Biografía del Escritor
     El absolutismo físico y filosófico
     Una Modelo y un caballo hecho leyenda
     A model and a horse made legend
     El código del verdadero Anticristo
     The code of the true Antichrist
     Amor, eterno amor
     Story of an eternal love
     LA HUMANIDAD EN VIA DE EXTINCIÓN
     Débora Arango Pérez "Pinturas de una verdad prohibida para las mujeres"
     HUMANITY IN THE ROUTE OF EXTINCTION
     La religión de los inteligentes
     LA TERCERA GUERRA MUNDIAL Y LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD DE NUEVA YORK
     Los monstruos creados por los transgénicos y por los anticonceptivos
     The religion of the intelligent
     Nuclear holocaust and the destruction of a great nation
     Monsters created by transgenders and by contraceptives
     El nuevo paradigma de nuestra eternidad
     Héctor Abad Gómez UNA CONCIENCIA QUE EVOLUCIONA
     UN VIAJE A LA SUPERVIVENCIA
     A journey to survival
     El milagroso don de la sanación
     THE MIRACULOUS GIFT OF HEALING
     La magia de un gran amor
     The magic of a great love
     RENACE LA LEYENDA DEL CAMPEÓN, FERNANDO GAVIRIA RENDON
     Fernando Gaviria Rendon



LITERATURA UN MUNDO MÁGICO - Amor, eterno amor


  
 
 
 
 
 
 
                   HISTORIA DE UN AMOR ETERNO
 
 
 
----------- Espero que estas páginas escritas con mucho amor, sean un motivo de inspiración en tu vida, porque ellas son el reflejo de la cruel realidad que me ha enseñado que, en el mundo material, no se puede perder la orgullosa dignidad que nos pone por encima de lo vulgar. Hoy quiero darte las gracias por el maravilloso amor que has despertado en mí interior y por la inmensa felicidad que ha desencadenado tu forma de ser dentro de mi alma, también quiero darte las gracias por dejarme disfrutar de tu compañía desinteresada, de tu amistad sincera y de tu alegría infinita. No sé cómo voy a pagarte todo lo que has hecho por mí, pero sí te prometo que nunca voy a traicionar la confianza que me has brindado, al entregarme lo mejor de tu vida. Cariño mío, voy a tratar de estar a la altura de tus sueños ideales, para que nunca se acabe este amor luminoso, vibrante, mágico e inmortal, que siento por ti.
                                                                                                               ---------------
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
JORGE LEÓN SOTO BUILES
 
 
 
 
 
 
 
 
HISTORIA DE UN AMOR ETERNO
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"Sólo es eterno lo que permanece inmutable. El verdadero amor no está hecho de una materia que se integra o se desintegra, el verdadero amor está hecho de divinidad"
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                  
 
 
 
 OFRECIMIENTO
 
 
 
Esta novela es el fruto de la disciplina, la paciencia y la constancia que siempre nos inculcaste en el trabajo; es por eso que hoy te lo estoy ofreciendo con todo el amor del mundo, a ti, Mélida Builes, madre adorada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Querido Lector:
 
Casi sin pensarlo estoy nuevamente ante vuestra opinión. Espero que esta obra tenga la misma acogida que tuvo “Una modelo y un caballo hecho leyenda”, porque fue escrita con la misma devoción y con el mismo amor. Ojalá que esta recopilación despierte la admiración y los sentimientos que ha despertado dentro de mí, la culminación de tan maravillosa historia...  iy tú, alma enamorada e infeliz, que flotas por los caminos de un goce incompleto, trata de no cometer errores que te hagan sufrir por toda la eternidad y lucha por ese amor,aunque parezca imposible!
 
                            Jorge León Soto Builes.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                       PREFACIO
 
 
 
 
Ahora estoy solo en este mundo.
Desde que era muy niño me fui para el Quindío a coger café y cuando regresé, después de varios años de ausencia, hacía quince días que habían enterrado a mi madre adorada. Trescientos ochenta mil pesos que me conseguí en los húmedos cultivos y en las trasnochadoras jugarretas de dado, no alcanzaron a iluminar la sonrisa de la viejita que se quedó triste, desde el año en que la Caja Agraria nos arrebató la finca que estaba hipotecada en un préstamo infame, después de que a mi padre lo pisotearon los ricos hasta la muerte.
Toda la gente me mira con lástima, porque mi pobre vieja tuvo que pedir limosna acosada por la necesidad. Sí, con un pie podrido por una llaga incurable y “Pítirri”, el perro fiel que siempre la acompañó, recorrió las calles de este pueblo miserable, para mendigar el pan que en mi ausencia escaseó. Me gusta decir las cosas para que me duelan duro, en el fondo del alma y en el centro del corazón. El dinero nunca alcanzó, pero ahora sí tengo las monedas suficientes para escuchar unos tangos, para jugarle a los gallos de pelea y para tomar unos tragos de licor que me quiten el dolor que llevo por dentro, en esta vida desordenada y miserable.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                 
 
 
 
 
 
 
 
                   - CAPITULO NUMERO UNO -
 
 
"Bienvenidos a Guadalajara", decía en el amable letrero de la entrada. Me sentí un poco nervioso pero avancé con pasos seguros por el camino pedregoso que me llevaba hasta donde estaba el futuro jefe. Don Ricardo Restrepo tenía un aire amistoso, me saludó de buena manera y me mandó a ver a su esposa para que me acomodara. Doña Mirían, una mujer muy dulce y muy buena gente, me explicó el funcionamiento de la casa y el horario de las comidas, después me preguntó por gustos especiales o por costumbres desconocidas, y al darse cuenta de que yo soy un hombre sencillo, respiró con tranquilidad y me dio la bienvenida. Aquella noche sucedía algo novedoso en esa hermosa mansión; estaba invitado a comer Michael, el admirador número uno de, Marisol, la única hija del patrón, y el ambiente estaba un poco agitado. La señora me condujo hasta una de las últimas habitaciones de la casa. El cuarto quedaba a todo el frente de la piscina. La casa tenía la forma de un arco de circunferencia, con una pileta central, que reflejaba el buen gusto de aquel ganadero tradicional.
Al rato, cuando ya mí maleta reposaba al lado de una inmensa cama de roble, que me habían designado, y yo estaba posesionado de una pequeña y acogedora habitación, doña Mirían vino y me presentó a,Marisol, su maravillosa y adolescente hija, que me dejó gratamente sorprendido. La jovencita había cambiado mucho desde la última ves en que la vi, antes de que murieran mis padres; ahora era una mujer muy alta, con un cuerpo escultural y una abundante cabellera rubia, que enmarcaba su rostro con unos bellos rizos dorados que le daban una belleza sin par. Ella era una chica muy sencilla, me saludó con amabilidad y yo no pude ser indiferente ante aquella cantidad de encantos. Marisol era una hermosa princesa con boca de fresa. Mi corazón empezó a correr como loco y todas las células de mi cuerpo se agitaron ante su presencia, haciéndome sentir un vacío en el estomago. Yo estaba feliz hablando con la simpática futura suegra y con la hermosa princesa, cuando don Ricardo me mandó a llamar con uno de los trabajadores.
No había ninguna duda, el patrón no me consideraba uno de los suyos, pero eso tenía una sencilla explicación, porque cuando yo era un niño y mi padre tenía demasiadas deudas con “La caja agraria”, yo trabajé en esta finca, montando los caballos y llevando las comidas a los obreros que estaban en el frente de trabajo. En esa familia conocían mi origen humilde y nada se podía hacer para cambiar sus prejuicios.
Don Ricardo, fijando con fuerza sus ojos en los míos y de una forma casi irrespetuosa, en tono altisonante, me dijo:
- Alejandro, por favor, no se acerque mucho a mí hija. – Seguramente usted tratará de seducirla y… Perdone, pero a mí me han dicho que usted se cree un Don Juan que, de pronto, se cifra esperanzas en una mujer que nunca podrá alcanzar. Evíteme y evítese molestias. Manténgase alejado de Marisol que, además de eso, está comprometida con un joven adinerado y de muy buena familia, que hoy viene a visitarnos.
- Tranquilo, señor, yo sé que soy un pobre asalariado, que no puede pensar en las señoritas de la alta sociedad - respondí con calma - , además, yo vine a cuidar los gallos de pelea y no a enamorar chiquillas que aún no se han acabado de criar.
- Disculpe en todo caso, pero es mejor prevenir que curar - argumentó, el jefe, apenándose ante mi frialdad -. Espero que no se haya enojado por esa bobada. Yo sé que usted es un hombre inteligente y sabrá comprender mis motivos... Quería ponerlo sobre aviso ya que, durante algún tiempo, vamos a compartir el mismo techo.
La incomodidad era grande. Todos permanecimos en silencio por unos segundos. El señor dio por terminada la conversación dando la espalda y yo me fui a caminar por los largos y oscuros pasillos, sin saber qué hacer. Todo había sucedido tan rápido, que mi cerebro no lo alcanzaba a asimilar.
Todas las familias poseen un equilibrio interior y la llegada de un extraño, se quiera o no se quiera, termina alterando esas condiciones de armonía y, al parecer, mi presencia ya había roto el equilibrio de aquella hermosa familia.
Al final de la tarde terminé sentado en el corredor, como un completo extraño, rumiando mis pensamientos.
Un poco antes de la hora de comer, vi llegar dos señores montados en magníficos caballos; uno era don Pablo, el anciano que me recomendó para aquel trabajo, el otro era un joven rechoncho que, por la pulcritud de su vestido, debía ser el prometido de Marisol. Aquel viejo recién llegado, era el administrador de la finca y el responsable de que yo estuviera allí nuevamente, y, seguramente, iba a ser mi gran aliado cuando nos sentáramos a la mesa. Don Ricardo, el patrón, con toda seguridad se iba a sentir incomodo con un obrero sentado en el comedor pero, de todas maneras, yo no estaba dispuesto a comer en la cocina y ellos me tendrían que soportar en la mesa con el invitado.
Cuando llegué al inmenso salón donde se iba a servir la comida, el jefe me miró con sorpresa, doña Mirían me señaló un lugar en la mesa y el saludo efusivo de don Pablo salvó la situación por el momento.
-       ¡Hola, muchacho¡ ¿Cómo has estado?...
-       Muy bien Don Pablo, muchas gracias.
Contesté satisfecho por el reconocimiento. Me senté en la mesa y permanecí tranquilo.
Yo había conocido aquel buen hombre en la gallera. Nos tocaba jugar gallos de vez en cuando y fuimos haciendo una amistad seria y verdadera, a pesar de que él me llevaba una gran cantidad de años en edad. Nunca había conocido un hombre tan correcto y tan formal, como era don Pablo; su gran inteligencia y su pensamiento profundo, hacían de él un hombre vivaracho y buen amigo. El viejo administrador seguramente también estaba sorprendido con la hermosura de Marisol, porque cuando ella entró me miró con la mirada cómplice del que pide un concepto.
-       Señores, señora y señorita. - dijo el gran patrón con elocuencia, - primero que todo quiero saludar a Michael, el novio de la niña, y después darle la bienvenida a Alejandro, el jóven que va a entrenar y a cuidar los gallos de riña, y estoy muy contento de que hoy esté, aquí, cenando con nosotros, porque él es un amigo entrañable.
Todos me saludaron con amabilidad. Empezaron a servir la comida y el prometido de Marisol, inmediatamente, empezó a hablar más de lo necesario. Nos contó de sus grandes ventas de ganado e hizo un cálculo somero de sus ganancias mensuales, que me dejó sorprendido. Aquel hombre, en un solo mes, había ganado más dinero que yo en todos mis veinte años. Indudablemente, era un pichón de multimillonario. Me sentí muy incomodo en la mitad de aquella gente y, por unos segundos, pensé en abandonar el proyecto y marchar de nuevo al pueblo. A pesar de todo, no podía dejar de mirar aquella chiquilla que, ahora, ni se daba por enterada de mi presencia. Esa petulancia de la muchachita me hirió profundamente y desde aquel momento consideré aquel comportamiento como un desafío. Sentí deseos de chocar con el gordo engreído del Michael, pero me contuve y lo dejé que nos envolviera en el cuento de los negocios fantásticos y millonarios. Terminamos de comer. Don Pablo se levantó de la mesa, se despidió de los patrones y me invitó a que nos tomáramos unos aguardientes en el bar.
Me levanté de la mesa sin decir nada.
Caminamos por los pasillos y analizamos mi situación en el lugar. Fuimos al bar, nos tomamos un aguardiente, me dio uno o dos consejos y, después, el viejo se fue a dormir.
Como todo buen gallero, yo estaba acostumbrado a acostarme tarde, no tenía sueño y me quedé sentado en una mecedora, contemplando la piscina artísticamente iluminada.
Pasó el tiempo. Michael se despidió de todos y se marchó de la finca.
Ya casi habían apagado todas las luces  de la casa y, de pronto…
Marisol llegó hasta mi lado. Venía vestida con una túnica de hilo muy corta y muy suave. Parecía un ángel caído del cielo. Sus pies descalzos le permitieron llegar sin hacer ruido, se sentó en una mecedora junto a la mía y empezó a tutearme como si fuéramos viejos amigos.
- Me contaron que tú eres muy hábil en el juego y un experto en los gallos de riña. ¿Qué tiene de cierto todo eso? - preguntó como distraída.
- Yo soy un apasionado de esas cosas y trato de hacer lo mejor que puedo, porque, además de todo, es lo único que sé hacer - contesté, impresionado ante la hermosura de la muchacha.
- Espero que seas realmente bueno, porque de tus manos saldrá el dinero que necesitamos - argumentó sin explicar nada. << A mí me habían contratado para entrenar treinta y dos gallos de pelea, pero nadie me dijo que yo les tenía que dar dinero>> pensé, aflorando una sonrisa involuntaria. Definitivamente, aquella chiquilla era espectacular. La miré detenidamente y pude apreciar sus hermosas piernas totalmente bronceadas. Ella tenía los ojos fijos en la profundidad de la azulada piscina, mientras yo la observaba con delicia. Detrás de aquella suave tela de blanco algodón, se adivinaba la figura de una mujer en el máximo punto de su hermosura y, por un momento, pensé que a ella le gustaba mi mirada penetrante y desvergonzada.
- ¿Tus padres te quieren mucho? - pregunté, tuteándola con confianza, para reafirmar lo que había descubierto desde que llegué.
- Eso dicen ellos, aunque he tenido muchos problemas. Especialmente con mi madre.
- Eso no lo creo - interrumpí tratando de cerrar un tema tan personal - ¿Cómo van a tener disgustos las dos únicas mujeres de la casa?... Eso debe ser que, tú, eres una niña muy mimada y todos los días haces motivos para que te quieran más.
- No. ¡Qué tú supieras lo distintas que somos ella y yo, no dirías eso! - balbuceó con los ojos llenos de lágrimas -. Todo lo que a mí me gusta, es un pecado para ella. Estoy estudiando para demostrarle que está muy equivocada y que las mujeres también podemos ser profesionales. Imagínate que ella piensa que las mujeres tienen que estar en la cocina y en el hogar, cocinando y planchando para el marido. A mí me gustaría ser una economista, tener mucho éxito y poder ayudar a mi futuro esposo; si es que me caso algún día.
- ¡Tranquila!... No hablemos más de eso - aconsejé preocupado, cuando las lágrimas rodaron abundantes por su inmaculado rostro. Sentí deseos de abrazarla y de secar aquellos ojos con mis besos, pero tuve que contener el arrebato repentino de mi corazón y de todo mi ser. Con el dorso de la mano sequé la última lágrima que se estancó en su sonrosada mejilla. La caricia fue inocente y pasó desapercibida, aunque mi corazón se quería estallar de la emoción.
- Disculpa - rogó, cambiando la actitud de tristeza -, es que nunca he sido capaz de controlar mis sentimientos. Si estoy triste mi corazón se comprime y las lágrimas ruedan fácilmente de mis ojos. Si estoy feliz mi corazón se llena de una inmensa alegría y eso también me hace llorar. Mejor dicho, yo me la paso llorando por todo.
- Tranquila, que las mujeres que lloran se ven muy hermosas y, además, ésa es la prueba de una sensibilidad exquisita y de una enorme capacidad de amar. Si tú sientes cosas lindas es porque amas, y si tú amas eres feliz, y si eres feliz es porque estás en paz contigo misma, con la vida y con Dios.
- Alejandro, tú hablas muy bonito.
- Gracias - contesté turbado -, no es que yo hable bonito, sino que tú me contagias de la pureza y de la hermosura de esos ojos maravillosos. ¿No te parece qué tus ojos son muy lindos?
- Sí, pero a mí me gustan más los tuyos - argumentó la hermosa chiquilla -. ¿A quién le heredaste esos ojos que tienen el color de la valentia?...
No respondí nada y me quedé mirando el aqua azul de la piscina.
- Yo nunca había visto unos ojos tan picaros... ¿O será qué los hace ver así, el contraste de tu piel morena y de tu cabello castaño oscuro?... - dijo Marisol nuevamente y yo continué mirando la piscina sin contestar nada, para no meterme en problemas, pero la chiquilla linda continuo:

- De todas formas, tu padre debió ser un hombre muy alto y muy elegante, para poder engendrar un hijo tan guapo como tú. Lo que más me gusta de ti, es tu pecho, y lo que más me gusta de mí, es mi boca.
- A mi me gustas toda - anoté con insospechado valor -. Desde el momento en que te vi me pareciste espectacular. ¿No sé qué me ha pasado contigo? Lo único que sé, es que me encantas.
- Gracias - dijo Marisol, mirándome con aquellos ojos claros que se llenaron de lágrimas nuevamente. Mi corazón vibró lleno de amor y yo, sin poder manejar la situación, le di un giro de ciento ochenta grados a la conversación, al preguntar una ridiculez:
- ¿ Y tú sabes nadar mucho? -
- Sí, bastante. Nadar es de las cosas que más me gustan en la vida. También me gusta montar a caballo y pescar - explicó con inusitada amabilidad -. Cuando yo estaba en el colegio pertenecía al equipo de natación y los mejores tiempos en el estilo mariposa siempre fueron los míos. ¿Y tú sabes nadar?
- Un poquito, pero al estilo río. Nunca tuve un profesor que me enseñara a nadar con elegancia. Y… ¿Por qué no nadas un poquito para yo mirarte?... - Le propuse con atrevimiento a la linda princesa - La noche es calurosa y sería algo hermoso.
- Bueno, yo nado pero si hacemos un trato... Como mi padre es un hombre anticuado y celoso, no le podemos dar motivos para que se enoje, entonces tú entras a tu cuarto y cierras con fuerza la puerta, para que todos se den cuenta que ya estás durmiendo, yo hago lo mismo y dentro de una hora, cuando ya todos estén dormidos, yo me levanto y con sigilo me sumerjo en la pileta. Luego tú, entreabres la puerta y me miras todo lo que quieras, pero sin salir al corredor y sin encender la luz del cuarto, ¿qué dices?
- Bueno, manos a la obra - contesté levantándome de la mecedora y caminando hacía la habitación. Las puertas se cerraron una detrás de la otra y todo permaneció en silencio. Apagué la luz y me tiré en la cama. El corazón me golpeaba con fuerza y no podía dominar la emoción que me embargaba. Todo esto era un sueño. Este trabajo me estaba empezando a gustar. El calor se hizo insoportable, me quité la camisa y el sudor corrió libre por mi pecho. El nerviosismo y la ansiedad no permitían que el reloj avanzara. Aquella estaba siendo la hora más espectacular y más larga de mi vida. Abrí la puerta y sacando la cabeza aprecié el solitario corredor. En ningún momento dudé de la palabra de la linda Marisol. Traté de recordar mi infancia triste, cuando me tocó comer tierra, pero la figura imponente de aquella princesa dorada no se apartaba ni un segundo de mi mente acalorada.
Todavía faltaban quince minutos para la hora señalada, cuando sentí que alguien chapoteaba en el agua. Me asomé y allí estaba mi reina mojada. Se deslizaba como un delfín en el agua. Fue y regresó, después se sumergió dejando apreciar la cadera en todo su esplendor. Nadó bajo el agua y luego saltó como un pez dorado, sacando la mitad de su cuerpo fuera del líquido cristalino. Avanzó con mucho estilo hacia mi puerta, salió de la piscina y se paró en el corredor, dejándome apreciar todos sus encantos. El bikini era muy pequeño en su combinación de Florecitas blancas, rosadas y azules. El agua descendió contagiándose de la sensualidad de un abdomen coronado por un ombligo perfecto. Los senos estaban orgullosos y firmes ante la humedad que los hacía más sensibles. Me miró en la oscuridad y me dedicó una sonrisa orgullosa, luego dio media vuelta y apoyando los codos en el pasamanos de madera, entreabrió las piernas y levantó las caderas lo más que pudo, en un desafío frontal contra mi hombría y contra mi juventud. Los sentidos se me nublaron, el corazón se me quería salir en el momento que aquella hermosa hembra abría su cuerpo visiblemente excitado, para que yo lo apreciara por completo. No pude resistir el paisaje de sus hermosas y rítmicas caderas que se agitaban insinuantes a escasos dos metros de mi virilidad ardiente. Sentí que me ahogaba, los pantalones me apretaban en una forma dolorosa. Abrí mi bragueta y liberé un poco la tensión. Ella se dio media vuelta, me miró de pies a cabeza y se dio cuenta de mi abultada desesperación. Cerró los ojos y empezó a contonear su cuerpo, como si estuviera ensayando una danza hechizante. Aquello fue demasiado, salí de mi cuarto y sin importarme nada, la abracé y la estreché contra mi cuerpo caliente. Su piel estaba húmeda y fría. Su cabello mojado y hermoso. La sujeté con fuerza, tratando de abrigarla con mi calor. Ella giró y se echó hacia adelante, con la respiración entrecortada. Sus lindos senos chocaron contra mi pecho. Su boca buscó con desesperación un beso y nos fundimos en el abrazo de dos jóvenes enamorados que se desean. Nos besamos con violencia. Nuestros dientes chocaron y mi boca se llenó con el sabor inconfundible de la sangre. Giré sobre mis talones y la conduje con suavidad hasta mi cuarto. Ella se tiró de espaldas sobre la cama. Ajusté con desesperación la puerta y encendí la lamparilla de luz roja que alumbraba la imagen de María Auxiliadora. El ambiente se llenó de magia y su cuerpo dorado fue aún más impresionante. Ella estaba asustada. Me miraba con la boca entreabierta y su vientre agitado subía y bajaba en el esfuerzo de una respiración violenta.
- Marisol, vete a dormir que ésto es una locura - dije, abriendo con dificultad la puerta. Ella, sin contestar nada, se dio la vuelta y se acomodó boca abajo. Me quedé contemplando aquella cadera excepcional y luego me estiré a su lado. Acariciando su cabello le dije con ternura:
- ¿Deseas hacer el amor conmigo? - ella me miró y no contestó nada, luego se acomodó y mirándome a los ojos empezó a acariciar mi pecho. Nos besamos nuevamente. El goce era total y nos olvidamos del mundo. Mi boca recorrió sus hombros finos y, con precisión absoluta, liberé los senos firmes que apuntaron hacia el cielo con sus pezones ardientes. Aquella era la combinación perfecta del dorado de la ambición, con el rosado de la inocencia. Los mordí con suavidad y Marisol se sumergió en un mar de emoción. Ella acariciaba mi cabello y atraía mi cabeza con toda la fuerza, hacia su bien formada naturaleza. Sus piernas rodearon mi cadera y con ritmo violento se agitó contra mi miembro enclaustrado. Después se separó un momento y yo me quedé quieto, esperando su reacción. Me miró profundamente a los ojos y, con decisión, empezó a desabrochar mi correa. Yo la aparté un poco y deslicé mi pantalón hacia abajo, liberando mi hinchada hombría. Terminé de quitarme el pantalón y la ropa interior, luego la abracé con ternura, acercándome a su cuerpo. Nos besamos con deseo, mientras yo acariciaba sus rosados pezones con delicadeza. Después, separando las diminutas pantaletas, introduje mis dedos en su entre piernas caliente. Ella soltó un grito de placer y me abrazó con pasión. La locura era total. Marisol buscaba mi boca y liberando las manos con desesperación, se deshizo de las pequeñas pantaletas. Nos besamos y mi miembro erecto fue a parar a la entrada de su linda concha. Aquello fue una sensación indescriptible. Marisol me apretó deseosa. Ella se quejó con dolor, y se alejó un poco << ¡cómo! ¡Aquella joven aún era virgen! >> Yo me quedé quieto, consciente de lo que sucedía, y ella, acomodando mi espada, la llevó hasta su ardiente cuerpo. Se abrazó con fuerza y sujetando mis caderas, empujamos hasta que la penetré, rompiendo el himen de una virginidad deliciosa. Marisol sollozó en aquella combinación de dolor y placer. Nos agitamos con desesperación y mi cuerpo la penetró, una y otra vez, hasta que sus gritos y el abrazo de sus piernas, me llevaron al límite de la emoción, estallando en una cascada de felicidad y gozo, que llenó todas sus entrañas con la leche espesa y caliente de mi semen. Ella me abrazó con el rostro cubierto de lágrimas y permanecimos tendidos largo rato, disfrutando del momento más delicioso de nuestras vidas... Habíamos jugado con fuego y nos habíamos quemado en una pasión sin control. Nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor y de satisfacción. Marisol, sintiéndose un poco incomoda, se levantó, fue hasta el baño, encendió la luz y lanzó un grito que retumbó en toda la casa. Yo corrí a mirar y observé un hilillo de sangre que bajaba por una de sus piernas. En aquel momento sentí que el mundo se me venía encima, y me maldije por la brusquedad con la que había destrozado la virginidad de aquella princesa delicada. Marisol se lavó con agua y jabón, sin embargo, la hemorragia no se detenía. Aquella hermosa niña estaba aterrada y yo no sabía qué hacer.
- Me haces el favor y me traes la sabana de la cama - me pidió angustiada. Yo fui, la traje rápidamente y, en la luz del baño, pudimos apreciar que estaba sucia por una oscura mancha de sangre << ¿Dios mío qué hice? ¡He destrozado a esta pobre muchacha!... ¿Cómo he podido ser tan violento? >> Marisol se envolvió en la sabana y se alejó en busca de su cuarto. Yo me quedé solo. Las prendas del vestido de baño se quedaron en el suelo, y yo no supe qué hacer con ellas; las enrollé y las oculté en el espacio que dejaban las vigas del techo. << ¡Dios mío! ¿Cómo he podido ser tan brusco?... ¡Señor te prometo que si me salvo de este problema, me voy a manejar muy bien en la vida y voy a misa todos los domingos!>> Prometí al cielo completamente angustiado. Yo estaba muy asustado. Lo que había sido un lindo romance, había terminado envuelto en la angustia y la desesperación, por culpa de la inocencia de Marisol. Definitivamente, esa hermosa criatura no estaba preparada para éso... Aquella noche no pude dormir. Me habían sucedido demasiadas cosas en un tiempo muy corto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
- CAPITULO NÚMERO DOS -
 
 
Al otro día me levanté a las cinco de la mañana. Todo estaba muy oscuro pero la impaciencia no me permitía seguir acostado. Salí al corredor y quise caminar un poco.
- Con que, usted, es de los hombres que madrugan, eso me gusta joven - me dijo don Ricardo que estaba parado en la puerta de la cocina con una taza de café en la mano -. Venga tómese un tinto y por ahí derecho hablamos de lo que tenemos que hablar.
Yo me acerqué con timidez, pensando en el daño tan grande que había hecho la noche anterior.
- Buenos días, don Ricardo, ¿cómo amaneció? - pregunté con ansiedad.
- Regular, gracias. Tengo problemas muy grandes pero hasta el momento, yo creo que vamos bien - explicó el buen hombre con seguridad. Ese pensamiento me animó un poquito, sin embargo, aún me sentía cohibido. Una de las sirvientas me trajo una taza de café caliente. Me tomé unos sorbos y permanecí en silencio.
- Mire, Alejandro - empezó a decir el señor -, yo sé que usted es un experto entrenando gallos de riña y aquí, en la finca, tenemos una raza muy buena, aunque está un poco descuidada. Tengo treinta y dos animales en plenas condiciones para la pelea. El oficio suyo va a ser el de entrenarlos y seleccionarlos para que, al final, usted elija dos o tres de los mejores. Esos van a pelear en Medellín, con muchos, muchos millones de pesos en apuesta. Confío en su buen criterio para saber cuáles son los mejores, porque no podemos perder ni una sola pelea. Necesito mucho dinero y ésta es la única forma de conseguirlo rápido, de lo contrario estoy perdido.
- ¿Cuál es la urgencia, don Ricardo, y perdone que me entrometa?
- Tranquilo, joven, lo que pasa es que la guerrilla me secuestro a Marcelo y a Nicolás Alberto, mis dos hijos varones. Nos están pidiendo trescientos millones de pesos, sin rebaja, y yo sólo dispongo de unos setenta si vendo el ganado e hipoteco la finca. A esos malandrines se les metió que yo soy multimillonario porque tengo una casa bonita y, al final de cuentas, todo lo que tengo es apariencia. Vamos a ir al “Cantaclaro”, en Medellín, que es donde se juega duro, con el fin de triplicar ese dinero y así poder pagar el rescate - terminó de decir el viejo, con la mirada perdida en una ilusión lejana. El dolor era inmenso en aquella voz varonil de paisa bravo.
- Tranquilo, don Ricardo, que yo en cuestión de gallos me sé las trampas viejas y las nuevas. Si los gallos de esta finca son buenos, yo le garantizo tres triunfos seguidos.
- Ese optimismo me gusta. Yo creo que Pablo ya le explicó la forma de pago que teníamos pensada y que, ahora, yo quiero cambiar. Vamos a hacer un trato así: Si conseguimos esos trescientos millones de pesos,  yo le regalo la mitad de esta finca o lo que usted me quiera pedir. Si es que está al alcance de mi mano. 
- Bueno, señor, ese trato sí que me gusta. Considéreme parte de su familia y seguro que lograremos nuestros objetivos - manifesté entusiasmado al descubrir la forma en que me iba a quedar con su hija.
- ¿Dónde conoció a Pablo?... Porque usted está muy joven para ser su amigo -.  Me preguntó el patrón con interés.
- Cuando él llegaba a la gallera, yo le recibía las maletas y le cuidaba los animales. Después me cogió confianza y me dejaba calzar los gallos. A, usted, lo vi, apenas, como dos o tres veces en ese lugar - anoté, entusiasmado por la amabilidad de don Ricardo.
- Cuéntame, Alejandro… ¿quién es tu papá?... A ver si lo conozco.
- Mi padre murió de tristeza hace como tres años, después de que los bancos le remataron y le quitaron la finca. ÉL era un cafetero al que lo arruinó el mal tiempo y aunque todo el mundo lo conocía y lo estimaba en esta zona, nadie lo pudo ayudar porque ellos también estaban en iguales condiciones - expliqué con tristeza. Los dos nos quedamos en silencio y yo, sin poder contener la curiosidad, le pregunté -. ¿El muchacho robusto que estuvo comiendo con nosotros, es algún familiar suyo?
- No, ese bobo es un amigo de la niña. ¿Por qué me lo preguntas? - investigó mirándome con sospecha.
- Como él tiene tanto dinero, le podríamos decir que nos preste un poquito, para que la cosa sea más sencilla. ¿No le parece? - Anoté, sin ocultar mi antipatía por él.
- Sí, ésa es una buena opción, pero en el momento hay que dejarlo en remojo -. Analizó el viejo, como pensando en el interés que demostraba el barrigón en su adolescente hija. Yo no me sentí con el derecho de incomodar a aquel amable señor y mucho menos, ahora, después de lo que había pasado la noche anterior y permanecí en silencio hasta que él dijo:
- Si quieres vamos hasta los corrales para mostrarte, de una vez, todos los gallos que poseo.
- Bueno, señor, me parece magnifica idea - entregamos las tazas vacías y nos pusimos en marcha. El galpón estaba en la colina del frente, descendimos por un camino resbaloso y cruzamos por un puente de madera, que estaba tendido sobre tres pequeños lagos donde se cultivaban las truchas arco iris. Llegamos hasta dos construcciones echas en adobes y con rústicas tejas. En la ramada de la derecha se agitaba, con bríos, un caballo rojizo que nos miraba con inteligencia por encima de la cerca.
- ¡Qué lindo animal! ¿Cómo se llama?
- A ese castaño oscuro, toda la vida lo hemos llamado "Tormento de Boyacá", sencillamente - Anotó don Ricardo un poco molesto con el animal -; es tan pulido y tan sabroso que, un día de estos, le mando a hacer un monumento.
- Por el momento déjelo quieto que, de pronto, lo hago parte de mi paga - Solicité, demostrando que me había gustado el robusto y brillante animal.
- Tranquilo que si le gusta, seguramente haremos un buen negocio - dijo el patrón antes de empezar a mostrarme los animales -. Bueno, ahora sí a lo que vinimos. Aquel gallo colorado que está con las gallinas, como hizo más de quince peleas sin perder, lo dejé de reproductor aunque todavía está muy joven. No lo quise arriesgar desde la última vez que lo entuertaron de un espuelazo.
Aquel hombre hablaba con frialdad de sus animales. Antes que ser un fanático, se notaba que era un pensador. Dimos unos pasos y nos fuimos a ver los gladiadores activos de aquel corral.
- Ese gallo negro es un pata de pato y lleva once peleas muy bien ganadas; por lo que considero que es el mejor que tenemos en este momento - explicó don Ricardo con orgullo -. También tengo un gallo muy pesado que ha ganado unas ocho peleas y ha empatado otras seis, es una fiera y, aunque no ha perdido, aún no me acaba de convencer; a ése lo llamamos “El gallo de oro” y es ese dorado que está allá en la parte superior derecha. Ese Camagüey que está debajo de él, en mis manos ha ganado seis peleas; lo compré por mucho dinero y el que me lo vendió dijo que llevaba ocho peleas, pero eso no se le puede creer porque casi todos los galleros son mentirosos y exagerados. También tengo un pollo ingles, que en sus tres primeras peleas ha matado antes del minuto. El resto son del montón; han hecho cosas buenas, pero también la han embarrado cuando uno menos lo piensa.
Yo estaba alelado. Mi pasión por los gallos de riña me obligaba a quererlos a primera vista. Había unos animales muy buenos, pero se les notaba la falta de mantenimiento.
- Mire, don Ricardo, como tenemos muy poco tiempo, no podemos empezar a probar con animales desconocidos - expliqué -. Vamos a entrenar los campeones, incluyendo el reproductor, porque si vamos a jugar duro, tenemos que arriesgar las cartas buenas.
Don Ricardo aceptó la estrategia y me invitó a desayunar. Yo rechacé la oferta y, alegando que no ingería alimentos tan temprano, me quedé solo. El viejo se marchó para la casa y yo me quedé en el corral, disimulando con aquellos animales la angustia que me producía el no saber nada de Marisol. Me quedé hasta las diez de la mañana clasificando los animales y observando su estado de salud, después me fui para la cocina y me senté a esperar que me sirvieran algo de comer. Las humildes mujeres del servicio me atendieron de muy buenas maneras. Tomé el desayuno lentamente, como esperando algo, pero nadie habló de la niña Marisol. Ella Tampoco apareció por ningún lado y yo me fui a trabajar muy angustiado. Fundí canilleras de plomo para aumentar la fuerza en los músculos de mis futuros aliados. Aquellos animales iban a ser el medio para ganarme el respeto de toda la familia. Mi cuerpo estaba lleno de energía y positivismo. Los atletas emplumados brincaban mientras mi mente se cubría del dorado resplandor, que me dejó sentir la exquisitez de una juventud en flor. ¿Una flor cómo una rosa? ¿Cómo un tulipán? ¿Cómo una orquídea salvaje? No, Marisol estaba por encima de ellas, por encima del sol y por encima de la vida misma. Hacía muy pocas horas que la conocía y mi cuerpo estaba lleno del amor más violento del mundo.
A las doce en punto, hora de almorzar, yo estaba sentado en el comedor. Las sirvientas iban y venían hasta que por fin escuché un triste comentario.
- Marisol amaneció con un resfriado y no quiere comer nada.
<< ¡Cómo! ¡Mi dulce princesa está enferma y yo debo de ser el culpable! >> Pensé angustiado, sumergiendo mi cabeza entre las manos al sentir la incapacidad de mi humilde condición.
El ánimo me quedó por debajo de los pies, y me fui a dialogar con mis atletas aguerridos que me miraban con extrañeza. Les pregunté por sus pollas, por sus soledades y ellos, con sus cantos, me contaron de rivales que cayeron bajo las puñaladas defensoras de sus hembras. Los animales matan por sus compañeras y por sus familias. ¿Yo, algún día, seré capaz de matar por mi orgullo o por mi honor?
En aquel día Marisol no se levantó ni un minuto de la cama; tampoco quiso comer nada y yo no tuve sosiego.
Por la noche, después de la silenciosa e incomoda cena donde no estuvo Marisol, me quedé hablando con don Pablo, que me contó una linda e interesante historia sobre el caballo alazán tostado del corral<< Ese potro perteneció a un narcotraficante que se llamaba Julio Fierro, al hombre lo secuestraron o lo mataron, no sé, pero ese caballo quedó botado en el monte y Don Ricardo lo capturó y lo encerró en esa pesebrera, pero lo dejó resabiar y ahora, para montarlo es todo un problema. Su temperamento explosivo sólo lo puede controlar un muy buen jinete y Don Ricardo se ha visto en la necesidad de regalarlo o venderlo por cualquier cosa, para librarse de él, pero la niña Marisol no ha dejado. Ella lo quiere mucho. Se pasa las tardes enteras mirándolo y le dan rabietas cuando alguien habla mal de su corcel salvaje. El animal tiene un excelente genotipo y es hijo, nada más y nada menos, de "Tormento de la virginia", un caballo de paso fino Colombiano que fue ganador en casi todas las pistas del país. <<Estos animales especiales, no son para hombres común y corrientes>> pensé, y don Pablo siguió hablando aunque yo ya no escuchaba. Mis pensamientos estaban clavados en la imagen de una rubia con ojos limpios y transparentes, que adoraba los caballos. Mi corazón marchaba a un ritmo acelerado; llevaba como veintiséis horas en esa finca y ya estaba enamorado de una chica, de un caballo y de cuatro gallos de pelea que me parecieron espectaculares. Tenía el corazón hinchado de tanto querer y me fui a la cama con una inquietud aún más salvaje que la del caballo rojizo. No relinché porque me dio vergüenza.
¡Yo te necesito, Marisol adorada!
Al otro día decidí trabajar en el prado suave, que estaba a todo el frente de la casa. Mandé a preparar un jarabe de totumo y miel de abejas, que es un bronquio dilatador efectivo para el buen estado físico de mis animales consentidos. Llegué hasta la cocina muchas veces, con la disculpa de que la pócima tenía que estar caliente. Observé a todos lados hasta que me encontré con la mirada de mi dulce Marisol. Venía por el corredor y en el momento que me vio giró sobre sus talones y yo, sin pensarlo, corrí detrás de ella y sujetándola por el brazo le pregunté en tono suplicante:
- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás así?
- Usted no me vuelva a dirigir la palabra. Yo tengo un novio que se llama Michael y a él es al que más quiero - Me dijo sin piedad. Mi corazón se desgarró. El llanto me inundó y con el rostro bañado en lágrimas le pedí una explicación.
- Por favor, dime la verdad, porque ayer sentí que tu corazón me pertenecía y que tu cuerpo me deseaba con la locura de un amor puro y sincero.
- ¡Tu cuerpo! ¡Tu cuerpo! ¡Claro, usted es un cochino materialista que sólo pensó en mi cuerpo! Yo nunca imaginé que usted fuera tan malo.
- ¿Cómo? Yo te pregunté que si lo deseabas y tú dijiste que sí. ¿Entonces cómo son las cosas? Por favor no seas así. Yo no te obligué a nada. Tú lo quisiste, ¿sí o no?
- Sí, yo lo quise, pero ahora estoy arrepentida. ¿Qué irán a decir mis padres cuándo se enteren?
- No se los cuentes por favor.
- No sé. Nunca he tenido secretos con ellos, y este sentimiento de culpa me está matando.
- ¡Por favor! Asume las cosas con madurez.
En aquel momento me sentí ridículo, le estaba pidiendo cordura a una adolescente de apenas dieciséis años. Mi confusión era total. No podía entender aquel cambio repentino. Su cuerpo había vibrado bajo mis brazos en una entrega absoluta y, ahora, Marisol, se mostraba nerviosa, fría y totalmente alejada. <<No, detrás de ese rostro inmaculado y detrás de esos ojos sinceros no puede ocultarse la indiferencia y la frialdad. Algo raro le está pasando y yo lo voy a averiguar>> pensé con determinación. << Si estuviera triste los síntomas serían diferentes; era más bien cómo una orgullosa protesta que la hizo alejarse sin darme una explicación. >>
Me encontré con Marisol varias veces más, sin embargo, ella, en medio de su dulzura, me esquivó en todo momento. La forma amable en que me trató el primer día, se convirtió en indiferencia y silencio. Lo que estaba pasando se había convertido en algo incomprensible para mí. Yo, en ningún momento, ni la forcé ni la obligué a realizar algo que ella misma no hubiera insinuado. Ahora le incomodaba mi presencia y lanzaba dardos de ira contra mi alma, manifestando un insospechado salvajismo.
Intenté distraerme en la rutina de mi trabajo, pero el halo que emanaba la presencia de mi princesa, me obligaba a pensar que ella me estaba observando en todo momento. Giré lentamente, como ensimismado en mi trabajo, y, volteando con rapidez mi cabeza, la pude observar mirándome a través de los cristales de su cuarto. Ella se echó hacia atrás como si la hubieran descubierto haciendo algo malo, y a los pocos minutos estaba en la cocina diciendo en voz alta. << ¿Cómo es posible qué los obreros estén trabajando prácticamente encima de nosotras?... Eso si lo tengo que hablar con mi papá. >>
Yo, disgustado y tratando de librar el percance sin que nadie se hubiera dado cuenta, me di por aludido y me fui a trabajar a otro lugar muy lejos de ahí. En esos momentos no podía alborotar la situación, sabiendo que de estallar un escándalo yo llevaría la peor parte. Me refugié en mi dolor y esperé a que amainara la borrascosa tormenta que contagió la naturaleza de tristeza, lluvia, soledad y frío.
Por la noche se habló de la situación de los muchachos y de la negativa del grupo insurgente, para hacer una rebaja en la increíble cantidad de dinero que estaban pidiendo. Don Ricardo estaba muy inquieto y triste, ante la imposibilidad de hacer algo para librar sus hijos de las amenazas de muerte. El negocio de comercializar con la vida de la gente honrada y trabajadora, es la peor forma delincuencial que azota este bello país de Colombia.
<< A esos hombres malvados los debían de condenar a la pena de muerte. >> concluía el angustiado señor.
Michael vino por la noche y se quedó hablando largo rato con Marisol, después de la cena. El aburguesado muchacho nos trataba, al mayordomo y a mí, como si fuéramos personas de inferior calidad. A don Pablo le tocaba ensillar y desensillar el caballo, cuando el rechoncho, rodillas juntas, llegaba o se marchaba. Yo me mantenía callado y no escuchaba nada de lo que él decía, para no entrar en disputas que reflejen el dolor que me producía su presencia al lado de mi amada. Poco a poco, estaba comprendiendo el porqué de la amabilidad y el buen trato que le brindaba don Ricardo al muchacho; aunque esas conversaciones tan ridículas, también debían de exasperar a un hombre tan inteligente como él. Encontrándose en una necesidad tan grande, aquel muchacho iba a ser una buena opción cuando hubiera que prestar una gruesa suma de dinero.
Yo estaba seguro de que, en la cena, Marisol iba a estar indiferente conmigo; por eso fijé mi atención en el grave problema de sus hermanos. Me voy a quedar indiferente hasta que a ella se le pase el susto y me busque. Yo la comprendo porque la primera experiencia es traumatizante y en el caso de ella, que fue en un momento de locura, es aún mucho mayor.
Don Pablo se ha dado cuenta de que estoy enamorado de la hija del jefe y, aunque no dice nada, me guiña el ojo cuando sus miradas se percatan del esfuerzo que nosotros hacemos para ignorarnos.  
- ¿No sabes qué se hace con una potra arisca?... No le aprietes la rienda, no la obligues a que te obedezca; aflójala y déjala libre, que ella muy pronto va aprender a caminar con el ritmo que tú deseas - me dijo cuando nos dejaron solos en el comedor. Yo haciéndome el tonto repliqué:
- ¿Cómo así don Pablo? A mí casi no me interesan los caballos. Yo le pregunté por " Tormento" porque me gustó un poquito, pero nada más.
- ¡Tranquilo! - exclamó, guiñándome un ojo en actitud de complicidad - Acepta los consejos de un viejo amigo que tiene el sueño más ligero que el de todos los demás, cuando las chicas deciden nadar y suspirar a media noche.
 Pasaron seis o siete días y con ellos llegó la resignación. El trabajo era emocionante, la comida muy buena y toda la gente amable. Don Ricardo no se podía librar del fantasma del secuestro y a toda hora estaba hablando de eso.
- Yo los condenaría a la pena de la tortura y después los colgaría de un árbol y los despellejaría vivos - me decía con inmenso rencor -. Si hubieran matado a mis muchachos sería muy horrible y todo, pero sería menos doloroso que esta incertidumbre que lo mantiene, a uno, sufriendo en todo momento por ellos... ¿Qué si ya estarán muertos? ¿Qué si irán a regresar algún día? ¿Qué si los están torturando?... Sinceramente, el secuestro es el peor crimen que puede existir.
Doña Mirían lloraba día y noche. Le rezaba a María Auxiliadora y a todos los santos del cielo, esperando el milagroso regreso de sus hijos. Cada que llegaba un extraño a la finca, la angustiada madre corría con el corazón palpitante, esperanzada en tener una noticia de sus hijos. Aquel dolor constante, angustiaba la familia y nos angustiaba a nosotros.
Entre Marisol y yo, estaban pasando cosas muy raras, que yo no había sido capaz de comprender por culpa de las variaciones bruscas que sufre ella, en su carácter y en la forma de comportarse. Marisol sabía que yo estaba sufriendo intensamente por culpa de su indiferencia total, sin embargo, seguía adelante con su actitud despectiva. Castigándome sin piedad.
- No puedo entender cómo un obrero mediocre, pueda comportarse con la arrogancia y los modales elegantes del más fino de los señores, sabiendo que su familia ha aguantado hambre y miseria por toda la eternidad -. dijo Marisol en la cocina.
Alguien se había encargado de informarle muy bien sobre mi pasado, pero eso a mí no me molestaba. Todas esas rabietas contradecían el rubor que se encendía en sus mejillas, cuando yo la miraba de frente. A pesar de los desplantes, conmigo, había cierta delicadeza. Entendía, por ejemplo, que yo había sido el primer hombre en su vida y eso la traía muy inquieta. Incluso, ella misma, había ordenado a las cocineras que las comidas para mí fueran algo especial. Era como tratar bien a un ser despreciable. Era como alimentar bien al esclavo que después nos va a servir. Aunque la pauta de su comportamiento me seguía pareciendo extraña, porque ella veía que yo sufría y me desesperaba por causa de sus aterradores desmanes, jamás se dignó tranquilizarme por completo con una franqueza total. ¿Por qué habría de quererme una princesa rica, que se entregó en una noche de pasión?
La situación era muy desagradable. Marisol había construido una muralla de indiferencia que yo no encontraba la forma de saltar. Me estaba desconcertando mucho y empecé a dudar del naciente amor que nos unió en aquellos inolvidables momentos. El desaliento invadió mi corazón y estaba empezando a renunciar a ella, cuando una tarde me sucedió algo muy doloroso que empeoró la situación: Mi princesa con boca de fresa venía caminando al lado de Michael y pasó por el frente del cerco donde yo estaba charlando con un trabajador de la finca al que le decían "El Guitarrista"; un amigo en mis ratos de desconsuelo y un excelente interprete de canciones desesperadas, de esas que llegan al alma. Desde que llegué a esta finca me cayó bien el humilde muchacho, me hice amigo de él y, en las noches de tristeza, con su guitarra llorona y su voz de gitano solitario, cabalgamos por el mundo de los enamorados tristes. Yo no sé que representan las baladas para la demás gente, pero lo único que sé, es que para mí son como flechas de sentimiento que remueven el mundo de mis delfines enamorados, que se agitan en la danza deslumbrante de una juventud inquieta.
- ¡Perra hija de prostituta! - exclamó “El guitarrista”, pálido de la furia al observar que Marisol se besaba con Michael
- Tranquilo, que el que ríe de último ríe mejor - dije tratando de minimizar el comentario que me pareció un poco exagerado. Mis ojos la habían mirado con furia y ella, sin inmutarse, había seguido el camino al lado de su prometido. A los dos o tres minutos, Marisol pasó como una exhalación; iba corriendo y en su rostro angustiado brillaban las lágrimas de la niña mimada que no resiste nada. Yo me quedé pensativo y casi no escuchaba el relato dulce de aquel amigo y confidente que hablaba con mucha propiedad de mi terrible desconsuelo.
Me fui para la casa y sentado en una de las mecedoras del frente de la piscina, me dediqué a rumiar mi dolor. Marisol pasó a mi lado y la ignoré.
Al otro día, su anterior manera de tratarme se alteró. Esa completa arrogancia en su actitud, combinada de frialdad y desprecio, había desaparecido. Ahora estaba como cabizbaja y humilde, ya no evitaba los encuentros conmigo y hasta dejaba translucir que deseaba hablarme. Anteriormente, muchas veces había querido hablarle y ella ni siquiera se daba cuenta de que yo intentaba llamar su atención, ahora era mi turno y el que no quería nada era yo. 
Así estaban las cosas entre nosotros, después del terrible error que cometió al besarse con ese cerdo delante de mí.
Marisol estaba arrepentida. Trató de reconquistarme. Me mandó una nota con una de las sirvientas, en la que me juraba amor eterno y me pedía perdón.
La esperanza había renacido, el ambiente era más agradable y mi sol había vuelto a brillar.
¡Qué genial era la vida!... Cuando yo era un niño y cruzaba por estas colinas, me sentía enamorado del paisaje. Los pastizales de un kikuyo muy fresco, los eucaliptos inmensos y desgreñados, el riachuelo cristalino, la cantidad de garzas que caminaban detrás del ganado y los huracanes que azotaban las ramas de los árboles, llenándolo todo de movimiento y vida, hacían sentir en mi sensible corazón el romanticismo anticipado, porque, al mismo tiempo, la naturaleza estaba creando para mí, una mujer tan intensa como el sol. Marisol se contagió del color y del sabor dulce de los mangos, de la acidez del maracuyá y de la suavidad exótica de las guayabas maduras.
Yo caminaba por estos lugares con el corazón encogido ante la inmensidad de la naturaleza que me asustaba; todo era tan imponente y grandioso que me hacía sentir como un pájaro frágil ante la inmensidad arrolladora de una vida en flor. El clima era agradable. No existían plagas y hasta las tempestades eran hermosas. La naturaleza se confabuló y, en la mitad de la perfección, creo una joya tan brillante y transparente como un diamante esculpido, tan suave como una aguamarina, tan agresiba como una esmeralda y tan alegre como una amatista. Todas las esencias se liberaron y viajando en el aire, fueron a encarnarse en una mujer que es el resumen de la vida, de todos mis sueños, de todos mis deseos y de toda mi ilusión. << Después de tantos años, hoy apenas, me doy cuenta de que el temor que se refugiaba en mi corazón, no era miedo sino incapacidad, insignificancia y limitación al no poder convertirme en árbol, en río o en gaviota de inmaculada blancura. También he descubierto por qué estoy enamorado de Marisol; ella es la clase, la dulzura, la belleza, el placer y la inteligencia que siempre le he querido extraer a este mundo maravilloso. >> pensé completamente emocionado.
Casi todos los días, al despuntar el alba, corría hacia el huerto y en un canasto traía las lechugas, las remolachas, el repollo morado y las habichuelas, para que las mujeres de la cocina hicieran las ensaladas que acompañaban las truchas que comíamos muy a menudo.
El día anterior había venido don Ricardo y me encontró sentado en el prado, desplumando los gallos en una forma horrorosa.
- ¿Qué ha pasado, Alejandro? ¿Por qué has trasquilado esos pobres animales de esa manera?
- Tranquilo, jefe, que mientras más feos los llevemos, más van a desconfiar de ellos y más gabela nos van a dar. ¿No se ha dado cuenta que la gente detesta las cosas feas?
- Sí, pero... Bueno. Haga lo que usted quiera. Vine a buscarlo porque este sábado vamos a probar suerte y necesito que esos animales estén como tigres.
- Tranquilo, jefe, que, como vamos, vamos bien.
Dos días más tarde teníamos que viajar hasta Medellín para probar un poco de suerte. El viaje nos alejaría una noche y dos días de la finca. Yo estaba triste y traté de hacer las paces con mi adorada ilusión,          pero Marisol estaba muy avergonzada por lo del beso con Michael y no quiso hablar conmigo, pero la vi seguir con la mirada todos los preparativos del viaje.
La situación era desesperada por lo del secuestro, y todo lo teníamos preparado contra el tiempo. Los animales estaban bien físicamente, sin embargo, dentro de mi alma se agitaba el nerviosismo de una responsabilidad grande.
Hicimos el viaje muy callados. El ambiente estaba impregnado de la tristeza y el abatimiento del jefe, y del nerviosismo mío; porque no podía fallar. En el carro íbamos “el guitarrista” que lo había encargado de cuidar las maletas con los gallos, otro muchacho que era el chofer de confianza, el patrón y yo.
<< ¿Cómo estaría yo de alegre, si mi princesa hubiera querido hablar conmigo? >> Pensé. << ¡Tuve una flor entre mis manos y mi corazón sufrido, no supo cómo tratarla!... Espero que Dios me dé otra oportunidad con ella. >>
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                   - CAPITULO NÚMERO TRES -
 
 
Llegamos a la gallera muy tranquilos. Nos bajamos del taxi y algunos citadinos nos miraron con curiosidad. En el gran salón, el resonar de la música y la algarabía de los hombres que disfrutaban del licor y del ambiente, nos sumergieron en aquel carnaval primitivo y embriagante. Alrededor del palenque se apiñaban los jugadores y los mirones, en espera de una pelea que los hiciera gritar de emoción. Los toros de lidia y los gallos de riña son espectáculos muy coloridos y, aunque la gente los critique por sangrientos, nunca los podremos sacar de nuestros corazones descendientes de españoles. Llegamos hasta el puesto donde se pesaban los gallos y en menos de diez minutos, los nuestros estaban pesados y registrados en la cartelera de propietarios; allí se colocaron a mi nombre, porque el patrón quería pasar de incógnito. No trajimos a don Pablo porque el jefe dijo que ese viejo era un bulto de sal y de mala suerte; que todo lo que el hombre tocaba se perdía tarde o temprano. El lugar estaba lleno de rozagantes hacendados; hombres sencillos que nos hacían sentir en un ambiente propicio para cualquier clase de apuestas o transacciones. El patrón observaba todo con mucha serenidad. La pesada y el cuidado de los gallos no lo preocupó mucho, y dejó todo bajo mi responsabilidad. En aquel lugar no había policías. Todo el mundo se comportaba con rectitud y la palabra era garantía de seriedad, pues de ella dependía el honor y el respeto de aquella gran familia de tahúres. Las reglas de juego eran claras y todos los parroquianos obedecían los dictámenes del juez, que era toda una autoridad entre aquellas gentes que se conocían y respetaban entre si. Permanecimos contemplando el carnaval unos minutos y, al poco rato, el patrón manifestó el deseo de probar suerte. Nos acercamos al sitio donde se arreglaban las peleas y yo le dije a un muchacho muy conocido; de esos que tiene don de gentes y que ayudan a pactar todas las riñas.
- Pichi, tengo un pollo que pesa tres libras y una onza - argumenté pensando en “El cabeza de culebra” que siempre había ganado -, si me ayudas a pactar una pelea te estaría muy agradecido.
- ¡Claro! ¡Más que inmediatamente tendrás un rival! - contestó animado. En aquel lugar me consideraban un principiante y eso era muy atractivo para ellos. Todo el mundo pensaba que los nuevos son bobos o que no sabían nada. No habían pasado cinco minutos cuando el muchacho regresó con un rival.
- Mire, Alejandro, este señor tiene un pollito que pesa tres dos. Si usted quiere, este es el rival para la pelea, pero es para apostar muy caro. Usted sabe qué esta gente es así.
<<Para apostar caro>> Me dijo con mucho respeto aquel buen hombre, y el jefe con setenta millones de pesos en el bolso. Aquellos pobres hombres nunca habían visto jugar tan duro como lo íbamos a hacer esa noche. El animal que trajeron esos muchachos era mucho más joven que el de nosotros; lo que daba una pequeña ventaja a nuestro favor, aunque su pluma era brillante y muy bonita. Hice que pesaran el pollo ante mis ojos y les dije:
- Si les gusta jugar caro, que la apuesta sea con cinco millones de pesos - los muchachos se pusieron pálidos y se quedaron pensando; ellos, cuando dijeron que caro, hablaban de una apuesta cinco veces menor que ésa. Estaban pasmados y al fin el dueño dijo:
- Espere un momento, que voy a buscar patrocinio - Los rivales se marcharon y yo, por primera vez, hablé con don Ricardo para disculparme por apostar sin su previa autorización. Él dijo que así estaba bien y depositó toda su confianza en mis decisiones, después de recordarme que la vida de sus hijos dependía de mis locuras. Al poco tiempo regresaron los muchachos acompañados de "El tigre", un reconocido narcotraficante de la región. El hombre miró el pollo y aceptó la apuesta. Nos fuimos a calzar los gallos y mi nerviosismo era palpable; mis manos temblaban como las de un anciano y me daba dificultad para cortar el esparadrapo que iba a sujetar las espuelas de carey. El jefe me dio una palmadita en el hombro y me aconsejó tranquilidad. Aquella era la apuesta más cara de mi vida, y yo no podía ser indiferente ante aquel compromiso. Terminé de poner las espuelas al pollo y me fui para el redondel del palenque. Detrás de mí venía don Ricardo y le entregó al juez los cinco millones de pesos en efectivo. Todos los curiosos despejaron el círculo y yo, temblando desde los dedos de los pies hasta la cabeza, esperé con la boca reseca por la ansiedad. Llegaron los rivales y en marcada demostración de superioridad, apostaban doble a sencillo a que ganaba el pollo de ellos. Don Ricardo me miró cómo preguntándome qué si aceptaba más apuestas y yo, con un movimiento de mano, le indiqué que se calmara. El ambiente se calentó. Todo el mundo gritaba y mi nerviosismo, en ese instante, era casi incontrolable. Sacaron “el mingo” e hicimos rabiar los gallos. Todo estaba listo. El juez sincronizó el reloj, me lo mostró y yo, sin ver nada, dije que sí. Anunció las reglas de la pelea y soltamos. Los animales chocaron y chocaron en el aire. Nuestro pollo, agachado, esperaba el ataque del rival. Se sucedieron los choques y, de un momento a otro, el pollo de mis rivales salió chillando presa de un gran dolor. “El cabeza de culebra”, que así llamábamos a nuestro gladiador, lo chuzó en la zona de los genitales y el otro animal sin poder resistir el dolor se corrió. Los careamos otras dos veces y el pollo de nuestros oponentes, para vergüenza de ellos, no quiso volver a pelear. Aquel era nuestro primer triunfo. Todos me felicitaban y me daban la mano, cómo si yo fuera un ídolo. Don Ricardo cobró el dinero y vino para darme un abrazo que casi me rompe las costillas. Parados en la mitad del redondel estábamos felices y “El tigre” interrumpió nuestra celebración.
- Si ustedes piensan qué ése es el gallo de la pasión, yo les traigo otro animal de los míos y hacemos otra pelea. ¿Qué les parece? - preguntó el hombre visiblemente alterado. Don Ricardo me miró y yo hice un gesto aprobando la propuesta.
- ¿Qué piensas tú? - me preguntó el patrón con la respiración alterada.
- A mí me parece que el pollo se puede volver a pelear. ¿Si, usted, quiere, lo jugamos?
- Bueno, pero que sea con diez millones - dijo el jefe envalentonado. El mafioso, enseñado a los desafíos grandes, aceptó inmediatamente. Se marchó a toda prisa y en pocos minutos llegó con un pollo gris que despedía visos morados. Todos me miraron como pidiendo mi concepto y yo, crecido de orgullo, dije con sarcasmo:
- Los más bonitos no son los que ganan; por eso pueden estar tranquilos.
A los diez minutos, aproximadamente, todo estaba listo. Se repitieron las mismas escenas y mi nerviosismo no decreció. Metido en la mitad del círculo solté nuestro pollo y me recosté contra las tablas, un poco mareado por la tensión. Saltaron los gallos y nuestro "Cabeza de culebra" mostraba un gran estilo de pelea; se agachaba y con la cabeza a ras del suelo se hacía inalcanzable para su rival. Chocaron varias veces y sin saber cómo ni cuándo, cayó el gallo morado revolcándose herido de muerte. Habíamos ganado otra vez. Cogí el gallo y mis amigos se abalanzaron y me abrazaban con emoción. Toda la gente estaba a nuestro favor. Aquello era increíble. Los rostros sonrientes de mis compañeros me reconocían como el artífice de aquellos dos anhelados triunfos. Revisé “el cabeza de culebra” y solamente tenía dos pequeños rasguños en el cuello. Entregué el ganador a uno de los trabajadores de la finca, y me fui con don Ricardo para el bar, a celebrar con unos aguardientes aquel gran principio. Nos paramos en el mostrador y con efusividad brindamos por Marcelo y Nicolás, sus hijos del alma, esperando su pronto regreso. Nuestra alegría era desbordante y las gentes contagiadas de nuestra emoción, celebraban a nuestro lado. No pasó mucho tiempo antes de que se nos acercara Omar "El tigre"
- ¡Qué buen animal tiene, usted, don Ricardo!... Claro que también han contado con suerte. Yo sé que usted es un tipo valiente y por eso mandé por dinero en efectivo, porque vamos a echar otra pelea, ¿o no?
- Claro que sí, don Omar - Contestó con amabilidad el patrón -, vamos a jugar todo lo que usted quiera, porque me hacen falta unos centavos para un negocio. ¿Cuántos gallos tenemos?... Para que don Omar se antoje - me preguntó el jefe con la ironía del que contesta a un desafío.
- En las maletas tenemos dos gallos; uno de tres libras y catorce onzas, y el otro de dos libras y trece onzas - expliqué con imparcialidad, para no exaltar los ánimos.
- Me gusta el de dos trece, porque ése de tres catorce no es un gallo sino un avestruz - dijo el señor, recuperando el humor que se le había esfumado con los quince millones que perdió -. ¿Si ustedes quieren, les muestro un gallo que pesa dos libras y doce onzas? Para que apostemos treinta millones de pesos. Usted sabe, don Ricardo, que yo soy un hombre y que me gusta dar gabela. ¿O no?
- Sí, eso es verdad. Alejandro, vaya y prepare “El pata de pato”, que estamos jugando con un señor - ordenó don Ricardo, convencido de todo lo que decía aquel hombre. Yo me retiré y cerrando los ojos, pensé << ¡Vamos a ganar!... ¡Ésta también la vamos a ganar, ángel mío, porque la meta es la liberación de tus hermanos! >>, Tratando de alejar el mal presentimiento. Saqué “El negro pata de pato” de la maleta y en un rincón me di a la tarea de ponerle las espuelas de carey que nos darían otros treinta millones de pesos. Don Ricardo seguía tomando aguardiente con nuestro rival y yo no pude ver el otro gallo hasta que no estuvimos en el cÍrculo. Era un gallo rojizo, color ladrillo, un poco más pequeño que el de nosotros. Todo el mundo sabía de las hazañas de aquel animal, porque se regocijaban y hablaban con alegría de él. El público estaba apoderado del síndrome de los débiles, que siempre desean que se arruine un triunfador. Ahora todos estaban en contra nuestra y eso me entusiasmó más todavia. Soltamos los gallos y “El negro pata de pato” con certeros espuelazos, dejó en mal estado al pequeño gallo rojo que, envuelto en el color púrpura de su sangre, se fue debilitando a pesar de estar mostrando las cualidades de las que se vanagloriaban sus dueños. El animal era muy ligero y aguerrido, pero una vena rota dejó escapar su vida antes de poder hacer nada. Estábamos en una noche de suerte y ante un adversario que, preso de la furia y de la desesperación, nos estaba dando ventajas que, aunque pequeñas, eran significativas y determinantes en las victorias.
- Si desean volver a pelear ese campeón, tengo un pollito negro que prácticamente es un recién nacido. Usted verá, don Ricardo, si me quiere demostrar que esos cluecos son indestructibles - desafió una vez más don Omar, con el rostro enrojecido por la furia -. Como le dije, es un negro más joven y menos pesado que el de ustedes. Vamos a jugar otros treinta millones de pesos, pero si me recibe un cheque a treinta días de plazo. ¿Usted verá, don Ricardo?
- Tráiga el gallo para que Alejandro lo vea, y después hablamos - argumentó el jefe aceptando el desafío. Yo me puse receloso cuando el hombre habló del cheque y, sin poder aguantar, le dije a don Ricardo:
- Dígale que nosotros sólo recibimos dinero en efectivo o alhajas de oro - aconsejé, entrometiéndome en el asunto.
- Tranquilo, muchacho, que ese don Omar es un señor - dijo el patrón tratando de serenarme.
- Mire, joven, la insignificancia que le traigo, para que la tumben si son capaces - dijo “El tigre”, buscando con desespero la revancha. Volteó el animalito y me dejó ver las espuelas recién nacidas. Aquel pájaro no era capaz de matar al “Pata de pato” que podía ser su abuelo en tres veces. Yo apartando a don Ricardo le dije:
- Jefe, triplique la apuesta que ésta es la pelea de nosotros. Ese es un pollito recién salido del huevo, peleando con “El pata de pato” que es un asesino profesional - el patrón, muy seguro de mis palabras, fue y cerró la apuesta de los treinta millones y, después, jugó una camioneta contra otros veinticinco millones de pesos. Definitivamente, aquella sería nuestra noche. El público gritaba con emoción. Soltamos los gallos y el rival era insignificante ante nuestro fibroso y robusto animal. Pasaron los minutos y nuestro pequeño contrincante saltaba como un resorte sin demostrar cansancio. “El pata de pato” se asfixió y empezó a recibir puñaladas. Aquello era inconcebible; nuestro campeón estaba perdiendo ante un pequeño rival que se escurría por cualquier hueco. La cosa se puso color de hormiga. El alegre pollo volaba más que una tórtola y nuestro campeón no atinaba a darse cuenta de lo que le estaba pasando. Todos cambiamos de color. El jefe, en la tribuna, estaba congelado y más blanco que un papel; a mí se me secó la garganta y las rodillas se me querían doblar. “El pata de pato”, en muy mal estado, agitó las patas tirando los últimos arrestos de su vida, y el pollito chilló en el aire al sentir un tiro certero en el corazón. EL ágil y ligero animal se revolcó, en el suelo, con los últimos estertores de la muerte, y nuestras gargantas llenaron con gritos el vacío que la sorpresa dejó en el ánimo de nuestros rivales. Aquello fue apoteósico. Estábamos perdidos y en un chispazo de suerte, regresamos con el triunfo.
- A mí ya no me puedes dejar así - le gritó “El tigre” a don Ricardo -. Ahora mismo, vamos a jugar un cheque de treinta millones, posfechado a cuarenta días.
- Es que vamos a jugar su casa, su finca o lo que quiera, pero, ya, el único que tengo es el gallo de tres libras y punta.
- ¡Tres libras y punta!... Mejor diga que cuatro libras de una vez, y no sea tan ladrón - gritó “El tigre” alterado. La situación se estaba poniendo difícil y nosotros no teníamos encima ni una aguja para defendernos. Don Ricardo, visiblemente abochornado por la ofensa, se fue para el bar y mandó al chofer y al guitarrista, con el bolso donde estaba el dinero, que se dirigieran a nuestro carro, se subieran a la cabina y permanecieran encerrados dentro de ella. Yo me arrimé en silencio, hasta donde estaba el jefe, y nos quedamos tomando aguardiente allí parados. Pasó el tiempo y se distensionó el ambiente, se jugaron otros gallos y se desvió la atención de los personajes que habían estado de moda en las cuatro primeras peleas. Don Omar se acercó y, explicando su actitud, pidió disculpas y propuso una nueva riña.
- Yo tengo un gallo pequeño, para que lo enfrentemos a uno de los dos ganadores que usted tiene, si así lo desea.
- Mire, don Omar - argumentó el patrón -, los gallos no se pelean sino una sola vez en una noche. Yo he cometido el error de pelearlos dos veces, y jugarlos tres veces ya sería un crimen.
- Voy a mandar por el pollo - dijo “El tigre” mostrando las ganas de desquitarse -, que es un animalito que me da hasta pesar jugarlo. Imagínense que está crestón y ni siquiera lo hemos preparado. Si ustedes esperan cinco minutos, yo lo mando a traer y apostamos un dinero.
- Por ahí derecho mande por las escrituras de la finca, para que respalde la deuda que tiene, conmigo, y que va a ser más grande - aconsejó el patrón, como si ya hubiéramos ganado la otra pelea.
- Mire, don Ricardo, no se haga tratar mal; si usted desconfía de mi honorabilidad, entonces no jugamos y se acabó - concluyó “El tigre” visiblemente alterado por la pasión del juego.
- Si son buenas sus intenciones, mande a traer las escrituras que yo se las devuelvo cuando se hagan efectivos los cheques - insistió don Ricardo, demostrando una valentía insospechada. “El tigre” dio la espalda y se alejó, furioso, sin decir ni una palabra. Nosotros nos quedamos estáticos y yo empecé a decir:
- Si la cosa es como el hombre la pinta, podemos pelear “El cabeza de culebra” otra vez. Ese animal está sano y ha demostrado un estilo que tiene que ser un monstruo el que lo vaya a matar - el jefe me miró en silencio, se quedó pensativo y yo le dije:
 - acuérdese de que necesitamos trescientos millones de pesos para liberar a los muchachos.
- No vayas a pensar que la prisa es buena amiga en el juego. Yo sé cuales son nuestros objetivos y a ellos tenemos que llegar con calma - aconsejó el viejo con brillantez absoluta.
Nos tomamos dos o tres aguardientes, antes de que apareciera don Omar.
- Miren lo que les traje para que se lleven mi dinero junto, si es que son capaces - charló el hombre, con un pollo insignificante en la mano. No tuve necesidad de mirarlo dos veces. Aquello pelea estaba ganada. A la distancia se notaba que el animal era hermano del tórtolo anterior.
- Bueno - dijo el jefe, antes de que yo pudiera hablar -, pase la escritura para acá, y que sean otros treinta millones a veinte días, porque no puedo esperar más tiempo. ¿Usted qué dice?
- ¡Hecho! - contestó el hombre, entregando un amarillento titulo. Nos fuimos a poner las espuelas de carey. Yo estaba tan cansado, que hasta el nerviosismo desapareció. La pelea fue casi igual a la anterior, aunque un poco menos sufrida. Ganamos nuevamente. Si aquel hombre hubiera dejado madurar aquellos ágiles pollos, un poco más, hubiera tenido dos grandes campeones. El destino estaba escrito y aquella noche ganamos mucho dinero sin pensarlo. Estuvimos tomando aguardiente toda la noche y el jefe le repartió a los del público, licor y billetes a manos llenas.
A la madrugada llegamos a la finca sin novedad, y con una ganancia de más de cien millones de pesos. Guardamos los gallos y nos fuimos a descansar.
<<Qué instantes tan felices los que Dios a reservado para mí. Sucédame lo que me suceda en el futuro, no podré decir que no he gozado de las mieles de la victoria. Miles de veces he pensado en noches gloriosas, pero después de esta noche de triunfos, sí puedo dormir con el gozo de una labor que recién empieza a cumplirse. ¡Qué lindo es todo!... Cuando yo vine a este lugar, estaba con el corazón roto por todas las cosas desagradables que me habían sucedido, pero ahora estoy feliz y puedo dormir tranquilo, pensando en la alegría que le va dar a mi Marisol del alma, cuando se de cuenta de que yo soy un triunfador natural. La vida es una fiesta. << Sí, mi corazón siente la emoción que se experimenta en los pueblos, cuando resuena la pólvora al son de una banda de guerra. Todo es armonía y felicidad en mi pecho. Todo es armonía y felicidad en este dulce hogar... ¡Oh! ¡Qué placer poder ofrecerte todas las buenas nuevas! Cuánto empeño le puse a mi trabajo y ahora estoy labrando un triunfo total, que no está muy lejano. Marisol, me gustaría construir una cabaña en un sitio apartado, donde podamos vivir con tranquilidad. Para mi fortuna, en esta finca hay un sitio ideal para establecerme y hacer realidad todos mis sueños. Subiendo hacia la montaña, por un camino de herradura, en la cima de una colina, existe una casita abandonada que seguramente perteneció a uno de los trabajadores. Desde allá se divisa el pueblo enmarcado en un lindo paisaje y, lo que más me llama la atención, son los soberbios eucaliptos que se agitan animados por el viento de los frescos atardeceres. Yo no creo qué en el mundo exista un sitio que me guste tanto como ése. ¡La primera vez que pude apreciar ese magnifico paisaje, no pude dejar de pensar en la belleza de tus hermosos ojos azules, en tus frescas mejillas y en tu boca deliciosa!... ¡Ahora sí me puedo sumergir en el éxtasis de un sueño reparador, en el que pueda escuchar la resonancia de tu voz deliciosa! >>
Pensé completamente enamorado, antes de caer en los brazos de Morfeo.
 
         
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
              
                                    - CAPITULO NÚMERO CUATRO -
 
 
 
La música que retumbaba en toda la casa, me despertó ya muy tarde. El jefe estaba animado y, seguramente, tomando licor porque se escuchaba el ruido de las copas y de las botellas, que chocaban contra el vidrio de la mesa del centro.
- ¡Qué vivan las rancheras! ¡Qué vivan las mujeres y los gallos de pelea! - Gritaba el viejo a todo pulmón - ¡Marisol! ¿Dónde es que se mete esta muchacha cuando yo la necesito?... Vaya, mi tesoro, despierte a Alejandro y le dice que venga a tomarse unas cervezas conmigo.
Esa repentina invitación me cogió por sorpresa. El corazón se me quería salir y no tuve tiempo ni de darle gracias a Dios. Unos golpecitos sonaron en mi puerta y yo me quedé en silencio, fingiendo que estaba dormido.
- ¡Alejandro! ¡Alejandro! - me llamó Marisol desde el otro lado, con su tierna voz. << ¡Oh Dios! ¡Qué musicalidad! ¡Qué ángel! >>
- Sí... ¿Qué necesitas? - contesté todavía acostado.
- Mi padre desea hablar contigo, te está esperando en la mesa, para que te tomes unos tragos con él.
- Bueno. Dígale que dentro de diez minutos estoy allá. ¡Gracias! - fue lo único que alcancé a decir. << Lo que está pasando no lo puedo creer. Marisol me ha invitado personalmente, para que acompañe a su padre en la celebración del gran triunfo. ¡Qué viva la vida! ¡Qué viva mi suerte! ¡Qué viva el amor! >> Pensé completamente feliz. Como un rayo me tiré de aquella cama, corrí en busca del baño y mientras me pegaba una ducha que ahogaba mi alegría total, quise cantar y el agua penetró en mi boca, recordándome que aún estaba en la tierra. Terminó el baño, me sequé y me vestí en tiempo récord.
A los pocos minutos entré al inmenso salón donde se recibían las visitas.
- ¿Qué hubo, Alejandro?... Si descansó bien, ¿o no?
- Sí, señor, dormí tranquilamente. ¡Gracias! - contesté al saludo amable que me dirigió el jefe - Y, ustedes, ¿cómo amanecieron? - dije incluyendo a don Pablo, que también estaba sentado con el jefe y ya se le notaba el efecto del licor.
-¡Bien! ¡Bien! - se apresuró a decir el servicial y humilde anciano - Aquí tomándonos unos tragos, para celebrar la hazaña que hicieron en la gallera. Porque te comportaste muy bien; o por lo menos éso fue lo que me informaron.
- Sí, es verdad. Hombres como Alejandro son los que necesitamos en esta casa - dijo don Ricardo visiblemente embriagado -. Siéntese varón y tómese un brandy, que el triunfo de anoche hay que celebrarlo. ¡Marisol! Hágame el favor y le sirve un brandy con hielo al señor.
- ¡Papi!... Pero, ¿cómo le vas a dar licor, si él no ha desayunado? - alegó mi ángel de la guarda.
- Usted sabe, hija mía, que a su casa siempre llegan hombres de verdad, y si este muchacho se piensa quedar aquí, tiene que empezar a probar finura de una vez ¿O tú qué piensas?... ¿Qué quieres?... ¿Chocolate con chorizos y arepa, o un brandy con hielo?
- A esta hora, un trago me asentaría muy bien - me apresuré a decir para que no quedaran dudas de mi hombría.
- Vea, Alejandro, cuando yo tenía su edad, no se me escapaba ni una polla del gallinero; pero eso sí, caminaba con mi machete de veintidós pulgadas dispuesto a batirme con el que se antojara. Los hombres de antes no éramos como los gordos con cara de maricas de ahora. Yo le pido a Dios que, si le da un marido a mi hija, ojalá que sea jugador, bebedor y valiente como yo, para que no se pierda la línea de machos bravos en la familia.
Los vasos chocaron en brindis de felicidad, las canciones sonaban en el moderno equipo de sonido y nuestras almas felices soñaban sin cesar. Marisol miraba de lejos y yo, en medio del agitado ambiente por culpa del abundante licor, decidí que no podía tomar mucho. <<Cuando el papá se embriague, es la oportunidad perfecta para hablar con ella y suavizar la situación>> Pensé en silencio. Sonaron las rancheras, sonaron los tangos y se sucedieron los brindis, aunque un poco más controlados, por lo menos de mi parte. La flor de la felicidad se abrió entre nosotros. Don Ricardo visualizaba el pronto regreso de sus hijos y eso lo hizo olvidar el dolor. Marisol me miraba sonriente, al percibir la aceptación y el cambio de posición que me había brindado su padre. << Qué importante es la imagen que uno proyecte ante la sociedad, y más importante aún, es lo que piense la gente de cada persona. Cada día tenemos que luchar por ganarnos un espacio, un reconocimiento y una vida decente en el engranaje social>> Pensé un poco embriagado.
Se sacrificó una ternera y la hacienda se llenó con el olor de la carne asada. El jefe, don Pablo y yo, tomábamos brandy y escuchábamos rancheras. Las empleadas de la cocina y los peones tomaban vino y nos hablaban como si fuéramos dioses. La energía y la feliz locura eran totales. Mi corazón palpitaba y, ante la proximidad de mi adoración, me transformé en un hombre alegre, energético e inagotable, que se robaba la admiración de todas las personas que participaban en ese festín. Don Ricardo estaba feliz y, bajo su mano enseñada a mandar, la fiesta transcurrió en completo orden y en absoluta normalidad.
Pasó toda la tarde y el jefe, enseñado a mil batallas, en ningún momento clavó la cabeza. Para mi sorpresa, a las nueve de la noche mandó a servir la cena. Todos fuimos a la mesa, comimos con apetito y después, vencidos por el cansancio, nos fuimos a dormir. La música cesó y yo, tirado en la cama, me dediqué a pensar. Pasaron unas dos horas y, en la noche oscura, la lluvia empezó a caer. El cielo estaba cargado y el silenció del monte anunciaba tempestad. Los truenos se escuchaban a lo lejos y el repicar de las gotas sobre el tejado, acompañaba mis solitarios pensamientos. << ¡No puedo borrar de mi mente el recuerdo de tu cuerpo tibio y vibrante, de tus ojos brillantes, de tu sonrisa traviesa y de tu dulzura encantada! ¡Tu mirada inteligente y la tranquilidad de tu paz interior, me enamoraron hasta la locura! Pienso en ti, y te siento en el aire, en el ambiente y en la sencillez de un paisaje nocturno, atravesado por las flechas azules que disparan los corceles que protegen un amor desesperado. Son las doce de la noche y toda la gente está durmiendo. La única luz que está encendida es la de mi cuarto y, aunque invento disculpas tontas para tenerla así, el principal motivo eres tú Marisol. Sí... Guardo la esperanza de que tu me visites. Tuve la idea de abrir la puerta del cuarto con mucho cuidado, para que nadie se despertara. Ahora me he puesto a rezar para que, en esta noche de triste tempestad, se te ablande el corazón y vengas a darme el perdón por mi brusquedad, atrevimiento y locura. Todo está listo, he desajustado la puerta y estoy esperando tu llegada. Llevas cinco minutos, diez... Le rezo una plegaria al todo poderoso y le ruego por esa mujer inteligente y soñadora que eres tú. >>
Me quedo largo rato en silencio y cuando el sueño se estaba apoderando de mi...
- ¡Alejo! - Ahí estaba.
Todo era magia.
- ¿Por qué estás despierto?... ¿Me estabas esperando?... Yo no podía dormir y vine a...
- ¡Marisol! - exclamé yo, lanzándome de rodillas. Le tomé una de sus manos se la humedecí con mis besos - ¡Marisol! ¡Qué Dios bendiga tu presencia y tu orgullo implacable!
- Alejo, perdona mi tonta indiferencia. Desde el primer momento en que te vi, sentí que mi cuerpo y mi alma te reclamaban. Tú eres el hombre más lindo de este país; tu inmenso corazón, tu forma de ser, tus ojos pícaros, tu cabello castaño oscuro y tu altura elegante y bien formada, son atributos que cualquier hombre envidiaría. No me explico por qué tienes que ser peón de mi padre; eso es lo que más me humilla. Tú podrías ser el administrador de esta finca y el sueño de todas las chicas del mundo. ¡Silencio!... ¡No digas nada! - exclamó cuando quise decir algo - Hoy he venido a rogarte para que me perdones las niñerías que he cometido, aunque tienes que entender que apenas tengo dieciséis años y que la noche que me entregué a ti, sin pensarlo, yo no estaba preparada para un acontecimiento tan grande. ¿Te imaginas lo que hubiera sucedido si en aquella noche de pasión, hubiéramos engendrado un hijo?... Mi padre, un machista tradicional, nos hubiera matado a los dos, en medio de su ignorancia. Alejandro, todas estas noches no he podido dormir, mi cuerpo te desea con locura y mi corazón reclama la ternura de tus brazos fuertes. Abrázame por favor y hazme tuya, que estoy ardiendo por ti.
Marisol me abrazó con una pasión insospechada. No me dejaba ni pensar en el atrevimiento al que estábamos llegando nuevamente. Su cuerpo excitado chocaba contra el mío, en busca de un contacto inmediato que nos llevara hasta el cielo. La torpeza de mi reaccionar lento la exasperaba; me abrazó con fuerza y, a pesar de mi musculatura, sentí la enorme presión de sus brazos en mis costillas. Me empujó sobre la cama y con su cuerpo dorado, cubierto por el sudor del deseo, me cubrió, besando cada milímetro de mi pecho agitado. El fuego se encendió dentro de mí; sus piernas perfectas y sus caderas firmes cabalgaron sobre mi hombría resignada. La frágil pijama desapareció en un segundo, y la majestuosidad de unos senos perfectos llenó el paisaje que mis ojos contemplaban con calma. Marisol se acomodó y llevó el rosa intenso de sus pezones excitados, hasta el púrpura carnoso de mi boca sorprendida. Mi lengua caliente y mis dientes suaves recorrieron, milímetro a milímetro, la delicia de una sensación insospechada. Marisol estaba completamente desnuda y se abrazaba a mi cuerpo, dejándome sentir la humedad de su entrepierna sensible. Mi humanidad estaba a punto de estallar y la amazona atrevida liberó mi potra firme y la dirigió hasta su concha ardiente. Aquello fue fenomenal. Empecé a penetrar en su carne suave y caliente y un grito de emoción acompaño el recorrido magistral, en busca de la felicidad absoluta. Marisol era completamente mía, y la sensación nos enloqueció. El fuego de sus entrañas y el ímpetu de su locura, la hacían saltar sobre mi cuerpo duro, convirtiendo aquel encuentro en una sinfonía desesperada. El gozo era incomparable y llegamos a un estado de inconsciencia total. Marisol se agitó y sin importarle nada, me buscó y me mordió en el pecho al darse cuenta de que su amor se desprendía como una cascada furiosa, sobre el placer firme de un amor que estalló como un volcán en erupción de leche caliente; le llené todas sus entrañas de felicidad y satisfacción. Nuestro abrazo se hizo intenso y violento. Llegamos al punto máximo del placer y, sin poder resistirlo, nos abrazamos envueltos en el sudor y en la terrible agitación de dos corazones que desde siempre se pertenecían. Pasó la tempestad. Llegó la calma y continuamos abrazados en nuestra delicia por varias horas. Nada se habló Y en nada se pensó. Era el triunfo de un amor puro y silvestre, que nació en el salvajismo de nuestras almas sinceras. Nos besamos con locura, nos contemplamos con embeleso, y, en nuestros cuerpos jóvenes, nació nuevamente el deseo incontrolable. Acaricié sus curvas suaves y sensuales, apreté sus caderas inmensas y jugosas, mordí con suavidad la firmeza de sus senos vibrantes. Abracé la reina vencida y choqué mi cuerpo duro, contra su fragilidad ardiente. Nuestras bocas disfrutaban de la suavidad del nácar y de la dulzura, en almíbar, de unos besos carnosos. El rojo púrpura llenó el ambiente de pasión y la Marisol atrevida me rodeó con sus piernas ágiles y mi lanza de fuego chocó, con precisión, contra su entrepiernas golosa. Sentimos el calor y la humedad de nuestros cuerpos vivos, y disfrutamos de una penetración lenta, en el desplazamiento suave y caliente de un contacto placentero. Mi cuerpo la llenó por dentro. Ella se agitó deseosa y yo, presionándola con las manos, la obligué a que se quedara quieta, para sentir el calor eterno de nuestra unión prolongada. Nuestras almas se suspendieron en la mitad del gozo; permanecimos hechizados y nuestros movimientos suaves no dejaron perder el interés por un contacto profundo, que la llenaría para siempre, y que me cubriría a mí con el calor inmortal de una dicha inmensa. Así permanecimos dos largas y deliciosas horas, hasta que la claridad del nuevo día nos acosó y nos obligó a querernos con una violencia que se llenó de jugos y de placeres tan intensos como la promesa de un cielo soñado. Todo se combinó entre nosotros y, desde aquella noche violenta, nos enviciamos a un amor sincero y sin complejos.
Todo desapareció ante mis ojos. Para mí no existía ni el sol, ni la luna, ni las estrellas; para mí sólo existía un universo llamado Marisol. Mis días eran felices y brillantes. Si hacía sol, mi cuerpo se regocija con el colorido de los trigales en el campo, bajo el impresionante azul de un firmamento profundo como sus ojos y su pensamiento. Si hacía frío, mi alma se estremecía pensando en el calor de los refugios donde se comparten los alimentos deliciosos que producen las familias humildes. Las tardes grises se llenaban con el repicar de la lluvia cristalina, que pintaban con colores verdes intensos las esperanzas de los campesinos que ven crecer el maíz, el frijol, las lechugas, el repollo, los aguacates y todo lo que la sabia naturaleza les proporciona, enmarcando nuestro amor en un romanticismo absoluto. Sembrar una semilla y poder contemplar su germinación en una bella planta, para después verla fructificar, me daba una satisfacción sólo comparable con el nacimiento de un amor puro y humilde, como el nuestro.
<< Te amo, reina mía. >> Grité en mil veces.
Ya, todos los eucaliptos, pinos y sauces, están marcados con un corazón y una flecha que atraviesa una M y una A, dos almas que están dispuestas a todo, por disfrutar de la alegría de este amor exquisito y delicioso.
Estaba viviendo en la mitad del paraíso. Por la mañana me despertaba el canto entonado y fuerte de nuestros mejores gallos. Cuando me levantaba, llega hasta mí el olor dulzón de las vacas que estaban ordeñando para producir unos quesos tan blancos como los dientes de la hermosa mujer que me tiene loco. A esa misma hora las sirvientas batían el chocolate y fabricaban las arepas y los panes que inundaban con su olor, la imaginación de los peones que marchaban hacia el trabajo. El campo se pintaba de colores y yo hacía parte de esa acuarela feliz. Trabajé sin descanso y me di cuenta de que estaba tocando las delicias de la tierra prometida. Estabamos viviendo en una armonía especial y ella me buscaba y me llevaba jugo de mango cuando estaba en el trabajo. Nos tomábamos de la mano y sentíamos la proximidad de nuestros corazones felices. Su sonrisa y el brillo enamorado de sus ojos claros, me tenían suspendido en el goce intenso de vivir. Marisol era sagrada para mí. Todo el mundo desaparecía cuando estaba a su lado. Todos mis movimientos hacían parte de una melodía especial. La vida se había convertido en una gran sinfonía, llena de hermosos contrastes en la que los violines eran las sonrisas de las empleadas, los tambores el trabajo, la guitarra el cuerpo de Marisol, ¿porque con esas curvas qué más?, las trompetas eran representadas por los gallos con su entonado cantar, los bajos eran los mugidos de las terneras hambrientas, las flautas eran los gorriones, el saxofón el caballo, las cajas eran las palomas y el director de la orquesta era yo. Desde que ella me perdonó el atrevimiento inicial, la agitación de mi alma había desaparecido, la oscuridad se hizo hermosa y mi libertad inmensa. << Oh libertad que perfumas las montañas de mi tierra, deja que aspiren mis hijos, tus olorosas esencias. Yo que nací altivo y libre, sobre una sierra antioqueña, le digo a los colombianos que nuestra tierra es muy bella >> Canté enamorado de la vida.
<< ¡Hoy la veré!...>> Era la primera exclamación al despertarme y darme cuenta de que podía disfrutar del gozo claro de un nuevo día. Cuando abría los ojos en cada mañana, le daba gracias a Dios por estar vivo y muy sano, para poder disfrutar de todos los placeres que nos tiene reservado el mundo azul y feliz. Marisol era cómo un imán que me atraía y me llevaba a su lado en todo momento; nos quedábamos hablando largas horas y el tiempo volaba como una gaviota encantada. Nunca me cansaba de mirarla; me gustaba su figura esbelta, me impresionaba su tono suave y romántico, me enloquecía su expresión animada, me enamoraban sus manos delicadas y femeninas, que la hacían una mujer fina y exquisita. En la mañana de un hermoso día, en el que estuve paseando cerca a los lagos donde se cultivaban las truchas, pude observar los hermosos cartuchos que nacían en sus orillas, creciendo con sus formas exóticas, como unas copas que quieren brindar de gozo con el firmamento inalcanzable. No pude resistir la tentación y elegí cuatro de las flores más bonitas, me fui a llevárselas a la casa y la encontré muy atareada; esperé unos segundos mientras ella terminaba de empacar unos comestibles y, petrificado ante su gozo infantil, no pude más que decir:
- ¡Porque eres la mujer más linda del universo, te he traído estas flores para que adornen tu cuarto!...
- ¡Gracias! - me dijo, sintiéndose feliz al aspirar el aroma suave de las purísimas copas.
- Cuéntame, ¿qué se siente cuando se es la mujer más linda del mundo?... ¿Porque te has dado cuenta qué eres la más hermosa, o no?
- ¡No!- exclamó en broma.
- ¿A los cuántos años te diste cuenta de que eras preciosa?... Mejor dicho, ¿cuándo tenías doce años qué pensabas de ti misma?
- Yo era una boba. Sí, una completa boba.
- No seas tan modesta - aconsejé, desconcertado – Tú eres la chica más inteligente que conozco y, además, Dios te ha hecho inmensamente sensual, te ha puesto ojos y boca linda, te ha dado un cuerpo escultural y eso lo tienes que agradecer, porque esa hermosura te permitirá triunfar en la vida. ¿O no te gusta que todas las personas te admiren?
- Yo quiero que me admiren por mi forma de ser y por mis pensamientos. Yo quiero triunfar con mis sentimientos y no con mi cuerpo.
- Eso es verdad, pero lo mejor es que, tú, eres hermosa por dentro y por fuera.
Así eran las conversaciones que sosteníamos en las tardes en que yo me decidía a estar tranquilamente a su lado.
Todos los días le llevaba cartuchos y nos quedábamos hablando largo rato. Cuando estabamos solos nos abrazábamos para calmar la ansiedad que sentían nuestros corazones al estar separados.
El amor que sentía por Marisol era inmenso; era cómo un vacío o una necesidad de su calor, de su perfume, de su ternura, de su sonrisa, de su felicidad, de su mundo y de ella.
<< Marisol me tiene loco y yo quiero contárselo a todo el mundo. >> les dije más de una vez a mis atletas emplumados que no dejába de entrenar.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                    - CAPITULO NÚMERO CINCO -
 
 
 
Don Pablo, el viejo administrador,  y yo estábamos en el corral, estudiando la forma de sacar la mayor ventaja de los gallos que íbamos a llevar a la gallera.
- Alejandro, perdóname por desconfiar de tus actitudes, pero yo pienso que estás muy efusivo y tienes que controlarte un poco.
- La verdad es que me siento muy nervioso - reconocí ante el consejo del viejo -, pero tomémoslo de la siguiente manera: si estoy acelerado y concentro toda esa energía en positivismo, la suerte estará con nosotros; en cambio, si asumo una actitud calmada, se pierde la energía y todo será un fracaso.
- Usted está peor que don Ricardo, que se va a morir de viejo y no ha podido aprender que la buena o la mala suerte no existen. Sólo sucede lo que Jesucristo quiere que suceda y se acabó.
En ese mismo instante llegó “el guitarrista” y nos ordenó que lleváramos las maletas porque el jefe estaba listo.
- ¿Sí se da cuenta, Alejo?... Apenas son las dos de la tarde y el sabelotodo de su jefe ya está acosando. Ahora llegamos y ustedes, como están de nerviosos, se ponen a tomar aguardiente y van a perder todo lo que han ganado.
- No sea pesimista, don Pablo - protesté, tratando de alejar el mal pensamiento -, vamos a ver que dice el patrón y soñemos con el dinero que nos hace falta para liberar los muchachos y para ser felices.
Don Ricardo estaba muy nervioso, no podía resistir el deseo de estar en la gallera nuevamente y sin darnos tiempo de nada...
- ¡Vamos de una vez! - ordenó poniéndose en camino.
El jefe estaba extremadamente nervioso. Se notaba que no podía dominar su ansiedad.
No se fijó en los animales que escogí y salió cómo pensando en otras cosas. Avanzamos por el amplio jardín y de pronto, cómo percatándose de lo que hacíamos, preguntó: ¿Cuántos animales llevas? ¿Llevas los ganadores? - y, sin esperar mi respuesta, gritó a don Pablo:
- ¿Quién te invitó a vos? ¡Yo no voy a ninguna parte con un bulto de sal como este viejo!
- Mire, jefe - expliqué saliendo en defensa del anciano -, usted y yo estamos muy agitados, por eso llevemos a un hombre frío, para que nos controle y nos proteja.
- ¿Nos proteja? ¿Tú eres bobo o qué?... Más ligero nos ganan el dinero si está este viejo a nuestro lado. Imagínate qué todas las terneras que le he regalado se le mueren de carbón sintomático, a sus cerdos les da peste porcina. Nunca fue capaz de engendrar un hijo y, para acabar de ajustar, se casó con una mujer con la cabeza torcida y más fea que el diablo. ¿Te parece poquita mala suerte esa?
- ¡Lléveme, patrón! - rogó el administrador de la finca, queriendo servir en algo - Usted sabe que cuando me dicen “bulto de sal” es por charlar.
- No hagamos caso de las supersticiones y dejemos que nos acompañe para que haga parte de un triunfo seguro - concluí, tratando de convencer al jefe.
- Bueno - dijo don Ricardo -, pero con una condición. Si perdemos plata en la gallera, mañana mismo te largas de la finca con tu mala suerte. Porque sepa una cosa, don Pablo, todo lo malo que ha pasado en esta finca, en los últimos treinta años, es por culpa suya.
El viejito se quedó triste con esas últimas palabras y no abrió la boca en todo el viaje.
Todos nos fuimos pensativos y en la gallera ya nos estaban esperando. En un segundo pesaron los gallos y nos acomodaron en el palco de honor. Me parecía que esos jugadores compulsivos estaban preparando nuestra derrota. Nos miraban con la sonrisa burlona de un odio concentrado y acabó por suceder lo que el jefe temía al traer a don Pablo.
He aquí cómo sucedió la tragedia.
- Saquen el gallo que quieran, que venimos tumbando todo lo que se mueva - Gritó don Ricardo envalentonado -. Rival que se mueva, rival que se va al cielo.
- ¡Cálmese, jefe, usted mismo sabe qué en estos juegos de azar no hay nada seguro! - aconsejé ante la prisa del hombre.
- Déjame yo los toreo, para que apuesten toda la plata que tengan - dijo sin hacer caso de mis palabras -. Vengo a echar una pelea tapada con el que quiera. ¿Escuchó, Don Juan?
Juan era un muchacho rubio y muy alto, socio de Don Omar “el tigre”; dueño de varios restaurantes y empedernido jugador de gallos.
¿Qué hubo, don Ricardo? ¿Muy acelerado o qué? - preguntó el interpelado ante el desafío del jefe - Recuerde que el que juega por necesidad pierde por obligación.
- Bueno, hagamos de cuenta que vine a perder y, para más prueba, traje a don Pablo que es un paquete de mala suerte y ustedes mismos lo saben. Así que sáqueme el campeón y jugamos lo que quiera. Júntese con todos sus amigos y tráigame “el tigre” o un león, que se los voy a matar con una gallina cocinada.
En efecto, todos los hombres se reunieron muy ofendidos y, dejándonos a nosotros en la barra del negocio, conversaron unos minutos.
- Listo, don Ricardo, saque al mismísimo diablo que nosotros le trajimos a "Rambo" de La Unión Antioquía. “Lanudo y come papas”, para que usted lleve de lo bueno y que sea con sesenta millones de pesos, para que se arruine más ligero.
- Listo, muchachos, pongan las espuelas - concluyó el patrón, y yo me quedé mirándolo.
- ¿Cuál vamos a pelear, jefe?
- ¿Cómo qué cuál?... Ahí no tenemos cinco ganadores; écheles “El cabeza de culebra”, “El pata de pato” o el que sea.
Yo me puse sin saber qué hacer; teníamos cuatro animales pequeños y uno demasiado grande. En los gallos, como en el boxeo, el más grande pega más duro y hay más probabilidades de ganar. Me decidí por el gallo de oro, que pesaba tres libras y catorce onzas; era imposible que sacaran uno más grande que ése.
- ¡Muestren el animal! - exclamó Juan, como asustado ante la resolución de don Ricardo.
- Si tiene muchas ganas de ver plumas, te regalo una docena de gallinas para que se siente a mirarlas todos los días en su casa.
Juan, sintiéndose ofendido, se dedicó a poner las espuelas de carey y no volvió a decir nada. Yo me hice en una mesa apartada, para que no vieran el inmenso animal que les íbamos a pelear. Al poco tiempo los gallos estuvieron listos y los llevamos al redondel. Solté el gallo de oro y era casi el doble del rival. La suerte estaba otra vez con nosotros. Don Ricardo, en medio de su locura, había casado una muy buena pelea. Esa riña estaba prácticamente en nuestros bolsillos.
- Con razón lo tenían tan guardado, pero tranquilos que se va a repetir la pelea de David y Goliat – dijo, Juan, ante la imposibilidad de echarse para atrás.
El juez nos explicó las reglas de la pelea y soltamos los gladiadores. El gallo de oro entró dominando, golpeaba al pequeño rival y lo mandaba contra las tablas sin darle ninguna oportunidad.
- Es que ustedes son muy ventajosos - dijo Juan, presintiendo un desenlace en su contra, aunque los compañeros bromeaban resignados.
- En dos minutos el pequeño David estaba bañado en sangre, y el gigante de nosotros lo golpeaba sin recibir ni un solo rasguño; aunque un poco asfixiado por su tamaño. Los dueños del contrincante echaban sátiras al sentirse engañados; nosotros sonreíamos dando la pelea por ganada. De pronto, el pequeño animal saltó y le pegó una puñalada a nuestro enorme animal, que salió saltando en las fuertes convulsiones de la muerte.
La gallera estalló en sonoros gritos de alegría.
Perdimos y no lo podíamos creer.
Don Ricardo se puso pálido y, en la mitad de su desesperación, recriminó a don Pablo, echándole la culpa del incidente.
- Si quieres seguir trabajando, conmigo, te vas inmediatamente, donde tu mala suerte no nos pueda tocar. ¿Me oíste?...
El viejito se alejó completamente abatido, don Ricardo se quedó mirándolo y...
- ¿Cuánto dinero nos queda? - me preguntó al oído, con la voz quebrada por la furia.
- Como unos ciento cuarenta millones de pesos con los cheques posfechados. Yo creo que nos tenemos...
- ¡Cállate! - me ordenó -. Juega “El cabeza de culebra”, y apuesta otros sesenta millones de pesos, que en ese gallo está el desquite.
Juan no tenía un gallo que pesara tres libras y una onza, pero se lo consiguió con un muchacho sobrino del hombre más rico de la ciudad.
- Éste se lo jugamos con el dinero que usted quiera - le advirtió el jovencito a don Ricardo -; está patrocinado por Don Omar “el tigre”, que me dio un cheque en blanco y usted sabe qué esa firma es sagrada.
El joven le entregó el cheque a don Ricardo, para que él comprobara la autenticidad.
- Muéstrele el animal a mi muchacho, y veremos si hay pelea.
El pollo era mucho más joven que el de nosotros; era un giro de patas negras y no parecía especial. Acepté la apuesta y le di confianza al jefe:
- Aquí está el desquite, patrón, apueste sesenta millones que esa es una tórtola que no nos gana nunca.
Calcé con impaciencia nuestro campeón y, en un santiamén, estábamos en la pelea.
Soltamos los gallos después de escuchar las indicaciones del juez y “El cabeza de culebra” entró muy lento y empezó a recibir muchos chuzones. Chocaron una y otra vez, y antes de que nos diéramos cuenta, nuestro gallo perdió los dos ojos y quedó completamente ciego. Desde ese momento todo estuvo en nuestra contra; el público gritaba y nosotros, en silencio, esperábamos un milagro. “El cabeza de culebra” mostraba su casta y por momentos empataba la riña, pegando fuertes patadas. Pasaron como diez minutos de sufrimientos y, al final, perdimos con un animal completamente desangrado.
- ¡Usted tiene la culpa! ¡Usted por haber insistido en que trajéramos a ese viejo malparido!
- Qué pena, señor, pero yo simplemente di una opinión. ¿O es qué yo sabía lo que iba a pasar?
- Qué va a saber, usted, que es un bobo - dijo el patrón tratándome mal.
Yo me quité el bolso que contenía las espuelas y, tirándolo sobre una mesa, di media vuelta para marcharme.
- ¡Qué belleza de marica es usted, Alejandro!... Y así se mantenía mirando a mi hija, que sí es una hembra de verdad. Usted criticaba mucho a Michael y ahora, por un simple regaño, se está comportando peor que él. ¡Vuelva aquí, muchacho, qué vamos a recuperar lo perdido! - suplicó el viejo más calmado. Yo di media vuelta y regresé como si nada hubiera pasado.
- A ver, ¿qué más tienen por ahí? - preguntó Juan envalentonado.
- Tenemos un inglés que pesa tres libras y cuatro onzas.
- ¡Ah! ¿Ese es el asesino que lleva tres peleas ganando antes del minuto? Listo. Tengo un gallo tuerto para que pelee con ése, y advierto - gritó a toda la gente - que es un gallo corrido, para que nadie apueste a mi favor. Voy a regalarles sesenta millones de pesos para que se desquiten bien bueno.
- Si me recibes unos cheques firmados por Don Omar "El tigre", hacemos esa pelea.
Don Juan sabía que los cheques eran buenos y aceptó. Don Ricardo buscó a un gallero amigo suyo y le dijo que calzara nuestro gallo. Yo me senté en la tribuna completamente ofendido, por la actitud del viejo que me desplazaba. Todo era humillante, sin embargo, hice un último esfuerzo y fui a vigilar que le colocaran, a nuestro animal, las espuelas bien puestas y con precisión. El señor parecía honrado y yo no pude notar nada anormal. La preocupación se me despejó cuando todo el público se puso a favor de nuestro mal desplumado animal. En aquella pelea se apostó, doble a sencillo, en favor del gallo de nosotros, y eso me animó aunque no pude desprenderme del mal presentimiento que angustiaba mi alma. Gustavo, que así se llamaba el hombre que careó el gallo, dirigió la pelea con maestría en lo poco que duró. Brincaron los animales y en los tres primeros revuelos se notaba la calidad del nuestro. Miré el reloj y a los veinte segundos, el ingles que era nuestra última esperanza, recibió una puñalada que lo paralizó. El hombre que don Ricardo había elegido para dirigir nuestros destinos, intentó pararlo, pero el animal quedó como nuestro animo, caído para siempre. El resto de la tarde fueron tristezas, aguardientes y sentimientos de culpa. Don Ricardo se puso a tomar licor y yo, sentado en el primer nivel de las tribunas, lo cuidé hasta que llegó la noche y decidí marcharme del lugar. Con los pocos pesos que me quedaban me fui para un hotel y, sin pensar ni en las maletas en que habíamos llevado los gallos y ni en el jefe que había dejado abandonado, me eché a descansar. La fiebre se apoderó de todo mi cuerpo y aquella noche fue insoportable.
Abrí los ojos y la realidad de nuestra derrota cayó sobre mí, como un baldado de agua fría. Me quedé echado en la cama y pasé unas tres horas boca arriba, con las manos cruzadas debajo de la cabeza. Se había producido una catástrofe y yo no podía dejar de pensar en mi amada. ¿Cómo mirarla a los ojos después de esta gran derrota?... Habíamos perdido la vida de sus hermanos jugando.
Con las esperanzas tiradas por el suelo, con los sueños perdidos y el cansancio acumulado de varios días de trabajo pesado, salté de la cama y me fui a vagar por la ciudad. Más tarde, a las doce del día aproximadamente, me di cuenta cómo acabó la noche del patrón. Perdió los carros y los animales que en su gran mayoría ya estaban vendidos. En la gallera se pegó a su lado el mismo hombre que careó “el ingles” y que estuvo constantemente dirigiendo su juego. Aquel hombre era un ladrón y, en una pelea, don Ricardo se dio cuenta de que el sujeto había puesto las espuelas al revés. El jefe lo trató mal, diciéndole las palabras más soeces del castellano, y hasta le pegó un manotazo en la cara. Lo perdió todo y más, porque hasta firmó unos cheques con cuarenta días de plazo.
Fue una derrota completa.
Perdieron los gallos y perdí mi amor.
Ya han pasado diez días desde que tuvimos la derrota. Estoy viviendo donde mi tía y no he tenido el valor para hablar con Marisol. Ella es muy orgullosa y yo no tengo nada qué ofrecer. Nunca imaginé que iba a terminar tan mal. Yo sabía que el juego era arriesgado, pero aquella noche fatal me comporté como un verdadero idiota; dejé que ese pobre hombre desesperado, manejara las cosas que debí haber dirigido yo. ¡Claro!... Él tenía demasiadas presiones y se suponía que yo iba a ser el punto de equilibrio... Me nublé y fui arrastrado por las consecuencias inevitables de la catástrofe que yo mismo originé; una catástrofe de inmensa proporciones, que en ningún momento alcancé a imaginar.
Los guerrilleros habían insistido en lo del rescate, aunque todo el mundo sabía que el viejo no tenía con qué pagar.
<< No quiero ni imaginar la angustia que debe estar sufriendo mi querida Marisol. Pero yo qué puedo hacer, si soy un pobre miserable sin una moneda en el bolsillo. Tengo las manos atadas y me siento muy mal al saber que mi amada se está muriendo del dolor, sin que yo pueda hacer algo para salvarla >> Pensé completamente acobardado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                             
 
                                       - CAPITULO NÚMERO SEIS -
 
 
Ahora sí estaba completamente solo.
<< Paso los días y no sé qué hacer. ¡Oh, qué triste y monótono es este pueblo!...>> 
No hacía sino pensar en el pasado y en la triste historia que viví ese día. No encontraba la forma de seguir adelante; cómo echar raíces y continuar viviendo, si le fallé a mi gran amor. Ella esperaba el regreso de su hombre triunfador. ¿Cómo hacía para presentarme convertido en un paquete de miseria? No, no podía ser, aunque me muriera nunca arrastraría mi vergüenza ante sus ojos.
Estuve durmiendo hasta las doce del día. La solterona de mi tía estaba muy aburridora gritando por todo, y tuve que marcharme. Caminé por el parque sin saber qué hacer. La tarde era hermosa y el mercado estaba en todo su apogeo, pero nada resultaba atractivo para mí. << ¿Entro a cine o continuó caminando sin rumbo? >> pensé deteniéndome en una esquina del pueblo. Miré a todos lados sin poder decidirme. Para mí, todo estaba perdido. Ya nada me importaba desde el último fracaso que había tenido. De pronto, a la vuelta de la esquina, se escuchó el ruido de unos disparos. Las personas corrieron en busca de un refugio y yo también corrí sin saber qué pasaba. Me refugié en una cantina en compañía de muchas personas. Llegaban las señoras y, a la incomodidad de sus tacones, agregaban el mal estado físico de sus años, y, en medio de su nerviosismo, ninguna podía explicar lo sucedido. Pasaron unos minutos y el escándalo amainó. Los curiosos investigaban el suceso y, al poco tiempo, se supo que habían matado a un muchacho. Toda la gente corrió a mirar el cadáver y yo caminé lentamente detrás de ellos. La muchedumbre rodeaba el cadáver y yo, con un poco de susto, me abrí paso entre la gente y comprendí que me gustaba mirar todo lo que sucedía en aquel pueblo carente de emociones. En el centro de la calle estaba tirado el pobre hombre. Alrededor se apretujaba mucha gente y todos estaban preocupados.
- ¡Qué cosa tan horrible, Dios mío! ¡Qué desgracia tan grande! - eran los comentarios de los que observaban.
Me abrí paso como pude y alcancé a observar al muchacho en su agonía. En el suelo estaba el joven con unos dos o tres tiros en la cabeza. La sangre le fluía del parietal derecho y uno de sus ojos estaba hinchado y completamente morado. Se notaba que las heridas eran mortales, sin embargo, el muchacho se agitaba resistiéndose a morir.
- ¡Llévenlo a un centro médico! - gritó uno de los curiosos.
- ¿Es que no tiene familiares, o qué? - preguntó otro señor - Miren que ese muchacho se puede salvar.
La policía no aparecía por ninguna parte y nadie se atrevía a tocar el herido. Aparentemente, ninguno comprendía lo que había sucedido con el joven que agonizaba abandonado. Me acerqué hasta su lado y me incliné para mirarlo bien y… Lo reconocí.
- ¡Es Marcelo, el hijo del patrón! - grité angustiado, mientras tomaba su cabeza ensangrentada entre mis manos - Él estaba secuestrado y vivía acá muy cerca, en la finca “Guadalajara” de don Ricardo Restrepo. ¡Ayúdenme a llevarlo al hospital que yo pago todo! - rogué, fingiendo una solidez económica que no poseía. La gente colaboró y lo llevamos de pies y manos. Tenía la cabeza desmadejada y me pareció mejor subirlo a un carro, porque el centro médico estaba un poco retirado.
- ¡Un taxi por favor!... ¡Un taxi! - grité. Nadie colaboraba y yo, soltando al herido, me le atravesé al primer carro que venía; era un campero de color rojo, manejado por un señor rubio muy elegante.
- Mire, señor, han herido a mi hermano. ¿Usted podría hacer el favor de llevarme hasta el puesto de salud? - pregunté desesperado. El hombre me miró asustado y sin hacerme caso arrancó. Yo, lleno de furia, le grité a todo pulmón.
- ¡Te voy a matar! ¡Yo te conozco y te juro que mañana te voy a matar, perro bastardo!- el hombre siguió de largo y en esos momentos no pasaron más carros. El desespero se apoderó de mis sentidos; completamente turbado me acerqué a Marcelo y le levanté la cabeza tratando de detener la hemorragia. Alguien trajo un vaso de agua y yo lo acerqué a los labios del herido que respiraba con fuerza. Mi amigo estaba muy mal y el agua fue un esfuerzo inútil. El señor del campero rojo regresó como arrepentido. La gente me ayudó a levantarlo y en unos segundos íbamos para el hospital. Recorrimos ocho o nueve cuadras y llegamos a toda velocidad. El celador del lugar trajo una camilla y subimos al moribundo en ella. Lo entramos por urgencias y los doctores lo recibieron con rapidez. Antes de que el señor del campero se marchara, le di el número telefónico de la finca y le pedí que llamara a don Ricardo <<Dígale que a Marcelo lo hirieron y que está, con Alejandro, en el hospital San Juan de Dios>> Yo estaba al lado del hijo del patrón. Lo iban a entrar a cirugía y un médico me quiso detener cuando iba a entrar en el quirófano.
- Yo no me separo de él ni un segundo - grité furioso.
- ¿Quién es usted? - preguntó el doctor, comprensivo.
- Yo soy su hermano - mentí con decisión.
- Bueno. Colóquese este tapabocas y déjenos trabajar tranquilos - explicó el galeno mientras preparaban al herido para una cirugía especial. Las enfermeras lo desnudaron en un instante. Lo dejaron en calzoncillos y le limpiaron la sangre.
- ¿Qué tipo de sangre es él? - preguntó el médico cirujano. Yo no supe qué decir. Buscaron en los documentos de identidad y tampoco apareció. En mitad de aquel ajetreo Marcelo empezó a convulsionar y todos los galenos estuvieron pendientes de él. Su pecho se inflamaba con fuerza y temblaba agitando las enfermeras que lo sostenían. Un doctor le controlaba el pulso y de pronto gritó:
- Rápido, un masaje cardiaco que ha entrado en paro - Las enfermeras se apartaron y otro médico, que tenía cara de sacerdote, con las manos entrelazadas le empujaba el pecho. Lo masajeó varias veces. Le miró la pupila dilatada y todo quedó en silencio. Yo grité con desesperación, rogándoles que lo masajearan más.
- ¿Es que lo van a dejar morir, o qué? El doctor me abrazó y con sincero abatimiento me dijo:
- Ya no hay nada qué hacer. Lo siento. Usted está muy nervioso, vaya a que la enfermera le ponga una inyección.
Todo era increíble, aquello parecía un sueño. Salí de ahí como loco. Las ideas no llegaban a mi cerebro. Me senté en las escalas de la entrada de aquel pequeño hospital, y, con la cabeza entre las manos, permanecí allí largo rato.
- Alejandro Saldarriaga, por favor, al teléfono - anunció una enfermera, llenándome de sorpresa.
- Sí, soy yo - dije sin saber qué hacer.
- Al teléfono por favor - repitió señalando el auricular que reposaba sobre el escritorio de información. Yo avancé como un sonámbulo y...
- ¡Hola! - exclamé.
- Alejandro, ¿es verdad? - preguntó el patrón sollozando.
- Sí, señor, hace un minuto que falleció - afirmé con dolor. Al otro lado de la línea se escucharon unos gritos, pasaron unos segundos y la voz angustiada regresó.
- Quédese con él, para que haga todas las vueltas, porque yo no estoy en condiciones de nada.
- Bueno, señor, pero llame usted a los de la funeraria, para que vengan lo más rápido posible - insinúe tratando de orientar al desilusionado padre que confiaba ciegamente en mí, a pesar de todo.
Al muerto lo llevaron en una camilla hasta la morgue, que era un cuarto apartado del resto del edificio y situado al final de un hermoso jardín. Pasaron como treinta minutos y yo, en medio de la soledad, reflexionaba sobre el destino. << A unas personas las mata el dinero, como al hijo del patrón que le quitaron la vida por unos miserables billetes, a otros los mata la ausencia del dinero, como a mi padre y a mi madre que murieron en la miseria dejando una profunda herida en mi corazón. >>
Llegaron tres o cuatro mujeres con el animo de curiosear; se acercaron hasta la morgue y en silencio esperaron que alguien abriera la puerta del cuarto donde estaba el cadáver del joven que deseaban ver. Yo no les presté mucha atención y continué dedicado a la contemplación de las flores del jardín; había san joaquines rojos, begonias amarillas y agapantus azules; también había anturios y entre ellos se distinguía el anturio negro, que parecía de luto como mi alma.
Llegó el médico y yo, levantándome de donde estaba, corrí a su encuentro.
- ¿Usted, es el hermano del muerto, verdad?
- Sí, señor - respondí con firmeza.
- Entonces venga para que me ayude a cortarlo.
Entramos en el pequeño cuarto y dejamos la puerta abierta para que entrara bastante luz. Las chicas se asomaron con curiosidad mientras el doctor y yo le quitábamos la sangre reseca que aún quedaba en el pecho del difunto. El cuerpo atlético y bronceado, contradecía el desfiguramiento y la palidez del ensangrentado rostro.
- Necesito que lo sujetes de los pies, porque yo lo voy a abrir para mirar qué es lo que le ha pasado.
- ¿Qué le ha pasado?... Acaso, usted mismo, no se dio cuenta de que le pegaron unos tiros en la cabeza - protesté ante la posibilidad de que le practicaran la macabra intervención.
- Yo, de todas formas, por reglamento, tengo que hacer la autopsia completa. Claro que si, usted, no desea estar aquí, yo lo comprendo.
- Hágame un favor, doctor - rogué con la voz quebrada por el sentimiento antes de abandonar la morgue -, no lo raje mucho, que no hay necesidad; usted mismo sabe lo que le pasó ¿O no?
- Sí, bueno, está bien.
- ¿Era hermano suyo? - me preguntó una de las chicas curiosas, cuando ya abandonaba el lugar.
- Sí - contesté secamente para ahorrarme la explicación.
- Él era muy bonito y tenía un cuerpo espectacular - dijo la preciosa chiquilla que hubiera sido la mujer perfecta para él. Era una trigueña de ojos negros, con amplias caderas y unos dieciocho años. Era magistral, aunque no se pudiera comparar con Marisol; con la extraordinaria Marisol que es el luminoso motivo de mis desvelos. -. Doctor, si usted quiere yo le ayudo a sujetarlo - se atrevió a decir la muchacha.
El doctor aceptó y yo me alejé con pasos apresurados. Estuve meditando largo rato en el jardín, hasta que ellos terminaron la labor.
- ¡Listo! Ya puedes llamar a los de la funeraria y llevarte a tu hermano para que lo velen en la casa.
La jovencita salió muy pálida y las otras niñas fueron a su encuentro.
- ¡Qué cosa tan horrible! - exclamó sin poder salir del asombro - estaba completamente frío y el médico lo cortó y le extrajo las vísceras y el cerebropor todas partes.
Ella pensó que iba a conseguir un novio y se encontró ante la terrible realidad de la muerte. Las mujeres se marcharon después de la traumatizante experiencia y los de la funeraria, que aún no llegaban, se demoraron bastante rato antes de aparecer.
Había pasado una hora de larga espera, cuando aparecieron y empezaron con la preparación del cuerpo. Me solicitaron ayuda y a ellos también me les negué. No estaba en disposición de hacer ninguna de esas cosas tan desagradables. Se las arreglaron como pudieron y a los treinta minutos ya estábamos viajando en el coche fúnebre, en busca de la sala de velación. Llegamos con el muerto y ninguno de los familiares estaba en la sala de velación. Yo sólo pensaba en Marisol, que era la única mujer y, por lo tanto, la que debía de estar más triste.
Tuvimos tiempo de organizar el féretro y de colocar el hábito de la Virgen Del Carmen al cadáver. Marcelo quedó con la boca entre abierta y tenía el mentón y las mejillas completamente cubiertas de barba.
- ¿Lo afeitamos o lo dejamos así al natural? - preguntó el sepulturero.
- Yo creo que es mejor afeitarlo, para que la familia lo encuentre con una buena imagen.
Trajeron una máquina de afeitar y uno de los empleados lo rasuró con agua y jabón.
Empezó a llegar la gente y Marisol se lanzó en busca de mis brazos. Me abrazó con fuerza y las lágrimas corrieron abundantemente.
- Alejandro, ¿qué vamos a hacer? - fue lo único que me alcanzó a decir. Yo estaba muy triste pero no era capaz de llorar; algo obstaculizaba mi pecho y no me dejaba respirar bien. Mi cerebro estaba nublado y no percibía bien las cosas. Abracé mi amor con fuerza y así permanecimos largo rato.
Cayó la noche y Marisol, más calmada, contemplaba la gente que venía a despedir a su hermano. Nuestras manos unidas y los dedos entrelazados, acercaron nuestros corazones para hacer frente a la terrible desgracia. Michael no apareció por ninguna parte. Los ricos le tienen pánico a los muertos que ha provocado la guerrilla, porque temen que la solidaridad con los dolientes les haga conseguir enemigos gratuitos dentro de las filas de insurgentes, y nosotros dos con nuestra ternura, le revelamos al pueblo la pureza de nuestra relación.
Pasadas las dos de la mañana la gente se retiró a dormir y el lugar se fue quedando solo. Don Ricardo y doña Mirían, dominados por el cansancio, me pidieron el favor de que yo me hiciera cargo de todo, mientras ellos dormitaban un rato. Yo acepté con mucho gusto y Marisol se quedó a mi lado. Las mujeres que atendían la sala de velación también se retiraron a dormir, pero unos minutos antes me llamaron a un pequeño cuarto donde se hacía el tinto y el consomé, para explicarme el funcionamiento de la cafetera y del fogón. Yo atendí las explicaciones y ellas se marcharon, dejándonos a Marisol y a mí, en silencio. Pasaron unos minutos y nosotros, apoyados contra la mesa donde reposaba el fogón, nos abrazamos con ternura. Marisol estaba muy pálida y parecía una muñequilla de porcelana. Su cuerpo buscó el calor que mi pecho le ofrecía y me abrazó refugiándose en mis brazos. Yo la estreché contra mi alma y sentí en la voluptuosidad de su mirada, un cambio de actitud; sus labios buscaron mi boca respetuosa y me besó, despertando una gran contradicción entre la muerte y las ansias locas de vivir. Nos abrazamos con pasión y nuestros cuerpos se buscaron con deseo. Nos acariciamos con delicia, sintiendo la suavidad y la tibieza de nuestros cuerpos afiebrados. De pronto, me acordé del lugar y de la situación en la que nos encontrábamos y me aparté para frenar la locura que estábamos próximos a cometer. La tomé de la mano, y, en silencio, nos fuimos para el salón donde las pocas personas que había, entonaban un rosario por el alma de su querido hermano.
La noche no fue ni tan larga; muy pronto iba a despuntar el nuevo día y yo, con mucho trabajo, convencí a Marisol para que se fuera a descansar un rato.
Transcurrieron unos cincuenta minutos y el reloj marchaba muy despacio desde que se fue mi amada. Aún no había amanecido pero ya empezaba a clarear. En la sala se escuchaban las voces de los vagos que habían venido a refugiarse del frío de la madrugada. Dos prostitutas alegaban en la calle y las palabras soeces no se hicieron esperar. La situación se hizo insoportable, me incorporé del sofá en el que estaba sentado, salí con determinación y me asombré por la cantidad de desarrapados que estaban allí compartiendo. Travestíes, prostitutas, drogadictos y toda clase de degenerados, aprovechaban el espacio de luz y recogimiento que les ofrecía nuestro funeral. Decidí no pensar en esa gente y me regresé al sofá con paso lento y débil. Me relajé y flotaron en mi mente alguna que otra idea o fragmentos de ideas, como los rostros de las personas que habían estado en el velorio y que yo no había visto nunca. Pensé en el cementerio del pueblo, en la profundidad de una tumba oscura, en el olor de las flores exóticas y también pensé en los cultivos de cartuchos que tanto contemplé en Guadalajara. 
De las torres de la imponente iglesia me llegó el repique de las campanas que anunciaban la misa de seis. Los pensamientos sucedían unos a los otros y giraban en el remolino de mi sueño, me levanté de la agradable butaca, me fui para el baño, me mojé la cabeza, me peiné y regresé en el preciso instante en el que llegó la mujer que siempre le gustó a Marcelo y que nunca pudo disfrutar. Era una chica de pequeña estatura, con el cabello muy lacio y con unas espesas cejas negras; estaba muy bien formada y parecía una de esas muñequillas modernas. La chica estaba sumergida en una profunda tristeza y lloraba continuamente. Todo me oprimía el corazón, pero ni una lágrima se pudo escapar de mis ojos. Todo me mortificaba demasiado, pero así era la vida.
Extrañé mi adorada ilusión. La sala de velación se llenó de gente.
Rogelio “gelatina”, un amigo de Don Ricardo, empezó a rezar un complicado rosario y yo recé aperezado.
La mañana continuó y…
Antes de que lo pensara, fueron las nueve de la mañana. Faltaban diez minutos para la hora señalada del entierro. Don Ricardo, doña Mirían y la niña, aparecieron sobre el tiempo, cuando el lugar ya estaba atestado de gente que preguntaba por ellos. Yo estaba como sonámbulo, no me daba cuenta de nada y lo único que percibí fue el contacto cálido de la mano de Marisol en mi mano. El amor, en aquel instante de sombras, se hacía más limpio, más hermoso e inmaculado. La gente rezaba en voz alta; iban a sacar el cadáver del lugar para llevarlo a la iglesia y todos entonaban un rosario que se transformaba en sollozos y en llanto amargo. Marisol lloraba, gritaba y mi mano apretaba con fuerza su débil mano, como queriendo inyectarle un poco de valor en aquel momento difícil.
Todo me parecía un sueño que ahora no puedo recordar. Estuvimos en misa y nuestras manos se apretaron para acercar nuestro amor. El cortejo fúnebre fue muy numeroso. La simpatía y el aprecio que habían despertado, a través de toda su vida, la rectitud y el señorío de don Ricardo, hacían que toda la gente se sintiera conmovida ante la desaparición del joven muchacho en condiciones tan violentas. Marchamos hacia el cementerio y en las calles las personas se apretaban para darle el último adiós al difunto. Yo no me aparté de Marisol en ningún momento. Don Ricardo y doña Mirían en mitad de su dolor, ni siquiera se acordaban de su existencia.
Llegamos al cementerio y con pasos apresurados nos situamos al frente de la bóveda que iba a guardar los despojos mortales de nuestro amigo y hermano del alma. Marisol alzó la mano y colgándose del féretro, quiso detener la realidad con un esfuerzo que talló sus dedos contra la pulida madera. De un empujón metieron el féretro en el oscuro hueco y los gritos de dolor se convirtieron en la angustia generalizada de los que amábamos a Marcelo. Aquello fue horrible. Por primera vez vi a un hombre como don Ricardo, desplomarse ante la inclemencia de una realidad aplastante. El jefe estaba destrozado. Aquella muerte le había dolido en lo más hondo de su alma. Los ladrillos cubrieron rápidamente el orificio de la tumba, y las personas empezaron a salir en busca de un aire nuevo y menos cargado de tristezas.
 
Los familiares decidieron marcharse y, a los pocos minutos, quedamos solos, envueltos en la tristeza de dejar nuestro adorado hermano. Marisol no dejaba de llorar y yo la abracé, apretándola con fuerza contra mi pecho. Sentí que sus lágrimas humedecían mi cuello y mi corazón se llenó de dolor. Rodee su talle con mis brazos y allí permanecimos en silencio. El cementerio quedó completamente vacío y la vida siguió latiendo en nuestros corazones. Sin decir nada empezamos a caminar por los lúgubres pasillos. El olor de las flores y la blancura del mármol rodeaban el ambiente de una paz tranquilizadora.
- ¡Alejo!... ¿Cómo ha podido suceder una desgracia tan grande? - preguntó Marisol agitada por el llanto.
- ¡Tranquila, mi reina! ¡Tienes que ser muy valiente para que Marcelo se sienta orgulloso de ti! - dije, tratando de consolar su angustiado corazón, mientras la abrazaba para contagiarla de la fuerza de mi alma. Por un ségundo nuestro violento abrazo nos hizo perder el equilibrio y Marisol apoyó su espalda contra el saliente marmóreo de una tumba olvidada. Ella se echó un poco hacia atrás, y, mirándome a los ojos, se contempló en mí, después acercó su boca carnosa y me besó con ardor. En aquel instante estaba más linda que nunca. La besé con amor y mi cuerpo chocó con fuerza contra el suyo. Nuestras bocas disfrutaron de la dulzura de un caliente deseo. En nuestros cuerpos vibraba la vida, haciendo contraste con la frialdad de los ángeles esculpidos en mármol. La tarde oscura y las flores que adornaban las tumbas, fueron el marco de mi incontrolable atrevimiento; mi cuerpo la apretó contra las pulidas placas de las bóvedas y mi pierna sintió su monte de Venus, protegido por el negro luto que se empeñaba en reafirmar la muerte. La abracé con fuerza y ella, separando las piernas, dejó que su cuerpo se humedeciera en la locura de sus deseos. Con la boca entreabierta y el deseo de un contacto necesario, Marisol acarició mi pecho y yo me quedé esperando como una más de las estatuas de aquel frío panteón. La apreté con locura y cerré los ojos ardiendo de pasión. Sus manos inquietas nublaron mis sentidos y empecé a palpar su cuerpo con un deseo incontrolable, llegué hasta la suavidad voluptuosa de sus caderas firmes y levanté el vestido, descubriendo con lujuria la tibieza de sus piernas. La acaricié con violencia y haciéndola temblar de gozo, mis dedos penetraron en su entrepierna húmeda y caliente como nunca. Ella me abrazó con la fuerza de un deseo carnal, y, sin pensarlo más, la levanté un poco y apoyándola sobre la saliente del mármol, aparté su ropa interior y coloqué mi potra en su conchita ardiente. Un grito de emoción se escapó de su pecho y yo, de un golpe violento, aparté sus carnes llenándolas de mi ser. Aquello era una locura; estábamos unidos y sus entrañas encendían todos mis deseos. Ella se agitaba sobre mi lanza de fuego y no pudiendo resistirlo más, Marisol tensionó su cuerpo y abrazándome con fuerza se agitó enloquecida. Yo sentí el placer más grande del mundo y todo mi esperma se derramó sin control, llenando sus entrañas con la llama ardiente de un “amor eterno en la línea de la muerte”. Marisol se desvaneció en el vacío de la inconsciencia y con su cuerpo arrastró un jarrón con flores, que se regaron con el estruendo del cristal roto a nuestros pies. Permanecimos abrazados, jadeando en silencio. Aquella paz de deseo nos llevó a un cielo cercano, en el goce de un amor violento y desesperado. Mi cerebro estaba en blanco y ante mis ojos una loza de mármol, implacable, lanzaba un frío mensaje que decía:
             
                 JOSÉ MARÍA TORO C.
                 1897 - 1953
                 "Qué la paz reine en tu tumba,
                 Padre querido"
 
 
Aquel letrero hizo que me separara del inmenso goce celestial. Cerré mi bragueta y, mientras abotonaba la camisa, revisé con cuidado que el vestido de mi reina no estuviera sucio. Le compuse un poco su dorada cabellera, la sujeté de la mano y nos alejamos en silencio, buscando la salida de aquel tétrico lugar. Cuando abandonábamos el campo santo, don Ricardo ya regresaba en nuestra búsqueda.
- ¡Mari! ¿Usted se va a ir para la finca o se va quedar en el pueblo un rato? - preguntó el buen hombre, mostrando la delicadeza con la que siempre la trataba. Ella entendió que era mejor acompañar a sus atribulados padres, y, mirándome con desesperación, me dijo:
- Espero que regreses a la finca muy pronto. Tú no tuviste la culpa de nada de lo que ha pasado, y, si perdieron jugando, nadie debe cargar con la responsabilidad, porque eso son cosas de azar. Alejandro, por favor no me dejes sola en estos momentos tan duros. No voy a comer hasta que tú estés viviendo allá. Así que decide si te mueres por esa tontería y me matas a mí también. Ya me tengo que ir porque como tú sabes, más tarde, el transporte es muy difícil. Gracias por todo, y hasta luego.
 
- Hasta luego - Contesté con melancolía. El viejo se había adelantado unos pasos, esperó a su hija y se marcharon sin decir nada. Se notaba que ese señor estaba resentido conmigo, cómo si yo fuera el culpable de esta horrorosa tragedia.
Empecé a caminar por la amplia avenida y me fui en busca del parque. Mis emociones estaban trocadas; estaba inmensamente feliz y dolorosamente triste. Me maldije por la irresistible atracción que ejercía mi dulce ilusión, y me regocijé de sentir lo más limpio y puro que nos puede ofrecer la vida. De todas formas, aquel encuentro había sido maravilloso.
Ese mismo día caminé largas horas por los bosques de ese hermoso pueblo. Fui de un lugar a otro y siempre pensé en "Guadalajara", la finca que no me deja vivir en paz, porque allá estaba el motivo de mi existencia. << Ya no soy el dueño de mí mismo, el desespero invade mi corazón y mi cerebro. Me pregunto mil cosas y no soy capaz de librarme ni de mi sentimiento de culpa ni de mi miseria. >> Pensé acongojado. << ¡Quiero qué vengas a la finca porque yo no vuelvo a comer hasta que tú estés viviendo allá!>> << ¿Qué es esto?... Ella se sacrifica, totalmente, por un amor que yo no he sido capaz de cultivar, atrapado en la miseria y la pobreza de mi mente, de mi corazón, de mi espíritu y de mis bolsillos. >>
<< Ya está decidido, me voy para esa finca y en un abrir y cerrar de ojos voy a estar al lado de ella, para recuperar la paz de todo mi ser. Sí... No puedo ser un gusano que se resigna ante los golpes de un destino inclemente. No tengo esperanzas de ver realizados mis sueños, pero tampoco tengo la fuerza para renunciar a los encantos de un amor ardiente y desbastador. Soy un pobre desgraciado que se desmorona y se consume, devorado por las llamas de una pasión inmanejable. Es muy raro lo que me está sucediendo he perdido las fuerzas para luchar y para renunciar a mi amor, he perdido las fuerzas para seguir viviendo y para morir. Soy como un ente que sólo atina a mirar los destellos de una rubia, encantada, que partió mi corazón. ¿Partió?... No, que inflamó mi corazón, llenándolo de algo tan hermoso como la luz y la magia. >>
<< Todo aparece ante mis ojos con demasiada claridad, pero soy como un niño que no puede hacer nada ante la presión del multimillonario que está próximo a convertirme en papilla de enamorado. >>
Si fuera capaz de tranquilizarme y ofrecer, como única garantía de amor, mi corazón y la fuerza de mis manos, podría vivir una vida más relajada y tranquila, pero todo es culpa de mi acelerada forma de ser, que no se resigna a la insignificancia de los hombres sin orgullo. ¡Qué idiota soy! ¡Qué bobo y qué loco! >>
Al final, para mi total desgracia, me fui para la finca de don Ricardo.
El viejo me trataba con cariño y todos sabían que yo era el verdadero amor de la niña Marisol, hasta que llegó el día nefasto en que me tuve que marchar acosado por las circunstancias.
Sucedió lo que tenía que suceder.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
          
                              - CAPITULO NÚMERO SIETE -
 
 
Recordé a mis padres muertos, recordé mi soledad y empecé a abusar del licor. Las fiestas se sucedieron una detrás de la otra. Perdí la noción del tiempo y de las cosas. El malestar de mi organismo aporreado era lo único que marcaba el profundo deterioro de mi cuerpo y de mi alma. Mi voluntad se doblegaba con el paso del licor ardiente y amargo de una destrucción voluntaria. Mis amigos disfrutaban de la charla hipócrita y falsa que yo inventaba para ellos. Los chistes burlones excitaban el amor propio de aquellas vidas vacías, en las que traté de realzar las pocas cosas buenas que emergían de una mediocridad generalizada. La música se convirtió en la parodia de lo que sentían nuestros corazones por dentro. <<Apura el paso mula hijueputa que ya muy pronto va anochecer>> Era el canto, acelerado, de una raza en la que heredamos el romanticismo de las montañas solitarias y de las tristezas de los hombres que han querido esconderse en los abismos. Los rostros demacrados de los habitantes de esas cantinuchas, reflejaban el agotamiento y la desesperanza de los que sufrimos una muerte prematura. Nunca les pregunté nada, ni les hablé de mi onda pena tampoco. Me integré a una mascarada de sucia falsedad y de miseria acumulada. Hablamos de todo, sin destapar la putrefacción que acumulaban nuestros corazones marchitos. Sólo mostramos dos características comunes: El desprecio por la vida y la necesidad imperiosa de estar hablando con alguien. Ya no tengo esperanzas, estoy vacío por dentro. Los primeros días de su ausencia, guardé la ilusión de que en muy poco tiempo iba a llegar hasta mi casa a decirme: <<Te amo, mi querido alejo>> ¡Te amo, Alejo! La última vez que ella me lo dijo, casi me muero de alegría y de dolor al mismo tiempo. Lo hizo en una noche que yo siempre recuerdo con dolor. Estábamos en la reunión familiar donde se comprometió con Michael; todos charlando en la sala y compartiendo el veneno de una hipocresía generalizada, en la que se entregaba la princesa para salvar al primogénito. Sí, todos sabíamos que don Ricardo estaba vendiendo su hija al mejor postor; aunque con un dolor muy intenso. El día en que el mequetrefe del novio ofreció el dinero para pagar el rescate del hijo que aún continuaba lejos, ese día, sólo ese día, don Ricardo trató a Michael con buen genio, y, como estaba tan amable, el negociante aprovechó para llegar a un arreglo. Si el joven pagaba las deudas y el rescate, desde aquella noche Marisol estaría sagradamente comprometida con él, aunque ella no lo quisiera. Aquella noche hicieron oficial lo que siempre estuve temiendo.
- Marisol y Michael se han comprometido para casarse en enero - anunció el viejo -. Desde hoy, este joven empieza a ser parte de la familia y espero que lo traten con respecto. Deseo que acaten las ordenes que él les de cuando quiera; y sepan que cuando él ordene algo, es como si yo mismo lo estuviera haciendo.
Todas esas cosas me destrozaron y me quedé como petrificado. La miré a ella, con dolor, y sus ojos clavados en el infinito se fueron cubriendo de lágrimas.
- Licor para todo el mundo - fue la primera orden del mostrenco. Se embriagaron los peones y se generalizó el festejo. Nadie se percató del dolor que me invadió por dentro. Me refugié en mi angustia y lloré mucho, en silencio. Todo fue una falsedad que aprovecharon los cosecheros que se tragaron el licor y se mostraron violentos. Surgió un terrible problema de machetazos certeros, todos corrieron a ver y eso a mí me importó un bledo. Ella se me apareció como caída del cielo, me agarró por la espalda y me besó con deseo. En aquella silla séntado, sentí con gran embeleso, su cabello perfumado cubriendo mi rostro entero. Me abrazó sin decir nada, me besó y me miró en silencio. Yo me puse de pie, la llevé hasta un cuarto y en la mitad de la noche, dancé con ella por última vez. Todo el mundo regresó y yo estaba muy contento. Aquella diosa era mía, desde la tierra hasta el cielo.
Ante la sociedad había ganado Michael y yo moriría sin remedio. Aunque fuera el mejor esposo del mundo, el más cariñoso y bueno de los hombres; aunque mereciera todo el respeto, yo no puedo resistir el verlo como el ladrón que me robó a mi amada, como el dueño de mi amada. ¿Dueño?... Sí, ese hombre la trataba como una propiedad; él creía que había comprado una potranca, o una ternera. Seguramente, él pensaba que Marisol era una de sus más valiosas inversiones, y era cierto. Desgraciadamente yo estuve allí, cuando el viejo se la entregó y esa escena destrozó mi corazón. Le doy gracias a Dios por la frialdad con la que él la trataba, porque yo no hubiera resistido que la besara delante de mí. Juré que si la besa en mi presencia, lo mataba. Él me trataba con la indiferencia que se trata a cualquiera de los peones, por lo visto nadie le había contado del amor intenso que existía entre Marisol y yo.
Al otro día no podía apartar una noticia de mi mente: <<La mujer de mis sueños había pasado la noche con su futuro esposo>> Las mujeres del servicio, que me tenían en alta estima, me habían dicho con furia notable, que la niña amaneció en brazos de su rechoncho prometido. Yo me reventé por dentro. La furia me cambió el genio y el silencio del rencor ensombreció mi rostro. Entre las mujeres del servicio había una gordita que me tenía especial aprecio y cuando llegué muy temprano, a buscar el desayuno, se sentó a mi lado con un pocillo de sopa caliente en sus manos y empezó a decir:
- Alejandro, es que los hombres siempre se enamoran de la que no deben. La mujer que usted quiere, después de que todos los idiotas se fueron a dormir, incluyéndolo a usted, se fue para la finca de su afortunado prometido y pasó toda la noche con su nuevo amante. A esa desvergonzada si la quiere usted, y a la mujer que lo ama de verdad, ni siquiera la determina.
Yo permanecí en silencio, confirmando mis sospechas. Un taco de furia empezó a bloquear mi respiración. Miré a mi repentina aliada y dije fingiendo una paz que no sentía por dentro:
- Tranquila, gorda linda, que ella estaba con sus amigos en una rumba decente.
- ¡Sí! ¡Cómo no! ¿Usted es idiota o qué? No ve que el amigo del cachetón intentó sobrepasarse conmigo en la cocina. Es que a mí también me invitaron para esa finca. La niña Marisol quería que yo la acompañara en ese programa. Me creen a mí tan tonta, que me dijeron que me fuera tranquila que nos iba a tocar dormir en una pieza sólitas. ¿Esos son bobos o qué?... Si se imagina usted, niño Alejandro, que tres hombres borrachos van a dormir en una finca, con dos mujeres, y que no les van a tocar ni una mano. Imagínese que la niña Marisol, cuando llegó esta mañana, estaba tan pálida que parecía un papel. Sí alcanza a suponer lo que le hicieron esos tres hombres en toda una noche. Es que don Ricardo también es un viejo alcahueta. Yo soy muy pobre, pero mi cuerpo es para el hombre que yo ame. Cómo se atreven a ponerle precio a la niña con ese cachetes rojos, barrigón, que hasta homosexual será - terminó de decir la gorda para acrecentar mi dolor. Estábamos hablando de ese hermoso tema cuando llegó la acusada. Estaba más linda que nunca. La palidez no se le notaba por ningún lado, pero en su rostro había algo que la tenía llena de tristeza. Cogió el desayuno y se sentó en una mesa apartada. Su rostro estaba precioso, pero muy serio. No sé qué pensamientos la invadían por dentro, y yo, sin poder resistirlo, me paré y avancé hasta donde estaba ella.
- Hola, preciosa, ¿Por qué esa cara tan triste? - pregunté con la voz entrecortada.
- Yo no estoy triste, lo que pasa es que anoche me fui para la finca de Michael, pasé una noche terrible y estoy muy cansada - fue capaz de decir, reconociendo su culpa. La furia me cegó y sin medir las consecuencias dije:
- ¡Claro! Cómo no vas a estar cansada, si ese hombre te exprimió toda la noche, ¿porque el gordo pesa un poquito, o no? - terminé de decir lleno de furia. Ella se quedó pasmada y, con voz triste, me llamó cuando yo abandonaba la casa. No pude escuchar su ruego y mucho menos la explicación de lo que para mí estaba muy claro. << Te agradezco, Dios todo poderoso, que aún me tengas con vida, porque yo pensaba que el día que mi amada fuera a la cama con ese hombre, me llegaría la muerte inmediatamente, pero no. Todo está consumado entre ellos, y yo continuo vivo y tranquilo. Pues bien, he sido víctima de otro de mis sueños fantásticos. ¿Cómo pretendía casarme con esa hermosa criatura qué está hecha para los más grandes ideales?... Yo los perdono, ¿por qué guardarles rencor? Sí, los perdono, porque yo sé que en el corazón de Marisol ocupo el primer lugar sin merecerlo. Ella nunca podrá olvidarme porque yo fui el primer hombre en su vida y, si algún día se arrepiente, la voy a estar esperando porque nunca me podré arrancar de mi pecho el inmenso amor que sembró y que aún siento por ella... << ¡Saber què has estado en los brazos de otro hombre es un tormento demasiado grande para mí! ¡Adiós, Marisol linda, hermosa! ¡Adiós, amor mío, nunca te podré olvidar!>> Pensé justo antes de largarme de esa finca.
Cuando me estaba marchando, una de las chicas del servicio me trajo tres manzanas en una bolsa de plástico y me dijo que Marisol me las había mandado. Las tomé sin pensarlo y me fui para siempre.
Ahora estoy en el pueblo.
Desde esos días mi tía me atiende con la frialdad de la mujer que nunca ha tenido hijos, parece que no se da cuenta de que tengo el corazón roto. Me he refugiado en la música y el licor, ya perdí hasta la noción del tiempo y de las cosas. No me importa si hoy es lunes, sábado o domingo. No me importa si estoy limpio o sucio. La forma en que me visto es irreverente y descomplicada. El alcohol revive mis penas y, desafortunadamente, cada día quiero más a esa hermosa mujer. De la finca me anunciaron que Marisol se casó y que su hermano, el secuestrado, estuvo en la fiesta. <<¡Yo te bendigo, amada mía, porque, en el fondo del corazón, sé que te has entregado a ese hombre para salvar la vida de tu adorado hermano!... ¡Ése es el acto más puro y sublime que ha generado tu alma, aunque en él se hayan perdido nuestras vidas! ¡Perdona mi actitud celosa y egoísta, pero mi vida se terminó cuando tú juraste ante un altar, que serías suya eternamente! ¡Yo conozco tus principios cristianos y sé que lo más sagrado ante tus ojos, es la divina voluntad del señor! >>
Alguien, que me conoce de tiempo atrás, me dijo sin compasión que me había convertido en un gusano, y yo, con gran desvergüenza, acepté esa tortura como parte del camino amargo de mi autodestrucción. Nunca llegué a imaginar que la mujer que me hizo amar la vida con todo el corazón, ahora me hiciera despreciarla con toda el alma.
Me fui caminando por un sendero largo y polvoriento, para buscar en la quietud y la hermosura del campo, una paz que se volvió esquiva desde que perdí a Marisol. Sus palabras siempre me sonaron verdaderas e ingenuas, por eso no siento rencor con la dulce mujer que me brindó su amistad desinteresada. Sí, porque lo único que hizo fue brindarme amor y comprensión, sin calcular nada a su favor. Nuestro romance fue una entrega total y sin condiciones. Lástima que el destino haya sacrificado su vida para proteger la vida de un hermano sagrado.
<< ¿Don Ricardo no sentiría un poco de remordimiento al sacrificar a su única hija?... Lo malo es que ese muchacho era el único varón que le quedaba; único camino, única alternativa. Esa maldita palabra es la única, que tiene la culpa. ¿Cómo se puede sacrificar la vida de una princesa que apenas tiene dieciséis años? ¿Cómo va a soportar las extravagancias de un cerdo que la dobla en edad y al que ella detesta? ¿Cuándo te vas a escapar mi adorado ángel? ¿Será qué regresas algún día, a suplicar por el amor que estoy matando dentro de mí? No puedo pensar en esas idioteces, porque voy terminar atravesando mi corazón con un puñal. Sí, voy a convertir este amor frustrado en la fuerza que me hace falta para abandonar la ilusión de tu regreso, y, así, poder morir en medio de la libertad de unas venas rotas. Quisiera ocultar la idea, esperanzadora, que me sujeta a la sinceridad de tus ojos y de tus besos, porque es imposible borrar de un plumazo el amor que nació entre nosotros desde el día en que nos vimos. El recuerdo de aquellas noches encantadas en que tu sonrisa y tu voz suave llenaban la oscuridad de la finca con un brillo celestial. >> << Porque sí, mi Marisol hermosa, tú eras la reina de aquel lugar y todos cifraban sus esperanzas en ti. Desde la cocinera más humilde e insignificante, hasta el administrador serio y comedido, sabían que tu palabra era sagrada. ¡Tranquila, diosa mía, que a nadie has defraudado! ¡Todo el mundo sabe qué entregaste tu vida jurando fidelidad ante dios, por la vida de tu hermano el mayor! ¡Yo tuve la culpa de tu sacrificio cuando, en esa noche de juego desafortunado, perdí lo mejor de mi vida ante las patas de otro macho con suerte!...>> << ¡Así es la vida, amor mío, la selectividad de las especies lo grita todos los días: "El mundo es de los más fuertes y yo soy apenas un gusano" ¡Gusano! Esa es la palabra que más me gusta, porque me minimiza y me tortura hasta la médula de los huesos. >>
Es terrible estar enamorado porque el corazón y el cuerpo necesitan el calor de esa compañera encantada, pero la distancia y la imposibilidad cortan todas las esperanzas de una unión sagrada. Quisiera correr a su lado para contemplar sus ojos brillantes y para absorber su ternura con una mirada profunda, pero las reglas y los parámetros sociales nos recuerdan que ella tiene un dueño aunque no lo quiera. Quise hacerlo todo bien, sin embargo, el instante en que llegué no fue el más apropiado. Ahora estoy encerrado en una prisión de imposibles, en la que me tendré que acostumbrar al dolor del amor, o a la frialdad y el sin sentido de la muerte. Para mí, la muerte no es linda, sabiendo que en otro lugar del mundo, los ojos grandes de mi Marisol se llenan de lágrimas pensando en mí, el hombre que la hizo mujer. Es triste pensar que el destino cruel, nos separó sin darnos la menor oportunidad. Desafortunadamente, en esta vida, aunque estemos en una posición estable y ventajosa, en cualquier momento se hunde el piso bajo el mar de las dudas, lanzándonos al abismo húmedo de la soledad absoluta. Me niego a reconocer las cualidades que pueda tener el gordo esposo, que profana el cuerpo hermoso, de la única mujer que he querido tener. Siempre pensé que mi conducta ejemplar, me hacía merecedor de los finos modales y de la suavidad encantada de mi princesa dorada, pero eso no fue así. Por culpa de una suerte adversa todos mis planes cambiaron y ahora sólo me queda una vida arruinada que ya no puedo soportar.
Quise matar el amor de las siguientes maneras: Lo ahogué con licor, lo aplasté en el olvido, lo sepulté en la distancia y lo ignoré sin lograrlo. Todo fue inútil porque en cada intento, el amor se levantaba puro e inmaculado, trayendo a mi mente la imagen deliciosa que lo hizo brotar en mi corazón. El amor tiene cuerpo y parece una liebre encantada que brinca por todas partes, contagiando con su brillo y transparencia, las cosas que tocan mis ojos. Estoy sumergido en el pozo de la amargura y, sin embargo, todo está lleno de la felicidad y del colorido que me transmite Marisol desde lejos, porque, mientras más grandes sean las distancias, más inmensos son los recuerdos de los instantes en que pudimos estar juntos. No importa que ella esté en los brazos de otro hombre, porque yo la sigo amando con toda la intensidad y todo el deseo, aunque se me quiera estallar el corazón por la rabia y por los celos. Después de la muerte de mis padres, quise ser el macho insensible que nada lo afectaba y que todo lo controlaba, pero he perdido el tiempo con esa falsedad; las lágrimas se han vuelto fáciles y ruedan por mis mejillas llevando el sabor amargo hasta mi boca, que no se cansa de pronunciar el nombre de la reina que puso a volar mi alma. << ¡Marisol! ¡Marisol! ¡Te amo hasta la muerte y espero que en el cielo nos encontremos, porque este tormento ya no lo resisto más! ¡Amor mío, yo sé que ya no te volveré a ver, pero estoy seguro que ni la muerte será capaz de borrar nuestro amor! >> << ¡No, don Ricardo! ¡No, Michael! ¡No pueden haber hecho una monstruosidad tan grande!... No pueden salvar la vida de un ser humano, condenando las ilusiones de una paloma como Marisol, que era la única persona transparente y amable que quedaba en esta tierra. Michael es un hombre tan bueno y tan negociante, que no pudo brindar su sucio dinero hasta que no obligó a la niña Marisol a casarse con él. << ¿Por qué no ofreciste las monedas sin esa terrible condición? Porque tú sabes que Marisol detesta tu figura cebada con hamburguesas y papas a la francesa. ¿O no?>> <<Yo, ángel mío, lo analizo todo y me doy cuenta porque no fuiste capaz de darme una explicación. Sé que has llorado mucho ante la imagen sagrada de María Auxiliadora. Es terrible, terrible y doloroso tener que venderlo todo, hasta el alma, para salvar la vida de un hermano. Tú, que en la vida tenías lo suficiente y más, no puedes haber ido a parar a esa encrucijada. >> << ¡La gente tomó la decisión de casarte con el magnate del aburrimiento, porque, él, regaló el dinero que pudo salvar la vida de tu hermano! ¿Cómo podías negarte ante ese negocio, ángel mío? Todo estuvo en contra nuestra...>>
Me gustaría saber unas cuantas cosas antes de morir. ¿Me gustría saber hasta qué punto deseaba ella ese matrimonio? ¿Era honesto y sincero el amor que ella me brindó desde que llegue a la finca? No... No puedo dudar de algo que es claro y transparente. El amor no se puede fingir; el amor se siente en dos corazones locos que se quieren pertenecer a toda consta. Marisol temblaba entre mis brazos y todo su cuerpo se entregaba con locura. Sus ojos limpios no sabían fingir ni la pasión, ni el enojo, ni la vergüenza; porque ellos mismos me han revelado la pena tan grande que llevaba en el alma al tener que casarse con ese sujeto.
 
 Yo, por mi parte, no puedo dejar de odiar a ese hombre. Su debilidad de carácter, su charla de bufón y su prepotencia ridícula, lo hacen un ser despreciable. ¿Cómo puede, un cerdo de esos, darse cuenta de la exquisitez y de la suavidad inmaculada que encierra un corazón sublime y bien formado como el de Marisol?... Es mal humorado, irritable, confianzudo, ruidoso y atontado, mejor dicho, ese sujeto tiene todos los defectos que poseen los hombres ordinarios.
Sea como sea, ya se acabaron para mí, todos los placeres y toda la felicidad que disfruté al lado de la hermosa mujer de mis sueños. Fue inevitable todo lo que pasó. ¿Cómo pude ilusionarme con una mujer qué, realmente, era inalcanzable para mí? Nunca se ha visto bien, a un peón chorreando saliva detrás de una reina. No pudo mi corazón, romántico y soñador, ignorar la calidad de una alma pura y sublime que se escapaba en su sonrisa alegre, que brillaba en aquellos ojos grandes y claros como las estrellas del cielo, que contagiaba de amor a través de una piel aterciopelada y coqueta, que hacía volar mi imaginación sobre vaporosas nubes de ilusión, magia y felicidad. <<¡Cobarde desgraciado! ¿Te quedas quieto cuando llega el monstruo y te roba tu princesa?>> Aprieto las manos y la sangre caliente se me sube a la cabeza. Me burlo diez mil veces de mí mismo, y me lanzo a la categoría de maniquí, de muñeco de trapo que no es capaz de reclamar por su amor, que no es capaz de reclamar por sus besos, que no es capaz de reclamar por su vida.
Me refugié en la falsedad de las cantinas., Todos los días visité los antros donde atienden las prostitutas desesperadas. ¿Desesperadas?... Sí, porque detrás de toda su indiferencia, en aquellos ángeles se esconde un futuro incierto y desesperanzador. Me hice amigo de aquellas mujerzuelas, pero mis ojos no pudieron evitar la comparación que, en cada segundo, hacía entre ellas y mi Marisol. Todas esas mujeres eran raras: una, a pesar de ser alta y esbelta, tartamudeaba al hablar. La que más me quiso, desde que empecé a refugiarme en aquella oficina de perdición, era gorda y violenta; todo el tiempo vivía repartiendo golpes y sus modales ásperos hacían pensar en boxeador o en un gorila de lucha libre. Existía una joven de unos quince años de edad que daba pesar observarla, con su mirada perdida dejaba translucir una idiotez marcada e inocultable; aquella joven tenía un retraso mental severo. Todos los días hablaba con una diferente. Nunca les conté la pena que me afligía, solamente escuchaba las ondas preocupaciones que tenían en sus vidas; a ellas lo que más les importaba eran las pocas monedas que se ganaban en aquel ridículo trabajo.
A la luz de las copas de licor, la imagen de mi amada se hacía más real e inalcanzable. Definitivamente, tener clase es muy importante. Aquellas niñas hambreadas estaban hechas a golpes. Qué suave y tierna era mi Marisol; su dulzura y sus refinados modales fueron el producto de toda una vida de cuidados y atenciones.
 
 
 
 
 
 
 
 
                     - CAPITULO NÚMERO OCHO -
 
 
 
Quise embotar mi cerebro, quise ahogar mi alma, quise inundar mi corazón pero, mientras más tomaba, más crecía mi amor. Llevé el cuerpo al cansancio para destruir mi pasión, pero el cuerpo se marchitó y se agigantó el amor. << Yo no sé de qué está hecho este sentimiento tan grande, que me llena y que me invade, hobligándome a llorar con todo el corazón. Me he tomado mil copas de licor que se han convertido en lágrimas tibias y amargas de amor...>> << ¡Ya se me olvidó vivir por culpa de tu indiferencia que me castiga en el alma, destruyéndome sin remedio! ¡De todas formas estoy perdido, porque si tú me quisieras, lucharías por mí aunque fuera un poquito, para defender nuestro amor! ¡No me quiero imaginar que tú, mi linda paloma, estés en los brazos de ese miserable que te compró con dinero!... ¡Si él te hubiera conquistado no sería doloroso rendirme ante otro hombre que fuera mejor que yo!... ¡Toda la gente dice que el amor es cuestión de química y cuestión de piel, y es una deliciosa verdad, porque a mí me pueden arrancar el pellejo y cada una de mis células seguirá sufriendo por ti!... ¡El día en que yo me muera y que esté bien enterrado, en la mitad del frío eterno, seguiré pensando en tu amor!>>
Todos los días acudía a la cantina en busca de la muerte que me aliviara el dolor. Me embriagué día y noche, maldije a Dios y hasta al diablo. Fui indiferente con esas pobres mujeres de cantina que, al final, terminaron odiándome por mis angustias. Yo no sé por qué motivo les fastidiaba mi locura, que estaba toda agitada por culpa de mi dorada ilusión. << ¡Marisol, te amo, amor mío! ¡Tan sólo dime dos palabras, que yo pelearé contra el mundo por tu amor!>>
Mi cuerpo adolorido se hundió en el angustiante abismo de la derrota y la impotencia; todo me dolía, pero lo que más me desesperaba era el cuadro amargo de ver mis sueños tirados por el suelo, como unos trapos viejos e inservibles. ¿Dónde está mi violento y exasperado orgullo? ¿Dónde están los castillos de cristal, rodeados de tulipanes, crisantemos, rosas y dalias, que mi fecunda imaginación creaba para ella? ¿Qué le puedo arañar al mundo, si la ausencia de mi amor lo ha dejado más reseco que las cáscaras de los pinos viejos? Estoy acorralado y no sé si es por mi culpa, o si es porque he descubierto la cara oculta del mundo construido en la sin razón, el hambre y el desconsuelo. Marisol se fue y se llevó detrás de ella todo el brillo y la esencia de lo que se podía llamar un paraíso, que ahora es un desierto de las cosas que han matado mi corazón.
En un abrir y cerrar de ojos, todo se llenó con el color y el olor de la sangre. Mis sentidos y mi alma estallaron, convirtiéndose en una masa putrefacta y sanguinolenta que no significa nada, ni para mi tia, ni para mí, ni para el resto del mundo. Todo estaba consumado y la fuerza que me empujaba a sonreír y a luchar con valor, se había ido, sacrificándose en un acto de amor sublime, para salvar la vida de un pedazo de su carne que, según eso, es más que ella misma. <<Marisol, ¿por qué tanta humildad ante el abismo inmenso del dolor? ¿Por qué tanta resignación ante las lágrimas amargas del sacrificio total?... Marisol, ¿por qué eres tan mujer? ¿Acaso, no es capaz tu alma limpia y transparente de sentir un poquito de egoísmo y mezquindad? >> ¡Dios mío! ¡Bendice todos los comportamientos ruines que, de germinar en el alma de mi ángel sagrado, me permitirían estrecharla en los brazos del pecado y del delicioso goce de la traición! Mi alma angustiada ha dejado de pertenecer a este mundo, y, ahora, sólo quiere navegar en el veneno idiotizante de la autodestrucción. ¿De qué vale la salida del sol en una mañana nueva? ¿De qué vale el dinero por el que los idiotas se esclavizan? ¿De qué vale una vida en la eternidad de Dios, cuándo un amor puro y frágil como una rosa, ha sido pisoteado por la bota sucia del sacrificio y la resignación humana? << Porque solamente una cosa me ha quedado clara y es que la tristeza y el desamparo que hoy nos embarga, es por nuestra propia culpa. Marisol, tú has cedido ante la directa presión de un padre desesperado y noble, que cambió la vida de uno de sus hijos, por el dolor oculto de tu martirio, que todos comprenden y que nadie disuelve. Yo soy culpable por no tener el valor de asesinar a un pobre hombre que se enamoró de la flor más exótica y perfumada que ha nacido en los últimos doscientos mil años. Él te vio y cayó hechizado bajo el influjo mágico de tu perfección arrolladora. Hoy, que nada me importa, tengo que reconocer que Michael es muy inteligente; ha invertido el sucio dinero que los humanos atesoran, en la criatura más especial que el Dios de los cielos se pudo inventar. El dorado color de sus carnes rozagantes y suaves, el hechizante brillo de unos ojos contagiados de mar, cielo y selva virgen, el rojo violento de una boca sensual, la precisión exquisita de una nariz orgullosa y el vibrante manto que cobija con sus brillos dorados la magnificencia de los inocentes atractivos que no han sido por pura casualidad, porque son el reflejo de un ser más perfecto y más hermoso que toda la vida misma; son los tesoros que atraen a los hombres que te quieren y a las mujeres que te envidian. >> << ¿Por qué yo, un trabajador que nunca le hice mal a nadie, me encontré contigo para poder saborear todo el néctar de tu exquisita dulzura y luego tener que sufrir esta humillación dolorosa?... Ahora no deseo seguir viviendo ante la ausencia de esa luz divina que sólo tú sabes proyectar. ¿Sabes qué significa ser humilde y bueno?... Es el principio de una santidad para dioses tristes, que quieren morir como yo. Sí, yo me quiero ir al refugio del dolor ardiente, que será un bálsamo refrescante para la tortura inigualable de un amor lacerante. Primero fue el Dios sol, después las imágenes de barro, después Jesucristo, Mahoma, Buda, el arte y las drogas; los hombres nos desprendemos de los diablos y de los dioses todos los días, porque están hechos de miedo y de fantasía... Yo quisiera que alguien me informara de qué está hecho este maldito amor que me quema y me quema por dentro. >>
Mi desesperación era cada vez más grande. Si hubiera encontrado a Michael, hubiera sido capaz de triturarlo con mi machete. << ¡Claro qué todo ha sido culpa mía! - pensé, castigando mi incapacidad - Todo me pasa por no haber ganado un poco de dinero. Me la he pasado soñando con florecitas amarillas y, al final del cuento, mi amada es demasiado linda y demasiado fina para mí. Sí, ha sido un milagro que mis manos sencillas hayan podido acariciar ese rostro inmaculado. Todavía guardo el recuerdo de sus cejas abundantes y de sus ojos verde-azules y brillantes como dos luceros en mitad de tu piel dorada. Mis dedos nunca se cansaron de dibujar su nariz respingada, que le daba el toque noble de las niñas que nunca han tenido que bajar la cabeza. Sus labios entreabiertos sabían guardar el silencio de las mujeres inteligentes, aunque conmigo hayan tenido el problema de nunca ser capaces de decir que no; eso hizo crecer el amor que se me está saliendo de adentro, como un monstruo que yo no soy capaz de controlar. << Sí, fue muy extraño que desde el primer día hayas dicho a todo que sí; o guardabas silencio o decías que sí. No comprendo qué era lo que pasaba; o todo lo que yo te decía te gustaba, o tu mamá y tu papá no te enseñaron a decir que no, no, no. Si me hubieras frenado dos o tres veces, nos hubiéramos evitado tantos sufrimientos, amada mía. >>
¿En qué piensa, Marisol? ¿Cómo se atreve a casarse con el hombre que no ama? ¿Después de que soltaron a Nicolás Alberto, su hermano, qué hace al lado de ese idiota? Si ya se cumplió el objetivo sagrado, ¿qué está esperando para regresar a su casa?... Ella no es capaz de engañar a nadie y cómo, a ella, sí la han engañado.  << ¡Marisol, regresa por favor! ¡Marisol, me estoy muriendo por ti! Ese hombre se está cobrando el dinero que invirtió en ti. Michael se da las mañas de negociante para no perder ni un peso. ¿Qué estás esperando para escapar, porque un minuto a tu lado vale todo el oro del mundo? ¿Por qué te empeñas en jugar limpio y continuas con esa farsa de matrimonio? ¿No vez qué es más sucio adornar con plumas de colores la perversidad de tu sacrificio?...>>
Marisol, que aún es una niña, se puede comportar así ¿Pero qué está esperando el viejo del don Ricardo, para recuperar a su hija?... <<Señor, yo a usted lo conocía desde que era un niño, me impresionaba su carácter y seriedad. ¿Qué le ha pasado a su valor? ¿Por qué se ha arrugado como una pasa ante la desgracia de su hija? ¿O es qué no se ha dado cuenta de que los ojos de la niña están tristes? Yo sé que los hijos han sido el amor de su vida, también sé que nunca hubieras admitido una ofensa contra ellos pero, ahora, no me explico qué pasa con usted. ¿Acaso no le duele el sufrimiento de la bella, en manos de la bestia calculadora? ¿Qué les está pasando a los hombres que tienen el derecho de reclamar? ¿No comprendo por qué están tan indiferentes?... Si yo pudiera defenderte, si tú pronunciaras una sola palabra de auxilio, si me mandaras una nota implorando tu salvación, yo, con mis propias manos, estrangularía al sujeto que compró la conciencia de los que te rodean. Yo soy capaz de matarlo en veinte veces. Con todo el valor del mundo abriría su pecho en busca de la sucia pasión que nos ha traído tanta infelicidad. Pero no, no puedo hacer nada sin saber si Marisol aún me ama. >> << Marisol, hermosa, ¿qué ha pasado? ¿Por qué dejas que esta pena me arrastre hasta el sepulcro? Amada mía, ¿qué pasa contigo? >>
El tiempo pasó y el dolor continuó. En las cantinas me sumergí del todo en el licor. Las penas murieron y yo empecé a morir también. El tiempo era inclemente y mi deterioro notable; el alcohol y el trasnocho acababan, lentamente, con una vida que yo no deseaba. Después de cada embriagues vomitaba la bilis amarga de mi desconsuelo, hasta que mi organismo no resistía y empezaba a sangrar. Eso me daba una gran alegría, porque era la única forma de librarme de este terrible amor que me estaba llenando por dentro. Nunca imaginé que el amor tuviera vida propia; lo sentía como un cuerpo extraño que, con su transparencia pastosa, absorbió cada una de mis células. Se había convertido en un cuerpo irreverente y doloroso, que luchaba por el espacio en un mundo en el que no cabríamos los dos. Yo estaba confundido y la única solución era la muerte. Los amigos me habían abandonado. Uno a uno, habían ido desapareciendo. Rompí todas las reglas de la sociedad. Aunque sí creía en la inmortalidad del alma, había dejado que creciera el gusano del abandono dentro de mí ser. El cuerpo se me ha llenado de fiebre y, en las pesadillas de angustia, siento que mi carne estalla en mil pedazos bajo la terrible explosión de mi hígado. El sudor frío de una muerte cercana, acompaña mi peregrinar ridículo en el mundo de los otros. Solamente viví una vez, hasta que el destino y la debilidad del carácter de un padre, vendieron por un alto precio económico, la única razón de mi existencia. >>  << ¡Marisol!... ¿Porqué no le faltas un poco a tu ideal de santidad, a tu idea de moralidad?... ¿Por qué tienes que ser una víctima ofrecida al futuro de tu familia?>>… Ya no necesitamos más crucificiones. Cristo fue crucificado para que los hombres fueran más sensatos. Nadie necesita una heroína. Nadie te está pidiendo que seas una santa. Ese bobo hijo de puta ya entregó el dinero, tu hermano está libre y yo te estoy esperando con el corazón rebosante de amor. No tengo remordimiento alguno, porque no hemos cometido ningún pecado, sólo nos hemos amado con toda el alma. ¿Dónde está tu inteligencia?... ¿Por qué tanta perturbación en tu interior, si nuestro amor es claro y limpio como el agua?... Marisol, tú no pareces Antioqueña, porque los verdaderos hijos de Antioquia la grande, estamos felices de amar, de respirar, de luchar, de vivir y de pelear por lo nuestro.  En esta tierra de hombres maravillosos, estamos orgullosos de nuestro cuerpo y de sus funciones biológicas naturales. Para los Antioqueños de verdad, no existe el pecado, no nos remuerde la conciencia por nada, porque somos un pueblo superior, un pueblo avanzado. Lo bueno y lo malo no existe; sólo existe la evolución de la conciencia en un  eterno aprendizaje. ¡Marisol hermosa!... No le hagas caso a ese sacerdote que es tu confesor, porque él pertenece a ese cristianismo que atrofia los instintos y que cultiva una falsa fidelidad en contra del amor. El sentimiento más importante, para esos pobres hombres, es el arrepentimiento y, es en ese momento, cuando aparece el pecado, el dolor y el infierno; es en ese momento cuando aparece la guerra entre la carne y el espíritu. No sabiendo que la carne y el espíritu son tu conciencia de eternidad y que todo podría ser un cielo, un paraíso de eternidad y completa satisfacción. El bien y el mal son fenómenos inventados por el hombre, o sea, reacciones de felicidad o de tristeza ante los diferentes acontecimientos de la vida. Marisol, cuando decimos qué actos son buenos, malos, etc, afirmamos que esas acciones reúnen las condiciones para alegrar o entristecer nuestra vida. ¿ Entónces por qué no escoges la felicidad a mi lado?... >>
Todos los días regresaba hasta mí, el perfume de aquella hermosa ilusión.
<< Eras la más pretendida de aquella tierra florecida que, en sus caminos polvorientos, vio nacer nuestra atracción. Camino por todo el pueblo en aventuras paganas, moviéndome entre las ramas, con el terrible dolor de saberte en otros brazos. Hoy espero la mirada, llena de una luz muy clara, que me diga en tus ojos, dulces palabras de amor. Somos los sobrevivientes de una vida pasada, que siendo tan recordada, nos ensancha el corazón. Nos fuimos por otros rumbos, hechizados por la magia de una falsa comprensión, y son tan sanos tus principios y tan grande mi nobleza, que, resignando la vida, cumplimos aún la misión. Lo único que te pido en esta vida malvada, es que por unos minutos, pienses y recapacites, sobre nuestro triste amor. No pretendo ofender a ese hombre antojado de lo bueno, con el que estás comprometida, viviendo la agonía de la insatisfacción. Aunque haya pasado el tiempo y ya no sea lo mismo, en el fondo de mi alma se agita y se agita, la fuerza de nuestro amor. Nunca podré perdonarme el haber sido tan necio de dejarte escapar. ¡Marisol, yo te amo con locura, y, aunque seas ajena, tu imagen sagrada y limpia, me sigue dando motivos para luchar con valor! Yo sé que en el fondo del alma, tú sufres por mi dolor. Me ha parecido imposible que la monotonía que nos envuelve con saña, pueda borrar con sus mañas, lo que es nuestra pasión. Voy a seguir el camino, arrastrando la flojera de lo que pudo ser y no fue. Sólo quiero que comprendas, que tu amor aún me quéma, y qué en silencio espero, la oportunidad de mostrarte el gran hombre que soy yo. Definitivamente, no puedo dejar de pensar en ti. Pueden pasar diez o veinte años y tu recuerdo sagrado no lo podré desprender. Todo lo que pasó fue por culpa mía. La vida nos dio un viraje, envolviéndonos en amargura y en lágrimas de coraje. No me da pena confesar que lloro pensando en ti, y que maldigo el destino que derrotó nuestro amor. >>
En una tarde clara, de un verano amargo, me encontré con “el guitarrista”, el único de los peones que fue medio amigo mío en la finca. A su lado pasé algunas noches de bohemia y romanticismo. Con su voz dulce y fuerte, convertía la fragilidad y delicadeza de su cuerpo, en un huracán de sueños y esperanzas vibrantes. Un barquillo de papel, una montaña de un verde intenso y el vuelo de una gaviota inmaculada, eran la fuente de toda su inspiración y de toda su dicha. Nunca soñó ni con dinero ni con riquezas materiales; para él era lo mismo el triunfo que el anonimato, según lo que me dijo en aquella tarde de revelaciones. Lo único que parecía interesarle era la música, el licor y el futuro de mi amada
- Hola, querido guitarrista, ¿cómo has estado? - Saludé al encontrarlo sentado en el antejardín de una de las casas al frente de "El Refugio", la cantina donde más nos amañábamos los vagabundos.
- ¡Bien! ¡Yo siempre estoy bien! - contestó con la agresividad que siempre lo caracterizaba. Su figura menuda y su rostro moreno, atravesado por una inmensa cicatriz que parecía extraña a aquel ser, reflejaban el talento y la sensibilidad por el arte.
- ¿Qué estás haciendo, un martes, por aquí?... ¿Te echaron de la finca, o qué? - pregunté sin adivinar la respuesta desconcertante que me lanzaría.
- Esa finca, desde que se fue la niña Marisol, se puso muy aburridora.
- ¡Cómo! - exclamé sin poder ocultar mi asombro - ¿Es qué a vos te gustaba la hija del jefe?
- A mí y a ti, porque toda la gente sabe que tú fuiste el gran amor de su vida. Después de que tú le empezaste a regalar flores, vencí la timidez que me impidió hablarle en los últimos cinco años, y empecé a llevarle flores a nombre tuyo cuando estabas alejado.
- ¿Cómo así? - investigué, agitado por la tranquilidad de aquel mequetrefe que me estaba confesando la usurpación - ¿Tú le llevabas flores diciendole que eran mías?
- No, no dije precisamente que eran de tu parte; simplemente le decía que ahí le mandaba un amigo... Perdóname, pero era la única forma de estar al lado de aquella monumental mujer y no vayas a pensar que yo soy el usurpador, porque cuando tú llegaste yo llevaba varios años adorándola… Sí. No me da vergüenza confesártelo, aunque no tengo palabras para explicar lo que sentí y lo que siento en el corazón.
Me quedé en silencio y “el guitarrista” me contó una historia que me conmovió hasta las lágrimas. Todas esas cosas me afligían y me atormentaban. ¿Quién tiene la culpa de que todos los hombres que la ven, terminen enamorados de ella? Todos esos son los caminos de un destino aciago y doloroso.
El empezó a contar la historia cómo para fastidiarme, luego al comprobar mi actitud de comprensión, fue más franco y deploró su comportamiento. Me relató, en confesión, cómo su amor iba creciendo día a día, por aquella muchacha que por ese entonces empezaba a ser mujer. No tenía paz ni sosiego. En todo momento, en todo lugar, estaba pensando en ella. No comía, no bebía, no salía de la finca y no era capaz de hablarle ni una sola palabra a la mujer de sus sueños. Conversamos largo rato y mi corazón adolorido, lloraba por aquel pobre hombre que vivía un infierno peor que el mío.
- Todo lo que te he contado no son ficciones de una imaginación enferma, son la cruda realidad de la miseria que compartimos. Todo nos sucede a una clase de hombres menos civilizados y menos instruidos. ¡La hemos perdido para siempre, y yo no pienso sobrevivir a esta realidad terrible!
Eso fue lo último que me confesó mi amigo en la desgracia. Después de que pasa el radiante sol, sólo quedan las sombras de los apocados y humildes como “el guitarrista” y yo. Me sentí raro al escuchar el relato de un enamorado que deseaba a mi novia. No pude resistir más y cambiando de tema le dije:
- Es una pena que todas las cualidades que te ha regalado Dios, se desperdicien mirando al cielo y soñando con bobadas. ¿Cuándo vas a hacer algo que te merezca el reconocimiento de la gente, que te permita disfrutar de las mieles del triunfo en tu carrera de cantante?
- ¿Qué significa el triunfo para ti? ¿Tú quieres qué yo haga algo que sea comercial?
- ¡Claro! Algo que te permita conseguir dinero, un auto, una finca - dije, observando el traje roído y los zapatos con la punta abierta que le dejaban ver los dedos.
- Yo tengo el dinero suficiente para vivir. Los autos no me gustan y la finca ya la abandoné, cansado de la soledad del campo, porque "Guadalajara" fue mía por varios años - argumentó, como molesto por la insinuación que le acababa de hacer. Me percaté de que tenía la mano derecha muy quieta y me pareció anormal.
- ¿Qué te pasó en la mano? - él la volteó y me mostró dos o tres heridas que tenía en los dedos, con varios puntos de sutura.
- Anoche me atracaron y me robaron el dinero y la guitarra - explicó algo esquivo por mi curiosidad. Yo adiviné que se había lesionado al estallar un vaso en medio del desespero y de su angustia. El licor se había convertido en el refugio que le ayudaba a escapar de la inmensidad de su romanticismo soñador.
- Gracias a Dios que no te pasó nada, porque esas heridas parecen superficiales. Sería muy triste que un guitarrista, como tú, perdiera uno de los dedos de la mano derecha que es la más importante.
- ¡Tranquilo! Yo tengo la mano en buen estado. No muevo los dedos porque me duele mucho, pero creo que los tendones están sanos.
El fantasma de la aventura que había relatado el guitarrista, aún continuaba entre nosotros. Aquello fue como compartir el mismo amor. No, compartir no; él la vio, le gustó y le habló en nombre mío, aunque yo estoy convencido de la insignificancia de esa pobre criatura ante esa gran mujer. No, no creo que ella lo haya amado aunque sea un poquito, de pronto, le interesaba su charla floja para aligerar la soledad. Muchas veces ha sucedido que dos amigos se enamoren de la misma mujer, aunque lo que hoy me ha revelado no es preocupante, porque yo estoy convencido de que ella es mía y de nadie más.
 
 
 
 
 
                            - CAPITULO NÚMERO NUEVE -
 
 
 
 
En esos días fue cuando se celebró el retiro espiritual o, mejor dicho, el grupo de oración que programó don Pablo, el viejo administrador que no me olvidaba, para que yo me confesara ante un sacerdote y regresara por el camino del catolicismo. El motivo que lo originó era en realidad muy sublime; mi querido amigo pretendía llenar el vacío que me dejó aquel doloroso amor, con los cantos y las promesas fáciles de los sacerdotes seguidores de Jesucristo. Fue don Pablo Jaramillo el que pensó en aquella genial y salvadora idea, que despejaría todas las sombras y las dudas diabólicas que, según él, se agitaban dentro de mi alma impía. Yo, que he sido un hombre dócil, acepté sin oponer ninguna resistencia ante el deseo limpio y sincero que tenía mi viejo amigo de servir en mi angustiante dilema. En aquel pueblo toda la gente pensaba que yo era ateo, porque nunca se me vio postrado ante las imágenes que esculpió don Javier Martínez, el carpintero del barrio. Mi espiritualidad ha sido, en realidad, muy grande, y de eso me quise convencer y convencer a mis allegados. Fijó el párroco la fecha y dispuso todo lo necesario. Tres cirios benditos, una camándula por persona y una donación de los solicitantes, don Pablo y yo, para las benditas ánimas del purgatorio. << ¿Quién ha pensado que yo le puedo hacer un exorcismo a ese endiablado joven?>> fue lo único que preguntó el sacerdote.
En la mañana del día señalado para mi salvación, don Pablo envió un peón para que me acompañara y me evitara cualquier tropiezo que me obligase a tomar licor. Yo ofuscado completamente, devolví el muchacho y le mandé decir a mi protector que no se preocupara, que mis angustias y el grado de alcoholismo no habían llegado al extremo de ser incontrolables. <<Si he prometido una visita a la iglesia, así será, y en ningún momento lo voy a avergonzar>> Fueron unas de las últimas palabras que le mandé a decir, para que don Pablo no se preocupara.
Era un día gris y lleno de lluvia, corría la primera quincena en el calendario de mayo.
La oración con el padre Antonio, había sido fijada para las cuatro de la tarde; una hora antes del servicio eucarístico de las cinco.
Don Pablo y el jornalero que me visitó en las horas de la mañana, llegaron a la hora en punto. Yo hacía más de veinte minutos que estaba esperando sentado en el corredor de la casa cural. El administrador de la finca y su cercano amigo, llegaron en dos apestados caballos que con su flacura y debilitamiento, reflejaban el desanimo que yo sentía para aquel compromiso sagrado. Alegre y decidido, don Pablo avanzó hasta donde yo estaba, riéndose no sé de qué. Vestido con una camisa blanca y unos pantalones de paño fino, desentonaba con unos zapatos deportivos de un color negro con ribetes rojos. La fría casa cural no ofrecía la atracción que mi alma necesitaba para perdonar al Dios que me arrebató a mi querida Marisol.
La calle y los alrededores de la pequeña iglesia, estaban completamente desiertos, de vez en cuando, salía una mujer de la iglesia y pasaba distraída, sin poner ninguna atención en nosotros, los nuevos visitantes.
Nadie nos estaba esperando y era cosa rara, porque don Pablo pagaba oportunamente los diezmos que le daban el pase para entrar al cielo. Yo estuve mirando la amplitud y la elegancia de aquella enorme casa, en la que vivía el padre con tres o cuatro hermanas de la caridad, propietarias de un hermoso campero blanco último modelo, con llantas anchas como todos los autos de lujo.
- ¿Con quién vamos a solicitar la absolución de mis terribles pecados?... ¡Yo creo qué estamos perdiendo el tiempo miserablemente!
- El padre, a esta hora, se encuentra despachando en la sacristía - argumentó don Pablo, como sintiéndose incómodo con mi comentario -, tengamos un poco de paciencia y dejemos la pereza de caminar estos ochenta metros que nos separan de él.
Atravesamos la plazoleta y el peón, servidor de mi amigo, caminaba a nuestro lado como un perro asustado. Yo hice saber que si me prestaba para aquella sanación, no era porque estaba creyendo del todo en los sacerdotes.
- Si hemos sido beneficiados con una oración tan importante, espero que la aproveches y cierres la boca, que por eso es que te pasa lo que te pasa. Yo he traído a toda mi familia a las oraciones de este santo y lo único que te aseguro es que este obispo es famoso en toda Latinoamérica. Él tiene el don de la sanación, aunque tu pecado te haga incrédulo.
- Vea, don Pablo, si va a empezar con el sermón antes de tiempo, avíseme, porque yo tengo este cerebro muy delicado y salgo haciendo es una embarrada. Para mí, a estas alturas de la vida, cualquier tumba es igual.
- ¿Quién es el santo? - preguntó el tonto que acompañaba a don Pablo.
- Monseñor, Antonio Gómez Jaramillo, uno de los fundadores de la misa de sanación que atrae a miles y miles de fieles cada año, con la esperanza de curar sus aflicciones.
La charla fue interrumpida por el ama de llaves, una mujer que tenía más cuerpo y cara de hombre que cualquier otra cosa. Lo único que delataba su condición de hembra eran dos enormes senos que, a pesar de estar aplastados a la fuerza, eran inocultables.
- ¡Escuchen! Antes de entrar a la oración tienen que comprar, cada uno, un cirio de ofrenda para San Cayetano, patrón de la parroquia y santo milagroso en cuestiones de dinero y buena suerte.
- ¡Claro qué sí! - exclamó don Pablo, volviéndose sobre sus pasos -. Hemos venido a librarnos de nuestros pecados y espero que lo hagamos con mucha seriedad. ¿O usted qué piensa, Alejandro?
- ¡Cómo no! ¿Usted cree qué hubiera venido si estuviera tomando todo esto en broma?... Lo único que me molesta es que todo tiene que ser ofrendas y gastos de dinero. En esta iglesia son más grandes las alcancías que los mismos santos, esperen y verán.
- Tranquilo que yo pago todo - puntualizó mi viejo amigo, y dirigiéndose a la muchacha dijo:
- Véndame tres cirios de los medianos y una libra de incienso, para quemar ante los pies del señor caído.
- Yo soy la que prende los cirios y quema el palo santo. Págueme el importe de las cosas, que yo me encargo del resto - aclaró la mujer.
- ¿Alcanza con diez mil pesos? - preguntó inocentemente mi querido amigo, mientras entregaba un billete que nunca volvería a ver.
- Vayan pronto al lado de monseñor, que desde hace rato los está esperando.
- ¡Qué mujer más asquerosa! - comenté cuando íbamos entrando a la sacristía - Tiene cara de lesbiana.
- ¡Qué grosería la tuya! ¿Has llegado a tratar con ella o es que la conoces personalmente?
- No se necesita ser un mago para darse cuenta de que esa degenerada tiene algo raro. Claro que yo no soy de su familia, ni me importan sus gustos.
- Acuérdese, Alejo, que prometió comportarse como una persona decente. Píenselo bien y vaya dándose cuenta de que el único beneficiado de todo esto es usted mismo. ¡Qué hombre tan rebelde! - argumentó el viejo, dirigiéndose al servil jornalero - ¡Todo lo que le pasa, es porque se lo merece!
El humilde hombre sonrió y se quedó callado para reflejar la neutralidad que lo apartaba de nuestras discusiones. Yo me sentí un poco ofendido.
- ¡Ah! Sí, el único que está poseído por el diablo soy yo. Es un milagro que no me ha levantado Satanás y me ha dejado caer sobre un matorral de espinos, para que me ayuden a rasgar los arañazos que me deje el azufrado cachón.
- ¡Silencio! - exclamó don Pablo, mientras se echaba la bendición arrodillado ante las innumerables imágenes de descascarado barro que reposaban en el impresionante aposento.
- Cada persona adora el pedazo de barro o de madera que desee - anoté -; es más, existen once mil vírgenes y santos de todos los colores, para que la gente escoja a su gusto. Como dice el refrán: "Por los gustos se venden los canastos"... Monseñor, el milagroso, le cura la enfermedad que usted quiera, le espanta las brujas de su casa, le arregla el matrimonio, le espanta el diablo que usted lleve por dentro pero, eso sí, la limosna tiene que ser buena. Como yo no tengo ni un peso y me da vergüenza pedir prestado, estoy condenado para siempre. ¿Quién le podría prestar dinero a un miserable que no tiene ni familia, ni propiedad raíz, ni fiadores, ni nada? Definitivamente, Marisol está condenada a permanecer en los brazos de ese hombre -. Terminé de decir, explicándole al campesino que aparentemente estaba enterado de todo.
- Las hermanas de la caridad - explicó don Pablo - inician el grupo de oración con sus cánticos, después viene monseñor imponiendo la unción milagrosa que terminará cambiando tu mala suerte y tu forma desordenada de comportarte.
- ¡Oh! ¡El santo padre tiene un aren de monjas a su disposición!... Eso es un milagro. A él, que no le gustan las mujeres, le caen veinte sumisas y obedientes ovejitas del cielo, y a mí, que solamente he querido una, Dios me la niega para que tome el camino de la paila mocha, donde el diablo me va a sumergir en aceite caliente por toda la eternidad.
- Por culpa de esas burlas, es que te han pasado cosas tan desagradables - condenó don Pablo, queriendo apaciguar mi estado de animo -; si continuas con esa sarta de herejías, nunca podrás ver el rostro del señor.
- ¿Es qué yo quiero ver el rostro del señor?... Yo sólo quiero contemplar el rostro de mi adorada Marisol... ¡Mire! ¡Observe!... ¿Cuál de esos ángeles es negro?... Sí el cielo es racista, entonces los pobres tampoco cavemos en él.
Verdaderamente, y sin el ánimo de molestar a mis dos compañeros, todas las imágenes eran doradas y con unos ojos tan azules como los de mi adorable ángel perdido. << ¿Por qué sería que no pudo tener un final feliz nuestro amor? ¡Dios mío! ¿Por qué les permites, a los pobres mestizos, soñar con las brillantes estrellas de un cielo que se han creado los blancos para ellos mismos? >>
- Hay que tener fe ante todo - explicó con tristeza don Pablo -; hay cosas que no funcionan bien, pero tenemos que ser buenos negros y guardar silencio. Esperen que yo he venido a dialogar con monseñor. Alejo, te suplico que te comportes a la altura de un católico, apostólico y romano, porque, de lo contrario, nos echaran de aquí como a unos perros excomulgados.
- ¿Por qué se preocupa tanto? - le dije burlándome de él - ¿Usted piensa qué lo van a recibir en el cielo?... Usted, como es de negro, de pobre y de feo, no llega por allá nunca.
No tuvimos tiempo de hacer nada, el milagroso obispo ingresó acompañado de tres hermosas hermanas de la caridad. Don Pablo cayó de rodillas y el peón y yo hicimos lo mismo. << Las angelicales seguidoras de María Auxiliadora rodearon nuestras cabezas con sus delicadas manos y yo, inmediatamente, pensé en ti, mi adorada paloma errante. Se me llenaron los ojos con las amargas lágrimas que no podían cambiar nuestra condición. La monjita se percató de que yo estaba llorando y cayó de rodillas a mi lado, dándole gracias a Dios por la conversión de ese humilde hombre que desconsoladamente lloraba su condición de pecador. Las salesianas se levantaron y la bendición del imponente sacerdote nos cubrió a cada uno, por lo que le dimos las gracias. >>
- ¡Sentados, hijos míos! - ordenó señalando las sillas de roble, tapizadas en mullida gamuza color púrpura, que rodeaban el salón.
Él se sentó en una butaca más alta de lo común e hizo arrodillar las siervas de Cristo a sus pies, dándonos las espaldas a nosotros que éramos los invitados.
La sacristía, muy bien decorada, tenía un aspecto impresionante; cada uno de los objetos allí presentes, cumplía la misión de acercarnos al Dios del cielo. En la inmensa ventana de cristal, se recortaba la figura del señor pálido y ojeroso, después de la brutal crucifixión. Ante ese cristo ardían cientos y cientos de cirios y veladoras, de todos los tamaños, que encendían la fe de los cristianos enfermos que llegaban hasta allí, con la esperanza de curar las dolencias físicas que los aquejaban. Por todos lados se alzaban los santos de abundantes barbas que, como fantasmas, nos miraban con sus ojos de cristal. Al lado de aquellas monumentales imágenes reposaban otras más pequeñas, en las que sólo pude reconocer al niño Jesús de Atocha; la imagen que adoró mi madre hasta el último minuto de su desgraciada muerte.
Don Pablo estaba impresionado ante la grandiosidad de aquel hermoso lugar; con la mirada recorrió los bien formados floreros que llenaban con el colorido de las aves del paraíso, de las rosas, de las azucenas, de los crisantemos y de los tulipanes, hasta el último rincón del aromatizado lugar.
Desde el primer instante me impresionó el sacerdote. Realmente, algo encerraba la imponente figura de ese hombre que, con su sola presencia, llenaba el salón de una seguridad y una paz que traía regocijo a nuestros corazones. Desafortunadamente, la paz no llegó bien hasta mí, porque mi alma estaba hecha pedazos por el accidentado amor que estaba viviendo. Monseñor era muy alto, tenía unos setenta años de edad, pero su vigor exagerado lo hacía ver como un hombre completamente entero. Su rostro moreno y ancho, estaba coronado por dos ojos negros y brillantes, que reflejaban la transparencia de la dulzura y la santidad. Llevaba el cabello completamente rapado y en las sienes se observaba el brillo plateado de una madurez bien llevada. <<Con esa figura y metido en la corrupta organización eclesiástica, este hombre es un inteligente desvergonzado o un idiota acomodado>> pensé, sin poder renunciar a la fea costumbre de juzgar bajo las leyes de la conveniencia, que son las únicas que verdaderamente nos mueven.
- Este muchacho - empezó a decir don Pablo, señalándome a mí -, es un charlatán que no ha podido madurar en la vida. Hace como tres años que no asiste al sagrado sacramento de la misa y no sé cuánto llevará sin confesarse.
- El hecho de que no asista a los servicios religiosos, no quiere decir que sea un ateo por completo - afirmé, intentando defender la imagen que me estaba arruinando mi amigo.
- Asistir o no asistir a misa, no es motivo de preocupación entre ustedes los jóvenes y, de pronto, no he sabido enfocar bien el tema. Imagínese, monseñor - continuó el viejo, entonado -, que este hombre no respeta ninguno de los parámetros estipulados por las buenas maneras de la sociedad. Estar mal vestido y tomando licor con las prostitutas de las cantinas, es una práctica constante para él. El trabajo duro y honrado, lo abandonó porque la novia se le casó con otro. Sí, ésa es la disculpa para no labrarse un futuro.
- Perdone, padre - interrumpí para defenderme -, lo que pasa es que yo he cometido el terrible error de nunca defender mi imagen y mi honra ante los demás. Siempre me fueron indiferentes los comentarios de las personas que se preocupaban por mí, sin razón. En los últimos doce años he trabajado de seis de la mañana a seis de la tarde y nadie se dio cuenta; ahora que descanso unos pocos meses, por un dolor muy grande que me quema por dentro, ahí sí, la gente critica y se preocupa por que un humilde sujeto se libere de las cadenas que siempre nos han atado a la rutina del sin sentido. La tranquilidad me ha ocasionado muchos perjuicios y, ya muy tarde, me doy cuenta de por qué las personas defienden sus profesiones y lo poco que poseen, con una fuerza y una decisión muy grandes.
- No vengas a disfrazar tus escándalos y tus borracheras con sonrisas de ingenuidad. Todos sabemos que eres un vagabundo y eso no tiene remedio - argumentó el viejo con furia.
Monseñor nos contemplaba sin descomponer su figura elegante.
- Es por culpa de su ignorancia - empecé a decir cómo tratando de explicar mis argumentos -, que siempre va a estar trabajando envuelto en la mediocridad y la rutina de una vida sin sentido. Es por evitar discusiones como ésta, que no llevan sino a la incomodidad de un disgusto innecesario, que he tratado de permanecer marginado de ustedes los tradicionalistas, que hacen todo porque se los impusieron o porque lo vieron hacer alguna vez, sin atreverse a probar nada nuevo. Todos los problemas que tengo en estos momentos, no son por culpa mía, son por una forma de comportamiento que he heredado de mis ancestros que fueron aún más resignados que yo. Don Pablo dice que yo tengo el diablo por dentro, pero eso es una falsedad porque yo nunca le he hecho mal a nadie. Creo en Dios y en su fuerza divina y universal. Todos los días dialogo con él y, aunque la mayoría del dialogo son preguntas por la complejidad de esta vida que no entiendo, lo respeto como mi todo, como mi luz y mi esencia. Usted me perdona - dije disculpándome ante el santo -, pero la historia ésa, de un hombre que vivió hace casi dos mil años, cuando no había ni correo, ni televisión, ni teléfonos, debe de haber llegado muy distorsionada hasta nuestros días. Imagínese a los mensajeros entre dos pueblos distantes, distorsionando los mensajes y resucitando al que ellos quisieran. ¿Cuántos de los milagros en los que hoy se fundamenta la fe de una religión acomodada, serán verdaderos? Si ustedes me permitieran, yo les inventaría una conversión voluntaria, de los pobres indios que les impusieron la cruz a punta de sangre y fuego, pero no me es posible, porque eso sucedió hace apenas quinientos años, y nos ha sido fácil desenmascarar los atropellos y las infamias que se cometieron.
- ¡Alejandro Saldarriaga, eso es un pecado! ¡Tú sabes qué todas las cosas que has dicho son una locura! ¿Qué pretendes con esa sarta de análisis falsos? - preguntó don Pablo, con la garganta reseca por la furia.
Monseñor nos contemplaba en silencio. Nos miraba con ojos escrutadores sin intervenir en nuestra discusión.
- Es verdad que todo lo que he dicho son especulaciones - acepté después del regaño de don Pablo – Pero, qué pueden tener de ciertas las palabras de un moribundo que dice: "Padre, padre mío, ¿por qué me has abandonado? A quién estaba clamando un Dios, sí los dioses no piden clemencia. Todos sabemos que los padres fueron, son y serán primero que los hijos. Después, para acabar de enredar el asunto, según las escrituras, aterriza el espíritu santo en ridículas llamas de fuego y se forma la tripleta de engaños más tontos que he escuchado y que son la base de nuestra idiotizante religión. A mí me da mucha pena con usted, reverencia, por atreverme a discutir cosas que ustedes ni siquiera analizan, pero es que estoy tan destrozado que ya no creo en nada ni en nadie. ¿Sabe usted, excelentísimo Monseñor, lo que es aguantar física hambre, mientras que nuestros directores espirituales se pasean en carros hermosos?... ¿Cómo lo va a saber, si la que aguantó hambre fue mi madre y el que viajó con trajes impecables fue usted?
- ¡Alejandro Saldarriaga, esto es insoportable! ¿Por qué reclamas a su santidad, por las pruebas que a puesto Dios a tu familia, en el camino espinoso de la vida?... Tienes que comprender una cosa desde hoy: "La pobreza es una bendición en el camino recto y limpio de la salvación del alma" - argumentó el viejo para lanzar todas mis hipótesis por tierra.
- Toda esa farsa que montan, ustedes - dije, dirigiéndome a los religiosos sorprendidos -, es un acto que los envilece en su homosexualismo anunciado, y en una represión ridícula de la naturaleza normal. ¿Por qué no son más seres humanos, y ayudan a la gente pobre sin pedir nada a cambio?... No escuden sus vicios y sus pecados detrás de la máscara horrorosa de una falsa santidad.
Don Pablo se levantó lleno de furia, sin poder resistir la situación, porque, en realidad, en la sacristía sucedía algo que para ellos debía de ser monstruoso, porque, con seguridad, en aquel lugar nadie se había atrevido a pronunciar las palabras que yo había dicho. Todos los que llegaban hasta allí, se sentían sucios y pecadores, permaneciendo de rodillas en agradecimiento, por el favor que les hacían los enviados de Dios. Todos estaban esperando las reverencias y palabras de salvación de tres idiotas subyugados bajo el poder de una creencia tradicional, y yo llegué con estos análisis salidos de tono. En aquel lugar siempre se había hablado de amor, caridad, arrepentimiento y perdones. Las religiosas miraban asustadas a Monseñor. Ellas estaban pálidas por la frescura y por el resentimiento con el que yo hablé. El campesino que acompañaba a don Pablo, totalmente avergonzado, no despegaba la mirada del piso, al no poder resistir el atrevimiento que yo cometía.
- Perdónelo, Monseñor - dijo don Pablo -, nunca pensé que él estuviera tan confundido por dentro, y que fuera tan maleducado e irrespetuoso. ¡Discúlpate con Monseñor y arrepiéntete de tus pecados, porque ya estás condenado! Nunca pensé que fueras así...
El viejo no terminó de hablar, se sintió demasiado mal y haciendo una reverencia, doblegó su cabeza ante el santo, se levantó y dio unos pasos en busca de la salida.
- Tranquilo, don Pablo, siéntese y déjelo que hable todo lo que quiera, que ése es el principio de su curación - dijo el obispo, tratando de calmar el animo excitado de mi viejo amigo -. La primera reacción que provoca el diablo cuando está en un sitio sagrado y ante un ministro de Dios, es la agitación y el insulto hacia todas las cosas divinas que lo encandilan con una luz fuerte y maravillosa como la que proyecta Dios.
Don Pablo regresó, aunque todavía respiraba con dificultad, haciendo un gesto de resignación.
- ¿Desde cuándo, revelar las dudas e investigar por lo que no se conoce, es una ofensa y un pecado? pregunté, pausadamente, tratando de defender mi posición - Tengo derecho a preguntar sobre mis dudas, ¿sí o no?
- Claro que sí, joven - dijo con calma el prelado -, y tenga más fe en nuestras palabras y en las palabras del mismísimo Dios, que fue el creador de la santísima trinidad. Un padre, un hijo y un espíritu santo, son tres personas distintas y un solo Dios verdadero. No analice tanto las cosas por separado, cierre los ojos con mucha fe y crea, que eso lo llevará a la vida eterna.
- ¿Vida eterna?... Yo para qué quiero vivir eternamente, con los recuerdos dolorosos de una vida infeliz. Mi madre y mi padre mueren por ridículas necesidades, mi gran amor se aleja con un ser que ella no ama, y yo termino revolcándome en la miseria de los drogadictos y de las prostitutas que tuvieron problemas cuando eran niños y no se pudieron defender. “Qué a mí me violaron tres hombres cuando tenía nueve años” “Qué mi padre abandonó el hogar y nosotros tuvimos que vagar por las calles pidiendo un pedazo de pan para no morir de hambre” Esos son los comentarios de las amigas pecadoras, porque así las deben juzgar ustedes, seguramente. ¿Qué se le puede pedir a una persona destrozada por dentro, cuando ella se imagina que su única salvación es el alcohol? ¿Qué se le puede pedir a unos sacerdotes ciegos, encerrados en sus adornadas y lujosas iglesias, mientras los niños mueren en las aceras por culpa del hambre? ¿Quiere qué le haga un análisis serio de lo que es la Biblia y su acomodada religión? - interrogué, y, sin darles tiempo de reaccionar, continué con mi desajustado relato - Existía un loco por allá, que escribió que la luna, las estrellas, la tierra, el sol y el hombre, los había creado Dios en una semana. Yo lo perdono porque cuando el escribió eso, nadie había lanzado la teoría de la evolución de las especies y de la vida. Después llegaron y escribieron la historia de Jesucristo, con muerte, resurrección, trinidad y mucha fe para lo que no cuadre y, al final, un loco más loco que todos los anteriores, escribió el Apocalipsis, anunciando muertes horrorosas que han tenido sufriendo por siglos a los pobres campesinos ignorantes. ¡Explíqueme todo eso, Monseñor, que no entiendo nada sinceramente!- Y, poniéndome de rodillas, pregunté al obispo -. ¿Monseñor, qué puedo hacer para salir de este mar de dudas?
El santo se quedó mirándome y empezó a decir:
- Existe una palabra muy grande, pero muy pequeña, porque consta de dos letras solamente: "Fe". Tienes que tener mucha fe y recibirás el premio divino. No sueñes con las cosas que no puedes conseguir y resígnate a vivir con lo que realmente te mereces, porque si te merecieras algo distinto, Dios te lo daría.
- ¿Lo dice usted por lo de Marisol, padre?
- No lo digo por nada en especial. Me ha parecido que usted se tortura analizando pequeñas cosas que se le convierten en problemas. Trate más bien de seguir el camino fácil, abórdelo con todo el amor del mundo y verá que todo lo puede realizar con su propio esfuerzo.
- Padre, ¿tengo la licencia de un santo como usted, para tomar el camino más corto y acondicionar mi propio futuro? ¿Me ha dicho, usted mismo, que mis manos pueden labrar un porvenir sin obstáculos? ¿Si me comprende, padre?
- Sí, hombre, yo te comprendo. De esa manera fue que llegué hasta donde estoy - aclaró el prelado, sacándome de mi tonta confusión.
- Santísimo padre, he comprendido la verdad arrolladora de sus palabras, deje que doble mis rodillas ante su sabia presencia.
Me postré ante el imponente sacerdote y le besé las manos con humildad.
-¿Es verdad, reverendo Monseñor, qué Jesucristo renunció a todo, para mostrarnos que ésa era la mejor manera de vencer la muerte?... Renunció a María Magdalena para enseñarnos que de esa forma el amor se volvía más grande; renunció a su madre para crecer en beatitud y martirizó su carne para crecer en santidad… Yo, en cambio, un pobre hombre que sí sabe amar con todo el corazón, he hayado en este preciso momento éso que todos andubieron buscando sin éxito. Yo, dando rienda suelta a los placeres de la carne y al vino sin medida, encontré el santo crial, encontré la llave mágica que nos hace jóvenes eternamente, encontré ese amor verdadero y eterno que nos llena de luz y felicidad   por los siglos de los siglos. Amén. Y sepa, mi querido Monseñor, que desde que encontré a Marisol, el infierno desapareció. Yo amé a mi princesa y comprendí la relatividad del tiempo y del espacio… Yo disfruté del amor de esa angelical criatura y evolucioné del plano material, al plano mental y al plano astral donde no existe el arrepentimiento, ni el remordimiento, ni el pecado. Para mí, todo es bueno y es felicidad eterna a pesar de estar viviento en la miseria y en el centro del alcoholismo. Es el amor verdadero el que le da sentido a la vida y somos muy dichosos los que lo hemos podido encontrar, porque evolucionamos en paz y disfrutamos las mieles de ese cielo por toda la eternidad. Sepa, Monseñor, que no hay principio ni final. No hay pasado ni futuro. Solamente existe el ya y el ahora. El tiempo no existe y sólo hay una sucesión de experiencias que nos preparan en la evolución de nuestra eternidad consciente y, yo, he tenido el privilegio de alcanzar el cielo con anticipación; he tenido la oportunidad de dominar las leyes físicas naturales y hoy le prometo, mi querido Monseñor, que nunca más probaré el licor.
- Mentiroso asqueroso, no te cansas de seguir con tus payasadas – gritó, don Pablo, molesto por mi discurso y por esa pequeña promesa.
- Eso no es invención, ésa es la santidad de Jesucristo que multiplicaba los panes y que caminaba sobre el agua y que está siendo imitada por el pueblo inteligente. ¿Cierto, padre?
- Cierto, muy cierto, Alejandro.
Don Pablo se quedó mudo ante las palabras que pronunció el santo.
- Monseñor, yo sí tengo mucha fe - dijo por fin, el campesino que no había pronunciado ni una palabra desde que llegó a la sacristía -, y espero que me tenga en cuenta cuando esté al lado de Dios.
<< Definitivamente, los hombres de Antioquia la grande si son unos superdotados, pensé. Hasta el más humilde de los labriegos suelta la trampa en el momento preciso, imitando al hombre más práctico de la historia. >>
De pronto, se levantó Monseñor.
- Ustedes me disculpan, pero tengo que ir a rezar dos misas con trisaguio - anunció con voz grave - ; y, usted, vuélvase más inteligente para que sufra menos. ¿Escuchó?
- Sí, su santidad - contesté apresuradamente. El santo empezó a caminar hacia la salida y yo, interrumpiéndole el camino, me lancé de rodillas a sus pies.
- ¡Gracias por los consejos! Usted sí es un hombre de talento en esta sociedad malsana.
- Yo agradezco a don Pablo, por haberlo traído, y espero que usted deje de ser tan bufón y deje de escandalizar a la gente humilde. Espero que haya comprendido cómo son ellos.
- Sí, su reverencia, muchas gracias.
Monseñor se fue a vestirse solemnemente, para la ceremonia de la sagrada eucaristía. Don Pablo y el campesino quedaron tranquilos y satisfechos, después de que yo doblé mis rodillas y mi orgullo ante el santo más querido de la zona. Yo me fui para la casa de mi tía, con el alma y el sentido de la ubicación más perdidos que nunca.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                    - CAPITULO NÚMERO DIEZ -
 
 
 
A las cuatro de la tarde mandé llamar a don Pablo y le pedí el favor de que le llevara una carta a Marisol. El buen hombre aceptó y yo empecé a escribir sin tener clara la idea de lo que le iba a decir.
 
Marisol:
        Ya he descubierto a dónde han ido a parar todas nuestras esperanzas. Es tu silencio el estanque oscuro donde se empezó a desarrollar la monstruosa estructura de este mal pensamiento. Estoy emprendiendo un viaje en el que voy a economizar un poquito de camino en este lodazal de sufrimiento. Tomaré la delantera y me convertiré en la energía que te va ha rodear y cubrir, hasta que las angustias y mi ausencia, te obliguen a seguir por el sendero del descanso absoluto. Sí, Marisol mía, voy a morir dentro de muy poco. Durante muchos días contemplé el campo con la ilusión de verte regresar hasta mí. Hoy te escribo estas notas, en el momento en que he renunciado a todo definitivamente. Ya no te quiero ver, ya no quiero que contemples el deterioro de este cuerpo efímero que se cansó de esperarte. Ya no quiero nada de la vida. Viajaré en el mareador carrusel de una derrota sin oportunidades, y me entregaré al frío abrazo de una muerte segura. No voy a morir por ti, no voy a morir defendiendo o luchando por un amor que olvidaste; voy a morir porque mi debilitado cuerpo se congeló ante la frialdad de los cálculos humanos, que fueron superiores a mi iluso corazón. ¿Cómo pretender una respuesta? ¿Cómo exigir la presencia de una niña como tú, que estuvo jugando con un príncipe azul irreal? ¿Cómo reclamarle a la vida por un amor tan fugaz como un meteorito alocado?   
Marisol perdona que te escriba de esta manera, disculpa que por momentos haya desconfiado de ti, pero es que no me has dejado un salvavidas en el tormentoso mar de la desesperanza y del abandono. He tratado de creer que tú eres la culpable de un sacrificio que te hizo sumergir en la oscuridad de los fanatismos religiosos, que toda la vida te han enseñado, y lo he logrado. ¡Maldita sea! Hoy quisiera que esos principios arraigados, que esa nobleza incondicional y esa calidad de compromiso, no existieran dentro de ti... Yo te quiero sin valores, yo te quiero sin principios, yo te quiero a mi lado. ¡Marisol! por favor no te sacrifiques, renuncia a esa tortura que yo sé que tú me amas; lo he sabido desde el primer instante en que se acercaron nuestras almas, desde la primera vez en que nuestros cuerpos se entregaron llenos de un deseo celestial... Ahora que me encuentro tan lejos de ti, cuando pienso en Michael a tu lado, sufro un tormento grandísimo y mi corazón se hincha con la furia de la impotencia cobarde y maniatada.
¿Te acuerdas de las manzanas qué me enviaste después de la triste reunión en la que aceptaste, personalmente, el compromiso que te uniría toda la vida con aquel tonto petulante? He pensado mucho en ellas, y aún no he podido descubrir el significado de ese extraño regalo que, con el tiempo, se ha convertido en un adorno putrefacto y mal oliente, como mi alma y mi mente. Todo se pudre y desaparece, aunque la eternidad misma, encarnada en Dios, no podrá borrar el amor que nació en nuestros corazones desde el día que nuestros destinos se cruzaron en el fuego de unos deseos jóvenes. Tus brazos me han estrechado, tu boca me buscó desesperada y tu cuerpo se abrió en el deseo inmenso de una aceptación eterna. ¡Tú eres mía! Sí, Marisol, mía para toda la eternidad... No me importa donde estés, no me importa si tienes un esposo y un matrimonio feliz, no me importa el pecado que cometo al desearte, no me importa el castigo que me han enviado los Dioses de pacotilla, no me importa nada, porque en mis venas y en mi mente navega un amor sincero, limpio y transparente; un amor que vuela por las estrellas, un amor que tiñe los cielos con el azul intenso de una ilusión turquí, un amor que se refleja en el verde aguamarina de un mar agitado por las ballenas de mis pensamientos. Ballenas negras e inmensas como los sueños en que yo mato a tu esposo. Nunca, antes de hoy, había renunciado a ti, y aunque me transforme en estrella, en sol, en galaxia o en cometa, siempre te estaré esperando para fundir en un abrazo, el amor que no tuvo ni espacio ni tiempo, porque lo hicimos de eternidad.
Marisol, me estoy arrastrando en el suelo como un reptil, aunque me siento en el firmamento como una estrella. Somos astros inmortales que no podemos caer, porque el eterno nos lleva en su seno, donde siempre te ha llevado a ti, mi Diosa encantada. Siempre te voy a seguir esperando, no en esta vida, pero sí en la otra. 
¡Adiós, amor mío! ¡Hasta siempre!
                                                            Alejandro.
 
 
Me valí de la influencia que ejercía sobre el viejo administrador. Doblé el papel y lo introduje en un sobre abierto que mi emisario garantizó que, dentro muy poco tiempo, estaría en las manos benditas de mi dulce amada.  
La pobre Marisol no había tenido sosiego en los últimos meses; todos sus temores se estaban cumpliendo y cumpliendo de una forma en que ella no los podía detener. Su espíritu en otro tiempo tan alegre, tan dominante, se hallaba en un completo desespero y mil flechas de dolor desgarraban el fondo de su alma. ¿Era el amor qué sentía por mí, lo que había marchitado su alegría? ¿Era la indignación por su tonta fidelidad? ¿Era la triste compasión qué sentía cuando don Pablo le contaba que yo estaba muriendo, por su culpa, en el camino de la perdición? ¿Cómo separarse de su esposo después de un juramento sagrado ante Dios? ¿Cómo podría confesar qué no sentía nada por él? Hacía mucho tiempo que vivían en silencio (según lo que le había comentado a don Pablo) ¿Será qué Marisol es capaz de romper el silencio para contarle a su tonto esposo, que sigue amando con todas las fuerzas de su alma a otro hombre? ¿Qué actitud asumirá su obstinado esposo cuándo sepa la verdad? ¿Podrá, ella, seguir soportando una farsa que le oprime el alma?... Todas esas reflexiones nacían de los comentarios que me hacía don Pablo, sin poder resignarse a ver perder las vidas de dos de las personas que él más amaba, porque nos consideraba como sus hijos.
La tristeza y el mutismo no le dejaban ver, a mi Marisol, el daño tan horrible que se estaba causando y que nos estaba causando, al seguir obstinada en cumplir un compromiso ridículo, y en guardar las apariencias ante una sociedad elitista, que la castigaría al darse cuenta de que ha abandonado el sagrado matrimonio católico, por irse a vivir en el pecado con un humilde obrero que se revuelca en el apestoso fango de la desvergüenza. Ninguno de los dos nos habíamos dejado otra alternativa; yo, con un amor que no sabía controlar, escandalizaba al pueblo tomando licor, con el atropello a las buenas maneras de la educación y con la falta de respeto a la vida, y ella, con un compromiso y una fe hacia su religión católica que rayaba en el fanatismo, mientras él la retenía con la paciencia, el lujo que le obsequiaba, el silencio y la constancia incondicional y sincera. Aquello se había convertido en un conflicto que, ahora, estaba arrojando funestos resultados. La carta desesperada que le mandé, vino a sumarse a todos los anteriores problemas.
Yo, como lo prueban todos mis actos, nunca oculté el deseo ferviente de morir. Don Pablo me lo había recriminado muchas veces y él, a menudo, lo había discutido con Marisol, que se sentía culpable ante aquella amenaza constante; aunque manifestaba, con cierta susceptibilidad, que era completamente inocente de aquella situación y que tenía poderosos motivos para dudar de que esa actitud fuera una prueba de amor verdadero. No, por lo menos, en un hombre que ella había creído inteligente y valiente. Si todo éso servía para castigarla por una decisión que no había dependido de ella, servía también para mantenerla estática ante una situación bochornosa, desagradable y dolorosa, aunque ella sabía perfectamente que yo moría por un amor desesperado.
Michael no abandonaba la finca en todo el día. Marisol, que ya sabía de la llegada de la carta, trató de alejarle por todos los medios para poder recibirla. Al final, Michael se alejó de allí y Marisol se quedó sola, pero más nerviosa que nunca. La presencia del esposo que ella temía y respetaba, había angustiado profundamente su corazón. Hacía una hora que el fiel esposo se había marchado y Marisol se ponía cada vez más nerviosa y angustiada. Sabía lo difícil que le resultaba encubrir un secreto de aquella magnitud, aunque él no preguntaba nada, ni la presionaba de ninguna forma. Michael volvió del jardín y Marisol se apresuró a salirle al encuentro, llena de mucho temor. Él venía satisfecho del buen estado en que había encontrado el huerto; se sentó en la sala y en completo silencio se dedicó a contemplarla cómo percibiendo su agitación.
La aparición de don Pablo vino a empeorar las cosas. Como si todo su cuerpo se hubiera congelado, Marisol quiso levantarse y sus piernas no le obedecieron. No podía controlar sus nervios, no sabía qué hacer y al fin, haciendo un esfuerzo sobre humano, se levantó y dirigiéndose al recién llegado le preguntó:
- ¿Si trajo la carta que me envió mi padre?
- Don Pablo negó con la cabeza, comprendiendo el terrible error que había cometido la angustiada princesa. ¿Por qué le iba a enviar una carta, si su padre la podía visitar cuando quisiera?
- No, yo simplemente he venido a saludarlos y a saber cómo se encuentran.
- Me extraña el repentino interés por nosotros, cuando hace unos pocos días lo único que le interesaba era la salud del desarrapado que ha sembrado la desconfianza y el desconcierto en mi hogar - dijo Michael pálido de la rabia.
- No era mi intensión ofender – contestó, don Pablo, asustado por la presión del celoso marido.
- Venga mejor, viejo hijo de perra, y me muestra esa carta que trae en sus traicioneros bolsillos - gritó el ofuscado esposo, saltando sobre la humanidad del desgarbado anciano. Aquello fue una catástrofe. Michael, después de arrebatarle la carta que yo había enviado, en compañía de dos trabajadores, arrastró al anciano desde la casa hasta la portería que quedaba a cien metros de distancia, donde lo lanzó para que los obreros le propinaran patadas como a un perro.
Don Ricardo, el padre de Marisol, se enteró del incidente y echó del trabajo al honesto anciano, después de más de veinte años de estar a su servicio. Todo lo provoqué yo. Despidieron al anciano con su mujer y su pequeño hijo adoptivo, sin un peso en el bolsillo. Aquella familia se tuvo que ir a vivir en las afueras del pueblo y, don Pablo, me invitó a que compartiera su humilde vivienda, sin protestar por el tremendo problema en que los había metido.
- Ven a vivir conmigo, a ver si dejas esa tomadera de alcohol, y, tranquilo que si un caldo resulta, un caldo nos tomamos en paz, sin tener que fingir nuestros verdaderos sentimientos.
Eso fue lo que argumentó, el viejo, el día que me invitó a vivir con ellos en su humilde vivienda. Yo lo estuve pensando varios días y al fin me decidí a refugiarme al lado de mi humilde protector, y al mismo tiempo para evitar la compañía de mi histérica tía.
Era una tarde con un cielo azul y despejado. Después de dar varias vueltas por el suburbio, al fin descubrí el destartalado rancho. Una puerta sin pintar y una pared de tierra que estaba a punto de caerse, conformaban el frente de aquel refugio. Empujé la desaseada puerta y observé el interior; una lampara de petróleo iluminaba una habitación muy pobre, de unos cuatro metros de ancha por unos cuatro metros de larga, en la que sólo había un catre, una mesa con un fogón de gasolina, dos o tres tazas desbordadas, cuatro platos de hojalata y tres ollas ahumadas. En el ángulo del fondo, habían dos destartaladas sillas ocupadas con la ropa doblada de toda la familia. Era verdad todo lo que me había dicho don Pablo, en aquel lugar había espacio suficiente para mí.
Doña Amparo, la esposa de mi viejo amigo, era una mujer terriblemente flaca, delgada y pequeña; de cabello escaso y reseco por la desnutrición, tenía el cuello torcido y para poder mirar a alguien giraba la cabeza con todo el cuerpo. Caminaba de un lado a otro en la amplia habitación, apenada por el estado lamentable en que se encontraban al momento de mi llegada. Yo la tranquilicé explicándole que todo era normal e inclusive ventajoso. La mujer no tenía más de cuarenta años y en medio de su actitud nerviosa y de aquel ambiente sofocante, tosía sin cesar. El niño que tenía unos diez años de edad, me saludó con amabilidad y me deseó una confortable bienvenida, mostrando una gran seguridad he inteligencia para sus años.
- Bueno, Alejandro, a usted le va a tocar dormir en el suelo mientras hacemos una cama de palos de café. En el día puedes compartir este catre con nosotros, si es que deseas echarte un sueñito.
Así empezó mi aventura con aquella humilde familia. Los alimentos eran escasos y yo, al día siguiente, salí muy temprano, bregando a no consumir lo poco que les quedaba. Me pasé todo el día tomando alcohol y no regresé hasta por la tarde, cuando ya no era capaz de sostenerme en pie por culpa del licor. Me dio vergüenza penetrar en el cuarto y me quedé parado en el umbral de la puerta. Doña Amparo se quedó mirándome y por tener qué decir me preguntó:
- ¿Es posible qué sigas bebiendo cuando ya estás acabando con tu vida?
Yo no contesté nada. Ella se arrimó hasta donde yo estaba y sujetándome por el brazo me llevó a descansar a los pies de don Pablo, que no se había levantado en todo el día, porque estaba muy enfermo después de la golpiza.
- ¿Cómo es posible qué estés bebiendo, mientras en esta casa se aguantan necesidades? - preguntó el viejo, debilitado por la fiebre. Yo no hice caso. Me tapé con una cobija y me acosté a dormir como una hora, hasta que alguien golpeó la puerta y todos nos quedamos escuchando atentamente.
- ¿Quién es? – preguntó, don Pablo, de mala gana. El visitante empujó la puerta y se impresionó con el desorden de nuestra residencia.
- ¡Qué bien!... Un abogado para que me ayude, desinteresadamente, a reclamar las prestaciones sociales y la pensión vitalicia que me deben, después de toda una vida de trabajo en la que solamente conseguí enfermedades - se burló el viejo - ¿Me hace el favor y me dice qué necesita?
El desconocido examinó el lugar y mirando fijamente a don Pablo, que estaba sentado en la cama, contestó:
- Soy Miguel Ángel Builes, abogado de don Michael.
El nombre de mi rival, me penetró hasta la médula de los huesos. Yo, tapado con una sucia cobija, en medio de la fiebre, me di cuenta de que habían mandado un emisario para aliviar las ofensas que nos habían hecho a don Pablo y a mí. El dolor de estómago y la debilidad me estaban matando, sin embargo, seguí escuchando la conversación.
- ¡Qué belleza! ¡Ya me lo imaginaba! - dijo don Pablo en un tono burlón -. ¿Y cómo qué motivo lo trajo hasta esta pocilga?
- Quisiera hablar unas palabras en nombre de mi patrón, si usted me lo permite...
- ¿Qué me va a decir, usted, en nombre de ese bastardo?... Qué tiene mucha plata y que nos va a mandar matar a todos. Dígale, a ese señor, que nosotros ya perdimos todo lo que íbamos a perder, y que si nos manda a matar nos hace un favor muy grande. Pero venga, siéntese aquí a mi lado, para que se dé cuenta de los colchones en que dormimos los pobres.
- El hombre se sentó y despejando la garganta explicó:
- He venido a pedirle disculpas y para ponerme a su disposición, a ver si podemos arreglar en algo lo de la pelea.
- ¿Lo de la pelea? – interrumpió, don Pablo - Será más bien lo de la masacrada que me pegó su jefe en compañía de sus dos brutos trabajadores.
Terminó de decir don Pablo, acercando su arrugado y furioso rostro, hasta unos cinco centímetros de la cara blanca del bien vestido abogadillo.
- Él manda a pedir clemencia, antes de que yo le pegue la matada que le tengo sentenciada - grité yo, saliendo de mi malsano refugio -. ¿A usted le parece muy bonito, qué esos tres maricones cojan a este pobre viejo y le den patadas, hasta que le rajaron la cabeza y le tumbaron los dientes?
- ¿Cómo?... Yo no sabía eso - aclaró el sorprendido mensajero.
- Sí, esa porquería de patrón suyo, mandó a este pobre viejo de sesenta y cinco años para el hospital, con una herida de siete centímetros en el cuero cabelludo, con tres dientes fracturados que eran los únicos que le quedaban, con dos costillas quebradas y con lecciones en todo el cuerpo.
- ¡Calla, Alejandro, qué este problema no es contigo! - exclamó el viejo ofendido.
- ¡Tranquilo, señor, aquí no hay ningún problema, yo sólo vengo a ver cómo podemos cuadrar amigablemente!
- ¿Cree, usted, qué eso se puede arreglar así, sencillamente? - vociferó don Pablo, con los labios morados por la furia - ¿No pretenderá, usted, qué me arrodille y le pida perdón a su patrón, por haber ensuciado los pisos de la finca con mi sangre?
Con el rostro descompuesto por la ira, la mirada de mi viejo amigo se acercaba al rostro del asustado visitante.
- Tranquilícese, señor, que yo he venido es a pedirle disculpas, rogándole que perdone a sus agresores... El caso es que don Michael lamenta todo lo que le ha pasado a usted, a su familia y, si es posible, le gustaría que usted aceptara personalmente su perdón.
- ¡Qué belleza! ¿De manera qué me golpean hasta dejarme en estado de inconsciencia y después me piden perdón y ya, listo, se acabó el asunto?
- ¿Cómo se le ocurre?... - dijo inmediatamente el abogado - No. El señor quiere que, usted, exija lo que quiera de él.
- O sea que si le digo que me bese en la herida de la cabeza, ¿él lo haría?
- ¡Claro! ¡Claro qué lo haría!
- ¡Qué humildad! ¡Qué modales! - exclamaba el indignado viejo - Me ha impresionado, usted, con la caballerosidad de don Michael. Pero permita, señor, que le presente los habitantes de esta humilde morada. Ella es mi esposa, que sufre de ataques epilépticos y de bronquitis crónica. Éste es mi hijo adoptivo, porque cuando yo estaba pequeño me dio una enfermedad que me dejó estéril. Este otro muchacho, que huele a licor y del que no quedan sino los uno noventa de sus huesos, lo tengo aquí como la prueba viviente de lo que es una vida miserable y sin suerte.
- ¡Qué bien! ¡Es una familia muy especial! - exclamó el licenciado sin saber qué argumentar.
- Basta de protocolos con ese extraño. ¿Usted, es que no tiene sangre en las venas, o qué le pasa don Pablo? - grité mortificado. No sólo que aporrean a un anciano y que sacrifican a mi amada, sino que también nos molestan dentro de nuestra miseria.
- No interrumpas las conversaciones ajenas. ¿O es qué no te enseñaron urbanidad en la escuela? - reprendió el anciano con una sonrisa en los labios, cómo queriendo decir que era cómplice de mi grosería - ¡ Él es loco! - añadió, dirigiéndose al visitante - Estamos en la miseria total. Ya no quedan sino tres libras de arroz, un kilo de papas y un poquito de manteca. ¡Ah! y agua; agua sí tengo toda la que se quieran tomar.
¡Papá! ¡Papá! - exclamó el niño que había permanecido callado - No hables así, por favor... ¿A este señor qué le importa si estamos aguantando hambre? - el niño no fue capaz de continuar hablando; de su pecho brotaron los sollozos y las lágrimas inundaron sus inocentes ojos. Mi viejo amigo acudió rápidamente a su lado.
- Tranquilo, hijo mío, no llores que tu papi dentro de muy poco tiempo va empezar a trabajar para que a ti no te haga falta nada.
Don Pablo cargó al niño y le limpió el rostro con un pañuelo, después se llenó de cólera y le dijo al abogado:
- ¿Si ha visto las maravillas qué hace su apoderado?
- ¡Sí, señor! ¡Qué pena!
- ¿Cuál es la necesidad de mostrarle nuestra miseria a esas personas? ¿Para qué hablas con ese sujeto? Despáchalo, que se vaya, que no lo necesitamos para nada - argumenté metido debajo de la cobija que me aumentaba la fiebre.
- ¡Es verdad!... Perdona que te haya hecho sentir incomodo - y dirigiéndose al abogado -. Mire a este muchacho que está pálido y sacudido por las fiebres de la muerte; ahí donde usted lo ve, fue uno de los hombres más buenos mozos de esta zona. Lástima que le haya tocado vivir tantas miserias. Imagínese que a su querida madre le toco...
- ¡Basta! - interrumpí lleno de furia - Deja de ser tan bufón qué eso no te luce y, además, no sirve para nada.
- Señor, hoy tengo algo muy importante para decirle - Se apresuró a comentar el emisario.
- ¡Claro qué tiene algo muy importante para decirme! - argumentó con burla don Pablo - ¿O sino a qué ha venido a este rancho? A visitar las personas que me quieren, ¿o qué?... Y hablando de personas que me aman, aún no le he podido explicar bien qué es lo que me pasó. ¿Ve esta herida que tengo en la cabeza? Y eso no es nada - dijo el viejo levantándose la camisa - ¿Ve el hematoma que tengo en la columna?... A su apoderado le dio por arrastrarme del pelo y pegarme una pela, por una bobada que no viene al caso mencionarla. Me tiró al suelo y en compañía de dos de sus serviles trabajadores, me dieron patadas hasta que casi me matan. Lo que más me mortifica es que lo hizo todo, ante los ojos de la niña Marisol y cuando me arrastraba del pelo, ella corrió hasta mí, gritando: << ¡Don Pablo, don Pablo! >> Luego me sujetó de la camisa y tratando de liberarme, le gritó al marido << ¡Suéltalo, idiota, qué todo ha sido culpa mía!>> Con sus delicadas manos trataba de sujetar al gordo y les rogaba de rodillas que me dejaran, cuando me estaban dando patadas en el suelo. El rostro se me cubrió de sangre y ella, en medio del desespero y de sus lágrimas, fue la que me vendó para que me llevaran hasta el hospital.
- Yo le prometo - exclamó el sujeto - que mi apoderado lo indemnizará y le besará los pies en aquel mismo patio y delante de doña Marisol.
- ¡Oh! ¡Qué tonto es usted! No piense y decida las cosas por los demás, y, mucho menos, cuando se trata de chuchas rastreras que no son capaces de enfrentarse a los hombres de verdad - anoté, sacando la cabeza por un roto de la cobija -. Porque, si usted quiere, le pregunta a su patrón, ¿qué dónde se quiere encontrar con Alejandro?... Para que nos demos puñaladas y vea mucha sangre sin que tenga la necesidad de atropellar ancianos.
- Yo estaba botando sangre por boca y nariz - continuó diciendo el viejo, cómo tratando de olvidar el comentario que yo hice lleno de furia -. Lo más triste, es que esa escena se quedará grabada en la mente de mi dulce niña para toda la vida. Porque Marisol es como mi propia hija desde que nació. ¿De qué nos sirve ser personas buenas y honradas, si los demás nos masacran y nos echan a la calle sin una moneda en el bolsillo?... Yo tuve oportunidades de robarle al patrón y de conseguir dinero, pero, ¿para qué?... Si yo me consideraba parte de esa familia. No sé, de hoy en adelante, qué sigue para nosotros. Yo estoy muy viejo y ya no me dan trabajo en ninguna parte, el niño está muy joven y sería una vergüenza ponerlo a que nos mantenga, mi esposa está muy nerviosa y las crisis de epilepsia no se harán esperar, Alejandro, que no es de esta familia, en medio de sus angustias y de su alcoholismo se ha convertido en una carga más para este tren que no marcha.
- Don Michael tendrá que pedir disculpas - aseguró el abogado conmovido por la situación.
- Fui hasta la inspección de policía para denunciar el atropello y, apenas se dieron cuenta de que el agresor era don Michael, me dijeron que seguramente había tratado de robarle y que las peleas callejeras no daban para ningún tipo de sanción. Sinceramente, no sé qué hacer. Las costillas me duelen mucho, el hematoma que tengo en la espalda no me deja caminar y la fiebre que me produjeron los golpes aún no se me quita. ¿No sé cómo nos vamos a levantar el pan?... El arriendo de esta humilde vivienda me costó los últimos pesos que tenía ahorrados; también alcanzó para un poquito de víveres, pero usted sabe que cuatro bocas siempre comen, y este, Alejandro, que es bien alto, sí que come más.
- Sí, señor, yo voy a tratar de remediar todo eso - empezó a decir el licenciado -. Después de la masacrada que le pegaron a usted, la señora Marisol ha entrado en un estado muy delicado. Ya no quiere comer y la pasa todo el día llorando. Para, ella, todo ésto ha sido muy doloroso y le ha lesionado el alma y el corazón. Su abatimiento es penoso y no deja de recriminar al entristecido Michael, que no hizo caso cuando ella, de rodillas, le pedía perdón y clemencia para un anciano como usted. Las patadas que le pegaron en el rostro y los pedazos de los dientes que le fracturaron, y que ella conserva guardados en un pañuelo, son las cosas que más le duelen y que no la dejan salir de su profunda tristeza.
- Es una pena que, ella, haya tenido que presenciar esas escenas. No sólo qué la hacen casar con el hombre que no ama, si no que le toca darse cuenta de la clase de psicópata desequilibrado que tiene a su lado como esposo. Eso debe de ser terrible para una mujer tan tierna -. Argumentó, Don Pablo, lleno de rencor.
- Está enferma por defenderlo a usted. Se ha encerrado en su mutismo y, desde ese día, no sale de su cuarto donde solloza amargamente. Las mujeres del servicio le ruegan que tome sus alimentos, sin embargo, ella casi no prueba bocado.
- Si le pasa algo, a esa muchacha, ahí sí, la cosa se pone fea, porque nadie, ni el traidor del don Ricardo, le va a perdonar a ese cerdo un daño tan grande - anotó el viejito profundamente conmovido.
- El tiempo es el único que cura las heridas en el alma. Esperemos que al pasar de los días la situación se normalice para la señora Marisol, para su familia y para usted.
- ¡Ojalá qué el tiempo cure las ofensas! - exclamó don Pablo - Porque aún no le he relatado mis sufrimientos completos; permítame que se los cuente. El día en que yo llegué del hospital, con el rostro todo hinchado y cómo reventado por dentro, porque yo siento el vientre todo inflamado y siento que me gotea como si el hígado dejara caer góticas de sangre; desde ese momento el niño está cómo loco. Se siente desesperado y en la inmadurez de sus años, se llenó el corazón de odio y de venganza. Resulta llorando sin razón y sin motivo, y, cuando uno menos piensa, se pone a discutir solo, como elaborando un plan para cobrar las ofensas. El daño ha sido muy grande y lo acabó de completar el viejo egoísta del don Ricardo, poniéndome las patas en la calle. Si me tocara ver a mi pobre hijo muerto, no lo pensaría un momento y asesinaría a Michael con mis propias manos; porque primero muertos que humillados por los cochinos adinerados. Es que a los ricos les hace falta la dignidad que nos sobra a, nosotros, los que nos ha tocado sufrir toda clase de necesidades y penurias. En la abundancia no se conoce la verdad de las cosas, porque todo está matizado con los cálculos de una comodidad degradante. Se supone que, yo, siendo el padre, tengo que ser el ejemplo y la guía que trazará el camino en la vida de mi chiquillo y ahora, con qué cara lo voy a mirar a los ojos después de esta terrible humillación. ¿Cómo lo voy a reprender, si yo no he triunfado ni un solo día en la vida? y, para acabar de ajustar, me arrastraron como una basura que se puede pisotear. No tengo hijos mayores que me defiendan y que luchen por mí, y mandar a este alcohólico por allá, es cómo mandarlo a una muerte segura - dijo refiriéndose a mí, que estaba metido debajo de la cobija, totalmente aniquilado por la fiebre y la desesperanza -; porque no se puede luchar con los multimillonarios. Esos hombres no poseen corazón, y esa es la principal cualidad que tienen que tener para empezar a conseguir dinero. Yo no sé qué voy a hacer con el niño, que aún no entiende las cosas - relató don Pablo, en voz baja, para que el muchacho, que estaba jugando al otro lado del cuarto, no escuchara -, o mejor dicho, sí las entiende, pero yo no se las sé disimular. Ayer me dijo con la voz quebrada por el dolor << ¡Papi! ¿Por qué no nos vamos para una finca bien lejos, donde nadie sepa que ese señor le pegó delante de la niña Marisol? >> << Sí, hijo mío, le contesté acorralado -, es una buena idea >> No tuve nada más qué decir, porque ser cobarde es aceptable, pero incapaz y bruto, sí es una colección de vergüenzas. Lo dejé que hiciera los planes y, ahora, estoy en un camino sin salida. << Podemos comprar diez terneras, no importa que sean pequeñas, y un caballo como "Tormento de Boyacá". No, uno del mismo color, pero que sea más manso que ése. También podemos comprar pollitas, para que se conviertan en gallinas y nos pongan muchos huevos... ¡Papi! >> << ¿Qué, hijo?>> Contesté pensativo << ¿Ese señor le pegó porque usted ya está muy viejo? >> << No, hijo mío, él me pegó porque... Porque yo lo ofendí primero >> fue lo que tuve qué decir para tapar la cobardía con el deshonor de la bajeza y el atropello... Sí, querido amigo, esto se me ha convertido en un camino sin salida.
Terminó de decir después de haber reconstruido el ridículo dialogo. Así concluyó  la sarta de inconsistencias que le relataba al desconocido que nos miraba cómo con asco.
- Yo tengo la forma para arreglar todo ésto... ¿Si usted quiere?
- ¿Sí, y cómo lo haría? - preguntó el viejo idiota.
- Escúcheme bien, amigo - dijo el abogado de pacotilla -, tengo una propuesta muy buena. Con el accidente que sucedió esa tarde, en la finca de don Michael, todo el mundo ha sufrido; especialmente la señora Marisol. Ella está muy apenada y no hace sino llorar. Esta mañana se le ocurrió mandarme y me ha rogado que le entregue este obsequio - dijo el hombre, alargando una bolsita de terciopelo rojo.
Yo no pude aguantar la curiosidad y, buscando un espacio entre las cobijas, contemplé la escena con furia contenida.
- ¿Cómo así hombre? - dijo don Pablo retrocediendo ante la insistencia del señor.
- ¡Vea, don Pablo! - exclamó el licenciado. Volcando el contenido de la bolsa. << ¡Cómo! Allí estaba el collar de perlas, la manilla de oro con incrustaciones de plata, los aretes de finas esmeraldas, los anillos que anteriormente adornaron cada uno de los dedos de mi linda Marisol y un pequeño fajo de billetes. ¿Cómo has podido ángel mío? >> Don Pablo retrocedió afectado, el rostro se le puso rojo de la furia y agarrando por el cuello, al elegante señor, le dijo:
- Me hace el favor y se marcha, inmediatamente, y le dice a la niña Marisol que el problema no es con ella; éste es un problema entre hombres, y entre hombres lo vamos a arreglar.
- Dígale a ese monstruo del Michael - grité sin poderme contener -, que lo voy a matar por haberle pegado a un anciano y que, sí se cree muy hombre, lo reto a un desafío donde quiera y con el arma que quiera.
Me levanté para hablar más de cerca con el señor que ya salía del rancho, pero don Pablo me pegó un empujón que me clavó en la mitad de mi fiebre y de mi desesperación. El licenciado estaba pálido, nunca se imaginó la reacción de nosotros al ver las joyas que, Marisol, sacrificaba para indemnizar las faltas que el monstruo de su esposo había cometido.
- ¿Cómo a tenido, usted, la vileza de aceptar esa propuesta? ¿O es qué pensó que soy un cobarde, por que me golpearon entre tres?
- No, señor - se apresuró a decir el hombre, totalmente descompuesto por la escena que se le había formado -, yo soy un recadero simplemente, y vine conmovido por la tristeza que le dio a la señora Marisol, al darse cuenta de vuestra suerte.
- Espero que no cuente, ni una palabra, de la miseria que ha visto y ha escuchado en este lugar, y, ahora, aléjese y no vuelva a cometer el error de intentar comprar una conciencia porque, escuche bien, es preferible morir de hambre, antes que arrastrarse por el camino vergonzoso de las limosnas -. Terminó de decir don Pablo, totalmente descompuesto, mientras se sujetaba el costado derecho, manifestando un profundo dolor después del esfuerzo que hizo para reprimir mi rabia. El anciano tenía algo por dentro; se estaba muriendo lentamente, pero gracias a Dios que rechazó aquel ofrecimiento miserable. El licenciado no tuvo más qué decir y, sin poder soportar el desconcierto, pidió perdón y se alejó sin mirar hacia atrás.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                       - CAPITULO NÚMERO ONCE -
 
 
 
Pasaron dos jornadas de relativa calma pero, al tercer día, el enfermo se agravó; don Pablo perdió el sentido y respiraba con dificultad. Doña Amparo estaba de pie, pálida y presa de una crisis de nervios. El niño se asustó ante el estado del anciano y lanzando gritos angustiados se arrojó en brazos de su madre y la abrazó temblando.
- ¡Por Dios, no se pongan en ese estado! - aconsejé con tranquilidad - Él está durmiendo normalmente, aunque se encuentra un poco más débil. No se preocupen que, dentro de unos minutos, él récupera el conocimiento.
- ¡Ya me lo estaba sospechando! - exclamó doña Amparo, dirigiéndose hacia su marido. En este momento me di cuenta de que la fea mujer no tendría sus famosos ataques de epilepsia y eso me tranquilizó el alma. La señora desabotonó la camisa del enfermo y empezó a sobarle el vientre con alcohol antiséptico, olvidándose de todo lo que la rodeaba y ahogando el llanto que le quería salir del pecho.
Me di cuenta de que la situación era grave, y convencí al niño para que fuera hasta la alcaldía y que me acordara una cita con el licenciado.
- ¡Pedrito! - grité para superar mi angustia - Corre a buscar el abogado. Date prisa. Si no lo encuentras en la alcaldía, vas hasta la finca de don Michael y preguntas por él. Si no lo encuentras por ninguna parte, le dejas la razón con doña Marisol, que le diga que yo lo espero en el atrio de la iglesia a las cuatro de la tarde.
- Maldita sea mi suerte, en mil veces - dijo la mujer sin dejar de ir y venir por la destartalada habitación -. Yo como vivía de bueno en la casa de mis padres y me da por casarme con este mequetrefe. Papá era un campesino dedicado al cultivo del frijol, teníamos más de treinta vacas y una fabrica de quesos y de mantequilla. Las gallinas abundaban y era tal la cantidad de comida, que no alcanzábamos a comernos ni una décima parte de ella. Cuando yo tenía dieciséis años llegó un veterinario a controlar una epidemia de fiebre candela que habían cogido las vacas; el hombre desde que llegó estaba prendado de mi belleza, y, en cuatro meses que se quedó con nosotros, no faltó ni un solo día en mi casa, para suplicarme por una oportunidad. Yo nunca acepté sus ruegos por culpa de ese idiota que está tirado en la cama y que, ahora, nos quiere abandonar, después de haber derrochado mi herencia y de haber acabado con mi juventud y mi vida... ¿Qué recibí de este andrajoso, que no hubieran sido maltratos y desconsuelos?
Yo no resistí esa sarta de barbaridades. Sin pensarlo más, y con un sabor amargo en la boca, salí del rancho y me dirigí al centro del pueblo para asistir a la cita que seguramente el niño ya me había concertado. Caminé mucho tiempo sin rumbo y al final...
- ¡Hace treinta minutos qué lo estaba esperando!- Argumentó el licenciado.
- ¡Sí, es que el rancho siempre está lejos y yo tengo estos pies muy hinchados! - expliqué apenado - ¿No te hecha, don Michael, si te ve caminando conmigo?
- ¡Tranquilo, hombre, que el señor no es tan malo como ustedes piensan!... ¿Y cuál es el motivo de la cita? - preguntó el licenciado con curiosidad.
- Haber, ¿cómo te explicara? - empecé a decir indeciso - Para mí ésto es muy difícil, porque si se tratara de mi vida no me importaría; pero es que se trata de la de don Pablo y a ese señor yo sí le debo muchos favores.
- ¿Está muy enfermo? - preguntó el abogado.
- ¡Mal, muy mal! ¡Creo qué se está muriendo! A él no se le ve nada por fuera, pero tiene el vientre todo hinchado y ya no es capaz de levantarse. La fiebre lo está consumiendo y, en los últimos días, después de que usted nos visitó, no ha hecho sino delirar. Le preocupa mucho su pequeño hijo y el abandono en que tiene a su familia. Los víveres se acabaron desde ayer y no tenemos ni un peso para llevarlo donde uno de esos canallas.
- ¿Canallas?
- Sí, los médicos y los curas sólo están donde hay dinero; manejan un falso humanismo que es más sucio y pecaminoso que las mismas ofensas que comete el pueblo hambriento he ignorante.
- ¿y tú qué quieres?... Qué vaya donde la señora Marisol y le reclame las joyas que ustedes rechazaron con altanería y soberbia... ¿O qué?
- ¡No qué tal! - exclamé angustiado - A esa señora no la moleste para nada. Yo quiero que hable con don Ricardo y le recuerde que don Pablo trabajó, para él, más de treinta y seis años. Ruéguele que no lo abandone en la desgracia, después de que le sirvió honradamente durante toda la vida.
- Lo malo es que el supersticioso de don Ricardo, piensa que todas las desgracias fueron por culpa de la suerte negra de ese señor. Es más, donde yo le cuente que se está muriendo, en vez de darle tristeza, le dará una gran alegría de que se muera el causante de su mala racha.
- ¿Cómo? ¡Yo no puedo creer lo que usted me está diciendo! - protesté con tristeza - Ese señor no puede ser tan bruto. ¿Cómo le va a dedicar todas las cosas malas que le han sucedido en los últimos días, al pobre de don Pablo que ha sido un alma de Dios? Definitivamente, esta vida sí es muy injusta.
- Hermano, yo creo que buscar dinero con ese señor es caso perdido. Si, usted, quiere, le pido algo a la esposa de don Michael, que es la que más se preocupa por ustedes.
- ¿Sí?... ¿Preguntó por alguien en particular? - investigué sin saber por qué lo hacía.
- La tarde en que regresé a devolverle las joyas, estuve hablando largo rato con ella. Me obligó a que le relatara la visita con todo lujo de detalles y no dejo de llorar de principio a fin. Ella sufre mucho, porque ese señor fue como su segundo padre, desde la infancia.
Aquella charla conmovía profundamente mi alma. << ¿Cómo ha llegado la vida a envolvernos en esta orgía de dolor? ¿Por qué se han juntado todas las cosas para aplastarnos en la impotencia humillante de la incapacidad? ¿A qué revoltura tan amarga, nos está conduciendo el nacimiento de un amor tan delicado?>> Yo me quería morir - dije finalmente - y he tenido que aplazar mi funeral para tratar de salvar a un hombre que se aferra con sus manos agotadas a esta vida miserable. Tener sesenta y cinco años y una obligación sagrada, es un motivo muy grande para estar perdido de verdad. ¿No sé qué es mejor?... Si renunciar a vivir, o vivir para después no ser capaz de renunciar.
El licenciado se quedó mirándome, sin entender nada de lo que yo había dicho. Me quedé en silencio unos segundos y al fin continué:
- Olvide todo ésto amigo. Lo siento por el niño y por la humilde señora, pero, en realidad, a mí el dolor de la otra gente no me debía importar cuando mi corazón es un mar de desesperación y angustia.
- Es muy poco lo que yo puedo hacer - empezó a decir el licenciado -, pero si, usted, quiere, les lleva estos cinco mil pesos, de mi propio bolsillo, para que la señora compre algunas cosas de comer.
Yo me sentí avergonzado. Pensé en mi madre y las lágrimas se escaparon a torrentes de mis ojos. Todo mi cuerpo empezó a temblar y sentí que el mundo me daba vueltas. El licenciado me sujetó del brazo, alarmándose con mi ridículo desfallecimiento.
Alejandro, ¿qué le pasa? - preguntó el hombre con propiedad. ¿Desde cuándo, aquel desconocido, sabía mi nombre? ¿O sería qué Marisol le estuvo hablando de mí?
- ¡Tranquilo! ¡Tranquilo que no es nada! - murmuré recobrando la compostura.
- Venga yo lo acompaño hasta el rancho, y, por ahí derecho, miro a don Pablo y le entrego el dinero, personalmente, a su infeliz esposa.
Sonaron las tres de la tarde en el antiguo reloj de la iglesia. Nos dirigimos con paso lento y hablamos muy poco durante el trayecto.
- Ustedes pueden demandar a don Michael, por lesiones personales en el viejo - aconsejó el buen hombre, conmovido por nuestra situación.
- Hay, señor mío - exclamé como vencido -, en este país las leyes son para los pobres. Usted puede matar dos o tres, y, si tiene una buena cantidad de dinero, en cuatro o cinco meses está en la calle. Con dinero, si usted es el agresor, los fiscales por arte de magia lo hacen aparecer como el agredido. De todas formas, gracias por el consejo. Aunque yo creo que don Pablo se muere de hoy a mañana.
- ¿Así de mal está? - preguntó el amable señor.
- ¡Espere para que le vea el color! - anoté percibiendo la sonrisa que se dibujaba en mis labios. <<Qué extraña manía la que había adquirido desde que me dieron la noticia de la muerte de mi madre; mientras más dolorosas eran las cosas, más me gustaba comentarlas>> El licenciado marchaba a mi lado. Era un hombre delgado, y, aunque tenía buenas maneras y distinción al hablar, sus dientes manchados y su rostro estrecho y humilde, delataban los sufrimientos de una infancia difícil.
- ¿Es usted abogado? - pregunté por tener de qué hablar.
- No, yo estuve estudiando en la universidad. Aprobé tres semestres y me tuve que retirar por la mala situación económica. Ahora soy escribiente en la inspección de policía, y asesoro las personas que están envueltas en problemas.
Llegamos hasta el frente de la casa, nos detuvimos y respiramos profundamente, como si nos aguardara una misión especial. Entramos en la habitación donde estaba toda la familia. El ambiente era pesado y la respiración se hacía dificultosa. Don Pablo, que ya había recuperado el conocimiento, en medio de su dolor y de su enfermedad, recibió con amabilidad al visitante; aunque la escena de las joyas había representado para él una onda pena. Lo más triste de sus recuerdos eran cuando la niña Marisol le vendaba las heridas, dejando escapar lágrimas desconsoladas de sus grandes y hermosos ojos; él recordaba eso en todo momento y no lo dejaba olvidar. Hacía tres días que don Pablo no abandonaba la cama puesta contra la pared, con una imagen de la virgen a todo el frente, situada en un punto estratégico para que intercediera por él. La señora temblaba con una crisis de nervios, como previendo la muerte de sus inseparable compañero. Las convulsiones estaban apareciendo en la delicada mujer, aunque todavía no se habían manifestado con gravedad. El niño contemplaba a su padre tirado en la cama y permanecía pensativo; no hablaba con nadie y a veces lloraba en la cocina, cuando pensaba que nadie lo estaba viendo. A don Pablo todo lo incomodaba y no echó al licenciado por pura educación. El amable funcionario entregó los cinco mil pesos a doña Amparo, clarificando que eran de cuenta suya. Don Pablo no hizo ninguna objeción, aceptó el donativo dándose cuenta de la difícil situación por la que atravesábamos. El funcionario se acercó hasta la cama y se sorprendió al ver aquel rostro tan amarillo y tan delgado. El enfermo tenía los ojos irritados por la fiebre y agrandados como los de un loco. Los brazos estaban tan delgados como unas chamizas secas.
- ¿Cómo está, don Pablo? - dijo con la voz quebrada por el desconsuelo.
- ¡Muy mal! - respondió el enfermo.
- ¡Qué milagro que le cambió el genio!
- ¡Disculpa!... Ese día fue especial - argumentó el viejo, con la voz muy débil.
- Lo único que no tiene solución en la vida, es la muerte. Yo creo que en algunos momentos de crisis, debíamos de dejar el orgullo aparte y comportarnos de una forma sensata. ¿Me permite, señor mío, qué hable con don Michael y con su esposa?... Yo le podría conseguir el dinero para que usted pague un médico.
- ¡No, no! ¡De ninguna manera! - exclamó el enfermo con la voz desesperada y con los ojos a punta de salírsele por la impresión.
Yo me levanté de la silla en la que estaba sentado y acercándome al visitante le dije:
- ¡Por favor, eso ya es un caso cerrado! ¿Sí?
- ¿Sí qué? - preguntó el funcionario con rabia - Si se quieren revolcar en su miseria y morir sin exigir lo que les corresponde por ley, que así sea. Aquí no tengo nada qué hacer, hasta luego.
El funcionario se fue bravo y nosotros nos quedamos en silencio. Desde aquel momento don Pablo no volvió a pronunciar palabra. Se quedó medio dormido y respiraba con dificultad.
Pasaron las horas y sin poder resistirlo, me acerqué al enfermo y le tomé el pulso. Me quedé mirándolo y en la palidez extrema, se reflejaba una noticia fatal.
- ¡Alejo! ¡Alejo! ¿Usted cree qué él se va a ?... - me preguntó doña Amparo con los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Qué voy a saber? ¡Yo no soy doctor! - respondí con la amargura de la impotencia.
- ¡Alejo! ¡Por favor! ¿Tú crees qué ya casi ?...
- ¡Yo creo qué es mejor resignarnos de una vez!
- ¡Alejo, por caridad! - gritó la mujer - Haga algo por salvar a su amigo.
- ¿Yo qué puedo hacer, si también estoy muriendo? - contesté ante el reclamo que me hacía la desesperada esposa. La señora sabía que yo le debía muchos favores, pero lo que no comprendía era que yo, en ese momento, era un gusano sin poder de decisión y sin ninguna voluntad.
- ¡Alejandro! Trae un médico por favor, le explicas que no tenemos dinero y le ruegas que te fíe los honorarios...
- ¡Tranquila, mujer! No lo presiones que yo ya no tengo remedio - murmuró el enfermo, con voz apenas perceptible, y, sacando fuerzas de donde no tenía, tendió las manos y nos las ofreció a su esposa y a mí, apretándonos con sus delgados dedos. La señora lloraba presa de una crisis de nervios; temí la epilepsia, pero gracias a Dios no sucedió.
- ¡Ay, Alejo! ¡Yo sé qué me voy a morir, y espero que protejas a mi familia! Olvídate de esa niña mimada y regenera tu vida. Prométemelo por favor.
- ¡Don Pablo! ¡Amigo mío! ¡Sí tienes fe, te vas a sanar y saldremos todos adelante!
- Yo ya estoy perdido sin remedio, pero tú apenas eres un muchacho. Lucha por tu vida, deja esa tristeza y sal adelante por favor - aconsejó el viejo con mucha debilidad. Hasta en los últimos momentos de su vida, me ofrecía su apoyo incondicional - ¡Traigan al niño por favor!
- ¡Pedrito! ¡Pedrito! - gritó la mujer desesperada, despertando al niño que dormía a los pies del papá, vencido por la fatiga y el hambre.
- ¡Espero que no me olvides nunca, hijo mío! - continuó don Pablo - Respeta a Alejandro como tu padrino y tu padre.
- ¡Cállate, deja de ser bobo qué todos sabemos que te vas a recuperar! - gritó doña Amparo, enfadada.
- ¡Alejandro!... Entiérrame en el solar y no me olvides nunca. Por las tardes visítame con Marisol, que yo los estaré esperando. ¡Amparo! ¡Amparo, manéjate bien por favor! ¡Adiós!
- ¡Papá! ¡Papá! - gritó el niño bañado en lágrimas, abrazándose con desespero al moribundo.
- Permiso que voy por un médico - dije cobardemente, sin poder resistir la escena. Salí corriendo. No sabía llorar y tampoco sentí la necesidad.
Caminé rápidamente, sin saber a dónde ir. No tenía conciencia de nada de lo que hacía. Estaba presintiendo la muerte de mi anciano amigo y trataba de escapar de la terrible realidad de nuestra miseria... ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                    - CAPITULO NÚMERO DOCE -
                        
 
Llevaba una hora, o más, vagando por los campos fértiles de las haciendas ganaderas, en las que se divisaban las hermosas vacas holstein puras. Cada una de esas hembras valía una millonada y yo sin un peso en el bolsillo. Estaba gastando el tiempo mientras se moría mi pobre amigo. De pronto, me contagié de la soledad de los eucaliptos inmensos, del olor fresco de los pinos y del aroma agradable de las flores silvestres que me recordaron el abrazo tieso y frío de la muerte. Me quedé allí, como una autómata, sin percibir el paso del tiempo. ¿El tiempo?... ¿Qué es el tiempo? Bajo la teoría de Einstein, uno de los científicos más grandes que ha dado la historia, el tiempo es relativo. A la velocidad de la luz el tiempo no existe. Todos habíamos pensado que nuestras existencias son un paréntesis de tiempo que se habré con el nacimiento y se cierra con la muerte, entonces si todo es relativo y el paréntesis de tiempo no existe, ¿qué queda?... Sólo queda nuestra conciencia sin tiempo y sin espacio. Sí la teoría de ese gran científico funciona, entonces yo voy ignorar este breve lapso de relativo tiempo, en el que hemos sufrido tanto.
Qué fecunda es la imaginación de los que estamos desesperados. Esa tarde me senté a pensar en muchas cosas, a pesar de que se estaba muriendo mi amigo y de que Marisol me había olvidado, me sentí como un príncipe en la mitad de la inmensa libertad. No dependía de nadie y ningún compromiso me sujetaba a las ridiculeces de este mundo, nisiquiera la muerte, porque la muerte une el plano material con el plano espiritual; la muerte es un ascenso para ser Dioses. En ese instante divino de la muerte, desaparece el bien, el mal, el pecado, el arrepentimiento, el dolor y llega la felicidad absoluta.
 << ¡Oh, amigo mio, cuanto te envidio!... Aunque yo también disfruto de esa paz sin morir. Sólo me falta que desaparezcan estos terribles celos que me hacen doler el corazón, para que mi alegría sea una felicidad igual a la que debes estar sintiendo en este momento de tu muerte. Gracias amigo, por todo lo que hiciste por mí. >> No me he podido adaptar a las realidades de este mundo de valientes. No soy capaz de resignarme ante la derrota que me propinó el que me robó mi amor. Yo no soy un resignado. Yo vine a buscar en este mundo, el poder eterno de mi conciencia y el amor; porque todo lo demás se me dará por añadidura. Yo nunca seré el cadáver de un pobre y humilde hombre. ¡Qué horror, yo soy el superhombre, que desde hoy luchará por su destino, rompiendo la mediocridad del pensamiento generalizado. ¿Cómo es posible que los grandes científicos de los siglos veinte y veintiuno, le estén buscando el principio al universo, cuando vivimos en una deliciosa eternidad que no tiene ni principio, ni fin y que va más allá de los sentidos de esos pobres idiotas.
“Primero tienen que ser humillados para después ser ensalzados” y “El último, será el primero” Qué par de mentirastan horrorosas. Desde hoy sólo creo en mi conciencia eterna y en el amor.
Ese día quise mandarle un ramo de flores y una nota que dijera:
 
Marisol:
 
Me gusta tu sencillez, tu clase y tu dulzura.
 
                                              Alejo.
 
<<En los ojos de mi adoración descubrí la verdadera profundidad de las cosas, porque ellos son más claros que el cielo y más profundos que el mar>>
Al salir del monte de mis análisis secretos, me encontré con el llanto desesperado de mi humilde realidad.
Me demoré tanto en el paseo, que doña Amparo tuvo que salir a buscarme ante la escena macabra de su esposo muerto. Sí, dos horas después de mi cobarde salida, murió el infortunado anciano.
Llegué corriendo hasta la casa, empujé la destartalada puerta y el niño se lanzó en mis brazos llorando con desesperación; él no podía entender el final horrible que había tenido su abnegado protector. El niño llevaba una camiseta toda roída, unos pantalones con un par de remiendos en las rodillas y unos zapatos que le dejaban ver todos los dedos. Todo era injusto, la miseria y la muerte del hombre humilde que trabajó por los suyos. Don Pablo, antes de morir, según dijo la madre, le había aconsejado que a pesar de todas las desgracias, no guardara rencor contra nadie y contra nada; porque la venganza le engendraría más dolor y más tristezas.
- ¿Quién nos va a proteger de ahora en adelante? - preguntó abrazándome con fuerza - ¡Es horroroso! ¡Me da miedo mirarlo! ¡Está frío y muy pálido! Yo quiero qué me muestres al que mató a mi papá.
- ¿Para qué quieres saber eso? - investigué sin saber qué decir.
- ¿Cuál es el culpable de que mi papá muriera? - averiguó el chico, sorprendiéndome en sus alcances - ¿Fue don Ricardo o don Michael?
- ¡Ninguno de los dos es responsable! ¡Es don Pablo mismo, el que se quería morir, porque ya estaba muy anciano!
- ¡Yo conozco otros más viejos que él, y no se han muerto! - protestó el angustiado niño, ante mi ridícula mentira - ¿Entonces, mi padre se libró de nosotros por que ya estaba cansado de una obligación tan dura?
- ¡No digas esas cosas! Si quieres que te diga la verdad, aún, ninguno de nosotros ha entendido cómo y cuando se mueren las personas. No sé si los seres humanos se mueren por buenos, por malos o por cansados. Discúlpame y no hagas caso de mis tontas palabras.
- ¡Era mejor que yo me hubiera muerto por haber exigido más de lo que él me podía dar! - gritó el niño soltándose de mi cuello y yendo a refugiarse debajo de la cama en que yacía su padre.
Don Pablo, con las manos entrelazadas en el pecho, los ojos cerrados y la boca entreabierta, permanecía tirado en la sucia cama. Estaba blanco como un papel y parecía una calavera. No tenía flores, ni féretro, ni cirios, ni habito, ni nada. Nadie se acordaba de él. Doña Amparo se fue para la casa de Marisol, a implorar un poco de caridad, al insensible mata ancianos, mientras que el niño sollozaba debajo la destartalada cama, pronunciando palabras de desesperación: << ¡Papi lindo! ¿Por qué nos has abandonado? ¡Yo iba a pedir limosna para que no aguantáramos hambre! Papi, ¿por qué no me dejaste ir a pedir un poco de comida en la casa de don Ricardo? ¿Si él fue tan bueno con nosotros, por qué se puso bravo contigo? - gritaba el muchacho debajo de la cama donde reposaba el cuerpo inerme del anciano, que ya no le podía escuchar.
Hacía tres horas que no se modificaban estas escenas cuando llegó doña amparo, acompañada de don José Martínez, el carpintero, y de un muchacho de cara redonda, con un lunar peludo en la mejilla que me recordó al hombre lobo de las películas de terror. Los hombres trajeron un ataúd inmenso, lo colocaron en mitad del cuarto y, en silencio, depositaron el insignificante cuerpo dentro de él. Se hicieron la señal de la cruz y en voz alta entonaron un padre nuestro. Terminaron de rezar y, sin mirar a nadie, se alejaron. Don Pablo con su camisa blanca, la de los domingos, y sus únicos pantalones de paño, esperaba, con los pies cubiertos por unas medias muy remendadas, la hora de marchar a su morada celestial. Los hombres dejaron el ataúd en el piso y yo lo miraba desconsolado, sin atreverme a decir nada.
- ¡Alejandro! ¿Me ayudas a subir el féretro a la cama?
- ¡Sí, señora! ¡Con mucho gusto! - exclamé preocupado. El sencillo ataúd era grandísimo y no tenía de donde sujetarlo. A pesar del tremendo esfuerzo sólo pudimos moverlo un poco.
- ¡Pedrito sal de ahí! - Gritó la angustiada madre - ¡Ven qué vamos a levantar a tu padre!
El muchacho salió de mala gana y se repitió la escena. El insignificante cuerpo, y el inmenso cajón, pesaban demasiado para nosotros tres. La verdad es que en la última semana habíamos comido muy poco y las fuerzas eran escasas.
- ¿Por qué no le dices a uno de tus amigos que nos colabore? - preguntó la buena mujer ante mi indecisión y mi incapacidad. Yo estaba petrificado y no sabía qué hacer << ¿Amigos? ¿De dónde? >>
- Doña Amparo, la verdad es que yo no tengo amigos - dije con vergüenza -, si usted le dice a los vecinos yo...
- ¿Cómo le voy a suplicar a la gente, si nunca se preocuparon por nosotros? Los únicos que nos respetaban eran los peones de la finca y don Ricardo los ha puesto en contra nuestra. Alejandro, ¿qué vamos a hacer?
- Yo creo que no lo vamos a poder llevar al cementerio. No poseemos ni un centavo y eso cuesta mucho -. Le advertí a la pobre mujer.
- Lo malo es que don Michael solamente me dio esa caja, después de que su esposa se arrodilló llorando ante sus negativas para conmigo. Me acompañó hasta la carpintería y, casi en contra de su voluntad, ordenó: <<Denle el ataúd más barato que tengan, para que esta mujer entierre a ese perro traidor de su marido>> Yo sé que las cosas están difíciles, pero enterrarlo en el solar, como él recomendó, es una herejía. ¡Enterrarlo en el solar cómo a un animal! ¡Eso nunca! - exclamó la pobre mujer convulsionada por el llanto - ¡La tierra del cementerio es campo santo y la cubrirán las oraciones de la iglesia. Las voces de los sacerdotes llegarán hasta sus oídos para que Dios lo pueda recibir en su seno.
Yo permanecí callado y como ya llegaba la noche, me enrollé en una cobija y me fui a dormir tirado en un rincón. Dejé el catre libre para que durmieran en él, la angustiada madre y el niño.
A media noche recobré la conciencia de lo que estaba pasando; tenía el cuerpo empapado de sudor, los labios resecos, la respiración fatigada, los ojos irritados y todo el cuerpo tembloroso. << ¿Cómo perdí a mi padre y a mi madre? ¿Cómo he llegado a ser una basura ambulante? ¿Cómo he podido ser un mendigo? ¡Un vagabundo! ¡Una basura! >> Me dije en voz alta, sin importarme ni el dolor de doña Amparo ni el de su hijo, que ya dormitaban en el catre que días antes me habían ofrecido. << ¿Por qué no me da tristeza la muerte de mi viejo amigo?... Es cómo si mi corazón fuera de madera. Yo quería mucho a esta familia y ahora los detesto, los odio. Sí, odio toda su miseria putrefacta. ¡Oh, cómo odio a don Pablo! ¡Yo creo qué si no se hubiera muerto, me hubiera tocado estrangularlo con mis propias manos!... ¡Oh, Dios mío! ¿Pero qué estoy diciendo? No, no puede ser, yo amo al único amigo que he tenido en la vida, pero no puedo llorar. ¿Por qué nunca he podido llorar? ¡Dios mío dame el descanso, dame la muerte!>>
Perdí el sentido y no recordaba cómo fui a parar en este rincón donde el frío había humedecido mi única cobija. <<Me estoy congelando. Ya es tarde. Las luces del nuevo amanecer empiezan a clarear el ambiente, pero... ¿Qué pasa? ¿Qué huele tan mal?>> El lugar estaba impregnado de un fétido olor a mortecina. << ¿No puede ser qué esté hediendo de esta manera?>> Me levanté y las piernas flaquearon ante mi debilidad. Atravesé el salón y sentí que la señora y el niño se movían en el catre. Fui hasta el ataúd y aspiré un olor nauseabundo; el cadáver estaba totalmente descompuesto.
- ¡Alejandro! - dijo, la señora, y permaneció en silencio. Yo no quise contestar y guardé silencio también.
- No me digas que es Pablo el que está oliendo tan mal.
- Sí, señora - contesté todo desorientado.
- Pero si apenas se murió ayer por la tarde. Los cadáveres, normalmente, duran dos o tres días.
- Lo que pasa es que a don Pablo nadie lo preparó para la velación. Si usted me da permiso empiezo a cavar la tumba en el solar.
- ¡No qué tal! - exclamó la triste mujer - Yo voy a ir, ya mismo, hasta donde el párroco para comentarle lo sucedido. Imposible que él nos deje abandonados.
La mujer se puso la única bata decente que tenía y salió en busca de la bendición de la santa iglesia católica. Yo me fui para el solar y con los primeros rayos del sol y una pica, empecé a cavar la tumba en la que descansaría mi amigo, libre de los cánticos y de las hipocresías de los idolatras del barro.
Mi garganta estaba reseca. Los brazos me dolían intensamente y en cada golpe sentía que se me desprendían de las articulaciones. El sudor frío bañaba mi frente y a los pocos minutos tuve que suspender la macabra labor. El sol ya brillaba en el oriente, sin importarle que un gran hombre hubiera muerto. << Todos nos morimos y los días y el universo siguen marchando como si no les importara. ¡Qué desgracia! >> pensé entristecido por la muerte de mi amigo. Sentí deseos de tomar un poquito de café frío, entré a la mal oliente habitación y me di cuenta de que el niño lloraba metido debajo de la cobija. El olor era insoportable. Se me quitaron las ganas del tinto y salí a buscar aire puro. Me quedé en la puerta del solar, contemplando el cielo azul y el sol brillante. << ¡Qué distintos, pero qué iguales son estos días a los días en que Marisol me amaba y éramos felices!>>
Pasaron los minutos y, de pensamiento en pensamiento, se pasó el tiempo hasta que...
- ¡Pablo! ¡Pablo mío, no puede ser! - gritó doña Amparo cuando regresó con la palidez acentuada - Toda la vida pagamos los diezmos cumplidamente, toda la vida guardamos las fiestas y dimos limosnas para el sagrado sacramento del altar. Siempre brindamos ofrendas para el señor caído, y, ahora, te niegan la bendición de Dios cuando ya has partido de este mundo. ¡Alejandro! Robá o matá, pero tienes que conseguir setenta mil pesos que vale el entierro. Porque no es solamente la misa; es el derecho a una tumba, a los cirios y a los cánticos en la sagrada eucaristía, lo que tenemos que pagar para que nos den el permiso de sepultar a Pablo.
Yo me tapé los oídos y me senté en la escala que me separaba de la fría tierra que esperaba a mi amigo del alma.
- ¡Alejandro, no te hagas el tonto! - gritó nuevamente doña Amparo. Me sujetó del pelo y me arrastró hasta el lado de mi descompuesto amigo - Apuesto que cuando te hable de Marisol, ahí si vas a escuchar - y efectivamente, mi cuerpo reaccionó ante la mención de aquel nombre.
- Doña Amparo, ¿Usted se encontró con Marisol?
- Estaba rezando en la iglesia y cuando yo salí de la sacristía, se me atravesó para preguntarme la hora del entierro. Yo le dije que a las cuatro de la tarde, aunque estaba mintiendo en la misma casa del señor, donde abandonaron a mi esposo. No tuve valor para entristecer a la única persona que nos ha colaborado. Ella me entregó dos billetes de cinco mil pesos, con los que me voy a marchar para Concordia donde vive una hermana mía. Los billetes venían envueltos en este papelito.
Mi corazón dio un vuelco, le arrebaté la nota a la buena mujer y mi cabeza empezó a dar vueltas cuando: <<Alejandro te amo>> Era el genio de mi diosa encantada. Era la grandiosidad de una mujer increíble. Era la frase que siempre estuve esperando y que me permitía morir con una sonrisa en los labios. Me quedé cómo alelado, el olor era insoportable, sin embargo, permanecí ahí, contemplando toda mi ruina y toda mi grandeza. Doña Amparo se acercó al cadáver y llorando desconsoladamente, lo abrazó para darle un beso en los labios...
- ¡Pablo, yo hice todo lo que pude, pero tú no diste tiempo! ¡Vas a descansar en el solar, pero qué conste, que fue en contra de mi voluntad!
La cabeza me daba vueltas, estaba viviendo en un mundo que no era el mío. Estimulado por un sol radiante, hice un esfuerzo sobre humano y me eché al hombro lo que quedaba del pobre anciano. Me pareció muy pesado para su contextura. Avancé los veinte pasos que me separaban del hueco y sin pensar mucho en el olor, me dejé caer en la mitad del agujero de mi pena y de mi amor.
Recobré el conocimiento y observé a doña Amparo que sujetaba un trapo húmedo en mi frente. Te has desmayado por culpa de este olor apestoso, pero tienes que culminar lo que empezaste, porque ya los gallinazos están parados sobre el tejado.
Continué la penosa labor. Fui hasta el rancho y golpeando con el machete que partíamos la panela, destrocé la caja y partí, una a una, todas las tablas en innumerables astillas que individualmente no pesaban tanto como el enorme ataúd. Tiré esa madera encima del muerto y después la acabé de tapar con la tierra. Terminé la agotadora misión, y, a pesar de que no alcancé a cubrir bien todas las astillas, don Pablo pudo descansar con la bendición de su esposa y la de su hijo adoptivo, que observó cada uno de mis débiles esfuerzos.
Permanecí sentado durante mucho tiempo, a un lado de la improvisada tumba. La señora y el niño se marcharon a los treinta minutos de haber terminado el sepelio; el dolor los había consumido y en medio de las lágrimas se alejaron para no tener que seguir soportando el triste espectáculo. Me parecía que la vida era demasiado injusta y no se me ocurría qué hacer. Me envolvía el silencio de la insignificancia y el desconsuelo, ante lo que no se podía modificar. Creí volverme loco. Un desespero terrible se apoderó de todo mi cuerpo; sentí que la fiebre me absorbía y empecé a sudar copiosamente. Aquella casa quedó en completo silencio. Lleno de pánico me contemplaba a mí mismo. Pasaba la vista por todo el lugar y no entendía cómo, el destino, se podía ensañar tanto contra una persona. ¿Será qué nunca podré asimilar con equilibrio, el fenómeno de la muerte? Siempre pensé que el fallecimiento de una persona ayudaba a madurar a sus semejantes, para que no cometiéramos los mismos errores que cometió el difunto y para que aprendiéramos a valorar los instantes bellos que nos ofrece la vida pero... ¿Por qué tantos muertos a mi alrededor?... Mi padre, mi madre, el hermano de mi novia y mi mejor amigo. Definitivamente, estas responsabilidades van a terminar enloqueciéndome. ¿Qué se imaginó el todo poderoso?... ¿Que yo soy de acero, o qué? << ¡Dios mío! ¿Qué estás haciendo conmigo? >> Grité al borde de la desesperación. Quise salir corriendo sin rumbo fijo, pero en vez de realizarlo me senté sobre la tumba y continué pensando en lo desagradable que era nuestra condición de mortales << Es terrible que sobre tu vida pueda decidir cualquier psicópata que te quiera matar; no sólo que nos tenemos que defender de nosotros mismos y de nuestros errores, sino que también nos tenemos que cuidar de las organizaciones criminales y del destino. ¡Qué cosa tan horrorosa!>> El tiempo volaba y yo continuaba sumergiéndome en el pozo de mi corta inteligencia, intentando pescar una solución que no existía en las aguas frías de la razón.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                          - CAPITULO NÚMERO TRECE -
 
 
 
Salí sin dar el último adiós a la improvisada tumba de don Pablo, y empecé a recorrer las solitarias calles. Llegué al parque y al doblar a la esquina, tropecé con “El guitarrista”, que también estuvo enamorado de mi dulce Marisol...
- Hombre... ¡Pero si es Alejandro! - dijo mi amigo, confundido por el estado lamentable en el que me encontraba, ¿Qué te ha pasado que pareces un muerto ambulante?
- Estoy de viaje para la otra vida - le contesté con sarcasmo.
- ¿Cómo? ¿De qué se trata?
- Si vienes, conmigo, te lo explicaré.
- No, no te puedo acompañar. Voy para una fiesta a la que con mucho gusto te invito - explicó el muchacho, que por lo visto no se daba cuenta de mi estado de animo -, si te das un baño y te cambias esos harapos que te hacen ver como un mendigo. Ven tranquilo que yo te presto un traje.
Yo no tenía a donde ir. Acepté la invitación y a las dos horas entrábamos al salón de un respetable hotel.
- Es una reunión de política, en la que se traza el derrotero constitucional por el que va a marchar el pueblo en los próximos dos años. A ella asisten banqueros, periodistas, comerciantes, poetas, músicos y gente de talento. Hoy quiero - continuó diciendo mi amigo - que tomes la palabra y les lances un verdadero discurso de lo que es la vida. Yo sé que en todo este tiempo, en que no has echo nada, te has convertido en un crítico audaz, que no le tiene miedo ni respeto al sistema. Vamos a tomarnos unos tragos de cuenta de ellos y cuando estés saturado de bríos, les lanzas un análisis que los atropelle en su incapacidad, y después nos marchamos; si es que nos quedan sanos los huesos - terminó de decir mi amigo, con una amplia sonrisa en los labios. Entramos en un pequeño auditorio donde había ochenta o cien personas, que nos acogieron cordialmente. Recién afeitado y elegantemente vestido, nadie reconoció en mí, al degenerado bohemio que escandalizaba en las cantinas. Allí estaban los representantes de una burguesía acomodada. Un escritor de filosofía que había descubierto la ecuación que le calculaba el peso al tiempo, discutía sus postulados con el panadero del pueblo que hacía mucho tiempo estaba loco. Mas allá, un pintor que no era pintor, sino un excelente dibujante de modelos decadentes. Aquí, casi a nuestro lado, el más dedicado de los políticos jóvenes que, a pesar de la pobreza de su familia, trataba de abrirse paso en las lides de la corrupción y el oportunismo. Allá, al otro lado del salón, estaba el futuro heredero de la fortuna más grande que había amasado un ganadero en la región y se embriagaba con cantidades exageradas de licor, al lado de su novia, de siempre, que era más fea que un cocodrilo adulto. Había allí, finalmente, tres o cuatro líderes destinados a manejar las ideas y las acciones de todos aquellos hombres incompletos. El lugar era hermoso y estaba sobriamente adornado. Los agapantus azules contrastaban con el rojo púrpura de las rosas, que inundaban el recinto de una agradable fragancia. Todo estaba muy elegante y yo me puse a imaginar cosas en medio de mi pobreza. << Si tuviera unos tres o cuatro millones de pesos, con mis conocimientos sobre los animales, todo sería distinto, amada mía. >> dije en voz baja, mientras suspiraba pensando en ella
- ¿Cómo? - dijo “el guitarrista” que me escuchaba -. Yo pensé que todas tus ilusiones habían muerto y que hoy nos íbamos a suicidar pensando en el amor de la princesa que nos enloqueció. Mira - continuó diciendo el bohemio cantante, mientras señalaba la mesa repleta de copas de champan y de botellas de otros exquisitos licores -, así es que viven estos hampones que han martirizado a los humildes jornaleros desde tiempos inmemoriales. Cuanto me gustaría gritarles en la cara lo despiadados y explotadores que son, pero la cortesía y el decoro no me lo permiten.
- ¡Pero no tan rápido! - exclamé alarmado con el resentimiento de mi amigo.
Todos mirábamos a la mesa donde los mozos, vestidos de smoking, terminaban de servir el espumoso champan. Corrió el licor entre la gente, y las mejillas empezaron a encenderse con el ruidoso tono de las conversaciones. Durante la primera hora de embriaguez, todos nos comportamos en los límites de lo permitido, pero llegó el momento en que empezaron a preparar los micrófonos que nos transmitirían el mensaje de orden y estabilidad social, motivo de la presente reunión.
- Yo creo que el primero que debe hablar eres tú - aconsejó mi amigo -, para que se den cuenta de una vez, estos idiotas, de la clase de gente que somos.
- Hermano, yo todavía no siento el efecto del licor - mentí para disfrazar mi timidez -. Si nos tomamos unos cuatro o cinco whiskys seguidos, de pronto, me animo a discursar ante todos estos mediocres.
Así se hizo, avanzamos hasta la mesa del bar y con una tranquilidad pasmosa, vaciamos una copa detrás de otra, hasta que estabamos a punto de perder el equilibrio.
- Yo quiero que les expliques que, en la política, al ser hombres de opinión pública, se pierde la privacidad y se recorta la libertad para realizar actividades que regocijan el alma y que liberan de las presiones. La política es como una cárcel en la que se pierden las ilusiones y en la que se trabaja en base de mentiras, para engañar a los otros y para engañarse ellos mismos.
- ¡Qué pensamiento tan lindo!- dije agasajando a mi amigo - Te felicito. Yo nunca pensé que dentro de ti se generaran ideas tan brillantes. Pero vamos a tomar más licor, porque aún no me siento capaz de comunicar nuestras ideas.
Volvimos al bar y esta vez tomamos coñac. El licor subió a nuestros cerebros y empezó a distorsionar todo. “El guitarrista” fue a pedir la palabra y no sé en que forma lo hizo, pero, antes de que nos diéramos cuenta, dos sirvientes nos estaban arrojando a la calle.
- Si ves cómo nos tratan esos bastardos - dijo mi amigo completamente borracho -, pero tranquilo, Alejandro, que por mucho dinero que tengan, nunca podrán disfrutar de este amor que nosotros le tenemos a Marisol. Cuando yo estoy pensando en esa mujer, el coñac, el whisky y todos los licores me saben a pura agua. Alejandro, ¿usted se quiere morir?
- Sí, ¿por qué me lo preguntas?
- Porque lo voy a invitar a tomar un licor verdaderamente fuerte, que nos elevará hasta el cielo como si fuéramos dos aviones.
- Si la cosa es así, acepto - fue lo único que atiné a decir. Los dos, abrazados, caminábamos con dificultad. Nos fuimos discutiendo y alegando por la inutilidad de la vida, y, sin que yo lo sospechara, llegamos hasta una estación de gasolina.
- Me hace el favor y me vende cinco mil pesos de gasolina y me los echa en una botella - dijo mi desorientado amigo, que ya no era capaz de permanecer derecho ante la cantidad de licor que habíamos ingerido. El empleado, acostumbrado a tratar con toda clase de gente, no le pareció extraño el pedido y en una sucia botella de gaseosa, empacó el amarillento líquido. Mi amigo recibió el combustible y nos marchamos en busca de la oscuridad y de la muerte.
Estabamos sentados en un parque, a orillas del río, y empezó el rito satánico.
- ¡Juras quererla y adorarla por toda la eternidad! - preguntó, solemnemente, “el guitarrista”.
- ¡Juro!
- ¡Juras qué en la otra vida dejaras que yo le regale flores y que pueda dialogar con ella!
- ¡Lo juro!
Aquel hombre se tomó un sorbo de la botella y me la pasó. Lo pensé unos segundos y... El primero de los tragos me bajó como una bola de fuego, y dejó un desagradable sabor en mi boca y en todo mi organismo. Aquel combustible era más desagradable de lo que yo me imaginaba, sin embargo, seguimos bebiendo de aquella muerte líquida.
Entre tragos de gasolina y juramentos, perdimos el sentido y no supimos más de nuestra reina.
Pasó el tiempo y a la madrugada de un nuevo día, desperté todo mojado por la escarcha del amanecer. A mi lado estaba el guitarrista completamente tieso por el frío de la muerte que deseaba. Me levanté sin pensar en mi ocasional amigo y me marché en busca de la casa de mi horrorosa tía.
Con paso lento y débil, con el cuerpo aporreado y un gran dolor de cabeza, llegué hasta mi casa. Me detuve un minuto ante la puerta, y, haciendo un esfuerzo grande, abrí las complicadas chapas y entré. Estaba bañado en sudor y mi vientre se agitaba en contracciones dolorosas, haciéndome sentir muy mal. La tía me miró con furia, sus ojos azules se clavaron en mí, y, con un gesto de repugnancia desaprobadora, se marchó a la cocina dejándome el camino libre hacia la habitación. Avancé totalmente agotado, me tiré boca abajo sobre la cama y así permanecí mucho tiempo.
No tenía control sobre nada. Mi cabeza era un completo desorden. Los nervios y el dolor me tenían totalmente loco. Se sucedían las ideas sin sentido y unas criaturas extrañas se agitaban dentro de mí, luchando por salir. Las iguanas, las serpientes ciegas y las cucarachas voladoras, se disputaban lo poco que quedaba de mis vísceras. Lo único que se salvaba de esa horrible carnicería, era el hígado que se endureció con el alcohol y, en vez de dejarse aniquilar, empezó a crecer como si tuviera vida propia. El vientre se me hinchó para poder albergar todos aquellos nuevos habitantes. El dolor se tornó insoportable y yo, en mitad de la fiebre, sin quererlo empecé a gritar lastimosamente. Escuché los pasos menudos de la tía mala, cerré los ojos y me quedé en silencio. La vieja bruja abrió la puerta y se quedó unos segundos como escuchando, luego se oyó que decía para si misma:
- No te preocupes qué ese idiota está completamente borracho, aunque no lo parezca - Luego se marchó dejando la puerta entreabierta. Transcurrió el tiempo y yo, sin poder dormir, me daba vueltas en la cama con desesperación. ¿Qué me pasa? ¿Será qué está llegando el anhelado fin de mi existencia? ¿Por qué tanto dolor y tanta hinchazón?... Yo creo que el experimento con la gasolina no le funcionó sino a ese miserable. Sí, eso fue, la gasolina es buena para los aviones y para los carros que son de acero, pero a mí no ha sido capaz de quemarme todo lo que tengo por dentro. Voy a morir sin poder cumplir mis sueños. ¿Pero qué se puede hacer?... Es mejor descansar de esta vida vacía, amarga y sin sentido. Siento que me sumerjo en un vacío y mi cuerpo empieza a convulsionar sin control. ¿Cómo? La epilepsia es lo único que me faltaba. El estomago empezó a crecer y todo mi cuerpo se fue llenando de un líquido putrefacto y mal oliente. El camastro empezó a girar, convirtiendo mi habitación en el remolino de la muerte. No lo pude resistir más, y una bocanada de monstruos fueron a manchar las cobijas, convirtiéndolas en una orgía de sangre y pudrición.
He atentado de todas formas contra mi cuerpo. ¿Pero cómo no pensarlo? La gasolina ni es un licor ni es nada bueno - medité, sintiéndome en las puertas del infierno -. Si expulso todo lo que tengo por dentro, seré el primer hombre en caminar con el vientre completamente vacío. Estoy empapado de sangre y de sudor. La fiebre me ha llegado con sus escalofríos agradables pero incompletos. La garganta y los labios se han resecado. Los dolores son insoportables y, con la mirada fija en le techo, toda la casa tiembla con mis gritos lastimeros.
Desperté en una camilla del hospital. A mi lado estaba la vieja tía, inmutable y seca. Me miraba con sus irritados ojos azules que carecían de sentimiento. No dije ni una palabra. Cerré los ojos y traté de no respirar el fétido olor que se desprendía de todo mi cuerpo.
- A ver, ¿cómo está el suicida? - dijo un médico pequeño y gordo, que me hizo pensar en Santa Claus - Tengo que hacerte una endoscopia; es un poco fastidiosa, pero con ella podemos mirar tu estomago. ¿No me explico por qué unos jóvenes tan bien parecidos como tú y ese otro muchacho que encontraron muerto cerca al río, asumen una actitud tan irresponsable ante la vida?... Tu pobre tía ya me contó todas las locuras que hiciste - acabó de decir en tono amenazador.
Una enfermera llegó hasta mi lado y empezó a quitarme toda la ropa. Me hizo un lavado gástrico y desapareció de mi vista. El cuarto era pequeño y a mi lado, en la otra camilla, respiraba un niño resoplando como si fuera un carro viejo. Pasó el tiempo y, para mi castigo, regresó el doctor.
- Tienes que colaborar mucho, porque el examen es un poco difícil - advirtió mientras lubricaba una manguera negra que tenía un visor en la punta y como unos cincuenta centímetros de longitud.
- Habrá la boca, joven, y haga como si estuviera tragando saliva. ¿De acuerdo?
- Sí, doctor - contesté envalentonado. El galeno introdujo la manguera en mi garganta y empezó a empujar suavemente, como si yo fuera un traga espadas. Aquello era muy molesto pero ya no había solución. Sentí unos deseos inmensos de vomitar y el médico interrumpió por unos segundos el descenso de la gruesa manguera. Haciendo un esfuerzo grande me controlé y aquel aparato descendió hasta el interior de mi estomago. Quedé inmóvil con el inmenso objeto dentro de mí. El hombrecillo miró lo que había que mirar y sacó el aparato con suavidad. Quise vomitar pero en mi aporreado organismo sólo quedaba la dolorosa hinchazón del lado derecho de mi vientre. Me hizo tender boca arriba y revisó largo rato mi abdomen, sin decir ni una palabra. Con aspecto grave fue hasta una pequeña biblioteca, se sentó y estuvo leyendo como veinte minutos. No me percaté cuándo se levantó, pero al poco tiempo llegó con otros dos médicos que palparon con suavidad mi hinchazón. Se marcharon un momento como a deliberar y después regresó el médico gordito.
- Oiga, Alejandro, usted ya acabó con el hígado. Le voy a recetar una droga que se la tiene que tomar al pie de la letra. También quiero que tome mucho líquido y durante nueve días se va a tomar unas bebidas de alcachofa. Le queda prohibido, por completo, el licor. No le voy a ocultar nada, porque sé que usted es un tipo valiente. Está en grave peligro de muerte; su hígado presenta unos síntomas que no son nada halagadores. Prácticamente ya tiene un cáncer y le quedan pocos meses de vida. Se va a ir para la casa y dentro de nueve días regresa bien juicioso, haber qué hacemos... ¿Listo?
- Listo, doctor - contesté con insensibilidad.
- Nos marchamos del lugar con mucha dificultad. Mis piernas medio respondían y las palabras de mi tía tampoco ayudaban mucho.
- Alejandro, de ésta sino te vas a escapar, estás todo amarillo y tienes unas ojeras tan negras que esa piel está como muerta. Una amiga mía que se murió de cáncer, tenía unas ojeras iguales a las tuyas - anotó sin importarle mi sentimientos.
<<Bueno, si tengo cáncer mejor; en esta vida ya no me queda nada por hacer. Las cartas que tenía para jugar, ya las jugué y sin el amor de Marisol ya nada tiene sentido>> pensé con amargura, mientras mi cuerpo se movía como el de un cadáver ambulante. Estuve en la cama tres días. La vieja de mi tía como que descubrió el sentimiento de la piedad, y me brindó los alimentos oportunamente. Mi cuerpo estaba deshidratado y mi cerebro afiebrado. Las ideas cruzaban claras y empecé a planear una cosa terrible. Dentro de muy pocos días sería el asesino más feliz de la tierra.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                - CAPITULO NÚMERO CATORCE -
 
 
 
Pasé por el frente de la cantina y saludé amablemente a la gente que allí se encontraba. Una mujer de unos cuarenta y siete años fumaba con tranquilidad, mientras escuchaba la lenta charla del cantinero; a su lado esperaba con impaciencia una jovencita que, seguramente, era su hija. En el otro extremo del mostrador, Michael, con los brazos cruzados y un rostro de profundo aburrimiento, seguramente arrepentido de haber liquidado el anciano a punta de golpes, contestó el saludo sin sospechar nada. Avancé hasta la esquina, observé a todos lados y cuando nadie estaba mirando me refugie en la oscuridad y pegué el cuerpo contra la pared de la primera casa. En aquella cuadra sólo había tres casas con sus amplios ante jardines. Avancé pisando la húmeda grama y, en pocos segundos, llegué hasta el murito color marrón que encerraba el jardín de la casa del medio. Sin ninguna dificultad superé aquellos setenta centímetros de cerca, que serían el refugio perfecto en mi macabro proyecto. Tuve mucha suerte, pasé por el frente de la segunda casa y nadie se dio cuenta de mi presencia. La calle estaba en completo silencio y seguramente la gente se encontraba durmiendo. Eran las once y cuarenta y cinco minutos de la noche, ahora sólo faltaban quince minutos para que mi rival pasara caminando por la acera, cerca al muro donde yo estaba escondido. El vértice de mi refugio estaba sumergido en la total oscuridad. A las doce de la media noche, cerraban el negocio invariablemente. Tomé aliento y respiré profundamente, tratando de serenar mi agitado corazón que brincaba como loco. Revisé los bolsillos de mi chaqueta y en el lado izquierdo estaba el frío puñal, en el otro bolsillo reposaba el pasamontañas y la bufanda esperando ocultar mi rostro. A esa hora la calle estaba completamente desierta. Toda la gente estaba durmiendo. Sólo se escuchaba el parloteo aburridor del señor de la cantina. Allá estaba ese ser abominable que había matado a Don Pablo. Entre la puerta de ese local y el lugar donde yo estaba escondido, había aproximadamente cinco metros. ¿Porqué no renuncio a toda esta ridiculez?... No quise responder a esa tonta pregunta y me puse a escuchar con atención. El delgado cantinero contaba la historia de una vaca a la que le quitaron los cachos y a la que se le estaban infectando las heridas que le quedaron después de la operación. Miré a todos lados y no había nadie, apreté el cuchillo contra mi cuerpo y escuché el crujir del papel periódico que lo envolvía. ¿Sí tendré fuerzas para matarlo? - pensé - La debilidad llenaba todo mi cuerpo, ¿o será el miedo que me absorbe? Ese hombre es muy fuerte y... ¿Por qué estoy tan nervioso si ya todo está decidido? Empecé a respirar profundamente y me quedé escuchando largo rato.
Todo adquirió un brillo especial. La noche resplandecía en colores brillantes cuando mi enemigo salió. Avanzó como en cámara lenta, se acercó hasta el lugar en el que yo lo esperaba y cometí un gran error, me levanté de la oscuridad y me quedé mirándolo a los ojos. Temiendo que Michael se asustara, levanté una mano por encima del murito para obstaculizar el paso de aquel idiota.
- Espere un momento, señor - dije con una serenidad absoluta -, tengo que decirle algo muy importante.
Salté con agilidad por encima del muro y quedé a todo el frente de mi asustado rival. El hombre me miró de pies a cabeza y se quedó observándome, como entendiendo lo que pasaba. Me miró con orgullo y burlesca valentía. Transcurrieron unos segundos y los ojos de Michael se fueron llenando de furia. Todo mi cuerpo empezó a temblar y mis rodillas amagaron a doblarse por la debilidad y por la fiebre. En ese momento pensé que todo estaba perdido.
- Yo sé qué usted es un hombre muy adinerado y necesito que me preste cinco mil pesos - dije sin ningún control sobre mis palabras -, porque el hijo del difunto don Pablo se está muriendo de fiebre y la esposa no tiene dinero para llevarlo donde el doctor.
Mi cerebro era un mar de confusión, ninguna de aquellas ridiculeces estaba planeada. Afortunadamente mi rival era más idiota que todos.
- El centro médico está abierto a esta hora, pero la consulta vale como diecisiete mil pesos y yo no llevo todo ese efectivo encima -. Dijo Michael.
- No importa - argumenté -, yo puedo implorar la caridad del prójimo si usted me ayuda con los cinco mil pesos.
- ¿Qué le pasa que está tan agitado?
- Es que me vine corriendo - respondí sin saber qué más decir. La cabeza me daba vueltas y la debilidad se apoderó de todo mi cuerpo. Empecé a sudar copiosamente y yo mismo me revelaba ante lo que iba a suceder.
- ¿Estás seguro qué esa suma es suficiente? - preguntó con desconfianza el esposo de mi amada. Yo no contesté nada y él, avanzando un poco hacia la luz, extrajo la billetera y dándome la espalda para que yo no pudiera observar el dinero que poseía, empezó a buscar los billetes más pequeños. Yo saqué el cuchillo de la chaqueta y sin desenvolverlo esperé un segundo. Mi cuerpo se llenó de furia y recuperando todas mis energías apreté el arma con fuerza.
- Está usted de buena suerte, tengo tres billetes de dosmil pesos. Si le sobra algo, le compra unos caramelos al joven por mi cuenta - recomendó el sonriente usurpador. Se volteó y dio un paso hacia mí, con los billetes en la mano. Yo, sin saber lo que hacía, le clavé el cuchillo en el pecho. Michael se estremeció, lanzó un grito y se fue de espaldas. Caído en el suelo se revolcaba intentando tapar el chorro de sangre que se le escapaba del sucio corazón que me había arrebatado a la mujer de mis sueños. La sangre corría en abundancia y el hombre empezó a quedarse quieto y pálido como una pared. Yo giré en el aire como una pluma abanicada por el viento y, en menos de lo que canta un gallo, estuve acostado al lado del muerto. Completamente bañado en sudor y con la garganta reseca, observé cuando Michael levantó una de sus manos y empezó a llevar troncos de sangre a su boca; el hombre saboreaba aquellos coágulos cómo si se tratara de unas golosinas. El ambiente se llenó de un intenso olor a chocolate, la sangre empezó a tomar un color café oscuro y Michael se levantó rápidamente. Yo estaba como petrificado en el suelo, mi enemigo saltó el muro y cayó a pocos centímetros de mi cabeza. Se agachó y tomándome de los hombros me sacudió y me preguntó:
- ¿Alejandro, qué haces ahí dormido? ¿No te das cuenta qué la noche está demasiado fría y te puedes enfermar?
La realidad aterradora cayó sobre mí. Me había quedado dormido mientras esperaba a mi enemigo y ahora lo tenía frente a mí, tratando de colaborar con su futuro asesino. Mandé la mano al bolsillo donde tenía el puñal y ahí estaba. Lo apreté con fuerza y quise que mi alma se llenara de odio.
- Me he dado cuenta de que ahora, últimamente, has estado muy pobre. Si quieres mañana vas por la finca, que yo te puedo ofrecer trabajo. Tengo tres mil quinientas gallinas ponedoras y un hombre que sabe tanto de esos animales, me podría ser muy útil.
Esa fue la gota que rebosó la copa, apreté el cuchillo hasta que empezó a hacerme daño, lo pensé nuevamente y no fui capaz de asesinar a ese ridículo sujeto. Me levanté como un rayo y a pesar de mi debilidad, pude decir con una extraña fuerza contenida:
- Gracias, señor, yo no necesito nada de usted.
Me alejé a toda prisa y la oscuridad absorbió mi figura y mi cobardía. No encontré a nadie en el camino de regreso. Sabía muy bien que mi enemigo no había sospechado nada y que nunca adivinaría que yo estaba agazapado esperando para asesinarlo... << ¿Y si me devuelvo y mato, de una vez, a ese bastardo? ¡No! ¡No lo podría resistir! Sería un cargo de conciencia que cubriría de sangre el rostro y los brazos de mi amada. ¿Cómo podría acariciarla con las manos manchadas por la sangre oscura de un asesinato? ¿Qué le contestaría cuando ella me preguntara si tuve algo que ver en el crimen? ¿Qué hago? ¿Arrojo el cuchillo o lo conservo? ¡Es horrible! ¡Todo esto es horrible!>>
Ahí estaba la casa de mi tia. Llegué hasta la puerta y toqué suavemente. Ya me había salvado de haber cometido un terrible error. Me sentí mal y por poco casi pierdo el sentido. Recordé que aquella noche había sustraído las llaves de la casa; las busqué con desespero en los bolsillos, y, después de abrir la puerta metálica y ruidosa, empecé a caminar en la punta de los pies para no hacer ruido. Había llegado hasta la puerta de mi cuarto cuando me acordé del horroroso cuchillo. Ahora me faltaba esa desagradable misión, por no haber arrojado el oxidado instrumento en la mitad de cualquier potrero. La cocina estaba cerrada con llave y tuve que introducir el cuchillo por la ranura que quedaba entre la puerta y el piso. Lo empujé con fuerza y luego me fui a dormir. Entré en la pieza y me arrojé sobre la cama sin desvestirme. Estaba completamente agotado, aunque no podía dormir. Sudaba a chorros y tenía todo el cuerpo empapado.
Pasaban las horas y los días, y yo no podía alejar el pensamiento obsesivo que me obligaba a pensar en estrategias mágicas que librarían a mi amada de la terrible opresión. Es increíble la pérdida de valores que está sufriendo la sociedad. Para los que se creen buenos, los mediocres siempre tienen un castigo que es aplicado sin piedad. Yo estoy en el ocaso y siento que la gente se alegra de eso. El hombre es un ser frágil por naturaleza y que uno de ellos muestre un poco de perfección, no se lo perdona la turba de descamisados que nunca pudieron soñar. La masa ciega de la sociedad aplasta a los ilusos que se fijan en el esplendor de un trigal dorado, a los que vibran con el verde azul de las fuentes encantadas, a los que sienten el murmullo de los sauces desgreñados en las tardes frías y sin esperanzas. Los románticos que perciben la espectacularidad de una semilla germinando, que anhelan al paz de una vida en familia, son los que la sociedad materialista considera unos atrasados, en el mundo loco de las conveniencias. Yo no he sido ni un magnate, ni un industrial, ni un intelectual ni nada, pero tuve un gran pecado que me tiene clavado en la oscuridad del castigo que no se merece. Me he enamorado de una mujer espectacular e inolvidable, aunque no me la merecía. Desde el día en que la vi, el amor se clavó en mi alma y se convirtió en el objetivo y la razón de mi vida; pero ni ella, ni su papá, ni la sociedad desalmada, lo pudieron entender. Alguien, sin compasión, me dijo que peón no come reina, pero yo quise revelarme contra lo establecido y soñé con absorber el rocío de una bella rosa, aunque sólo obtuve el punzante chuzón de un amor inalcanzable. No sé quien inventó el ajedrez, no sé quien inventó las pautas del comportamiento social, no sé quien inventó la hipocresía de venderse por un poco de oro. Amar fue lo único que aprendí y lo único que siento es el dolor en las alas de un amor libre y bravío, que al ser apresado empezó a golpearse contra las paredes de la amargura y la desesperación. La gente me ha refregado sal en las heridas, con los comentarios apropiados para los cobardes. ¿Pero qué saben ellos de los besos dulces de una mujer encantada? Yo no estoy en contra de nada. No me importa si los cerdos se revuelcan en el pantano de sus angustias y sus mentiras, no me importa si las bestias de los yanquis hacen dos o tres jornadas en sus trabajos; a mí, lo único que me interesa es el cambio repentino de mi amada. ¿Cambio?... No eso nunca sucedió, fue su clase exagerada, que por dinero vendió y que con lágrimas está pagando. Me estoy debatiendo como un sonámbulo que le ha perdido el ritmo a la vida. Ahora no sé qué hacer con este miedo a la existencia, reflejado en las angustias de mi soledad infinita. Yo estoy solo en este mundo y luchando contra todo, me paré y trastabillé, cayendo en el pozo del lodo de la incomprensión. Fango sucio y asqueroso, que sepultó los rosales sembrados en el jardín de las esperanzas.
<<Ya que no he sido capaz de asesinarlo directamente, me moveré en la dimensión de los dioses y superando la condición física, donde reina la conciencia, volaré en el mundo de las hadas, donde todo es posible, y, almacenando la energía psíquica como un dínamo, la liberaré cargada de negativismo sobre el camino que sigue mi rival>> Estoy tirado en una sucia cama. Son como las dos de la mañana y el silencio de la soledad absoluta congela la sangre en mis venas, llenando todo el espacio con el olor de la muerte. Me voy a concentrar para liberar el espíritu como el hada de Peter Pan; empiezo a respirar lentamente, entro en un sopor relajante, siento la sensación de que me estoy levantando y, de pronto, una estela de luz me envuelve y me levanta en el aire. Estoy sobre los tejados y al fondo se aprecia el paisaje de las calles desiertas ¡Oh, Dios mío! Estoy volando y no siento la sensación pegajosa de mi cuerpo. Todo es cristalino, tranquilo y eterno. Avanzo y, antes de darme cuenta, estoy observando la imponente finca donde vive mi amada. Me deslizo con facilidad y penetro en la lujosa mansión. Los pisos son de mármol pulido y el lujo y la limpieza hacen brillar el lugar. Me dirijo al cuarto principal y allí está ella, sola y metida en una discreta pijama con pantalones; está completamente descubierta porque las cobijas han rodado y están en el suelo. ¿Será qué no siente frío en esta noche de invierno? Me quedo mirándola y ella se revuelve inquieta, como si estuviera sintiendo mi presencia. Se sienta en la cama y dirige la mirada hacia donde estoy yo, que desaparezco como un relámpago. Empiezo a recorrer la mansión y en la tranquilidad de la noche percibo los ronquidos del jefe del hogar. Me deslizo hasta ese cuarto y el motivo de todas mis angustias reposa, tirado en la cama, como un cerdo. Está más gordo que nunca, y su rostro se convulsiona respirando con dificultad. No puedo controlar mis sentimientos, los niveles de testosterona dentro de mí, son excesivamente altos y siento un inmenso odio por mi rival. ¿Qué es ésto? ¿Por qué despreciarlo de esta manera? Las hormonas sexuales y, de hecho, todo el sistema endocrino juega un papel protagónico en ello. Empiezo a almacenar la energía psíquica y, concentrando todo mi poder, la libero contra mi enemigo, que se estremece al sentir que su corazón estalla en mil pedazos. Han sido todas las biocorrientes que, en un alto voltaje, se estrellaron contra el sucio corazón del hombre. Yo siento que todo me da vueltas y salgo disparado como una plumita en un remolino de viento. El espacio se abre en un túnel de luz, paz y eternidad. Siento que mi esencia tiende hacia él. Con mucha dificultad renuncio a morir. He sufrido mucho, sin embargo, todavía tengo la fuerza para cumplir una misión terrenal porque, secretamente, aún guardo la esperanza te tener a mi Marisol. Todo está claro para mí. Abajo, la noche fría y transparente se cubre de la luz azulada que envían la luna y las estrellas. Yo, dejando una estela de fuego, como los cometas ensoñadores, llegó hasta mi cuerpo y lo encuentro frío y casi yerto. Me da mucho trabajo empezar a respirar y, haciendo un gran esfuerzo, me libero de esta horrorosa pesadilla y me siento en la cama, bañado en un sudor frío. << ¡Qué hermosa sensación de paz y tranquilidad! ¡Qué feo sueño el que acabé de inventar!>> Me tiro nuevamente en el sucio colchón y me pongo a meditar... <<En las montañas de mi tierra hay una historia muy popular, que cuenta de unas brujas, que salen de noche a volar. En grandes bolas de fuego, las vemos siempre cruzar, inspiradas en el cuento, del hada de Peter Pan. No sé qué tendrá de cierto un comentario irreal, pero los viejos afirman: << De que las hay, las hay >>
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                    
                                - CAPITULO NÚMERO QUINCE -
 
 
Hacía varios días que estaba viviendo en la calle.
Mi vida estaba sumergida en la angustia y la desesperación. En mi cerebro repicaban las palabras de mi tía, el día que me arrojó de su casa y me dejó tirado en una acera.
- ¿Por qué no trabajas? ¿Por qué no haces algo y te ganas tu propio dinero?... Yo no creo que emborracharse con los vagabundos sea amor. Gracias a mi Dios, que esa muchacha no se metió con un degenerado como tú. Alejandro esta casa es mía y a mí me gusta vivir sola, así que desde hoy no te quiero ver más por aquí.
De esa forma me trató aquella injusta mujer. Con ella, para mí, todo fue palabras de recriminación y nunca una voz de aliento. ¿Acaso no sufrí cuando, hace unos días, el señor Michael le pegó a don Pablo, mientras yo estaba borracho? ¿Es qué ella cree que no me duele el alma al ver que arrastró el viejo como a un gusano?... Ya no tengo a quién dirigirme, ya no tengo a dónde encaminar los pasos, pero no importa; supongamos que yo soy un cerdo y que Marisol es una dama. Yo soy como una bestia y de esa misma forma me comportaré. Lo único que me queda es la lucidez de la mente, y tendré que emplear toda su fuerza, antes de que se me nuble en la mitad de todos mis ridículos sueños, y pierda a mi amada definitivamente.
Tengo todo el cuerpo empapado en sudor, los labios resecos y la mirada perdida en el futuro inexistente. A cada momento pierdo el sentido; me extraña no poder recordar bien el proceso en el que me he quedado en la calle como un perro. Ahora es la media noche, las sombras lo cubren todo y el aire es muy sofocante. Las calles están solitarias y yo, tirado en el suelo, no me puedo explicar qué es lo que me ha llevado a este estado de postración. ¿Qué pasa?... En la acera del frente una mujer me mira con insistencia, la observo con detenimiento y puedo apreciar los rizos dorados que se escapan del manto oscuro de sus recuerdos. Sí, ahí está Marisol, y me está llamando con timidez. Seguramente tiene miedo por el estado deplorable en el que me encuentro. Clavé la cabeza queriéndome ocultar de ella, y permanecí encorvado durante largos minutos. Cuando pensé que ella había abandonado la terrible misión de conversar con un mendigo, levanté la cabeza y, para mi sorpresa, aquel ángel precioso había atravesado la calzada y estaba a unos veinte pasos de mi nauseabundo refugio. Sentí que la vergüenza me aplastaba, quise que el mundo se abriera y me tragara en cuerpo y alma. Pasaron unos segundos amargos y, al fin, tuve que mirarla. Estaba ahí parada y, en silencio, sollozaba amargamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su pecho se agitaba convulsionado por la tristeza de verme en este estado. Ella me llamó angustiada y yo, haciendo un esfuerzo sobre humano, empecé a ponerme de pie. Las fuerzas me abandonaron y mi boca golpeó contra el piso, haciéndome sentir el sabor de la sangre revuelta con el polvo. No tuve más valor y me quedé allí tirado, intentando no escuchar los gritos lastimeros que dejaba escapar la inconsolable princesa. Aquello fue insoportable. Con mucho dolor giré mi cuerpo y empecé a mirarla de frente. Estaba más hermosa que nunca. Un elegante traje negro se ceñía a su cuerpo, destacando la impresionante figura de una mujer en el máximo desarrollo de su juventud. Las lágrimas que dejaba escapar y su profunda tristeza, acentuaban el encanto mágico de su feminidad. Consiente que mis ojos la contemplaban, me rogó con desesperación que la acompañara. Yo, totalmente vencido, apoyé mi ensangrentado rostro contra el piso y disfruté del frío refrescante de la madre tierra. Marisol siguió contemplando mi agonía, y, al darse cuenta de que yo era un caso perdido, dio media vuelta y se alejó a paso lento, marcando, con el ritmo de sus tacones en el pavimento, el paso inseguro de un ángel desesperado. Ella estaba como idiotizada y en mitad de su tristeza, empezó a caminar hacia el lado malo de la ciudad. En aquella zona dormitaban en las aceras las prostitutas viejas, los hombres acabados por el vicio y las enfermedades venéreas, los alcohólicos y todas las alimañas que no tenían un hogar para refugiarse. Por primera vez, mi pensamiento fue claro. Marisol estaba introduciéndose en la boca del lobo. Cómo van a respetar, esas bestias insaciables, a una linda joven que estaba sola y desamparada. La alarma cundió en mi mente, reuní toda la fuerza y mis débiles miembros respondieron con dificultad. Empecé a caminar como si estuviera borracho y, por suerte, pude observar el último segundo en el que dobló a la esquina. Me llevaba una larga cuadra de ventaja y yo no tenía alientos ni para pedir auxilio. Haciendo un esfuerzo superior a la piltrafa de mi organismo, caminé y empecé a sudar a chorros. Por un segundo perdí el equilibrio y creí sumergirme en el abismo de la inconsciencia; me abracé en un frío poste de la luz y con gran dificultad respiré hasta que recuperé el aliento. Aquellos ochenta metros se hacían interminables, mi garganta estaba reseca y la lengua se me entiesó como un palo. Pensé en un refresco con mucho hielo y, al instante, me reproché por las bobadas que estaba haciendo. Marisol metida en un peligro bien grande y yo pensando en gaseosas con hielo. Apuré el paso y cuando doblé en la esquina, la pude observar como a cincuenta metros de distancia. Le quise gritar y mi cansada voz se negó a salir. Sentí que el pecho se me partía de angustia cuando los hombres que estaban sentados en la acera, la miraron al pasar. Se levantó un negro grandote y se le pasó muy cerca. Ella no se inmutó y con el bolso en la mano prosiguió su caminar lento. Después se levantó “Bambán”, un gordo mofletudo que con sus ojos claros y su mirada de idiota, se relamió los labios pensando en algo muy sucio. Le daban vueltas con miedo. La miraban recelosos y observaban a todos lados como esperando una trampa. Del grupo en la oscuridad salió una chica corriendo, le arrebató el bolso y con el duro jalón se la llevó arrastrada y la tiró al piso de bruces. Marisol no supo qué hacer, ni siquiera alcanzó a gritar. Los hombres Le saltaron encima y le rasgaron las ropas. Su piel blanca relumbró. El gordo abrió una navaja y se quedó vigilando mientras el negro y los otros viciosos saltaban sobre la presa. Mis fuerzas se estaban yendo, sentí que todo me daba vueltas y negándome a caer, grité con todas mis fuerzas y desperté. Estaba sudando a chorros. << ¡Qué terrible pesadilla¡ >> Cerré los ojos y, mentalmente, le di gracias a Dios porque todo fue un mal sueño.
La gente pasaba a mi lado. Todo mi cuerpo ardía de fiebre y yo, sentado en una de las sillas del parque, no sentía vergüenza de mis harapos miserables. Mi derrota se había convertido en un agradable desprendimiento de la vida material. Todas las vanidades, por las que siempre me preocupé, ahora ya no me importaban. ¿Comer? ¿Dormir? ¿Revolcarme en el dolor de mi enfermedad? ¿Dar una mala imagen? ¿Despertar compasión?... Ya nada me importaba. Ahora estaba muerto y mi regocijo interior, me decía que ya no pertenecía a este mundo. Serían las dos de la tarde cuando me tomé el último trago de alcohol, me sentí muy bien y en mi pecho se agitaba la felicidad total. Por esas cosas irónicas de la vida, en estos momentos que estoy desahuciado por los médicos, empiezo el verdadero placer de vivir por vivir.
- ¡Casi que no te encuentro! - dijo una voz deliciosa a mi lado. Alcé la cabeza y con mis ojos dolorosamente irritados, contemplé a Marisol que me miraba de frente. Me quedé estupefacto ante la vista de aquella impresionante mujer. Hoy estaba más alta que nunca, su hermosa cabellera reflejaba los dorados rayos del sol. Me contempló con una serenidad insospechada para su débil carácter. Con un vestido largo hasta el suelo, parecía una reina que venía a darme el veredicto final.
- ¿Alejandro, cómo has podido llegar a ese estado? ¿No sabes cuánto te necesito y cuánto te he amado con todas las fuerzas de mi alma? - preguntó ella, cuando se percató de mi decaimiento - Lo único que te puedo decir, es que nunca te abandonaré por nada del mundo. Yo sé qué todo lo que te ha pasado es por culpa mía, pero perdóname, que ahora he regresado para que nos marchemos juntos al lugar que tú quieras. ¡Yo soy tuya y mi corazón siempre lo fue desde el día en que te conocí!... Mis deberes te han lanzado al vicio, pero desde hoy tendremos una nueva oportunidad. Alejandro, ¿me perdonas esta ausencia tan prolongada?
- ¡Aléjate! ¡Déjame por favor! - le rogué con la voz angustiada - ¿No ves qué me estoy muriendo? Yo quiero que te alejes y que conserves una buena imagen de mí. Hace muy poco los médicos me diagnosticaron un cáncer en el hígado. Déjame, que yo no quiero que presencies mi muerte.
- ¿Muerte? -  Preguntó Marisol con el rostro bañado en lágrimas - ¡Tú no te puedes morir, porque ahora estoy a tu lado para cuidarte y protegerte, amor mío! ¡Yo te voy a brindar todo el amor con el que siempre has soñado!... Tú no te puedes morir ahora que soy completamente libre, porque hace cuatro días que enterramos el hombre al que le juré fidelidad ante Dios y que, gracias a mis rezos, se fue a descansar en la paz del señor, para dejarnos el camino libre a nosotros dos - Yo estaba como atontado al escuchar esas palabras y ella, para sacarme del aletargamiento, volvió a repetir - Sí, Alejandro, mi esposo murió de un infarto fulminante y, ahora, soy toda tuya y espero que lo aproveches para que disfrutemos de nuestro amor sagrado. ¿Tú crees qué podamos vivir en una finca, alejados de este mundo ingrato?
- No sé por qué placer morboso hice que el médico me escribiera su diagnostico fatal - dije sacando el resultado de los exámenes que me había hecho hacía algunos días y entregándoselos a Marisol - ¡Amor de mi vida! ¡Yo creo qué es mejor despedirnos para siempre!
- ¿Despedirnos? - preguntó ella anonadada.
- ¡Claro! ¿No estás leyendo el dictamen del médico?
Ella no confió en mis palabras y, apretando el sucio papelito, se montó en su carro y se fue a toda prisa en busca del centro médico. Yo me quedé pensando en su deliciosa figura. Quise escribirle un poema de soledad y tristeza, pero no tenía en qué. ¿Cuántas cosas lindas se pueden hacer con un pedazo de papel y un insignificante lápiz? ¿No me explico cómo, los gobernantes del mundo, mandan a sacrificar a los humildes ladronzuelos que no tuvieron las mismas oportunidades que ellos?... Los desalmados esbirros pagarán, en la carne de sus hijos, las lágrimas de las madres, en las pobres comunas que ellos mandaron a limpiar. Que Dios proteja a los asesinos escudados detrás de un deber acomodado, porque la balanza de la fría naturaleza equilibrará con dolor el peso de sus malas acciones. Hoy Dios me está castigando con la muerte, por haber tenido tan malos pensamientos al desear la desaparición de mi rival.
Marisol regresó y me abrazó con una fuerza que fue superior a mis pocas resistencias. Sentí que el mundo era un remolino y me perdí a través de él. Regresé de aquel vacío cuando las lágrimas de mi amada cubrían todo mi rostro. Sentí el sabor salado de sus lágrimas en mi boca y me pareció delicioso. Aquella prueba de amor me hacía muy feliz... <<Ya no tendré qué bajar al sepulcro en la soledad total y aterradora. La mujer más bella del mundo va a estar llorando a mi lado, y eso me llena de orgullosa alegría.
- ¡Marisol, yo te amo! Siempre te he amado con todo el corazón, aunque fui un fracasado.
- ¡No digas eso, mi amor! - me interrumpió Marisol muy triste - Yo tengo mucho dinero y vamos a visitar los mejores médicos de los Estados Unidos de Norteamérica, porque yo no creo en los análisis de estos médicos idiotas.
- ¡Ya no hay nada qué hacer! - dije con tranquilidad - Yo, de todas formas, voy a morir y eso va a ser esta noche. Quiero pedirte un favor. Espero que me lo concedas y que, después, te marches en silencio, porque con eso me vas a demostrar si es verdad el amor que me profesas. ¿Estás de acuerdo?
- ¡Pero, Alejandro! ¿Cómo se te ocurren esas bobadas? - protestó asustada.
 
- Me quieres, ¿sí o no? - pregunté obstinado.
- Sí
- Me vas a obedecer por primera y única vez, ¿sí o no?
- Sí - contestó Marisol sollozando.
- ¿Te vas a ir para tu casa, que mañana hablaremos lo del viaje?
- Si tú lo deseas, sí.
- Bueno, entonces me haces el favor y me regalas tresmil pesos para comprar media botella de alcohol, porque yo quiero morir borracho.
- ¿Es qué, de verdad, te quieres morir? - me preguntó Marisol con inusitada valentía.
- Sí, yo me quiero morir - dije tranquilo. Marisol sacó la chequera y con mano temblorosa me firmó seis cheques en blanco. Los arrancó, uno a uno, y me los entregó. Yo me quedé mirándola y le dije:
- No tengo un bolígrafo - ella alargó su mano temblorosa y me prestó el suyo. Yo empecé a escribir y llené el primer cheque por un valor de trescientos pesos. Después cogí los otros cheques y los rasgué en pedazos.
- Marisol, ¿me haces un último favor?... Pero sin llorar, porque a mí no me gustan las mujeres que lloran - ella no respondió nada, y yo continué con mi juego macabro -. Ve hasta la esquina y me compras media botella de alcohol etílico, luego le dices al señor que te regale un poquito de agua y me la acabas de llenar hasta arriba. ¿Entendiste?
- Sí - contestó sollozando, y empezó a caminar en busca del pedido, mostrando una obediencia insospechada. La mujer más orgullosa y rebelde del universo, estaba comprando una porquería de sucio alcohol, para el vagabundo más fracasado de la vida... Aquello era muy bonito, definitivamente mi vida a sido intensa y linda hasta el final. Marisol salió de la tienda con la inconfundible botella en la mano. Caminó con elegancia y faltando unos pasos para llegar a mi lado, soltó una sonrisa triste como burlándose de lo que estaba haciendo.
- Si te vas a morir, yo quiero quedarme a tu lado hasta que eso suceda - ordenó con la fuerza que siempre la caracterizaba. Yo no dije nada, porque sabía que aquello era definitivo. Se sentó a mi lado y empezó a decir:
- Hay algo que debes saber antes de que te mueras - yo permanecí en silencio y ella, a los pocos segundos, continuó - ¿Te acuerdas en qué fecha enterramos a Marcelo mi hermano?... Eso fue el primero de junio. ¿Lo recuerdas? imagínate que mi hija, Carolina, nació el cuatro de Marzo del año siguiente... Precisamente a los nueve meses después de mi último encuentro contigo. Yo siempre tuve problemas con Michael, nuestro matrimonio nunca funcionó porque yo jamás me acosté con él.
- ¿No me digas? - pregunté con sarcasmo - O sea que él se conformaba con tu dulce amistad.
- Aunque tú no lo creas, el verdadero amor está por encima de las cosas materiales - explicó disgustada.
- ¿Sí? ¡No me cuentes! - dije burlándome. Destapé la botella y me iba a tomar un trago cuando ella me dijo:
- La niña tiene la sonrisa y los iguales a los tuyos y sabe que tú eres su papá, y que muy pronto vamos a estar los tres juntos.
Aquello era inaudito. Sin saber por qué, estaba dejando que Marisol hablara más de lo que yo hubiera querido. Pensé en la niña que aún no conocía y algo estalló dentro de mi cuerpo, y, lleno de una fuerza renovadora, renuncié a mi orgullo ridículo y decidí tomar lo que me pertenecía. Voltee la botella y observé el líquido cristalino cayendo sobre el pasto. Ella me miró a los ojos y me preguntó:
- ¿Por qué lo votaste?
- Porque ya no me quiero morir, porque quiero conocer a mi hija, porque creo en ti y en la sinceridad de tus palabras - dije pensando serenamente.
- ¿Sí?... ¿Entonces tú te puedes morir o no morir, cuándo quieras?
- Sí, porque yo tengo una parte de Dios por dentro y eso me hace muy especial.
 
 
 
 
Epílogo
 
¿Después qué pasó con nosotros?
- Mi cuerpo reverdeció como un viejo tronco caído sobre la humedad de la tierra buena. Brotaron los cogollos con el verde de la esperanza y empezamos a disfrutar de la paz de un hogar tranquilo, adornado por la sonrisa y el brillo inteligente de los ojos de mi pequeña hija. Todo empezó a brillar con la magia de un hada bien hechora, que llegó en el instante preciso para dejarnos disfrutar del calor de un mundo sencillo y agradable.
Pero, ¿qué fue lo que sucedió?
¡El amor!... El amor que lo cubre todo, convirtiéndose en un chorro de felicidad que nos golpea haciéndonos vibrar de felicidad y delicia, se convirtió en una medicina milagrosa que me dejó completamente sano. La pureza de nuestros deseos, envueltos en la cristalina brillantez de una pasión contenida, hacía volar las horas mientras mi mano acariciaba los cabellos de una diosa encantada, que me ofrecía la dulzura de una boca carnosa, que se brindaba en la suavidad del nácar de sus dientes y el púrpura embriagador de sus deseos intensos. Aquel cuerpo firme y aterciopelado, revivía en mí, la juventud y el ardor que hace unos pocos años casi me llevan al borde de la locura. Aquella ninfa hechizante me arrastró a una atmósfera de vida y de eternidad, permitiéndome descubrir el verdadero mundo del amor y de la fe infinita, donde no existe el espacio, ni el tiempo, ni el dolor de las dificultades que se tornan en dulces desafíos. En el universo al que me llevó Marisol sólo existen túneles de alegría desbordante, donde el más pequeño detalle es infinitamente hermoso. En estos días de unión, hemos descubierto la sinfonía perfecta de un mundo insospechado. El olor del pan nuevo, el canto relajante de las aves que se trepan sobre los guineos maduros, el plateado brillo de una trucha con sello de cena y la contemplación de los eucaliptos que con su grandiosidad nos explican por qué somos eternos. Las tardes frías y grises de mi querido pueblo, resaltaban la tibieza de nuestro hogar hechizado. Estamos viviendo en la frecuencia del amor sin condiciones, en la frecuencia de la entrega total, donde no hay espacio ni tiempo para otra cosa que no sea el amor. Un amor verdadero y eterno. Yo no quise ser un héroe, no quise ser un virtuoso, yo sólo quiero disfrutar de la vida y de ese sol llamado Marisol que me ha convertido en un Dios feliz. Para mí ya no existe ni el infierno, ni el pecado, ni el arrepentimiento, ni la beatitud; para mí sólo existe la felicidad eterna de un amor sincero. Después de haber amado a la más hermosa de las criaturas, sólo queda satisfación y regocijo. Pobrecitos los virtuosos que luchan contra la carne y contra sus deseos, tratando de crecer en su espiritualidad… Qué equivocados están, porque sólo se necesita un gran amor para que nos libere del tiempo, del espacio, del pecado, del arrepentimiento y nos convierta en lo que somos, SERES ETERNOS EN MEDIO DE LA FELICIDAD DE UN UNIVERSO MÀGICO Y COLORIDO. El hombre que conoce y disfruta del verdadero amor, vence la muerte y disfruta de la vida eterna, sin necesidad de que lo crucifiquen. << ¡Gracias Marisol hermosa, porque me has mostrado el camino que me conduce a la vida eterna y me enseña que mi conciencia y mi espíritu son eternos! >> << ¡Querido Niestche, el amor de una princesa con boca de fresa, me ha convertido en el superhombre que siempre imaginaste!... Ahora soy conciente de mi grandiosidad, ahora soy dueño de mi presente, de mi pasado y de mi futuro, porque he comprendido que todo es parte de la unidad eterna y el hombre es el centro de ella. El universo va mucho más allá de lo que vemos y captan nuestros sentidos; el universo es esa luz inmensa que hábita en nuestro interior.
 
                                               
 
                                                    FIN
 
 
    

 

 

Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis