejarlo en cámara ardiente hasta el día de su sepelio. Héctor Abad y Leonardo Betancur, se quedaron conversando con otros profesores la frente de la calle, cuando súbitamente parecieron dos sujetos en una motocicleta…

Éste es un aparte de la obra, “Héctor Abad Gómez UNA CONSCIENCIA QUE EVOLUCIONA” que es otro libro espectacular, que pueden leer en GOOGLE digitando la página jorgesotobuiles.es.tl

“…El día en que mataron al doctor, Héctor Abad Gómez, yo estuve muy preocupado porque en las horas de la mañana, habían asesinado al presidente del sindicato de profesores, Luis Felipe Vélez, prestigioso sindicalista que también luchaba por los derechos humanos que estaban siendo tan atropellados en nuestra tierra. Me fui para la oficina de mi padrino y cuando iba llegando lo vi salir con, Leonardo Betancur Taborda, médico salubrista y uno de sus amigos más cercanos, que siempre lo acompañaba como si fuera un guardaespaldas, pero sin armas, porque el doctor era un pacifista natural y nunca lo hubiera permitido. También iban acompañados de una morena algo robusta, que le hablaba con mucha propiedad a don Héctor, como si fueran viejos amigos. La mujer no era bonita, pero se movía con cierta elegancia y con la seguridad que sólo muestran los que están enseñados a mandar. Me imaginé que era una de las profesoras del sindicato de ADIDA y empecé a caminar, detrás de ellos, como a unos diez metros de distancia, porque ya era 25 de agosto y, de pronto, mi protector se imaginaba que yo estaba merodeando por lo del dinero que me daba, sagradamente, al final de cada mes, y que ya me había dado por adelantado el de varios meses. El doctor miraba para todos los lados como si sospechara algo o estuviera nervioso, y cuando se percató de mi presencia, se quedó mirándome, me guiñó un ojo como en señal de aprobación y sentí que se quedó más tranquilo. El doctor supo que yo estaba para cuidarlo, a unos pocos pasos de su humanidad. Llegamos hasta la puerta del edificio del sindicato del magisterio donde, supuestamente, debían de estar velando el muerto, pero el lugar estaba completamente solitario y la gorda subió las escalas y tuvo que llamar a la puerta, para que los profesores que estaban encerrados y temerosos, salieran y les explicaran que ya se lo habían llevado para el coliseo de Medellín. El lugar empezó a llenarse de gente, al frente de la sede, y la señora, vestida de satín violeta que había traído a mi padrino hasta ese lugar, desapareció en el interior del edificio. Por la avenida llegó una ruidosa motocicleta que se parqueó a todo el frente de donde estábamos, dos hombres descendieron de ella y empezaron a caminar a paso largo, mientras esgrimían de la cintura dos relucientes revólveres. El parrillero corrió de frente hacia donde estaba el doctor y sin decir nada le pegó dos o tres tiros en el pecho, que lo lanzaron de espalda. Yo me fui encima del sicario, que era más o menos de mi misma estatura y que ya le estaba disparando a la cabeza de mi padrino. Le pegué una patada profunda en la entrepierna, tratando de golpear sus testículos desde atrás, pero por culpa del pantalón estrecho, parece que no le hizo ningún efecto, porque el asesino se volteó con el rostro crispado por la furia y me golpeó con el cañón del revólver, en el rostro. Yo sentí el impacto que fracturó mi arco superciliar derecho y quedé completamente ciego unas milésimas de segundo, y la sangre empezó a correr tibia por mi rostro, mientras que se escuchaban otros tiros en el fondo del salón. Aquel hombre que le había disparado al doctor, y que después supe que se llamaba Carlos Castaño, se fue encima de mí, martillando varias veces el arma que ya no tenía más proyectiles, me pegó dos patadas en el suelo, porque yo estaba de espaldas defendiéndome como un gato patas arriba. El otro sicario pasó corriendo, con el arma en la mano, en busca de la motocicleta y Carlos Castaño le gritó:

-          “Manizales”, vení matá este hijueputa.

El tal “Manizales” era un niño cara pálida, de unos dieciséis o diecisiete años de edad, vestido con una camiseta gris, unos jeans desteñidos y unos tenis Reebook, que estaban manchados con la sangre de Leonardo Betancur. Carlos Castaño me miró la última vez, pálido de la rabia, dio la vuelta y se fue caminando sin ninguna prisa. Se montaron en la motocicleta y escaparon a toda prisa. Yo me levanté con el rostro cubierto de sangre, miré mi padrino que tenía el cráneo completamente destrozado, con parte de la masa encefálica por fuera de un roto inmenso, donde ya no había hueso, y empecé a caminar por la acera. Los curiosos se apartaban de mi camino, como asustados por la sangre que cubría mí rostro, hasta que un señor se me acercó y tomándome del brazo me dijo:

 

-          Venga que usted está muy herido, espere aquí hasta que llegue la policía.

Yo me quedé con la cabeza inclinada, chorreando sangre en la acera, como unos diez minutos, hasta que llegó una patrulla de la policía.

Me subieron en el vehículo y, cuando estaba adentro, me preguntó uno de los agentes:

-         ¿Qué tienes ahí, un impacto de bala o qué?

-         El sicario me golpeó con el cañón del arma

-         ¿Y usted qué?... ¿Era amigo del comunista, ése, que tumbaron o qué?...

-         El doctor era mi padrino y mi protector.

-         Eso les pasa por ser colaboradores de la guerrilla y dese por bien servido, que aún sigue con vida – me dijo con indolencia, el agente de la policía que no me quitaba los ojos de encima -. Lo estamos llevando para la clínica y allá vamos a decir que un borracho le abrió la ceja con una botella de cerveza, para que no lo vinculen en la investigación del homicidio del político ése. ¿Entendido?

-         Sí, señor.

No se habló más en esa patrulla, que les dejé toda ensangrentada.

Me dejaron en la clínica del CES, en el barrio Prado centro. Allí me cosieron la herida y me pusieron un vendaje. Nadie me preguntó nada, porque estaban muy entretenidos escuchando la noticia, en la radio, de la muerte del defensor de los derechos humanos en Antioquia y en el país, y, en un descuido de aquellos médicos me escapé del lugar, antes de que vinieran los paramilitares a rematarme.

Ya estaba empezando a caer la noche más negra de mi vida y me fui caminando hasta “La Pola”; dos cuadras antes de llegar al parque de villa hermosa, que era el barrio donde yo vivía. Llegué a mi casa completamente adolorido, la herida en la frente se me hinchó, me cerró por completo el ojo derecho y no aguantaba, ni el dolor físico del hueso fracturado ni el dolor en el alma, después de tener que presenciar la muerte de mi maestro. Me miré al espejo y no me reconocí, porque parecía un monstruo con ese vendaje y con la inmensa hinchazón. Me sentí un miserable y todos los fracasos que había tenido en la vida, cayeron sobre mí aporreada humanidad, que se agitaba con un temblor incontrolable, por la fiebre que empezaba a invadir todo mi cuerpo y que me hacía sudar a chorros. Maldije los hijos de puta que mataron al doctor y divagué en los oscuros caminos de la locura. Lloré toda la noche, por la rabia y por el dolor de mi arco superciliar derecho fracturado y, en medio de ese dolor intenso, decidí que no me iba a encerrar, que no me iba a callar, que no me iba a esconder como las ratas en las alcantarillas y como los cobardes. Olvidé el proceso de iluminación que había estado siguiendo con el doctor Héctor Abad Gómez y también olvidé los caminos del amor, y juré venganza contra esos paramilitares que pertenecían al grupo de “Amor por Medellín”, que hacia pocas horas habían asesinado al médico más humano que ha existido en este país de miserables. Cogí la billetera en la que tenía los documentos y saqué la cédula y el carnet de estudiante de la Universidad de Antioquia, porque era un peligro cargarlo, y los metí debajo del colchón, sobre las tablas de mi desordenada cama. Desde ese momento me iba a olvidar de mi nombre y de mi futuro, porque si a los paramilitares les gustaban mucho los muertos anónimos, para no tener que responder por ellos ante nadie, entonces, conmigo iban a tener uno más, de los que no se saben ni arrodillar ni rendir. Pasé una noche de perros y, al otro día, la herida que tenía en la frente me latía como si tuviera un corazón allí metido. Me duché tratando de no mojar el vendaje, que ya estaba todo ensangrentado, me coloqué ropa limpia y me tomé una taza de café con una tostada y, cuando me iba a ir caminando para el centro de la ciudad, en busca del velorio de mí querido maestro, se cruzó la imagen de mi abnegada madre por mi mente y no supe, ¿qué hacer?... Me agité desesperado, prendí la radio para saber, exactamente, dónde estaban velando al doctor y nadie decía nada. Era como si la ciudad entera estuviera ignorando la muerte de mi padrino”
Toda la noche me la pasé divagando y maldiciendo la cobardía que no me dejó comprar un arma para haber defendido al doctor. Esos ciento ochenta mil pesos que él me dio, habían sido suficientes para comprar una pistola buena y yo no fui capaz de hacerlo. Ahora el ilustre doctor, Héctor Abad Gómez, yacía en el sepulcro y no había nada qué hacer, por culpa de mí exagerado respeto, que no me dejó pensar en que el maestro estaba esperando lo mejor de mí. Me sentí un cobarde y juré que iba luchar hasta que me mataran a mí también.

Al otro día salí como un loco que lleva mucho tiempo sin dormir.

Llegué a la farmacia Pasteur, en el centro de Medellín y dirigiéndome a una de las mujeres que estaban al frente del inmenso mostrador le dije:

-         Señorita, me hace el favor y me vende una libra de aluminio negro, dos libras de azufre, cuatro libras de nitrato de potasio y un litro de ácido nítrico – la muchacha no preguntó nada, con la misma irresponsabilidad de las farmacéuticas que les venden materiales peligrosos a los jóvenes, y en una bolsa de plástico negro, me empacó todo lo que le había pedido. Salí muy satisfecho de aquel lugar, porque sólo me habían cobrado trece mil pesos por todas las cosas. Me fui caminando para la universidad y en el camino compré un rollo de papel de aluminio para envolver las bombas de ruido, tres tubos de acero galvanizado de dos pulgadas, que hice roscar para colocarles en las dos puntas los respetivos tapones; también compré un kilo de algodón para nitrarlo y obtener el “colodión”, un poderoso explosivo con el que iba a rellenar los tubos metálicos para que por fin conocieran la furia de los estudiantes. Caminé las diez u once cuadras que me separaban de mi querida universidad, y me sorprendí cuando observé la desolación de la avenida Barranquilla, que continuaba cerrada para el tránsito vehicular, pero en la que no se veía ni un solo estudiante protestando por la muerte violenta del doctor Héctor Abad Gómez, del doctor Leonardo Betancur Taborda y del presidente de ADIDA Luís Felipe Vélez, enterrados el día anterior.  La entrada principal estaba completamente militarizada y las calles desiertas, como si los estudiantes se hubieran convertido en fantasmas. Sentí deseos de regresar sobre mis pasos, pero los policías desde hacía rato me estaban mirando y, para que no resultara sospechosa mi travesía, seguí caminando como si nada, al frente de todos los “tombos” con todo mi cargamento de guerra y, cuando llegué al paso nivel de la autopista, me atravesé la avenida y me fui caminando a la derecha, por todo el bordo de la malla metálica que rodeaba la universidad. Seguí por ese bordo, caminando por el prado hasta que llegué al sitio que llamábamos “el aeropuerto”, es decir, hasta la cancha de futbol y la pista atlética, en la que los micro traficantes vendían marihuana, cocaína, anfetaminas y bazuco, en los tiempos normales de estudio, porque ahora no había ni un alma. En el bloque de ciencias sociales, se veían los estudiantes encapuchados caminando de un lado para otro, con una especie de tensa calma, pero de todas formas protegidos por la inviolabilidad del territorio universitario, en el que no podía ingresar la fuerza pública porque era tierra de sabiduría y de paz. No se veía nada sospechoso y pensé que todos estaban refugiados, preparándose para iniciar una nueva batalla en contra de los esbirros del gobierno. Busqué el hueco en la malla, por el que ingresaban los “jipis” que vendían las drogas y, sin ninguna prisa, ingresé a las instalaciones del alma máter. Me fui caminando en busca de los laboratorios y tres de los encapuchados se quedaron mirándome como sorprendidos de mi presencia.

-         Oigan, muchachos, traje materiales para que fabriquemos bombas y les tiremos a esas “gonorreas”.

Los encapuchados se vinieron mí encuentro, sin decir nada, y uno de ellos me quitó con violencia la bolsa en la que traía las cosas. Me agarró del cuello y casi me rompe la tráquea con la presión de sus poderosos dedos.

-         Ve este mocoso hijo de puta, cómo nos salió guerrillero.

Los otros dos sacaron sus armas de la pretina del pantalón y, en ese preciso momento, me di cuenta que la universidad estaba llena de agentes del gobierno por fuera y por dentro. Me llevaron a empujones hasta el bloque administrativo y allá me recibió un moreno alto, muy acuerpado y con el rostro lleno de rotos, de esos que dejan las cicatrices del acné.

-         Don Pedro, mire este niño, el cargamento de explosivos que traía.

-         Estos guerrilleros de mierda no se han acabado de criar y ya están dando problemas y colocando explosivos.

Dijo el tal don Pedro, que estaba armado y vestido de civil, y que tenía una cara de paramilitar ni la verraca. Yo estaba perdido y, seguramente, me iban a matar como a todos los otros.

-         Un señor me dio cinco mil pesos para que yo les trajera esa bolsa a ustedes – dije temblando y llorando del susto, ante el peligro inminente de muerte.

-         Vean a este bobo hijo de puta, lo que dice, ¿no será que tú eres el hijo del doctorcito, Héctor Abad Gómez, que enterraron ayer?

-         No, yo no conozco a ese señor – dije, negando al maestro por primera vez -. Yo trabajo lavando taxis en el sector de Moravia, por las tardes, y un señor me dijo que les trajera eso.

El paramilitar se quedó mirándome a los ojos y, con incredulidad, agitó la cabeza y se secó de la risa

-         He ave María, es que todavía quedan muchos bobos en este mundo – exclamó riéndose por algo de mí, que le parecía divertido -. ¿Y qué te pasó en esa frente que estás tan hinchado?...

-         Un vecino me pegó un garrotazo, dizque porque yo le estaba quitando la novia.

-         ¿Qué hacemos con este, hijo de puta, tan bobo?... ¿Lo matamos, o qué? – Les preguntó a los otros tres paramilitares.

-         No, señor, no me vaya a matar que yo le doy estos noventa mil pesos que ahorré lavando carros – alcancé a decir llorando desconsoladamente y sacando lo que quedaba del dinero que me había dejado el doctor antes de su muerte.

El hombre me arrebató el dinero, se volvió a secar de la risa y fue entregándole a los otros, de a veinte mil pesos y se guardó el resto para él.

-         Vean pues este chiquillo tan inteligente, como acaba de comprar el derecho a la vida con esa miseria – dijo, el tal don Pedro, sin parar de reír – bueno, nosotros ya estamos cansados de matar tantos estudiantes… Te voy a entregar al comandante de la cuarta brigada de la policía, pero no le menciones el dinero, porque si él nos hace el reclamo, ahí si te arrancamos la cabeza con una motosierra.

- ¿Y estos explosivos qué? – preguntó el otro paramilitar que estaba cargando la bolsa.

- Tiren eso a la basura, que ese comandante general de la cuarta brigada, como es de asesino, es capaz de matar este muchacho por esa bobada.

- Me agarró de la oreja izquierda y me llevó arrastrando hasta una oficina en el segundo piso.

- Vea, señor comandante, el gamín que me encontré en uno de los baños.

El elegante militar se quedó mirándome y me dijo:

-         Tienes una cara de comunista la hijueputa, pareces hijo de un vietnamita, ¿y qué estabas haciendo en el baño?

-         Un señor me dijo que viniera, porque aquí estaban dando trabajo y, como nosotros estamos muy pobres, tuve que venir a ver qué conseguía.

-         ¿Sí?... No jodas, ¿o será que eres uno de esos revoltosos tira piedras y te cogió la tarde para ir al entierro del viejo hijo de puta ese, de los derechos humanos?

-         No mi comandante, yo soy un campesino del municipio de La Ceja Antioquia, y vine, apenas hoy, en busca de empleo.

Al comandante se le dibujó una inmensa sonrisa en el rostro y me dijo:

-         Tú eres el único idiota que viene a buscar trabajo en una universidad en la que estamos matando hasta al diablo. ¿Será qué eres amigo del apóstol ese, el de los derechos humanos, y has venido a buscar venganza? …

-         No, mi comandante, yo no conocía a ese señor – tuve que decir, negando al maestro por segunda vez.

-         A ver, muéstrame la cédula.

-         Es que yo soy menor de edad y no tengo cédula ni tarjeta de identidad – dije y me puse a llorar a moco tendido.

En ese momento llegaron cuatro soldados y el comandante les dijo:

-         Llévense este guerrillero y me lo esposan en una varilla del camión, que me lo voy a llevar para la cuarta brigada de la policía, a ver si allá aprende a cantar y nos cuenta dónde se consiguió ese chichón que tiene en la frente.

De una vez me colocaron unas esposas en la mano derecha y me llevaron arrastrando hasta el camión, me subieron de un empujón, me esposaron en una de las varillas de la carrocería y allí me dejaron hasta las cinco de la tarde. La hora en que se empezaron a subir los soldados que viajarían conmigo en el vehículo y que, por desgracia, para agravar mi intenso malestar, cada uno me iba pegando una palmada en la cabeza cuando se subían, lo que hacía aún más insoportable en intenso dolor de la fractura que tenía en la frente. El carro arrancó y empezó a avanzar hacia el centro de la ciudad y después volteo hacia la izquierda, cómo yendo para el barrio de Buenos aires, subimos por la calle 43 hasta la carrera 21 y yo me quedé muy sorprendido, cuando llegamos a la entrada del batallón Bomboná, porque, supuestamente, la orden era que me llevaran para La cuarta brigada del ejército, que quedaba en la calle 50 con la carrera 76 en el otro extremo de la ciudad de Medellín.

Me bajaron de un empujón en el parqueadero y me llevaron a la oficina del comandante de ese batallón, que se quedó mirándome a los ojos y me dijo:

-         Se te nota de lejos, que eres un hijo de puta guerrillero, pero aquí si vas a tener que cantar que trabajabas para el doctorcito ese de los derechos humanos, porque si no dices todo, te vamos a matar y te vamos a enterrar en una fosa común que tenemos lista en “la escombrera”. Necesito que me hagas una lista de los profesores y de los estudiantes, que reclutan los jóvenes de esa universidad para el ELN y para las FARC, por las buenas, porque si no lo haces a las buenas, te vamos a refrescar la memoria a las malas. ¿Usted verá?... Pero cuénteme una cosa, ¿usted estaba en la nómina del doctor ese de los derechos humanos?... Porque si me confiesa la verdad, inmediatamente lo dejo en libertad.

-         No mi comandante, es que yo no estudio allá y yo no conozco a ese señor, ni a nadie - Tuve que decir, negando por tercera vez a mi protector y maestro -. Yo entré engañado a esa universidad, por un hombre que me mandó a hacer un mandado, para que ustedes me capturaran y se encartaran conmigo.

-         Mire, niño lindo, si usted se hace el machito, el que no sabe nada, le voy a meter un palo por ese culo y después le voy a calentar esos testículos con unas descargas eléctricas, para que dejen de existir los revoltosos tirapiedras, porque esa herida que tienes en la frente, no te la conseguiste rezando el rosario a la virgen María, ¿o sí?

-         No, mi comandante, ese golpe me lo pegó un vecino con un palo.

-         Y yo se lo voy a ampliar con una bala calibre 45 si no colabora con la justicia. Desnúdese y coloque la ropa en esta bolsa, dígame el nombre completo, el número de la cédula, la dirección de la casa en donde vive y el número del teléfono.

-         Es que yo soy menor de edad y no tengo cédula.

-         ¿Y tampoco tienes nombre, ni familiares? – rugió el militar, poniéndose colorado por la furia.

-         Yo soy un campesino que llegué a esta ciudad hace muy poco, me llamo Juan Ricardo Marín Builes y estoy viviendo en la carrera 72 número 93 – 65 del barrio Castilla –. Lo único que se me ocurrió, en ese momento desesperado, fue decir los datos de un primo, que estudiaba en el “Pascual Bravo”, mientras que yo ganaba un poco de tiempo para pensar.

-         Ah, es que aquí tenemos otra rata de las comunas occidentales, pues sepa amiguito, que, si no nos dice el nombre de los comandantes de la guerrilla, que están operando desde la universidad, lo voy a picar en pedazos y quítese también el calzoncillo, que lo voy a mandar para la nevera.

Yo quedé completamente desnudo en aquella oficina y tuve que darme cuenta, personalmente, que la práctica de la tortura física y psicológica, se ejerce de manera sistemática en Colombia, como medio de persecución política y con el objetivo de sembrar terror en los individuos y en la universidad pública.

-         Bueno - dijo el comandante, mirando mi desnudez con una expresión que me asustó más todavía -, se ve que haces mucho ejercicio y que vas a la piscina con regularidad, porque estás muy bronceado y muy lindo. Qué lástima tener que acabar contigo, cuando podrías dar muchas satisfacciones sexuales a personas solitarias como yo… ¿Se va a manejar bien conmigo, me va a dar un poquito de cariño y me va a decir el nombre de otro profesor que fomente la insurgencia en el país y lo dejo en libertad mañana mismo?

-         No, señor, es que yo no soy de esos y tampoco sé nada de ese claustro universitario.

-         Ah, ¿es que no te gusta nada y no sabes nada?... Soldado, meta este maricón en la nevera, hasta mañana, que le voy a meter un palo bien grande y bien largo por ese culo.

Gritó el comandante completamente descompuesto. El soldado entró y tomándome del brazo, me sacó de esa oficina, me señaló el camino y atravesando el patio, completamente desnudo, sentí el frío de la noche que empezaba a caer. Me llevó hasta una celda muy húmeda, y allí me dejó todo emparamado, después de que me aventó dos baldados de agua helada. Miré hacia arriba y supe que estaba en el antiguo patio de aquel edificio, por el vacío que se elevaba hasta el firmamento, por el que se debía de filtrar el agua cuando llovía. El piso estaba encharcado con un líquido nauseabundo que olía a orina y a excrementos mezclados. Allí me dejaron como cinco horas, de pie, escuchando los gritos de otros detenidos que estaban golpeando en las celdas del segundo piso. No había ni un segundo de silencio, porque un pobre sujeto en medio de la obscuridad, lloraba y gritaba sin parar, rogando que no lo mataran porque tenía dos hijos pequeños.

A esa hora llegó el comandante general del batallón, trajo una silla y me dijo:

-         Siéntese negrito lindo, que ya le deben de estar doliendo los pies en ese piso tan frío. ¿Se va a manejar bien conmigo y mañana lo suelto y le doy dinero para que compre ropa?

Yo acepté la silla porque ya me ya se me estaban entumeciendo los pies de estar parado en ese piso tan áspero, me senté y me quedé observando el comandante que se desabrochó la bragueta y sacó el pene visiblemente excitado, y empezó a masturbarse mientras que me hablaba.

-         Solamente te estoy pidiendo un poco de amor en cambio de tu vida, porque, de todas formas, si no te dejas querer a las buenas, te voy a matar y cuando estés muerto, te lo voy a meter por esas nalgas tan lindas que tienes. Diga a ver, ¿se lo va a dejar meter por ese culito vivo o muerto?

Yo permanecía en silencio, completamente aterrado y el comandante se acercaba hasta mí y tomando mi mano derecha con fuerza, me obligaba a que le tocara el pene.

-         Tú ya eres mío y no te voy a liberar hasta que decidas quererme.

El militar continuó masturbándose y cuando estaba llegando al clímax de un violento orgasmo, vino y agarrándome del pelo, eyaculó el semen caliente sobre mi rostro y yo no pude hacer nada. Me agaché y con las manos limpié el asqueroso líquido que corrió viscoso por mi cuello hasta el pecho. El desgraciado guardo su asqueroso miembro y mirándome de frente me dijo:

-         Si ahorita me los chupas un ratico, te suelto y te doy veinte mil, para que salgas y compres una comida caliente.

El comandante dio media vuelta, salió de la celda, la cerró con el ruidoso candado y se marchó. En medio del repentino silencio de los otros presos, que parecía que habían escuchado la desagradable conversación. Yo me quedé tratando de limpiarme el oloroso semen que había caído sobre mi humanidad y, no habían pasado ni veinte minutos, cuando el comandante general regresó con una hamburguesa, con una coca cola fría y con una chocolatina jumbo jet, entró a la celda y yo, muerto de hambre, recibí los comestibles y empecé a comer con desesperación, mientras que el sujeto sacó nuevamente el pene y se quedó mirándome mientras que yo terminaba de comer.

-         Yo tengo un deseo sexual que a nadie le he dicho, pero que espero que tú me dejes cumplir – me dijo y yo me quedé mirándolo en silencio, completamente desnudo e indefenso -. Es muy fácil y no tienes que hacer nada y ni siquiera te voy a tocar. Te quedas quieto y yo, que soy tu dueño, tu amor y tu única esperanza para seguir con vida, orino sobre toda tu humanidad, para marcar el terreno de lo que es mío, ¿qué dices?

Yo permanecí en silencio, sin poder mirar ese monstruo que me tenía atrapado y continuó diciéndome:

Yo te quiero orinar de pies a cabeza y después, si te quedas quietecito y dejas que cumpla mi sueño, te doy unos besos en esa boca tan rica que tienes y te traigo una toalla para que te seques.

Yo permanecí en silencio, cabizbajo y mirando al suelo, hasta que sentí que un líquido caliente me humedecía el cabello y el hombre, sujetándome del pelo, me levantó el rostro y terminó de orinar sobre mí cara y sobre mí pecho. Después salió de la celda, la cerró con el candado para que no me escapara, se alejó de prisa y a los pocos minutos regresó con la toalla, con dos cigarrillos y con un encendedor, como si yo fumara. Esas eran las torturas en la noche, porque en el día llegó otro comandante que lo remplazaba y cuando lo llamé, para contarle los vejámenes a los que me estaba sometiendo el otro comandante me dijo:

 Agradezca que todavía no le ha dado por el culo, pero si no le gusta el amor y el cariño que le esta proporcionado su enamorado, venga yo le muestro cómo es que se tortura en el batallón Bomboná.

Gritó a los dos soldados de guardia, para que le trajeran “el tabano” un dispositivo electrónico que emitía poderosas descargas eléctricas y entre los tres me tiraron al suelo y me pusieron una descarga eléctrica en los testículos, que me dejó casi sin sentido, me pegaron varias patadas en el suelo y cuanto yo estaba gritando por la agresión, me rociaron un gas pimienta en los ojos, que me hinchó toda la cara y casi no me dejaba ni respirar. Se llevaron la silla en que me sentaba y me tuve que quedar tirado en el piso putrefacto, que olía a orines y excrementos, sin comer nada hasta la seis de la tarde, cuando llegó el abusador sexual que se molestó mucho porque me habían pegado. Me llevó hasta el baño, me prestó una barra de jabón y una toalla, y cuando me estaba secando, después de una ducha con agua caliente, se metió al baño conmigo, me sujeto del cuello y se masturbó nuevamente sobre mi humanidad y me dijo:

-         Si te manejas bien conmigo y me lo chupas una vececita, te suelto inmediatamente y te doy plata para que compres cositas.

Me llevó nuevamente para la celda de torturas y me prestó una silla más amplia, dizque para que durmiera un poco y esa noche como a las tres de la madrugada, sentí que un chorro de agua caliente caía sobre mi rostro y me desperté sobresaltado, cuando el comandante general se estaba orinando nuevamente sobre mi humanidad. Al otro día el comandante de relevo, me trajo una bandeja paisa y una gaseosa y me dijo:

-         Coma sapo chillón, hijo de puta, porque ese marido suyo está muy enamorado y no permite que, a su lindo maricón, ni le peguen, ni se lo dejen aguantar hambre, dizque porque se le pone feo, y dele culo esta última noche de amor, porque en la madrugada lo van a ejecutar los paramilitares, porque necesitamos unos cadáveres para completar unos guerrilleros que nos faltan.

Yo no entendí nada de lo que me estaba diciendo ese comandante, que había venido distinto conmigo, mientras que yo devoraba esa deliciosa comida que me estaba haciendo falta desde hacía tanto tiempo. Ese día no me pegaron, pero me quitaron la silla que me prestó el otro comandante.

A las seis de la tarde llegó el comandante homosexual, me trajo una hamburguesa, un refresco y una barra de chocolate, se metió en la celda, se masturbó y se orinó sobre mi humanidad, se quedó mirándome un rato, mientras que me secaba con su toalla y después se fue en silencio.

Entraron y salieron vehículos, las tres noches y los dos días que estuve detenido en ese batallón y por ahí, como a las dos de la madrugada, de la tercera noche de mi cautiverio, cuando ya me estaban empezando a dar calambres en las pantorrillas, aparecieron Don Pedro y un amigo de él, los mismos paramilitares que me habían capturado dentro de la universidad.

-         Si ve la matada que se va a ganar, por no dejarse querer del comandante y, desafortunadamente, por usted ponerse de chico difícil, me dieron la orden de llevarlo a “la escombrera” y de pegarle un tiro en la cabeza. Venga pues, que nos vamos a pasear y váyase esculcando ese culo, a ver si tiene más dinero metido por allá, para que compre la libertad definitivamente o vaya pensando en lo que me va a contar, porque si no me dice cuáles son los guerrilleros en la universidad, le voy a pegar cinco tiros y le voy arrancar los testículos, para regalárselos de recuerdo a ese comandante que es más homosexual que un hijo de puta…”

…Me sacaron con un empujón de aquella gélida celda, y me subieron todavía completamente desnudo, en una camioneta negra de placas particulares. Arrancamos con dirección desconocida. Viajamos como unos veinte minutos, pero los vidrios demasiado polarizados no me dejaban ver por dónde estábamos avanzando, hasta que llegamos a un lugar y me hicieron bajar de la camioneta con un empujón. Estábamos en una autopista paralela al río Medellín, en un lugar muy cercano al antiguo puente de Guayaquil.

-         ¿Qué estás mirando tanto, maricón?... Si quieres, te puedes escapar y por eso te hemos dejado sin esposas, para que lo intentes y así nosotros poder matarte de una vez, sin ningún remordimiento, porque la orden es que si intentas escapar te podemos rellenar de plomo.

-         ¿Por qué no lo matamos y nos vamos a dormir de una vez? – dijo el otro paramilitar que tenía acento de costeño.

-         Buena idea, amigo.

Don Pedro me cogió del brazo y me llevó caminando por la grama, hasta la orilla del río y me gritó:

Arrodíllate y decime, ¿cuál es el jefe de los guerrilleros y cómo funcionan las cosas de los comunistas en esa universidad de limosneros?... Porque si no me lo dices, te voy a pegar un tiro en esa cabeza por idiota.

Yo empecé a temblar como una hoja y me agaché, como si me fuera a arrodillar y, como estaba a unos dos metros de la orilla, sin pensarlo mucho salté de cabezas a las oscuras aguas del contaminado río y me sumergí en él. Aguanté la respiración y nadé a toda velocidad, corriente abajo y alejándome hacia la otra orilla, como unos cien metros, hasta que mis pulmones no aguantaron más, saqué la cabeza, tomé una bocanada de aire y continué nadando como veinte o treinta minutos, para escaparme definitivamente de mis captores, hasta que vi que estaba muy cerca de los tugurios del barrio “Moravia”. Salí con dificultad del asqueroso río y me fui corriendo hasta una de las casitas de madera, en la que estaba la luz eléctrica encendida. Golpeé con urgencia en la puerta y cuando abrió un señor, tapé con las manos mi desnudez y le expliqué que yo trabajaba con el recién asesinado doctor Héctor Abad Gómez, y que los paramilitares me querían asesinar y me les escapé. El hombre conocía al doctor, y me hizo entrar a su rancho y me prestó un pantalón, una camiseta y unas chanclas de mujer, de un color rosado intenso, que tuve que aceptar, porque ya tenía las plantas de los pies muy lastimadas y no había más zapatos. Me terminé de vestir, le di las gracias y me fui corriendo en zigzag por los caminitos del caserío de tablas. Miré varias veces hacia atrás y como nadie me perseguía, por las solitarias calles, avancé hasta la calle 65 y subí de occidente a oriente, en busca de la carrera 45 por la que me fui derecho hasta mi casa, después de vivir en carne propia, la realidad de que, en Colombia, se mantiene la práctica de la tortura, los tratos crueles, inhumanos y degradantes, por parte de la policía y del ejército nacional. Me acosté completamente cansado y dormí como hasta las ocho de la mañana, me levanté, saqué unas monedas que tenía debajo del colchón y fui hasta una droguería, para comprar un sobre de diez pastillas de ampicilina de quinientos miligramos, para tratar de curar la posible infección en la herida de mi frente, después de haberme sumergido en el contaminado río de Medellín.

Ahora sí estaba asustado de verdad. Me quedé encerrado, esperando a ver cómo se ponían las cosas, ahora que no tenía a nadie para protegerme. Afortunadamente, tenía bastantes víveres en la despensa y cuatro meses de arriendo pagos, para poder permanecer observando el baño de sangre que continúo así:

El 11 de octubre de 1987 fue asesinado por ese mismo grupo de paramilitares, Jaime Pardo Leal, un abogado y político colombiano, que estudió en la Universidad Nacional de Bogotá y se graduó con la tesis “La clase obrera ante el derecho social”, miembro del partido Unión Patriótica (UP) del que fue candidato a las elecciones presidenciales de 1986. Pardo Leal fue una de las voces que denunció de manera enfática la alianza entre la oligarquía, el paramilitarismo y el narcotráfico, para iniciar una criminal estrategia de persecución y exterminio de la Unión Patriótica, a mediados de los años ochenta, en las elecciones presidenciales logró una cifra récord de votos para la izquierda, consiguiendo 14 congresistas para la cámara y el senado, 18 diputados para 11 asambleas departamentales y 335 concejales para 187 concejos municipales. Su asesinato hizo parte del genocidio al que fue sometida la Unión Patriótica (UP) en las décadas de 1980 y 1990, por parte de los mismos sectores que denunció, lo que dejó más de 4.000 víctimas y la desaparición de la Unión Patriótica del panorama político.

El atentado en el que murió Jaime Pardo Leal, ocurrió en la vereda patio Bonito, del municipio de La Mesa Cundinamarca. Después de pasar un domingo con su familia, en su finca, fue alcanzado por otro vehículo, desde el cual le hicieron los disparos que terminaron con su vida, porque murió dos horas después en el hospital de La Mesa. Tras su fallecimiento se presentaron protestas y movilizaciones en distintos puntos del país, como Bogotá. Su entierro resultó multitudinario y fue velado en la plaza de Bolívar y estuvo en cámara ardiente en el capitolio nacional.

- Después siguió Rodrigo Guzmán: Médico internista del Hospital San Vicente de Paúl, vicepresidente de la Asociación de Médicos Internos y Residentes, Seccional Antioquia, fue asesinado el 17 de octubre de 1987.

- Orlando Castañeda Sánchez: Estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, fue detenido, desaparecido, torturado y asesinado el 24 de octubre de 1987.

- Marina Ramírez: Estudiante de la Facultad de Química Farmacéutica, fue asesinada el 24 de noviembre de 1987.

- Francisco Gaviria: Estudiante de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Antioquia, militante del partido Comunista y dirigente de la Unión Patriótica, fue desaparecido, torturado y asesinado el 10 de diciembre de 1987.

El 17 de diciembre de 1987 fue asesinado Luis Fernando Vélez Vélez: Abogado, Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, Presidente del Comité permanente de los Derechos Humanos de Antioquia y miembro del Partido Conservador. Este ilustre profesor y activista de derechos humanos, nació en el municipio de Salgar el 27 de noviembre de 1944. Abogado de la Universidad de Antioquia, a la que estuvo vinculado hasta el día de su asesinato. Fue decano de la facultad de derecho y ciencias políticas, presidente de la asociación de profesores, vicerrector general y director del museo universitario. Estudió teología en la Universidad pontificia Bolivariana, en donde también fue docente. La Universidad de Antioquia le otorgó el título de honoris causa en antropología, fue director ejecutivo de la asociación colombiana indigenista (ASCOIN) y siempre estuvo comprometido con los más débiles, con los trabajadores, con los sindicalistas, los indígenas y los menesterosos. En su discurso al asumir la presidencia del comité permanente para los derechos humanos en Antioquia, tomando las banderas del inmolado Héctor Abad Gómez, el 11 de diciembre de 1987 seis días antes de su asesinato manifiesto:

-         Conocemos por la evidencia histórica, que hay sectores de los ciudadanos más propensos que otros, a sufrir del atropello de sus derechos. Con relación a ellos, debemos velar con más cuidado y mayor fervor, porque no se vulneren sus derechos. Aliados como estamos con la causa de todos los hombres, no creemos pecar cuando declaramos nuestra predilección por aquellos aliados más indefensos, por los humildes, por los perseguidos, por los desamparados, por los discriminados, por los niños, por los ancianos, por las mujeres, por los enfermos, por los indígenas y por los cautivos. Los derechos humanos, concebidos como patrimonio de todos los hombres, deben defenderse ante cualquier persona u organización que los violente, siendo cualquiera el móvil que esgrima para hacerlo. También en este caso sabemos, por evidencia histórica, que hay organizaciones, agrupaciones, paramilitares e individuos más propensos a violar, más asiduos en violar los derechos humanos. Sin atropellar, a su turno, los derechos de esas personas o de las personas que conforman esas organizaciones, consideramos como deber ineludible, ejecutar con toda ponderación, ecuanimidad y rectitud, la más serena y severa vigilancia, sobre todos sus actos, que pueden significar quebrantamientos del derecho ajeno… “

Y concluyó diciendo:

-         “Pero no basta con reconocer a ese único enemigo, aquel con quién no podemos dialogar; quienes acepten nuestro fervoroso llamamiento, deben de estar dispuestos a aceptar que ese único enemigo, también tiene derechos que no pueden ser atropellados, porque emergen de su dignidad como persona humana, así, la ferocidad de sus comportamientos, parecieran denotar su afán enceguecido por renunciar a esa elevada dignidad.”

 

Aquel fatídico año terminó y también se terminaron los cuatro meses de arriendo que había pagado en el apartamento de Villa Hermosa, con el dinero que me había regalado el doctor Héctor Abad Gómez poco antes de morir y el primero de enero de 1988, me tuve que ir a vivir de arrimado en la casa de doña Gabriela Martínez, la partera que me trajo al mundo el 16 de febrero de 1964, en una humilde casa a todo el frente del basurero que quedaba en el barrio Alcalá de Envigado. Esa buena mujer que era una cristiana convencida y perteneciente a los testigos de Jehová, se creía mi segunda madre, ya que fueron sus manos las que me recibieron en este mundo directamente del útero de mi progenitora, porque éramos demasiado pobres y mis padres no tenían con qué pagar la cuenta en un hospital, para llegar a este universo decentemente. Vagué por las calles del hermoso pueblo que me vio nacer y, en los primeros días de mi nueva estancia, tuve la fortuna de entablar amistad con la inmortal pintora Débora Arango Pérez, de la siguiente manera:

caminando por el centro de Medellín, en uno de los andenes de la carrera Bolívar, encontré un sujeto vendiendo toda clase de objetos viejos. Sobre una lona de tela, tenía varias vasijas de bronce, zapatos de segunda y hasta de tercera mano, ollas a presión, estufas eléctricas, alicates, destornilladores, muñecas, carros de juguete, blue jeans gastados, flores de plástico y unos cuadros para decorar. En aquella tienda miserable, mis ojos contemplaron la pintura de una adolescente medio desnuda, que me llamó la atención. Tomé el cuadro entre mis manos y sentí la fuerza impresionante de una obra artística, que me hizo sentir muchas emociones. Aquel hermoso cuadro estaba firmado por Débora y un emocionante escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Recordé la famosa pintora de mi pueblo, que se llamaba, Débora Arango Pérez, y tratando de ocultar la emoción que me embargó, le pregunté al dueño del humilde negocio:

-      Amigo, ¿cuánto vale esta pintura? – le dije, girando el cuadro, para que viera que estaba muy comido por el comején y, extrañamente, enmarcado con un vidrio de color gris en la parte de atrás.

El sujeto me contestó que valía tres mil pesos, sin salir del mutismo en el que, seguramente, lo hundían la cantidad de problemas que se reflejaban en su angustiado rostro. Aquella cifra tan insignificante, alejó todas las sospechas de mi mente, porque el valor de los materiales para la elaboración de un óleo de esas dimensiones, con toda seguridad, debía de ser superior a esa cifra. Nadie me estaba haciendo trampa, nadie estaba jugando con mis emociones, porque aquella ridícula cantidad que pedía el buen hombre, por el cuadro, estaba lejos de cualquier engaño. No quise pedir rebaja, aunque sólo tenía los tres mil pesos y un puñado de monedas, para subsistir el resto de mi vida, después de que el ejército nacional de Colombia me secuestró dentro de las instalaciones de la universidad de Antioquia, me torturó y me entregó a los paramilitares para que me asesinaran. Con las manos temblorosas, saqué los billetes de mi cartera y pagué ese hermoso cuadro que ahora era mío.

-      Señor, ¿me puede contar de dónde saca estas cosas tan lindas que, usted, vende? – Le pregunté, tratando de averiguar el origen de la pintura.

-      Yo soy un reciclador y en la basura encuentro muchas cosas que la gente puede reutilizar. Entonces, yo vengo todas las tardes, y pongo este negocio en el que me consigo unos pesos extras.

-      ¿Y en qué parte de la ciudad recicla? – le pregunté, nuevamente, tratando de encontrar más información.

-      Yo siempre reciclo en Envigado, que es en la única ciudad de Colombia en la que sacan a la basura televisores, estufas, colchones y camas, en buen estado.

Esas palabras del reciclador fueron música para mis oídos, porque la pintura provenía de mi tierra, Envigado, la cuna de Fernando González Ochoa, el escritor y filósofo, y de la mismísima Débora Arango, autora de esa pintura, y una de las mujeres más espectaculares de nuestro país en toda su historia. Le di las gracias al humilde vendedor y me fui completamente feliz, abrazando aquel cuadro espectacular que, donde resultara ser original, podría valer muchos millones de pesos. El marco del cuadro se estaba cayendo a pedazos entre mis dedos, muy afectado por la plaga del comején, pero ese problema era lo de menos, porque la pintura estaba en buen estado y conservaba el color y todos los trazos característicos de la famosa pintora. Una inmensa emoción agitaba todo mi cuerpo. Tomé el autobús muy cerca del parque de Berrio y, por el largo camino, me fui observando todos y cada uno de los detalles de esa hermosa pintura, que me atrapaba y me sumergía en el universo mágico del arte.

Llegué casi hasta el parque de Envigado y me fui caminando las diez o doce cuadras que me separaban de mi habitación en el barrio “Alcalá”, en la misma casa donde nací hace muchos años, atendido por una partera amiga de mi pobre madre, que se llama doña Gabriela, una señora evangélica que, además, recibía a nuestros familiares en su casa, cada vez que mi padre perdía el empleo y nos sentíamos acosados por el hambre y la pobreza absoluta. Coloqué la pintura en una de las paredes de mi cuarto y me quedé observándola, como atrapado en la magia de la sensualidad de aquella hermosa chiquilla, que sujetaba entre sus dedos una flor. Me embargó una emoción indescriptible, como sintiendo el impacto de la pasión de la genial artista. Aquellos sentimientos eran nuevos y muy extraños para mí, porque, legalmente, nunca había sido ni un fanático, ni un estudioso del arte y de la pintura, aunque sé que en nuestro país han existido pintores de la talla de Fernando Botero, de Enrique Grau, de Omar Rayo, de Pedro Nel Gómez y de muchos otros, que en este momento no puedo recordar.

Casi no pude dormir aquella noche, porque me acosté sin comer nada. Mi cuerpo convulsionaba sin césar y sumergido en una fiebre intensa, soporté el dolor de todos mis huesos en una noche de perros, en la que solamente podía pensar en esa pintura de Débora Arango, que se tendría que convertir en la única salvación a mi desesperada situación económica. Revisé mis bolsillos y sólo me quedaban cincuenta pesos, que no alcanzaban ni para un pan, ni para un café y ni siquiera para un pasaje en el autobús. Apenas estaba amaneciendo, pero no pude resistir más. Salté de la cama. Descolgué el cuadro de la pared y sumergido en un éxtasis desconocido para mí, me puse a revisar el marco deshecho, que se desmoronaba con facilidad bajo la presión de mis dedos. Busqué un bisturí y empecé a cortar las cintas de papel que lo sujetaban al vidrio gris, que extrañamente lo protegía por detrás. Retiré el vidrio con mucho cuidado y resultó ser un espejo, que no me explico por qué o para qué se lo colocaron ahí. Lo importante era que la pintura estaba en buen estado y eso me tranquilizó un poco. Dejé la pintura sobre la cama y me metí al baño para darle una ducha de agua fría a mi cuerpo deshidratado. La casa estaba en completo silencio y aunque tenía un hambre terrible, salí a la calle, con la pintura salvadora en mis manos, sin atreverme a despertar a doña Gabriela, para que me diera la taza de agua de panela con limón que me obsequiaba todos los días. Me sentía muy débil, pero sacando fuerzas de mi alma, me dirigí en busca de la carrera cuarenta y tres, con la calle treinta y dos, que era por donde quedaba la “Casa blanca” de la famosa pintora.

Avancé, lentamente, como haciendo tiempo para que terminara de amanecer y no llegar muy temprano a la cita con la reconocida artista. La ciudad hacia rato había despertado y en las calles todas las personas se movían precipitadamente, en busca de sus lugares de trabajo. Mi casa no quedaba tan lejos de la mansión de la pintora y, antes de lo esperado, doblé en la última esquina y pude contemplar a dos mujeres y un hombre viejo, como haciendo fila al frente del jardín de la casa. Me acerqué lentamente y de mi boca se escapó un breve saludo.

-      Buenos días.

-      Buenos días, señor -, contestaron los otros tres con amabilidad.

No pregunté nada más. Me quedé esperando en silencio, hasta que apareció una mujer de raza negra y de sonrisa fácil, que nos dijo:

-      Ya estamos terminando de hervir el chocolate, para servirles un desayuno bien caliente y bien delicioso.

La esperanza de comer alguna cosa, me hizo permanecer estático y, con el cuadro abrazado contra mi pecho, no pude revelar el verdadero motivo de mi visita. Permanecí ahí parado y fui otro más, de los limosneros que llegaban todos los días hasta el comedor de la abnegada artista.

Nos sirvieron chocolate con leche, huevos revueltos, arepa con mantequilla, dos tostadas y un pedazo de queso, me senté en la acera, coloqué el cuadro a mi lado y devoré el desayuno más rápido de lo que la buena educación lo hubiera permitido. Sentí vergüenza conmigo mismo, por tragarme el desayuno casi entero, pero todos cómo que estábamos hambreados, porque las bandejas quedaron limpias en unos pocos minutos. Las mujeres y el anciano, dieron las gracias y yo me quedé mirando a la mujer afrodescendiente, que me preguntó:

-      ¿Desea algo más?

-      Si, señora, necesito hablar con doña Débora.

La mujer se quedó mirándome unos segundos y después de que posó los ojos sobre la pintura que yo tenía abrazada contra mi pecho, me dijo:

-      Siéntese por ahí y espere unos veinte minuticos, mientras que yo le llamo a la señora.

La amable mujer se fue. Yo me quedé, de pie, contemplando las hermosas matas del colorido jardín   y no habían pasado ni siquiera dos minutos, cuando apareció la misma Débora Arango en persona.

-      Buenos días, jovencito, ¿qué se le ofrece por aquí?

-      Buenos días, señorita Débora – dije sin saber cómo la debía de tratar -, es que compré esta hermosa pintura y vine a ver si usted es tan amable y me certifica su autenticidad.

La reconocida pintora se quedó mirando mi cuadro, con una amplia sonrisa en su rostro y me dijo:

-      Esa es la copia de una de mis pinturas, que hizo una estudiante de apellido Rodríguez, si mal no recuerdo, porque, de vez en cuando, vienen unas muchachitas del colegio a que yo les enseñe a pintar… ¿y cómo la conseguiste?

-      Yo se la compré, anoche, a un señor en Medellín.

A la famosa pintora, la historia de mi cuadro cómo que le cayó en gracia, porque reía y reía sin parar.

-      Ah, bueno, por lo menos mis alumnas venden algo, que es lo que yo casi no he podido hacer – y sin dar más explicaciones me preguntó:

-      ¿Y tú qué haces en la vida real, aparte de comprar copias de mis pinturas?

-      Yo estudiaba ingeniería química en la universidad de Antioquia, hasta el 29 de agosto del año pasado, que fue el día en que el ejército nacional de Colombia me agarró, dentro de la ciudad universitaria, y me llevaron preso para el batallón bombona – terminé de decir un poco avergonzado.

-      ¿Y por qué te capturaron? – me preguntó, la artista, como asustada.

-      Es que el 25 de agosto asesinaron al doctor, Héctor Abad Gómez, un médico que era el padrino mío y como estábamos protestando por todos los profesores y estudiantes masacrados, entró el ejército y me cogieron allá adentro. Me tuvieron detenido ilegalmente, me torturaron durante dos días y, a la tercera noche, me entregaron a los paramilitares para que me ajusticiaran y yo me les escapé.

-      ¿Y, ahora, no estás estudiando?

-       No, señora, porque la universidad está cerrada y, además, yo no puedo volver por allá, porque esos señores del DAS, me están buscando para matarme.

-      Qué complicada es la vida en este agitado país – dijo la buena mujer, como preocupada con mi historia - y, entonces, ¿qué piensas hacer?

-      Por el momento estoy escribiendo la crónica de vida de mi difunto padrino, el doctor Héctor Abad Gómez, UNA CONSCIENCIA QUE EVOLUCIONA, que también pueden leer en google digitando la página jorgesotobuiles.es.tl porque el doctor era un hombre muy importante para el departamento de Antioquia y para los derechos humanos de este país. Vivo dónde una amiga de mi mamá, aquí en Envigado, pero siento mucha vergüenza, porque ella es muy pobre y casi no tenemos nada para comer –terminé de decir, con la voz casi quebrada por la impotencia.

-      Yo te puedo colaborar con el desayuno y con el almuerzo, para que sigas viniendo todos los días a visitarnos y, por ahí derecho, te voy contando mi historia que también es muy sufrida, pero muy linda, a ver si algún día me inmortalizas escribiendo otra de tus crónicas de vida.

-      Bueno, señora –. Le dije, muy feliz, porque la cosa se estaba poniendo buena para mí.

-      ¿Y cómo te llamas? – me preguntó la dulce pintora, que ya me estaba cayendo bien.

-      Jorge Soto Builes, para servirle…

Fue de esa manera que la genial pintora me contrató, a cambio de comida y de trecientos pesos diarios, que cogió la costumbre de obsequiarme sin yo pedírselos y de una sincera amistad, para que escribiera “PINTURAS DE UNA VERDAD PROHIBIDA PARA LAS MUJERES” que pueden leer en google de forma gratuita, digitando la página jorgesotobuiles.es.tl

Me sumergí en el mundo del arte y de la pintura, al mismo tiempo que iba observando el desarrollo de esos grupos paramilitares que habían asesinado a mi padrino, el doctor Héctor Abad Gómez y que pusieron de moda los sicarios en todo el país, porque los jóvenes de las comunas de Medellín aprendieron a matar por dinero y, la muerte selectiva, dejó de ser un fenómeno exclusivo de la burguesía corrupta de Colombia, y se generalizó para convertir nuestra ciudad en un polvorín cuando, el 13 de enero de 1988, estalló un carro bomba a todo el frente del edificio Mónaco, propiedad del narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria, en el barrio Santa María de los ángeles, en un exclusivo sector del poblado en Medellín, cerca de la sede del club campestre, sede de la más tradicional burguesía antioqueña. Allí don Pablo Escobar derribó dos casas antiguas, para construir un edificio de ocho pisos, con 12 apartamentos, incluyendo el penthouse, que ocupaba las dos últimas plantas, turco, jacuzzi, dos piscinas (una de ellas privada en la terraza), canchas de tenis y 34 espacios de estacionamiento para su colección de carros. En el interior del edificio había obras de Fernando Botero, Enrique Grau, Alejandro Obregón, una escultura de Auguste Rodin y en la entrada una escultura del maestro Rodrigo Arenas Betancourt llamada “La nueva vida”. La estructura del famoso edificio, tenía más columnas de las que son comunes en ese tipo de edificaciones. A la vista, eran notorios los refuerzos en mármol, rejas en los techos para prevenir ataques aéreos y hasta una habitación del pánico, con un tubo similar al que usan en las exploraciones petroleras, para respirar en caso de que fueran atacados con gases, lo que le brindó a la familia del famoso narcotraficante, algunos años de lujo y, especialmente, de tranquilidad, sin embargo, en la ciudad de Cali se empezaba a cocinar la guerra en contra del cartel de Medellín; guerra que desencadenaría una de las épocas más sangrientas de la historia de un país que ha vivido varias violencias. Fue ese 13 de enero que esta exclusiva zona se vio sacudida por un tremendo estruendo, que yo sentí, acostado en un mugroso catre, en el hermoso pueblo de Envigado pluricultural cuna de artistas, cuando 700 kilos de dinamita fueron detonado frente al edificio “Mónaco” en el que, además, se convirtió en el primer atentado con un carro bomba que se registraba en la historia de Colombia. Tan sólo eran las cinco de la mañana de otro triste día, en el que me tenía que rebuscar la comida, porque en la cocina de mi buena samaritana no había nada para comer, cuando todos los habitantes del valle del Aburra, fuimos aturdidos por la detonación, cuyo objetivo principal era acabar con la vida de Pablo escobar Gaviria, en una operación, supuestamente, ordenada por el cartel de Cali. En el edificio “Mónaco” de Medellín, en el que estaban Juan Pablo Escobar, Manuela Escobar y María Victoria Henao, los hijos y la esposa del capo respectivamente. Según relató Juan Pablo Escobar, los escombros cayeron sobre él y su madre quién lo ayudó a salir, mientras que Manuela, la hija del capo, el estallido le generó un problema auditivo permanente porque le reventó una de los tímpanos de sus oídos. Ese día hubo tres personas muertas y al menos diez resultaron heridas por la onda expansiva, además de los daños estructurales que sufrieron los edificios de la zona y las heridas de los familiares de Escobar, que fueron evacuados inmediatamente por orden del capo, y fue así como dejaron el edificio Mónaco para siempre.

Los vidrios de la edificación volaron por los aires y decenas de personas fueron afectadas por el ensordecedor ruido de la explosión, antes de que comenzaran a sonar las sirenas, marcando, además, el inicio de una sanguinaria guerra entre los carteles de Cali y Medellín, que se extendería durante seis años, porque el objetivo de matar a Pablo Escobar quedó aplazado, pues este no se encontraba en el lugar, aunque sus enemigos le habían tocado algo que era sagrado para él, su familia. Luego de esta violenta embestida, Escobar pasó definitivamente a la clandestinidad, viviendo de escondite en escondite, muchas veces acompañado por su familia, en una inquietud constante, que lo llevó a negociar con el estado, construir su propia cárcel, para evitar ser asesinado, escapar y finalmente morir. Como también murieron los profesores y los estudiantes de la Universidad de Antioquia.

La muerte estaba llegando para todos, sin poder comprender cuál era el verdadero objetivo de nuestras vidas en la tierra. Yo, mientras tanto, seguía frecuentando “Casa Blanca” el refugio artístico de la genial pintora Débora Arango Pérez, que me enseñaba que la vida se crea pensando, que es de la misma forma como se crea una pintura, y es de la siguiente manera como ella me decía:

-         Si a tu vida le quieres poner el color verde de la esperanza y el color azul del cielo, entonces el universo se pondrá en marcha y llenará tu vida con el color rojo de la pasión, con el color amarillo de la felicidad y con el color blanco de la paz, porque la vida va más allá de lo que tus limitados sentidos perciben y se convierte en un paraíso cuántico, en el que todo es posible. Lo único que tienes que hacer en la vida es pensar, porque el pensamiento origina la realidad, de la misma forma en que mi pensamiento origina mis amadas pinturas de colores.

Una maravillosa filosofía que registré, en esos días, en una crónica de la genial artista, “PINTURAS DE UNA VERDAD PROHIBIDA PARA LAS MUJERES” que la corrupción de los políticos de turno, dejaron perder en el olvido, después de que les rogué y les supliqué que la publicaran para regalársela, de forma gratuita, a los jóvenes del municipio de Envigado pluricultural cuna de artistas. En la casa de la genial pintora Débora Arango Pérez, me daban el desayuno y el almuerzo, en esos maravillosos días en que pude compartir con la espectacular artista. Nos pasábamos todas las mañanas hablando de arte y observando los estudios y los bocetos que ella conservaba cuidadosamente, en unas carpetas de cartón, que al final no supe dónde habrán ido a parar, porque una vez, después de que habían pasado muchos años, que fui al museo de arte moderno a mirar la obra de la genial pintora que me traía tantos recuerdos, y el director del museo me dijo que la obra no estaba en exhibición, porque se tenían que liberar un poco de la influencia de esa pintora, que en el museo había otras obras y que el público se tenía que acostumbrar a observar otras cosas, distintas a la obra de la genial mujer. Me quedé sorprendido porque en ese museo odiaban, que todos acudiéramos a mirar la obra de esa maravillosa artista. ¿Cómo no la íbamos a querer apreciar continuamente, si ella era la mejor?

Después de que almorzábamos en “Casablanca” nos íbamos para el interesante taller de la pintora, que era el refugio preferido de la carismática mujer y mientras que ella se ponía a retocar algunos de los hermosos cuatros que había dejado incompletos, continuábamos hablando de las anécdotas divertidas, que le habían sucedido en la vida o de la difícil situación de orden público, por la que estaba atravesando el país. Yo me quedaba escuchándola con mucho interés, tratando de entender esa inteligente mujer, que vivía bajo una filosofía profundamente humana y muy distinta de la que le podían haber enseñado en su proceso de educación. Hasta que en el viejo y clásico reloj cucú, sonaban las cuatro campanas de la tarde, que era la hora exacta en la que ella me daba los trecientos pesos, que eran un regalo extra que no habíamos acordado, por la crónica de vida que estaba escribiendo para ella. Esos trecientos pesos me servían para pagar el pasaje de ida y vuelta, hasta el centro de Medellín, que era un programa que me agradaba mucho y para comprar un vaso de leche y un banano, que era lo último que comía antes de irme a dormir. Me despedí de ella, salí caminando sin ninguna prisa y me fui para el parque de Envigado pluricultural cuna de artistas, a tomarme un tinto en el antiguo bar de la esquina, en el que compraban el periódico y lo colocaban en las mesas para que lo leyeran los clientes y…

No habíamos terminado de asimilar la noticia de la explosión del primer carro bomba en la ciudad de Medellín, cuando el 18 de enero, a los cinco días del terrible atentado, durante los preparativos de las elecciones regionales de Colombia, fue secuestrado Andrés Pastrana Arango, candidato a la alcaldía de la capital de la república por el partido conservador, en la sede de su campaña en el barrio “La Soledad” de Bogotá, para presionar el gobierno del presidente Virgilio Barco, en la no aprobación de los tratados de extradición, y el 25 de enero de ese mismo año de 1988, asesinan al procurador de la nación el doctor Carlos Mauro Hoyos después de su cautiverio… Estaba entretenido leyendo esas noticias que mostraban un país ardiendo por las cuatro puntas, cuando llegaron dos sujetos que se pararon al frente de la mesa en la que yo estaba tomándome un café y me dijeron en voz baja cómo para que nadie escuchara:

-         Necesitamos que nos acompañes para comentarte un negocio que el patrón te va a proponer.

Yo me quedé mirándolos confundido, porque no entendía lo que estaba sucediendo, hasta que uno de ellos se levantó la camisa y me mostró la cacha de una pistola que llevaba en la pretina del pantalón y no tuve que preguntar nada más, me puse de pie, temblando del susto, y me fui caminando detrás del sujeto que me había mostrado el arma. Llegamos hasta una hermosa camioneta Toyota, que tenían cuadrada casi al frente de la iglesia, el hombre abrió la puerta del vehículo y me dijo:

-         No se preocupe amigo, que no le va pasar nada. Lo vamos a llevar a una finca en el sector de las palmas, en la vía entre Medellín y el municipio de La Ceja Antioquia, porque el patrón necesita hablar unas cositas con usted, pero tranquilo que son puras formalidades y no le va a pasar nada. Póngase esta capucha para que le tape los ojos y se acuesta ahí, en la silla de atrás, para que no vea por dónde lo estamos llevando, porque mientras menos sepa mejor, para que no se meta en problemas más adelante con las autoridades.

Los dos sujetos se subieron al vehículo y yo me puse el pasa montañas de lana, que no me dejaba ver nada, pero que me permitía respirar sin ninguna dificultad. El auto avanzó a una velocidad prudencial y yo sentía como si fuéramos avanzando por una de las empinadas carreteras de nuestra difícil topografía, pasaron unos escasos treinta minutos cuando nos detuvimos en aparcadero que estaba cubierto con cascajo, por el ruido que hicieron las llantas contra las diminutas piedras.

-         Joven, ya se puede quitar el pasa montañas y venga con nosotros que le vamos a presentar el jefe.

Caminamos por el parqueadero de esa impresionante finca, que tenía un hermoso jardín muy florecido y perfectamente cuidado.

-         Ingresamos en una amplia sala de estar y allí, al lado izquierdo, en una de las butacas de cuero, estaba sentado el famoso Pablo Escobar Gaviria, que apenas nos vio se puso de pie y vino a saludarme, como si fuéramos viejos amigos.

 - Buenas tardes don Jorge Soto, que pena haberlo hecho venir de esa manera, pero usted comprenderá que estamos en una guerra muy verraca y no había otra forma de traerlo. Mi nombre es Pablo Escobar Gaviria, por si no ha tenido la oportunidad de observar mis fotografías, en los periódicos amarillistas de este país. Lo hice traer porque necesito que me ayudes a comunicarme con Carlos Pizarro Leongómez o con Antonio Navarro Wolf, porque les voy a proponer un negocio que va a ser muy importante para todos. Uno de mis muchachos me ha comentado que usted estudia en la Universidad de Antioquia y que es muy amigo de ese grupo insurgente, que ya, una vez, trabajó conmigo en la famosa toma del palacio de justicia en la que, por fortuna y cumpliendo todo lo que acordé con ellos, se quemaron todos los expedientes que el gobierno tenía en mi contra, pero que al final esa toma terminó convertida en una carnicería, por la irracionalidad del mismo gobierno, en la que murieron la gran mayoría de los magistrados. Esta vez yo les voy a ayudar a componer este país de analfabetos, que no han sido capaces de comprender que la élite burguesa que nos gobierna, son un puñado de corruptos, que solamente quieren mantener al pueblo de Colombia oprimido y en la más absoluta ignorancia, para que no reclamen ni protesten ante el robo continuado que ellos le están haciendo a los recursos naturales de nuestro rico país. Como tú debes de saber, yo fui el que financió y patrocinó, la trágica toma del palacio de justicia, en la plaza de bolívar, en todo el centro de Bogotá, en el año de 1985, cuando les entregué a esos amigos suyos, los integrantes del M- 19, cuarenta fusiles nuevos, cuarenta pistolas automáticas, cuarenta chalecos antibalas, cuarenta uniformes completos, y dos millones de dólares, que sirvieron para financiar ese pelotón de combatientes que ingresaron y murieron en el palacio de justicia. Yo soy un hombre comprometido con esta sociedad esclavizada, como lo prueba mi aporte en “Medellín sin tugurios” un barrio marginal que construí y fundé en 1984 en la zona alta de la comuna nueve, en el barrio Buenos Aires, al centro oriente de la capital de la montaña, para regalarle casa a los más pobres, porque es injusto que hayan personas viviendo en cordones de miseria, llenos de tugurios y de pobreza, mientras que los de la élite son los dueños del 80 por ciento de las tierras fértiles de este país. Es por esa desigualdad social y por la persecución tan verraca de la que estoy siendo víctima, que necesito la colaboración de tus queridos amigos del M- 19, para que me ayuden a agarrar al dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado que desde hace días quiero encerrarlo a ver si, entre todos, citamos a una asamblea nacional constituyente que cambie la antigua constitución de 1886 por una nueva, que prohíba, de una vez, la extradición de ciudadanos colombianos para los Estados Unidos de Norteamérica. No podemos permitir que a los nativos de Colombia los juzguen en un país en el que no han delinquido, en el que les ponen condenas exageradas por delitos que aquí, en nuestro país, ni siquiera son delito, como le está pasando al dirigente deportivo, Hernán Botero Moreno, presidente del atlético nacional y un reconocido empresario hotelero, que ha sido el primer colombiano extraditado a los Estados Unidos de Norteamérica el 5 de enero del año 1985, dizque por el lavado de dólares, un delito que no existe en este país, porque aquí nunca ha sido un delito cambiar dinero, que eso era lo que él estaba haciendo – argumentó el capo de la droga visiblemente alterado -. Bueno amigo, espero que te comuniques con tus amigos del M- 19 y trates de convencerlos, para que, entre todos, luchemos en contra de la extradición de nacionales al extranjero, que yo me comprometo a aportar todos los recursos económicos que sean necesarios, para la financiación de ese proyecto, pero, querido amigo, Jorge Soto, ¿dígame qué opina, usted, de lo que le quiero proponer a sus amigos?

- Me parece muy interesante, porque Álvaro Gómez es uno de los hombres más influyentes de este país y aunque yo estoy muy alejado de Carlos Pizarro y de la máxima cúpula del M- 19, sí tengo un amigo, al que todos llamamos “El Alemán”, que sí está en permanente contacto con ellos y nos puede colaborar en esa misión.

- Ah bueno. No se diga más. Entonces usted busca a su amigo y le da este regalito de mi parte y este otro fajo de billetes es para usted, para que le ponga ánimo al asunto – me dijo don Pablo Escobar, entregándome dos fajos de billetes nuevecitos, que todavía estaban amarrados con la cinta de papel con la que los sujetan en el banco.

La bondad de aquel hombre cuestionado, fue como un bálsamo para mi alma, porque en la difícil situación económica en la que estaba, a punto de ser otro más de los habitantes de la calle, mejor dicho, un indigente sin hogar, sin familia y sin patria, aquellos billetes eran la salvación que me iban a permitir vivir de ese día en adelante. Yo tomé ese obsequio visiblemente emocionado y Pablo Escobar, que era un hombre muy inteligente me siguió interrogando.

-         Oíste muchacho y, ahora, a qué te estás dedicando, porque la Universidad de Antioquia está cerrada, después de esa masacre a la que han sometido, los ejércitos paramilitares del gobierno, a los profesores y estudiantes de izquierda, ¿o no es así?

-         Sí, señor – me apresuré a decir -. Estamos en un paro indefinido y yo, mientras tanto, estoy escribiendo una crónica de vida para la genial pintora de Envigado pluricultural cuna de artistas, Débora Arango Pérez.

-          Ah que bien, muchacho. Cómo así que eres escritor y yo que estaba a punto de ofrecerte trabajo en esta empresa de la muerte, porque todos los que somos delincuentes vivimos unos días bueno, pero al final terminamos muertos en cualquier lado… ¿Por qué no escribes un libro, en el que le enseñes al pueblo humilde de Colombia, a luchar, de forma eficiente, en contra de ese puñado de corruptos, que son dizque la élite de este país y que nos tienen a todos subyugados?... La cosa es muy sencilla y te voy a explicar cómo funciona este país y todo el mundo, porque todos vamos detrás de los mismos intereses económicos, que son lo único que nos importa. En este país existen diez o veinte líderes, hijos o familiares de esos antiguos gobernantes como Ramón González Valencia, Misael Pastrana Borrero, Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Michelsen, el general Virgilio Barco, Laureano Gómez, Andrés Samper Gnecco, Julio César Turbay, Rafael Uribe Uribe, Álvaro Valencia Tovar y otros muy pocos, que han tenido dominado a este país, desde la época de la colonia. Fueron hombres muy sagaces que aprendieron a manejar la vida y la muerte, como un arma para apoderarse de todas las tierras fértiles y de todos los privilegios, que han disfrutado desde siempre. Te toca explicarles a los dirigentes del M- 19, que, si quieren el poder, hay que atacar y eliminar a sujetos como Andrés Pastrana Arango que, desafortunadamente, y por la endiablada suerte que tiene, salvó su vida de milagro, porque yo lo había mandado a secuestrar en Bogotá, en la sede de la campaña que quedaba en el barrio “La Soledad”, en la que estaba desarrollando sus actividades como candidato a la alcaldía de la capital del país. Le mandé un comando de diez hombres, armados con fusiles y subametralladoras, que llegaron a la sede de la campaña y desarmaron a un pobre vigilante, que solamente portaba un revólver calibre 38, hicieron tirar un poco de viejas al piso y se trajeron a ese “Delfín”, hijo del asesino y ultraderechista, Misael Pastrana Borrero, que fue presidente de este sufrido país. Mis muchachos sacaron ese politiquero en una Toyota que se habían robado en la ciudad de Pereira, veinte días atrás, después ingresaron a un parqueadero que tenemos en chapinero y pasamos el secuestrado a un discreto carro Chevrolet de 1960, de esos que tienen una maleta muy grande, en la que metimos a Pinina, mi jefe de sicarios y al asustado, pero inteligente y colaborador, Andrés Pastrana Arango. Lo llevamos para una finca en Zipaquirá y desde allá, a los dos días, cuando había pasado un poco el escándalo, lo trajimos en un helicóptero de la misma “Aeronáutica civil” en la que tenemos muchos contactos, para una finca en el pueblo de El Retiro Antioquia. Andrés que siempre se mostró muy colaborar, cuando se entrevistó conmigo, me dijo que, si le respetaba la vida y le permitía ser alcalde de Bogotá y después presidente de la república, él se encargaba de hacer un proceso de paz con los grupos guerrilleros y de modificar la constitución de Colombia, para que no hubiera más extradiciones de nacionales al extranjero. Yo le juré por la vida de mi santa madre que le iba a respetar la vida y él me juró, por la vida de sus queridos hermanos, que iba a hacer un proceso de paz en Colombia, pero, por esas cosas del destino, el día trece de enero, en el que mandé a secuestrar al procurador de la república, cuando se armó el escándalo en toda esa zona de “Llano grande” en el oriente antioqueño, El ejercito de la patria y la policía nacional, que por cierto fueron muy eficientes, esa vez, revisaron toda esa región y en una de mis fincas, hallaron y liberaron, al famoso Andrés Pastrana, que de todas maneras me hizo la promesa de realizar un proceso de paz en este país y que espero, por la vida de sus familiares, que me la cumpla algún día. Esas son las historias que yo vivo a diario, amigo Jorge Soto, y si tiene un poquito de tiempo y de paciencia, le puedo contar cómo fue que secuestramos al procurador de la nación, para que el pueblo sepa cómo es de fácil agarrar a esos hijos de puta, que venden y saquean la patria todos los días.

-         Yo tengo todo el tiempo del mundo, ¿usted verá si empezamos de una vez? – le dije hipnotizado con el carisma del gerente general, de la multinacional de drogas ilícitas más poderosa del mundo, el cartel de Medellín, que contaminaba toda la población de la tierra, con los narcóticos que se producen en nuestro país.

- Bueno, acomódese pues, porque la historia es larguita y le va a tocar quedarse durmiendo aquí, pero tranquilo que tenemos muchas habitaciones, buena comida y licores, y hasta te puedes quedar trabajando para mí, porque me has caído bien y, además, yo necesito un cronista que relate todas mis hazañas, para que el pueblo humilde me recuerde como el Robin Hood que siempre quise ser, cuando ya allá partido de este mundo, porque a mí, en unos cuatro o cinco años me van a exterminar. ¿Necesita un cuaderno y un lapicero para que anote todos los detalles, o qué?...

- No, tranquilo, que yo tengo una memoria fotográfica – le dije acomodándome en una de las elegantes poltronas de cuero y el capo empezó a relatar así:

-Cuando agarramos al procurador de la república el doctor Carlos Mauro hoyos, lo hicimos de la siguiente manera, la noche del domingo 24 de enero, aquí en “El Bizcocho” este condominio de casas campestres, situado sobre la parte alta del poblado, frente al edificio del instituto de interconexión eléctrica (ISA) de Medellín, en la vía a las palmas, yo mismo le estaba señalando a mis hombres los detalles de la operación. Estaban, Popeye, Luisca, El pitufo, Pinina, el negro Pabón y les dije de la siguiente amanera: El procurador viaja mañana a las siete de la mañana en el vuelo de los ejecutivos, y anda sólo con el conductor y un escolta, como lo han comprobado Popeye y Pinina, que ayer lo siguieron, hasta que el procurador se quedó en la casa de doña Rosa Elisa su santa madre, y lo que vamos a hacer mañana muy temprano, es montar tres carros: uno en la vía a Santa Elena, otro en las palmas y otro en la autopista Medellín Bogotá. Cada uno con radio, para que avisen por cuál ruta va el procurador, a ver si lo agarramos en la glorieta del aeropuerto o en la misma carretera por la que vaya. Si hay que interceptarlo en la glorieta, que es el cruce de las tres avenidas, entonces lo agarran Luisca, El pitufo, Pinina, Mamey o la gente del negro Pabón, pero si tiene que hacerse en el aeropuerto entonces lo agarras vos “Popeye” con el Monín y el negro Pabón. Además de los tres vehículos encargados de vigilar las rutas que posiblemente va seguir el procurador, tenemos que utilizar tres automóviles más: un Renault nueve en el que van a estar Pinina, Luisca y Mamey; un Renault 21 con Popeye, el negro Pabón y el Monín y la Toyota que tenemos sin papeles en la que van a ir el trabajador del Monín, tres hombres del negro Pabón y dirigiendo “EL Pitufo”. Lo agarran vivo, lo llevan para la caleta del retiro y después vemos, dependiendo de cómo estén las cosas, si lo mandamos para la selva – les dije finalmente -. Al otro día, se escuchó:

- Listo muchachos, por este lado va el viejo.

El mensaje entro nítido en el handy que portaba Pinina. El hombre que teníamos apostado en la vía a Santa Elena acababa de ver el Mercedes Benz en el que viajaba el procurador general de la nación, Carlos Mauro Hoyos, y daba aviso conforme a lo que habíamos acordado. Eran las seis y veinte minutos, de la mañana del lunes 25 de enero de 1988. Pinina ordenó a Popeye, EL Monín y al negro Pabón entrar en acción y seguir el plan que habíamos establecido la noche anterior en “EL Bizcocho”, debían interceptar al procurador en la entrada del aeropuerto internacional José María Córdoba de Rionegro, al oriente de Medellín y tenían que hacerlo en el mismo instante en que Carlos Mauro Hoyos estuviese descendiendo del vehículo que, de todas maneras, tenía que ingresar en el parqueadero. En el camino, el auto del procurador se detuvo en un estadero y los muchachos, como no vieron ningún agente de policía ni a ningún efectivo del ejército, descendieron del Renault para capturar el viejo, ocultando las ametralladoras en las chaquetas, pero, repentinamente, tres automóviles, con casi 15 hombres armados, se detuvieron frente a ellos. Escoltaban al ministro de educación, Antonio Yepes Parra, y a su viceministro y consejero. Popeye se devolvió para el carro, tomo el Handy y le contó a Pinina lo que estaba sucediendo.

- Pinina, íbamos a coger el sujeto en un estadero, pero llegó una escolta tesísima, ¿qué hacemos?...

Pinina lo escuchó y le dijo:

-         Bueno, entonces lo interceptamos nosotros en la glorieta, mejor, porque adentro del aeropuerto hay mucha gente armada y, de pronto, se arma un mierdero, pero ustedes se vienen para que nos apoyen.

El Monín dio la vuelta con el Renault 21 y lo enrumbó hacia la glorieta. Desde su auto, a través del Handy, Pinina se comunicó con el trabajador del Monín, que por orden mía conducía la Toyota robada y transportaba a El Pitufo y a los tres trabajadores del negro Pabón y les ordenó dirigirse a la glorieta, cuando en realidad, ya estaban a menos de 200 metros del lugar, pero tenían encima el Mercedes Benz oficial, que transportaba al procurador general de la nación. Vio por el retrovisor el Mercedes Benz que se acercaba velozmente. Hundió el acelerador, hizo el cambio a tercera y, a fin de evitar que el Mercedes lo sobrepasara, cerró aparatosamente al vehículo oficial que se salió de la carretera, pasó por encima del separador y fue a detenerse contra la cuneta del carril contrario de la vía. El Pitufo salió de inmediato de la Toyota y corrió hasta el vehículo oficial, con el dedo índice puesto en el gatillo del fusil, disparando contra el agente del DAS, Jorge Enrique Loaiza Hurtado, el detective que era el conductor del procurador y que había convertido en un rito, llevar siempre la ametralladora sobre las piernas. El Pitufo casi había alcanzado la puerta del carro oficial, cuando una ráfaga de ametralladora le destrozó todo el pecho. El escolta Gonzalo Villegas Aristizábal descendió disparando por la puerta de atrás del Mercedes, intentando infructuosamente hacer blanco entre nuestros hombres que, a la vez, accionaban sus armas. Eran ráfagas cruzadas que Pinina, Luisca y Mamey y los tres trabajadores del negro Pabón apuntaban hacia él. Nueve tiros de fusil cegaron la vida del agente Loaiza, en el mismo instante que su compañero, el agente Villegas Aristizábal, cayó a cinco metros del Mercedes. Popeye, el negro Pabón y el Monín, escucharon la balacera doscientos metros antes de que el Renault 21 alcanzara la glorieta y se detuviera. Descendieron y cruzaron la calle. Pinina, Luisca y Julio Mamey estaban junto al mercedes. El conductor Jorge Enrique Loaiza Hurtado, yacía desgonzado contra la puerta y muy cerca estaba el cadáver de El Pitufo. El procurador general de la república, Carlos Mauro Hoyos, tenía una herida de bala en el tobillo izquierdo y fingía estar muerto en el asiento trasero del carro. Pinina se percató de eso y mientras hacía señas a Popeye y a los trabajadores del negro Pabón, para que sacaran al procurador. Ordenó en voz alta:

-         Pues si está muerto, entonces remátenlo…

Al escuchar esa orden, Carlos Mauro Hoyos no tuvo otra alternativa que reaccionar. Se incorporó y descendió del vehículo. Popeye y los tres trabajadores del negro Pabón, lo tomaron por la fuerza y lo llevaron hasta la Toyota. Pinina ordenó recoger el cadáver del pitufo y sólo entonces, mis hombres me mandaron el mensaje que yo estaba esperando en la clandestinidad.

-         Tenemos el hombre, está bien, pero el pitufo se nos está poniendo blanco.

Tras el secuestro. El procurador Carlos Mauro hoyos había sido trasladado hasta una finca sobre la avenida de las palmas. Exactamente a diez kilómetros de la casa campestre de cañada de las flores, que el cartel había convertido en el escenario del cautiverio de Andrés Pastrana. Popeye dejó en el sitio al Monín y a los trabajadores del negro Pabón y después retornó al bizcocho. Le sorprendió el despliegue de fuerza disponible, el sobrevuelo de helicópteros y el paso de camiones atiborrados de policías y soldados, pero rápidamente concluyó que el secuestro del procurador era la causa del vasto despliegue, pero yo mismo le conté que, en los operativos para intentar liberar el procurador, tuvieron la suerte de encontrar la finca donde teníamos secuestrado a Andrés Pastrana y lo habían liberado muy fácilmente, porque sólo le teníamos un guardia y les dije a Pinina, Julio Mamey, El negro Pabón y un adolescente al que apodaban Limón

-         La policía, por pura suerte, ya liberó a Andrés Pastrana y ahora vamos a ver si podemos coronar a el procurador o si vamos a quedar como unos maricas.

Después de pensarlo unos segundos les dije a Julio Mamey y a el Limón:

-         Ustedes dos se van para la finca y les dicen que metan el viejo en la caleta de las armas, para ver si podemos coronarlo… Se van sin radios y sin armas, para que no levanten sospechas.

Julio Mamey y el Limón cumplieron con la orden, abordaron un Suzuki, franquearon un cordón militar y llegaron hasta la finca, y después de escucharlos, el Monín abrió la puerta de la caleta, que era otro de esos cuartos diminutos y secretos, que chepe volqueta había construido para que el cartel ocultase las armas, obligó a entrar en esa pequeña ratonera, gateando, al señor procurador y despidió a Mamey y a Limón.

Ambos llevaron las peores noticias a Pablo Escobar, porque el retén del ejercito estaba a solo tres kilómetros de la finca, y los comandos del ejército y de la policía, avanzaban revisando la zona, finca por finca.

Después de escucharlos, sin pensarlo un instante más, yo, Pablo Escobar Gaviria, sentencié a muerte al procurador de la nación, Carlo Mauro Hoyos y dije:

-         Aquí lo único que hay que hacer, es matar al procurador. El hombre lo tenemos en el cerco militar de la misma zona en la que liberaron a Andrés Pastrana y ahora, no les vamos a dar un doble triunfo al gobierno. Rescatan a Andrés Pastrana y ahora al procurador. ¡No!... No vamos a quedar como unos maricas. Lo que vamos es a bajarle ese h.p. triunfalismo al gobierno. Ustedes – les dije a todos, incluyendo al Limón que tenía apenas 17 años – se van para la caleta y matan al viejo.

Desde que lo trasladamos al sitio de cautiverio, sin importarnos la herida superficial que él tenía en el tobillo, el procurador general de la nación, había intentado infructuosamente de persuadir al Monín, de que desistiera de sus actividades en el crimen organizado y le ayudara a salir de allí. A cambio le había prometido una exoneración de la pena y protección oficial en una embajada en el exterior, pero ninguna de sus solicitudes, ofertas, reflexiones, terminó de mover un ápice en su posición de pistolero, El Monín, que apenas vio regresar a Julio Mamey y a Limón, que le transmitieron la orden, tomó una pistola 9 milímetros, una ametralladora Atlanta y un revólver calibre 38, para armarse y armar a sus amigos y obligó al procurador a salir gateando de la caleta y ascender al Suzuki.

El jeep salió de la finca, tomó una carretera aledaña y después de cinco minutos de recorrido, se detuvo en la orilla derecha de la vía, frente a una piedra enorme. Hicieron descender al procurador Carlos Mauro Hoyos y lo empujaron contra la cuneta y después, sin formula de juicio, apuntaron las armas contra la cabeza del hombre y dispararon contra él, con la frialdad que nos caracteriza. Eran las 2 y 45 minutos de la tarde del lunes 25 de enero de 1988. Cuando volvieron al bizcocho, donde yo estaba esperando ansioso.

-         ¿Qué hubo, lo coronaron? – Les pregunté inmediatamente.

-         Tranquilo señor, que le dimos más bala que arroz.

-         Que Popeye vaya, llame a la prensa y les de la ubicación del cuerpo del procurador, para que se les acabe es h.p. triunfalismo, que tienen por el rescate del doctor Pastrana.

La orden se cumplió y pasadas las tres de la tarde, Popeye telefoneó a la dirección de la cadena Todelar y lacónicamente transmitió el mensaje de Pablo Escobar Gaviria de la siguiente manera:

-         Les hablan los extraditables, para informar que hemos ejecutado al procurador Carlos Mauro Hoyos, por vender la patria. Anoten, el cadáver está en el siguiente lugar: sitúese en el estadero “La Tienda del Mago”, hacia Medellín; siga hasta que encuentre una cantera en una curva. Allí hay una piedra grande. Trecientos metros más adelante de esa piedra. A la derecha, hay un letrero que dice, “Venta de estacones”. Por esa entrada al pie de otra piedra inmensa, está el cadáver, informen que la guerra continúa.

Exactamente cuando el jefe terminó de contar la historia, la señora de la cocina, que después supe que era una prima muy leal de Pablo Escobar, nos llamó a comer y nos sirvió un plato de frijoles verdes con arroz, aguacate, tajadas de plátano maduro, un chicharrón grande y un jugo de guayaba medio simple. Nos sentamos a comer la señora, Pablo y yo, porque los guardaespaldas como que ya habían comido en la cocina, mientras que el jefe me contaba la historia de la que ellos habían sido los protagonistas.

-         Te provoca más arroz – me dijo el jefe, que cogió la olla que había colocado la mujer en la mesa, para que él llenara su plato hasta el borde.

-         No, señor, así está bien.

- Ustedes no necesitan mucha gente para tomarse el poder, ni esos ejércitos tan grandes como el de las FARC – EP, que solamente molestan a los campesinos y empresarios, pidiéndoles vacunas y extorsionándolos para poder subsistir. PARA EXTERMINAR LAS ÉLITES CORRUPTAS solamente se necesitan siete hombres comprometidos con la causa, que sean leales hasta la muerte y un poquito de inteligencia militar, para secuestrar y asesinar a los burgueses corruptos y a los periodistas de los medios de comunicación privados, que son los que mantienen la opinión pública a favor de esas élites que saquean el erario público y mantienen callados y muertos de hambre, a los pobres trabajadores. Los periodistas son claves en estos cambios de poder, porque son dizque los que le ponen el cascabel al gato y por eso fue que, a las siete de la noche, del 17 de diciembre del año 1986, dos muchachos de mi equipo, tuvieron que disparar en contra de Guillermo Cano, el director del diario el espectador que tanto me persiguió, mientras volvía para la casa en su auto, después de salir de ese “pasquín” de periódico. A ese viejo hijo de puta, lo tuvimos que asesinar porque puso a toda la opinión pública en mi contra y por culpa de él, fue que se me dañó la carrera política y todo el mundo se enteró que nosotros estábamos trabajando con la droga.

- Si usted quiere, llamamos a “EL Alemán” para que nos diga el número telefónico de Pizarro – le dije a don Pablo, tratando de comprobar la eficiencia del cartel de Medellín.

- Nosotros estamos muy calientes y todos estos teléfonos están interceptados, si quiere vaya con uno de los muchachos hasta “El Zarzal” que es un estadero de un amigo mío, y le dice desde ese teléfono público, a “El Alemán”, que llame a Carlos Pizarro y que le diga que le voy a dar un millón de dólares para que secuestren a Álvaro Gómez Hurtado, pero con urgencia, para presionar el final de la guerra que el gobierno está desatando en mi contra y para presionar la NO extradición de nacionales al extranjero, porque yo prefiero “UNA TUMBA EN COLOMBIA QUE UNA CÁRCEL EN ESTADOS UNIDOS”

Así se hizo, “El Alemán” llamó a Carlos Pizarro, le habló del patrocinio y del respaldo de los extraditables, para una forma de lucha más directa contra la élite corrupta y, el estado mayor del M-19, citó a la novena conferencia del movimiento revolucionario, en la que se produjo una nueva consigna que decía: “Paz para la nación, tregua a las fuerzas armadas y guerra directa a la oligarquía.”

 

Fue de esa manera que se inició la guerra directa en contra de la burguesía corrupta, que ha gobernado este país en los últimos 150 años.

El tiempo pasaba y mientras que los militantes del M- 19 le hacían inteligencia al experimentado político, que se movía mucho y estaba acostumbrado a evadir los sitios en los que corría peligro, el grupo de paramilitares que asesinaron a los profesores y a los estudiantes de La Universidad de Antioquia, financiados y asesorados por el gobierno departamental y nacional, iniciaron una campaña de exterminio colectivo, de todos los campesinos en las zonas en las que hubieran existido antecedentes de actividades subversivas y fue en ese terrible y doloroso proceso que…

 

El 4 de marzo de 1988 se producen las masacres en las fincas Honduras y La Negra, ejecutadas por los mismos paramilitares que habían asesinado a los estudiantes de la Universidad de Antioquia, asociados con integrantes de la brigada 14 y con los batallones Bárbula y Bomboná, adscritos a la 11 división del ejército nacional de Colombia, por solicitud del empresario bananero Mario Zuluaga, dejaron más de veinte humildes trabajadores muertos. El horror empezó en Urabá, en el municipio de Turbo, corregimiento de “Currulao” en el que, en los días previos a las masacres, varias patrullas de la policía nacional, habían registrado y detenido algunos trabajadores de las fincas bananeras de la región, acusándolos de pertenecer al Ejército Popular de Liberación (EPL)

Alrededor de 30 paramilitares fuertemente armados, ingresaron a las fincas “Honduras” y “La Negra” y forzaron las puertas de los campamentos en los que descansaban los trabajadores. Llamaron a cada víctima por su nombre, con lista en mano y los ubicaron en fila. Pocos minutos después los fusilaron y, para luego rematarlos con un tiro en la nuca. Ese día los paramilitares asesinaron 17 trabajadores en la “Honduras” y tres más en “La Negra”. Las víctimas eran trabajadores de esas fincas, militantes de la Unión Patriótica y, la gran mayoría, miembros del sindicato de trabajadores agrarios, la organización sindical más fuerte de la época.

Una investigación del clausurado Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), determinó que el batallón Voltígeros, del ejército nacional de Colombia, realizó operativos previos a la masacre, en los que identificó a los que después fueron víctimas de la matanza.

En las décadas de los setenta y de los ochenta, los movimientos campesinos y sindicales de Urabá, lograron organizar un fuerte movimiento social, que les reivindicaba el derecho a poseer un pedazo de tierra para construir una casa decente y a exigir mejores condiciones laborales en esas empresas bananeras, que los explotaban con salarios miserables y sin ninguna clase de prestaciones sociales. Varios frentes de las FARC y del EPL, delinquían en la zona y respaldaban los reclamos de esas comunidades.

En el año de 1988, Carlos Castaño y su hermano Fidel, enviaron desde el departamento de Córdoba, a un grupo de hombres armados que asesinaron a centenares de campesinos de la zona, acusándolos de ser colaboradores de la guerrilla. En el mes y medio que transcurrió después de la masacre de la “Honduras”, cerca de 50 campesinos sin tierra, fueron asesinados en hechos similares, ocurridos en su gran mayoría en fincas que supuestamente habían sido invadidas, desde tiempo atrás, por esos campesinos, que seguían luchando por el derecho que tenían a poseer un pedazo de tierra para cultivar. Y fue de esa manera que El 3 de abril de 1988 ocurrió la masacre de “Mejor Esquina”, corregimiento del municipio de Buena Vista, departamento de Córdoba en Colombia, donde fueron asesinadas 28 personas, incluyendo un menor de edad de diez años, durante un ataque por parte de “Los Magníficos” un grupo paramilitar llamado así, por la famosa serie homónima de los años 80. La razón del ataque es el mismo genocidio contra los campesinos que reclaman el derecho a un pedazo de tierra y a los derechos fundamentales humanos, aunque la hipótesis más sonada fue la de una represalia por la supuesta colaboración con los guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (EPL). Se estableció como la primera masacre, en la costa caribe de Colombia, por el mismo paramilitarismo que asesinó al gobernador de Antioquia y a los otros médicos de la Universidad de Antioquia. Alrededor de las diez y treinta minutos de la noche, en medio del fandango, una fiesta popular, en celebración del domingo de resurrección de la iglesia católica, llegaron al corregimiento en una camioneta, un grupo de quince hombres, uniformados y armados con fusiles y pistolas, que interrumpieron violentamente en el lugar de la celebración, haciendo disparos y gritando frases como: “Salgan todos, partida de guerrilleros”

En una orgía de sangre, que duró cerca de media hora, los atacantes mataron a veintisiete personas, la mayoría con disparos a la cabeza o al corazón, o simplemente con violentas ráfagas que casi parten a las personas por la mitad. Entre los numerosos muertos estaba el profesor del pueblo, por más de veinticinco años, quién, amparado en la convicción de “El que nada debe, nada teme”, se acercó a los asesinaos buscando dialogar, pero estos no se lo permitieron y por su accionar altruista, recibió tres tiros a quema ropa, uno en el cuello y toro en la espalda cuando se fue de bruces. Después le fueron disparando a los que un encapuchado señalaba y cuando iban a salir del lugar, dijeron una frase que los sobrevivientes nunca podrán olvidar:

-         “Suerte para los que quedaron vivos y que lloren mucho a los muertos”

Saliendo del corregimiento, asesinaron sin ninguna razón a un poblador que se dirigía a la celebración y fue el muerto número 28. La masacre de “Mejor Esquina” quedó en la completa impunidad, porque el proceso de investigación nunca se realizó. Lo único que se logró, fue la acusación como autores intelectuales, que el DAS hizo, al jefe de paramilitares Carlos Castaño y a César Cura. Los familiares de las victimas atribuyen la impunidad, a la complicidad en los hechos de la fiscalía y de la justicia colombiana. Se habla que, a partir de esa masacre, se generó una cadena de impunidad para el genocidio que se estaba llevando a cabo contra los miembros de la Unión Patriótica, un partido de izquierda que buscaba la pacificación de Colombia; impunidad que se generalizó en todo el país.

 

La guerra se desarrollaba en todos los bandos y Pablo Escobar y los extraditables, quisieron aterrorizar el país y fue en esa línea de una lucha más inteligente, que se preparó y ejecutó el secuestro del líder conservador y director del diario “El Siglo”, Álvaro Gómez Hurtado, que encarnaba la extrema derecha y el establecimiento reaccionario.

Bajo la nueva estrategia de “Guerra directa en contra de las élites corruptas” ideada por el Robin Hood colombiano, Pablo Escobar Gaviria, que se planeó todo y el 29 de mayo de 1988, a las 11 y 50 minutos de la mañana, fue secuestrado el líder conservador y director de le diario “El Siglo”, Álvaro Gómez Hurtado, después de asistir a la iglesia de la inmaculada concepción, ubicada en la carrera 11 A con calle 88, al norte de Bogotá, Álvaro Gómez, se encontró con el ex ministro Alfonso Palacio Rudas, con quien intercambió opiniones respecto a la situación del país. En la esquina, Gómez se despidió de Palacio Rudas, para continuar camino a casa, pero ocho hombres armados lo esperaban. Cuatro de ellos con subametralladoras Uzi y pistolas 7,65 asesinaron a su escolta, Juan de Dios Hidalgo Bernal, y forzaron al dirigente político a subir a un Renault 18 de color negro, que partió con rumbo desconocido. Cuatro hombres más, tirados en el piso, disparaban al aire y después huyeron en un Renault 4. Unas cuadras más adelante, secuestradores y secuestrado cambiaron de vehículo a un Renault 21, que les esperaba en la calle 85 con la carrera 17. Minutos después se escuchó una explosión. El primer carro utilizado en el secuestro estalló en la carrera 23 con la calle 76, y según informó la policía, el automóvil había sido cargado con unos diez kilos de dinamita. El presidente Virgilio Barco se encontraba fuera del país y fue informado por el ministro delegatario, César Gaviria Trujillo, posteriormente el jefe de estado habló en directo al país, desde España, para repudiar el secuestro. Durante diez días, se desconoció en poder de quién, se encontraba el dos veces candidato a la presidencia de la república. Varios comunicados atribuían el secuestro a los extraditables, a los grupos guerrilleros como la coordinadora guerrillera Simón Bolívar e incluso al ELN, pero posteriormente todos eran desmentidos. La confirmación de los autores del delito se produjo el décimo día, cuando la familia recibió algunas prendas de vestir del secuestrado. La célula, colombianos por la salvación nacional del M -19, envió un comunicado al procurador delegado para los derechos humanos, Bernardo Echeverry Ossa, en el que confirmó tener en su poder al burgués Álvaro Gómez Hurtado, al tiempo que exigía la derogatoria del estatuto antiterrorista, del estado de sitio y la no extradición de nacionales al extranjero, entre otras peticiones.

Para lograr la liberación del secuestrado, se acordó una primera reunión en Panamá, a la que asistieron monseñor Darío Castrillón, los senadores Rodrigo Marín, Álvaro Leyva, el jefe de redacción del siglo Juan Gabriel Uribe y algunos miembros del M – 19.

A su regreso, los dirigentes conservadores, el representante de la iglesia y el periodista, emitieron un comunicado, el 11 de Julio, que había un ambiente de buena voluntad y prometieron dar, más adelante, una noticia más precisa.

El catorce de Julio, en la ciudad de panamá, hubo una segunda reunión a la que acudieron representantes de la iglesia, gremios económicos, el partido social conservador, la Unión Patriótica y otros movimientos políticos. En esa reunión se concretó que la liberación del dirigente se realizaría entre el 15 y el 29 de julio y, efectivamente, fue liberado el 20 de julio de 1988, a las 8 de la noche.  A partir de la liberación Álvaro Gómez Hurtado, cambió su discurso político y se volcó hacia una posición cercana al acuerdo de paz, camino que había emprendido con el M -19.

Todos habíamos estado muy concentrados con el secuestro y la liberación de Alvaro Gómez Hurtado, pero, el cuatro de julio de 1989, el gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur, se dirigía a un concejo de seguridad matutino, un martes después del puente festivo, eran las siete de la mañana y en su maletín llevaba el discurso que iba a pronunciar ese día, que era el siguiente:

-         “El derecho a la vida es el derecho fundamental del hombre, pero la violencia irracional sigue mancillando, cada día, ese sagrado derecho. Razón tenía el inmolado Héctor Abad Gómez, cuando anotaba que no es matando guerrilleros, soldados, policías, paramilitares o hombres de bien, como vamos a salvar a Colombia. Es matando la pobreza, la ignorancia y el fanatismo de los fascistas, como podemos mejorar el país. Pero la violencia sigue haciendo estragos, creando sobresaltos, apagando el aliento vital de inocentes víctimas, ahuyentando el sueño de la paloma de la paz”.

Discurso que nunca alcanzó a leer, porque fue otro de los cerebros que quisieron desconectar, del rumbo progresista que estaba tomando el país. Nacido en Briceño, un pueblo del norte lechero de Antioquia, en el año de 1946, Antonio Roldán Betancur, cursó su educación básica en el liceo antioqueño y se graduó como médico cirujano de la gloriosa Universidad de Antioquia en el año 1971. Cumplió parte de su vida laboral en Urabá, donde fue galeno, concejal y alcalde de Apartadó, dirigente deportivo y gerente de “Corpourabá”. Antes de ser gobernador, se desempeñó como gerente de la fábrica de licores de Antioquia (FLA) y jefe seccional de salud. Esa mañana, apenas a 200 metros de su vivienda, en el barrio “Florida nueva”, en el carril de descenso a la carrera pichincha, después de la carrera 73 por la que pasaba todos los días, los criminales de los grupos paramilitares que habían matado a los otros médicos de la Universidad de Antioquia, activaron a control remoto la dinamita que estaba dentro de una camioneta Chevrolet luv. La explosión despedazo la caravana oficial y segó la vida de otro de los médicos humanistas, educado en la universidad pública, que tenía perfil para ser un presidente progresista de este sufrido país. Frustrado quedó su proyecto político de llevar desarrollo sostenible a las subregiones, de aprovechar el potencial energético de Antioquia y de forjar en Urabá, un nuevo polo económico de Antioquia. Su calidad humana y su sencillez, le valieron reconocimiento en la esfera pública, convirtiéndose en un serio candidato presidenciable, para las futuras contiendas políticas de nuestro país; por eso fue que su asesinato generó una ola de repudio en las ciudades y en los campos de Colombia. En el funeral, que tuvo lugar en el cementerio “Campos de paz”, el presidente Virgilio Barco manifestó lo siguiente:

-          “El crimen es un acto de barbarie en contra de la vida y de la institucionalidad. Quienes lo conocimos sabemos que, Antonio Roldán Betancur, representaba las virtudes de los ciudadanos que queremos fomentar en nuestra patria. Un hombre honesto y trabajador, dedicado a cumplir con su deber, enamorado de su departamento.”

El difunto gobernador de Antioquia, fue despedido entre aplausos, pañuelos, banderas verdes y blancas, flores y pancartas en las que se reclamaba por el derecho a la vida.

-         “Su muerte no tiene explicación, estamos ante un hecho absurdo y sin sentido. No es posible entender por qué muere un hombre justo.” – dijo en la homilía, monseñor Eladio Acosta.

“Antioquia desolada” tituló el periódico El Colombiano, el día en que dejaron huérfano el departamento.

Los asesinatos iban y venían. Estaban cayendo los principales líderes de la izquierda progresista del país, pero también estaban cayendo los máximos líderes de la derecha tradicional, porque el exterminio selectivo se estaba convirtiendo en una estrategia de guerra para poder llegar al poder.

El 18 de agosto de 1989, a las 8 y 45 minutos de la noche, sucedió el magnicidio del político col0mbiano Luis Carlos Galán Sarmiento, el máximo líder de “El nuevo liberalismo”, poco antes de comenzar su discurso en un evento público, electoral, en la plaza principal de Soacha municipio de Cundinamarca. El asesinato sería llevado a cabo por los narcotraficantes del cartel de Medellín, también llamados “los extraditables”, liderados por Pablo Escobar Gaviria y asociados con el político liberal al servicio de la mafia, Alberto Rafael Santofimio Botero. Luis Carlos Galán Sarmiento fue víctima de un atentado muy bien planeado por “Los extraditables”, gracias a la infiltración de su propio esquema de seguridad. El precandidato liberal a la presidencia de la república, para las elecciones de 1990, fue asesinado por estar a favor de la extradición de narcotraficantes a los Estados Unidos de Norteamérica y por la lucha frontal, que proponía contra el narcotráfico. En el trasfondo de las luchas de los politiqueros de turno que, como siempre, buscan la oportunidad de continuar sometiendo a los trabajadores y seguir saqueando el país, empezaron a sufrir las consecuencias de una guerra directa en contra de esas élites privilegiadas que nos habían gobernado desde siempre.

Alberto Santofimio Botero, al saber que Luis Carlos Galán Sarmiento era el candidato favorito de la gran mayoría de la población colombiana de la época, buscó deshacerse de su contrincante político, para las elecciones presidenciales del año 1990 y empezó a intrigar para que lo asesinaran, como se pudo comprobar después.

El director del DAS, el Departamento Administrativo de seguridad, el organismo de seguridad encargado de realizar la inteligencia y la contrainteligencia del país, Miguel Maza Márquez, también resultó involucrado en el asesinato y fue condenado por la corte suprema de justicia, como una de los perpetradores del magnicidio porque, una semana antes de asesinato del precandidato, el director de la inteligencia del gobierno, Miguel Maza Márquez, ordena el remplazo de Víctor Julio Cruz, por el coronel Jacobo Alonso Torregrosa Melo como jefe de seguridad de Luis Carlos Galán Sarmiento. Maza argumenta ese cambio como una petición del mismo candidato a la presidencia, afirmando que Julio Cruz no era serio y disciplinado en su trabajo, además de ser chismoso, algo que ha negado y desmentido la familia de Galán, que argumenta que el mismo candidato se sorprendió por dicho cambio de guardia. El coronel Torregrosa apenas era un policía con un currículum lleno de amonestaciones y dudosas referencias, que era un simple vigilante del edificio del DAS y contratado poco tiempo atrás, pero sin ninguna experiencia en la protección de personajes importantes, pero aún así, fue escogido como jefe de seguridad del candidato a la presidencia que el narcotráfico quería sacar del medio y, por lo tanto,  se debilitó el esquema de seguridad organizado y dirigido por el destituido Julio Cruz, que hasta ese momento había funcionado bien y que tenía al candidato ileso. El recién llegado Torregrosa, desmontó deliberadamente el esquema de seguridad y en su lugar designó a unos muchachos novatos para esa labor, además de que había permitido la infiltración de los sicarios para el atentado, mostrando el inmenso poder de esa mafia de los narcóticos a la que pertenecían hasta los más altos jerarcas del gobierno.

Luis Carlos Galán, al medio día, almorzó con Diego Uribe Vargas y con Yolanda Pulecio, quienes organizaron la manifestación política en el municipio de Soacha. Durante la tarde sostuvo una reunión con su secretario privado Juan Lozano Ramírez, que era el que organizaba sus próximas giras políticas, que se realizarían en el municipio de Villeta y después en la ciudad de Ibagué. Al momento de partir se despide de su secretaria, Lucy Páez, y le dice:

-         Necesito que le hagas una oración a Dios, por mí, porque tengo un mal presentimiento.

Llegada la noche Carlos Fernando, su hijo menor, de doce años, se ofreció a llevar dos chalecos antibalas y aunque no era costumbre del candidato Luis Carlo Galán se puso uno; el cual era muy corto y no le protegía todo el abdomen, mientras que Julio Torregrosa se puso el otro que, aparentemente, era más seguro que el que, al final, llevó el candidato. Galán se despidió de su esposa Gloria Pachón, que, poco antes, le había recomendado no subir a ningún vehículo descubierto, porque estaba presintiendo un atentado en contra de su vida. Un ex escolta declaró en el proceso que Julio Torregrosa, el encargado del esquema de seguridad, les informó a él y sus compañeros, que enviaría un grupo de policías, para hacer reconocimiento del lugar y ubicar el esquema de seguridad. El testigo afirmó que dicho procedimiento nunca existió, ya que la noche del acontecimiento no hubo control de armas, ni de ingreso de personas. Habitualmente, el cuerpo de escoltas del candidato a la presidencia era de ocho hombres, pero Torregrosa envió a dos de ellos al municipio de Villeta Cundinamarca, debilitando la protección de Luis Carlos Galán, mientras que, cuatro horas antes del evento, se construyó una tarima de madera al pie del estrado de la plaza del municipio de Soacha, facilitando para que los asesinos se escondieran debajo de ella. El auto del precandidato llegó a la plaza principal de Soacha, en medio de una multitud potencialmente peligrosa, sin barricadas que lo separaran del gentío y sin barreras en la parte trasera de la camioneta, donde venía la comitiva de recibimiento, dando paso a un potencial atentado desde que venían en el vehículo. El precandidato llegó al municipio a las ocho y treinta minutos de la noche, en un automóvil blindado y al llegar al municipio, abordó la parte trasera de una camioneta de estacas, destapada. Vehículo al que se subió su escolta y al menos dos sicarios, que por el nerviosismo llevaban dos pancartas al revés. En la plaza del municipio de Soacha, no había ningún control de seguridad, ni requisas a la multitud de personas que llenaban el parque, sino apenas pocos policías, pese a que Julio Torregrosa, supuestamente, había organizado un anillo de seguridad que debía de incluir requisas a los asistentes, medidas que nunca se realizaron, además, la policía del municipio sería acompañada de un pelotón de contra guerrilla y de francotiradores que, debido a la arquitectura de la plaza, apenas se pudo colocar uno en el campanario de la iglesia. La plaza carecía de iluminación y al bajarse del vehículo, Luis Carlo Galán se sumergió en medio de la multitud, saludando a la gente, quedándose Julio Torregrosa, el director del esquema de seguridad perdido entre la gente, y luego el precandidato se dispuso a subir a la tarima donde daría su discurso, estando acompañado de Julio César Peñaloza Sánchez y dos escoltas que eran, Santiago Cuervo Jiménez y Pedro Nel Angulo. Encima de la tarima Luis Carlos Galán Sarmiento saludaba a la multitud levantando los brazos, levantando así su chaleco antibalas, para dejar al descubierto parte del abdomen y a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche, Jaime Eduardo Rueda Rocha, después de pasar por debajo de la tarima de madera, se ubicó rápidamente de manera diagonal, disparando una sub ametralladora, mini Atlanta calibre nueve milímetros contra el candidato, que recibió cuatro balas, dos de las cuales impactaron contra el chaleco y dos en el abdomen, una de ellas impactó contra la aorta abdominal, lo que casi de inmediato le produjo un paro cardiorrespiratorio. También quedó gravemente herido el concejal Peñaloza Sánchez, que murió cinco días después. El guardaespaldas Santiago Cuervo, empujó a Luis Carlos Galán para intentar salvarlo. Siendo también mortalmente herido por las balas, pero, aun así, junto a su compañero Angulo, también herido, logró bajar a Galán de la tarima y llevarlo a un automóvil, mientras que la multitud huía y los sicarios, incluido José Ever Rueda Silva, medio hermano de Rueda Rocha, y quien junto con los otros sicarios estaban con pancartas, tapando la vista a los guardaespaldas, también emprendían la fuga para el municipio de Melgar en el Tolima. Por falta de organización, además por el miedo de que vinieran a rematar al precandidato, en el humilde hospital de Soacha, Luis Carlos Galán fue llevado con vida y consciente al hospital del municipio de Bosa, y después al hospital de Kennedy en Bogotá, a media hora de este último municipio, en otro de los famosos paseos de la muerte que tanto aquejan a nuestros pobres ciudadanos, por la falta de dotación en los humildes hospitales que siempre están sin recursos, por culpa de la corrupción de los políticos. Luis Carlo Galán Sarmiento murió, a pesar de los esfuerzos médicos.

En el mes de abril de ese 1989, el presidente Virgilio Barco Vargas, prohibió las autodefensas, que eran los grupos paramilitares que habían sido promovidas por el mismo estado, desde el año 1965, y que estaban adquiriendo demasiado poder y tenían el país en un constante baño de sangre. Pero la prohibición no fue suficiente para detener esa alianza macabra entre los paramilitares del Magdalena medio y los poderosos narcotraficantes del cartel de Medellín, que terminaron asesinando a tres candidatos a la presidencia de la república de Colombia, que se realizó en el año de 1990. En las horas de la mañana, de ese mismo 18 de agosto de 1989, a las seis y veinte minutos de la madrugada, el coronel Valdemar Franklin Quintero, fue asesinado en Medellín cuando se dirigía hacia el comando del departamento de policía de Antioquia. El militar había partido de su residencia en un vehículo sin blindaje, una camioneta Nissan de color blanco, acompañado de su conductor y de un agente de policía. Cuando el conductor detuvo el vehículo en el semáforo, ubicado entre los sectores de Calazans y la Floresta, al occidente de la capital antioqueña, porque el semáforo estaba en rojo, en ese mismo momento el automóvil en el que se desplazaban los miembros del grupo “Los Priscos”, armados con fusiles AR-15, se hizo justo al lado, para tener la posibilidad de disparar contra el coronel Franklin.

Se dice que los sicarios le dispararon al oficial durante varios minutos y, presuntamente, fue impactado por la escandalosa cifra de 38 proyectiles que le arrebataron la vida.

La macabra alianza entre los narcotraficantes y las guerrillas colombianas, en una frontal contra las élites privilegiadas del país, estaba tomando una repentina importancia que hacía temblar las instituciones democráticas, y nuestro país no fue ajeno a ese nuevo fenómeno, porque el presidente de la república Virgilio Barco Vargas el máximo líder del partido liberal, se reunió  de urgencia con Misael pastrana Borrero, que era el líder absoluto del partido conservador y en un golpe magistral de cordura, que iba a cambiar la historia del país para siempre, orientaron el país rumbo a la nueva constitución de 1991 que le brindaba nuevos derechos a esa población que había sido atropellada por décadas.

La nación no había podido prever que las guerrillas modernas, como lo era la agrupación del M-19, que se dedicaron a secuestrar a los más grandes representantes de la política tradicional de nuestro país, se iban a convertir en una bomba de tiempo, que ponía en constante peligro nuestros sistemas políticos, económicos, sociales y culturales; ni podía haber previsto que el narcotráfico, una institución delincuencial, desconocida en la Colombia hasta esa época, pondría en jaque a la administración de justicia, cada vez que uno de sus “capos” fuese capturado o, simplemente, sindicado por un delito penal. No podía preverse, tampoco, que la economía del país diera ese giro incontrolable que nos colocaba entre los grandes deudores de Latinoamérica, ni que la inflación pudiera carcomer, como lo estaba haciendo, los esfuerzos financieros de toda la nación. Sencillamente, el ambiente de discordia política no nos permitiría salir a adelante. Todos los gobiernos pasados, incluso los del frente nacional, habían debido afrontar criticas situaciones de agotamiento socio económico y político, y todos se habían visto en la necesidad de acudir a los mecanismos de excepción del estado de sitio y de emergencia económica, para sofocar las crisis, pero ninguno se había visto enfrentado al fenómeno del asesinato selectivo, que hacía temblar a los corruptos políticos de nuestro país. De todo esto resultaba evidente que, si tuviéramos que graduar los males que nos aquejan, los más graves serían el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares, y es que debido a la acción de estos grupos y de otros que financia la extrema derecha, que se han ensañado con los movimientos políticos de izquierda, como lo es el de la Unión Patriótica (UP), la violencia en Colombia se había intensificado y había tomado otros rumbos que nos podían llevar a una guerra civil generalizada.

El presidente Belisario Betancur, durante su mandato, creyó encontrar un mecanismo hacia la paz, en el dialogo con los movimientos guerrilleros y, para recorrerlo, acudió con frecuencia a amnistías, treguas, acuerdos de paz, etc. Finalmente, un pasado 6 de noviembre de 1985, que hoy tenemos que traer a la memoria, comprendió la nación entera que, la breve tregua, sólo había favorecido a la guerrilla, en la medida en que esta había podido reorganizarse y armarse, para convertirse en el ejercito del narcotráfico y asestar uno de los más duros golpes contra una de nuestras más respetables instituciones, como lo era el ministerio de justicia.

Un desastre natural que sepultó la población de Armero, ocurrido una semana después de haberse perpetrado el sacrificio de los magistrados del palacio de justicia, atrajo la atención de la opinión pública y mermó la intensidad de las críticas que hubieran podido formulársele al gobierno de Belisario Betancur.

Hoy es claro, que el dialogo con la guerrilla, mientras que las élite privilegiadas no sean conscientes que se debe hacer una reforma agraria que le devuelva las tierras fértiles a los campesinos, y que se deben hacer una reformas políticas necesarias para consolidar una verdadera democracia justa y libre de influencias extranjeras, con agrupaciones que abandonen las armas y las cambien por estrategias políticas y pacíficas, no pueden conducirnos a la paz (prueba de ello es la reacción que se produjo al secuestro del Dr. Álvaro Gómez Hurtado, cuando en la mayoría de los estamentos sociales y, principalmente, entre los voceros del gobierno, resonaba la frase: “El país no pude cometer el mismo error dos veces.”)

Las actividades de los guerrilleros del M- 19, como las del narcotráfico y las de los paramilitares, han tenido una seria repercusión en el orden público, porque han asesinado al procurador Carlos Mauro Hoyos, han secuestrado a los doctores Andrés Pastrana Arango y Álvaro Gómez Hurtado, han emboscado al ejército colombiano y han llevado a cabo la masacre de “Mejor Esquina” en el departamento de Córdoba. En la economía, los ataques al oleoducto, las presiones del gobierno norteamericano como reacción al narcotráfico, la soslayada actividad de ciertos intermediarios financieros y las grandes cantidades de dinero fácil que están recibiendo los muchachos de las comunas de Medellín, que aprendieron a matar por dinero y eso les confiere un poder inmenso para desestabilizar el país, son fenómenos sociales que han llevado al gobierno, a adoptar medidas tales como las de modificaciones a la estructura de justicia penal militar, convenios para la represión del narcotráfico, la creación de juzgados de orden público, la imposición de gobernadores militares, el estatuto antiterrorista, etc, las cuales no han tenido buena acogida en ciertos sectores de nuestra sociedad, porque el estado está masacrando extrajudicialmente al pueblo, con miles y miles de muertos, de desaparecidos y de presos políticos que se pudren en la cárceles de Colombia sin ninguna clase de derechos.

Continuó la violencia generalizada y…

El 22 de marzo de 1990 fue asesinado Bernardo Jaramillo Ossa, un dirigente agrario en el Urabá antioqueño, militante del partido comunista de Colombia, que asumió la presidencia de la Unión Patriótica (UP) después del asesinato de Jaime Pardo Leal en el año de 1987. Siendo miembro del senado de la república y candidato a la presidencia de Colombia, fue asesinado al lado de su compañera de ese momento, Mariela Barragán y 16 escoltas del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) infiltrados por la burguesía corrupta y por los grandes capos del narcotráfico, en el terminal del puente aéreo de Bogotá y a pesar de haber recibido muchas amenazas de muerte, no llevaba su chaleco de antibalas, porque el sufría de problemas en la columna y los chalecos antibala eran demasiado pesados en ese tiempo. Una vez en el terminal del aeropuerto en compañía de su joven pareja, esperarían su vuelo con destino a Santa Marta, donde tomaría vacaciones y prepararía su campaña a la presidencia de la república. Un joven sicario de dieciséis años, llamado Andrés Arturo Gutiérrez Maya, lo esperaba y cuando Bernardo Jaramillo estaba frente a una farmacia, el sicario sacó una ametralladora mini ingran número 3802836 y disparó contra el candidato, que cayó de espaldas rompiendo una vitrina. Después de que lo levantaron los guardaespaldas y tras ser llevado al automóvil, perdió el conocimiento y fue llevado a la clínica de la policía nacional, en la venida el dorado, y antes de ser llevado al quirófano, murió tras una demora en el ascensor de la clínica.

El crimen nunca quedó completamente esclarecido y aunque, inicialmente, se culpó a Pablo Escobar Gaviria de ser el autor intelectual, este comentario fue desmentido por el capo de la mafia, quien en un comunicado declaraba, sentir respeto y aprecio por Bernardo Jaramillo Ossa que era enemigo de la extradición de nacionales hacia el extranjero. Después fueron condenados por el homicidio a Carlos Castaño Gil y a su hermano Fidel, sin embargo, en su libro “Mí confesión” del gran jefe de las autodefensas, desmiente el hecho, argumentando que estuvo presente el día de tal decisión, pero que nunca estuvo de acuerdo con ese operativo, argumentó también, que dicho asesinato no fue ejecutado por sus tropas que sí habían asesinado profesores, estudiantes y campesinos sin tierra, pero sí fue ejecutado por unas tropas muy cercabas a su organización. Jhon Jairo Velásquez alías “Popeye”, jefe de sicarios de Pablo Escobar, argumentó que el capo del narcotráfico había contactado a Bernardo Jaramillo para advertirle del peligro que corría. La muerte del candidato a la presidencia de izquierda, fue tan solo uno de los miles de asesinato y desapariciones del genocidio al que fue sometido los integrantes de la unión patriótica. El sicario Gutiérrez Maya, el asesino de Bernardo Jaramillo, fue asesinado en compañía de su padre al poco tiempo.

Durante el sepelio de Bernardo Jaramillo Ossa, en su ciudad natal Manizales del alma, la multitud lloró, aplaudió y cantó: “Por esos muertos, nuestros muertos, exigimos justicia” El crimen de Bernardo Jaramillo, al igual que el de los demás miembros de la UP, fueron declarados en el año 2014, por la fiscalía general de la nación, como delitos de lesa humanidad, al concluir que se trató de un plan siniestro por parte de los sectores políticos tradicionales, que son la burguesía corrupta que maneja el país, en asociación con agentes de la seguridad del estado, narcotraficantes y paramilitares, para impedir el ascenso de movimientos políticos de izquierda en la política colombiana.

El 26 de abril de 1990, asesinan a Carlos Pizarro Leongómez, después de haber dejado las armas y firmar la paz con el gobierno de Virgilio Barco Vargas, en el mes de marzo de ese mismo año, y de reintegrarse a la vida civil, siendo entonces candidato presidencial por la alianza democrática M-19, movimiento político que surgió del movimiento subversivo M-19 tras su proceso de paz y desmovilización de la lucha armada. El líder político fue asesinado en un vuelo de Bogotá a Barranquilla, después de liderar la desmovilización del grupo insurgente y de sacar adelante el primer proceso de paz exitoso en Colombia y de ingresar en la política de las ideas, generando gran expectativa entre los votantes, con su campaña presidencial. Su visión de reconciliación y de transformación social, había resonado en amplios sectores de la sociedad colombiana, siendo uno de los aspirantes a la presidencia de la república, pero su debut político duraría poco.

Carlos Pizarro fue promotor del movimiento estudiantil en la universidad de la compañía de Jesús, pero su mirada crítica e ideas revolucionarias chocaban contra el fanatismo religioso de esa academia de la que fue expulsado. De allí pasó a la Universidad Nacional de Colombia y en su actividad estudiantil se vinculó a la juventud comunista (JUCO). Meses después se vinculó a las guerrillas de las FARC y su libre pensamiento revolucionario, lo llevó a vivir su proyecto de vida al lado de Jaime Bateman Cayón, pensando en un movimiento revolucionario más a la criolla, un socialismo a lo nacional. Fue de esa forma que al lado de Álvaro Fayad, Bernardo Jaramillo y otros, crearon el movimiento 19 de abril M-19, después de conocer el fraude electoral que llevó a la presidencia a Misael Pastrana Borrero. En septiembre de 1979 en el gobierno de Julio César Turbay Ayala, fue captura y llevado a la cárcel de “La picota”, en Bogotá, en la que permaneció detenido durante tres años, y fue allá donde derrochando imaginación, planteó a sus compañeros de cautiverio, el dialogo de la paz. Un proyecto truncado a mediados de los ochenta, pero que tomó fuerza y se volvió realidad en los años 90. Firmó la paz el 9 de marzo de 1990 en Caloto Cauca y se conformó el partido político de la alianza democrática M-19, año en el que se lanzó como candidato en las elecciones de la alcaldía de Bogotá y, posteriormente, como candidato a la presidencia de la república. Durante su campaña siempre afirmó: “Nosotros ofrecemos algo elemental simple y sencillo, y es que la vida no sea asesinada en primavera”

La estrategia paramilitar de la burguesía terrateniente, lo asesinó el 26 de abril de 1990. En plena campaña electoral, siendo candidato a la presidencia por la alianza democrática M-19. Un sicario llamado Gerardo Gutiérrez Uribe, alias Yerri, le disparó al candidato presidencial por orden de Carlos Castaño Gil, el jefe de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (AUCC), sicario que murió segundos después de asesinar a el candidato, masacrado por Jaime Ernesto Gómez Muñoz, ex agente del DAS y escolta del político.

Menos de dos semanas antes del asesinato, Carlo Pizarro volvió a la universidad Javeriana y, además de dialogar con su legendario decano de la facultad de derecho, Gabriel Giraldo, ingresó al teatro abarrotado de estudiantes de una nueva generación de estudiantes progresistas, que también empezaban a soñar con otro país. A los treinta y nueve años de su vida, el magnetismo que tenía con la gente, lo llevó en hombros por la universidad en la que, su pasión por otro proyecto de país en el que la educación fuera de calidad y gratuita, en el que se hiciera una reforma agraria inteligente, en el que se protegiera a los viejos y hubiera un buen sistema de salud para todos, lo hizo muy popular con las nuevas generaciones que sentían la necesidad de un nuevo sistema de gobierno más colombiano.

Días después del asesinato de Carlos Pizarro, muchos y muchas de la nueva generación, se cansaron de llorarlo y quisieron tener un rumbo de vida distinto, con un compromiso más sólido con los campesinos sin tierra, con los indígenas, con los negros y con todas las comunidades marginales y empobrecidas de Colombia. Su legado sigue vivo, representado en su valiente hija María José Pizarro, senadora de la república y futura candidata a la presidencia de este país, ya que millones y millones de ciudadanos, siguen apostando por un proceso de paz con justicia social.

El asesinato de Carlos Pizarro fue parte de un plan criminal, en el que estructuras del estado como el departamento de Seguridad (DAS), la policía nacional y el ejército de la patria, desconociendo la constitución política y los derechos humanos, exterminaron con torturas, asesinatos y desapariciones forzadas, a miles de militantes del M-19 y a casi todos los integrantes de la Unión Patriótica (UP) y a los campesinos que concebían como colaboradores de la guerrilla. Ejecutaron de forma genocida a centenares de miles de campesinos, negándoles el derecho a la vida o a un proceso judicial, cuando eran capturados por reclamar el derecho a la tierra, por el acceso a los servicios sanitarios básicos y por el derecho a mejores oportunidades de educación para sus hijos. Aunque la impunidad fue el manto que cubrió ese genocidio, el exterminio de los integrantes del M-19 y de la Unión Patriótica, persiste en la memoria colectiva del pueblo, el sentido de justicia que va esclareciendo y sancionando, éticamente, a los responsables y a sus instituciones arcaicas. La impunidad continua a lo largo del siglo 21, pero hoy, los campesinos sin tierra, te queremos decir:

Carlos Pizarro, querido amigo, compañero, maestro de la vida e incansable buscador de la verdad y de la justicia social, tenemos inmensa gratitud con Dios por tu vida y por tu lucha. Tu sonrisa esperanzadora que iluminó el camino de la resistencia, que se reproduce en los de “La primera línea” y en toda la comunidad que, como tú, afrontan con dignidad la desigualdad de este país y la crueldad de los falsos positivos de una supuesta seguridad que asesina a los campesinos. En la memoria del pueblo vive el recuerdo de tu lucha, que penetraba en la espesa selva para aliviar el dolor de los indígenas y de los negros marginales, que siempre han sido tratados por esta sociedad como ciudadanos de segunda clase. El 9 de marzo de 1990 cuando se firmó el proceso de paz, en medio del calor humano que nace de la empatía y de la solidaridad, estrechaste una relación de hermandad, de amistad y de afectos, con todos y cada uno de los colombianos. Nos quisiste transmitir el mensaje claro que habías aprendido en tu lucha, en la exigencia del derecho a la verdad, a la justicia y a la paz. En la memoria del pueblo humilde de Colombia, se conserva el recuerdo de tu compromiso con los más pobres, en tu lucha para construir un país verdaderamente democrático, en el que todos tengamos más oportunidades de educación, de trabajo, de salud y de vida. Testigos del sufrimiento de los habitantes de La Guajira, del Chocó, del bajo Atrato, de la Amazonía, del Urabá Antioqueño y de todos los territorios olvidados de Colombia. Te juramos que la lucha continúa en las ideas del progresismo, que se levanta reclamando una reforma agraria para todos los campesinos del país. En la memoria del pueblo trabajador, está gravado el recuerdo de tu voz firme y clara, que resonó en la Universidad de Antioquia y en todos los territorios donde la burguesía corrupta, ha dejado la huella del exterminio selectivo, del dolor de las desapariciones, de la muerte, de la tristeza y de la desolación. En estos recorridos de tu lucha, en la búsqueda de una verdadera democracia, escuchaste con el corazón a los afectados con la violencia generalizada, por parte del estado represivo, expresando tu admiración por la capacidad de resistencia en cada historia que nos invita a transformar el dolor en alegría, la muerte en vida y la guerra en la paz. En la memoria del pueblo colombiano, como un legado de tu maravillosa vida, recibimos con gran compromiso las banderas de tu lucha como representante de los pobres, de los humildes y de los desamparados. Tu fortaleza inquebrantable, en la búsqueda de la justicia social, nos inspira para seguir denunciando el genocidio al que han sido sometidos los campesinos colombianos por exigir mejores oportunidades de vida. Aprendimos de ti, sobre lo que es la lucha con las palabras y con las ideas, después que abandonaste los fusiles. Aprendimos sobre lo que fue tu lucha, contra la impunidad de los grupos paramilitares al servicio de los terratenientes y también fuimos testigos de tu creatividad para la denuncia, y tu empatía con el movimiento social, especialmente con esos jóvenes que empezaron a ser la primera línea de nuestra salvación. En nuestra memoria, comandante Carlos Pizarro, guardamos la posición que asumiste con tu experiencia y sabiduría, cuando se presentaban atropellos contra las comunidades de negros, de indígenas, de campesinos sin tierra y de los desplazados arrojados en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. También recordamos tu opinión sobre temas profundos y sensibles, como lo es la posesión de la tierra, el derecho a la educación gratuita, el derecho al trabajo y el derecho a tener una vivienda digna, metas e ideales que, hasta el día de hoy, están muy presentes en nuestra eterna lucha. Nos brindaste tu vida y buscaste un proceso de paz que va a llevar a hombres más justos al poder, aunque sabías que los paramilitares te iban a matar, porque esa gloriosa tarde, en la Universidad de Antioquia, en la que nos estabas explicando la transición pacífica hacia la paz, cuando te reclamé por la entrega de esas armas que no eran tuyas sino del pueblo, cuando me dijiste:

-         El M-19 se va a jugar, el todo por el todo, en los caminos de la paz y si a mí me asesinan, como me lo estás pronosticando, ahí te queda el camino libre, para que desarrolles tu propia lucha en las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (FARC), donde con toda seguridad te van a recibir con los brazos abiertos.

Comandante Carlos Pizarro, vas a vivir eternamente en la memoria del pueblo colombiano, en la lucha de los pueblos indígenas y en la lucha de nosotros los campesinos sin tierra, que exigimos el respeto por la vida y nos negamos a caer en la degradación y en la pérdida del sentido de la existencia humana, que solamente desea evolucionar hacia el infinito de su realización espiritual.

Estaban siendo asesinados los profesores, los estudiantes, los gobernadores, los militares, los candidatos a la presidencia, los políticos, los indígenas y los campesinos, y el país se estaba desmoronando, hasta que los grandes caciques políticos cedieron y buscaron los mecanismos para que se redactara la constitución política de 1991, que rige actualmente en Colombia,  que surgió como una respuesta colectiva y un pacto nacional, donde la sociedad le apostó al cambio, en un momento en que la desesperanza desbordaba el espíritu nacional, por consecuencia de la violencia generalizada, mejor dicho, se puede considerar que la constitución del año 1991 surgió como un acuerdo de paz, presionado por todos los sectores de la sociedad, que dejaban atrás la antigua constitución del año 1886, cuando sólo existían el partido liberal, el partido conservador y un minúsculo movimiento con ideas de izquierda llamado el partido comunista de Colombia, que trataba de promulgar el comunismo. Entre los principales problemas que se buscaba resolver por ese proceso de cambio constitucional, estaban la crisis de la democracia representativa, la crisis del sistema de gobierno colombiano y el desprestigio de los partidos tradicionales, que estaban completamente permeados por el poder económico del narcotráfico. La nueva constitución fijó los límites y definió hasta dónde puede llegar la relación de poderes, que cuando provienen de un estado de derecho con énfasis en lo social como el nuestro, tienen que garantizarle al pueblo, con suficiente claridad, cuáles son sus derechos y hasta dónde puede llegar el límite de sus libertades. La constitución de 1991 modernizó nuestro derecho público, consagró un concepto de democracia participativa, no solo democracia representativa, y moldeó las instituciones sobre la base de valores y principios.

Comenzaban los años noventa y el país venía de una década bastante compleja, en materia de orden público. La toma y retoma del palacio de justicia, el asesinato de tres candidatos a la presidencia de la república, el secuestro de los más destacados líderes políticos y el exterminio de los profesores, de los estudiantes y de los campesinos sin tierra. Veníamos de una cantidad inmensa de acciones violentas por parte de los paramilitares, por parte de las guerrillas socialistas y por parte de los narcotraficantes extraditables; también veníamos del genocidio programado por el estado, del grupo político de la Unión Patriótica (UP) y estábamos al borde de un colapso institucional y fue por todo eso que, en el año de 1990, el presidente Virgilio Barco tomó una de las decisiones más importantes en la historia del país, logrando mover el aparato estatal, que estaba bloqueado y atrasado dentro del esquema del frente nacional, que favorecía enormemente a los terratenientes de la burguesía tradicional. La constitución de 1991 fue una propuesta de crear una plataforma, para abrir las vías de participación e inclusión a las diferentes ideologías políticas, por vía pacífica, en remplazo de la violencia generalizada que asesinaba y de la exclusión que marginaba amplios sectores de las minorías étnicas.

A principios del año de 1990, exactamente el 9 de marzo, se dio la desmovilización de los guerrilleros del M-19 uno de los principales grupos promotores de una asamblea nacional constituyente, la cual se daría al año siguiente, gracias al apoyo de movimientos estudiantiles como el de “La séptima papeleta” que presionaba en las calles, por una transformación radical del sistema de gobierno colombiano. Fue en medio de toda esa presión, aumentada por los narcotraficantes que pedían la NO EXTRADICIÓN DE NACIONALES AL EXTRANJERO, que en las elecciones de marzo de 1990, donde se votaba para elegir a los funcionarios de seis corporaciones como eran el senado, la cámara de representantes, asambleas departamentales, concejos municipales, alcaldías y juntas administradoras locales, se incluyó una séptima papeleta, para que los votantes manifestaran su apoyo o su oposición, a la idea de convocar a una asamblea nacional constituyente.

Con más de dos millones de votos, entre 7.6 millones de votantes, a favor de la constituyente, se convocó a una consulta oficial, dos meses más tarde, y en las elecciones presidenciales, donde resultó elegido César Gaviria Trujillo, como el nuevo presidente de la república, el 86% de los votantes se pronunció a favor de la asamblea nacional constituyente que promulgaría la nueva constitución.

El 5 de febrero de 1991, el presidente César Gaviria Trujillo, instaló en el capitolio nacional, una asamblea nacional constituyente con 70 integrantes de las más diversas tendencias políticas, como los partidos tradicionales liberal y conservador. También hubo delegados de la izquierda, con los partidos políticos del M-19 y de la Unión Patriótica. También tuvieron representantes las comunidades indígenas, los deportistas y las minorías religiosas. Cinco meses después de múltiples sesiones, que permitieron crear la hoja de ruta para un país que quería ser más diverso y democrático, el 4 de julio del año 1991, se firmó la vigente constitución política colombiana, que consagra el país como un estado social de derecho, más pluralista y democrático.

Con la constitución política de 1991, tenemos una guía absolutamente democrática, pero es muy triste que en nuestro país se sigan utilizando los medios masivos de comunicación para normalizar la muerte, como si fuera un hecho trivial que se puede seguir ejecutando por parte de las fuerzas armadas del estado o por parte de los grupos paramilitares subsidiados por las élites burguesas, que piden a gritos el exterminio de los que piensan diferente, votando en contra del proceso de paz vigente y a favor de una guerra que ha llenado los campos de Colombia, de miles y miles de muertos, destrozados con las motosierras del paramilitarismo, cuando los campesinos sin tierra, cuando los negros discriminados, cuando los indígenas sin futuro y los marginales arrumados en los cinturones de miseria de las grandes ciudades, solamente reclaman por mejores oportunidades de vida, de educación y de salud. Son aterradoras y sorprendentes, las posiciones ideológicas de los medios de comunicación, como se ve claramente en la revista “Semana”, en Caracol”, en “RCN” radio y televisión y en la “W” radio, con sus mensajes parcializados, en contra de las comunidades menos favorecidas. Es por culpa del neoliberalismo, asociado con el poder de unas pocas familias vinculadas directamente con el narcotráfico, que este humilde libro, tiene que denunciar la indiferencia de las élites privilegiadas, ante el dolor de los campesinos, de los indígenas y de los negros, que están aguantando hambre y que no tienen ninguna oportunidad de  una vida decente; situación doblemente agravada con el efecto que producen en  la opinión pública, la saturación de reportajes, de entrevistas y de comunicados, que reclaman una guerra total y abierta, a punta de sangre y de fuego, en contra de todos los que piensan diferente. Son muy irresponsables los mensajes transmitidos a través de la televisión nacional, en el intimo familiar, las 24 horas del día, en los que se critican los débiles procesos de paz, en vez de tratar de fortalecerlos, para tratar de detener la guerra abierta que enfrenta el ejército nacional en contra de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (FARC), en contra el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en      contra el clan del golfo y en contra de los grupos paramilitares que protegen el criminal negocio de las drogas, que vincula directamente a los más poderosos narcotraficantes colombianos con los presidentes de turno, que sin ninguna vergüenza se toman fotografías con los delincuentes que han financiado sus campañas políticas.

Es tan grande la normalización de la guerra en Colombia, que las masacres y el exterminio selectivo de la población, se ha convertido en un fenómeno aclamado hasta por la clase media y por la burguesía narcotraficante que ha ostentado el poder político en los últimos cincuenta años, porque, el trabajo de periodistas sin ética profesional, como lo es Viky Dávila, es apenas el principio de una nueva manera de moldear, en los habitantes privilegiados de las grandes ciudades, las reacciones cognitivas ante las imágenes de ajusticiamiento extrajudicial, patrocinado por el estado colombiano y ejecutado por los paramilitares al servicio del multimillonario negocio del narcotráfico.

La toma del palacio de justicia, en la que asesinaron a la gran mayoría de los magistrados, el asesinato de tres candidatos a la presidencia de la república, el secuestro y la eliminación de los más importantes dirigentes políticos, nos dejó claro, a los habitantes de Colombia, conmovidos espectadores de esa danza macabra de la muerte, en la que se asesinan profesores, estudiantes y jóvenes desempleados, organizada por la burguesía terrateniente colombiana que está asociada con los más poderosos criminales del narcotráfico,  y que se han vuelto constantes consumidores de las más avanzadas estrategias de extermino, hasta el punto de gastar miles de millones de pesos en la compra de un avanzado sistema de espionaje llamado PEGASUS, que les permite espiar y clasificar, en tiempo real, a todas las personas que ellos deseen. Técnicas de persecución desarrolladas y creadas en el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica y de Israel, que están siendo utilizadas en los genocidios que los van perpetuar, en los privilegios económicos que han heredado desde la época de la colonia, porque eso es lo que pretenden con su nefasto y fallido modelo de gobierno.

El pueblo trabajador, que se levanta a jornalear todos los días, todavía tiene la oportunidad de poder interpretar las estrategias proyectadas por los medios masivos de comunicación, que son propiedad de las élites insensibles, pero la clase media que está en la mitad del conflicto de clases, que es la receptora y la más grande impulsadora de un proyecto llevado acabo por tecnologías expertas, en el que se quiere masacrar a los jóvenes de la primera línea, a los integrantes de la guardia indígena y a todos los campesinos que salen a protestar por sus precarias condiciones de vida y por los derechos negados a través de la historia republicana de Colombia, se convierte en la más grande generadora de violencia, cuando debería ser la más poderosa de las clases sociales, que se puede convertir en la clave para pacificar el país, aceptando a los más pobres y ayudando a moderar a los más poderosos.

En el marco de esta problemática, en la que nos estamos matando los unos a los otros, en un país completamente polarizado por la falta de cordura y de entendimiento, en “La marcha de los claveles rojos” queremos proponer diversas líneas de acción, para repensar esas ideologías neoliberales de libre mercado, en la era de los medios de comunicación de masas, en las que un estado social demócrata, debería regular el lenguaje guerrerista de medios informativos como el de la revista “Semana” que, con su lenguaje grotesco y beligerante, utiliza el periodismo en contra de la pacificación del país y en contra de la unión del pueblo colombiano. La características metodológicas, compartidas por las investigaciones y ensayos, derivados de las ideas de los estudiantes de la Universidad de Antioquia, después de haber sido sometidos al exterminio selectivo de sus profesores y estudiantes, en el año de 1987, que desde otros puntos de vista en sus análisis, dejaron sin fundamentos las ideología violentas y armadas, de los comandos militares de izquierda, fenómeno completamente equivocado que se ha desarrollado en nuestro país y que llevó a la construcción de los mecanismos de lucha intelectual, que conforman estos nuevos dispositivos mediáticos, para poder domesticar a los jóvenes de esa primera línea, que no tienen una vivienda digna, que no tienen posibilidades de estudiar, que no tienen oportunidades de trabajo y que no tienen futuro. Dentro de los varios puntos, de la problemática referida en este humilde libro, nos propusimos analizar la manera como, los medios tradicionales de comunicación, más importantes de este país, trivializan el fenómeno de la violencia extrema, que nos ha caracterizado como uno de los países más violentos del mundo a través de la historia. El objetivo de fondo, es tratar de discutir en la perspectiva del problema que se desprende de la construcción mediática, que, por la falta de ética en el periodismo colombiano, nos está llevando a la iniciación de una nueva guerra directa, de los jóvenes NINIS que  ni estudian ni trabajan, en contra de las élites privilegiadas, como una aterradora alternativa en la pacificación de un país que nos pertenece a todos. Por último, voy a tratar de explicar las profundas conexiones entre el pensamiento, la consciencia y el juicio, y cómo este circuito entre los seres humanos, es destruido por el totalitarismo y por el fascismo, mediante las ideologías de unas clases privilegiadas, que utilizan el terror, el aniquilamiento y el genocidio, de la gente que protesta por el derecho a poseer la tierra para producir alimentos, por el derecho a una vivienda digna, por el derecho al trabajo, por el derecho a la salud y por el derecho a mejores condiciones de vida. En los próximos párrafos me ocuparé de las condiciones sociológicas, generadoras de la violencia que acabó con más de cinco mil integrantes de la Unión Patriótica de nuestro país (UP), y con la muerte violenta de más de cien mil campesinos, masacrados por la simple sospecha de que pertenecían a las guerrillas socialistas de Colombia. También me ocuparé de la manera en que el neoliberalismo, el terror y la ley totalitaria, contribuyen a hacer innecesarios a esos seres humanos pobres, que no hemos podido acumular grandes cantidades de posesiones materiales o grandes sumas de dinero, llevándolos a la aniquilación de los campesinos sin tierra y a las comunidades étnicas minoritarias. Es muy importante analizar ese fenómeno que se está dando en la manipulación de la facultad mental, para analizar lo que significa la justicia, la terrible seguridad democrática y los peligros que encierra este modelo de gobierno, fallido, que ha gobernado nuestro país en los últimos cien años; posteriormente hemos analizado, porqué el pensamiento puro, como una actividad mental,  autónoma, no es suficiente para tener un efecto liberador en los diferentes partidos políticos y, de esa forma, evitar la eterna guerra civil que hace más de cien años estamos viviendo; todo eso nos llevará a comprender las complejas conexiones entre la burguesía terrateniente, los paramilitares, el narcotráfico y los movimientos sociales de izquierda.

Pablo Escobar Gaviria, un hombre sin ninguna clase de escrúpulos y el narcotraficante más poderoso del mundo, era el encargado de la producción, la distribución y la comercialización de la cocaína, un narcótico suave y poco adictivo, que utilizan los jóvenes de los países desarrollados para ponerle emoción y alegría a sus fiestas. Delitos que lo llevaron a prisión, a la posterior huida y después a vivir en la clandestinidad, mientras que se fue convirtiendo en el Robin Hood colombiano, que asesinaba y les robaba a los ricos, para regalar casas a los más pobres, para construir complejos deportivos en los barrios más miserables de la ciudad de Medellín, es el más claro ejemplo de lo que puede llegar a hacer un joven NINI, cuando no encuentra oportunidades de vida serias y reales, que le permitan ser una persona de bien dentro de la sociedad. Como testigo directo y amigo personal del buscado delincuente, quedé existencialmente conmocionado, al observar que los crímenes más execrables de los narcotraficantes y de la burguesía corrupta de Colombia, no fueron perpetrados ni por degenerados sexuales, ni por sádicos, ni por psicópatas, ni por fanáticos ideológicos, sino, en su gran mayoría, por hombres normales, comunes y corrientes, amorosos padres de familia, empleados y trabajadores honestos y laboriosos. En Colombia, los más grandes crímenes de lesa humanidad, están siendo perpetrados por burgueses terratenientes, acaparadores de las tierras buenas, que deformaron las leyes bajo su conveniencia y siguen fomentando la guerra con absoluta impunidad  y la sociedad colombiana está perpleja, por la gran diferencia que existe entre la magnitud de las masacres colectivas y la personalidad de los creadores y financiadores de las “CONVIVIR”, de los numerosos grupos paramilitares y de los diferentes grupos de izquierda, para la supuesta liberación nacional, porque tanta violencia física contradice flagrantemente, las teorías políticas de los actores del conflicto, que dizque sólo desean el bienestar de todos los colombianos y terminaron sirviéndole y uniéndosele al multimillonario negocio del narcotráfico. En efecto, la opinión de todos, acerca de los dirigentes políticos de nuestro país, es que, para haber organizado el genocidio contra la Unión Patriótica (UP) con tal crueldad, debieron de ser, en verdad, unos monstruos infernales, en cambio, todos vemos al creador de la CONVIVIR, no como un diablo en persona, sino como un administrador de fincas que sólo quiere la seguridad, la paz y el bienestar para todos. No existe ningún signo, en la gran mayoría de los políticos colombianos, de firmes convicciones ideológicas fascistas, nazis o comunistas, ni de motivaciones especialmente malignas y la única característica notable, que se ha podido notar en todos ellos, es su innegable amor a la patria, al orden y a las leyes, su fidelidad a todos los códigos de la ley, su obediencia a las normas establecidas, su atento respeto por la opinión de la gran mayoría, por la democracia funcional y su idolatría al éxito económico, como finalidad de todo acto. La deficiente imaginación, la incapacidad para escuchar las opiniones de los otros, para poder establecer un modelo de gobierno a “la criolla”, que nos lleve a todos a lograr el sueño colombiano, nos conduce a concluir, sencillamente, que nos estamos matando sin saber por qué, y lo más grave todavía, en la ausencia de pensamiento de las élites privilegiadas, yace en que ellos, siempre, se ajustaron al código moral reinante y a la ley de su entorno social, tal y como lo vienen haciendo en su círculo familiar desde la época de la colonia, cuando heredaron la fortuna económica y las tierras de sus ancestros. Su sentido de moral y de justicia, no fue conmovido en forma especial, por las ejecuciones extrajudiciales, cometidas por el estado, porque la voz de su “consciencia”, en perfecta armonía con la de la burguesía reinante, fue silenciada mediante la aplicación del código moral de una iglesia elitista y del modelo de gobierno firmemente establecido. La burguesía terrateniente actuó, en todo momento, dentro de los límites impuestos por sus obligaciones de clase privilegiada; se comportó en armonía con lo que le dictaba el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, que le sugirió crear organizaciones paramilitares para defender la democracia. El gobierno de turno examinó las órdenes recibidas del gigante imperialista del norte, al que le debíamos grandes cantidades de dinero, para comprar su “manifiesta” legalidad o normalidad, y no tuvieron que recurrir a una consulta de consciencia, ante el exterminio colectivo de los campesinos, ya que esos desarrapados pertenecían al grupo social de esos que invaden las tierras porque desean una reforma agraria integral y una reforma laboral con condiciones más justas para los jornaleros. A nadie se le afecta la consciencia, con la muerte sistemática de los líderes sociales, porque esos muertos pertenecen al grupo de los casi analfabetas, que, supuestamente, desconocen las leyes del país libre y democrático.

En un país con estado social de derecho, el dirigente organizador de grupos de vigilancia privada, para cuidar el patrimonio económico de los más ricos, no se siente culpable de las masacres de campesinos, en las tierras alejadas de las grandes ciudades, debido a que los grupos paramilitares siempre han existido en Colombia, como una política de gobierno impuesta por el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica y fue, de esa forma, en la que el eterno presidente, padre de las CONVIVIR, no tiene nada de qué arrepentirse, porque, supuestamente, siempre fue un ciudadano fiel cumplidor de las leyes y del orden establecido, y que hasta afirma ser católico, apostólico y romano, aunque nada más corrupto e innoble, se le pudo haber antojado, que el método de exterminar, de forma extrajudicial, a todos los que pensaran diferente. La voz de la conciencia no es un sentimiento moral innato y general, en el corazón de los hombres, porque no existe ningún LUMEN NATURALE, que nos pueda guiar, iluminándonos en situaciones moralmente equivocadas y esa luz de bondad, se tiene que originar en la educación que hemos recibido en nuestras familias a través de nuestra existencia. La consciencia evoluciona y se actualiza, como lo he explicado en otro de mis libros “La religión de los inteligentes” que pueden leer de forma gratuita en google, digitando la página Jorgesotobuiles.es.tl, y se es consciente de ella, en el silencioso diálogo del yo, consigo mismo, cuando se reconoce el dolor de las víctimas de las masacres. Justo allí, en el punto donde se silencia la conciencia en favor de los intereses económicos, uno no puede más que esperar no caer, en situaciones ambivalentes, en las que las normas morales convencionales, no son siempre las mejores consejeras.

Las élites privilegiadas de Colombia, no han podido reconocer los derechos de los indígenas, de los negros y de los campesinos sin tierra, ni han podido juzgar sus atropellos y las consecuencias que les pueden traer en el futuro, porque los jóvenes de los barrios marginales, despóticamente llamados NINIS,  también están aprendiendo a matar y también están convirtiendo la muerte en un poderoso negocio. La consciencia de los burgueses terratenientes, solo funciona en todos los aspectos, en los que se trate de conservar los privilegios de su clase social y lo que tenemos a la vista es, más bien, su natural capacidad de adaptación a las normas y a las costumbres imperantes en esa clase social, en la que fueron educados y que no respetan la vida de esas otras clases sociales que, únicamente, demandan para que les ofrezcan directrices en las que se les respeten los derechos a la educación, a una vivienda digna, a la salud, al trabajo y a mejores oportunidades de vida.

Mientras tanto, los privilegiados de la sociedad, reclaman a gritos un líder sin escrúpulos, que venga a pacificar el país, asesinando a todo el que reclame por sus derechos y anhelaban pertenecer, directa o indirectamente, a un paramilitarismo deshumanizado que va ordenar sus vidas y los ayudara a conservar los privilegios. La gran mayoría de los nuevos ricos, en los que podemos ver algunos artistas o unos deportistas, una vez integrados en el colectivo de la burguesía, no desean hacer otra cosa, que hacer “carrera”, escalar febrilmente hacia las posiciones más altas y gozar del éxito económico y del prestigio social, resaltado en un supuesto heroico esfuerzo de su parte, sin importarle el hambre que siguen aguantando los niños del departamento de “La Guajira”, ni la falta de servicios sanitarios, básicos, en el departamento del Chocó”, y por desgracia para todos, el creador de las “CONVIVIR”, a fin de encajar en el tipo de sociedad en la que había de encontrar la oportunidad de llevar una vida ordenada y en paz, decidió normalizar, sistemáticamente, el crimen, la mentira, el espionaje ilegal y la estupidez, bajo la guía inquebrantable de una supuesta seguridad democrática, en la que contaba con un fiscal, parcializado a su favor, para poder seguir cabalgando sobre la impunidad de sus incontables crímenes y aunque cualquiera podía darse cuenta que aquel hombre era un político sin escrúpulos, y la mayor parte de la sociedad, lo fue convirtiendo en una desfigurada caricatura que al final perdió el poder por completo, muchos fanáticos lo siguen idolatrando.

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis