Biografía del Escritor
     El absolutismo físico y filosófico
     Una Modelo y un caballo hecho leyenda
     A model and a horse made legend
     El código del verdadero Anticristo
     The code of the true Antichrist
     Amor, eterno amor
     Story of an eternal love
     LA HUMANIDAD EN VIA DE EXTINCIÓN
     Débora Arango Pérez "Pinturas de una verdad prohibida para las mujeres"
     HUMANITY IN THE ROUTE OF EXTINCTION
     La religión de los inteligentes
     LA TERCERA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE NUEVA YORK
     Los monstruos creados por los transgénicos y por los anticonceptivos
     The religion of the intelligent
     Nuclear holocaust and the destruction of a great nation
     Monsters created by transgenders and by contraceptives
     El nuevo paradigma de nuestra eternidad
     Héctor Abad Gómez UNA CONCIENCIA QUE EVOLUCIONA
     UN VIAJE A LA SUPERVIVENCIA
     A journey to survival
     El milagroso don de la sanación
     THE MIRACULOUS GIFT OF HEALING
     La magia de un gran amor
     The magic of a great love
     RENACE LA LEYENDA DEL CAMPEÓN, FERNANDO GAVIRIA RENDON
     Fernando Gaviria Rendon



LITERATURA UN MUNDO MÁGICO - UN VIAJE A LA SUPERVIVENCIA


 

 

 

 

UN VIAJE A LA SUPERVIVENCIA

 

 

 

 

 

CIEN AÑOS DE FELICIDAD

 

 

 

 

 

EN LA VIDA, LO MÁS IMPORTANTE ES LA VIDA MISMA.

Jorge Soto Barrera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DEDICATORIA

Dedico esta hermosa e interesante historia al doctor Demetrio Chica Garcés, al ingeniero Gabriel Amado Duque y a don Erasmo García, mis protectores y mis amigos del alma.

Jorge Soto Barrera

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Uno de los acontecimientos más importantes en la vida de un pueblo, es la evolución de las familias y de las sociedades en el tiempo, y, pese a las épocas de escases y dificultades, ver cómo luchan unidas esas familias en el centro de la enorme ciudad que crece constantemente y que las va convirtiendo en un simple recuerdo o en el olvido injusto de la muerte. En el hermoso municipio de La Ceja del tambo, hemos sido testigos de las titánicas historias de familias emigrantes que llegaron a este bello jardín, sin un solo peso y que, gracias a la increíble hospitalidad de los cejeños, que siempre fueron unos privilegiados por la fertilidad y la abundancia del imponente valle del tambo, pudieron salir adelante haciendo crecer y manteniendo unidos a todos los miembros de su familia. El protagonista de esta historia de vida, es el centenario Jorge Soto Barrera, uno de los primeros taxistas de este querido municipio y padre, abuelo y amigo de una numerosa familia. Lo que distingue a esta peculiar familia de otras familias cejeñas, es el afán de servir, de ayudar, de saber y de progresar. Siendo estas virtudes de la fraternidad, de la solidaridad y de la compasión, sentimientos que hemos aprendido y heredado de los antiguos habitantes de este hermoso paraíso.

Jorge Soto Barrera, que tuvo el privilegio de ser amigo del doctor Demetrio Chica Garcés, de don Gabriel Ángel, de don Juan de Dios Toro, de don Cándido Ortiz, de Camilito, de don Belarmino Lopera, de don José Bedoya, de don Erasmo García y del legendario “Nano” Bernal, precisa, con su increíble lucidez, con la actitud misma del visionario y del hombre serio y responsable:

- Cuando yo llegué a este pueblo - dice – inmediatamente me di cuenta de que esta era la tierra para criar y educar a mis hijos. Antes de mi, otras personas ya habían descubierto este hermoso paraíso y deben de haber pensado lo mismo, pero el hecho de haberlo hallado, disfrutado y de haber criado y educado a mis seis hijos en él, es un mérito que me corresponde.

Estas palabras definen claramente el inmenso amor y el agradecimiento que siente mi padre por el municipio de La Ceja y por todos sus habitantes.

Cuando empecé a escribir este libro, pensé en esa gente que le gusta divertirse cuando lee, que sabe que los pueblos y las ciudades se fueron construyendo lentamente con el amor y el esfuerzo, del primer taxista, del primer tendero, del primer médico, del primer ganadero, del primer ebanista. Historias humildes e inéditas que siempre entrañan una parte misteriosa y desconocida que a todos nos gustaría conocer. A este misterio uno puede acercarse a tientas, esforzándose por comprender la historia del pobre hombre que tuvo que hacer enormes esfuerzos para poder salir a delante.

He aquí, pues, lo que yo he procurado lograr, lo más fielmente posible, sin disimular nada, sin ocultar la pobreza absoluta del pasado, que al final vino a fortalecer la tenacidad, la capacidad de lucha y la sensibilidad social de don Jorge Soto, mi padre.

Así como para las biografías de hombres adinerados e importantes, abundan las fotografías y los documentos, en la biografía de este humilde personaje escasean, como prueba fehaciente de las limitaciones económicas y el gran esfuerzo que tenía que hacer, el buen hombre, para conseguir los alimentos y todas las demás provisiones para su numerosa familia. Y, sin embargo, por la gracia de DIOS, después de casi cien años de felicidad, tenemos al protagonista contándonos la historia de su vida y las anécdotas con sus más cercanos amigos. Anécdotas e historias de hombres buenos, con los que podríamos llenar la biblioteca de los recuerdos de nuestro querido pueblo.

Cada casa, cada esquina y cada calle, nos cuentan las historias de hombres buenos, inteligentes y verracos, que no alcanzo a mencionar en estas páginas, porque han sido tantos que me resultaría imposible, pero, por mi parte, he procurado dar una imagen real y sincera de ese hombre maravilloso que ha sido mi padre. El mejor padre del mundo.

Jorge Soto Builes

 

 

 

 

 

 

 

 

Todo empezó el 17 de Noviembre de 1929, En el municipio de Santo Domingo Antioquia, cuna de Tomas Carrasquilla el más importante escritor de nuestra tierra, nació Jorge Soto Barrera, el que después sería uno de los tres primeros taxistas de La Ceja del Tambo. Fue el sexto en una numerosa familia de nueve hijos. Hijo de María Felisa Barrera y de Jesús María Soto, vivió una primera infancia con grandes limitaciones y para acabar de agravar la situación, quedó huérfano a la edad de nuevo años, cuando su padre se murió de una angina de pecho, que hoy se podría curar fácilmente con la penicilina que en ese tiempo todavía no se había descubierto. La familia quedó sumergida en la pobreza absoluta, al punto de que, al otro día de haber enterrado al abuelo, mi abuelita tuvo que salir a prestar una libra de panela para darles un poquito de agua dulce a sus nueve desamparados hijos.

Fueron esos años difíciles los que le enseñaron a no lamentarse de las miserias de su casa, de las tristezas de sus padres y de las hambres que tuvieron que soportar sus hermanos.

- No te lamentes – me decía mi padre frecuentemente- , deja tus lloriqueos, no reniegues de las dificultades y sigue siempre adelante, buscando una solución a tus problemas, porque cada dificultad y cada problema traen por dentro una semilla para resolverlos.

En ese tiempo, las oportunidades de educación y de salud eran muy escasas, la mayoría de los niños tenían que abandonar la escuela después de que aprendían a leer y a sumar a la luz de una vela, y eso fue lo que le sucedió a mi padre, que no pudo terminar el segundo de primaria, porque en los últimos días en que estaba finalizando el segundo grado, un compañerito imprudente lanzó una piedra y se la impactó en su ojo derecho, el dolor fue insoportable y perdió la visión por ese ojo, durante unos días, en los que sólo podía ver todo nublado, hasta que una señora amable, le obsequió unas gotas que le fueron ayudando a recuperar la visión, fueron dos meses en los que no pudo asistir a la escuela y se retiró definitivamente, porque de todas maneras ya sabía leer, y sabía las operaciones matemáticas básicas y estaba listo para empezar a trabajar, a los diez años, justo en el mismo tiempo en que llegó la luz eléctrica a su pueblo, y el único bombillo que instalaron en la sala de su casa empezó a iluminar su destino glorioso.

- “Yo hacía mandados en el pueblo y desyerbaba la carretera principal de tres cuadras, desde el puente hasta el parque, por treinta centavos. Llevaba las maletas de los viajeros, desde la terminal del transporte hasta sus casas y, así, se fueron pasando los años, hasta que ya era casi un adolescente y mi madre me consiguió trabajo en una finca del pueblo de Maceo, nueve leguas más adentro de la estación “San José” del ferrocarril de Antioquia. La finca de un amable campesino antioqueño, llamado Idelfonso Cano Tobón, y fui allí para cuidar el ganado y llevar la comida a los obreros del campo“– me contaba el viejo, muy orgulloso de su humilde pasado.

Mi padre fue creciendo y aprendiendo las mañas de los paisas viejos, que después le permitirían subsistir y progresar en la maravillosa y sorprendente vida que se habría ante sus ojos. El adolescente fue madurando sin pensarlo y conociendo las terribles realidades de un país polarizado por la política, de un lado estaban los conservadores, ricos, terratenientes, amigos de la iglesia y por el otro lado estaban los liberales, obreros pobres y resentidos con un sistema excluyente, que los apartaba de la posibilidad de la educación, de la salud y del progreso.

Pasaron los días, los meses y los años, en esa finca, hasta que entabló amistad con un viejo llamado Arturo Osorio, jugador empedernido y el claro ejemplo de lo que no se debe de hacer en la vida.

- Yo fui un hombre muy rico – le contó el anciano misterioso, una noche de las tantas en las que se reunían a la luz del fogón de leña para comer – Mi padre, fue uno de los hombres más ricos del pueblo de Maceo. Fuimos dueños de varias fincas en tierra caliente, en las que se producían plátanos, yucas, café, mangos, zapotes, guanábanas y todas las frutas que te quieras imaginar... Mi padre también fue dueño de las mejores casas de ese pueblo, y yo siempre viví como un rey, nunca tuve que trabajar para comer, y sólo me dedicaba a la crianza de cerdos que después vendíamos en todas las ferias. Mi padre un día se murió de un infarto y mis hermanos y yo, heredamos todas esas propiedades que vendimos para repartir lo que le tocaba a cada uno. A mí me tocó una cantidad enorme de dinero, y me mantenía de feria en feria, tomando licor con las mujeres de vida alegre, jugando dados y peleando con todo el que estuviera dispuesto. No sé cómo ni cuándo, mi fortuna se acabó y mis hermanos que ya estaban todos casados, me abandonaron y terminé durmiendo en las calles y pidiendo unas monedas para comprar un café y un pedazo de pan – Terminó de decir el viejo visiblemente amargado.

- ¿Y cómo llegaste hasta aquí?... – pregunté interesado en la historia de la vida del pobre viejo, que recogía la leña, cuidaba las mulas y cuidaba los conejos del patrón.

- El jefe, Don Idelfonso, ha sido hombre de jugarretas y borracheras, y una vez que me lo encontré en mi pueblo, como que me vio muy flaco y me trajo para acá, Y ahora estoy aquí, aunque no va a ser por mucho tiempo, porque yo tengo unos primos en “Puerto Berrio”, Elías Osorio y el hermano, que son riquísimos, dueños de una mina de oro, y en estos días yo me voy para donde ellos, porque en esta finca sólo se consigue cansancio y miserias – dijo el enigmático hombre, bajando la voz para que nadie nos escuchara. – Llevo más de ocho años en esta finca y apenas tengo ahorrados doscientos pesos, que solamente nos van a alcanzar para los pasajes y para comer unas dos semanas, mientras encontramos a los primos.

¡Cómo!... Aquello se me estaba pareciendo a una invitación, pero permanecí en silencio.

- Yo ya estoy muy viejo y, para acabar de ajustar, estoy perdiendo la vista. Si usted quiere, Jorgito, nos vamos para la casa de mis primos y trabajamos en la mina.

- ¿Y usted sabe dónde viven?... Porque Puerto Berrio es muy grande y ¿cómo los vamos a encontrar? – Argumenté viendo los datos del viejo muy incompletos.

- Tranquilo que mis primos son muy conocidos y no es sino preguntar, en el parque, por “La Sastrería de Perucho” que la atiende Luis Eduardo López, un señor que es de Santo Domingo y él sabe donde tienen la mina, mis primos Elías Osorio y el hermano, y todo el mundo saben quiénes son, porque ellos son unos de los mineros más poderosos de esa región.

Esa historia me estaba gustando y más me gustaba cuando el viejo hablaba de minas de oro, porque eso me iba a permitir reunir unos pesos para mandarle a mi santa madre que, desde hacía algún tiempo, tenía muy olvidada.

- Ahh, bueno, si usted quiere, entonces nos vamos para allá.

- Listo – dijo el anciano visiblemente entusiasmado – pero hagamos una cosa, guarde usted el dinero, porque yo nunca he sido capaz de administrarlo y, de pronto, me muero y yo se lo quiero dejar a ninguno de estos obreros que me han hecho la vida imposible y dejárselo al patrón, mucho menos.

Yo permanecí en silencio. Aquel hombre de pocas palabras, que prácticamente era un desconocido, me iba a entregar toda su fortuna para que yo la manejara. El viejo fue hasta el rincón donde dormía, saco una caja de cartón de debajo de su cama y apartando las jeringas y las pastillas con las que curaba los conejos, sacó una bolsita de plástico que contenía un calcetín enrollado y me la entregó. Yo la recibí y sintiendo los billetes que crujieron cuando los apreté, guardé el paquetico en mi bolsillo. Mi corazón se agitó lleno de alegría y, rápidamente me despedí del anciano, alegando que ya tenía mucho sueño y ocultando las ganas que tenía de ir a revisar, en mí cuarto, el paquetico con la inmensa fortuna, porque doscientos pesos, en ese tiempo, era el equivalente al posible ahorro de ocho años de trabajo. Me retiré con una vela en la mano, en busca de mi cama. No apagué la vela, me metí debajo de las cobijas y consciente de que nadie me podía estar viendo, desaté el nudo de la bolsita, desenrollé el calcetín y… Una gran cantidad de billetes nuevecitos, aparecieron ante mis ojos. Mi alegría bue indescriptible, besé los billetes y sentí el olor y el sabor del triunfo. Guardé los billetes en el bolsillo de mi chaqueta y, desde esa noche, dormí con ellos muy cerca de mi corazón.

Al otro día me levanté muy temprano, prendí el fogón y puse a hacer chocolate. El viejo Arturo, ya se había levantado y estaba echándoles hierba a los conejos, cuando yo le pregunte:

- Don Arturo, le provoca un poquito de chocolate caliente.

El viejo recibió, la tasa en silencio. Se tomó dos o tres sorbos y me dijo:

- Al fin de mes, cuando el patrón nos pague el jornal, nos vamos para “Puerto Berrio” que allá si se juega, se bebe trago y si hay “Damas hermosas”

Yo estaba feliz, sintiendo al lado de mi corazón una gran cantidad de billetes que siempre habían sido mi sueño. La cosa estaba buena, para mí, porque en esa tierra sí iba a conseguir la fortuna que llevaría derechito a los brazos de mis sueños más inmediatos.

Me puse a trabajar como una máquina, empecé a desmalezar los árboles frutales, mientras que los otros trabajadores salían de sus habitaciones, desayunaban y se iban a trabajar. No sentía cansancio y mi alma se agitaba, visualizando, por fin, la realización de todos mis sueños. Pasaron tres o cuatro días, el tiempo se iba volando y se acercaba la fecha de nuestra emigración, hasta que, en una tarde hermosa, después de haber recolectado frijoles cargamanto todo el día. Cuando ya llegaba la noche nos llamaron a comer. El menú eran frijoles verdes, calados con zanahoria y cebollas, arepa de chócolo, huevo frito, tajadas de plátano maduro, un chicharrón grande, un aguacate pico de botella, una mazorca de maíz asada, una tazada de mazamorra y un pedazo de dulce macho. Ese viaje de comida a mí me quedó grande y le dije a Don Arturo:

- ¿Quiere la mazorca mía?...

- La mazorca y el aguacate y lo que me quieras dar, porque a mí siempre me han llamado el rey comelón, - dijo el viejo con una amplia sonrisa.

Yo le di la mazorca, el aguacate y la mitad de mis frijoles, el viejito se comió todo y nos fuimos a dormir satisfechos.

Al otro día, como a las cinco de la mañana, se escuchó un revuelo generalizado. Todos murmuraban y se asomaban al cuarto de don Arturo, que amaneció muerto y todo vomitado.

- Eso fue un rebote, por comer tanto de gula – sentenció Don Idelfonso para explicar la muerte repentina del viejo.

Yo permanecí en silencio, apretando la bolsa y el calcetín que guardaban la pequeña fortuna que, ahora, era mía.

Uno de los trabajadores sabía de carpintería y se puso a hacer un ataúd con unas tablas viejas, mientras que el patrón visiblemente angustiado, pensaba en la difícil situación de tener un muerto sin familiares conocidos y a tres o cuatro horas del vecino más cercano.

Bueno, muchachos, nos tocó hacerle un funeral al viejito y darle cristiana sepultura. Usted, Jorge Soto, vaya a la troja y traiga don palas y una barra, para que entre todos hagan un hueco, más o menos de dos metros de profundidad, para que enterremos al viejo.

- ¿Y dónde cavamos la tumba?...

- Allá en el morrito, a un lado del corral de las gallinas, pero un poco alejado del nacimiento del agua, porque de pronto se contamina con el muerto. – explicó el noble anciano.

Así se hizo todo, doña Libia, la mujer del jefe, no dejó de entonar las plegarias que se le cantan o se le rezan a los muertos y en las horas de la tarde, los trabajadores cargaron el féretro y lo depositaron suavemente en el hueco. Lo tapamos y lo pisamos con tierra y sobre la improvisada tumba, las mujeres depositaron un ramo de flores silvestres y una cruz hecha con la leña del fogón. A mí me pareció que lo habíamos enterrado demasiada cerca de la casa, pero nuevamente me quedé en silencio. Esa misma noche se empezaron las novenas a los muertos y yo le dije a Don Idelfonso cuando se terminó.

- Jefe, querido, muchas gracias por las manifestaciones de solidaridad con Don Arturo, pero es que a mí, todos estos ritos y esa rezadera me pone muy mal, porque me acuerdo de mi santa madre, allá en Santo Domingo, solita y aguantando necesidades y usted me disculpa, pero necesito que me dé el dinero que me debe porque mañana me voy.

- ¿Cómo así, Sotico?... Pero usted debe de comprender que el viejito no era un perro y que hay que rezarle por lo menos, las novenas de rigor.

- - Sí, señor, pero es que no es por él, sino por mí, que me he puesto melancólico y me han entrado ganas de ir a ver a mi madre.

- Ahhh, bueno, - dijo el viejo como comprendiendo - pero cuando se terminen las novenas, usted regresa, porque yo lo necesito.

- Sí, señor, como no. – dije, mintiendo una vez más, para poder que el viejo me pagara.

- El buen hombre hizo la cuenta de los días laborados, me entregó el dinero y yo, inmediatamente, me fui a preparar el maletín porque al otro día me marchaba para “Puerto Berrio” en busca del sueño dorado.

A las cuatro de la madrugada me levanté, me mojé la cara con agua, me vestí, agarré la maleta con la ropa de trabajo, verifiqué que estuviera en mi bolsillo la bolsa plástica con el dinero y, estando todavía de noche, marche por los caminos empantanados en busca de la riqueza.

Ya eran las nueve de la mañana, cuando llegué a la estación del tren “San José” más abajo de Caracolí, desayuné con un jugo de piña y dos pasteles de pollo y compré un boleto en el tren que iba para “Puerto Berrio”

El tren voló en medio de los cultivos de caña de azúcar, en medio de los palos de mangos dulces y deliciosos, que casi podía tocar con las manos y antes de medio día me dejó en la estación de puerto Berrio. Me fui para el parque, pregunté por “La Sastrería de Perucho” y ahí mismo me la mostraron, porque estaba a todo el frente.

Buenas, tardes, Don Luis Eduardo López, por favor.

- Hola, Sotico. ¿Así de viejo estoy que ya no me reconoce?.., pero qué lo trajo por estas tierras muchacho.

Me dijo el amable hombre, que me conocía desde que yo era un chiquillo en Santo Domingo.

- Qué pena don Luis, pero es que ha pasado tanto tiempo, que a uno se le olvida hasta el rostro de los amigos.- dije reconociendo, por fin, al buen hombre - Es que yo vengo en busca de Elías Osorio, un señor que me va a dar trabajo.

- ¡Cómo!... Y usted no sabe que ese señor es homosexual, y que esta misma noche puede abusar de usted.

No señor, yo no sabía nada. Es que…

No, yo por allá no lo dejo ir, - dijo Don Luis, interrumpiéndome - Venga éntrese mejor, que yo le consigo trabajo con los Bustamentes, unos paisanos de nosotros que tienen un restaurante a la orilla del río, y que le pueden pagar mejor. Mañana vamos en busca de ese trabajo y, mientras tanto yo le hago dos pantalones largos, porque usted ya está muy grande para andar con esos pantaloncitos corticos y rotos.

El paisano me atendió muy bien, me dieron comida, dormida, dos pantalones largos nuevos, dos camisas y, al otro día, me llevó a trabajar en “El porvenir”, el restaurante de Adán Bustamante, donde se vendían jugos naturales de todas las frutas y la comida de la región.

Empecé a trabajar con Raúl Henao, otro paisano de Santo Domingo que se vino en busca de fortuna, en el turno de la noche. Todo iba muy bien, yo me adaptaba al calor de esa tierra que no bajaba de treinta y cinco grados centígrados. Hacíamos jugos naturales toda la noche y ayudábamos a preparar las innumerables tortas de pescado que se vendían y, de día, dormíamos en el zarzo del negocio, mientras que el patrón y doña Tulia, una cocinera maravillosa, atendían.

Los pescadores llegaban, a las seis de la mañana, con los peces capturados en toda la noche y nosotros, antes de que llegara el jefe, que vivía a unas dos cuadras de ahí, se los cambiábamos por víveres, por licor, por cigarrillos o les dábamos dinero, si así lo deseaban. Los guardábamos en un congelador en la bodega y por la tarde Don Adán se los revendía a los mayoristas que los llevaban para Medellín.

Mis doscientos pesos empezaron a crecer, hasta que el 9 de abril de 1948

La radio anunció que habían matado a Jorge Eliecer Gaitán en Bogotá, y la esperanza de los pobres yacía en una tumba.

“Puerto Berrio” un pueblo de pescadores, negros y gente humilde, casi todos liberales y admiradores del político muerto, al que una vez le gritó Laureano Gómez:

- Negro.

- Con este dedo negro, te señalo todos los crímenes que has cometido. – le contestó el caudillo liberal, para polarizar más la terrible lucha entre los blancos y los mestizos, que lo llevó hasta la muerte.

Los pescadores, llenos de frustración, lloraban y golpeaban las puertas de las casas y cuando estaban armándose con antorchas y garrotes, apareció el ejército y, ante nuestros ojos, los mataron a todos y los tiraron a ese río de “La Magdalena” que antes les había dado la vida.

Nosotros nos escapamos de milagro, porque estábamos dentro del negocio, con las puertas medio cerradas.

Imperó el toque de queda, nadie podía salir porque el ejército y la policía le disparaban.

Nos encerramos durante quince días, y pasábamos los días contando los miles y miles de muertos que bajan por el río, desde ese día fatídico. No sabíamos nada de nuestros familiares, ni de nuestros amigos y la angustia se apoderó de nuestros corazones.

El país estaba convulsionado y yo sólo pensaba en mis hermanos y en mi madre, que pertenecían al grupo de los pocos liberales, en un pueblo de mayoría conservadora como era Santo Domingo Antioquia.

A las dos semanas, la situación empezó a mejorarse y yo, que tenía doscientos cincuenta pesos guardados, con desesperación, me quise ir para mi tierra.

Empaque todo en mi pequeño maletín de cuero y me fui para la estación del tren que quedaba en la orilla del inmenso río de “La Magdalena”. Compré un boleto para “Limón” que era la estación más cercana a mi pueblo y me fui para la orilla del río, a esperar el tren sobre el puente. Vestido con una de mis camisas nueva, con un pantalón negro y con mis zapatillas relucientes, pensando en todas las cosas que le iba a comprar a mi madre, con la pequeña fortuna que llevaba, hasta que aparecieron los soldados de la patria.

El teniente se quedó mirándome y dijo:

- ¿Este negro hijo de puta, tan elegante, qué?... ¿Resucitó Gaitán o qué?

Yo sonreí, asustado.

- ¿Y por qué estas temblando maricón? – me volvió a decir el teniente,

Yo me quedé callado y clavé mi vista en el suelo, esperando lo peor.

- Manos arriba y contra los pasamanos maricón – gritó el militar, agarrándome por el cuello. Me requisaron y en el bolsillo derecho de mi pantalón, hallaron doscientos cuarenta y siete pesos, en puros billetes nuevos. - ¿De dónde sacaste todo ese dinero, negro hijo de la más puta?...

- Yo trabajaba en el restaurante “El Porvenir” y esa es la liquidación de mis cesantías, porque ya me voy para mi pueblo.

El teniente se quedó mirándome y se acercó a dialogar con los soldados.

Uno de los soldados me miró y se pasó la mano por el cuello, sin que el teniente lo pudiera observar y yo, abandonando mi bolso con la ropa nueva, salté por encima de los pasamanos y caí de cabezas en el río “La Magdalena” y empecé a nadar por debajo del agua, hasta que mis pulmones no aguantaban más, giré mi cuerpo y en medio de las aguas turbias, sólo abrí mi boca y aspiré una bocanada de aire, que me garantizó otros cincuenta metros debajo del agua, que me hacían inalcanzable a los esbirros del gobierno que disparaban a las aguas café oscuras, que me llevaron unos kilómetros más abajo. Me relajé y, por unos minutos, fui uno más de los muertos que arrastraba nuestro glorioso río. Nadé hasta la orilla y me quedé escondido en los arbustos hasta que cayó la noche.

Salí de mi escondite y mi ropa ya casi estaba seca por el calor del medio ambiente, aunque mi camisa blanca ya era de color amarillo tierra. Llegué hasta la casa de Don Adán Bustamente. Toqué en la puerta y…

- ¿Qué pasó Sotico, yo me imaginaba que ya estaba en Santo Domingo, saludando a todos los paisanos’…

- Nada, patrón. Es que me agarró el ejército y yo con esta cara de liberal que tengo, me cogieron y me robaron el dinero y me les tuve que tirar al río.

- Ufffff, Cómo así, hijo, pero siquiera se les escapó, porque esos eran capaces de cortarle la cabeza y tirarlo como un muerto más de la aporreada Colombia.

- A ver si usted me hace el favor de prestarme tres pesos, para irme en la escalera que sale a las diez de la noche, rumbo a Medellín. – le dije angustiado.

- Claro, hijito, pero venga cámbiese esa ropa, que de pronto se encuentra esos esbirros y lo salen es matando de verdad, si lo reconocen.

Don Adán Bustamante me dio diez pesos en billetes, un pantalón que me quedaba un poco grande, una camisa azul y unas botas de caucho. Me puse un sombrero viejo y me fui en busca del camión que me llevó hasta Medellín.

Llegamos a la ciudad a las cuatro de la mañana y me puse a colaborar descargando las cajas de mango que traían en el camión. Les ayudé a bajar como cincuenta bultos de yuca y cuando terminamos de descargar, me dieron un peso, que me sirvió para comprar un desayuno completo. Desayuné con chocolate, arepa con mantequilla, quesito, huevos y tostadas, y, con el estomago lleno, me fui en busca del transporte que me llevaría de nuevo a mi pueblo.

Estábamos en “El Pedrero” que era la plaza de mercado del barrio “Guayaquil” en Medellín. A ese sitio llegaban todas las flotas de transporte de todos los municipios de Antioquia y yo me fui en busca de “El Turpial Amarillo” el camión escalera que todos los días conducía hacia Santo Domingo, don Serafín Monsalve, un viejo amigo mío, porque yo recibía las maletas de los viajeros desde los primeros días de mi infancia y era muy conocido de todo ese gremio de transportadores.

Me fui por todo Maturín en busca de la calle “Díaz Granados”, que era el sitio exacto donde esperábamos el transporte.

Desde lejos observé el hermoso camión de mi pueblo, que esperaba allí cuadrado a todos los Viajeros. Don Serafín estaba en la parte de atrás, sujetándose de la escalerilla y tratando de vomitar en un gran esfuerzo, que hinchaba las venas de su garganta y lo hacía sudar a chorros.

- ¿Qué le pasa señor conductor? – le dije al buen hombre, que estaba visiblemente deshidratado, seguramente, por sus continuos abusos con el licor. El querido viejo terminó con las molestas nauseas que no lo dejaban vomitar nada y recuperándose finalmente me dijo:

- Hola, Sotico, ¿dónde estaba tan perdido?

- Vengo del Magdalena medio, que por allá estaba trabajando con los Bustamantes y, como mataron a Gaitán, la cosa se puso mala y me dio por venir a ver cómo está mi mamá.

- Bueno Jorge Soto, la cosa está mala por todo el país y en ese pueblo e nosotros, los conservadores salen a patrullar todas las noches y al liberal que encuentren le pegan su macheteada, pero tranquilo que yo no he escuchado decir que le haya pasado algo malo a su familia… Ya, en tu casa, como que te estaban dando por muerto, por tu ausencia tan prolongada.

- No, hombre, yo he trabajado todos estos años con mucho juicio.

- Ahhh, muy bueno, pero venga, cómprese una cervecita fría que esta resaca me está matando.

- No fuimos para la cantina de la esquina y pedí una cerveza para el conductor y un tinto para mí.

Serafín se tomó la cerveza en un solo chorro y me dijo:

- Sotico, ayúdele a cargar el carro a Marino y vigile con él, para que no nos vayan a robar, que yo voy a dormir un rato, mientras que nos llega la hora de marchar.

- Bueno, señor, - Le dije al estimado viejo, que se subió en el carro, se tapó con una ruana y empezó a roncar casi inmediatamente. Pagué la cerveza y el tinto, con parte de los siete pesos que me habían sobrado después de pagar el pasaje de venida. Me fui para donde Marino, que era un moreno muy alto, como de uno noventa metros, y con ojos claros, medio verdes.

- Se vino para Santo Domingo en muy mal tiempo Sotico, porque en ese pueblo de nosotros están amaneciendo tres o cuatro campesinos muertos, todos los días

¡Cómo! – Exclamó mi padre asustado – Lo malo es que en “Puerto Berrio” la cosa está peor y en “Barranca Bermeja” todavía más, porque el pueblo se quiso tomar los pozos petroleros y el ejercito los sacó a punta de balazos y los muertos, dizque se pueden contar pos centenares. Ahh pero imposible que nos maten, donde tanto nos conocen y donde saben que nosotros no le hacemos mal a nadie.

Recibimos todos los víveres y la mercancía de los viajeros, mientras que serafín terminó de dormir la borrachera y a las diez en punto, de la mañana, arrancó “El Turpial Amarillo“en busca de nuestro pueblo adorado.

“Cuando salimos de Medellín, pudimos observar la gran cantidad de ejército que pretendía controlar todas las vías, mi corazón saltaba asustado por el recuerdo de lo que me iban a hacer los militares cuando me les tiré al río. Las calles estaban vacías, y en el ambiente se podía sentir el miedo generalizado. La mayoría de los ranchos estaban vacios y a una que otra casa le habían prendido fuego. El país estaba roto, la guerra civil se había generalizado y yo, un pobre liberal, para llegar a ese pueblo de conservadores y con escasos seis pesos en el bolsillo. Sacudí la cabeza tratando de no pensar más y cerré los ojos tratando de conciliar el sueño que tantos problemas habían alejado.

- ¡Hay Dios mío! – Exclamó Serafín - ¿y aquí qué pasó?

Gritó deteniendo el camión bruscamente.

Todos nos bajamos del carro y fuimos a ver los ocho cadáveres que estaban apilonados en mitad de la carretera, del corregimiento de “Caracolí”

- Don Serafín, hágame el favor y me lleva estos amigos para el pueblo, que se pusieron a pelear con los liberales, y los mataron anoche, pero no los vaya a descargar en el cementerio, me los baja y los sienta en las escalas del atrio de la iglesia, para que toda la chusma de liberales, sepan lo que están haciendo, sus amigos, en nuestro pueblo – dijo aquel hombre rubio y de ojos claros, que nos hablaba con autoridad militar. – y usted Sotico, no se haga el bobo y los ayuda a cargar, y no vaya a pensar que a mí ya se me olvidó que usted también es liberal, y es que no lo mato ya, porque las balas están escasas y además, porque usted es apenas un muchacho y todavía puede cambiar de pensamiento.

Mi padre empezó a temblar como una hoja, se bajo del carro y ayudó a levantar los muertos, uno por uno, a pesar del terrible olor que ya nadie podía aguantar.

- A ver “negrito espanta a la virgen” – dio el hombre mirando a mi padre con insistencia – ¿Ya sacaste la cédula?

- No, señor, es que todavía no tengo la edad para votar. – explicó mi padre, sin poder ocultar el nerviosismo, ante aquel grupo de hombres desalmados.

- Ah, bueno, espero que pidas una cédula conservadora, porque o sino la vas a pasar muy mal.

La charla se terminó y el camión arrancó con su putrefacta carga de muerte, mi padre se fue en la banca de atrás y no volvió a pronunciar palabra hasta que Serafín parqueó en el parque, pretendiendo descargar los muertos donde “el pájaro” ese, había dicho.

- No Don Serafín, cómo vamos a descargar esos muertos llenos de gusanos en la mitad del parque, vámonos para el cementerio y no les comamos más cuento a esos asesinos. – aconsejé decidido a no bajar esa carga en todo el centro.

- Hagan lo que quieran – dijo el callado Marino – pero no cuenten conmigo, porque yo, en este mismo momento, estoy renunciando a este empleo. Mire sotico, ahí le dejo este trapo de herencia, para que usted siga siendo el ayudante de este camión.

El conductor y yo nos fuimos para el cementerio, tiramos los muertos al suelo y nos fuimos para nuestras casas, sin lavar el carro ni nada.

- Bueno, Jorge Soto, a Marino le entró la cobardía y a usted le va a tocar seguir viajando conmigo, ¿Qué dices?

- Bueno, entonces mañana a qué horas me recoge. – contesté decidido a trabajar.

- A las cuatro y media de la madrugada en toda la puerta de su casa, ¿listo?...

- Sí, señor, así quedamos.

“Me fui para la casa y María Felisa Barrera, me abrasó en vuelta en un mar de lágrimas, porque ella pensaba que en mi ausencia ya debía de estar muerto”.

- Hijo y no trajo, dinero, porque aquí no hay nada para comer.

- Claro que sí madre, - le dije entregándole los últimos seis pesos que me quedaban en los bolsillos, ella salió a la calle y a los diez minutos llegó con dos kilos de papas, diez huevos, una mano de plátanos maduros, una libra de arroz, una libra de panela y un pedazo de carne salada.

Yo me acosté a descansar en una de las dos camas de la sala y sólo me despertaron cuando ya la comida estaba lista.

¿Y dónde están los otros muchachos, pregunté, cuando no vi ni a Jesús, ni a José, ni a Alfonso por ningún lado. Sólo estaban Salvador y Luz Holanda, los niños más pequeños.

Ana se casó con Manuel Marín, Felisa está trabajando en una casa de familia en Barbosa y todos los otros se fueron dizque a trabajar en Medellín, huyendo de esta violencia, y no sé en qué trabajan, porque por aquí no han mandado ni un solo peso. – terminó de decir mi madre con amargura.

-Tranquila, madre, que ya estoy aquí y desde mañana empiezo a trabajar en el “Turpial Amarillo” con Serafín.

- Y si lo matan esos conservadores, hijo.

- Tranquila mamá, que yo soy de acero y, además, Dios me protege.- Dije envalentonado por la precariedad económica en la que estábamos, porque allí había que trabajar o trabajar.

Terminamos de comer la humilde comida, mi madre nos señaló las camas y cuando estábamos acomodados, apagó la lámpara de petróleo y nos fuimos a dormir.

A eso de la media noche se escuchó un desfile militar y el resonar de los machetes y de las botas de un escuadrón de hombres, que cantaban a todo pulmón.

- Somos “Los Pájaros” los hijos del cóndor grande y matamos la liberal que en la noche se levante. Somos los conservadores y alabamos a la virgen, que nos cubre con su manto y nos guía y nos protege. Vamos en un pelotón, entonando esta canción, que nos llama a la guerra, pa” cuidar la patria entera.

Somos “Los Pájaros” los hijos del cóndor grande y matamos al liberal que en la noche se levante. Somos los conservadores y alabamos a la virgen, que nos cubre con su manto y nos guía y nos protege. Vamos en un pelotón, entonando esta canción, que nos llama a la guerra pa cuidar la patria entera.

“Se fueron repitiendo su canción de guerra y lentamente se dejaron de escuchar en el silencio de una noche terrorífica. La cosa estaba peor de lo que yo me imaginaba y desde ese momento no pude volver a conciliar el sueño, me levanté y me puse el pantalón y una camisa y me quedé tirado en la cama, hasta que a las cuatro y media, sonó el claxon del camión y salté como un resorte, fui hasta el patio, me mojé la cara en el tanque, me puse una chaqueta y salí corriendo en busca del nuevo empleo que le llevaría comida a mi familia.”

El corazón de mi padre se agitó ante el nuevo desafío y, sin ni siquiera imaginar que iba a tener el encuentro más importante de su vida, salió corriendo a recibir “El turpial”. Llegó hasta el camión abarrotado de gente, Se subió en la primera banca el lado de Don Serafín y mucho tiempo después, cuando ya estaba acomodado, se pudo dar cuenta que en el camión venia la princesa más linda del mundo. Ella lo miró con sus inmensos ojos negros y lo saludó con la sonrisa de los dientes más blancos y hermosos que él hubiera podido apreciar. Mi padre no supo qué hacer y bajó su cara ruborizada por un corrientazo de amor, que le hizo saltar el corazón como loco. El automotor viajaba por la carretera dando tumbos y el sol empezó a salir, llenando de luz un hermoso amanecer que no presentía el baño de sangre que estaba viviendo el campo Colombiano, Así marchaban las cosas hasta que llegaron a la misma curva en la que, en la tarde anterior, habían recogido a los muertos.

En la mitad de la carretera estaba el mismo comandante con su grupo de amigos armados.

Don Serafín frenó el automotor y sacando la cabeza por la ventanilla saludó:

- Buenos días mi comandante, no me vaya a decir que hay más carga de esa, porque hoy me tuve que levantar a las tres de la mañana a lavar la pestilencia que me dejaron sus muertos en el carro.

- Eso les pasa por no ser capaz de obedecer las órdenes que se les dan – gritó el comandante enfurecido – cuadren ese carro ahí y vengan, usted y el ayudante, para que me expliquen una cosita.

Serafín orilló el camión y los dos nos bajamos completamente asustados esperando lo peor.

- Les dije que pusieran los muertos en el parque y se los llevaron para el cementerio, ¿sí o no?... ¿Ustedes piensan que yo estoy jugando o qué?... Par de maricas,

- Jorge Soto, dijo que esos muertos estaban muy podridos para dejarlos contaminando nuestro pueblo y…

- Y es que a vos te manda este maricón, que no se ha acabado de criar – gritó el comandante enfurecido, agarrando a mi padre por el cuello de la camisa.

En el camión se sintió el murmullo de la gente, como presintiendo lo peor. El comandante sacó el revólver y apuntando a la cabeza de Jorge Soto.

- Voy a matar este perro, para que de hoy en adelante sepan que las órdenes de “Los Pájaros” se cumplen al pie de la letra.

La chiquilla linda se bajó del carro y haciendo gala de toda su sensualidad, se pavoneo levantando el busto que amenazaba con reventar el botón de su vestido, que apenas podía contener tanta carne, tanta sensualidad y tanta belleza. Mi padre miró con ojos angustiados el rostro hermoso de la chica, que se fue directo hasta donde el comandante que lo amenazaba.

- Oiga primo, usted se está sintiendo muy grandecito, porque tiene un arma en la mano y va a matar a mi novio por esa brutalidad que ordenó y, que va en contra de la salud pública de Santo Domingo. Déjalo quieto para no tener que ir a la casa de mi tío, a preguntar cuál es la clase de educación que le ha dado a sus hijos… ¿Qué estará pensando en el cielo, el famoso Miguel Ángel Builes, arzobispo de Yarumal y Santa Rosa de osos, cuando ve a uno de sus sobrinos asesinando campesinos inocentes?...

- Prima, usted no se meta, que nosotros estamos en guerra con todos los liberales.

- Sí, señor, pero es que Jorge es hijo de María Felisa Barrera, que es más conservadora que todos ustedes y vos, con tu brutalidad, no has dejado que mi novio tome partido – dijo mi futura madre envalentonada. Después fue y tomó a Jorge Soto de la mano, y marchando en busca del camión le dijo a don Serafín:

- Vámonos que ya nos está cogiendo la tarde y yo tengo que ir a estudiar.

Todos nos alejamos sin mirar hacia atrás. Nos subimos al camión y con los corazones agitados por el susto, “El Turpial Amarillo” Arrancó a toda velocidad.

- Oiga Don Serafín, ¿cómo se llama esa muchachita que me salvó de morir? – dijo mi padre todavía completamente pálido ante la cercanía de la muerte.

Esa chica es Mélida Builes Mendoza, hija de Don Jesús Builes, el dueño de la finca panelera más grande de esta región y es mejor que no la mire, Sotico, porque usted está muy negrito y muy pobre para ella, y lo que ella dijo fue para salvarle la vida y nada más.

- ¿Y es que usted la conoce mucho o qué?...

- Claro, hijito, yo la conozco porque ella está estudiando el bachillerato en Copacabana y viaja cada ocho días en la línea con nosotros.- terminó de decir el hombre, mientras se secaba las gotas de sudor que le había hecho salir el incidente.

A mi padre se le fue pasando el susto y, dos o tres kilómetros más adelante, giró la cabeza y le dijo a la hermosa chiquilla:

- Gracias.

- Por nada – contestó ella con una amplia sonrisa

Las cosas se quedaron así, pero mi padre no podía dejar de pensar en esos ojos lindos, en esa boca de labios gruesos y sensuales, y en esa cabellera negra y abundante que Mélida no dejaba de mover y de arreglar. Bachiller, rica, de buen corazón, de manos blancas y lindas, la cosa iba a estar difícil, pero él no podía renunciar, porque esa era la mujer de sus sueños y la futura madre de sus hijos. Eso se llamaba amor a primera vista y en condiciones difíciles.

“Desde ese día el sol fue más radiante y hermoso, los gallos cantaron con más fuerza en las mañanas y los ojos de la yegua mora, que pastaba al frente de su casa, empezaron a parecerse a los de la valiente Mélida Builes Mendoza. La vida era hermosa y acelerada para el pobre hombre.

“Ahhh pero todavía me falta lo más importante” pensó mi padre enamorado “Hay que conseguir dinero rápido, porque la niña rica está muy mal enseñada y así la cosa se va a complicar un poco. Tengo que aprender a jugar cartas y dados, porque necesito ganar rápidamente una fortuna”

Y todo se hizo así, aunque la fortuna rápida no llegó y los pocos pesos que tenía, volaron perdiéndose detrás de su gran ilusión.

Pasaron los días y, con sus bríos juveniles, muy pronto, fue un muy buen ayudante o fogonero que llamaban en ese tiempo. Y fue así, entre el viaje de ida para Medellín los lunes y el viaje de regreso los sábados, la chiquilla linda quedó enamorada por las mandarinas, las ciruelas y el mecato que su príncipe rescatado siempre le compraba. El amor los había flechado y el tiempo desapareció en medio de su felicidad.

Después de terminar el bachillerato, la dulce novia, empezó a estudiar enfermería en la Universidad de Antioquia, mientras que su galán se especializaba en los juegos de azar, buscando ganarle al destino una rápida fortuna que se demoraba en llegar. Pero sí, llegaron las dificultades, porque los hermanos de Mélida, mi futura madre, eran conservadores, blancos de ojos azules y ricos, y mi padre negrito y pobre. Así marchaban las cosas y aunque Jorge Soto no podía arrimar a la casa de los Builes, mi madre se escapaba y se iban a conversar a la casa de, Gabriela Duque, una amiga de ella que les hacia el cuarto, hasta que, gracias a Dios, intervino la mano recia de Don Jesús Builes, mi abuelo, para calmar los arrebatos machistas de sus hijos. La violencia bajó un poco y mi padre se quedaba tomando aguardiente y acechando su gran amor, con los amigos, en una cantina que quedaba al otro lado del puente y a muy pocas casas de la casa de mi madre. El viejo autorizó la relación de los novios y todos permanecieron calmados y en paz.

Fue en esa cantina que mi padre se embriagó por primera vez, escuchando un disco, “Consejo de Oro” que le hacía recordar las penurias que tuvo que soportar su madre cuando él estuvo ausente. Esa noche corrió el aguardiente y el ron y a eso como de las doce de la noche, Serafín y Marino, el antiguo ayudante, se fueron a llevarlo a la casa, porque el borrachito no podía caminar.

Tocaron la puerta y después de un largo silencio se escuchó la voz recia de María Felisa barrera que preguntó:

- ¿Quién es?...

- Somos los amigos de Jorge, que se emborrachó mucho y casi no es capaz de caminar…

La señora recibió el borracho y sacando una correa, empezó a pegarles correazos a los amigos de mi padre.

- Eso les pasa por alcahuetas, con este sinvergüenza – que también recibió como veinte correazos, de la furia de mi abuela. Esa es una anécdota que nunca pudo olvidar mi viejo que al otro día amaneció con las manos todas moradas.

Pasaron ocho largos años, de noviazgo, en que mi padre aprendía a manejar el camión y al mismo tiempo perdía todos sus ahorros y parte de los ahorros de mi madre, aprendiendo a jugar. Hasta que llegó el día en que el azar se manifestó y mi padre en una jugarreta de dados, se ganó trescientos cincuenta pesos, que en ese tiempo era una pequeña fortuna.

Mi padre siempre tuvo en cuenta una frase que le repitió la abuela desde que era un niño: - “Hijo, las mujeres se escogen por la raza, como los animales” “Si, algún día te piensas casar, elige una mujer de buena familia, con buenos principios morales, sociales y religiosos, porque una dama bien educada, siempre seguirá siendo una buena dama en los buenos tiempos y en los tiempos difíciles también”. - Fue de esa manera que, desde hacía tiempo, mi madre había sido elegida por mi padre, porque pertenecía a los “Builes”, una de las familias más distinguidas y adineradas de “Santo Domingo Antioquia”. Mélida Builes Mendoza era la enfermera del pueblo, graduada en la Universidad de Antioquia y perteneciente a una distinguida familia, pero eso no acobardó a mi padre que, envalentonado, con una pequeña fortuna en el bolsillo, llegó a la casa de su enfermera amada y pidió la mano de su reina. Don Jesús Builes aceptó y callando las protestas de sus hijos le dijo al futuro esposo de su hija:

- Haga sus vueltas, que yo corro con los gastos de la fiesta y todo lo que necesite mi hija,

Y así se hizo, un martes cinco de abril de mil novecientos sesenta, a las seis de la mañana en la catedral de Santo Domingo Antioquia, contra todo pronóstico, se casaron Jorge Soto Barrera y Mélida Builes Mendoza, y después de una pequeña fiesta, se fueron de luna de miel para el hermoso municipio de La Ceja del Tambo, que era el pueblo donde iba a trabajar mi padre, porque la misma noche en que se ganó el dinero jugando, se encontró al Ingeniero químico Gabriel Amado Duque, jefe de procesos de la Locería colombiana y le contó que se iba a casar, y el buen amigo le ofreció un empleo en ese pueblo, a manejar un Unimog de mercedes , vehículo importado desde Alemania para sacar piedra de una mina. Todo quedó consumado y al otro día se montaron en el tren que iba para Medellín y de allá muy felices marcharon rumbo al maravilloso futuro que les brindaría la vida. Llegaron a los talleres de la Locería Colombiana, en el municipio de Caldas, y el jefe de mecánicos le mostró a mi padre el automotor que la empresa recién había traído desde Europa, era un Unimog de la Mercedes Benzs, una volqueta pequeña con llantas inmensas como de tractor.

- Este es un vehículo con motor Diesel, una caja mecánica con cuatro cambios en línea, una velocidad doble, para las subidas de fuerza y la reversa, se maneja exactamente como un campero de los muchos que usted debe haber manejado.

- Sí, señor,- contestó mi padre, un poco intimidado con el automotor que era primera vez que observaba en su vida, porque no lo había visto ni en una cartilla. Avanzó hacia el vehículo, lo encendió, lo puso en marcha y fue a dar una vuelta por el parqueadero y regreso con una sonrisa de oreja a oreja, con el monstruo completamente dominado.

Mi madre se subió en el puesto del copiloto y con sus dos pequeñas maletas, marcharon trepados en el espectacular rocinante como si fueran “el quijote de la mancha y su linda dulcinea del toboso”. Marcharon para el municipio de La Ceja del Tambo, a luchar contra inmensos molinos de viento y contra sus propios miedos.

“El día era soleado y hermoso cuando, de repente, en una curva apareció la cascada más espectacular que nuestros humanos ojos hubieran visto, era como una cabellera inmensa que brillaba ante el sol con miles y miles hilillos de plata”.

“Yo sin pensarlo mucho, giré a la derecha y cuadré el novedoso vehículo en el parqueadero del “Tequendamita” un acogedor restaurante, que nos esperaba con el olor de los frijoles recién hechos y de las carnes freídas al calor de las brazas del fogón. El administrador y las meseras se quedaron mirando nuestro increíble transporte, y después se pusieron a nuestro servicio. Pedí dos bandejas con frijoles, chicharrón, arepas de mote y mazamorra con dulce macho y mientras nos servían, nos fuimos a contemplar la maravillosa cascada que nos hacía sentir como si estuviéramos viviendo un cuento de hadas. Después de que almorzamos nos bañamos en la cascada y, con ropa y todo, dejamos que el agua estallara en nuestros cuerpos hasta convertirse en miles de diamantes diminutos que nos acercaron al mundo perfecto de nuestro amor”.

“Salimos del agua como unos pollos mojados y cabalgamos nuevamente a nuestro poderoso rocinante de acero, que nos llevó por la mitad de ese jardín que es el oriente antioqueño”.

“Llegamos a eso de las tres de la tarde, de un día soleado, al impresionante alto de La Ceja del Tambo, y mi mujer no pudo contener las lágrimas cuando vio la extensión del hermoso valle coronado por la imponencia del Monte Capiro, que se alzaba majestuoso.”

Los ojos de mi madre estaban acostumbrados a las pocas casas y a la tierra amarilla y estéril de otros pueblos y debe de haber sido muy impresionante, para ella, la inmensidad y la intensidad del verde esmeralda de La Ceja.

- Al llegar al alto de La Ceja, sentimos brisas liberadoras. Me asomé a ese valle inmenso y vi, allá, en la profundidad de mi mente, una familia numerosa, educada y feliz, y, desde entonces, no volví a recordar mi pasado y sólo miré a ese horizonte que poblamos de hijos hermosos, de alegrías, de desafíos y de sueños, que al final nos están haciendo muy felices – dijo mi padre entusiasmado cuando lo estaba entrevistando para escribir este libro. – Si alguien me pide que le diga en dónde está el secreto para vivir tantos años de felicidad, le contestaría sin dudarlo, que la felicidad está en el olor del pan recién hecho, en mi humilde hogar, en el amor cálido de mi familia, en la salud y en el éxito de mis hijos, y en los ojos brillantes y esperanzados de mis nietos. El gran logro de mi vida, ha sido vivir mi vida intensamente, disfrutando de las cosas sencillas, y comprendiendo que LO MÁS IMPORTANTE EN LA VIDA, ES LA VIDA MISMA. Sin arriesgarla con las locuras de los deportes extremos, o con el peligro de las acciones ilegales que te llena de ambición, que te hacen un delincuente y sólo te pueden llevar a la muerte. Porque, ¿Para qué le sirvió el dinero a Pablo Escobar y a muchas otras personas que perdieron su vida ambicionando cosas que no tuvieron tiempo para disfrutar?...

- Padre… ¿Entonces no se pueden correr riesgos?... –le pregunté, nuevamente, para que los lectores comprendan esa filosofía de vida que siempre nos explicó.

- No se pueden correr riesgos inútiles, hay que evitar el peligro a toda costa. Hay que cuidar la vida porque es una sola y muy frágil por cierto. Pero no me cambies el tema que yo te estaba hablando de mis más lindos sueños, porque si cada hombre se analizara más a sí mismo y se preocupara menos por lo que han logrado los otros, descubriría que su visión del mundo es distinta a la de todos los demás. Desde mi humilde infancia, en la que mi madre lavaba ropa ajena en una quebrada par llevar un poco de comida a nuestra mesa, descubrí que todos mis humildes esfuerzos hacían cambiar mi yo, y cada nuevo cambio y cada nuevo logro me traían una nueva visión del universo. Esa fue una de mis principales diversiones, a lo largo de mi vida, soñar mundos para mis futuros hijos y crear en mi mente todo un universo feliz para mi familia. A veces pienso en esos hombres, que se pasan la mayor parte de sus vidas encerrados en las fábricas, sin tener un momento de ocio para soñar y me imagino que esos hombres no han sentido la alegría de ser libres como el viento… No, para todo hombre, el trabajo es un placer, por humilde que este sea, y no todos son capaces de llevar sus almas hasta los últimos y más deseados sueños… Fastidiarse durante los largos momentos de descanso, es señal de incapacidad para conocerse a sí mismo. Aquellos hombres que odian el tiempo libre entre una labor y otra, son hombres incapaces de pensar y de soñar, para ellos su alma es como algo desconocido que no han podido comprender… ¡Soñar!... Esa fue mi más grande diversión durante toda la vida. A veces, cuando iba por la carretera haciendo un viaje, soñaba con todos mis hijos yendo a la universidad y era tan grande mi deseo, que al final siempre lo logré. Todo pasa, todo cambia y todo vuelve a renacer en nuestro interior y el alma se va tornando inmortal. En aquellas regiones profundas de mi alma, aquel viaje al municipio de La Ceja del tambo, fue alegría, fiesta y eternidad. Presentimientos de mi alma, que se fortaleció en la miseria de mi primera infancia. Fue algo así como un eterno despertar a la grandiosidad de una familia bien constituida, que apenas se iniciaba. Allí empezó todo lo que hoy somos. Alegría, felicidad, futuro. Eterno sueño, en el eterno lago de la vida, en estos casi cien años de felicidad y rodeado de hijos y nietos espectaculares que van a seguir perpetuando nuestra felicidad…

Todo sucedía muy rápidamente, mi padre ya se encontraba casado con su hermosa mujer, tenía un empleo manejando un automotor de llantas inmensas, que parecía sacado de la segunda guerra mundial, y estaba llegando a un pueblo, que más que un pueblo era un paraíso y rodeado de personas buenas con una amabilidad nunca vista en otro lugar.

En la entrada de La Ceja del Tambo, quedaba la bomba de gasolina y otros combustibles de don Jaime Bedoya, en el barrio de “La Virgen de Fátima” que fue al primer sitio al que llegó mi padre con el monstruoso automotor, que en ese tiempo casi nadie conocía. Don Jaime se quedó sorprendido con la pequeña volqueta que andaba montada en cuatro llantas grandes como las de un tractor. Las personas se acercaban curiosas para observar la imponente máquina y mi padre se pavoneaba orgulloso, sintiéndose el piloto de aquella nave que parecía salida de otro mundo. Mi padre hizo cargar de combustible el vehículo y compró cien galones de ACPM, que Don Jaime empacó en unas canecas metálicas de color rojo. Mi padre le dijo que se iban a quedar hasta el otro día y don Jaime los mandó para el restaurante de “La niña Aleja”, una amiga suya que les daría hospedaje y comida hasta el otro día. Fueron donde la amable señora, descargaron el equipaje y mi madre se quedó organizando todas las cosas, mientras que mi padre regresó a guardar el automotor y a conversar con don Jaime Bedoya.

El buen hombre le guardó el Unimog mercedes en un garaje muy amplio de la bomba de gasolina y le prestó un auto ford 1948, insistiendo para que fuera a dar un paseo por el pueblo.

- Aquí, en La Ceja, sólo hay cuatro carros pequeños, dos camiones y una volqueta.- Dijo Don Jaime Bedoya, Entregándole a mi padre las llaves de su hermoso auto – Yo tengo este crevrolet 1948, Saro Ríos tiene un Packard 1928 de ocho pasajeros, Samuel Córdoba un Ford 1953 y Jesús Bernal un Ford 1954. Los dueños de los camiones de escalera son: Carlos Enrique Tobón y Don Antonio Román y la volqueta es de Leandro Bedoya.

Mi padre salió a dar una vuelta en el auto prestado y se fue por el sector de Payuco, una carretera sin pavimentar y muy llena de lodo, cuando se encontró a una buena mujer que trataba de llevar a su querido esposo en una carreta.

- ¿Qué le pasa señora? – le preguntó, mi padre, a la frágil mujer que no era capaz de sacar la pesada carreta atascada en el fango.

- Es que mi esposo tiene una infección en un pie y estoy tratando de llevarlo al consultorio del doctor Demetrio Chica Garcés, para que lo evalúe.

- Deje la carreta ahí y vengan que yo los llevo en este carro. – dijo mi padre, tratando de ayudar a la original pareja.

Ellos se quedaron mirando unos segundos y al ver que era una buena idea, se subieron con mucha dificultad en el automotor y por el camino se fueron hablando con mi padre.

Mi nombre es Mario López, alías “Medio Poncho” y ella es mi esposa, Berenice Duque, ya llevamos muchos años casados y ya viene en camino nuestro quinto hijo – Dijo el buen hombre, señalando la casi imperceptible preñez de su esposa.

- Oíste, hombre, ¿Y por qué te dicen “medio poncho”? – preguntó mi padre sin poder ocultar una inmensa sonrisa.

- Es que mis hermanos y yo, somos músicos, yo toco el bombardino en la banda municipal, - explicó el hombre con orgullo reflejado en su rostro- Nos fuimos a tocar en una fiesta y mi padre, después de tomarse muchos aguardientes, se quedó dormido cerca al fogón donde estaban haciendo las empanadas y, cuando despertó, se le había quemado la mitad del poncho. A mis hermanos y a todos mis amigos les dio mucha risa y desde ese día nos llaman a todos “medio Poncho”.

“Llegamos al consultorio del doctor, y, apoyado en mi hombro, se bajó con mucho cuidado Don Mario López, el hombre que muchos años después sería uno de mis más grandes amigos”

El doctor Chica estaba limpiando unos discos y los hizo a un lado cuando entramos, como preparándose para atender nuestra consulta.

- Buenas ardes, señores, - nos dijo el elegante y bien educado doctor - ¿En qué les puedo servir?

Don Mario explicó lo del nacido infeccioso que tenía en el pie derecho, mientras que yo lo ayudaba a llegar hasta la camilla que estaba arrimada contra la pared del fondo. El doctor lo revisó, fue y se colocó unos guantes, vino y le apretó el nacido hasta que soltó un chorro de pus amarilla. El pobre “Poncho” se retorcía adolorido, mientras que el doctor le realizaba la curación.

- Y usted quién es, amigo, ¿Por qué usted, es nuevo en esta tierra? – me preguntó el doctor, sin levantar los ojos de la herida del paciente.

- - Yo soy, Jorge Soto Barrera, conductor de un unimog de la Locería Colombiana, en la vereda de “San José”, pero en estos momentos soy el taxista que ha traído a Don Mario, que venía montado en una carreta muy viejaaa – dije medio en broma.

- Ahhh, servicio de taxi, que bueno amigo, Jorge Soto, porque yo lo he necesitado muchas veces, cuando hago consultas a domicilio. ¿Y dónde te estás quedando, por si te necesito en estos días?..

- En el restaurante de “La niña Aleja”, allá en el barrio de la virgen de Fátima, pero voy a estar sólo esta noche, porque mañana me voy para la vereda de “San José” a sacar piedra de la mina. ¿Oiga doctor y es que, a usted, le gusta la música?... – pregunté un poco intrigado, por la hermosa victrola y por la gran cantidad de discos que reposaban sobre el escritorio del galeno.

- La música y la medicina son mis dos grandes pasiones – contestó el elegante médico, que nunca descomponía sus buenas maneras.

- A mí también me encantan los tangos y canto para mis amigos, cuando la felicidad brota de mi alma. – dijo mi padre, señalando uno de los acetatos del inolvidable “Carlos Gardel” que reposaba sobre la mesa.

- Y porqué no cantas un tanguito, a ver si don Mario se alivia con tus melodías.

Decirle eso a mi padre era despertar el cantor que siempre llevó en su corazón. Allí en el consultorio, esa tarde, cantó “Mano a mano” de Gardel y muchas otras canciones, hasta que Don Mario estaba ya casi curado y tocó llevarlo otra vez hasta su casa.

Mi padre llevó a la feliz pareja hasta el barrio “Payuco” y Don Mario, en agradecimiento, le metió un peso en el bolsillo de la camisa y un peso era mucho dinero en ese tiempo. Ese día empezó mi padre a ser un taxista en el municipio de La Ceja del Tambo y consiguió dos amigos que serían muy importantes en el futuro de nuestras vidas.

Mi padre regresó al restaurante y, a la luz de las hermosas velas y de las rosas rojas con las que “La niña Aleja” y mi madre habían adornado la mesa, cenaron pollo asado, papas cocidas, ensalada de verduras y jugo de las extraordinarias moras que se cosechaban en La Ceja.

A mi padre cómo que le entró sueno muy rápido, después de la comida, porque insistió muy temprano para que se fueran a dormir. Además, al otro día tenían que marchar para la vereda de “San José”.

La Ceja es un paraíso de inusitada luminosidad y, al otro día, el brillante sol iluminó el novedoso automotor, cuando cruzó rugiendo por el parque de la plaza central, en busca de una nueva vida en “San José”.

El tiempo volaba agitado por la brisa que golpeaba en el rostro de mis padres, las curvas se sucedían una tras otras, hasta que apareció el alegre caserío inundado de fiesta.

La música resonaba en las victrolas de las cantinas, donde se encontraban los campesinos tomando cerveza, y las señoras hacían mercado en las tiendas de Don Fausto Osorio y de don Manuel Arboleda. Allí vendían, carne, arroz, manteca, chocolate, panela, vestidos, ollas, platos y todo lo que una joven pareja podría necesitar. Mi padre sólo se detuvo a preguntar por don “Pepe” Tobón, el buen hombre que les iba a brindar hospedaje durante su estadía.

La gente se arremolinó a mirar el poderoso automotor que ellos nunca habían visto, mis padres descendieron del vehículo y entraron a saludar a Don “Pepe” y a toda su familia. Los Tobones eran rubios, altos y delgados, con apariencia de alemanes, o de europeos, porque en su piel blanca no se veía el mestizaje con los negros o con los indios por ningún lado.

- Bienvenidos a nuestra humilde morada, - dijo el amable patriarca que los acogió con mucho cariño.

Les asignaron una cocina y un cuarto independientes, que les sirvió de morada en los próximos cuatro años.

Mi madre permaneció toda la tarde acomodando sus cosas, mientras que mi padre se fue a escuchar música y a tomar unas cervezas con Jesús María Tobón y con Roque Botero Tobón, los dos escuderos o ayudantes en la difícil labor de cargar el feldespato y el cuarzo que iban a cargar en las minas.

Para mi madre todo era una novedad, En esa casa no había luz eléctrica y cuando supo que le tocaba cocinar con leña, ella se puso a llorar porque ni siquiera sabía cocinar. Mi padre la trataba con mucha dulzura y la tranquilizó, invitándola para una romería que se iba a celebrar esa noche, en el salón de la acción comunal, para recolectar fondos para los regalos de los niños en el próximo diciembre.

Así se hizo. Cayó la noche y mi padre y mi madre llegaron al salón con sus mejores galas, cuando el animador ya estaba dictando los números del primer juego del “Bingo”. En la sala todos se quedaron mirando a la elegante pareja y el animador confundido, dijo:

- Un saludo muy cordial por parte de toda la comunidad, al señor alcalde de La Ceja y su esposa, que acaban de llegar a nuestro corregimiento.

Todos los presentes aplaudieron y mis padres no sabían qué hacer, hasta que Roque Botero Tobón, se acercó al animador y aclaró el mal entendido.

- Pido disculpas a Don Jorge Soto y su esposa, el nuevo conductor de la Locería Colombiana, por el pequeño mal entendido, pero de todas formas esperamos que colaboren mucho y que la pasen muy bien en nuestra vereda, muchas gracias por su asistencia. – dijo el animador para aclarar el malentendido, antes de continuar con la fiesta.

La vida de mis padres fue un sueño de felicidad a partir de ese momento. Los huevos, la carne, las frutas y la leche, abundaban en aquella comunidad y los pocos meses mi madre empezó a vomitar con las ansias de su embarazo en la espera de su primer hijo. El tiempo volaba y mi madre se ocupaba poniendo inyecciones y atendiendo las heridas y las pequeñas enfermedades, de ese caserío que todavía no tenía puesto de salud, y tejiendo las camisitas y los gorritos para su hijo primogénito.

Un día nació Rodrigo Eliecer, mi hermano mayor, blanquito, rubio y con los ojos verde azules, el problema es que mi padre es moreno oscuro y el muchachito parecía un ángelito en sus brazos.

- Ese niño es un huevo cambiado.

Le decían bromeando todos sus amigos, pero mi padre sonreía tranquilo, porque ellos no sabían que María Felisa Barrera, su madre, era una rubia de ojos azules y que Don Jesús Builes, el suegro, también era blanco de ojos azules y algo se tenía que heredar de los abuelos. Después nació Mélida, la segunda hija y también nació rubia y blanquita, como una nube de primavera. Era mi padre, negrito como un carbón, cargando dos hijitos muy rubios y toda la gente asustada, pero felices con esos niños tan lindos.

Todo iba a las mil maravillas, hasta el día en que en una subida la pequeña volqueta se desestabilizó con la pesada carga y se volteó, atrapando a Jesús María Tobón por el estomago contra la grama, todos corrieron alarmados, mientras que Jesús María se debatía entre la vida y la muerte, la comunidad levanto el vehículo y llevaron a Jesús María para Medellín, donde tardó muchos días en recuperarse. El trabajo era muy duro, pero mi padre nunca igualó el trabajo con la vida, para él, una cosa era trabajar y otra vivir y soñar. Él nunca consideró que el trabajo era el destino mismo, y nos enseñó que se pueden hacer muchas cosas, sin esperar sumar un valor económico, porque él siempre supo que el dinero, que fue tan escaso en su infancia, no hacía la felicidad ni en nuestro hogar, ni en la vida. Mi padre y mi madre siempre nos educaron para la libertad y para la felicidad, y nos dejaron elegir libremente la carrera que deseáramos. Siempre tuvimos la libertad de elegir, libremente, como seres humanos avanzados, lo que nos gustaba hacer como pasatiempo o como vocación de vida. En nuestro hogar no les pareció correcto, que las restricciones arruinaran el florecimiento de los talentos y fue así, que cada uno de mis hermanos eligió su profesión y yo, el más rebelde de todos, el que nunca aceptó el método prusiano de la educación Colombiana, que nos castiga por cometer los errores que nos fortalecen como profesionales, termine siendo un escritor aficionado y un finquero feliz.

La vida continuó sin novedades, hasta que el desarrollo llegó y el departamento abrió la carretera hasta la vereda de “La Miel” y el famoso Unimog dejó de ser rentable. Mi padre se quedó desempleado y se marchó a vivir a La Ceja del Tambo, con su hermosa familia.

Llegó al pueblo y empezó a ser el taxista que siempre había soñado ser.

Y, desde entonces, con el alma llena de optimismo, no volvió a mirar hacia atrás, sino hacia ese horizonte que pobló de esperanzas, alegrías y sueños. ¿Qué hizo mi padre y en que se ocupó desde ese día?...

Soñar…

Llenó el horizonte de metas, de alegrías y de desafíos.

- Y cuando estuve viviendo en aquel pueblo maravilloso, me concentré en mis actividades y dije: Tengo que imponer mi voluntad a la vida, y así fue, porque no podemos abandonarnos a la casualidad. Sólo alegrías recibirás si cumples una ruta predeterminada, porque todo el universo se pone en marcha y te ayuda a lograr tus objetivos, por difíciles que ellos parezcan. – sentenciaba mi padre.

De la vereda de “San José” vinieron nacidos, Rodrigo Eliecer y Mélida de la Cruz, mis primeros hijos, que con el viaje y el cambio de ambiente llegaron indispuestos y les dio una gastroenteritis a los dos. A las seis de la tarde, llegué del parque donde estuve buscando trabajo todo el día, y mi esposa me informó que los niños estaban muy enfermos. Yo no tenía ni un solo peso en los bolsillos, después de pagar el arrendo y de surtir la casa, pero me acordé de la amabilidad del doctor Demetrio Chica Garcés y llevé mis dos críos a verlo.

- Doctor mis hijos están muy enfermos, necesito que usted me los atienda, pero no tengo ni un solo peso – Le explique a mi amigo, muy angustiado.

- - Tranquilo, hombre, que lo primero es la salud de los niños.

Reviso a mis pequeños y extendió la receta que me entregó, diciendo:

-Vaya a la esquina, a la droguería “Universal” y le dice a mi socio y cuñado, Fabio Osorio, que le despache esta fórmula y que se la anote, porque yo le di la autorización.

Así se hizo. Mi esposa le dio la droga a los bebes y al otro día se notó la mejoría y, muy pronto, estuvieron completamente aliviados. Yo empecé a trabajar de taxista, manejando un Desoto 1938 color vino tinto, propiedad de Don Gilberto Bedoya y mi vida continuó por el camino de la felicidad. – dijo mi padre.

En las familias tradicionales Antioqueñas, que siempre fueron muy numerosas, nacían los hijos casi cada año y entonces, rápidamente, nacimos Jorge, Norelly, ferley y Yair. Ya éramos seis y estábamos muy felices. Mi padre era el mejor padre del mundo y todas las noches, cuando llegaba, nos decía:

Cada uno pude escoger un bolsillo, que para todos traigo cositas. En el primero había galletas, en el otro un bocadillo, en el tercero gomitas, en el cuarto una chocolatina, en el quinto caramelos y así. Todos terminábamos felices, después mamá nos lavaba los dientes y a dormir. Así pasaban los primeros días de nuestra infancia y nuestras almas sólo soñaban con las cositas que, por la noche, iba a traer nuestro padre, y el mundo se nos convirtió en un inmenso paraíso, lleno de golosinas, frutas frescas y desafíos deliciosos. Así mismo, el universo nos presentaba una cantidad ilimitada de oportunidades y, con el carácter recio, que íbamos desarrollando en la familia de los Sotos, porque mi padre era un valiente, de esos que no le temen a nada, cada uno fue escogiendo su camino, porque en nuestro hogar nos educaron para la libertad y para la felicidad… ¿Cómo no ser felices, al poder escoger la cantidad ilimitada de oportunidades, que siempre nos ofrecieron nuestros padres?... Nuestra gran felicidad, era la felicidad de ser ilimitados y eternos.

Mi padre trabaja con un taxi en el parque de La Ceja, y entre viaje y viaje, se refugiaba en “La Ceiba”, un bar tradicional en el que se jugaba billar, cartas y dominó. Mi padre permanecía en ese lugar durante la mayor parte del tiempo, porque el pueblo era muy pequeño y los clientes muy escasos, convirtiéndolo en su oficina y en la oficina de casi todos los hombres que trabajaban en el pueblo. El dueño y administrador del bar era Don Erasmo García, un cejeño de pura cepa, un hombre muy alto y de muy buen corazón.

- Jorge, ¿quién es el dueño de ese taxi que estas conduciendo? – Le preguntó don Erasmo García a mi padre.

- Ese carro es de Don Luis Ángel Ramírez “Pichillo”

- Yo pienso comprar ese carro, para que usted vaya trabajando y me lo vaya pagando en cómodas cuotas mensuales, para que así, de una vez, asegures la comida de tus hijos. – Anotó el buen hombre con una sonrisa en el rostro - ¿Cómo te parece la idea?...

- Una idea maravillosa Don Erasmo, y muchas gracias por pensar en mi futuro y en el futuro de toda mi familia.

Así se hizo, Don Erasmo García compró el auto y permitió que mi padre lo fuera pagando en módicas cuotas, sin intereses. Una vez más el buen corazón de los cejeños raizales, se dejaba ver en toda su expresión.

Mi padre viajaba de un lado para el otro con su “Tortuga” vino tinto, y de esa manera iba criando a sus pequeños hijos.

Estaban en la mitad de un diciembre con sabor a pueblo, a natilla de maíz criollo y a buñuelos calientes, y la gente no dejaba de pasar en busca del “Anarkos” el bar de los ganaderos ricos, en el que estaba Nano Bernal, repartiendo cobijas y paqueticos de carne de cerdo. Mi padre no pudo aguantar la curiosidad y se asomó para mirar la inmensa fila, de las personas que venían a reclamar el aguinaldo del hombre más generoso y rico del pueblo. Nano Bernal era el gerente de “Maquinal” una empresa que importaba repuestos y maquinas de todo el mundo, para el creciente desarrollo de Antioquia.

- Oí, negro, ¿y voz porqué no has venido a reclamar tu aguinaldo? – Gritó el buen hombre desde el otro lado – Venga, venga.

Mi padre no pudo rechazar el llamado del más querido de los cejeños en toda su historia. Y caminó los veinte metros que lo separaban del empresario.

- “Brujo”, venga para que reparta las cobijas, que yo necesito hablar con el amigo. – dijo Nano Bernal.

Mi padre estiró la mano y con una sonrisa inmensa le dijo:

- Mucho gusto, Jorge Soto Barrera para servirle. Don Nano.

El empresario estaba tomando trago con dos trabajadores del municipio, con don Antonio García y con “Tulito García, que eran los mejores músicos de La Ceja, en ese tiempo y después también.

- Negro y dónde tienes el carro, porque esta noche es de fiesta y necesito que me lleves con mis amigos a “Casas Viejas”, la finca de mis amores.

- Tranquilo Don Nano, que yo lo tengo al frente de “La Ceiba” – contestó mi padre, observando el mercedes azul turquí, parqueado a todo el frente de la cantina, que era propiedad del exitoso empresario.

- Don Nano,- dijo Don Arturo Villada “El Brujo”, que era trabajador del municipio y amigo incondicional de aquel buen hombre. – se acabaron las cobijas.

- Entrégueles unos mercados que traigo en la cajuela del carro y, a las personas que falten, les dice que mañana voy a seguir repartiendo en la finca.

Bueno “Tulito”, que siga la fiesta y los experimentados cantantes entonaron un tango que mi padre cantó a todo pulmón con el rico comerciante, y fue de esa manera que nació una amistad muy grande entre mi padre y el difunto Nano Bernal.

El licor corrió en abundancia y mi padre, como estaba trabajando, sólo tomaba aromática de manzanilla con limón. La fiesta estaba en todo su apogeo cuando llegaron con un inválido, a pedir el aguinaldo. Nano Bernal, saltó de la mesa y corriendo las sillas, abrió un espacio para que sentaran al enfermo en la mitad de todos sus amigos.

Este es tu día de suerte, querido amigo, - le dijo Nano Berrnal, al inválido, introduciéndole tres billetes de cinco pesos en el bolsillo de la camisa. – y esto apenas es el principio, porque ahora nos vamos para la finca, donde tengo a las tres mujeres más hermosas del mundo, y te voy a regalar una de ellas, para que esta noche sea inolvidable para todos y la otra semana te voy a traer una silla de ruedas de Medellín.

Faltaban quince minutos para las doce de la noche, cuando llegó Jaime Bernal, el hermano de Nano, con un librito apretado debajo del brazo y dijo:

- Nano, mi mamá dijo que viniera por usted, porque ya está muy borracho y es mejor que nos vamos para la casa, porque de pronto se accidenta.

- Venga hermano, tómese un roncito Medellín con coca cola – dijo nano Bernal, con un poco de sarcasmo en la voz - que enseguida nos vamos a ir para “Palenque”, la zona de tolerancia, porque hoy es el día en que lo voy a llevar para que pierda esa virginidad, que lo tiene tan enredado con esa camándula que no lo deja vivir. Hoy nos vamos a beber y a bailar con las chicas de la vida alegre.

Jaime Bernal se quedó espantado, como si hubiera escuchado la voz del mismo demonio y echándose la bendición, miró con desprecio a todos los que reían de él y se marchó sin decir nada más.

Así se hizo, cuando el licor ya estaba confundiendo los sentidos, montaron la inválido en el mercedes último modelo de Nano Bernal, echaron en la cajuela el carrito que era como una camilla o silla de ruedas improvisada, al hermano del invalido que apenas era un niño y al otro trabajador del municipio, que no recuerdo cómo era que se llamaba y en mi carro nos vinimos Arturo Villada alías “El Brujo”, Tulito, Don Antonio García y las guitarras. Nos fuimos para la cristalina en busca de las “Casas Viejas”, de la comida, del licor y de la felicidad.

Todo el viaje Nano Bernal marchó adelante.

Cuando frené el carro, a todo el frente de la casa de la finca, escuché la estruendosa música que llegaba hasta nosotros desde la sala iluminada.

El mayordomo, la cocinera y tres hermosas mujeres nos recibieron en la puerta y ayudaron a entrar el inválido que Nano Bernal y el muchacho acompañante, ya habían bajado del auto. La sala era enorme y las inmensas lámparas colgadas del techo, llenaban el ambiente de una luz tan clara, como si fuera un elegante salón de baile en París. Los muebles hermosamente tallados, brillaban con sus hojas doradas sobre el rojo intenso del finísimo paño importado. Era increíble que existiera un lugar así de hermoso, en la mitad de los montes de Antioquia.

Acomodaron el invalido en una poltrona, con muchos cojines a su alrededor, cómo queriéndolo hacer olvidar de su incapacidad. La señora de la cocina fue y trajo unas bandejas con chorizos de cerdo, yucas fritas, papitas criollas, empanadas, hojuelas llenas de azúcar y chicharrones de cien patas. Las mujeres hermosas cómo que estaban muy bien entrenadas porque, en unos segundos, la mesita del centro estaba llena con vasos de agua y leche, y cada uno de nosotros tenía una copa rebosante con el mejor whisky.

- Bienvenidos a “Casas Viejas” señores, - dijo el empresario con la energía y la elegancia del hombre que lo tiene todo, y está enseñado a mandar – Hoy vamos a comer, a beber, a reír y a bailar, porque la vida es corta y no sabemos si, en el futuro, podremos disfrutar de la belleza de estas hermosa mujeres, que son mis amigas y vuestras amigas también… Siéntanse como en su casa y coman y beban que todo es gratis.

Los músicos, enseñados a rumbear, entonaron una hermosa canción y Nano Bernal, gritó lleno de felicidad, sin presentir el trágico final de su vida.

La comida, el licor y las canciones fueron llegando sin cesar y esa noche bebimos con las lindas amigas del millonario y hasta el inválido se embriagó con el whisky que el dueño de la finca le hacía tomar a cada rato.

En medio de la espectacular fiesta, el anfitrión se acercó hasta mí y metió en el bolsillo de mi camisa un rollito de billetes. Yo comprendí que esa era mi paga y, pensando mucho en mi mujer y mis hijos que estaban solos a esas horas, abandoné el bacanal y sin despedirme, me subí en mi carro y me fui en busca de mi hogar. En el camino revisé el pago y conté, doscientos pesos que alcanzaron para la cena y los regalos navideños de mis hijos. Definitivamente, Nano Bernal era el hombre más generoso del municipio de La Ceja Del tambo.

Desde esa noche el difunto Nano Bernal y yo fuimos muy buenos amigos, y digo difunto porque a los pocos meses, en un bar de Medellín, llamado “El Camello Verde”, un desconocido le disparó al gerente de “Maquinal” y le quitó la vida.

El velorio fue apoteósico y los humildes habitantes de la ceja, tuvimos que hacer fila por la mitad de un sendero de flores y de cirios encendidos, para poder lograr darle un adiós al hombre más caritativo y más humano que había nacido en ese hermoso paraíso. Los más pobres lanzaban gritos de lastimero dolor, sintiendo el vacio que había dejado su más grande benefactor.

Desde ese día se acabaron los aguinaldos para los pobres y sólo quedó el vació de la soledad y la certeza de esa terrible frase que dice: “Es que lo bueno no dura

El pueblo de La Ceja nunca pudo olvidar a Nano Bernal y mi padre tampoco.

 

El desafío de satisfacer todas las necesidades de la familia era grande. Mis hijos estaban creciendo y yo me esmeraba por brindarles una buena educación, que para nuestra familia era una de las cosas más importantes. Con el taxi Desoto de 1938 me iba bien, y aunque las necesidades no faltaban, nuestra economía estaba en equilibrio y aunque el dinero no nos alcanzaba para ningún lujo, las necesidades básicas estaban cubiertas.

Una tarde en la que yo estaba tomándome un tinto en "La Ceiba", que era y es, la cantina tradicional, en la que los trabajadores se reúnen a descansar y a jugar billar y cartas con los amigos, llegó un elegante desconocido que parecía un rico empresario.
- Hola, Jorge Soto Barrera, ¿cómo has estado?...

- Muy bien, amigo, - dije sin saber quién era el elegante extraño.
- ¿No se acuerda de mi? - preguntó el hombre mirándome a los ojos.
- No, señor - fue lo único que alcancé a decir un poco confundido.
- Yo soy Iván Osorio, alias “Buchisapa” de allá de Santo Domingo. El que vendía tirudos con coco en la escuela, y al que le quedaste debiendo dos centavos de la última carta que le llevó a tu novia.


- Ahhh, claro hombre, hace muchos años que yo me vine del pueblo y uno se va olvidando hasta de los amigos. – dije después de reconocer al travieso chiquillo que fue mi cómplice, en la más hermosa historia de amor.

El paisano llamó al mesero y le dijo:

-       Tráigame un ron doble con hielo, limón y soda, y a Jorgito le trae lo que él quiera.

-       A mí me traes un coca cola fría, porque estoy trabajando y no puedo tomar licor – expliqué. Tratando de dejar en claro mi profesionalismo como taxista.

-       ¿Cómo así hombre, no vamos a celebrar con unos tragos de licor el encuentro de dos paisanos que eran muy pobres y que ya no lo son más?- y sin dejarme responder me preguntó en tono desafiante - ¿Es que tú no trabajas de cuenta tuya o qué?...

-       Si pero es que cada hora y cada peso, son muy importantes,  porque mi familia es muy numerosa y son muy grandes los gastos.

-       Ahh, es que la cosa se trata es de dinero y de ese yo tengo por bultos. ¿Cuánto te ganas en un día como taxista?

-       Más o menos cuarenta o cincuenta pesos en el día – dije con un poco de vergüenza.

-       Bueno, yo te voy a dar doscientos dólares norteamericanos, que son como cuatrocientos pesos aproximadamente, para que trabajes hoy y mañana para mí – concluyó don Iván después de entregarme los valiosos billetes – Hoy nos emborrachamos celebrando nuestros éxitos y mañana te voy a invitar para la finca más hermosa de este pueblo, que es el sitio donde estoy viviendo.

Esa tarde nos tomamos muchos tragos del ardiente ron y lloramos las tristezas de nuestra desgraciada infancia en la que sólo hubo hambre, desolación y ropa remendada.

Al otro día nos encontramos después de la hora del almuerzo, nos quedamos escuchando tangos, nos tomamos cuatro o cinco cervezas y luego nos fuimos en su elegante auto, último modelo, para su refugio secreto.

 Llegamos a la portada de “El puesto” la finca más emblemática de nuestro pueblo, porque en ella nació y vivió el mejor poeta de nuestra tierra. Avanzamos por los doscientos o trescientos metros, del sendero que conducía hasta la mansión y, a lado y lado del camino, se levantaban unos eucaliptos gigantes, de esos que solamente nacen en el fértil valle de La Ceja del tambo. La soleada tarde azotaba nuestros rostros con la brisa impregnada del agradable olor de los diferentes pinos y de los eucaliptos.

Entramos en el parqueadero y don Iván estacionó su elegante automotor en el sonoro espacio, que crujió con el murmullo placentero, que brotó de las miles y miles de piedritas, que lo tapizaban en una sinfónica maraña que parecía hecha de huevos de paloma. Todo el sendero estaba cubierto de pulidas piedras blancas y grises, que parecían recién sacadas del más hermoso de los ríos.

Descendimos del auto y avanzamos hasta el corredor de la imponente casa de clásica arquitectura colonial.

- Esta finca es hermosa – fue lo único que alcancé a balbucear, ante el impresionante colorido de las begonias, los anturios, las orquídeas y las Josefinas, que enmarcaban aquella casa en una poesía de colores. – Esta es la casa más famosa y más hermosa de La Ceja del tambo, lástima que la ignorancia y la ambición de nuestros gobernantes, no haya permitido que se convirtiera en un museo cultural, porque en esta casa nació y creció, Gregorio Gutiérrez González, el poeta de la raza, y uno de los más grandes cantores de este país.

La inmensa puerta de comino crespo chirrió, cuando fue abierta por la antigua llave de hierro, que medía como unos quince centímetros de longitud y mostraba la vejez de su originalidad colonial. Los pisos nos hicieron sentir el calor y el suave murmullo de la madera labrada. Ante nuestros ojos se reveló a imponencia de los hermosos muebles que llenaban la instancia. Las poltronas, los sofás, los sólidos taburetes y la inmensa y labrada mesa del comedor, me informaron sin hablar, del poder económico y cultural, de la familia de nuestro más insigne escritor. Aquel hombre debe de haber sido un ministro de gobierno, un magistrado de la república o alguien muy importante en nuestro país, porque su casa era un monumento al buen gusto y a la elegancia de esa otra época en que la mayoría de los colombianos vivían en rudimentarias casa de tierra. Parecía que el espíritu de Gregorio Gutiérrez González seguía habitando en esa mansión, porque todo estaba perfectamente conservado. La madera reluciente de las poltronas, enmarcaba el púrpura intenso de los suaves cojines, en los que me senté anonadado. Mi anfitrión fue hasta un inmenso bar y trajo dos relucientes copas de cristal tallado y una botella de whisky.

- Brindemos por el poeta que le cantó al maíz, a la mazamorra, a los frijoles y a la arepa con mantequilla.

Yo sonreí por lo de la mantequilla y sentí mucha tristeza por la vulnerabilidad de los hombres que mueren en el anonimato sin dejar huella. Le di gracias a la unidad eterna y a don Gregorio Gutiérrez González, por esos lindos poemas que capturaron y conservaron la belleza de aquel sitio.

Don Iván me mostró toda la casa. Observamos la cama del poeta, que no parecía una cama sino un hermoso castillo cubierto de blancos almohadones y arropado con vaporosos tules de cielo. Esa cama era sorprendente; tallada en brillante y fino cedro rojo, era más alta de lo normal y había que subir por una escalerilla, hasta los inmaculados cojines que cubrían el mullido colchón de plumas de ganso. Enmarcado por seis mástiles hermosamente tallados con rosas y hojas de laurel enchapadas en oro. En aquel ambiente tenía que nacer la poesía, porque nuestro querido escritor tuvo una vida que literalmente fue un poema.

Caminé por toda la mansión y no pude contener las lágrimas ante tanta belleza. Llore por los niños de nuestra tierra que nunca van a conocer la obra de ese increíble poeta que le cantó al maíz, al amor y a las cosas sencillas, lloré por las gentes humilde de mi pueblo, a las que la corrupción de los políticos, le han robado la contemplación de su pasado. Lloré por la ignorancia de nuestros gobernantes, que no fueron capaces de declarar aquella mansión como patrimonio cultural del pueblo, y juré que desde ese día iba a luchar para que mis hijos recibieran una educación, que los librara de la pobreza mental que carcome a los que no saben lo que es la cultura.

- ¿Qué te pasa hombre? – me preguntó el paisano extrañado por las inmensas lágrimas que rodaban por mi rostro.

- Es que observando esta mansión, me puse a pensar en la humildad de mi rancho y en la educación de mis hijos, que apenas alcanzo a subsidiar con ese taxi tan viejo y…

- Tranquilo amigo, que mañana nos vamos para Medellín a traer unos hornos microondas que necesito y por allá derecho, escoges el carro que quieras, porque yo te lo voy a regalar.

- ¿Cómo así, hombre? – pregunté sorprendido por el ofrecimiento que me estaba haciendo don Iván. Es que…

- Observe bien, Jorgito, las propiedades que tiene el patrón y esta es sólo una, porque esta semana tengo que mostrarle “Horizontes”, una finca hermosa y espectacular, que fue de un señor de apellido Bernal, uno de los hombres más ricos de este pueblo. Esa finca también es de Pablo Correa, mi patrón. Nosotros estamos metidos en un negocio lindo, que nos tiene llenos de dólares y como usted ha sido amigo mío toda la vida, conmigo se le acabarán todos los problemas. Tome, guarde estos billetes para que le compre ropa a los muchachos y deje esa lloradera que usted ya está en el equipo de los triunfadores.

Al otro día nos fuimos para Medellín y mi paisano“Buchisapa” insistió que nos fuéramos en mi destartalado taxi desoto modelo 1938. Aquel amigo mío era un poco extraño, unas veces llegaba vestido con traje y adornado con muchas joyas de oro, como un magnate petrolero y hoy, precisamente, cuando nos veníamos para la ciudad de Medellín a comprar los hornos microondas, llegó con una ropa vieja, completamente manchado de pintura, como si fuera el más vulgar de los pintores. Yo me quedé sorprendido ante su imagen y sin poder guardar silencio le dije:

- ¿Oiga paisano, y usted estaba pintando la finca a última hora, o porqué está tan sucio? …

- Ahh, es que ese es mi trabajo. Yo, en esa finca, apenas soy el pintor y cuando alguien de la calle le pregunte cuál es mi trabajo, usted le contesta que yo soy pintor de fincas y nada más. ¿Listo, Jorge? Yo soy un contratista de pintura solamente. A la esposa suya y a sus hijos también les dice que yo tengo un contrato de pintura en una finca y a nadie le puede contar que yo le voy a comprar un carro hoy. ¿Listo?...

- Bueno, señor – fue lo único que alcancé a decir, aunque la cabeza me estaba dando vueltas.

Llegamos a Medellín y don Iván dijo que fuéramos primero a comprar el carro, porque no podíamos estar encartados con los hornos dando vueltas por ahí. Fuimos a los mejores concesionarios y el hombre me quería comprar un Toyota último modelo y me asusté porque esos carros eran muy costosos y yo no me quería comprometer mucho con ese extraño regalo. Yo me llené de vergüenza y lo llevé hasta una compra venta de autos de segunda y escogí un Plymouth de 1955 de color verde botella. El paisano respiró como resignado y me dijo:

- Yo te iba a regalar el carro último modelo que escogieras y tú eliges ese vejestorio, por eso es que nunca vas a salir de la pobreza, porque tú eres demasiado humilde y siempre te va a perseguir la escasez y la humildad.

El hombre estaba furioso, pero al final se resignó con mi inesperada elección. Sacó un grueso fajo de dólares, pago el potente auto con el que yo siempre había soñado y les dijo a los del concesionario que, al otro día, yo vendría a recogerlo y a firmar los documentos de propiedad.

Yo estaba feliz. Nos fuimos a desayunar y después nos fuimos para la plaza minorista a comprar diez cajas de cartón, veinte kilos de tomates de árbol, veinte kilos de granadillas y veinte kilos de naranjas. A mí me pareció que el paisano estaba comprando demasiadas frutas, pero guardé silencio. Marchamos en busca de los hornos microondas. Los compramos y cuando ya los teníamos en el carro, los camuflamos en las viejas cajas de cartón y los cubrimos con las frutas. Aquel camuflaje que le hizo don Iván a la mercancía, me dejó muy pensativo. ¿Para qué necesitaba don Iván diez microondas de los más grandes?... ¿Porqué los estábamos camuflando?... Traté de pensar en otras cosas y me dirigí en mi anticuado auto hacia La Ceja del tambo.

Nos vinimos hablando de nuestra difícil infancia en el pueblo de “Santo Domingo de Guzmán” y cuando íbamos por el sector de las palmas, a todo el frente del restaurante “El Indio”, había un retén militar. Don Iván se puso muy pálido, metió una gran cantidad de dólares debajo del cojín y me dijo:

- Yo me voy a hacer el dormido y si te preguntan qué llevamos, tú les dices que unas frutas para la tienda. ¿Listo?...

- Bueno, señor- contesté completamente asustado. Avancé lentamente detrás de los otros autos. Llegué hasta el retén. Saludé al oficial. El policía me miró a los ojos, observó las cajas por la ventanilla y con la mano me indicó que continuara después de fijarse en la elegante camioneta que venía detrás de mí y a la que por supuesto detuvo.

El paisano levantó la cabeza con sigilo y dijo con mucha alegría:

- Es que los carros viejos y feos, es lo más lindo que mi Dios inventó – Estaba feliz como si hubiéramos logrado una gran hazaña.

Llegamos al parque de La Ceja del tambo, y en vez de llevar los hornos para “El puesto” la finca en la que vivía mi paisano. El me pidió que me dirigiera a la vereda de San José. Yo me fui pensativo, sin pronunciar ni una sola palabra en los treinta minutos que duró el viaje.

Llegamos hasta “Las playas”, un sector que yo conocía como la palma de mi mano, porque en toda esa región yo trabajé cuando extraíamos piedra de las minas para la locería colombiana. El paisano me pidió que girara a la izquierda, como yendo para la vereda de “San Gerardo”.Avanzamos como veinte minutos aproximadamente, hasta que llegamos a un destartalado rancho y salieron dos jóvenes trigueños, que no tenían cara ni acento de campesinos. Saludaron a don Iván con mucho respeto y descargaron las cajas que contenían los hornos y las frutas.

- Jorge, saque una bolsa y llénela con tomates, granadillas y naranjas, para sus hijos, porque la mayoría de esas frutas aquí se van a perder.

Yo tomé diez o quince kilos de las frutas y los eché en la gaveta del auto. Nos marchamos del lugar y como yo iba muy callado don Iván empezó a decir:

- Bueno, Jorge, yo creo que tú necesitas que te explique lo que está pasando. Yo estoy trabajando para un narcotraficante muy poderoso, llamado Pablo Correa, que a su vez es socio de Don Pablo Escobar Gaviria, amigo de todos los campesinos de esta zona. El jefe mío es dueño de“El puesto” la hermosa finca donde vivo, de “Horizontes” y de otras fincas en La Ceja, es un muchacho muy poderoso, porque el patrón debe de tener unos treinta años escasos. – El paisano se quedó en silencio cómo organizando los pensamientos, y a los pocos segundos continuó – Allá donde dejamos los hornos microondas, estamos produciendo más de cuatrocientos kilos de cocaína pura, mensualmente, asociados con un hombre muy inteligente de apellido Tobón, que entre él y la esposa, son los dueños de una gran cantidad de estas tierras. Ósea que en ese sector no tenemos ningún peligro, porque los hermanos de la mujer, de ese socio, son los dueños del resto de las fincas… Yo pienso que es hora que dejes de trabajar de taxista por miserias y empieces a trabajar con el cartel de Medellín, para que en poco tiempo seas inmensamente rico. ¿Qué dices?...

- Hombre, don Iván, las cosas para mí son un poco difíciles, porque mis hijos apenas están creciendo y a mí no me gustaría que nadie les vendiera drogas que los intoxiquen y que los destruyan. Yo tengo muchas reservas morales en ese aspecto y…

- ¿Cuáles reservas morales Jorge? ¿A vos que te importa si los gringos se envenenan o se divierten con el oro blanco?... Yo me pasé la vida trabajando decentemente y nunca conseguí nada, y desde hace dos años que vengo trabajando con esta gente, tengo costales llenos de dólares, tengo fincas, casas y negocios. Piénselo y cuando esté listo, me dice para que hablemos con el patrón y empiece a ser parte de la nómina.

- Yo lo voy a pensar,- dije visiblemente nervioso – y esta semana le informo.

Bueno, piense si quiere ser inmensamente rico o si quiere seguir trabajando como un tarado.

Sus palabras me sonaron un poco groseras y muy ofendido, guardé silencio hasta que llegamos a La Ceja.

- Déjeme aquí en el parque, y no se sienta tan mal por esta maravillosa oportunidad que le está dando la vida. Guarde estos dólares para que mañana se vaya para Medellín con doña Mélida y con el niño. Súrtanse con ropa de cuenta mía y por ahí derecho traes el carro que te compré, para que salgas a pasear con tu familia en él, porque con el carro que vamos a seguir trabajando es con esta “Tortuga” de 1938 que no llama la atención de los policías.

Los dos reímos felices después de la aventura y yo me marché para mi casa, completamente angustiado, pero no dije nada.

Esa noche casi no puedo conciliar el sueño. A mi cabeza llegaban las ventajas y las desventajas de trabajar en una empresa criminal. Yo era consciente del perfecto equilibrio universal y me daba mucho miedo desequilibrar la balanza y generar un karma desfavorable para mi vida y para la vida de mis hijos. La escases económica y las innumerables necesidades domésticas me impulsaban a sacrificar mis creencias espirituales que, seguramente, se iban a sumergir en las tinieblas de la perdición, si yo trabajaba en aquella empresa de muerte. Mi cuerpo se llenó de fiebre y esa noche, fue la peor noche de mi vida.

No pude tomar una decisión inteligente y sólo alcancé a enviar este mensaje a la unidad eterna, a la inteligencia absoluta que seguramente me iba a señalar el camino correcto:

“Sabiduría absoluta, yo soy un hombre bueno, pero en los últimos días he recibido una gran cantidad de dinero que ha mejorado mi situación económica. La tentación que me presenta la vida es muy grande y yo, que he tenido muy pocas oportunidades, no sé si aceptar o no aceptar la macabra propuesta. Yo apenas soy una luz de la conciencia en el infinito y dejó en tu seno, unidad eterna y sabiduría infinita representada en los dioses que heredé de mis padres, la decisión de he de tomar. Voy a ir mañana por el carro que compramos y espero que en el transcurso del día, tú, sabiduría suprema, me señales el camino correcto, que he de tomar para el bienestar de mis hijos y de toda mi familia”

      Después de este mensaje que le envié a la unidad eterna, pude dormir tranquilo y al otro día nos fuimos para Medellín, mi esposa Mélida Builes, yair que era el niño de la casa y yo. Compramos ropa nueva y otras cositas que necesitábamos y nos vinimos para La Ceja, muy felices con el carro que don Iván me había regalado. Todo marchaba muy bien. El poderoso automotor subió por el alto de las palmas, con una fuerza y una velocidad desacostumbradas para mí, que siempre conduje autos más antiguos y por supuesto más lentos. De mi cabeza se ausentaron los malos pensamientos y dentro de ese auto todo era felicidad. El paisaje era hermoso y mi inteligente hijo hacia una fiesta con las maravillas arquitectónicas de las enormes construcciones que iba observando por el camino. Terminamos de subir por el peñasco y se inició un descenso prolongado. Llegamos a un sitio muy conocido llamado “La borrascosa” que hacía homenaje a la temible quebrada que ruje entre las rocas del peligroso sector. Yo iba muy concentrado conduciendo por la amplia carretera, cuando pude observar que una llanta se adelantó a mi Plymouth nuevo. Intenté frenar sospechando lo que había pasado y el pedal del freno se fue hasta el fondo. A gran velocidad nos encontrábamos sin frenos y habíamos perdido una de las llantas delanteras. La pendiente era muy pronunciada y tuve que tomar una decisión en fracciones de segundo. Tuve que invadir el carril de la izquierda y arrimé el auto contra los gaviones de piedra que contenían el desborde de la imponente montaña. El auto chocó violentamente y su poderosa estructura se fracturó con el impacto. El golpe que sufrimos fue impresionante, el niño lloraba los gritos y mi esposa arrojaba chorros de sangre por boca y nariz, mientras que se sujetaba el lado derecho del tórax traumatizado que no le permitía respirar, al sentir un gran dolor. Llegaron varios autos y los voluntarios nos sacaron de entre los hierros retorcidos del auto que quedó prácticamente destruido. Estuvimos quince minutos acostados en el frío pavimento, hasta que llegó una ambulancia y nos trasladó para el hospital de La Ceja. Al niño y a mí prácticamente no nos pasó nada de gravedad, porque sólo teníamos unos golpes y unas pequeñas raspaduras. A mi esposa se le fracturaron dos costillas y recibió un golpe en el rostro que le hizo una fisura en el tabique nasal. En las horas de la tarde estábamos en nuestro hogar, un poco adoloridos pero tranquilos y felices de que la unidad eterna, nos hubiera dado otra oportunidad y una respuesta a las dudas, que yo había tenido después de las malas propuestas.

Don Iván llegó a mi casa al otro día, nos llevó muchos regalos y me dijo:

- Tranquilo negro, que yo le voy a comprar otro carro pero último modelo. Yo le advertí que esa era una porquería de carro, y realmente era tan malo que se le cayeron las llantas en el primer viaje. –concluyó el paisano sin poder percibir los anuncios y las advertencias que nos estaba haciendo la unidad eterna.

Yo guardé silencio, tratando de no hablar de ese molesto tema que sólo conocíamos él y yo.

Mis lecciones físicas fueron mínimas y al otro día empecé a trabajar con el taxi nuevamente. No pasó mucho tiempo antes de que se apareciera “Buchisapa” el paisano, y cuando empecé a decirle que el accidente había sido una advertencia de la unidad eterna, para que abandonáramos los malos negocios, se enojó y respondió a mis preocupaciones con las siguientes palabras:

- ¿Cuál unidad eterna?... ¿Cuál Dios misericordioso?... ¿Cuál sabiduría absoluta que señala caminos?... ¿Tú eres idiota o qué?, porque dónde estaba esa unidad eterna cuando nosotros, en nuestra infancia, aguantábamos hambre y necesidades como perros. Usted, Jorge Soto Barrera, nunca va a dejar de ser pobre, y es porque sus sueños están malogrados y la cobardía no lo deja progresar pensando tantas bobadas.

El pisano se marchó furioso y nunca jamás lo volví a ver. A los quince días exactamente, las autoridades allanaron el laboratorio en el que habíamos dejado los hornos microondas y el país empezó a sumergirse en una terrible guerra contra el narcotráfico.

A don Pablo Correa, el patrón de “Buchisapa” lo asesinaron el barrio Laureles de Medellín y las hermosas fincas de “El puesto” y “Horizontes” se sumergieron en el anonimato de unos herederos que no querían saber nada de la guerra y que dejaron marchitar las flores del corredor.

Yo seguí trabajando humildemente.

El fenómeno del narcotráfico le generó muchos muertos y muchos problemas a nuestra sociedad, y yo siempre traté de mantener a mi familia alejada de esos problemas.

Pasó el tiempo y el taxi desoto 1938 ya estaba muy desgastado y lo tuve que vender para comprar un campero “Land rover”, que me permitiría llevar a los campesinos por todas las veredas de nuestro pueblo. Trabajé tres o cuatro años con mucha tranquilidad, mientras que mis hijas se educaban bajo el manto protector de las hermanas de María Auxiliadora, pero como no hay felicidad completa, una tarde, el diecisiete de un enero muy lluvioso, en el corregimiento de San José, cuatro hombres fuertemente armados, me hicieron la señal de pare. Detuve el campero un poco asustado y…

- Buenas tardes señor, nosotros somos de las autodefensas únicas de Colombia AUC y necesitamos que usted vaya hasta la tienda de abarrotes de don Juan, el del ciclo paseo, ¿lo conoce?...

- Sí, señor,- Contesté completamente asustado – pero es que yo soy muy pobre y apenas tengo la gasolina medida para este viaje.

- ¿Y cómo cuántos galones de gasolina necesita para ir y volver con el mercado?

- Cinco o seis – dije tratando de desanimar a los peligrosos mercenarios.

- Espere un momento.

Los cuatro hombres se alejaron un poco y detuvieron a un moderno Toyota blanco que se acercaba y le dijeron al conductor:

- Hola amigo, necesitamos mandar por unos víveres al municipio de La Ceja y el señor del Land Rover, que es un viejo conocido de esta zona, los va a traer, pero no tiene gasolina. ¿Diga si nos va a regalar seis galones de gasolina, si quiere ir usted por los víveres o si quiere que lo matemos?

- No, tranquilos, que yo les doy la gasolina que necesiten – dijo el hombre visiblemente preocupado y, dirigiéndose a mí, me preguntó - ¿Tiene una manguera para que la saquemos?...

- Sí, claro – dije resignado. Saqué la manguera y extraje seis o siete galones del combustible del Toyota.

- Vaya por el mercado, bien juicioso, que aquí lo vamos a estar esperando. ¿Listo?...

- Sí, señor,- contesté muy angustiado por la delicada misión.

Me fui para La Ceja y el camino destapado y lleno de fango se me hizo muy largo. Llegué hasta la tienda, le entregué la lista a don Juan y el hombre renegando, hizo que su ayudante subiera todos los víveres al campero.

- Ojalá que esto no se vuelva costumbre Jorgito, porque esa gente ya me debe más de noventa millones de pesos en mercancía y me tienen prácticamente quebrado, ¿Y cómo les dice uno, que no les fía a esos asesinos?

Yo guardé silencio, porque también me sentía una víctima más, del conflicto

Interno del país y yo no tenía la culpa que ellos mandaran por víveres.

- ¿Entonces, esos paramilitares le pagaron el viaje? – le pregunté yo a mi padre, cuando le estaba haciendo la entrevista para escribir este libro.

- Pagaron, con esa gente no había alternativas. Cuando les entregué el mercado, me dijeron que muchas gracias y ya.

- ¿Entonces, usted, perdió todo ese tiempo sin recibir nada a cambio?

- Lo único que me salvó fue, que cuando estábamos sacando la gasolina del Toyota blanco, el rico me preguntó en voz baja:

- Amigo, ¿cuánto vale ese viaje doble hasta La Ceja?...

Yo le dije más o menos diez mil pesos y el hombre me pasó un billete y me dijo:

- Tenga los diez mil, para que no le vaya muy mal. – relató mi padre con alegría.

- En el viaje me gasté galón y medio de gasolina, en la ida y en la vuelta, ósea que me quedaron cinco galones y medio para trabajar al otro día y los diez mil pesos que me obsequió el rico – dijo mi padre muy orgulloso, sintiéndose un triunfador hasta en los peores momentos.

 

Nuestros padres siempre nos enseñaron a escribir los sueños, a tener muy clara la visión del mundo y de nuestros deseos, durante el estado del alma en que los concebimos, porque así les damos todo el amor, todo el color y toda la alegría de nuestro ser. Porque, si dejamos los sueños para después, cuando nuestra alma haya cambiado, el olvido influirá, haciéndolo todo a su modo, y resultará todo borroso e incomprensible. No podemos olvidar que todas las ideas son la explicación, de nuestra conexión con el infinito. Si dejamos la visión hermosa para después, cuando ya nuestra mente esté cansada, no podremos darle todo el color y la alegría, que sentimos al concebirla. Nuestra madre y nuestro padre, nos enseñaron a encontrar placer en el estudio y en la sabiduría, disfrutando de las sensaciones que nos producía el conocimiento que íbamos adquiriendo en el colegio. “La vida es ilimitada y el universo es eterno” nos decía todos los días nuestro padre. Y mi madre, que siempre ha sido una incansable lectora, siempre nos decía:

- Aprendan que toda hora es buena para leer un buen libro. Hay que disfrutar el placer de todas las doctrinas. Cómo deseamos enamorarnos y llorar por las desgracias del joven Werther de Goethe, creernos infinitos y pertenecientes a una raza superior leyendo a Nietzsche y sentirnos cansados y miserables leyendo a Schopenhauer.

Fue la gran inteligencia y el enorme deseo de saber y de educarse de mi madre, la fuerza que nos empujó en el maravilloso universo de los libros y de la educación. Fue de esa manera y con mucho esfuerzo, porque nuestra economía era muy frágil, que todos, uno por uno, fuimos en busca del saber. Rodrigo estudió electricidad en el SENA, Mélida estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Católica del oriente, Jorge estudió Ingeniería Química en la Universidad de Antioquia, Norelly es Doctora en ciencias sociales, niñez y juventud de la Universidad de Antioquia, Ferley estudio Ingeniería Eléctrica en la U de A. y se especializó en instrumentación industrial en el Politécnico de Medellín y Yair de Jesús, el menor, estudió Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Colombia. Y todo a punta de esfuerzos, ganas y lucha, porque mi padre era apenas humilde taxista del hermoso pueblo de La Ceja del Tambo.

Mi padre ha vivido la vida, saboreándola con recogimiento, y ese gusto no lo aprendió en los libros, es preciso vivirlo y sentirlo así desde el corazón, y, es, por eso, que yo soy el primer admirador de la filosofía alegre y optimista de mi padre, porque después de leer la filosofía de los idiotas amargados y moribundos como Schopenhauer, Fernando González, Gonzalo Arango y todos esos nadaístas que lograron asesinar sus espíritus antes de que pudieran contaminar más, a la juventud Colombiana, con sus pensamientos putrefactos. Escritores y filósofos que abren sus entrañas sanguinolentas, para conseguir la admiración de un público que no sabe, si imitar ese comportamiento asqueroso o rechazar los postulados miserables de esos hombres sin familia y sin esperanzas. Escritores que escogieron morir aplastados por el peso de sus admiradores, porque al final sólo pensaban en rasgar sus almas, para lograr la admiración de los desamparados que la vida atropelló. Es muy triste saber que los grandes filósofos, despedazaban su corazón, para conseguir unas alabanzas que son como los huesos que se les tiran a los perros y los hacen saltar de alegría. El amor a la fama, ha hecho renegar de la vida, a los grandes filósofos y es muy raro encontrar en nuestro medio y quizás en el mundo entero, a un romántico como mi padre y como Goethe, que han amado los pequeños detalles de la vida, que nos llevan a ser eternos en la felicidad del amor.

Felicidad es el placer de oírnos, es el placer de sentirnos vivos y ser conscientes de nuestra grandiosidad eterna. Porque el universo nace en nuestras mentes, y una familia estructurada con un amor como el de mis padres, hace madurar el pensamiento que nos lleva a conocer la verdad final de nuestra maravillosa eternidad.

¿Y cómo no ser optimistas en esta familia nuestra, tan hermosa y bajo la inmensidad de este impresionante cielo azul que me cubre mientras estoy escribiendo?... Hay que buscar nuevos amores si es que no los tenemos, y desear unificarnos, conscientemente, con todo el universo. ¿Sí?... ¿Y cuál es el impulso que nos hace amar, así, la vida?... Es el descubrimiento tempranero de nuestra divinidad, porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Somos ilimitados Y ETERNOS. Y fue mi padre, el que descubrió que el hombre y su familia, son del tamaño de sus deseos. ¿Y por qué vive mi padre feliz y contento, con su familia y consigo mismo?... Porque siempre amó lo poco que pudo conseguir, después de una infancia en la completa miseria, porque todos sus deseos están satisfechos y no tiene ninguna duda de nuestra eternidad.

- No es preciso someternos a vivir temblando como una hoja, y vivir con el alma acobardada por el miedo. Hay que vivir con valor, sin miedos, por que Dios nos protege y nos va dando todo lo que necesitemos. – Me decía, siempre, mi padre, cuando una pequeña dificultad me asustaba en el camino.

La filosofía natural de mi padre, es una filosofía en la que todo es dulce para el alma y hasta los pequeños sufrimientos son miel para el espíritu. El hombre ríe, crece y corre por los campos, cogiendo flores, mariposas, murciélagos y pájaros, y soñando con todas las maravillas que se pueda imaginar. Mi padre siempre ha vivido feliz, sorprendido por todas las historias lindas que le brindaba la vida. Unas veces era su madre la que le contaba la historia de la virgen María y de cómo Jesucristo caminaba sobre las aguas, resucitaba a los muertos y multiplicaba los panes y los peces para darle comida a su pueblo hambriento, y otras veces eran los campesinos los que le contaban historias fantásticas, de la patasola, de duendes, y de brujas que volaban envueltas en bolas de fuego. Brujas que podían curar o acrecentar todos los males, según su conveniencia, y eran cuentos que realzaban la grandiosidad de su alma y de su eternidad, porque todo le anunciaba que el universo es mágico y nadie le hablaba del fin. Todas esas aventuras fueron poesía y miel para su alma. Era el hombre que empezaba a hacerse sabio, su vida se convirtió en una sonrisa eterna y ya no tuvo que correr por los campos, porque los campos vienen hasta él en una sinfonía de colores y de olores deliciosos, acompañados por el canto celestial de los jilgueros.         Sueña con el amor y vive historias que le siguen llenando el corazón de alegría. Historias que siempre despiertan en su alma deseos de seguir viviendo y, fue por eso que en su mente desaparecieron los conceptos de principio y fin, y todo fue una deliciosa eternidad. Estos primeros noventa años de vida de ese hombre maravilloso, revelan un hombre apasionado, que ama la música, que ama a sus hijos y que ama la vida. Un hombre apasionado que, sin duda, es el filósofo y el poeta del amor sincero. Él siempre supo escoger las palabras más sutiles y más hermosas para dirigirse a su esposa, sus hijos y a sus nietos.

- Es un hombre profundo, - le dije al escritor que hay dentro de mí - que sabe amar intensamente y a, usted, querido lector, que también ama las historias de amor, con toda seguridad le va interesar esta magnífica historia. Mi padre es un hombre con un alma inmensa y hermosa, que sólo aprendió el arte de amar a las otras personas. Es un apasionado por el bienestar de toda su familia y de los más humildes, y como sabe amar intensamente, contagia con la felicidad y la alegría de su amor.

Fue ese día, el día en que empecé a escribir este libro y le estoy poniendo todo el amor, y toda la energía de mí ser, porque esa es la manera en que me enseñó a vivir mi padre.

La filosofía de mi padre era una filosofía distinta a la de esos locos que añoraban la muerte, y, esos pobres hombres, que nunca pudieron descubrir el verdadero objetivo de sus vidas y la mágica alegría de vivir, permanecerán en sus tumbas frías y grises, acompañados por sus postulados derrotistas y adoloridos.

- “Qué equivocados estaban y qué ciegos fueron Nietzsche, Tolstoi, Verlaine y Schopenhauer, que en medio de su pesimismo no pudieron apreciar el vuelo hechizado de las mariposas de colores, no pudieron saborear las delicias del pan nuevo, hecho en la cocina de la familia. Esos locos tristes, no pudieron descubrir la inmortalidad en los ojos de mis hermosos nietos, y sólo llenaron de dolor a una humanidad tímida y asustadiza, que aún se estremece con los panfletos de dolor y de miseria que escribieron. Ahora son unos pobres muertos, que la vida va a recordar como las aves negras que le cantaron a la muerte” – decía con elocuencia mi padre.

Para muchos, el tener sólo una comida humilde es causa de tristeza, mientras que para nosotros, que nuestro padre venía de una pobreza absoluta, era una alegría inmensa. Comparando las experiencias que nos ha tocado vivir, hemos formado una escala de valores en la que todo es bueno, es alegría, sin olvidar el pasado de nuestro origen. Después de vivir muchos años en este hermoso pueblo, tengo que decir que la gente de La Ceja es lo mejor que nos ha podido suceder.

Vivir es cambiar constantemente, así, mientras vivíamos en este hermoso municipio, pasábamos de un estado a otro, muchas veces con dificultades, pero siempre mejorando. Habían instantes muy agradables y otros no tanto, pero siempre encarando la vida con valor y con mucho respeto para nuestros vecinos y amigos.

 “Siempre dije cuando me sentía alegre y mis hijos iban escalando diferentes peldaños de superación: Si pudiéramos vivir siempre así. Pero no. Se presentaban las pequeñas dificultades, normales, de la vida, que nos motivaban más para seguir luchando, y cada día se convertía en un nuevo desafío y en una nueva lucha… No crean, tampoco, que todo fue una hermosa historia color rosa, porque un día llegó la muerte de manera imprevista, y el mayor de mis hijos, Rodrigo Eliecer, murió en un accidente de tránsito. Todo fue un inmenso mar de dolor. Sentí como si se desgarrara mi alma y comprendí que la muerte de un hijo es lo más doloroso que puede soportar un ser humano. En ese instante comprendí que la felicidad y el dolor son inseparables, y que los hijos son como partes de uno mismo. Perder un hijo es como perder una mano, o un píe o el mismo corazón”.

Como a las seis de la mañana de un triste lunes primero de junio de 1991, desde mi cama sentí que alguien golpeaba con insistencia en la puerta de mi casa. Mi madre se demoró un buen rato, mientras se levantaba, para atender a la sorpresiva visita. Escuché que unas voces desesperadas le decían algo a mi madre y ella empezó a gritar. Me levanté rápidamente, para enterarme de lo que sucedía y mi padre, que ya había escuchado la noticia, me dijo con la voz quebrada por la angustia:

- Vaya, hijo, para que mire a ver si es verdad que Rodrigo se mató anoche en un accidente de tránsito en “San Diego”

- ¡Cómo! – grité desesperado, pero guardando la calma regrese hasta mi cuarto, y me vestí rápidamente.

- Tranquilos – dije, tratando de calmar un poco la desesperación colectiva – Yo voy y miro a ver si es cierto, y después les aviso.

Llamaron un taxi y con Norelly, me fui en busca de la terrible realidad.

Sí, señor. El taxi giró en la glorieta de “San Diego” y como a cien metros estaban las autoridades y un grupo de curiosos.

Me bajé del taxi y, en el piso, estaban tirados, completamente ensangrentados, Juan Carlos Rendón un vecino muy amigo de la familia y Rodrigo mi hermano mayor. Me acerqué y toque la mejilla de mi hermano y estaba completamente helado por el frío de la muerte. Observé la pupila de sus ojos completamente dilatada y supe que no había nada qué hacer. Mi hermano estaba completamente muerto y su amigo también. Norelly estaba llorando como una loca, tirada en el suelo abrazando el cadáver, yo quise apartarla y cuando tomé el cráneo del muerto para alejarlo de ella, traqueó como una cascara de huevo cuando se rompe. Mi hermano se había fracturado la cabeza, por completo, contra una roca de esas que protegen el frente de las casas del campo. En pocos minutos las autoridades correspondientes hicieron el levantamiento de los cadáveres y en un carro los llevamos hasta la morgue del municipio de “El Retiro”, que era donde correspondía la diligencia. Busqué un teléfono público, marqué a mi casa y me contestó Mélida de La Cruz, mi hermana mayor y le dije:

- Sí, es cierto, Rodrigo se mató en una motocicleta.

- Al otro lado de la línea se escucharon los gritos el llanto de muchas personas, que perdían su última esperanza y mi hermana regresó al teléfono y me dijo:

- Quédese allá, haciéndolo preparar, que yo enseguida le mando los de la funeraria para que los recojan.

Yo estaba completamente solo, porque Norelly se había regresado con el taxista que nos llevó. Y en un jardín muy hermoso del parque cementerio de “El Retiro” Antioquia, contemplando los rosales florecidos me senté a esperar que arreglaran los despojos mortales de mi hermano el mayor.

Ese fue un instante muy doloroso en nuestras vidas y la pena más grande que han vivido mis padres.

Pasó el tiempo y las heridas de esa muerte prematura, se empezaron a curar lentamente, aunque mi padre y mi madre seguían cabizbajos, sin poder superar el dolor, pero a los nueve meses exactos del terrible accidente, nació Carolina Soto Marín, mi hija primogénita y primera nieta de mis padres, que trajo con su sonrisa el bálsamo que empezó curar la herida en el alma de mis padres. La niña empezó a crecer y se convirtió en la adoración de esos abuelos, que por fin pudieron comprender que la vida continuaba y que la muerte es sólo una prueba más en el largo camino de nuestra evolución a la eternidad.

Después de mi hija nacieron, Mateo Andrey Soto Londoño, mi otro hijo, y los hijos de Norelly, Luis Miguel y Juan José, y la hija de Ferley, María Alejandra, y el hijo de Yair, Jerónimo Soto Vélez y hoy, doce de octubre de 2016, mi hija ya está terminando su carrera en la Universidad Pontificia Bolivariana, mi hijo Mateo estudia Psicología en la universidad de Antioquia y mi padre todos los lunes va al cementerio y les reza y les lleva flores a Rodrigo, al doctor Demetrio Chica Garcés, a su esposa y a don Mario López, dos de sus más queridos amigos que ya descansaron en la paz del señor, y después se va para “La Ceiba”, su cuartel de mis batallas, a donde acude todos los días, a sus casi noventa años, a jugar cartas, a tomar tinto y a charlar con sus amigos. Nosotros, todos, seguimos muy felices en nuestro amado pueblo La Ceja del Tambo.

Ocultase el sol, son casi cien años de felicidad, comienza la hora propicia para el ensueño, para los sueños ilimitados de un viejo y para los sueños de un eterno enamorado… Para sueños con la vida y para sueños con la muerte, que, irónicamente, es la vida eterna. Los arcoíris y las nubes coloreadas por el sol, se levantan en el ocaso de una hermosa vida, si es que se le puede llamar ocaso al resumen del conocimiento y la sabiduría, si es que se le puede llamar ocaso a la paz celestial que nos hace eternos en vida.

 

Mi padre pensaba más que los otros hombres de su época y aunque no había tenido casi ninguna educación, poseía en asuntos del espíritu, una serena objetividad, una sabiduría tranquila que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales; esas personas que se han liberado de toda ambición materialista y no les interesa brillar o destacarse ante los demás.

La mirada de mi padre era serena y feliz; su contenido era un poema a la esperanza y eso era lo que le transmitía a su familia y amigos. Su realización suprema era LA FAMILIA, una felicidad convertida en filosofía y en hábito. La mirada de mi padre atraviesa penetrante y amorosa, todo el universo de nuestra realidad, todas las ganas de vivir y por fortuna, esa mirada paternal todavía profundiza más, llegando a señalar el camino correcto a cada uno de nosotros, sus hijos y sus nietos. Esa mirada optimista de amor, llega hasta el corazón de toda la humanidad, expresando elocuentemente la filosofía alegre de un pensador, de un sabio quizá, en la dignidad de una buena vida y en el sentido amoroso y feliz de lo que debe de significar la supervivencia humana. La mirada de mi padre decía: “! Observen la grandiosidad del ser humano! ¡Observen los hombres que se superan y se levantan del fango, para ser útiles a la sociedad!... Y todo triunfo, toda celebridad, toda conquista del espíritu, todos los avances hacia lo grande, lo sublime y lo eterno dentro de la humanidad, lo debemos compartir para derrotar el pesimismo y el vacío existencial. De esa manera pude comprobar que la filosofía de un hombre humilde como mi padre, es la antítesis de muchos de los aforismos de filósofos como Nietzsche, Schopenhauer y Novalis, que se formaron dentro de ellos mismos, una capacidad de sufrimiento ilimitada y terrible; de la misma manera comprendí que el maravilloso instinto de supervivencia, sigue triunfando con la esperanza de una vida mejor para todos. Aquí tengo que intercalar una observación psicológica, porque me siento el directo heredero de la filosofía de mi padre; tengo, sin embargo, gran fundamento para pensar que la total ausencia de mi padre de la escuela regular, orientada por maestros severos y religiosos, que educaron y educan con el sentido que hace del “quebranto de la voluntad” la base de la educación, lo salvó de esa prematura esclavitud a la que son sometidos casi todos los niños de nuestra sociedad. Afortunadamente, la destrucción de la personalidad, el quebranto de la voluntad y la terrible culpa del supuesto pecado original, no dieron resultado con este centenario discípulo que asistió muy pocas veces al traumático y alienante sistema educativo de Colombia. La calle lo formó un hombre fuerte y duro, altivo y verdaderamente espiritual. En lugar de destruir su personalidad, ese vació de educación lo obligó a encontrar sus propias verdades fundamentadas en el amor. A favor de sí mismo, a favor de ese niño inocente y noble que quedó huérfano de padre a los nueve años, dirigió toda su vida la balanza perfecta de la justicia, la fuerza de su capacidad de pensamiento. Por lo que se refiere a los demás, a sus familiares y amigos, a cuantos los rodean, no deja de hacer constantemente los intentos más heroicos y amorosos para quererlos, para hacerles justicia, para no causarles daño alguno, pues el “alma a tu prójimo como a ti mismo” lo tenía hondamente inculcado por los favores que recibió en Santo Domingo y en La Ceja Antioquia, cuando apenas era un niño. Y de esa manera, ha sido toda su vida una prueba de que sin amor, a la propia persona, es también imposible el amor al prójimo.

Mi padre que es el primer hombre libre al que pude conocer. Vive de una forma especial y con la tranquilidad de un pez en el agua, pero siempre pude apreciar que desde su propio universo, desde su amada libertad, respeta el orden de nuestra sociedad y ama ese orden como lo firme y seguro, como al hogar y la paz, hacia los cuales siempre ha manifestado todo su respeto.

Bueno, ya les he contado bastante. No se necesitan más informes ni más narraciones, para comprender que mi padre ha vivido una vida humilde pero feliz. Han sido unas experiencias sencillas que lo han llevado por la vida, como en una especie de misión que lo ha fortalecido y lo ha hecho mejor. El universo le ha puesto grandes pruebas, pero no en el sentido de pruebas arbitrarias, si no a modo de un curso intensivo para participar en procesos anímicos, hondamente vividos, con el ropaje de sucesos cotidianos en los que hasta el auto Land Roverd, vehículo con grandes deficiencias en el sistema de frenos, se volcó tres veces en el que peligro su vida y lo obligaba a replantear su misión y aferrarse a ella y a su familia con toda la fuerza de su corazón. Era la escasez económica, era la lucha diaria por un pedazo de pan que había que llevar a la mesa de su mujer y sus hijos, el impulso vital que lo enfrentaba en una lucha interesante de vida, que lo hacía ver sorprendentemente animado, rejuvenecido, lleno de vida y siempre verdaderamente alegre.

Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición, tienen su estilo, tienen sus ternuras y dificultades peculiares, sus crueldades y bellezas; se consideran ciertos sufrimientos como naturales y se aceptan ciertas limitaciones con paciencia, porque hombres centenarios como mi padre, nos revelan con su experiencia que toda su vida es un juego de probabilidades en el que, a toda costa, debemos tratar de ser felices. Es increíble la fuerza vital que ha demostrado mi padre, y que sigue mostrando cuando se acerca a su primer siglo de vida, y sigue conservando su instinto de supervivencia intacto. ¿No me explico por qué los jóvenes de esta época, que lo tienen todo en abundancia, se deprimen y convierten la vida en un verdadero mar de dolor. ¿Será que el anticuado e inhumano modelo prusiano de educación, que le impone la burguesía de nuestro país a los jóvenes, calificándolos de cero a cinco, en el que la gran mayoría se llenan de desesperanza y se les crece el vacio interior, para robarles las ganas de vivir y de amar?...

Bueno, pero dejemos atrás los modelos educativos anticuados, que nuestra sociedad ya ha empezado a corregir y concentrémonos en el protagonista de esta historia, que todos los días, llenos de agradecimiento, se sienta en el antejardín de su casa, a leer el periódico que le informa que el hombre más poderoso de la tierra Donald Trump, no entiende y no sabe nada de lo que es el calentamiento global, que los bombardeos en Siria continúan y que en un solo día han muerto más de doscientas personas y sesenta niños entre ellos. Mi adorado padre, con melancolía, coloca un disco de Carlos Gardel en el equipo de sonido nuevo, que le mandó su hijo menor desde Bogotá, y el ambiente se inunda con el canto lastimero de los tangos, que son un canto a la lucha y a la esperanza de los hombres. Con agradecimiento templa las cuerdas de su guitarra centenaria, para entonar un salmo de gratitud mesurada, en medio de las dificultades de un planeta regido por la ambición de las cosas materiales. El ambiente se cubre con la alegría y el optimismo de una lucha que continúa en busca de la felicidad, a pesar de todo lo que ocurre alrededor de nuestra sociedad. Es muy hermosa la autosatisfacción de una misión que se sigue cumpliendo, aunque no faltan las preocupaciones y los días se hacen apenas llevaderos; en los que uno no se atreve a gritar ni el placer ni el dolor; donde la vida no hace sino susurrar y andar en puntillas, ante las grandes equivocaciones de los dirigentes de la humanidad. Ahora bien, con mi padre siempre se dio el caso, por fortuna, que siempre soportó con mucha facilidad los desafíos diarios de la vida, convirtiéndolos en pequeños triunfos que siempre lo llenaron de alegría y de amor. La vida se le convirtió en un concierto de tangos; todos los días se escucha una antigua música magnífica. Entonces, entre los compases de un pasaje pianísimo, tocado por bandoneones, se abre la puerta del más allá y mi padre no opone resistencia a nada en el mundo, ni le teme a nada, y lo afirma todo y a todo le entrega su corazón. El concierto matinal se vive todos los días y yo lo vivo de cerca mientras que escribo este libro, como un sendero de oro, divino, envuelto siempre en la paz y la felicidad del deber cumplido.

Todos los días escucho desde la tibia comodidad de mi cama, el canto alegre de mi padre cuando se ducha a la seis de la mañana y yo soy el afortunado espectador, del concierto de un hombre que encontró la felicidad en medio de la sencillez de la vida.

- ¿Qué dicen mis hijos?... Mis hijos dicen:

- Gracias, papá, por darnos la vida, gracias por enseñarnos a vivir y esperamos que nos acompañes muchos años más.

Yo me quedo mirando las nubes y estas empiezan a convertirse en rosas blancas, amarillas y rojas, llenando el cielo de hermosos colores. Después aparecen unas mariposas enormes, de vibrantes colores de neón y se persiguen unas a otras, juguetonas y alegres… ¡Qué melancólico es el crepúsculo y qué lindas y tranquilizadoras son las nubes!...

Y el viejo de hablar lento nos dijo:

- Tranquilos que yo soy eterno.

Sonríe y después se abisma en el lago de su música y de sus recuerdos, en ese lago de aguas cristalinas y tranquilas, que siempre fueron su universo.

En este punto continúa un viaje por la supervivencia. Gracias.

-

 

 

  


Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis